Coma

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―Venga, va ―respondió intentando no parecer demasiado entusiasmado―. No me vendrá mal para quitarme el estrés de encima.

Jugaron durante horas hasta que se hizo de noche. La madre de Marcos le ofreció cenar en su casa, pero Tomás rechazó con amabilidad la oferta. Ya bastante hacían permitiéndole estar tanto tiempo consumiendo su electricidad como para que, además, consumiera su comida.

Antes de despedirse, la madre de su amigo le preguntó, a modo de broma, si habían estudiado mucho. Todos se rieron con el comentario, pero lo cierto era que a Tomás le dio la sensación de que la mujer le había soltado una pulla, ya que no habían abierto un libro siquiera.

«Teníamos que haber fingido al menos que íbamos a estudiar un poco… Coño».

Finalmente se despidió de todos con cierta vergüenza y se dirigió a su casa, meditando sobre todo lo que había sucedido en los últimos días. Al principio todo fue normal, simplemente un muchacho caminando por la carretera de noche, pero allá por la mitad del camino lo invadió una sensación extraña. Se sentía profundamente observado. Era algo tan real que, pese a que no había nadie, parecía que alguien estaba muy cerca, mirándolo fijamente. Miró nervioso a su alrededor para comprobar que no había nadie, pero esa sensación le estaba incomodando mucho. Sin darse cuenta, comenzó a avanzar a grandes zancadas, recorrió unos metros más y la sensación no se desvanecía, cosa que lo empezó a asustar. Para cuando se dio cuenta estaba corriendo a toda velocidad, hasta que por fin llegó al terreno de su casa. Una vez allí, se detuvo en seco para tomar aire, estaba sofocado. Metió la llave a toda prisa en la cerradura y dio un portazo al cerrar la puerta a sus espaldas. En cuanto sintió el suelo del pasillo bajo sus pies se sintió inmediatamente aliviado.

«Voy a tardar en volver a estar tranquilo de nuevo…».

Su madre estaba en el salón viendo la tele. No sabía exactamente qué era lo que estaba mirando, pero o bien no escuchó el portazo o directamente le había dado igual.

Tomás se acercó y se sentó a su lado.

―Perdona por hablarte así por la mañana ―le dijo con tono dócil. Todavía estaba arrepentido por la discusión.

―Tranquilo, sé que estás raro últimamente ―respondió comprensiva―. ¿Te ha pasado algo?

Tomás estuvo a punto de contarle todo, lo del aullido, la cueva y el hombre encapuchado. Las ganas que sentía de desahogarse le podían. Lo tenía en bandeja de plata, solo tenía que contárselo a su madre y el asunto estaría en manos de otro. Ella llamaría a la policía y todo solucionado.

―Los exámenes, estoy un poco agobiado este trimestre ―respondió poco convencido, pero había colado.

―Pues no te preocupes, que con lo que estudias seguro que apruebas todo. Además, Marcos es muy listo. Pídele ayuda si te hace falta.

―Ya, hoy mismo fui a su casa a que me explicara unas cosas de inglés.

―Pues no le des más vueltas. Tú céntrate y no te desesperes.

«Me arrepentiré de esto».

Capítulo 5:

