Buch lesen: «Homo sapiens»
Homo sapiens
Antonio Vélez
Divulgación Científica
Editorial Universidad de Antioquia®
Colección Divulgación Científica
© Antonio Vélez
© Editorial Universidad de Antioquia®
ISBN: 978-958-714-902-9
ISBNe: 978-958-714-903-6
Primera edición: septiembre del 2019
Impresión y terminación: Imprenta Universidad de Antioquia
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Prólogo
Este libro es un recorrido por la historia del ser humano, el Homo sapiens, con la intención de examinar algunas de sus conductas y explicarlas desde el punto de vista evolutivo. Se trata de mirar con lupa los llamados “universales” de la conducta humana, conocimientos que hoy empiezan a conformar una nueva y potente disciplina conocida con el nombre de “sicología evolutiva” o “evolucionista”. El producto final es una síntesis de ideas y resultados ya establecidos, correspondientes a campos tan diversos como la genética, la evolución, la antropología, la neurología, la epistemología, las ciencias cognitivas, la etología y, por supuesto, la sicología.
Por “universales” entenderemos aquellas conductas observadas en todas las culturas estudiadas por los antropólogos y que parecen no depender de las particularidades de lo enseñado en cada grupo humano. Lo interesante de la síntesis obtenida es que se logra que una parte importante del complejo conjunto de la conducta humana quede explicada bajo un solo principio unificador: la búsqueda, directa o indirecta, de un mayor número de parejas sexuales de la mejor calidad biológica posible; es decir, la búsqueda de una mayor eficacia reproductiva.
La lupa milagrosa que permite una mirada refrescante a uno de los problemas más viejos del hombre, esto es, el de las razones de su conducta, las razones de sus sinrazones, de sus extrañezas, de sus estupideces y contradicciones, de su marcha a contracorriente de la lógica y el sentido común, es la teoría darwiniana de la evolución. Y la explicación que resulta es coherente con casi todo lo que se observa en las sociedades humanas. Así, muchos de los conocimientos aportados por la sicología se explican como resultado del proceso evolutivo, y se utiliza para ello la premisa de que la mayoría de las apetencias del hombre moderno, de sus impulsos, de sus intereses, de sus inclinaciones y de sus facultades mentales fueron diseñados por el proceso evolutivo de las especies con el fin de hacer máxima su eficacia reproductiva.
El hombre se comporta —dice el sicolingüista norteamericano Steven Pinker (1997)— como si alguien le susurrara desde dentro lo que es más conveniente para su coeficiente de eficacia reproductiva. Lo admirable —continúa Pinker— es que sin saber las reglas de parentesco genético ni la fisiología de la reproducción humana, los hombres han aprendido a comportarse como si las conocieran, construyendo sistemas en los que se invierte en la misma dirección del interés evolutivo.
Esto es similar a lo que ocurre con los alimentos: se aprende naturalmente a elegir lo nutritivo y a despreciar lo que no aporta calorías; el cuerpo no se deja engañar.
Se admite en esta obra que el hombre moderno es el último eslabón de una larga y continua cadena evolutiva, en la cual los eslabones anteriores son animales que se van haciendo cada vez menos racionales a medida que nos hundimos en el pasado. Y la continuidad de la cadena exige que haya cierta continuidad en las conductas. El médico y etólogo austriaco Konrad Lorenz (1993) lo confirma:
La estructura del sentir, pensar y actuar humanos contiene innumerables restos históricos de la época de sus antepasados animales, restos que se revelan imprescindibles. Por eso el intento de comprender al hombre sin tener conocimiento de las especies que le preceden equivale a pretender construir la casa empezando por el techo. El camino que conduce a la comprensión del hombre pasa por la comprensión del animal, de la misma manera que el camino que condujo a la aparición de aquel pasó sin ninguna duda por este.
El ensayista colombiano Andrés Holguín (1988) lo dice con gran economía de palabras: “El origen del hombre no se anuda con lo divino, sino con la zoología”.
Tales supuestos obligan, si se desea entender al hombre, a explorar el comportamiento animal. De allí que las conductas estudiadas se buscan y analizan primero en el animal, prefiriéndose, por lógica elemental, las especies superiores, ya que están más próximas a nosotros desde el punto de vista genético. Luego se estudian las ventajas biológicas o reproductivas (adaptativas), teniendo en cuenta las condiciones naturales y primitivas del ambiente que posiblemente rodeó al hombre de antaño y al prehombre (especie de retroingeniería) y, por último, se buscan dichas conductas, o sus vestigios, en el hombre actual.
