Coma

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El profesor entró por la puerta y, sin apenas demora, comenzó a dar el sermón del mundo inteligible y esas idas de olla que tanto le gustaban. Al observar a su alrededor se dio cuenta de que la mayoría de los alumnos estaban en su mundo. Un muchacho estaba jugando con lo que parecía un muñeco hecho con piezas de bolígrafo. Dos chicas estaban cuchicheando lo suficientemente alto como para que la mitad de la clase se enterase de toda la tertulia. Más o menos una cuarta parte de sus compañeros fingían atender, pero en realidad estaban mirando embobados al encerado sin tomar ningún tipo de apunte y si al profesor le daba por preguntarles qué era lo que acababa de decir los dejaría a todos con el culo al aire. Luego había unos cuantos que sí prestaban atención a la par que escribían cosas en su libreta, entre ellos estaba Marcos que, por algún extraño motivo, le gustaba la Filosofía. Tomás, en cambio, era del grupo que miraba embobado sin prestar atención. Y por último estaba Eric, que ese ya ni miraba al encerado. Estaba haciendo garabatos en la mesa con unas tijeras. En cierta ocasión escribió «Tomás y Marcos maricones» dentro de un corazón mal dibujado. No había visto cómo lo hacía, pero solo pudo ser él. ¿Quién sino? Se burlaron de ellos durante unos días hasta que quedó olvidado y el profesorado, para variar, no tomó medidas al respecto, simplemente pidieron que no se volviera a repetir y siguieron a otra cosa, como cada vez que sucedía algo. Luego eran los primeros en dar charlas contra el acoso escolar, pero a la hora de la verdad mostraban tal indiferencia que cada vez que los escuchaba hablar se ponía de mal humor.

«En otros colegios no tienen esta asignatura hasta dentro de unos años. No entiendo por qué tengo que estudiarla tan pronto. ¡Qué coño! No se siquiera por qué tengo que estudiarla en algún momento de mi vida. Habría que estar medio ido para entenderla».

En ese momento, el profesor empezó a explicar el Mito de la Caverna de Platón, cosa que llamó inmediatamente la atención de Tomás. El hecho de escuchar la palabra caverna hizo que el corazón le diera un vuelco e inmediatamente después comenzaron a venirle una avalancha de recuerdos de aquel día.

26 de noviembre de 1996

Tomás estaba en la casa de Marcos, jugando con videojuegos como de costumbre, hasta que su madre les obligó a parar para que tomasen un poco el aire. No llevaban demasiado tiempo frente al televisor, pero era el tercer día consecutivo y a ella no le hacía mucha gracia ese asunto, así que decidieron obedecer. Además, estaban atascados en una fase que no eran capaces de completar. No les vendría mal descansar un poco. Tomás nunca tuvo videoconsola propia, pero le daba igual porque ya jugaba en la casa de su amigo mucho más de lo que le dejarían en la suya en caso de tener alguna.

―Estas navidades me van a comprar el «Crash Bandicoot» ―comentó Marcos mientras caminaban hacia la casa de Tomás.

―¡Buaa! ¿En serio? ―exclamó emocionado. Ese juego le había fascinado desde la primera vez que lo vio en un anuncio de la tele. Era una aventura de plataformas en la que te enfrentabas a un extraño doctor loco que tenía la piel amarilla mientras superabas un montón de niveles en unas islas. Tenía una pinta increíble.

―Lo que oyes. Me dijeron que es bastante difícil y que hay niveles en los que vas montado en jabalí.

―¡Dios! Vamos a disfrutar como niños. ―La emoción de probarlo le había creado muchas expectativas. Contaría los días hasta poder hincarle el diente.

Los chicos se dirigieron a la casa de Tomás para que pudiera cambiarse, ya que la indumentaria que llevaba no era conveniente para caminatas largas. Nada más abrir la puerta, Duke les dio una calurosa bienvenida. Se subió encima de Tomás, apoyando únicamente sus dos patas traseras en el suelo y después repitió el mismo proceso con Marcos, que le acarició la cabeza mientras lo sujetaba para que ambos no se cayeran al suelo.

