Buch lesen: «Antropoceno obsceno»

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Borja D. Kiza

Antropoceno obsceno

sobrevivir a la nueva

(i)LÓGICA PLANETARIA


Este libro ha sido impreso en papel 100% Amigo de los bosques, proveniente de bosques sostenibles y con un proceso de producción de TCF (Total Chlorine Free), para colaborar en una gestión de los bosques respetuosa con el medio ambiente y económicamente sostenible.


© Borja de Miguel

© De esta edición

Icaria editorial, s. a.

Bailèn, 5, 5ª planta

08010 Barcelona

www.icariaeditorial.com

Primera edición: febrero de 2019

ISBN: 978-84-9888-968-0

Depósito legal: B 1393-2019

Fotocomposición: Text Gràfic

Imagen de la cubierta: Kris Barnolas

Índice

PRÓLOGO Viaje al interior.

El ser antropobsceno en el tercer planeta del sistema solar

No merecemos nada

J

I. GANARSE (O PERDERSE EN) LA VIDA

Conversando con Thierry Paquot*

Capitalismo

Los ricos

(Una buena parte de) la clase media

Las clases bajas: la banalización de la pobreza

La infraclase

Los perdedores del Antropoceno

Conversando con Bernard Stiegler*

Capacidad de huida

II. PESADILLAS Y ESTUPIDECES

Pesadilla

Neoproductivismo postconsumista

Nuestros estúpidos

¿Clarividencia o locura...

...hipertrofiada?

III. EL MUNDO CONTRA GAÏA

Conversando Pierre Rabhi*

Las manos de Escher*

Campo sin batalla

Arroz cocido

¿Qué es un clima cayendo?: atraco a Isabelle Stengers*

Interrogatorio

Las manos de Escher interrogadas

Conversando con Gilles Clément*

Jugar sucio

IV. EL ANTROPOCENO CONTRAEL MUNDO

¿El Antropoceno comienza...

Antropoceno inconscientevs. Antropoceno consciente

AIB...

Conversando con Santiago Cirugeda*

V. TODOS CONTRA TODOS

Experimentar la alegría

Conquistar la alegría

La cuestión es:...

...¿vivimos o no en opresión, en tiranía?

Confesiones militares

Lo más (in)sensato

Comité Invisible*

VI. LA ORQUESTA DEL TITANIC

El mundo funciona de maravilla

La cuestión en este mundo-estudio...

La música

Patentar acordes...

Más allá de...

...la muerte

VII. LA MUERTE Y EL HÉROE

Conversando con Edgar Morin*

Reinhold Messner I*

El humano del Antropoceno: ¿un antihéroe suicida?

Reinhold Messner II

El humano del Antropoceno:¿un animal frenéticamente desorientado?

Reinhold Messner III

Reinhold Messner IV

Otros secretos para sobrevivirheroicamente al Antropoceno

VIII. INSEGURIDADES FINALES

Conversando con Valérie Chansigaud*

Sociología cuántica

IX. EL REGRESO (PREPARÁNDOME PARA ASALTAR A J)

¿Qué quiero? ¿Hasta qué punto lo quiero?

Punto inicial

Punto final

EPÍLOGO

Bonus Track. Serie de entrevistasa cuatro jóvenes anónimAs

Lucile Rivaux*

Y. Ll.*

Kheshia Boutera*

Laura B.*

Anexo. Rosi Braidotti*

NOTAS

PRÓLOGO

Viaje al interior.

El ser antropobsceno en el tercer planeta del sistema solar

Yayo Herrero

A comienzos de los años setenta el Club de Roma publicaba el «Informe Meadows» sobre los límites al crecimiento. En su texto, la científica ambiental Donella H. Meadows y su equipo advertían de la inviabilidad del crecimiento permanente de la población y sus consumos sobre la base material de un planeta con límites físicos. El informe constataba cómo la civilización industrial, con sus niveles de producción y consumo, se había construido a costa de agotar los recursos naturales y energéticos, romper los equilibrios ecológicos de la Tierra y generar unas profundas desigualdades entre las personas. Avisaban de que, de seguir así, se corría el riesgo de superar la biocapacidad de la Tierra.