2 de diciembre de 1996

Ya era Domingo y Tomás había aprovechado la mañana entera para adelantar trabajo de clase. En la escuela no solía hacer mucho caso porque los profesores eran incapaces de lograr que prestase atención durante más de cinco minutos seguidos. Lo hacían todo tan exageradamente aburrido que le resultaba imposible, por no hablar de que a todos le molestaba que los alumnos no escribieran en sus libretas mientras daban la explicación, pero lo cierto era que uno puede copiar o atender, pero las dos cosas a la vez no. Es preferible atender y tener la libreta en blanco que copiar y no enterarte de nada de lo que has escrito. Por desgracia para Tomás, cada vez que intentaba prestar atención terminaba pensando en sus cosas y, al final, ni copiaba ni atendía. Marcos en cambio era otra historia. El tío no rascaba bola y apenas escribía un par de frases en su libreta, pero la mayoría de las cosas o ya las sabía o las entendía a la primera. A veces podía ser un completo idiota, pero había que reconocerle que en asuntos académicos era implacable. Por lo menos Tomás tenía la fuerza de voluntad de ponerse a estudiar y organizar sus apuntes, si es que los había, con bastante antelación en su propia casa. El noventa por ciento de su nota se debía al trabajo que hacía ahí y el diez por ciento restante en la escuela, que ya era mucho decir. No era lo más recomendable ni tampoco lo más efectivo, pero hasta ahora le había funcionado y con eso era suficiente. Por esa razón le dedicó la mañana entera de un domingo a resumir temario y hacer esquemas de fórmulas matemáticas. Durante la faena apenas había pensado en los sucesos recientes que lo tenían histérico. El haber hecho entrar en razón a Marcos le había quitado un peso enorme de encima. La noche anterior casi se lo cuenta todo a su madre, pero se había levantado optimista y estaba casi convencido de que todo quedaría en un mal recuerdo, aunque lo cierto era que había sido interesante. Lo pasó mal, pero una vez terminado todo, se sentía incluso orgulloso de haber pasado por aquello, como cuando sufres mucho para preparar un examen, pero una vez que lo acabas te alegras de haberlo hecho porque al final todo ha salido bien.

Ya era la hora de comer, así que Tomás y su madre se sentaron en la mesa de la cocina, como de costumbre. Matilde había preparado arroz con atún, un plato que se le daba genial. Tenía un sabor exquisito, imposible de igualar. La madre de Marcos, en cierta ocasión en la que Tomás fue a comer a su casa, quiso imitarlo, y al final estaba bueno, pero ni se le acercaba al que hacía la suya. Era como conformarse con bronce después de haber pasado toda la vida encontrando oro.

Mientras engullía la comida como si no hubiera un mañana le preguntó a su madre:

―¿Papá llega el jueves?

―Correcto ―respondió a la par que se metía el tenedor en la boca―. Vamos a ir al cine por la noche, así que te dejo para que vigiles la casa.

―¿En serio? ―A Tomás no le hizo mucha gracia que el primer día que podía ver a su padre ya hubiesen acordado un plan que lo excluía―. ¿Nada más llegar? ―protestó enfadado.

―Tranquilo ―dijo con tono conciliador―. Estarás con él todo el día y el viernes podremos aprovechar el día entero para hacer algo juntos.

―Pero por la mañana sabes que tengo clase. ―Desde luego no le parecía justo. Su opinión siempre era la última a tener en cuenta en esa clase de asuntos. Primero el resto y después Tomás.

―Ya lo sé, pero cuando vuelvas, él ya estará aquí. ―Por su tono de voz, parecía que no estaba muy convencida de lo que decía, como si se intentara escabullir de alguna manera.

―Pff ―bufó después de tragar un bocado de arroz. No valía la pena seguir hablando de ello, al final lo único que iba a conseguir era discutir de nuevo y acabar mal, aunque en cierto modo lo entendía. Ellos necesitaban su momento de intimidad también―. ¿Y cuánto tiempo se quedará?

―Tres meses y una semana ―respondió sin levantar la vista del plato.

―Está bien ―aceptó con desgana―. Pero para la próxima esperad a que pase al menos un día antes de darme de lado.

Matilde estaba de buen humor y el muchacho tampoco había hecho el comentario para provocar, así que siguieron comiendo con tranquilidad y, para suerte de ambos, no hubo discusión alguna.

El reloj marcó las cinco en punto y Tomás decidió sacar a pasear a Duke por la zona. Al salir por la puerta, vio por el vecindario a Unai, un niño de ocho años que vivía a un par de casas de la de Tomás. Estaba jugando en el jardín con otros dos niños que probablemente serían amigos suyos. Al verlos jugar en el jardín se le ocurrió llamar a Marcos para que se fuera con él, así que se dirigió a su casa. En un principio iba a ir solo por lo del día anterior. Después de haberse pasado una tarde entera jugando a videojuegos, cuando supuestamente iban a estudiar, quizás había manchado un poco su reputación. En cambio, esta vez iban a dar una vuelta al aire libre, con lo que no debería haber ningún problema.