Dado que apenas en época muy reciente conocimos los detalles del proceso reproductivo, es lógico que el hombre de ayer y el prehombre, y con mayor razón nuestros antepasados irracionales, no pudieran entender cómo se producían los herederos, no obstante supieran de dónde salían y esto nada tuviera que ver con las cigüeñas; así que resulta normal que los impulsos naturales apunten, por un lado, en la dirección de lograr un mayor número de parejas o, lo que es equivalente, de apareamientos (“los herederos se os darán por añadidura”), y, por el otro, a defender las crías obtenidas, que darán a su vez más crías portadoras de los genes familiares. En consecuencia, el término “adaptativo” se usará para indicar principalmente que se trata de lograr esos dos propósitos.
Cuando en este libro se hable de “ventajas adaptativas”, entonces, debe entenderse aquellas ventajas que reviertan, directa o indirectamente, en una mayor tasa de apareamientos, y en el cuidado y éxito reproductivo de los descendientes. Las preguntas deben formularse en pasado, porque en la vida actual, de alta tecnología y gran desarrollo científico, ya no se cumple la vieja ley natural de que el número de herederos es directamente proporcional al de apareamientos. Además, muchos ciudadanos ya no desean tantos hijos ni tienen tiempo para criarlos y educarlos. No se pierda de vista que el hombre moderno es un animal domesticado, incapaz de sobrevivir si tuviera que volver al nicho natural de sus antepasados remotos. Hoy ocupa el nicho ofrecido por los grandes colectivos humanos, bien diferente de aquel por donde transcurrió la mayor parte de su evolución. Además, se trata de un nicho deshumanizado, como lo son las grandes colectividades, las desalmadas empresas y los insensibles países poderosos.
En suma, toda forma de comportamiento que se encuentre en el hombre moderno —todo universal humano—, tenga funciones adaptativas y se dé entre las especies animales superiores, es muy probable que tenga fundamentos genéticos. Recordemos que los genes se manifiestan en el comportamiento por medios indirectos. Casi nadie hace el amor pensando en fabricar copias de su genoma, sino para divertirse o satisfacer sus impulsos sexuales, y no cuida a los hijos porque piense que ellos darán continuidad a su genoma: los cuida —dice un biólogo con gran agudeza— porque no puede evitarlo. Los genes logran sus “objetivos” dirigiendo la formación de redes neuronales que hacen atractivo el sexo y permiten que el individuo sienta amor e interés por los pequeños, frutos naturales del mismo sexo.
Un tema importante y muy moderno es el de la lucha espermática: el semen se comporta como un gran organismo que lucha para que su dueño sea quien fecunde a la hembra. A pesar de que la reproducción en el mundo actual está controlada por píldoras y otros medios anticonceptivos, nosotros seguimos siendo manipulados por los mismos imperativos, buscando con la misma intensidad el sexo, independientemente de que se traduzca en más copias de nuestro genoma.
Dentro de la pretendida síntesis se estudia y sostiene la tesis de que los hombres venimos a este mundo dotados de un mínimo no despreciable de criterios para juzgar lo olfativo, lo gustativo, lo estético, lo ético, lo humorístico y lo peligroso, amén de un conjunto de características sicológicas que pueden interpretarse como residuos arcaicos de un pasado ya superado. A estos innatismos se yuxtaponen, más tarde, las experiencias culturales, que los modifican sin hacerlos desaparecer por completo. Se describen y explican las diferentes etapas de la evolución sexual, hasta llegar a la compleja sexualidad humana. Se estudian los roles genéricos y se intenta justificar su aparición y consolidación por medio de argumentos adaptativos. Asimismo, se defiende la tesis que propone la existencia de un importante componente biológico en la conducta homosexual.
En el libro se presenta y apoya la teoría de Noam Chomsky sobre el innatismo lingüístico, y se relaciona este con la arquitectura cerebral, los descubrimientos recientes aportados por los accidentes cerebrales y las últimas investigaciones sobre la conducta prelingüística de los recién nacidos. Del campo de la sicología se toma la teoría de Jean Piaget sobre el desarrollo de la inteligencia y se presenta esta como la consecuencia inevitable de una estructura predeterminada genéticamente, en interacción con el medio exterior. Se estudia la conducta lúdica del niño y se destaca la importancia que tiene la estimulación temprana para completar el desarrollo de los circuitos neurológicos, de lo cual surge, de forma natural, la explicación de los logros asombrosos, tanto físicos como intelectuales, de algunos dotados que aprendieron temprano en la vida justamente aquellas actividades para las cuales tenían facilidades. Se hace también un recorrido por el aparato cognitivo humano, forjado este por la evolución durante los muchos milenios de cambios adaptativos para responder de manera apropiada a los desafíos del nicho social humano. Se estudia el problema de la intersubjetividad y se intenta explicar la creatividad y la aparición de los genios. Asimismo, se hace un breve recorrido por el difícil enigma de la consciencia. Toda una sección se ha dedicado a estudiar las patologías cerebrales o del alma, y sus extraños resultados.
