Diario de un ludópata

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Diario de un ludópata
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DAVID FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ

Diario de un ludópata

Cubierta y diseño editorial: Éride, Diseño Gráfico Dirección editorial: Ángel Jiménez

Maquetación: David San Martín

Diario de un ludópata

© David Fernández Fernández

© Éride ediciones, 2021

Espronceda, 5

28003 Madrid

ISBN libro electrónico: 978-84-15643-24-1

Diseño y preimpresión: Éride, Diseño Gráfico Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Dedico este libro a todas las personas que confiaron en mí, pero sobre todo a mi padre, que fue quien me dio ánimos desde el cielo en los momentos más difíciles de mi vida.

Gracias,

David Fernández.

Un jugador rehabilitado

Agradecimientos

Quería agradecer a mi padre la ayuda que me brindó desde el cielo en los momentos más difíciles de mi vida, al mostrarme el camino para levantar cabeza.

A mi madre, por estar siempre ahí para apoyarme, a pesar de todo lo que le hice.

A mi hermana Victoria, que a pesar de haberla dejado tirada en un momento muy duro para ella, poco a poco se ha dado cuenta de lo mucho que la quiero.

A Lorena, por haber cuidado de mamá mientras yo le clavaba cuchillos por la espalda. A todos mis primos, tíos y demás familia.

A mi ex novia, por enseñarme que valgo mucho, que puedo ser un gran padre y mejor persona.

A Félix, que junto a Nacho me ayudaron a superar momentos difíciles y con quienes he pasado muy buenos ratos.

A toda la familia de AGAJA: a Juan, Luis, José Antonio, Xe, Richard, Joaquín, Mónica, Ana Quintillán, Mónica, Sandra, Rebeca, Carlos, etc...

Al resto de amigos, a mis compañeros de trabajo y a todas las personas buenas que he encontrado en mi camino.

PRÓLOGO

UN PASO AL FRENTE

La vida, casi nunca es como uno espera que sea, siempre hay algo que nos hace verla de una manera distinta cuando vivimos un problema de envergadura. En este caso, cuando el problema es una adicción del calibre de la ludopatía, no solo cambia nuestra vida, sino que cambia de un modo drástico la de los demás, y, muy en especial, la de nuestro entorno familiar más cercano.

Normalmente el enfermo, hasta que descubre que realmente lo es, pasa por unas fases difíciles de asumir para él y complicadas de entender por su familia.

De manera habitual cuando sale a la luz el problema, este ya nos ha superado y apenas nos da margen para entender lo que está pasando.

Contar en este libro esas vivencias por parte de alguien que lo ha sufrido en primera persona es « un paso al frente», una forma de ayudar a otros para que puedan salir de una enfermedad que no entiende de edades, posiciones ni estatus social.

Este libro pretender ser un alegato a fomentar la autoayuda y conseguir superar la enfermedad como lo ha hecho él, en una asociación donde pasas de ser un bicho raro a una persona con un problema grave que hay que afrontar, asumir y solucionar.

No es fácil llevar adelante ese reto, no es fácil rehabilitarse, pero, evidentemente, poniendo los medios todo es posible.

Habla en primera persona, reconoce sus errores y pide disculpas por sus acciones, y al mismo tiempo sirve de pequeña orientación hacia las personas que como el, sufren una enfermedad condenada, marginada y que atenaza la mente de las personas.

La rehabilitación pasa por una serie de pasos que deben seguirse sin saltarse ninguno, solo esa es la manera de salir, y, al propio tiempo habla de recaídas (tan habituales y comprometidas), de la fe de la familia en la persona que quiere y de las complicadas relaciones sentimentales cuando se sufre una adicción Puede ser un libro de ayuda, puede ser una forma de liberación, puede ser una manera de agradecer todo el apoyo que ha recibido, pero sobre todo, para mi, es un homenaje a la madre que ha padecido por su hijo, a las horas sin dormir porque no le encontraba, a la angustia de verle caer en el pozo de la desconfianza y la desesperación, a esa misma madre que, después, ha sentido el orgullo de ver como la rehabilitación se ha instalado en la mente de David, para hacerle lo que es ahora, alguien comprometido, solidario y que mantiene su contacto con la asociación que le ha devuelto a la vida.

