Historia trágico-marítima

Text
Aus der Reihe: Vida y Memoria
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

–––––. História Trágico-Marítima em que se escrevem chronologicamente os Naufragios que tiveraõ as Naos de Portugal, depois que se poz em exercicio a Navegaçaõ da India. Tomo segundo. Offerecido À Augusta Magestade do Muito Alto e Muito Poderosos Rey D. Joaõ V. Nosso Senhor. Lisboa Occidental. Na Officina da Congregaçaõ do Oratorio, m.dcc.xxxvi. Com todas as licenças necessárias.

–––––. História Trágico-Marítima. Ed. De António Sérgio, 3 vols., Lisboa, Sul, 1959.

Lanciani, Giulia. Sucessos e naufrágios das naus portuguesas. Lisboa, Caminho, 1997.

Moniz, António Manuel de Andrade. A História Trágico-Marítima: identidade e condição humana. Lisboa, Edições Colibrí, 2001.

Nota de la traductora

Las traducciones que aquí se presentan tienen como textos base los publicados en la História trágico-marítima del siglo xviii. El primer texto es mi versión de la relación del naufragio del galeón grande S. João, que se tradujo en 1948 en la Colección Austral, ya inconseguible, y las tres siguientes relaciones nunca se habían traducido a la lengua española. Una primera versión sin notas de estas tres relaciones se llevó a cabo con una beca que recibí del Fonca. La versión como aquí se presenta ve la luz gracias al programa especial Portugal-Guadalajara 2018, al que expreso mi enorme gratitud, que vale igualmente para la editorial de la Universidad Veracruzana en las personas de Édgar García Valencia y Jesús Guerrero García.

Todas las notas explicativas referidas a términos náuticos, aspectos geográficos o alusiones literarias, así como las traducciones del latín son mías, salvo algunas de António Sérgio, que siempre están señaladas con una nota. Cuando la explicación de determinados datos fue producto de la consulta de una sola fuente, esta se consigna con la referencia puntual, salvo cuando hago paráfrasis o resumen de otras fuentes consultadas.

Deseo añadir un breve párrafo para agradecer a las personas que a lo largo del tiempo aceptaron leer mis traducciones y me hicieron comentarios que me ayudaron mucho, aunque asumo toda la responsabilidad de las decisiones últimas: Geney Beltrán Félix, Alejandro Arteaga Martínez, Rafael Yaxal Sánchez Vega y Martha Elena Venier leyeron hace años avances o versiones completas de estos textos. Mirian Paredes me ayudó con el cotejo de dos relaciones. Ana Amador Castillo leyó de manera reciente todas las traducciones y las cotejó con los originales; su trabajo minucioso fue enormemente útil. Mis gracias más sentidas para todos ustedes.

Abreviaturas

Auts. Diccionario de Autoridades.

Dicc. Mar. Julián Amich, Diccionario marítimo. Revisado y puesto al día por J. Sigalés. Barcelona, Juventud, 2003.

Dicc. Pando. José Luis de Pando y Villarroya, Diccionario marítimo. Madrid, Dossat, 1956.

DLE Diccionario de la Lengua Española. Real Academia Española.

Enc. Port. Bras. Grande Enciclopédia Portuguesa e Brasileira. Lisboa: Enciclopédia, 1936-1987.

N. de S. Nota de la edición de António Sérgio.

S. U. Salvat Universal. Salvat, Barcelona, 2000.

Relación de la muy notable pérdida del galeón grande S. João en que se cuentan los grandes trabajos y lastimosas cosas que le ocurrieron al capitán Manuel de Sousa Sepúlveda y el lamentable fin que él y su mujer e hijos, y toda la demás gente, tuvieron en tierra de Natal, donde se perdieron el 24 de junio de 1552