―¿Damos una vuelta con él? ―preguntó Tomás mientras el animal daba vueltas eufórico por todo el pasillo.

Marcos accedió, afirmando con la cabeza. Después de pensarlo un poco acordaron ir por el bosque, el cual rodeaba todo el vecindario, a excepción de la pequeña carretera que conducía al pueblo, donde seguramente talaron los árboles años atrás para poder hacerla. No era la primera vez que lo cruzaban, de hecho, ese bosque tenía caminos donde no había hierba ni arbustos y gracias a ellos uno podía pasear sin perderse. Otra cosa muy distinta era si te desviabas de ellos, ya que profundizando mucho podrías toparte con lobos y jabalíes, aunque por suerte, nunca hubo problemas al respecto, ya que había que meterse muy adentro para poder encontrarte algún animal salvaje. Pese a todo, no es recomendable ir solo, por razones obvias. Podría suceder cualquier cosa y no tendrías a quien pedirle ayuda. Además, en esa zona no hay cobertura y tanto Tomás como Marcos no tenían teléfono móvil. Esa clase de tecnología había llegado hacía relativamente poco al mercado y poca gente tenía uno propio, aunque los padres de Marcos iban a comprar uno por Navidad. Sin embargo, pese a ser jóvenes, ambos muchachos eran bastante conscientes de los peligros que había y siempre llevaban una linterna. por si acaso, y al propio Duke, que valía por dos personas.

Caminando a paso ligero, llegaron al final del vecindario en pocos minutos y fue ahí cuando comenzaron a avanzar por el sendero principal, el cual conducía a una bifurcación de caminos, que era lo más parecido a una rotonda natural que se podía encontrar una vez se dejaba atrás la carretera. Los árboles tapaban gran parte de la luz del sol, haciendo que el área se mantuviese fresca durante el todo día y gélida cuando caía la noche. Conforme caminaban por el bosque iban hablando de diversos asuntos, tales como cosas de clase, videojuegos e incluso de una película de miedo que estaba por salir y que planeaban ver en el cine. El pueblo donde vivían no tenía cine propio, así que tenían que ir a una ciudad vecina en coche para poder ver una película en la pantalla grande. Aquello era un lujo que solo se podían permitir de vez en cuando, por eso trataban de asegurarse de que las pocas veces que podían ir, el largometraje fuese bueno. Tomás le dijo a Marcos que prefería esperar a que llegase su padre para que los pudiesen llevar y así poder verla todos juntos, aunque tenía dudas de que su madre le dejase ver una película de miedo así por las buenas. Sería mejor que fuese pensando en argumentos convincentes para cuando llegase el día.

Tras unos cuantos tirones de la correa, Tomás notó que Duke estaba levantando la pata constantemente e intuyó que quería orinar, así que decidió soltarlo un rato, pero en cuanto lo desabrochó, este salió del camino y se empezó a meter entre los árboles.

―¿No te valía este, eh? ―bromeó Tomás riéndose, pero dejándole hacer sus cosas a gusto.

Marcos soltó una carcajada por el comentario.

―Es un perro de la burguesía. No le vale cualquier árbol.

Ya había pasado algo más de media hora desde que se habían adentrado en el bosque y, en seguida, observaron que empezaba a oscurecer bastante. Por esas fechas los días duraban menos que un telediario. El sol podía brillar con intensidad y antes de que te dieras cuenta ya estaba anocheciendo.

―Vaya mierda de días ―se quejó Marcos un poco molesto―. Apenas son las seis y media y ya casi es de noche.

―¡Hey Duke, ven aquí! ―le gritó Tomás a su perro―. ¡Nos vamos a casa chico!

