Cómo no perder a tus hijos tras el divorcio

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Cómo no perder a tus hijos tras el divorcio
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© Chon Molina

Diseño de edición: Letrame Editorial.

ISBN: 978-84-18398-89-6

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AGRADECIMIENTOS

Para todas aquellas personas que he visto sufrir por sus hijos y para todos aquellos niños y niñas víctimas de sus propios padres.

Para todas aquellas personas que trabajan por y para la infancia.

Para todas aquellas personas que han dedicado algo de su tiempo de corazón a este proyecto y me han motivado en los momentos de indecisión, porque gracias a ellas se ha hecho realidad.

Y para Ángela y Lucas porque dais sentido a mi trabajo desde antes de nacer.

0. Prólogo

Algo más de once años antes de escribir el prólogo para este libro, una tarde de finales de octubre, recibí la llamada de un despacho de abogados. Se me comunicaba que la que entonces era mi mujer había puesto una demanda de divorcio. Esa noticia, inesperada para mí en aquel momento, dio la campanada de salida de un proceso para el que nadie nos había preparado y que afecta a la vida de la pareja, sus hijos, así como al entorno familiar y de amistades de ambas partes. Aquel día y los meses siguientes yo me sentí perdido en un laberinto legal y, sobre todo, personal, donde se entrecruzaban todo tipo de sentimientos, muchas veces opuestos. Visto ahora, once años después, con un largo camino andado, veo lo necesario que es tener, no ya un apoyo legal, sino también consejos de cómo afrontar ese desorden absoluto en el que entra tu vida y que afecta de forma definitiva a todo lo que te rodea.

He aprendido que es importante tener unas ideas claras que nos permitan avanzar en el proceso, teniendo siempre como objetivo principal el bien de los hijos. Si el divorcio y el cuidado de estos es consensuado, y no hay conflicto en torno al tipo de custodia, todo será más fácil. Sin embargo, si no hay acuerdo en el tipo de guarda y custodia, el conflicto se agudiza. Yo había solicitado la custodia compartida, a lo que la madre se opuso. Estaba, por tanto, delante de un proceso largo y doloroso, como el tiempo me acabaría enseñando.

Para que haya una buena custodia compartida se requiere un alto grado de madurez en ambos miembros de la pareja que permita una relación cordial o, al menos, «profesional»; que no haya una desigualdad económica importante y que la situación monetaria de ambos permita asumir el aumento de gastos y el coste que el divorcio acarrea y que haya predisposición a ceder, sin rencores, en ambas partes de la pareja. Por desgracia, estos puntos no suelen cumplirse en muchos casos.

Cuando la custodia no ha sido consensuada, el proceso judicial para atribuir la forma de guarda de los hijos se vuelve un campo de batalla entre ambas partes de la pareja, que, hasta entonces, habitaban un territorio común. En esta situación, defender los territorios individuales de la comunidad rota empieza a guiar el proceso. El «nuestro» pasa a convertirse en «mío», y el objetivo será intentar incorporar al «territorio propio» el mayor número de objetos que fueron parte de aquel «territorio común» que definió a la pareja. Por desgracia, en muchos momentos, los hijos forman parte de los «objetos» por los que se lucha, incrementando el efecto pernicioso del divorcio en estos «observadores inocentes». En general, toda la psicología de familia y todos los textos de mediación familiar insisten en lo importante que es mantener a los hijos fuera del litigio. Pero en el fragor desafectivo de la separación esto no suele ocurrir y los hijos se ven arrastrados por una, otra o ambas partes hacia el territorio propio alejándolos de su entorno natural que para ellos o ellas es el territorio común de sus dos progenitores.

Algunos autores defienden la idea que la custodia compartida es más conflictiva si no es consensuada. Por ello, los juzgados solían dar una custodia compartida casi exclusivamente en casos donde existía un consenso entre ambos progenitores. Sin embargo, esto no significa necesariamente que, para los hijos, el conflicto tras la separación con una guarda compartida no consensuada sea peor que una relación asimétrica donde uno u otro de sus progenitores pierde, al menos, calidad en el contacto afectivo con sus hijos. Además, la custodia exclusiva de una de las partes tampoco evita que entre los progenitores no persista el conflicto y que los hijos, por ello, se vean protegidos de la conflictividad de sus padres.