Prólogo

Cosa es esta que se cuenta en este naufragio para que los hombres mucho teman los castigos del Señor y sean buenos cristianos, poniendo el temor a Dios delante de los ojos, para no romper sus mandamientos. Porque Manuel de Sousa era aún hidalgo muy noble, y buen caballero, y en la India gastó en su tiempo más de cincuenta mil cruzados en dar de comer a mucha gente, en buenas obras que hizo a muchos hombres; al final, fue a acabar su vida y la de su mujer e hijos en tanta lástima y necesidad entre los cafres,5 faltándole el comer, beber y vestir. Y pasó tantos trabajos antes de su muerte, que no pueden ser creídos sino por quien le ayudó a pasarlos, entre los cuales fue un tal Álvaro Fernández, guardián del galeón, quien me contó esto muy particularmente, a quien por casualidad encontré aquí en Mozambique el año de 1554.

Y por parecerme que la historia daría aviso y buen ejemplo a todos, escribí los trabajos y la muerte de este hidalgo y de toda su compañía, para que los hombres que andan por el mar se encomienden continuamente a Dios y a Nuestra Señora, que ruega por todos. Amén.

Partió en este galeón Manuel de Sousa, a quien Dios perdone, para hacer este desventurado viaje de Cochín,6 el tres de febrero del año de cincuenta y dos. Y partió tan tarde por ir a cargar a Kollam7 y allá haber poca pimienta, donde cargó obra de cuatro mil quinientos quintales,8 y vino a Cochín a terminar de cargar la cantidad de siete mil quinientos en total, con mucho trabajo a causa de la guerra que había en Malabar.9 Y con esta carga partió para el reino, pudiendo haber llevado doce mil. Aunque la nao llevaba poca pimienta, no por ello dejó de ir muy cargada de otras mercancías, con lo que se debía de tener mucho cuidado por el gran riesgo que corren las naos muy cargadas.

El trece de abril vino Manuel de Sousa a avistar la costa del cabo, en treinta y dos grados, y vinieron tan adentro porque hacía muchos días que habían partido de la India y tardaron mucho en ver el cabo, a causa de las malas velas que traían, que fue una de las causas y la principal de su perdición; porque el piloto André Vaz hacía su camino para ir a la tierra del Cabo de las Agujas,10 y el capitán Manuel de Sousa le rogó que fuera a ver tierra más cerca. El piloto, por cumplirle la voluntad, lo hizo, razón por la cual fueron a ver la tierra de Natal. Avistándola, se le hizo el viento bonanza y fue rápido hacia la costa hasta ver el Cabo de las Agujas, con plomada en la mano y sondeando; y eran los vientos tales que, si un día venteaba levante,11 otro se levantaba poniente. Y ya el 11 de marzo eran noreste-sudoeste con el Cabo de Buena Esperanza, veinticinco leguas al mar; allí le dio el viento oeste y oeste-noroeste, con muchos relámpagos. Al estar cerca de la noche, el capitán llamó al maestre y al piloto y les preguntó qué debían hacer con aquel tiempo, pues le llegaba por la proa; y todos respondieron que era buen parecer arribar.12