Para cuando se dieron cuenta el perro se había alejado mucho del camino, más de lo que le gustaría a Tomás. El animal los estaba mirando a lo lejos junto a unos arbustos, completamente inmóvil, como si quisiera que ellos fuesen hasta él.

Tomás lo llamó otra vez, pero su mascota continuaba petrificada, observándolos fijamente. Era un comportamiento de lo más extraño. Duke siempre había sido obediente. Jamás se había escapado y mucho menos actuado de esa forma tan extraña. Siempre que le llamaba solía obedecer. En cambio, en ese momento no parecía tener intención de moverse hasta que su propio dueño fuese a buscarlo en persona.

«¿Pero qué le pasa?».

―¡Deja de hacer el tonto! ―volvió a insistir Tomás―. ¡Ven aquí Duke! ―gritó mientras se daba palmadas en las piernas con la esperanza de que se acercara, pero el perro no obedecía.

―Por el amor de dios ―protestó Marcos un poco irritado―. No es momento para vacilar. ¡Venga, ven aquí!

El perro seguía parado, mirándolos. Entonces, viendo que no les hacía caso, ambos decidieron salir del camino y traerlo en persona. El animal permanecía completamente quieto mientras los muchachos se aproximaban. Tomás iba delante, acercándose más y más, pero Duke no se movía. Todo esto empezaba a preocuparle. No entendía a qué venía ese comportamiento tan raro. Nunca había hecho nada similar.

De repente se escuchó un fuerte ladrido que asustó a los dos chicos. Había sido Duke, que le dio por ladrar justo cuando estaban casi al lado.

―Hijo de... ―maldijo Marcos mientras se contenía para no terminar la frase. Se veía que él también estaba algo nervioso. Y para que Marcos se ponga nervioso tiene que estar pasando algo realmente inusual.

―Venga, nos vamos ―ordenó Tomás mientras alargaba la mano para agarrar el collar de su perro y así ponerle la correa. Pero cuando estuvo a punto de tocarlo, Duke empezó a bajar más y más por la colina, metiéndose bosque adentro. Apenas daba unos pocos pasos, pero cada vez que Tomás se acercaba, el perro descendía un poco más, antes de voltearse de nuevo―. Me cago en mi puta vida ―susurró enfadado. Era lo que le faltaba, que a su perro se le diera por escaparse―. Ayúdame a cogerlo ―pidió a su amigo. Pero Marcos ya había empezado a ir detrás de él antes de que le dijeran nada.

 

Duke no corría, sino que caminaba muy rápido, pero debido al terreno inclinado y la cantidad de árboles y arbustos que había por el medio, se hacía muy complicado seguirlo. Aun así, no lo perdían de vista. Poco a poco Tomás notaba que su mascota avanzaba más deprisa y con cierta ansiedad, como si estuviera hambriento y le llegase el olor de un filete de no muy lejos.

Se estaba haciendo de noche, apenas se veía bien y los árboles tapaban la poca luz que quedaba. Cuando la poca visibilidad comenzó a ser molesta decidieron encender cada uno su linterna para poder ver mejor.

Para alegría de todos, Duke al fin se detuvo delante de una gran roca rodeada de enredaderas y arbustos. Detrás de esta, el terreno volvía a ascender. Estaba parcialmente enterrada en un pequeño valle donde los árboles no crecían en unos cuantos metros a la redonda. Los dos muchachos jamás habían visto ese lugar con anterioridad y descubrirlo de esa manera los dejó fascinados. Era como una especie de embudo, donde el terreno ascendía en todas las direcciones y se allanaba en esa parte en concreto.

Como si de otro animal se tratase, el perro se puso a olisquear la enorme roca.

―¡Te pillé! ―exclamó Tomás mientras le agarraba el collar, atándole la correa apresuradamente por si se le daba por escapar de nuevo―. ¡Mira dónde estamos! ¡En el quinto pino! ―regañó a Duke, pero este no le hacía caso. Seguía olisqueando esa roca, como si la cosa no fuera con él.