Una vez en la casa de su amigo llamó dos veces al timbre, como solía hacer. Fue su madre la que abrió la puerta.

―Hola Tomás ―saludó sin mucho entusiasmo.

―Hola ―respondió con cierta timidez―. Venía para ver si a Marcos le apetecía venir conmigo a pasear a Duke, dar una vuelta y tal. ―Esbozó la mejor sonrisa que pudo, forzándola más de la cuenta. Un poco más y comenzaría a temblarle el labio superior de forma incontrolable.

―Lo siento, pero está enfermo ―dijo con sequedad―. Esta mañana se levantó con migrañas. ―Lo decía con cierto tono de reproche mientras lo miraba imparcial―. Si no jugase a tantos videojuegos a lo mejor estaría bien.

«Joder, al final sí que estaba molesta».

―Vaya, lo siento mucho. Fue culpa mía por haber venido ayer ―reconoció para intentar arreglar la situación y mostrar cierto arrepentimiento―. Íbamos a estudiar inglés y al final nos distrajimos de más.

―Ya me di cuenta, pero ahora ya da igual. ―Sus palabras eran frías como el hielo.

―¿Puedo ir a verlo?

―Es mejor que no. Está durmiendo. ―Había algo en su tono que le daba a entender que no era del todo cierto, pero no quiso discutir más y optó por fingir que se lo creía.

―Ah, vale. Pues dele saludos de mi parte. Y que se recupere pronto ―añadió mientras daba un par de tironcitos a la correa de Duke para indicar que ya se iba―. Adiós.

La mujer cerró la puerta sin despedirse.

«Será borde y bipolar. Luego bien que sonreía cuando cargaba sus bolsas del súper».

Mientras caminaban por la acera se dio cuenta de lo ridículo que había sido su comportamiento la noche anterior, corriendo desde la casa de Marcos hasta la suya como un pollo descabezado. La oscuridad y el miedo le jugaron una mala pasada. La avenida de los Olmos era un lugar muy radiante y tranquilo por el día. Nunca solía suceder nada y todos se conocían desde hacía años. Definitivamente estaba de los nervios y, en cierto modo, tenía excusa para haber actuado así, pero todo iba a cambiar desde ese momento. Se acabaron las cuevas, los hombres extraños y todas esas aventuras. Había llegado el momento de relajarse.

 

De repente se dio cuenta de que se estaba dirigiendo al bosque inconscientemente. Ya estaban apenas a unos pasos de los caminos de tierra que conducían a su interior. Eso le había pasado por la costumbre de llevar a su mascota casi siempre por los mismos lugares. Tenía que haber ido en dirección contraria y seguir por la carretera que conducía al pueblo, donde estaba la civilización, para luego poder volver al vecindario cuando fuese más tarde, pero no lo había hecho. Al darle tantas vueltas a sus pensamientos ni siquiera se había dado cuenta de hacia dónde iba, aunque lo cierto era que a Duke le gustaba mucho más el bosque que el pueblo. Con los coches y todo el ruido, el animal se ponía algo nervioso y, ciertamente, Tomás también. Era más probable tener un accidente y la zona en sí no era tan atractiva. El mundo rural siempre le había agradado mucho más.

Mientras se planteaba volver sobre sus pasos se dio cuenta de que un par de personas salían de los caminos. Eran una pareja de ancianos que vivían en el vecindario, unas cuantas casas más lejos de la de Tomás. Seguramente volvían a su casa. Los conocía de vista y poco más, apenas habían cruzado palabras en toda su vida, pero en cuanto lo vieron acercarse, le hablaron.

―Hola Tomás ―dijo la anciana con alegría. El chico no esperaba que lo llamasen por su nombre―. ¿Estás de paseo?