Con este libro da UN PASO AL FRENTE y ofrece una parte de si mismo en beneficio de otros que leyéndolo se sentirán identificados y, tal vez, recuperen la ilusión por una vida que es posible sin juego.

Máximo Enrique Gutiérrez Muélledes

Presidente de FEJAR

(FEDERACIÓN ESPAÑOLA DE JUGADORES DE AZAR REHABILITADOS)

INTRODUCCIÓN

Después de casi veinte años trabajando en centros de tratamiento para jugadores patológicos, me reafirmo cada día en que la Ludopatía no existe, lo que hay (viven y sufren) son personas con una situación adictiva.

No podría entender esta enfermedad desde el punto de vista teórico, no vería sus síntomas si no pienso en las personas que acuden a nuestro Centro. No tendría criterios diagnósticos sin ver las caras de Loli, de David y de muchos otros.

Dentro del tratamiento que les ofrecemos a nuestros pacientes, les recomiendo en un momento determinado realizar una introspección en sus vidas para determinar, o por lo menos resaltar, las vivencias que poco a poco van marcando su carácter y su evolución madurativa.

Cuando David me comentó que iba a realizar esta experiencia, una vez concluido su tratamiento, lo animé y apoyé porque aún siendo corta su existencia presuponía que era intensa y que necesitaba una visión retrospectiva para su alta terapéutica.

Lo que nunca pensé es que su compulsividad le llevara a realizarla en tan poco tiempo.

Me gustaría resaltar y acompañar a David en sus dedicatorias, que entiendo son las apropiadas por lo que hoy es.

Fernando, su padre, está presente hoy en día en la cara, la forma de ser, el corazón y en todas las vísceras de David; no hizo falta conocerlo para saber que era un gran hombre.

De Loli, su madre, sólo puedo decir que, aparte de hacer las empanadillas más ricas del mundo, desprende un afecto maternal y un cariño hacia los demás que consigue ponerme los pelos de punta y las lágrimas en los ojos. Loli, gracias por hacer que cada vez que te veo sea mejor hijo y creo que mejor persona.

Del resto de familia y personas que David menciona en su recorrido prefiero que veáis por vosotros mismos lo que supusieron para él.

A los que nos tocó acompañarlo en su proceso de rehabilitación nos damos por pagados con su situación actual. No sólo fue un paciente «original» sino que hoy es un compañero y un miembro activo de nuestro Centro.

Por último, recomendar a los lectores de este libro que no vean en él un manual sobre Ludopatía o una gran obra literaria, sino que entre líneas descubran el corazón y las vivencias de un gran muchacho.

Juan José Lamas Alonso

Director Terapéutico AGAJA (Vigo)

Esta historia está basada en hechos reales. Algunos nombres han sido sustituídos por otros para preservar la identidad de sus protagonistas.

MI INFANCIA

Hola a todos. Me llamo David Fernández Fernández y os voy a relatar cómo ha transcurrido mi vida desde que nací hasta nuestros días. En ella podréis ver cuántas cosas pueden suceder en 25 años; y cuántas experiencias es necesario vivir algunas veces para «aprender».

Tengo una familia que no la cambiaría por todo el oro del mundo; os iréis dando cuenta de por qué digo esto según vayáis avanzando en el relato de mi corta pero intensa vida.

Nací en Vigo hace 25 años. Mi madre se llama Dolores y mi padre, que en paz descanse, se llamaba Fernando. Tengo dos hermanas, María Victoria, dos años mayor que yo, y Lorena, a la que llevo doce.

Uno de los primeros grandes recuerdos de mi infancia fueron las vacaciones de agosto de 1987 a los Estados Unidos de América y Canadá. Visitamos Nueva York, New Jersey, Miami, Disney World, Florida, Pensilvania y las cataratas del Niágara en Canadá (os recomiendo que vayáis).

En mi retina todavía perviven los recuerdos de tan bellos y variados paisajes: el mundo mágico de Disney —el sueño de cualquier niño de cuatro años—, las enormes torres de la Gran Manzana, El acuario de Miami —con la orca Lolita— e infinidad de momentos que se sucedieron a lo largo de nuestro viaje.