―¿Qué es lo que está buscando? ―preguntó Marcos aproximándose y apuntando con la linterna hacia unas hiedras que había delante―. Un momento... Detrás de la maleza hay algo ―afirmó mientras se asomaba por un hueco que había hecho al apartar unas cuantas ramas con el brazo. En su mirada se podía percibir el mismo entusiasmo que tendría un niño en una juguetería―. ¡Tom, mira esto!

Tomás se acercó a ver, intrigado. Esa roca en realidad era la entrada a una cueva o, al menos, eso era lo que parecía en primera instancia. Intentaron alumbrar con las linternas, pero no se veía el fondo. Parecía que estuviese bajo tierra y, lo cierto, es que la entrada era bastante pequeña. Habría que ir encorvado para no golpearse la cabeza al entrar. Todo eso había sido un hallazgo de lo más curioso. Tomás nunca se habría esperado toparse con una cavidad subterránea en medio de un bosque y, menos todavía, en el mismo que tenía al lado de su casa.

Súbitamente ambos chicos se percataron de que ya era completamente de noche y que la única luz que había era la de sus linternas.

―Hay que volver ―anunció Tomás―. Ya es muy tarde y deberíamos estar en casa desde hace un buen rato. ―No le hacía ni pizca de gracia estar ahí en ese momento. Estaban muy lejos de los senderos y en una zona que no habían visto nunca―. Esto es peligroso.

―Sí, sí, un momento ―farfulló Marcos sin prestar mucha atención mientras asomaba la cabeza todavía más en esa cavidad.

Todo sucedió muy rápido. Se escuchó un aullido increíblemente grave que pilló a los muchachos por sorpresa. Era gutural, como de un instrumento muy grave. Se escuchó apenas durante un par de segundos, pero eso bastó para que la sangre dejase de fluir por sus cuerpos y una inmensa ola de frío les recorriese la espalda hasta llegar la cabeza. Duke empezó a ladrar histérico e inmediatamente Tomás tiró de la correa. Justo después, empezaran los tres a correr colina arriba con extrema torpeza, volviendo sobre sus pasos y llenándose de tierra y suciedad, pero les daba igual, lo único que querían hacer era escapar de ese lugar inmediatamente. Marcos había adelantado a Tomás, ya que no tenía que arrastrar a Duke consigo. Durante la carrera ninguno dijo nada, simplemente corrieron sin mirar atrás. Nadie se atrevía a desperdiciar ni una sola bocanada de aire en hacer otra cosa que no fuese correr. La adrenalina impedía que sintieran cansancio y aunque estaban hiperventilando no les importaba. Llegaron al camino de tierra después de un par de minutos esprintando y continuaron por el camino de vuelta sin dudarlo ni siquiera por un segundo. Conforme se alejaban, trataban de iluminar de mala manera el recorrido, intentando no tropezar con nada, aunque malamente lograban enfocar el suelo corriendo a esa velocidad. Tras lo que les pareció una eternidad, al fin llegaron a la intersección, desde donde pudieron ver las luces de las farolas de su vecindario. El alivio que sintieron fue infinito.

Una vez que sus pies se posaron sobre el asfalto de la carretera se detuvieron bajo la luz de una farola, como si el mero hecho de que hubiese luz los pudiese proteger de cualquier peligro. Estaban sofocados y tardaron un buen rato en acumular oxígeno suficiente para articular siquiera una palabra.

―¿Qué coño fue eso? ―preguntó Marcos rompiendo el silencio.

―No tengo ni idea, pero prefiero no saberlo. ―Le temblaban las piernas de manera exagerada. Intentó disimular un poco, aunque era incapaz. Hacía mucho frío, pero Tomás sabía perfectamente que esa no era la razón de los temblores.