Cuarenta años más tarde, la mejor información científica nos dice que ya no estamos ante el riesgo de superar los límites físicos, sino en una situación de translimitación.

La sociedad occidental en los últimos dos siglos, pero sobre todo en las últimas décadas, ha construido y expandido una forma de vida absolutamente incompatible con la lógica de los sistemas naturales. Lo que hemos celebrado como avance y progreso ha crecido como un tumor socavando las bases materiales que sostienen al mundo vivo —y a la especie humana como parte de él— y repartiendo los beneficios temporales de ese metabolismo de forma enormemente injusta.

Se acumulan cada vez más noticias que evidencian que la vía del crecimiento basada en la extracción de minerales finitos, en la alteración de los ciclos naturales y en la generación de cantidades ingentes de residuos es ya un genocidio a cámara lenta. Son ahora también instituciones poco sospechosas de ecologismo radical, como la Agencia Internacional de la Energía o Naciones Unidas, las que aportan información que, aunque con retraso, refrenda los trabajos que desde hace décadas ha realizado parte de la comunidad científica y el movimiento ecologista.

Los cambios son tan intensos y acelerados que desde la propia comunidad científica se ha considerado conveniente cambiar el nombre a la época geológica. Algunas voces estiman que en 1950 se superó el Holoceno y que nos encontramos en el Antropoceno,1 un momento caracterizado por el hecho de que los seres humanos —sobre todo algunos seres humanos en sociedades capitalistas— hemos cambiado las reglas del juego que organizaban lo vivo desde hace millones de años. Nos hemos convertido en el mayor agente modelador de la corteza terrestre y en factor capaz de variar la regulación del clima y alterar los procesos de la biosfera.

El declive en la disponibilidad de energía fósil y minerales, los escenarios catastróficos del cambio climático, las tensiones geopolíticas por los recursos y los procesos de expulsión de muchas personas a los márgenes de las sociedades o fuera de la propia vida muestran que los sueños de progreso del pasado se están quebrando y que es urgente acometer transiciones que desde la equidad y la justicia permitan encarar los cambios ya irreversibles y frenar aquellos que aún sean evitables, tratando de proteger de una potencial dinámica de colapso a las mayorías sociales.

Estamos atrapados en la dinámica perversa de una civilización que si no crece no funciona y si crece destruye las bases naturales que la hacen posible. Nuestra cultura olvida que somos, de raíz, dependientes de los ecosistemas e interdependientes.

Sin embargo, es desesperante ver cómo, a pesar de las evidencias cada vez más presentes, existe una situación de anestesiamiento en el mundo político y económico. En las instituciones el debate en torno a estos temas es prácticamente inexistente y la urgencia en actuar contrasta dramáticamente con la inacción o la profundización incluso de las peores prácticas. Decimos por esto que nos encontramos ante una crisis civilizatoria porque, a pesar de su manifiesta gravedad, pasa social y políticamente desapercibida.

Necesitamos una sociedad que tenga como objetivo recuperar el equilibrio con la biosfera y utilice la investigación, la cultura, la economía y la política para avanzar hacia ese fin. Frente a este desafío las soluciones meramente tecnológicas, tanto a la crisis ambiental como al declive energético, son insuficientes. La crisis ecológica no es un tema parcial sino que determina todos los aspectos de la sociedad: alimentación, transporte, industria, urbanización, conflictos bélicos, el drama de las migraciones forzosas… Se trata, en definitiva, de la base de nuestra economía y de nuestras vidas.

Pero la crisis de civilización no es solo una crisis material. El capitalismo mundializado —sobre la base de una cultura patriarcal que se relaciona con la tierra y los cuerpos desde la exterioridad, la superioridad y la instrumentalidad— se ha configurado también como una antropología. Configura un modo de concebir la humanidad y de ser humanos. Por ello es absolutamente pertinente la pregunta que se hace, nos hace, Borja D. Kiza en este libro que él presenta como un viaje al Antropobsceno: ¿el Antropoceno es solamente el cambio en las dinámicas de los sistemas naturales?

Estamos ante un libro que corre riesgos en la estructura. Sin índice, sin guía, podría ser abordado comenzando por cualquier parte. También corre riesgos por la apertura en la forma de abordar los temas: sin moralejas, sin certezas, sin recetas. No es un libro habitual.