Las razones que daban para arribar eran que la nao era muy grande, muy larga e iba muy cargada de cajas y de otras riquezas, y ya no había más velas sino las que traían en las vergas, que los otros repuestos se los había llevado un temporal que les había dado en la Línea, y estas estaban rotas, que no se fiaban de ellas; y que si se paraban y el temporal crecía y les fuera necesario arribar, les podría el viento llevar las otras velas que tenían, que era pérdida para su viaje y salvación, que no había en la nao otras y tales eran aquellas que traían, que tanto tiempo ponían en remendarlas como en navegar. Y una de las cosas por las que no habían doblado el Cabo a estas alturas fue el tiempo que gastaban en amainarlas para coserlas; y, por lo tanto, el buen parecer era arribar con los papahígos13 grandes ambos bajos, porque dándole solamente la vela de proa, era tan vieja, que era muy cierto que el viento se la llevaría de la verga por el gran peso de la nao, y ambos juntos uno ayudaría al otro. Y viniendo así, arribando, que estarían a ciento y treinta leguas del Cabo, les cambió el viento a noreste y este-noreste, tan furioso que los hizo otra vez correr al sur y al sudoeste; y con el mar que venía del poniente y lo que el levante hizo, metió tanto mar que cada balanceo que el galeón daba parecía que lo metía al fondo. Y así corrieron tres días, y al cabo de ellos se les volvió el viento a calmar, y quedó el mar muy grande, y trabajó tanto la nao que perdió tres machos del timón,14 en lo que está toda la perdición o la salvación de una nao. Y esto no lo sabía nadie, solamente el carpintero de la nao, que fue a ver el timón y echó en falta dos hierros, y entonces se fue con el maestre y se lo dijo en secreto; era un tal Cristóvão Fernandes da Cunha, el Corto. Y él respondió, como buen oficial y buen hombre, que tal cosa no se le dijera al capitán, ni a ninguna otra persona, para no causar terror y miedo en la gente; y así lo hizo.

Andando así con este trabajo, les volvió a saltar otra vez el viento este-sudoeste y temporal desatado, y ya entonces parecía que Dios tenía por bien el fin que después tuvieron. Y yendo con la misma vela, arribando otra vez lanzándole el timón a la banda, no quiso la nao ceder, y toda se puso a barlovento; el viento, que era bravo, le arrancó el papahígo de la verga grande. Cuando se vieron sin vela, y vieron que no había otra, acudieron con diligencia a tomar la vela de la proa, y antes quisieron aventurarse a quedarse de mar al través15 que quedarse sin ninguna vela. El trinquete de la proa todavía no se terminaba de tomar cuando la nao se atravesó, y al atravesarse le dieron tres mares tan grandes que de los balanceos que dio la nao se le reventaron los aparejos y los refuerzos de la banda de babor,16 y no le quedaron más que las tres delanteras.

 

Y viéndose con los aparejos quebrados y sin ninguna jarcia17 en el mástil de aquella banda, se valieron de unos cabos para hacer brandales.18 Y estando con esta obra entre manos, andaba el mar muy corpulento y les pareció que ya era inútil y que era mejor parecer cortar el mástil, por lo mucho que la nao trabajaba; el mar y el viento eran tan grandes que nos los dejaban hacer ninguna obra ni había hombre que se pudiera mantener en pie.

Cuando estaban con los serruchos en las manos comenzando ya a cortar, que ven súbitamente reventar el mástil grande por encima de las poleas de las coronas, como si lo cortaran de golpe, y por la banda de estribor lo lanzó el viento al mar con la gavia19 y la jarcia, como si fuera algo muy leve; y entonces le cortaron los aparejos y la jarcia de la otra banda, y todo junto se fue al mar.

Al verse sin mástil ni verga, hicieron en la base del mástil grande que les quedó un mastelero, con un pedazo de antena20 bien clavada y con las mejores ataduras que pudieron, y en él guarnecieron una verga para la vela de la guía; y de la otra antena hicieron una verga para el papahígo, y con algunos pedazos de velas viejas volvieron a guarnecer esta verga grande; y otro tanto hicieron para el mástil de proa; y quedó esto tan remendado y débil que bastaba cualquier viento para volvérselo a llevar.

Y cuando tuvieron todo guarnecido, dieron a las velas con el viento sur-sureste. Y como el timón venía ya con tres hierros menos, que eran los principales, no quiso la nao gobernar sino con mucho trabajo, y ya entonces las escotas21 le servían de timón. Y yendo así, fue el viento creciendo y la nao se puso más de barlovento, y se puso toda a la cuerda, sin querer ir con el timón ni con las escotas. Y esta vez el viento le volvió a llevar la vela grande, y al que le servía de guía; y viéndose otra vez desprovistos de velas, acudieron a la vela de la proa, y entonces se atravesó la nao y comenzó a tener trabajos; y como el timón se había podrido, un mar que entonces le dio lo quebró por en medio, y le llevó luego la mitad, y todos los machos quedaron metidos en las hembras.22 Por lo que se debe tener gran cautela con los timones y velas de las naos, a causa de tantos trabajos, cuantos son los que en esta ruta se pasan.