―Estamos llenos de mierda ―comentó Marcos fingiendo desinterés mientras se miraba sus zapatillas y manos respectivamente. Parecía que en su mundo no había sucedido nada. Simplemente era un día normal en el que el mayor de sus problemas era el haberse manchado con un poco de tierra y barro―. Es mejor que vayamos a casa.

Tomás notó algo en la mirada de su amigo que apenas había tenido la ocasión de ver unas pocas veces desde que lo conocía. Terror. Marcos había escuchado lo mismo que él, de eso no había duda. No había sido una ilusión, simplemente quería fingir que no había pasado nada, como cuando sucede algo tan grave que es mejor dejar pasar y actuar como si nada. Tomás lo observó en silencio durante unos instantes y finalmente asintió.

Cada uno fue por su cuenta a su respectivo hogar, sin hablar más del asunto. Era algo que le había provocado un pavor inmenso y honestamente prefería olvidarlo cuanto antes, aunque estaba seguro de que algo así no lo borraría de sus recuerdos con tanta facilidad. Sería una experiencia que trataría de tener lo más apartada posible de su cabeza siempre que pudiera.

Aquella noche Tomás no fue capaz de dormir. Se preguntaba si a Marcos y Duke les habría pasado lo mismo.

«No pienso volver a ese valle jamás».

El tema quedó olvidado durante días, hasta que Marcos decidió remover el pasado un día normal, de camino al instituto.

30 de noviembre de 1996

―Entonces hoy por la tarde volvemos a ese sitio ―afirmó Marcos con una sonrisa mientras estaban en el autobús de camino a casa.

―¿Volver a dónde? ―preguntó Eric entrometiéndose en la conversación. Estaba un par de asientos detrás―. ¿A ese lugar donde os besáis a escondidas?

Tras el comentario, varios chicos que estaban sentados cerca empezaron a reírse como estúpidos, pero Tomás prefirió ignorarlos.

―¿Acaso tienes celos? ―dijo Marcos sin perder la sonrisa de su rostro―. Lo siento, no eres mi tipo, prefiero a tu madre.

Después de esa burla, la mitad del autobús empezó a gritar «uoooo» al unísono. Típico de los preadolescentes gritar la misma tontería cuando alguien humillaba a otra persona. Se había vuelto una moda de lo más estúpida.

Eric se puso rojo de la ira, pero decidió no responder, sabía que no podía ganar en una discusión de ese tipo con Marcos. Fue entonces cuando Eric, por un breve instante, le dio un poco de pena a Tomás. Al verlo siempre solo sintió cierta empatía por él, pero le estaba bien empleado.

«Si se callara la puta boca y tratase mejor a la gente, tendría amigos».

En cuanto bajaron del autobús cada uno se fue a su casa. Había quedado con Marcos a las cuatro en punto para que tuviesen varias horas de margen antes de que anocheciera. Llevarían sus linternas y a Duke atado en todo momento para que no les hiciera lo de la otra vez. Tomás estaba muy nervioso y eso le había quitado el apetito. Era algo que solía pasarle cuando tenía miedo de algo.

«Espero que todo salga bien».

Capítulo 3:

30 de noviembre de 1996

Tomás terminó de comer los macarrones con tomate que había hecho su madre y recogió su plato para después ponerlo en el lavavajillas. Apenas había podido disfrutarlos, pese a que era una comida que le agradaba. Luego subió a su habitación con Duke, aunque a su madre no le gustaba la idea de que llevase al perro al piso de arriba, pero no solía darle mucho la vara al respecto y poco a poco se iba normalizando esa política.

―Tenemos que preparar todo para hoy ―le dijo Tomás al animal, ya dentro de su cuarto, mientras el perro lo miraba entusiasmado―. ¿Verdad? ―Le acarició la cabeza.