La excusa del libro es tratar de convencer a J, amigo del narrador de Antropoceno obsceno, de que ante este «mundo que apesta» —extremo que ambos comparten— merece la pena hacer algo. J no comprende las quejas, los lamentos y la angustia del narrador y defiende dar la espalda al Antropoceno y disfrutar de lo que hay mientras se pueda. J es el nihilismo, la indiferencia ante el mal, la escapada.

Para convencer a J, el narrador realiza un recorrido personal a través de nueve pasos que lo ayudan a decidirse a «asaltar» a su amigo, sin renunciar a sus propias inseguridades.

El narrador no recorre las etapas en soledad, sino que lo hace acompañado por el pensamiento y el encuentro con personas que lo ayudan a tratar de aclararse —a veces a encontrar más dudas— en medio de la complejidad del momento que vivimos. Thierry Paquot, Bernard Stiegler, Isabelle Stengers, Pierre Rabhi, Gilles Clément, Santiago Cirugeda, Gilles Deleuze, Edgar Morin, Reinhold Messner, Valérie Chansigaud... Estas son algunas de las personas que lo acompañan en su camino, ya sea a partir de las citas que recopila o de las entrevistas, interesantísimas, que les realiza.

Lo significativo de sus compañeros y compañeras de viaje es que abordan la cuestión del Antropoceno desde una perspectiva trans-escalar. Se transita de la filosofía y el sentido de la vida a la jardinería, la agroecología, la arquitectura, el montañismo o las vidas cotidianas. Desde esos temas se reflexiona sobre el capitalismo, el sentido del trabajo, la esclavitud del empleo y del paro, el miedo, la autoorganización, las alianzas público-sociales, los modelos de ciudad, las clases sociales, la exclusión y la necropolítica, las formas de autoengaños individuales y colectivas, etc.

Kiza pone en diálogo a unos pensadores con otros, que mayoritariamente confían en la inteligencia de las personas y en la necesidad de conseguir un «deslizamiento del interés» hacia el momento que vivimos.

Es también significativa la presencia del arte como intermediario entre la angustia y el cambio. La música, el dibujo o la montaña como aproximaciones a lo bello, al miedo o a la explicación, como alternativas y complementos al dato, a la información, a la imposible objetividad y neutralidad de la ciencia.

Confiesa Kiza, hacia el final del libro, sentirse «antropocénicamente avergonzado» por no haber entrevistado a más mujeres. Creo que es verdad que falta una mirada, no tanto de mujeres sino de la perspectiva que ha estudiado el patriarcado como una forma de organización social que los sujetos patriarcales —autoerigidos como sujetos universales— han construido basándose en el despegue de la tierra y de los cuerpos de una parte de los seres humanos. Es una tarea pendiente para hacer alguna etapa más en este viaje que busca transformar a J, en realidad trasnformarnos a nosotros mismos. [Para profundizar en este tema, léase el epílogo del libro.]

El Antropoceno no solo es la alteración de los equilibrios dinámicos de la biosfera, es también una especie de naufragio antropológico, como dice Santiago Alba Rico, es una disolución de la consistencia humana.

Lo importante en este viaje al Antropobsceno no es si al final J abandona o no su cinismo indiferente. Lo importante es el camino que hace Kiza y cómo, al hacerlo, nos obliga a pensar en lo que somos como humanos y a plantearnos las preguntas esenciales sobre el sentido de nuestras vidas. Eso es lo que nos da la oportunidad de cambiar.

No merecemos nada

La denuncia es una forma que, en última instancia, inactiva. Lo que queda cuando todo está devastado es la denuncia. […] Dejemos de decir «¡merecemos algo mejor!». […] Tenemos el deber, si tuviéramos los medios, de fabricar algo mejor, pero no [el derecho] de esperar algo mejor.

Isabelle Stengers,*

entrevista de Béatrice Pignède para Clap 36.

J

Mi amigo J y yo estamos básicamente de acuerdo: este mundo apesta. Nuestra única diferencia es que yo me quejo y él ha decidido disfrutar de la vida. Para él, yo me obceco en lamentarme, lo que no me hace más que perder el tiempo, arruinarme la existencia. Él, por el contrario, se jacta de que, asumiendo que no puede hacer nada para cambiarlo, consigue disfrutar de los placeres terrenales.