―Sí ―respondió sonriendo e ignorando el hecho de que la pregunta era de lo más estúpida―. Voy con mi perro por ahí. ―Señaló con la cabeza hacia el bosque al decir aquello.

―Hoy se está muy bien. ―Esta vez hablaba el señor―. Últimamente hace mucho frío, pero hoy, la verdad, es que apenas se nota.

La conversación duró varios minutos: le preguntaron qué tal le iba en los estudios, si ya tenía novia e incluso mencionaron a Marcos, a lo que Tomás tuvo que responder que estaba enfermo y resumirle toda la historia, omitiendo ciertos detalles que, por razones obvias, no convenía mencionar. Finalmente se despidieron, dejándolo a él y a su perro a solas de nuevo, enfrente de los caminos. Le sorprendió la capacidad que tenía la gente mayor para aparentar no enterarse de nada y al final saberlo todo de cualquier persona que los rodeaba. Tomás ni siquiera sabía sus nombres y ellos parecían que lo conocían de toda la vida. En cualquier caso, ver a esos dos ancianos salir del bosque sin ninguna preocupación le dio coraje. Se convenció de que no pasaría nada si iba por senderos cercanos, siempre y cuando no profundizase demasiado en ellos, y decidió continuar.

«Todavía es de día. No estamos lejos de casa y hemos ido por aquí cientos de veces. Por hoy nos arriesgaremos».

―Vamos allá Duke, pero en media hora volvemos ¡eh! ―A veces decir las cosas en alto calmaba su conciencia, incluso si no había nadie con quien hablar.

Su perro respondió con un ladrido y tomó la delantera con entusiasmo, como era habitual. Tras recorrer unos cuantos pasos, Tomás le quitó la correa y dejó que caminara en libertad. Tomaron uno de los caminos más superficiales del bosque, en donde había bastantes claros que filtraban la luz del sol. Incluso se podían ver las casas del vecindario desde uno de ellos. Aquel lugar era perfecto, no tenía intención de adentrarse más. Ahí se estaba bastante tranquilo y meterse de lleno en el bosque no formaba parte de sus planes. Después de lo sucedido tardaría una buena temporada en recuperar la confianza en ese lugar, no había por qué tener prisa.

Durante un buen rato decidió matar el tiempo tirando palos a lo lejos para que su perro se los trajera, hasta que uno de ellos, que estaba lleno de babas, manchó la manga de su jersey.

―Hostia Duke, eres un baboso ―protestó mientras se frotaba. El perro parecía que se reía mientras lo miraba limpiarse las babas. Siempre tenía el aspecto de como si todo le hiciese gracia. Era muy risueño.

Tomás se sentó en lo alto de una roca bastante imponente que había por la zona e intentó limpiarse la manga con unos pañuelos que tenía guardados en uno de los bolsillos de sus pantalones. El cielo se veía perfectamente desde ahí y el muchacho acabó tumbándose boca arriba sobre la monumental piedra. Era bastante lisa, con lo que no le hacía daño en la espalda. Además, el jersey era muy grueso, así que funcionaba a modo de colchón. Por un momento parecía que el tiempo se había detenido por completo. Estaba mirando las nubes con una calma y una serenidad que no sentía desde hacía mucho. De vez en cuando se incorporaba para comprobar que Duke estaba bien y luego se volvía a tumbar para seguir soñando despierto y contemplar el cielo.

«Que pena que Marcos no esté aquí».

De repente, el perro empezó a gruñirle a algo y Tomás se incorporó rápidamente.

―¿Qué te pasa chico? ―preguntó desconcertado.

Estaba gruñéndole a unos arbustos, pero no podía saber porqué. Seguramente no era más que una persona que estaba caminando por detrás, pero Duke empezó a ladrar como loco y se adentró a toda velocidad en el camino por el que habían venido.