Un tema importante está representado por las etapas de la evolución social. Se muestra que, en este lento evolucionar de la vida en grupos, han ido apareciendo pecados como la xenofobia, la envidia, la codicia, la usura, la explotación del débil, la venganza, el rencor, el terrorismo, la hipocresía, el maniqueísmo y ciertos aspectos únicos de la especie humana, como los sentimientos de culpa, el remordimiento y el sentido del humor. El egoísmo y el altruismo merecen capítulo aparte. Como novedad, del enfoque evolutivo utilizado se deriva una forma original de mirar la teoría económica, basada en la naturaleza humana y no en la simple razón, lo que ha dado origen a una nueva disciplina, conocida como “economía del comportamiento”.
Se estudian, además, algunas limitaciones específicas del intelecto humano, llamadas “sesgos”, amén de otras características vergonzosas, estupideces propias de los humanos. La agresividad y todos sus agregados, así como el impulso a la jerarquía y a la territorialidad, se presentan como respuestas de origen innato y altamente adaptativas en el pasado precultural, tendientes a resolver un conjunto complejo de situaciones creadas por la vida en comunidad. De este cuadro de conductas surgen explicaciones para la fe del carbonero, la facilidad que exhibimos casi todos los humanos para dejarnos adoctrinar, el espíritu conservador de los viejos, la rebeldía de los adolescentes, la desmedida agresividad de los deportistas, la violencia contra los “herejes”, el terrorismo sin fronteras, la corrupción administrativa...
Casi todos los temas relacionados con la conducta humana son espinosos y controvertidos, pero ninguno tanto como el relacionado con las diferencias entre los sexos. El problema central reside en la falta de equidad en los diseños de la naturaleza, desequilibrio que, en los vertebrados superiores, especialmente, castiga con preferencia al sexo femenino; sin embargo, un estudio del hombre que pretenda ser completo no podrá ignorar estos temas tan importantes y, además, los eufemismos y la hipocresía al tratar el tema no harán más que crear malentendidos. En consideración a lo anterior, el autor se anticipa y ofrece disculpas por ciertas afirmaciones que a oídos femeninos pueden sonar desagradables.
No sobra advertirle al lector que esta obra fue construida sobre las ruinas de un primer libro, titulado El Hombre: herencia y conducta. Pues bien, el viejo libro fue demolido completamente y reconstruido a la luz de la infinidad de conocimientos nuevos que se han ido agregando en las dos décadas que han transcurrido desde su publicación. Por tal motivo, el lector desprevenido que conozca el libro original podrá encontrar temas que le sonarán ya conocidos, pero puede tener la seguridad de que está frente a un libro fresco, actualizado, más ambicioso, más complejo, de mayor contenido y mejor argumentado.
Este libro está estructurado como una continuación natural de otro publicado inicialmente por la Editorial Universidad de Antioquia y luego en tercera edición por Villegas Editores, y que lleva como título Del Big Bang al Homo sapiens. El primero hace énfasis en el proceso evolutivo de las especies vivas; el segundo, en las conductas del Homo sapiens. Con el fin de que los libros puedan leerse independientemente, el autor se ha visto obligado a repetir algunos temas, aunque con desarrollos diferentes, tanto en su extensión como en su profundidad. No sobra advertirles a los lectores que los tópicos tratados en la presente obra guardan cierta independencia, de tal modo que es posible saltar de unos a otros sin pasar por los intermedios, así como es posible omitir la lectura de aquellos temas que poco interesen a un lector particular.
La procedencia bibliográfica de las citas se presenta escribiendo entre paréntesis la fecha de edición de la obra, tal como aparece referenciada en la bibliografía. Cuando sea necesario, se escribirá también dentro del mismo paréntesis el apellido del autor correspondiente. El lector sabrá perdonar que se presenten algunas citas, muy pocas, sin referencia bibliográfica. La razón es que, por desorden del autor, se les ha perdido todo rastro. Para facilitar la lectura a las personas no especializadas en temas biológicos, se ha agregado al final de la obra un glosario con los términos científicos de uso más frecuente en este libro.
Quiero agradecer a los amigos y parientes que tuvieron la paciencia de leer los originales y que me ayudaron con juiciosas observaciones en la interminable tarea de mejorar el material y reducir errores.