Pensó en las cosas que iba a necesitar y lo primero que le vino a la cabeza fue la linterna, ya que era algo básico para este tipo de escapadas. Después, la correa de Duke, para evitar que hiciese la jugada del otro día, y por último se le ocurrió llevar su Polaroid para sacar algunas fotos. La cámara era un regalo que le habían hecho sus padres a los 12 años, ya que la fotografía era una de las muchas aficiones de Tomás. Él siempre había pensado que era absurdo limitarse a un único hobby pudiendo hacer muchas cosas que le gustaban a la vez, no tenía sentido conformarse solo con una, así que en lo que a él respecta, cuanto más mejor.

«Parece que ya está todo».

Tomás miró su reloj y se percató de que quedaba poco menos de una hora para la quedada, así que decidió bajar al primer piso y ver la televisión en su salón para pasar el rato, pero mientras descendía por las escaleras, su madre lo vio con la linterna en el pantalón y la Polaroid colgando de la correa. Casi de inmediato puso mala cara.

―¿A dónde vas con eso? ―preguntó con tono amenazante.

―Voy a dar una vuelta con Marcos y Duke por el bosque ―respondió con calma. Tenía que cuidar muy bien sus palabras e inventarse una excusa convincente para no levantar sospechas. Un paso en falso y estaba jodido.

―Ya sabes que no me gusta que vayáis solos por ahí. ―Matilde tenía fruncido el ceño, y cuando hacía eso no era buena señal―. Es peligroso. El otro día volviste muy tarde y lleno de porquería.

―Ya te dije que me resbalé ―protestó mientras recordaba la bronca que había recibido en aquel momento―. Y no volví tan tarde, lo que pasa es que estos días anochece rápido.

―Pues con más razón todavía ―exclamó alterada―. Si os pasa cualquier cosa mientras estáis por ahí nadie podría ayudaros.

―No nos va a pasar nada ―insistió aparentando la máxima determinación posible. La discusión estaba a punto de terminar e iba perdiendo. Si no decía algo convincente ya se podía olvidar del plan―. Además, estamos los tres juntos y en el hipotético, en caso de que le pase algo a alguno de nosotros, estarían los otros dos para ayudar. ―Ese último comentario le hizo sentirse orgulloso. Ahora seguro que había ganado la conversación.

―Querrás decir uno. El perro no hará gran cosa por ti si te partes un tobillo o algo. ―Estaba cediendo y se notaba. Las facciones de su rostro se habían relajado, el tono de su voz era más suave y su ceño había dejado de estar fruncido.

―Ay que no ―respondió Tomás con una risita―. Si me rompiese un tobillo, Duke me ayudaría más que Marcos.

Su madre sonrió levemente. Al parecer le había hecho gracia. Entonces Tomás comprendió que había utilizado las palabras correctas. Bien se sabía en esa familia que Duke era un muy buen perro y gracias a ese argumento supo que la había convencido.

―Está bien ―contestó Matilde derrotada―, pero no vuelvas como la otra vez. Te quiero en casa de día. ¡Y limpio! ―añadió con cierta severidad.

―A la orden mi señora ―respondió Tomás con un saludo militar.

Tras la charla se fue a ver la televisión hasta que llegó la hora acordada, entonces salió de casa, no sin despedirse de su madre antes, y fue al encuentro de su amigo. Daba igual la hora en la que quedasen, Marcos siempre era el último. Parecía que al nacer se dejó la puntualidad en el útero, pero ya se había acostumbrado después de tantos años lidiando con la misma historia. Sin embargo, para su infinita sorpresa, cuando entró en el recinto de su casa Marcos ya estaba preparado para irse. Iba vestido con un pantalón de deporte, botas de montaña y una sudadera vieja. En su rostro había una mezcla entre determinación y satisfacción. Seguramente era consciente de que Tomás se había sorprendido de verlo preparado, cosa que le hacía esbozar una media sonrisa que no era capaz de disimular.

―Vaya ―comenzó a hablar Tomás―. Nunca llegas puntual a nada y hoy mírate. Qué elegante ―añadió con sarcasmo señalando sus prendas.