―¡Oye, ven aquí Duke! ―gritó mientras bajaba de la roca tan rápido que casi se cae de cabeza. El perro nunca había dado problemas, pero si se le ocurría morder a alguien se metería en un lío tremendo. Denuncias aseguradas y un posible sacrificio del animal si la cosa era grave.

Corrió apresuradamente hacia donde había ido Duke, guiándose por los ladridos. Rodeó el arbusto que le impedía ver y torció la esquina mientras derrapaba con su pierna derecha, hasta el punto de tener que apoyar una mano en la tierra para no caerse de bruces.

―Te dije que veng…

Lo que vio que ese momento le paró el corazón durante unos segundos. Su perro estaba ladrando justo enfrente de él y delante estaba el hombre encapuchado. Era el mismo de la foto, con su abrigo negro y la cara tapada. Tomás estaba paralizado. No le salían las palabras. En cambio, Duke ladraba muy fuerte hacia el hombre, que se limitó a quedarse quieto hasta que, en un momento dado, habló.

―Dile a tu perro que se calme ―ordenó con una voz tranquila pero severa.

Tomás seguía de piedra, incapaz de moverse. El miedo lo había poseído por completo. Ver a ese tipo aparecer tan de repente le parecía surrealista. No podía ser cierto. Tenía que estar soñando. Ni siquiera se había levantado de la cama. Estaba tan obsesionado con la fotografía que ya soñaba con ese hombre.

―¿No me has oído? ―preguntó el individuo con impaciencia.

Fue después de esa pregunta cuando espabiló y se dio cuenta de que todo era muy real. No estaba durmiendo, sino que se encontraba en el bosque, hablando con el tipo que los había seguido hasta esa cueva y cuya presencia fue descubierta por pura casualidad en una fotografía.

―S… sí, ya va, ya va ―tartamudeó con la cabeza baja mientras le colocaba la correa a Duke. No se le ocurrió una respuesta mejor y fue incapaz de disimular su nerviosismo, cosa que lo puso todavía más nervioso. La incertidumbre de lo que pasaría a continuación podía con él.

En cuanto Tomás se acercó al animal, este dejó de ladrar, pero seguía mirando al misterioso hombre fijamente. Las pulsaciones del chico pasaron de cero a cien en apenas unos segundos, incluso le costaba respirar. No sabía qué hacer, se planteaba la idea de salir corriendo y pedir auxilio, pero no lo veía muy viable. Cuando creía que todo iba a ir a mejor, le sucedía esto y la realidad de daba un gélido bofetón para que no se acostumbrase a la buena vida.

―Os vi el otro día. ―Él ocultaba su rostro tras una capucha, como si tratase de esconder algo. Le hablaba desde la sombra.

―¿A mí? ―preguntó, después de unos segundos callado, sin terminar de creerse lo que le estaba pasando.

―A ti, a tu perro y a tu amigo. ―Sus palabras caían como piedras encima de Tomás, que cada vez se sentía más impotente.

―Yo no…

―Ni se os ocurra volver a esa cueva ―interrumpió elevando el tono―. Por vuestro bien.

―¿Pero qué? ¿Por qué? ―No entendía nada de lo que pasaba. ¿Acaso ese hombre sabía algo al respecto?

―No sabéis donde os estáis metiendo ―continuó―. Ese lugar es muy peligroso y no tiene nada que pueda interesar a dos muchachos como vosotros. ―En su voz se percibía cierta lástima, oculta en un aura de severidad―. Simplemente no volváis.

Un ápice de valentía había nacido en el interior de Tomás, quizás por el hecho de que fuese de día o porque simplemente se dio cuenta de que ese hombre, que hasta hacía poco lo aterrorizaba, resultaba ser alguien de carne y hueso después de todo.

―¿Y qué hacía usted ahí? ¿Acaso nos vigilaba?

―Os vi de casualidad salir del sendero. Este bosque no es seguro, chico. Quizás os encontréis con un animal peligroso algún día. Mantente en los caminos o directamente no vengas aquí.

―Yo no quería ir ―contestó, intentando justificarse―. Mi perro se escapó y… ―En el fondo sabía que tenía razón.