Este viaje me marcó mucho, tanto por mi escasa edad como por ser las únicas vacaciones que he tenido con mi padre además de unas pequeñas vacaciones en Girona en casa de mi tío Miguel—. Fui siempre un niño tímido y retraído que se sintió humillado en el colegio, salvo por dos o tres amigos (Very, Bani y Ramón), con quienes hoy en día —gracias a Dios— sigo teniendo una gran amistad.

A los seis años me pusieron gafas y como siempre fui algo patoso, los compañeros me llamaban Steve Urkel, como el protagonista de la serie «Cosas de casa». Aunque por norma general estos insultos me resbalaban, la verdad es que me marcaron bastante.

 

Mis padres por aquel entonces tenían una pequeña empresa de

barnizados (con cinco empleados) por la que mi padre se sacrificó dejando un puesto de mantenimiento en Citröen muy bien pagado.

A mi padre lo que más le importaba en esta vida era sacar adelante a su familia, y lo hizo aprovechando las enseñanzas de su primo Freiría, unos de los mejores barnizadores «a muñeca» de Galicia.

A los diez u once anos empecé a echarle una mano cuando podía, sobre todo el fin de semana; así podía aprender un oficio que siempre me ha gustado. Aunque disfrutaba pasando con mi padre algún que otro sábado y domingo aprendiendo a usar la pistola y me sacaba unos dinerillos extra, solía protestar.

Muchos de esos sábados, después de ayudarle, íbamos a un bar, nos tomábamos algo y de vez en cuando mi padre metía la vuelta de la cuenta en la tragaperras. A mí me encantaba ver cómo jugaba, no sólo por el hecho de que estuviera jugando, sino por que me gustaba estar con él.

Mi padre me quería demasiado y me daba todo lo que podía. A pesar de sus buenas intenciones, no se percató de que aprendí a valorar muy poco el dinero.

Con doce años me compró mi primer ordenador, que apenas usaba para jugar —aunque os cueste creerlo—. Me encanta la informática, me gustaba programar, hacer las mil y una historias. En 1995 nació «de penalti» mi hermana Lorena. Al principio no quería ni hablar de ella, pero cuando nació no hacía más que jugar con ella.

Estando en octavo curso de E.G.B. empecé a sentir algo muy especial por Pilar, una chavala muy guapa de mi clase. Siempre pensé que tenía demasiado cuerpo para mí, por aquel entonces ya me infravaloraba, y estaba convencido de que nadie se fijaría en mí.

Pilar era una buena chica pero se había juntado con una gente que no le convenía y empezó a fumar con 12 años. Lo que yo sentía por esta chica era algo novedoso para mí y a veces no me dejaba dormir. Sólo lo sabíamos mi amigo Ramón y yo hasta que todo saltó a la luz y Pili se enteró.

Un día, Pili me dijo que yo también le gustaba pero que tenía novio y no quería dejarlo. Nos hicimos amigos, yo incluso empecé a fumar cuando estaba con ella para acercarme más. Unos meses más tarde cortó con su novio y un día, al salir de clase, se comentaba que su ex le quería dar una paliza, por lo que yo me ofrecí para acompañarla a casa.

Durante el trayecto hasta su casa nos encontramos con él y una pandilla de amigos suyos. Uno de ellos me cogió por el cuello y me empotró la cabeza contra una farola de metal. Estuve inconsciente unos segundos.

Cuando desperté, Pili me ayudó a levantarme y volví a casa. Me metí en cama sin decir nada y al día siguiente fui al cole, como si no hubiera pasado nada.

En clase, un profesor se fijó en que tenía la cabeza con sangre y no tuve más remedio que decir la verdad. Llamaron a mis padres y me cayó la gran bronca.

Pili y yo decidimos ser amigos, y aunque yo sentía algo más, tuve que aguantarme. Al acabar el curso cambiamos de instituto y nos dejamos de ver.

El cambio del colegio al instituto fue muy grande para mí. Al no conocer a nadie y ser tan tímido, mis comienzos me dieron más de un quebradero de cabeza.