Quien entienda bien al mar, o todos los que en esto bien cuiden, podrán ver cómo habrá quedado Manuel de Sousa con su mujer y aquella gente cuando se vio en una nao en el Cabo de Buena Esperanza, sin timón, sin mástil y sin velas, ni de qué poder hacerlas; y ya en este tiempo trabajaba la nao tanto, y hacía tanta agua, que tuvieron por mejor remedio, para no irse al fondo a pique, cortar el mástil de la proa, que les hacía abrir la nao; y estando para cortarlo, les dio un mar tan grande que lo quebró por los tamboretes y lo lanzó al mar, sin que ellos pusieran más trabajo que el que tuvieron en cortarle la jarcia; y al caer esta desde el mástil, dio un golpe tan grande en el bauprés que lo lanzó fuera de la carlinga y lo metió por dentro de la nao casi todo; y aun fue algún remedio para que se le quedara algún palo; pero como todos eran pronósticos de mayores trabajos, ninguna diligencia por sus pecados les valía. Todavía en este tiempo no habían avistado tierra, después de que arribaran desde el Cabo, pero estarían de ella de quince a veinte leguas.

Desde que se vieron sin mástil, sin timón y sin velas, se les quedó la nao inclinada del lado de tierra; y viéndose Manuel de Sousa y oficiales sin ningún remedio, determinaron lo mejor que pudieron para hacer un timón, y de alguna ropa que traían de las mercadurías hicieron algún remedio de velas con que pudieran venir a Mozambique. Y de inmediato, con mucha diligencia, repartieron a la gente, parte en la obra del timón y parte en guarnecer algún palo, y la otra en hacer velas de alguna manera, y en esto se gastaron diez días. Y habiendo hecho el timón, cuando lo quisieron meter, les había quedado estrecho y corto y no les sirvió. A pesar de esto, se entregaron a las velas que tenían para ver si habría algún remedio de salvación, y fueron para lanzar el timón, pero no se pudo gobernar la nao de ningún modo, porque no tenía la vitola23 del otro que el mar les había llevado, y ya entonces tenían tierra a la vista. Y esto ocurría el ocho de junio. Y viéndose tan cerca de la costa, y que el mar y el viento los iban llevando para la tierra, y que no tenían otro remedio sino ir a encallar para no irse al fondo, se encomendaron a Dios, y ya entonces iba la nao abierta, que por milagro de Dios se sustentaba sobre el mar.

Viéndose Manuel de Sousa tan cerca de tierra y sin ningún remedio, tomó el parecer de sus oficiales, y todos dijeron que, para remedio de salvar sus vidas del mar, era buen parecer que se dejaran llevar así hasta estar a diez brazas y, en cuanto hallaran el fondo, surgir24 para lanzar el batel para el desembarco; y lanzaron de inmediato una manchua25 con algunos hombres que fueran a vigilar la playa, donde era más seguro poder desembarcar, con el acuerdo de que en cuanto dieran fondo en el batel y en la manchua, después de que se desembarcara a la gente, se sacaran las provisiones y las armas que se pudiera, que la única riqueza que del galeón se podía salvar era más para su perdición, a causa de los cafres que los habían de robar. Y así con este consejo, fueron arribando al son del mar y del viento, alargando la escota por una banda y cazándola por la otra; ya el timón no gobernaba con más de quince palmos de agua debajo de la cubierta. Y yendo la nao cerca de tierra, lanzaron la plomada y encontraron todavía mucha profundidad y se dejaron llevar; y de ahí a un gran espacio volvió la manchua a la nao y dijo que cerca de ahí había una playa donde podrían desembarcar si la pudiesen tomar, y que todo lo demás era roca tallada y grandes rocas, donde no había manera de salvación.