―Pues no volváis a ir ahí. ¿Me has entendido?

―Sí señor ―respondió derrotado.

El hombre comenzó a caminar, pasando a su lado sin decir nada más. Duke se apartó con precaución, sin quitarle el ojo de encima. Se podía apreciar que era una persona de avanzada edad, quizás de unos cincuenta años. No era viejo del todo, pero tampoco joven. La capucha que llevaba puesta no dejaba ver mucho más, pero por las canas blancas que tenía en su barba, acompañadas de unas cuantas arrugas, se podía intuir que tenía razón desde el principio y que el hombre era mayor, aunque menos de lo que pensaba.

Tomás se quedó con las ganas de preguntarle un montón de cosas, pero no le salían las palabras. Permaneció quieto, mirando cómo se alejaba despacio por el camino, dejándolo atrás.

«Al final era un tío normal… Más o menos».

Transcurrieron un par de minutos en los que el chico se quedó embobado en medio del sendero, pensando en lo que acababa de suceder, hasta que por fin decidió seguirlo. Quería preguntarle quién era y saber al menos por qué se preocupaba por ellos. Sin embargo, ya le había perdido la pista, así que decidió seguir sus pasos, para ver si con suerte daba con él de nuevo. Duke llevaba la delantera, era un buen rastreador, pero Tomás no sabía hacia donde lo llevaba. Podía estar siguiendo el rastro del hombre o quizás lo estaba conduciendo hacia algún otro lugar en el que alguien estaba haciendo una barbacoa o algo similar, pero como no tenía otra alternativa, decidió confiar en su perro. No se habían metido muy de lleno en el bosque, de hecho, estaban regresando, hasta que al final acabaron llegando a la bifurcación de caminos que ya conocía con anterioridad. Duke se adentró en uno de ellos, el más pequeño y frondoso de todos, y aunque Tomás había pasado por esa zona infinidad de veces nunca llegó a adentrarse por ese sendero en concreto. La accesibilidad era mala y le sorprendió que, después de tantos años, nunca hubiese tenido interés en ir por ahí. Como decía el dicho, mejor tarde que nunca. A los pocos pasos empezó a pensar que quizás no era una buena idea, pero algo le impulsaba a seguir, algo que no llegaba a comprender. Su forma de actuar era más propia de Marcos que de él. Quizás en el fondo ambos eran igual de aventureros y cuando faltaba su amigo no tenía a nadie que le diese el impulso para hacer las locuras que solían hacer más que él mismo. El sendero era muy poco transitable, había arbustos, ramas y charcos por todas partes, resultaba muy difícil avanzar, pero finalmente lo encontró. El hombre encapuchado estaba entrando en una cabaña. Es curioso lo cerca y a la vez escondido que estaba ese sitio. Era la primera vez en la vida que lo veía. Tomás se quedó un rato observándola, fascinado. Se veía luz en su interior, con lo que dedujo que quizás fuese su hogar. No estaba tan alejado del vecindario como parecía, pero sí estaba lo suficientemente oculto como para pasar desapercibido para todo aquel que no supiese de su existencia.

«¿Sabrán los demás que este hombre vive aquí?».

Pasó un buen rato observando la cabaña tras la maleza, hasta que se dio cuenta de que empezaba a oscurecer, así que optó por regresar a su casa. Durante el camino de vuelta se hizo a sí mismo muchas preguntas: ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué nunca había oído hablar de él? ¿Qué se traía entre manos?

 

«Tengo que contárselo a Marcos».

Capítulo 6:

4 de diciembre de 1996

El día anterior Marcos no fue a clase, posiblemente por las migrañas, así que Tomás se tuvo que quedar con las ganas de contarle lo sucedido. No quiso ir a su casa de nuevo por si su madre seguía enfadada con él. No había por qué tentar a la suerte. No fue hasta el martes cuando por fin estuvo de vuelta, cosa que lo sorprendió, ya que no había ido en el autobús. Lo trajeron en coche apenas unos instantes después de que todos los alumnos hubiesen entrado y apareció caminando por el césped con cara de demacrado. Tenía unas ojeras considerables y el color de su piel estaba más pálido de lo habitual, pero dentro de lo que cabe, se le veía bien. Pese a que el timbre ya había sonado se dio la vuelta y fue a hablar con él.