Pero, además de las consecuencias afectivas, la sentencia de divorcio lleva asociadas otras consecuencias materiales, ya que es sabido que a quien se le atribuye la guarda y custodia de los hijos, según los artículos 93 y 96 del Código Civil, permanece en el hogar familiar y administra la pensión por alimentos que se acuerde. Estas medidas anudadas a la custodia dividen a los dos progenitores en «ganadores» —mantiene a los hijos, el domicilio familiar y la administración de la pensión— y «perdedores» —pierde el control sobre el futuro de los hijos, pierde su casa y abona la pensión, sin capacidad de administrarla—. Esta dicotomía es intrínsecamente perniciosa para el divorcio, pues define un marco de desigualdad que no debe ser trasmitido a los hijos. Para ellos, entre sus dos progenitores no debe haber vencedores y vencidos; culpables o inocentes.

En 2008, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), la custodia compartida se daba en menos del 10 % de los divorcios, siendo atribuida a la madre en casi un 85 % de los casos. Estos datos han mejorado, y en la actualidad la custodia compartida se concede en el 30 % de los procesos y la custodia a la madre en el 65 % (INE, 2017). No obstante, aún es mucho más fácil salir «perdedor» de tu divorcio si eres padre. Si hablamos de custodia monoparental, la bipolaridad de ganador-perdedor también se proyecta en mayor o menor medida sobre los hijos, y puede lastrar la relación afectiva de ellos con la parte que no ejerce la custodia.

Las líneas que siguen son la solución que yo apliqué con buenos resultados para mis hijos. Es, por tanto, una propuesta individual pero, por supuesto, no el único camino.

Al recibir la demanda de mi divorcio tenía claro, y así lo han corroborado todos los peritos que valoraron a nuestros hijos, que la custodia compartida era la mejor forma de relación con ellos, después del divorcio de sus padres. Por tanto, y dado que como padre en esta ecuación los números en 2008 no me eran favorables, mi objetivo fue presentar de forma impecable este hecho ante el juzgado. Al padre se le suele exigir la demostración de nuestra idoneidad como progenitor. La madre, que ha sido históricamente la cuidadora de los hijos, suele estar en gran medida exenta de ello. Me puse, pues, manos a la obra.

Una de las premisas previas y que ahora, con el tiempo, valoro con claridad es que el conflicto personal entre el padre y la madre no genera más que ruido en todo el proceso y solo aporta dolor a los hijos, si se transmite a ellos. Mantener tus sentimientos negativos sobre el otro progenitor fuera del ámbito de tus hijos, protegiendo la imagen parental positiva de la madre/padre, es una obligación que rinde resultados a medio y largo plazo, y lo que permitirá mantener, a medida que los hijos crecen, una relación fluida y sana con ellos. Hay que desterrar cualquier intento de culpabilizar al otro progenitor de los problemas que todos deben superar. Esta es una regla de oro que debe guiar todo el proceso que sigue.

El primer paso práctico es la selección de un abogado u abogada ética y constructiva, que te ayude a ver el final del proceso y evite entrar en litigios inútiles entre las partes. Es también importante buscar la guía de algún profesional de la psicología que tenga experiencia con niños sometidos a un proceso de divorcio y que te oriente en cómo manejar de la mejor forma posible la relación con tus hijos, ajustando siempre dicha relación a su bienestar. La labor de estos dos profesionales es crítica, ya que no solo te orientarán desde el punto de vista procesal durante el divorcio, sino que deben tener muy claro que todo el proceso debe estar también centrado en causar el mínimo daño a los menores. Además de buscar reducir la tensión entre los cónyuges, neutralizando, en la medida de lo posible, escaladas verbales y judiciales. Yo no pude tener mejor guía que la que me han proporcionado mi letrada y mi psicóloga.

Una vez encontrada la adecuada asesoría profesional, la primera acción práctica que me recomendó mi abogada fue demostrar mi implicación directa, activa y continuada en el cuidado de los hijos. Empecé entonces a recopilar pruebas y recogí informes de las guarderías, del colegio, del autobús escolar, de la pediatra, de la escuela de música, etc., que certificaban que me conocían y que yo había sido un referente fundamental para mis hijos en todos esos ámbitos. Mi gratitud es inmensa a todas esas mujeres; a las profesoras, a la pediatra, a las cuidadoras de mis hijos, por su apoyo y por certificar lo que en nuestra familia había sido la norma cotidiana, que el cuidado de los hijos había sido una labor compartida entre el padre y la madre.