 

―No empieces una guerra que no puedes ganar ―respondió con mirada retadora―. Si empezamos a lanzarnos piedras el uno al otro ya sabes quién será el último que quedará en pie.

―Me jode reconocerlo, pero es cierto ―contestó entre risas―. Más te vale ser igual de apurado de aquí en adelante. Se te acabaron las excusas.

Marcos le dio una palmada en la espalda y empezó a caminar con decisión, ignorando el último comentario de su amigo, justo el que hacía referencia a la puntualidad futura.

―¡En marcha! ―anunció antes de tomar la delantera.

Era de día, pero al entrar en el bosque la iluminación se redujo a la mitad. Había tantos árboles y era todo tan denso que apenas había rayos de sol que los atravesaran. Tomás no se había dado cuenta de lo tétrico que era ese lugar en realidad. Quizás la última experiencia en ese lugar lo había ablandado demasiado. En cuanto puso un pie en la tierra una parte de él deseaba que su madre le hubiese prohibido ir y así poder estar en casa tranquilamente viendo Jurassic Park; además, ya la había rebobinado días antes para cuando la quisiera volver a ver. Mientras tanto, Marcos, que iba delante de él, se volvió y le preguntó:

―¿No estarás acojonado? ―No había malicia en su tono. Se lo estaba preguntando en serio, como si estuviese dispuesto a acompañarlo de vuelta a casa e ir él por su cuenta más tarde.

«Es como si me leyese el pensamiento».

―¿Si lo estuviera crees que estaría aquí? ―preguntó, intentando aparentar que todo esto le daba igual.

Marcos se dio por satisfecho con la respuesta y continuaron su camino mientras hablaban de películas y videojuegos, como ya era habitual en ellos dos. Tomás agradeció aquella distracción, ya que hablar de otros temas le ayudaba a no comerse la cabeza demasiado. Duke por el momento se comportaba con normalidad. Todavía no entendía qué le había pasado en la anterior ocasión, pero por si acaso sujetó con fuerza la correa, no fuera a ser que se le cruzasen los cables de nuevo.

Finalmente, llegaron al punto donde el perro se había salido del camino y metido bosque adentro. El lugar no tenía nada de especial, simplemente lo recordaban por la posición de ciertos árboles, alguna piedra en el suelo y una gruesa raíz que sobresalía al borde del sendero.

―Allá vamos ―anunció Tomás para relajar el ambiente, aunque el único que parecía estar tenso era él.

Estaba bastante nervioso. De hecho, conforme se acercaban a aquel lugar, su valentía iba disminuyendo hasta el punto de ir arrepintiéndose cada vez más de haber accedido tan fácilmente a ir de nuevo. Siempre lo convencían con demasiada facilidad para todo y nunca era realmente consciente de la importancia de las decisiones que tomaba hasta que no había vuelta atrás. Tenía que pensar las cosas mejor antes de acceder a nada.

―Tranquilo tío ―comentó Marcos mientras posaba la mano en su hombro―. No hay nada de qué preocuparse. Solo vamos a ver qué hay y volvemos a casa.

Tomás soltó aire despacio y continuó descendiendo, sin responder. Se sentía avergonzado de mostrar sus temores con tanta facilidad. Ni siquiera cuando intentaba aparentar valentía lo lograba. No era más que una sombra de su amigo.

Estaban bajando por la pendiente cada vez más, metiéndose de lleno en las entrañas del bosque. Duke seguía tranquilo y eso era algo que ayudaba mucho a Tomás para mantener la calma. Si no fuera por sus dos acompañantes, nunca habría atrevido a hacer aquello.

―Siendo sinceros ―dijo Tomás de repente―, este lugar me aterroriza.

―Pues no tiene porqué ―respondió su amigo con tono conciliador y mirada amistosa―. El viento nos dio un susto el otro día, nada más. Antes de que te des cuenta ya estamos de camino a casa.