―¡Hombre, cuanto tiempo! ―gritó mientras le daba una palmada en el hombro, quizás demasiado fuerte. Debía tener más consideración con él, puesto que no sabía cuán débil podía estar.

Su amigo sonrió levemente.

―Lo cierto es que sí ―añadió con voz suave―. Ya hacía tiempo que no te veía ese careto que tienes. ―Después de una pausa comenzó a sonreír. Dijo que bien estaba.

Ambos se rieron por el comentario.

―Me alegra que estés bien tío ―respondió con alegría. La ausencia de Marcos se notaba demasiado, especialmente durante el recreo, ya que, exceptuándolo a él, prácticamente no tenía amigos. Había unos pocos compañeros de clase con los que a veces intercambiaba alguna que otra palabra, pero poco más. El único al que podía considerar como un amigo era él, aparte de Duke, claro está.

―Eso de bien es discutible ―protestó, poniendo una mueca mientras se frotaba la sien―. Al menos no me estoy muriendo en la cama.

―¿Fue duro entonces?

―Tenía la cabeza como si me fuera a explotar. ―Parecía recién levantado. Tenía los ojos entrecerrados, como si le molestase la luz. Ahora que se fijaba, quizás no estuviese tan bien como parecía en un principio.

―Fui a visitarte ―comentó tratando de que no sonara a reproche―, pero tu madre me dijo que no te molestase, que estabas durmiendo.

―Lo sé ―respondió con una media sonrisa.

―¿Te lo dijo? ―preguntó confuso. Creía que no le diría nada al respecto.

―No. Ya estaba despierto cuando llamaste, pero estaba tiradísimo en la cama y pensaba que te dejaría pasar.

―Hija de… o sea, perdón, pero me dijo que… ―Por un momento se dejó llevar, olvidando que la persona de la que estaban hablando era su propia madre. Marcos no era de los que se ofendían con facilidad, pero casi se le va la lengua, y si se enfadase, sería con razón.

―Tranqui ―interrumpió mientras le hacía un gesto con la mano para quitarle importancia―. Tiene sus prontos, pero le caes bien, así que no te preocupes. Además, ¿ya estoy aquí no? ¡Pues ale, a vivir la vida! ―Pese a su condición, era capaz de fingir euforia, aunque se le notaba que todavía necesitaba algún día más de reposo. Conociéndolo, seguro que había insistido en ir, incluso sabiendo que todavía se encontraba mal. A veces ni el propio Tomás entendía lo que le pasaba por la cabeza a su amigo.

―Hay algo que tengo que contarte ―dijo por fin con un tono mucho más grave. Necesitaba saber qué opinaba. Marcos se puso serio―. Tranquilo ―continuó Tomás―. Creo que es una buena noticia, pero seguro que te interesa. ―No quería preocuparlo más de la cuenta, al fin y al cabo, no era más que una anécdota curiosa―. No es nada malo.

―Cuéntame ―dijo sin perder la expresión de seriedad, como si no se fiase totalmente de sus palabras.

―He visto al hombre de la foto ―anunció finalmente―. El de la capucha.

Su amigo se puso tenso.

―¿Cómo que lo has visto? ―preguntó con una preocupación más que notable.

―Fui a pasear a Duke por el bosque y me lo encontré en un camino.

―Per…

―Déjame acabar. ―Esta vez lo interrumpió él―. Me dijo que nos vio el otro día, donde la cueva. Me advirtió que no nos acercáramos por ahí de nuevo. Según él es peligroso.