¡Verdaderamente que los hombres tuvieran gran cuidado de esto causa gran asombro! Y que vienen con este galeón a varar en tierra de cafres, teniéndolo para mejor remedio de sus vidas, siendo esto tan peligroso y por aquí verán para cuántos trabajos estaban guardados Manuel de Sousa, su mujer y sus hijos. Teniendo ya el recado de la manchua, trabajaron para ir a aquella parte donde los esperaba la playa, hasta llegar al lugar que la manchua les había dicho, y ya entonces estaban a siete brazas, donde lanzaron un ancla; y, después de todo eso, con mucha diligencia, guarnecieron aparejos con los que lanzaron el batel.

La primera cosa que hicieron como tuvieron fuera el batel fue llevar otra ancla a tierra, y ya el viento era más bonanza y el galeón ya estaba de tierra a dos tiros de ballesta. Y al ver Manuel de Sousa cómo el galeón se le iba al fondo sin ningún remedio, llamó al maestre y al piloto y les dijo que la primera cosa que hicieran fuera ponerlo en tierra con su mujer e hijos, con veinte hombres que estuvieran para su guardia, y después de eso sacaran las armas y mantenimiento y pólvora y alguna ropa de cambray, para ver si había en tierra alguna manera de rescate de provisiones. Y esto con fundamento de que se hiciera un fuerte en aquel lugar con palos de barriles y hacer allí una carabela con la madera de la nao en la que pudieran mandar recado a Sofala. Pero como ya estaba desde arriba que acabara este capitán con su mujer e hijos y toda su compañía, ningún remedio se podía cuidar para que la fortuna no fuera contraria; que teniendo este pensamiento de que allí se hiciera un fuerte, le volvió a soplar el viento con tanto ímpetu, y el mar le creció tanto, que dio con el galeón a la costa, por donde no pudieron hacer nada de lo que habían pensado. Para este tiempo, Manuel de Sousa, su mujer e hijos y obra de treinta personas estaban en tierra; y toda la demás gente estaba en el galeón. Decir el peligro que tuvieron en el desembarco el capitán y su mujer con estas treinta personas fuera excusado; pero, por contar historia tan verdadera y lastimosa, diré que de tres veces que la manchua fue a tierra se perdió, donde murieron algunos hombres, de los cuales uno era el hijo de Bento Rodrigues; y hasta entonces el batel no había ido a tierra, que no osaban mandarlo, porque el mar andaba muy bravo y debido a que la manchua era más leve escapó aquellas dos veces primeras.

Cuando vieron el maestre y el piloto, con la demás gente que aún estaba en la nao, que el galeón iba sobre la amarra de la tierra, entendieron que la amarra del mar se le había cortado, porque el fondo estaba sucio y hacía dos días que estaban surtos,26 y amaneciendo al tercer día que vieron que el galeón quedaba solo sobre la amarra de la tierra y el viento comenzaba a soplar, le dijo el piloto a la otra gente, al tiempo que ya la nao tocaba:

—Hermanos, antes de que la nao se abra y se nos vaya al fondo, quien se quiera embarcar conmigo en aquel batel lo podrá hacer.

Y se fue a embarcar e hizo embarcar al maestre, que era hombre viejo y a quien ya le desfallecía el espíritu por su edad; y con gran trabajo, por ser el viento fuerte, se embarcaron en el dicho batel obra de cuarenta personas, y el mar andaba tan grueso en tierra que lanzó el batel en pedazos sobre la playa. Y quiso Nuestro Señor que de este golpe no muriera nadie, que fue milagro, porque antes de venir a tierra lo zozobró el mar.