Mis notas sufrieron un gran bajón, pasando de una media de «bien» en octavo a suspender cinco asignaturas en primero de B.U.P., debido a mi vagancia. Aunque soy bastante inteligente y se me quedan las cosas con un pequeño repaso, nunca me ha gustado hincar los codos.

En segundo de B.U.P. conocí a Sergio, uno de mis mejores amigos. Al principio me caía muy mal, pero lo fui conociendo poco a poco y nos hicimos inseparables. Sergio y yo éramos almas gemelas, los dos bastante tímidos.

Nos gustaba ir a la discoteca todos los fines de semana junto con Yago y Alberto, otros grandes amigos. Un día, Sergio conoció a una chica llamada Kathy. Era muy simpática, Sergio estaba loquito por ella.

Salíamos los tres juntos por ahí.

Poco a poco empecé a sentir algo especial por ella, algo que me recomía la cabeza, ya que era la novia de mi mejor amigo. Durante el año que estuvieron juntos me tragué mis sentimientos yo solito, sabía que Sergio confiaba en mí y no podía fallarle.

Era tal la confianza, que incluso los días que él no podía ir a la discoteca con Kathy me lo decía a mí para que fuese con ella si me apetecía.

Las cosas empezaron a ir mal y poco a poco se fueron distanciando hasta que llegó la ruptura. Yo agradecí a Dios que esta tortura se acabara. Nos distanciamos de Kathy, tanto Sergio como yo, y continuó nuestro nefasto año en tercero de B.U.P.

Ese año repetimos curso y nos pasamos al turno de noche en el instituto.

A mi padre no le gustó mucho el hecho de repetir el curso pero me dio otra oportunidad. Los fines de semana le echaba una mano en la nave.

En julio de 2001 entré definitivamente en la plantilla de la empresa y dejé los estudios. Trabajaba casi todos los días echándole una mano a mi padre para sacar la empresa adelante, y al salir de currar quedaba con Sergio y Cía. Dos meses más tarde saqué el carnet de conducir.

Empecé a llevar el Ford Escort de mi hermana. Nos íbamos a pasear con él y a recorrer Baiona y alrededores.

COMIENZAN LOS PROBLEMAS

Casi un año después me encontré con Kathy por la calle y entramos en una cafetería a tomar algo. Me planteó la posibilidad de vernos para ir a la playa y aproveché. En la playa quedamos con Félix y Nacho, hoy por hoy mis dos mejores amigos. Nos lo pasamos genial y empezamos a quedar más a menudo.

En febrero de 2003, mi padre me compró una furgoneta Fiat Scudo de ocho plazas. Empecé a hacer viajes con Kathy, Félix y Nacho. Nos recorrimos media Galicia, visitando Maceira, el castillo de Villasobroso, el de Monterrey, Allariz, Mondariz Balneario y muchos otros lugares. Cada vez mis sentimientos hacia Kathy se hacían más profundos. Durante este tiempo, yo trabajaba de noche.

A Sergio no le sentó muy bien que quedara con Kathy, pero le dije que no sentía nada por ella, que sólo éramos amigos.

Fue una lástima no haberle hecho caso, ya que esa relación sólo me iba a hacer daño. Recuerdo que ese verano vino a Cambados el grupo mejicano Maná, yo me gasté 50 euros en dos entradas.

Le dije a Kathy que me las habían regalado y que si quería venir conmigo. Me comentó que a su hermana le gustaba mucho más que a ella Maná y me dijo que por qué no la llevaba. Como no quería que sospechara que quería ir con ella, por lo que sentía, le dije que no me importaba y que iría con su hermana.

Como podéis imaginaros, no me hacía ninguna gracia ir con su hermana, pero dos días antes del concierto ocurrió el milagro, se torció el pie y pude ir con Kathy al concierto.

Nunca olvidaré ese concierto, nos lo pasamos genial. Me sentía en la gloria allí sólo con Kathy y más de 30.000 personas, coreando las canciones del grupo. Fueron las dos horas más largas de mi vida.

Esto tuvo sus consecuencias, ya que Sergio se enteró al día siguiente y se enfadó conmigo, pues a él le gustaba mucho Maná. Fue la primera discusión fuerte que tuve con él; estuvimos varios días sin hablarnos.