 

Aunque procesalmente anudados, se debe tratar de separar las discrepancias de índole personal o económica con tu expareja de todo lo relacionado con los afectos de tus hijos. Si bien el Código Civil une aspectos económicos con el tipo de custodia, es mejor que la pareja trate de priorizar los aspectos relacionados con los hijos por un lado y los temas económicos en otro contexto distinto. Quizá es en este punto donde la madurez de ambas partes de la pareja se pondrá más a prueba y donde la predisposición a ceder, sin rencores, valorando objetivamente la situación económica de ambos, sea más necesaria. No se puede meter a los hijos en el conflicto económico de las partes.

He dejado para el final un aspecto fundamental, que es el de los apoyos personales y afectivos durante el proceso del divorcio. Como comentábamos al principio, en la mayoría de los casos el cese de una convivencia generalmente prolongada causa un desorden absoluto en tu vida y una mezcla de sentimientos negativos con un impacto importante en tu autoestima. Es aquí donde un apoyo constructivo de tu entorno afectivo y de amistades es vital. Y este ambiente debe ayudar a reducir el conflicto, aplicando para los hijos el hecho de que, tras el divorcio, para ellos no debe haber vencedores o vencidos, buenos o malos, culpables o inocentes. El hecho de que los familiares de un lado tomen partido contra el otro progenitor es el peor favor que pueden hacerle a sus nietos o sobrinos. Por ello, es obligatorio trasladar al entorno familiar la absoluta necesidad de mantener una posición lo más neutral posible sobre el conflicto cuando estén delante de los hijos del matrimonio. Mi agradecimiento es inmenso a mis amigos y a mi familia que caminó a mi lado todos estos años, dándome los apoyos justos para superar todas las dificultades que nos fuimos encontrando.

Hasta aquí mi experiencia personal y limitada, por tanto. La doctora Chon Molina Bartumeus ha desarrollado en las páginas que siguen lo que podría ser una guía para ayudarnos a preservar la relación con nuestros hijos tras el divorcio. El libro, después de una introducción al tema, incluyendo la conflictiva «alienación parental», describe una serie de ejemplos reales, cogidos de su consulta, para ilustrar los diferentes grados de dificultad con los que una pareja recién divorciada y sus hijos pueden encontrarse. Estos ejemplos constituyen una guía práctica, donde encajan la mayoría de los problemas y conflictos con los que se puede encontrar una pareja donde la custodia y cuidado de los hijos genera una disputa. El libro está enfocado hacia la parte más frágil de esa ruptura, la parte «perdedora» de la pareja, que todavía en muchas ocasiones es la que tiene más dificultades para mantener la normalidad en su relación con sus hijos. Estadísticamente, esta parte suele ser el padre.

Mucha de la legislación que existe en la actualidad se desarrolló con el objetivo de defender a la mujer, que era la parte más desprotegida en los casos de divorcio, sobre todo en una sociedad patriarcal y machista, que en la actualidad pervive en porcentajes inaceptables. Gracias a esta legislación necesaria, la mujer ha podido revertir en una gran parte una situación histórica de desigualdad e injusticia social. Sin embargo, muchos hombres han evolucionado en las últimas décadas y, aunque quede camino por recorrer, poco a poco, van asumiendo su responsabilidad en el cuidado y la educación de los hijos. En este contexto, hay todavía muchos hombres y también mujeres que se encuentran perdidos ante las serias dificultades que tienen para mantener la relación y conexión afectiva con sus hijos tras su divorcio, bien por razones de incomunicación, incomprensión, desamor o, incluso rencor y deseo de venganza de su pareja.

A esas personas este libro les puede servir de mapa para orientarse en su viaje. Las páginas que siguen no van a dar consejos legales, que en toda la parte afectiva del divorcio no tienen relevancia, pero sí sugerencias prácticas para superar las distintas barreras que van a ponerse para la normalización afectiva de una nueva relación entre el padre y la madre, ahora como individuos, y los hijos. ¡Hace once años me hubiera ayudado mucho haber tenido este libro en mis manos!