El capitán, que el día anterior había desembarcado, andaba en la playa dando fuerza a los hombres y, dando la mano a los que podía, los llevaba a la hoguera que había hecho, porque el frío era grande. En la nao se quedaron todavía unas buenas quinientas personas; a saber: doscientos portugueses, y el resto de esclavos; en aquellos entraba Duarte Fernandes, contramaestre del galeón, y guardián; y estando aun así la nao, que ya daba muchos golpes, les pareció bien alargar la amarra a mano, para que fuera la nao bien a tierra, y no la quisieron cortar para que la resaca no los tornase para el mar abierto; y como la nao se asentó, en poco tiempo se partió por el medio, a saber: del mástil adelante un pedazo y otro del mástil de atrás; y de ahí a obra de una hora, aquellos dos pedazos se hicieron cuatro; y como las aberturas se arruinaron, la mercancía y las cajas se vinieron encima, y la gente que estaba en la nao se lanzó sobre las cajas y sobre la madera hacia tierra. Murieron, al lanzarse, más de cuarenta portugueses y setenta esclavos; la demás gente vino a tierra por arriba del mar y otra por abajo, como a Nuestro Señor le plació; y mucha de ella, herida por los clavos y la madera. De ahí a cuatro horas estaba el galeón deshecho, sin de él aparecer pedazo como una braza; y todo el mar lo lanzó a tierra con gran tempestad.

Y los bienes que iban en el galeón, así del rey como de particulares, dicen que valían un cuento de oro, porque desde que se descubrió la India hasta entonces no había partido de allá nao tan rica. Y por haberse deshecho la nao en tantas migajas, no pudo el capitán Manuel de Sousa hacer la embarcación que había determinado, que no quedó batel ni cosa sobre la que se pudiera armar la carabela, ni de qué hacerla, por donde le fue necesario tomar otro consejo.

Al ver el capitán y su compañía que no tenían remedio de embarcación, con consejo de sus oficiales y de los hidalgos que en su compañía llevaba, que eran Pantaleão de Sá, Tristão de Sousa, Amador de Sousa y Diogo Mendes Dourado de Setúbal, asentaron que debían de estar en aquella playa, donde salieron del galeón, algunos días, pues allí tenían agua, hasta que les convalecieran los enfermos. Entonces hicieron sus cercas de algunas arcas y toneles, y estuvieron allí doce días, y en todos ellos no les vino a hablar ningún negro del lugar. Solamente los tres primeros aparecieron nueve cafres en un otero, y allí estarían dos horas sin hablar nada con nosotros y, como espantados, se volvieron a ir. Y de allí a dos días les pareció bien mandar un hombre y un cafre del mismo galeón para ver si encontraban algunos negros que con ellos quisieran hablar, para rescatar alguna provisión. Y estos anduvieron allá dos días sin encontrar persona viva sino algunas casas de paja, despobladas, por donde entendieron que los negros habían huido con miedo, y entonces volvieron al campamento, y en algunas de las casas encontraron flechas atravesadas, que dicen que es su señal de guerra.

 

De allí a tres días, al estar en aquel lugar donde escaparon del galeón, les aparecieron en un otero siete u ocho cafres con una vaca amarrada; con señas los cristianos los hicieron ir abajo y el capitán, con cuatro hombres, fue a hablar con ellos; y después de tenerlos seguros, los negros le dijeron con señas que querían hierro. Entonces el capitán mandó por media docena de clavos y se los mostró, y ellos se complacieron de verlos y entonces se acercaron más a los nuestros y comenzaron a tratar el precio de la vaca; y cuando ya estaban de acuerdo, aparecieron cinco cafres en otro otero y comenzaron a gritar en su lengua que no dieran la vaca a cambio de clavos. Entonces se fueron estos cafres llevándose consigo la vaca sin pronunciar palabra. Y el capitán no les quiso tomar la vaca, a pesar de que tenía gran necesidad de ella para su mujer y sus hijos.