Durante unos meses, en los que Kathy estaba haciendo prácticas en una oficina de Turismo, iba a buscarla al trabajo y nos tomábamos unas cañas juntos o íbamos al cine.

Cada día que pasaba, mis sentimientos hacia ella iban creciendo. Un día, al salir del trabajo, quedé con Félix, que también trabajaba de noche, y le conté lo que sentía por ella. Me dijo que me olvidara de ella, que siempre era así con la gente pero que no valía la pena. A partir de este día la cabeza se me volvió loca.

Como no tenía valor para decirle las cosas a la cara a Kathy, le mandé un mensaje diciéndole que estaba loco por ella. Quedamos al día siguiente para hablarlo y me dijo que no sentía nada por mí, que sólo quería ser mi amiga.

La verdad es que no me comporté nada bien con ella, salía del trabajo y la esperaba en la puerta, la seguía y le mandaba muchísimas flores.

No podía entender un «no» por respuesta, mi cabeza estaba segura de que ella tenía la obligación de sentir algo especial por mí. Fui hasta su casa para intentar hablar con ella pero ni me miró; me dijo que no quería saber nada de mí.

Tal era mi desesperación que llegué a buscar una vidente en el periódico a la que acudí para preguntarle si Kathy sentía algo por mí.

La vidente no dudó un segundo en decirme que esa chica no sentía absolutamente nada por mí.

Recuerdo que también me dijo que iba a aparecer en mi vida una chica con la que tendría una relación de más de dos años que iba a terminar en pesadilla para mí. Una noche se me pasó por la cabeza el marcharme de casa para alejarme de Kathy y así olvidarme de ella.

Cogí la furgoneta y me marché camino de Madrid. Me pasé todo el día dando vueltas por la capital hasta que me di cuenta de que no pintaba nada allí y decidí volver a casa.

Al regresar, mi madre me Preguntó que por qué había hecho eso; en un principio no me atreví a decirle la verdad, me inventé una disculpa y logré convencerla. Por esos tiempos, creo que incluso empecé a tener un grave problema con el móvil: la factura no bajaba de 100 euros con tan sólo 20 años; algún mes creo que llegué a pagar más de 200, algo que alarmaba muchísimo a mi madre.

Yo le decía que había sido por el móvil nuevo, que me había bajado unos tonos y que no me había dado cuenta de lo que gastaba. Eso no era realmente cierto, utilizaba el móvil para todo, mandaba cincuenta mensajes diarios, estaba como un poseso…

Hubo una pequeña temporada en que las cosas parecía que empezaban a ir por su cauce. Sergio me había contado que Kathy le había hecho lo mismo a él, que no tenía corazón y que después de un año con él le había dicho que nunca lo había querido.

Llegó incluso a pasarse semanas sin comer, según su madre, por culpa de ella. Después de un tiempo, me encontré con Kathy en la playa, ella se acercó a mí y empezamos a hablar; en un principio le pedí perdón y nos fuimos de la playa a tomar algo.

Aunque esto no duró mucho, mi cabeza se imaginó que si había vuelto a dirigirme la palabra era por que estaba enamorada de mí.

Al día siguiente le mandé un mensaje en el que le decía lo muy felices que podíamos ser si dejaba que le demostrase todo mi amor. Ella, como es normal, se enfadó conmigo y me volvió a mandar al cuerno.

Otra vez mi cabeza me jugó una mala pasada; cogí el coche y me marché. A la altura de Benavente, me llamó mi madre y me dijo que dónde estaba, empecé a llorar y le dije lo que estaba haciendo. Ella me pidió por favor que volviese a casa y que hablase con ella, que me llevaría a un psicólogo si hacía falta para que me ayudase.

En Benavente cogí la A-6 dirección Coruña. Volví a Vigo después de hacer más de seiscientos kilómetros en menos de tres horas y media. Al llegar a casa le conté a mi madre lo que me pasaba con Kathy. Ella decidió llevarme a un psicólogo.

A la semana siguiente fui con mi madre a un psicólogo de familia.