Alberto Lledó Macau

1. Introducción

Hablar de alienación parental hoy en día es entrar en un tema lleno de polémica ya desde su definición con el controvertido «SAP» o síndrome de alienación parental —definido por Gardner en 1985 como el «lavado de cerebro» que un progenitor ejerce sobre sus hijos con la intención de apartarlos del otro progenitor—, hasta su intervención o formas de gestionarlo, tanto judicialmente como emocionalmente.

Por eso, mi propósito no es incidir en el debate de si existe o no el SAP, ni en qué hacer judicialmente con aquellos adultos que intentan apartar a sus hijos de su padre o de su madre.

El objetivo de este libro es dar a conocer la situación, vivencias, preocupaciones y consultas que me han hecho llegar padres y madres con la única intención, si es posible, de aprovechar todo ello para ofrecer pautas, estrategias o únicamente soporte ante lo que ya podemos denominar hoy como un tipo de maltrato infantil de graves consecuencias. Es decir, llevar a cabo, de manera consciente o no, acciones, actitudes o comportamientos con el único objetivo de romper el vínculo afectivo de los hijos con uno de sus progenitores —incluida en muchos casos su familia extensa—, impidiendo finalmente, y en los más graves, cualquier tipo de contacto con los mismos, hasta que los niños dicen: «¡¡papá/mamá, te odio, no te quiero volver a ver!!».

En palabras de Tejedor, Molina y Vázquez (2013), «lo habitual de un niño alienado es que manifieste obsesivamente su odio hacia uno de sus progenitores. Hablará de él con desprecio y vocabulario soez. Le insultará sin que se revelen signos de culpa o remordimiento por esta conducta. El niño ofrecerá razones triviales para justificar este odio y rechazo… Aparece una clara falta de ambivalencia en el proceso post-ruptura, (que como sabemos es típica en los hijos tras la separación)».

En casi dos décadas, he podido ser testigo del sufrimiento, la impotencia y la rabia de numerosos padres —sí, cabe decir que en muchos más casos padres, aunque también he atendido a madres—, que sentían que les querían apartar de aquellos a los que más querían: sus propios hijos.

Aunque este es un libro para los adultos, hay que tener en cuenta que nuestro derecho de familia se centra o se basa en «el mejor interés del menor» y no en las buenas o malas acciones que llevan a cabo los progenitores, salvo cuando estos actos son perjudiciales o abusivos para los niños.

Remarco este hecho por la impotencia que he visto que sienten muchos progenitores al acudir al sistema judicial y darse cuenta de que su sufrimiento y su dolor parecen irrelevantes para el tribunal.

Solo alegar que tus hijos se han alejado de ti y que tu expareja lo ha propiciado no es suficiente para que el juzgador haga nada al respecto o, por lo menos, nada de lo que a ti te gustaría que hiciera.

De hecho, en algunas ocasiones, el sistema tiende a mantener el statu quo cuando oyen a los adolescentes reclamar sus derechos y sus necesidades: «¡¡No quiero ver a mi padre y nadie me puede obligar!!»; o si no aprecia elevado sufrimiento en los menores en ese momento; o si valora que el sufrimiento infantil es causado por ambos progenitores, al no considerar, además, en muchos casos, la alienación parental o las interferencias parentales como un tipo de maltrato infantil con consecuencias irreparables a largo plazo.

Como progenitores, recordad que el derecho de familia no se preocupará por vuestro sufrimiento, por lo que, si con este trabajo puedo ayudar a padres y madres que se encuentran en esta situación para que puedan sobrellevar su malestar y no pierdan definitivamente a sus hijos, el esfuerzo de plasmar lo que día tras día veo en mi consulta habrá valido la pena.

Con este objetivo, encontrareis un primer capítulo de contextualización de la problemática de la alienación parental y de las interferencias parentales.

Y posteriormente, en los siguientes capítulos, a partir de casos reales, se van describiendo las consecuencias cada vez más graves de las interferencias parentales, tanto para los hijos como para los progenitores rechazados. Se ofrecen a estos últimos pautas y estrategias para intentar no perder a los hijos y, sobre todo, para no decaer ni rendirse en este camino tan difícil en el que hay que rodearse siempre de personas que puedan ser un gran soporte tanto personal como profesional.

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