Tomás agradeció, en silencio, el tener un amigo así, aunque fuese él quién lo había engatusado para ir al bosque. En cierta medida lo ayudaba a superar sus miedos y mejorar como persona. Algún día, cuando sean adultos, tendría que darle las gracias por todo.

Siguieron descendiendo más y más hasta que por fin llegaron a aquel extraño valle, donde los árboles no estaban tan concentrados como en el resto del bosque. Luego estaba esa roca gigantesca fundida con el entorno y, tras la roca, el terreno volvía a ascender. Ya lo había pensado con anterioridad, pero ese lugar era como un embudo natural, cuyo orificio se encontraba en la misteriosa cueva que se ocultaba tras la maleza y varios arbustos.

Los dos muchachos y el animal se acercaron con precaución y Tomás sacó una foto desde lejos. Su cámara era de aquellas que sacaban la instantánea y la imprimían al momento, ya que no tenía carrete. A continuación, cogió la foto y, tras agitarla un poco para aclarar la imagen, la guardó en un bolsillo que tenía en el interior de su cazadora, que era más amplio que los de su pantalón. Mientras tanto, Marcos se acercó a la cueva y apartó los arbustos, entonces Tomás aprovechó para sacar una segunda foto a la cavidad. El flash iluminó toda la entrada por unos escasos milisegundos. Durante el breve instante de luz se pudo apreciar que la cueva no iba en línea recta, sino que giraba, cosa que no sorprendió a ninguno. Guardó la segunda foto tras hacer el mismo proceso que con la primera y encendieron las linternas. Tomás no se molestaba en mirarlas porque todavía tenían que desvelarse del todo. Meterlas en un bolsillo no era la mejor decisión, ya que podían estropearse, pero tenía la sensación de que no sería la última vez que iban a ir a ese lugar; además, prefería verlas en casa con calma. Para mayor consuelo, el bolsillo de su cazadora era enorme y no era la primera vez que hacía algo así con fotos recién sacadas. Algún día compraría un álbum que le cupiese en el bolsillo para no arriesgarse tanto y así tenerlas a buen resguardo, pero por el momento tenía que apañárselas con lo que tenía.

―Yo iré primero ―afirmó Marcos convencido y sin esperar una respuesta.

―Está bien ―respondió Tomás mientras tiraba de la correa para que Duke fuese tras él. En el medio se sentiría más protegido.

A Tomás le avergonzaba su cobardía, pero no podía evitarlo. Nunca se consideró muy miedoso, pero el aullido que escucharon unos días atrás le llegó hasta la médula.

Empezaron a dar los primeros pasos por dentro de la cueva, pero antes de profundizar más, Tomás se volvió y sacó una tercera foto hacia el valle desde el interior de la cavidad. A continuación la guardó y se volteó para seguir los pasos de su amigo, que ya había avanzado bastante.

―Madre mía ―se quejó Marcos―, esto es más estrecho de lo que pensaba.

Lo cierto es que la cueva era bastante estrecha, hasta el punto de que se podía tocar el techo con la cabeza si se daba un pequeño saltito. Afortunadamente ninguno de los dos era claustrofóbico, así que siguieron explorando agazapados. Las linternas iluminaban bien el recorrido y después de descender unos metros el camino se ensanchó un poco. Seguía siendo incómodo caminar por ahí, pero era ligeramente mejor que antes. La temperatura había disminuido considerablemente, tanto que a Tomás le había entrado frío, pese a ir bien abrigado y ser todavía de día. Entonces, y sin previo aviso, Duke se paró en seco. No parecía asustado, pero desde luego tampoco estaba del todo cómodo. Se solía decir que los animales eran los primeros en darse cuenta del peligro, y ver a su perro detenerse de semejante manera y negarse a avanzar no lo tranquilizaba en absoluto.

―Marcos, espera ―exclamó Tomás asustado―. Duke no quiere seguir.