Le da igual que lo llame inconsciente. Él se ríe. Ante un mismo mundo (que ambos consideramos en extinción): él disfruta. Yo no. Aunque, en el fondo, ambos tengamos vidas bastante parecidas.

Todo comenzó con la cita anterior de Isabelle Stengers, que J me envió la semana pasada por e-mail después de una larga sesión de bares en la que, una vez más, confrontamos nuestros puntos de vista. Tras despedirnos sin acuerdo, como siempre, no esperó siquiera la llegada de la mañana para enviarme, en plena madrugada, ese texto desafiante. Con él, me está diciendo: «Cállate ya o haz algo». Y yo, como un adolescente impulsivo y arrogante, he recogido en secreto su guante. Ahora es mi turno de crear algo que haga este mundo mejor y de demostrarle que, con su actitud despreocupada y descomprometida, está equivocado. Por supuesto, no tengo ni idea de cómo hacerlo.

Lo único que se me ocurre es comenzar un viaje por este mundo obsceno y este tiempo obsceno en busca de argumentos que despierten a mi amigo de su letargo voluntario (él es tan consciente como yo de los problemas de esta época, solo que prefiere ignorarlos en su día a día) y plasmarlos en un libro. Un libro que, aunque sé de antemano que no hará mejor al mundo, al menos acalle de una vez por todas las tonterías y provocaciones desvergonzadas de J. Así de estúpidamente me lanzo, ofendido, a un vengativo viaje al Antropobsceno.

I. GANARSE (O PERDERSE EN) LA VIDA

De cómo vi que el dinero impone su viaje

Conversando con Thierry Paquot*1

El capitalismo mata las profesiones, las descalifica, las rompe. El respeto de un «saber hacer» pasará por la salida del sistema. […] Desgraciadamente, el paro se va a generalizar. Pero puede ser también una oportunidad.

Borja D. Kiza: —¿Cómo?

Thierry Paquot: —Puede servir para decir a la gente: ahora no tienes trabajo, aprovecha para viajar tres meses allí donde estás. Son prácticas que no realizamos espontáneamente porque no sabemos que podemos viajar allí y a partir de allí de donde ya nos encontramos. Esto plantea una cuestión enorme, que es la del «otro lugar». En nuestra Tierra, completamente cartografiada y nombrada, en nuestra manera de vivir, ya no hay «otro lugar». Al comienzo de nuestros primeros grandes viajes, en el siglo xv, había los «otros lugares», sitios donde nadie había estado antes, y con ellos había un campo literario particular que era el de la utopía, como la que escribió Thomas More. Nos podían hacer soñar o representar algo que no habíamos visto nunca antes. ¿Por qué no imaginar otra sociedad más justa, etc.? Hoy en día ya no hay más «otros lugares», excepto en la ciencia ficción, si salimos de este planeta y vamos a la Luna o a Marte. Si no, estamos en un mundo finito y lleno.

Ingenuo... ¿Thierry Paquot, al presentar el paro como una oportunidad, al creer en la recuperación de las utopías desde allí donde nos encontramos? Más que él, yo, al proponerme encontrar algo nuevo de valor que contar entorno al Antropoceno, sobre el que tanto está dicho y tan poco escuchado. ¿De verdad confío en que mi proyecto —que ni siquiera yo entiendo del todo— convenza a J? Aun así, debo seguir adelante. Al reescuchar la entrevista con Paquot, horas después de nuestro encuentro, me pregunto si, quizás, el Antropoceno comenzó el día en que se cartografió el último metro cuadrado de la Tierra y con él se hirió de muerte a la utopía humana. Antropoceno..., ¿el triste mundo de las no-utopías? Quizás es la nostalgia causada por esta carencia la que hace que una dicha particular nos tome cuando llegamos a un territorio hermoso pero, sobre todo, desconocido, vacío e inabarcable por nuestra vista y empezamos a explorarlo sin saber qué habrá en él. Un sendero virgen en la montaña, un bajo bosque desde el que parece intuirse una nueva playa... Libres del asfixiante Antropoceno y felices. Hasta que de pronto nos topamos con una parada de autobús o un chiringuito y todo nuestro placer se funde como un cubito de hielo dejándonos un sabor ácido en la boca del que intentamos librarnos escupiendo por doquier. La utopía hoy es posible en nosotros mientras conservamos la inconsciencia de lo que nos rodea. Más bien, mientras fingimos que desconocemos el desastre a nuestro alrededor. Una ilusión que, en cuanto nos alejamos unos pasos de nuestro puñado de metros cuadrados utópicos, se desintegra. Me digo que, antes, la utopía era mirar al horizonte con la mano en la frente. Y que hoy es mirar a nuestros pies con las manos ocultándonos los laterales. Pero J, ridículo extremista, ha ido aún más lejos y ha decidido cerrar los ojos con fuerza, abandonándose a la nada que no decepciona y renunciando así a toda noción de utopía.