Tras la primera terapia me sentí tan bien que le mandé un mensaje a Kathy pidiéndole perdón por cómo me había comportado. Pero esto no duró mucho tiempo, pasaron los días y seguía con la idea en la cabeza de que era la chica de mi vida.

Tanto es así que intenté conquistarla otra vez mandándole un ramo de flores con un osito de peluche.

Ella me llamo dándome las gracias por el ramo, pero diciéndome que no quería saber más de mí, que ella sólo quería ser mi amiga y yo no podía.

Al día siguiente intenté quedar con ella para tomar algo, pero me llevé una sorpresa: Kathy no me cogía el teléfono. Fui hasta su casa para intentar hablar con ella pero ni me miró; me dijo que no quería saber nada de mí.

Cada vez que miraba alguna pareja besarse por la calle me sentía fatal.

«¿Por qué no podía yo tener pareja?», pensaba para mis adentros. Esto hizo que mis ganas de desaparecer e iniciar una nueva vida volvieran a rondar mi mente.

Se me rompieron todos los esquemas, me pasaba todos los días en la puerta de su casa intentando hablar con ella; estaba fuera de mí. Una noche de nuevo se me pasó por la cabeza el marcharme de casa para alejarme de Kathy y así olvidarme de ella. No lo dudé ni un instante.

 

Cogí 200 euros de la caja de caudales de mi padre y preparé mis cosas.

Me escapé de casa, sin rumbo, dejándoles una nota a mis padres. Fui a Madrid. Después de vaguear por la ciudad me fui a una pensión en el centro y comiéndome la cabeza, decidí marcharme a Roma. A la mañana siguiente cogí el primer avión. Tan pronto llegué a Roma, me subí a un taxi que me cobró 60 euros por hacer diez kilómetros.

Ese mismo día me robaron toda la pasta que tenía. Me quedé en Roma con tres euros. Estuve todo el día paseando, pensando cómo iba a hacer para volver a Vigo, ya que no tenía ni idea de italiano y no tenía dinero. Compré un poco de pan y algo de beber y me quedé sin nada de dinero.

Al anochecer encontré un hotel español y pedí en recepción hacer una llamada a España. Llamé a mi padre, que alucinó en colores cuando le conté dónde estaba y que no tenía ni un céntimo. Le pedí por favor que me mandara dinero para poder volver a casa.

Me pasé toda la noche durmiendo en un banco del aeropuerto de Roma. Creo que fue la noche más larga de toda mi vida. Por la mañana cogí el primer avión hacia Madrid. El camino hasta Vigo se me hizo eterno pensando en lo que le iban a decir a mis padres cuando llegara.

Ese mismo día me senté con mi madre y le conté lo que me pasaba, lo que sentía por Kathy que no me dejaba dormir. Mi madre decidió llevarme a otro psicólogo, al que no hice ni caso.

Días después mi vida se normalizó un poco hasta que me encontré con Kathy en un bar y se acercó como si nunca hubiera pasado nada. Me volvió a romper completamente los esquemas, empecé a quedar otra vez con ella y con Félix.

Esto me volvió a generar unos pensamientos hacia ella que no me dejaban vivir. Cometí el mismo error y volví a apabullarla con mensajes diciéndole lo mucho que la quería y que no podía vivir sin ella.

Kathy dejó de hablarme nuevamente. Un día le pedí a mi padre un fin de semana para ir a Madrid, a la Warner BROS. Mi intención no era otra que irme a la firma del nuevo disco de Mago de Oz (Gaia). Estuve más de quince horas en una cola en pleno abril a 35 grados en la Puerta del Sol de Madrid, y acabé chamuscado. Entre el disco y la gasolina, el gasto ascendió a unos 200 euros.

Cuando llegué a Vigo, ni siquiera me fui a dormir, sino directamente a casa de Kathy. A las nueve, cuando salió de casa, le di el disco y me fui. Kathy me llamó a los diez minutos alucinando por el regalo que le acababa de hacer.

Me volvió a perdonar, hasta que la fastidié otra vez con el móvil y los SMS. Mi madre volvió a llevarme a un psicólogo y yo seguí sin hacerle caso.


Una de las cartas a mis padres.

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