Su amigo se quedó mudo, esperando que Tomás añadiese algún otro matiz a la historia, un detalle que fuese la clave para obtener algún tipo de respuesta milagrosa que sea capaz de satisfacer la curiosidad de ambos, pero como no dijo nada preguntó decepcionado:

―¿Nada más?

―Estaba acojonado ―reconoció de inmediato―. Quise preguntarle más cosas, pero no fui capaz en su momento, así que lo seguí un rato después. ―Mientras hablaba, Marcos escuchaba con atención―. ¿Sabías que hay una cabaña en el bosque? ―preguntó sin esperar una respuesta―. Pues es donde vive, o eso creo. Decidí seguirlo y lo vi entrar en ella. Hasta encendió las luces y todo, pero volví a casa porque ya era casi de noche.

―¿Y qué hacía en la cueva aquel día? ―preguntó intrigado. Era la misma cuestión que se había planteado Tomás en su momento.

―Cierto ―añadió―. Se me olvidó decírtelo. Al parecer nos vio salir del camino y bajar hacia allí cuando íbamos detrás de Duke.

―No recuerdo haber visto a nadie ―respondió, sospechando de la versión que le estaban contando.

―Yo tampoco, pero no íbamos muy atentos precisamente. ―Al parecer, ambos pensaban igual con respecto a ese asunto. Cuanto más vueltas le daba, menos convincente era la versión de que los había visto de casualidad. Estaba seguro de que ese hombre ocultaba algo.

―Todo esto es muy raro. ―Marcos no parecía en absoluto convencido―. Me gustaría hacerle tres o cuatro preguntas.

―Y a mí, por una vez estamos de acuerdo. Si quisiera hacernos daño ya lo habría hecho, e incluso me advirtió de que era peligroso, solo que me parece raro que haya sido tan directo. ―Tomás estaba molesto por no haber tenido agallas en su momento y haberle preguntado más cosas. Si en vez de quedarse quieto en medio del camino hubiese actuado como un hombre seguramente tendrían respuestas para todas las preguntas que estaban surgiendo―. A mayores comentó algo de que no había nada interesante allí, sin que yo le hubiese preguntado nada. Es curioso, aunque quizás estoy divagando.

―Que va. Sí que es extraño todo esto… Es posible que no sea una mala persona, pero está claro que oculta algo importante. ―A Tomás le sorprendió lo rápido que había asimilado Marcos la situación. Sacaba conclusiones y teorías en cuestión de segundos, mientras que él se pasaba horas tratando de entender las cosas, para finalmente autoconvencerse con cualquier tontería y así poder dormir por las noches―. Al parecer es vecino nuestro, cosa que no me habría imaginado jamás. Deberíamos preguntarle a alguien de la avenida de los Olmos si lo conoce. Puede que consigamos sacarle algo de información.

―Creo que es preferible hacerle una visita un día de estos ―rectificó Tomás―, cuando te encuentres mejor. Sería muy sospechoso ir por ahí preguntando por un tipo encapuchado que vive en el bosque. ―Por no decir que posiblemente tendrían que darle explicaciones a todo el mundo y acabarían metiéndose en un lío. Era mejor que se encargasen ellos solos―. Si vamos solo nosotros dos y Duke no debería haber problema. Además, es una persona mayor.

―Empiezas a hablar como yo, Tom ―apuntó Marcos con media sonrisa.

Tomás se dio cuenta de que su amigo tenía razón. Estaba rechazando la idea de preguntar a la gente por la de ir ellos mismos al bosque y averiguarlo por su cuenta. No se lo podía creer, parecía que se habían cambiado los papeles. A veces pensaba que su personalidad era más inestable que una silla a la que le faltaba una pata.

―Lo cierto es que ahora tengo curiosidad por todo esto ―reconoció mientras se frotaba la barbilla―. Antes me tiraba para atrás el hecho de no saber nada, pero ahora que vi al tipo en persona y al ver que es un hombre normal me siento más tranquilo ―respondió a modo de justificación―. Me gustaría saber por qué conoce esa cueva, quizás fuese una antigua mina o una excavación. No lo sé.