Así estuvo siempre con mucho cuidado y vigilancia, levantándose cada noche tres y cuatro veces a rondar los cuartos, lo que era gran trabajo para él; y así estuvieron doce días hasta que la gente convaleció, al cabo de los cuales, viendo que ya todos podían caminar, los llamó a consejo sobre lo que debían hacer, y antes de hablar sobre el asunto les habló de esta manera:

—Amigos y señores: bien ven el estado al que por nuestros pecados hemos llegado, y yo creo verdaderamente que los míos nada más bastaban para que, por ellos, fuéramos puestos en tan grandes necesidades, como ven que tenemos; pero es Nuestro Señor tan piadoso que nos hizo tan gran merced, que no nos fuéramos al fondo en aquella nao, a pesar de traer tanta cantidad de agua debajo de las cubiertas; le agradará a él que, pues fue servido al llevarnos a tierra de cristianos, los que en esta empresa acabaron con tantos trabajos tendrá por bien que sea para la salvación de sus almas. Estos días que aquí estuvimos, bien ven, señores, que fueron necesarios para que nos convalecieran los enfermos que traíamos; ahora, alabado sea el Señor, ya pueden caminar. Por lo tanto, los junté aquí para que establezcamos qué camino tenemos que tomar para remedio de nuestra salvación, que la determinación que traíamos de hacer alguna embarcación se nos impidió, como vieron, por no haber podido salvar de la nao ninguna cosa para poder hacerla. Y pues, señores y hermanos, se les va la vida como a mí, no será razón hacer ni determinar nada sin consejo de todos. Una merced les quiero pedir, la cual es que no me desamparen ni me dejen, dado el caso que yo no pueda andar tanto como los que más anden, por causa de mi mujer e hijos. Y así, a todos juntos, querrá Nuestro Señor por su misericordia ayudarnos.

Después de hablarles y conversar todos sobre el camino que tenían que hacer, por no haber otro remedio, establecieron que debían caminar con el mayor orden que pudieran a lo largo de estas playas, camino del río que descubrió Lourenço Marques, y le prometieron nunca desampararlo, lo que de inmediato pusieron en obra. Este río tendría ciento ochenta leguas por costa, pero ellos anduvieron más de trescientas por los muchos rodeos que hicieron al querer pasar los ríos y pantanos que encontraban en el camino, y después volvían al mar, en lo que gastaron cinco meses y medio.

De esta playa donde se perdieron, en 31 grados, el 7 de julio de cincuenta y dos, comenzaron a caminar con este orden que sigue, a saber: Manuel de Sousa con su mujer e hijos, con ochenta portugueses y con esclavos; y André Vaz, el piloto, en su compañía, con una bandera con el Crucifijo erguido, caminaba en la vanguardia; y a doña Leonor, su mujer, la llevaban esclavos en andas. Justo atrás venía el maestre del galeón con la gente del mar y con las esclavas. En la retaguardia caminaba Pantaleão de Sá con el resto de los portugueses y de los esclavos, que serían hasta doscientas personas, y todas juntas serían quinientas, de las cuales eran ciento ochenta portugueses. De este modo caminaron un mes con muchos trabajos, hambres y sedes, porque en todo este tiempo no comían sino el arroz que se había salvado del galeón y algunas frutas del campo, porque otros sustentos de la tierra no encontraban ni quién se los vendiera; por donde pasaron tan gran escasez que no se puede creer ni escribir.