—¿El siglo xx ha sido utópico?

—Ante la llegada del año 2000, escribí un artículo sobre cómo veíamos esta fecha en 1960 y 1985. No acertamos en nada, en algunos casos para mejor y en otros para peor. Se pensaba que ya no cocinaríamos y nos alimentaríamos con una pastilla, que los cánceres serían vencidos, que al comer un tenedor nos diría el nivel de colesterol... Todo dependía del progreso técnico y científico y ninguna de las previsiones trataba el bienestar humano, la sensualidad, la plenitud sexual, la relación con la naturaleza... Era como si de pronto la utopía fuera el incremento de elementos técnicos.

—En el siglo xxi, ¿ya no hay espacio para la utopía?

—Para empezar, la palabra «utopía» ha cambiado de naturaleza. Lo que antes era un «otro lugar» presente se ha convertido en una «voluntad de cambio». Como el «otro lugar» no está en otro lugar, yo invento mi «otro lugar» aquí, lo que se materializa en una cooperativa de producción autogestionada, en una vivienda participativa, en un pueblo decreciente, en una ciudad lenta... La utopía cambia su sentido clásico y significa simplemente fabricar otra sociedad aquí y ahora, dentro de nuestra sociedad actual. El «otro lugar» se busca respecto a la propia sociedad, ya no fuera de la sociedad en general. Es un «otro lugar» en el interior y es pequeño, excepcional, concierne a una pequeña comunidad de personas... Y esos «otros lugares» existen, hay muchas alternativas. Las utopías de hoy son las alternativas.

—¿Estas alternativas deberían interconectarse?

—Les cuesta federarse porque el sistema lo entorpece. Frente a una cooperativa que hace pan bio a buen precio, si puede, la mata. Afortunadamente, gracias a internet y a la facilidad para viajar, hay conexiones entre estos proyectos alternativos, pero no van muy lejos. Hoy todos los experimentos se hacen sabiendo que son limitados, sobre todo lo saben aquellos que participan. A menudo se trata de gente que ha militado mucho y se ha dado cuenta de que a través de la militancia no es posible, de que no sirve para nada. Como máximo sirve para aspirar a un sueldo individual de político y a cambiar de partido si prevé que va a perder votos... Pero como no pueden sostener este discurso porque es el de Marine Le Pen,2 que dice que los partidos son todos iguales y no se ocupan más que de su carrera —lo que yo también creo—, para no ser asociados a la extrema derecha se oponen a través de la experimentación social. Si hacemos un Tour de France de experimentaciones sociales, hay muchísimas, pero son excesivamente modestas, y lo más increíble es que pueden estar a dos kilómetros unas de otras y no conocerse. Yo lo he visto en Saint-Étienne. Pero también tiene cierto sentido porque estamos convencidos de que small is beautiful y tenemos miedo de que, si crecemos, surjan intermediarios, costes suplementarios y, sobre todo, se produzca una pérdida relacional, lo que es verdad.

—¿El capitalismo es invencible?

—El capitalismo ha sido siempre recuperador de las alternativas que le plantan cara. Pero no es grave, ya lo sabemos. Lo que hay que hacer es mostrar cada vez que solo puede recuperar una parte en nombre del capitalismo. Pero hay otra parte con la que no puede hacerse. Por el contrario, lo que sí puede es oponerse y romper las alternativas.