En todo este mes podrían haber caminado como cien leguas; y, por los grandes rodeos que hacían al pasar los ríos, no habrían andado treinta leguas por costa; y ya para entonces habían perdido a once o doce personas; solo un hijo ilegítimo de Manuel de Sousa de diez u once años que, al venir ya muy débil del hambre, junto con un esclavo que lo traía en la espalda, se quedó atrás. Cuando Manuel de Sousa preguntó por él y le dijeron que se había quedado atrás obra de media legua, estuvo a punto de perder la cabeza, y por parecerle que venía en la retaguardia con su tío Pantaleão de Sá, como algunas veces había ocurrido, lo perdió así. De inmediato prometió quinientos cruzados a dos hombres para que volvieran en su búsqueda, pero no hubo quien los quisiera aceptar por estar ya cerca la noche y a causa de los tigres y leones, porque, cuando quedaba un hombre atrás, se lo comían. Por esto le fue forzado no dejar el camino que llevaba y dejar así a su hijo, donde se le quedaron los ojos. Y aquí se podrá ver cuántos trabajos fueron los de este hidalgo antes de su muerte. También se había perdido António de Sampaio, sobrino de Lopo Vaz de Sampaio, que fue gobernador de la India, y cinco o seis hombres portugueses y algunos esclavos, de pura hambre y trabajo del camino.

En este tiempo habían ya peleado algunas veces, pero siempre los cafres se llevaban lo peor y en una pelea les mataron a Diogo Mendes Dourado, que hasta su muerte había peleado muy bien como valiente caballero. Era tanto el trabajo, tanto de la vigilancia como del hambre y el camino, que cada día desfallecía más la gente y no había día que no quedara una o dos personas por esas playas y por los campos, por no poder caminar; y de inmediato eran comidos por tigres y serpientes, por haber en esa tierra gran cantidad. Y ciertamente que ver quedarse estos hombres, que cada día se les quedaban vivos por esos desiertos, era cosa de gran dolor y sentimiento para unos y para otros, porque el que se quedaba les decía a los otros de su compañía que caminaban, tal vez a padres, a hermanos y a amigos, que se fueran, que los encomendaran a Dios Nuestro Señor. Causaba esto tan grande dolor, ver quedarse al pariente, al amigo, sin poderlo amparar, sabiendo que de allí a poco tiempo había de ser comido por fieras alimañas, que pues causa tanto dolor a quien lo oye, cuánto más hará a quien lo vio y pasó.

Con grandísima desventura iban así prosiguiendo, ora se metían en el campo a buscar de comer y pasar ríos, y volvían por toda la orilla del mar subiendo sierras muy altas, ora bajando otras de grandísimo peligro; y no eran suficientes estos trabajos, sino muchos otros que los cafres les daban. Y así caminaron obra de dos meses y medio, y era tanta el hambre y la sed que tenían que la mayor parte de los días ocurrían cosas de gran admiración, de las cuales contaré algunas de las más notables.

Ocurrió muchas veces entre esta gente venderse un búcaro de agua de un cuartillo por diez cruzados,27 y un caldero que llevaba unos dos litros costaba cien cruzados; y debido a que a veces en esto había desorden, el capitán mandaba buscar un caldero de esta, por no haber una vasija mayor en la compañía, y le daba a quien la iba a buscar cien cruzados, y él con sus propias manos la repartía, y la que tomaba para su mujer e hijos era a ocho y diez cruzados el cuartillo; y del mismo modo repartía la otra, de modo que siempre pudiera hallar remedio, que con el dinero que en un día se hacía con aquella agua, al otro hubiera quien la fuera a buscar y se pusiera en ese riesgo por el interés. Y además de esto, pasaban grandes hambres y daban mucho dinero por cualquier pescado que se encontraba en la playa o por cualquier animal del monte.

Viniendo caminando sus jornadas, según era la tierra que encontraban, y siempre con los trabajos que he dicho, habrían pasado ya tres meses que caminaban con la determinación de ir al encuentro del río de Lourenço Marques, que es Aguada da Boa Paz. Ya hacía muchos días que no se sustentaban sino de frutas, que por suerte encontraban, y de huesos tostados; y ocurrió muchas veces que se vendía en el campamento una piel de una cabra en quince cruzados, y aunque estuviera seca, la lanzaban al agua y así la comían.