—¿Sin interconexión frente a este capitalismo, las alternativas están abocadas al fracaso?

—No. Vivirán su vida y desaparecerán cuando el proyecto se pare, pero nacerán otras, como los champiñones. Yo creo que, hoy, la visión de unir alternativas y crear algo grande que cambie el sistema no es buena porque los obstáculos son de naturaleza diferente a pequeña o a gran escala. Además, antes era más claro: existían el proletariado y el patronato, por hacerlo caricaturesco, y había un enfrentamiento. Pero después hemos visto que hay una multitud de patronatos y ciudadanos diferentes y que lo que hay hoy es una variedad de conflictos, secretos, oposiciones, rivalidades, celos, envidias... A partir de ahí, como no es cuestión de matarse mutuamente, buscamos un acuerdo, que es siempre provisional y frágil. Y es mucho más sencillo encontrar estos acuerdos en un grupo pequeño y tocar la misma partitura. Después, cuando los involucrados se desvinculan del proyecto, no hay transmisión pero, en todo caso, no nos arrepentimos de lo vivido. Hay que abandonar la idea de que voy a construir un sistema alternativo que va a crecer y sustituir al otro, aunque eso no implica que a nivel de Estado no se pueda crear un marco legal que favorezca la proliferación de alternativas.

—En España, a nivel municipal, tras las elecciones de mayo de 2015, Barcelona y Madrid tienen alcaldesas de partidos nuevos y de clara sensibilidad de izquierdas que podrían avanzar en este sentido.

—El poder se para allí donde la economía planetaria circula, pero en el mundo hay pequeños signos de esperanza de otras prácticas políticas en las ciudades. El libro Le temps des maires [Frédéric Sawicki] explica que hoy los alcaldes tienen más margen de maniobra, contrariamente a lo que creemos, que los estados-nación. Las opciones democráticas más interesantes hoy suceden a nivel ciudad de un determinado tamaño y a nivel de territorio. Pero no territorio en el sentido de región, que es una invención tecnócrata.

Antiguamente había territorios con un sentido cultural y lingüístico, como el País Vasco o Cataluña. Había cierta coherencia en la superposición de una cultura y un territorio. En Francia, de un golpe de varita mágica presidencial, acabamos de pasar de 24 regiones a 13 sin ninguna discusión, debate ni balance. Es una maniobra de tecnócratas, la gente no sabe ni cómo se llaman las nuevas regiones. Pero no molesta a nadie porque nadie se siente identificado. Para un francés medio, la región es como Europa: unos tecnócratas que nos roban dinero y después no se ocupan para nada de nosotros.

En ciudades como París, donde los cataríes compran vecindarios enteros en el barrio de la Ópera y los fondos de pensiones ingleses y americanos compran inmuebles, hoteles e incluso negocios con actividad económica, el margen de maniobra es limitado. Pero si hubiera un o una alcaldesa que municipalizara el suelo, estableciera un bloqueo de los alquileres y organizara de otra manera la política inmobiliaria y territorial, la situación cambiaría. Obligatoriamente, perdería cierta fuerza durante un tiempo porque el capitalismo se lo haría pagar, pero una ciudad como París es sólida y al cabo de dos o tres años los turistas volverían y los capitalistas también. Yo creo que hoy esta relación de fuerzas no es apreciada en su justo valor por los responsables políticos, que van en el sentido del capitalismo planetarizado y hacen que ciudades como París se vuelvan lugares cada vez más homogéneos sociológicamente, de clase más bien alta, joven y relacionada con las nuevas tecnologías. Sin embargo, una verdadera ciudad es una ciudad variopinta, que contiene un abanico de edades, orígenes étnicos, lenguas... Igual que hay una biodiversidad en la naturaleza, hay una diversidad socio-cultural en las ciudades que hay, sin duda, que cultivar.

Mientras transcribo a Paquot, leo en la prensa que hace dos noches que los franceses ocupan la plaza de la République en París. En España, los medios relacionan la noticia más o menos con el proceso iniciado tras el 15-M3 en Madrid y otras ciudades. Algunos insinúan que las consciencias francesas están ya suficientemente maduras como para iniciar un movimiento ciudadano de envergadura. Maduras... ¿o podridas?

El paro sube lenta pero imparablemente desde hace años aquí. La gente pasea entre militares con metralleta desplegados por el estado de emergencia. El espacio de vida común se carcome, constreñido entre el racismo y el terrorismo. El gobierno socialista al que votaron confiando en sus valores de izquierda ha aplicado muchas de las medidas más conservadoras del país en décadas. La extrema derecha es, por el momento, la única fuerza capaz de aglutinar y rentabilizar políticamente el descontento popular. [Finalmente Enmanuel Macron y su proyecto En Marche! aprovecharán electoralmente esta frustración social antes de desatar, a finales de 2018, una de las mayores protestar ciudadanas de los últimos años en el país: el movimiento de los gilets jaunes.4] Los casos de corrupción en masa, que hasta ahora parecían una enfermedad limitada a los países del Sur, empiezan a aflorar en los despachos más respetados... Cada día los franceses ven más claro que, en el fondo, no son muy diferentes de los españoles, los griegos, los portugueses, los irlandeses... Los «pigs»5 de Europa.

¡Bienvenidos, vecinos! ¡Nuestra pocilga es vuestra pocilga! ¡Oink, oink...! Nada que reprocharles. Me digo que también nosotros necesitamos un buen número de revolcones en el fango y alcanzar un alto grado de putrefacción antes de reaccionar. Y, en todo caso, ¿para qué han servido nuestras pataletas? Me pregunto si el capitalismo, sistemáticamente, crea el caldo de cultivo de su propia destrucción y luego se lo bebe, a modo de vacuna, con el fin de inmunizarse de todas sus posibles amenazas. Pero, ¿qué sabré yo del capitalismo?

—¿Hay algo que pueda amenazar de verdad al capitalismo?

—Los movimientos de contestación, si algún día los hay, serán llevados a cabo por la clase media, un poco como los «indignados» de España. No serán los más pobres ni tampoco los más ricos. La clase media hoy constata que el sistema no funciona y que esto que vivimos no es normal. Sin embargo, como no cree en la política en su sentido clásico, lo manifiesta pero no desea ser elegida. En América Latina hay muchos partidos políticos en los que el candidato, la cara visible, aunque sea el más votado, no irá al Ayuntamiento. No quiere. Lo que quiere es que sus ideas orienten el debate público y que el número dos, que será efectivamente alcalde, esté obligado a dirigir el debate y sus promesas.

Pienso en Christian Schwägerl,6 que en La era del hombre: ¿destruir o replantear? La época decisiva de nuestro planeta dice: «La historia post-Revolución francesa y post-Revolución industrial se construye en el cuerpo de la clase media mundial.» Por ahora, no soy capaz más que de generar preguntas, y ni siquiera estoy seguro de que no sean completamente estúpidas...: ¿somos, entonces, la clase media occidental los responsables del lugar en el que nos encontramos hoy y de la situación a la que hemos llevado al planeta? ¿Somos los culpables del Antropoceno? Si es así, ¿cuál es el siguiente paso que forzaremos a dar a la humanidad? ¿El de la salvación o el del descalabro definitivo?

A J le da igual el futuro que él mismo genera, él no estará aquí para verlo. Y yo veo que, sin darme cuenta, nos defino, a J y a mí, como «clase media occidental». No me siento del todo cómodo con la etiqueta: ¿qué tengo que ver con un obrero de Leeds que trabaja desde sus dieciséis años y que hoy gana tres veces mi salario; con una repartidora de correos de Roma con su puesto de funcionaria asegurado o con una diseñadora web treintañera de Hamburgo que malvive y malcome en un pequeño estudio pero tiene un teléfono de alta tecnología y va a yoga todos los miércoles? J diría: «Todos nosotros, no somos ni ricos ni pobres». Pero, cada vez más a menudo, yo me confronto a otra definición igualmente inexacta y válida de nuestra clase: todos nosotros, somos pobres para los ricos y ricos para los pobres. Con los problemas de comunión social que ello suscita. Me permito, por ahora, aceptarme sin más como parte de esta vasta y basta barrica en fermentación que es la «clase media» europea. No puedo definir todo al milímetro a cada paso, se trata de avanzar. Schwägerl añade en su libro:

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