1
Introducción
Aquellos que entienden al babuino aportan más a la metafísica que Locke
Charles Darwin
Para entender la naturaleza del Universo poseemos una ventaja interna oculta: somos nosotros mismos pequeñas porciones de él y llevamos la respuesta dentro de nosotros
Jacques Boivin
La historia de la creación de las especies comenzó hace cerca de cuatro mil millones de años. Nuestros antepasados de esa época eran, probablemente, simples proteínas —primeros ensayos de la vida— que comenzaban a evolucionar sometidas a los filtros del medio ambiente primigenio. Hace tres mil quinientos millones de años había ocurrido ya el milagro de la vida: los primeros seres unicelulares poblaban el medio acuático y se reproducían con envidiable eficiencia. Tres mil millones de años más tarde, nuestros antiguos parientes habían adquirido un esqueleto óseo y algunos se arrastraban con dificultad por tierra firme. Necesitaron ciento cincuenta millones de años más para convertirse en mamíferos, y otros ciento veinte millones de años para tomar el aspecto de pequeños simios. Hace apenas seis millones de años esos antepasados nuestros caminaban erguidos. Cuatro millones de años más tarde eran capaces de fabricar toscas herramientas de piedra y hueso. Un millón y medio de años más, y los encontramos utilizando el fuego y con la capacidad de comunicarse en un lenguaje primitivo, para así dar inicio al vertiginoso ascenso hacia el hombre moderno.
El Homo sapiens nació ayer. Es un producto evolutivo fresco y reciente, con escasos doscientos mil años de antigüedad, o dos mil siglos, lo que representa unas diez mil generaciones. Hace apenas un instante, catorce mil años a lo sumo, comenzó a domesticar algunos de los animales que se hallaban en su entorno, y descubrió la agricultura, momento privilegiado a partir del cual se siguieron en rápida sucesión los demás avances culturales importantes. Porque la cultura evoluciona de manera lamarckiana, esto es, transmitiendo a las generaciones futuras el acumulado de todos los hallazgos realizados en cada generación. De allí su fantástica velocidad, su crecimiento explosivo, mientras que la evolución somática y síquica continúa al lento paso darwiniano.
El hombre de hoy sigue siendo, desde la perspectiva genética, casi igual a su hermano de hace dos mil siglos, porque la evolución biológica transcurre sin afanes, pues sus segundos se miden en milenios, y las características adquiridas, aun las que se tornan inútiles, tienden a perdurar más de lo necesario. Pero el nicho ecológico humano se ha transformado por completo, tanto que, en muchos aspectos importantes, el hombre moderno se ha convertido en un gran desadaptado. Debido a esto, la inteligencia racional, logro reciente, parece muchas veces estar disociada y aun en conflicto con la parte emocional, mucho más antigua, y de esta manera es de común ocurrencia que la piel diga una cosa y el cerebro otra.
Podemos estar seguros de que el corto periodo —en términos evolutivos— que nos separa del descubrimiento de la agricultura no ha podido aportar características nuevas a nuestra dotación hereditaria, innovaciones capaces de amoldarnos a los bruscos cambios operados en el nicho que ahora ocupamos, invadido por la cultura. También podemos asegurar que nada importante de nuestra vieja dotación genética ha desaparecido por completo, pues los caminos de la evolución biológica son lentos y tortuosos: hacer y deshacer cuesta milenios. Tal vez debido a nuestro anacrónico genoma, la supervivencia de la especie, para la cual la selección natural ha venido trabajando sin fatiga por espacio de miles de millones de años, parece estar seriamente amenazada por las fuerzas que el mismo hombre ha liberado y para cuyo control no tiene la dotación ética ni el equipo intelectual apropiados.
Se intentará en este libro analizar, siempre bajo el prisma evolutivo, una amplia variedad de facetas de la naturaleza humana, sondeando evolutivamente en la búsqueda de conductas que debieron haber sido importantes para la supervivencia y reproducción de nuestros antepasados animales y que, por la lentitud misma del proceso, aún se demoran en nuestros genes. Se hablará de ventajas adaptativas que fueron y que pueden ya no ser. Se tratará de explicar la conducta humana siguiendo el principio de que toda reducción a lo biológico puro o a lo meramente cultural es un abuso, sin ningún fundamento serio.
Hablando con rigor, este trabajo no pretende ir más allá de elaborar conjeturas sobre la naturaleza humana —a veces, simples elucubraciones, como corresponde a una ciencia muy joven—, apoyadas en una rica colección de argumentos entramados de manera coherente. Pero son conjeturas que cada día se fortalecen con los hallazgos de los estudiosos modernos de la conducta humana y empiezan a transformar de manera dramática la forma como los politólogos, los economistas, los sicólogos sociales, los antropólogos y los lingüistas conciben las instituciones sociales y políticas. Sin embargo, se acepta que dichas conjeturas están sujetas a discusión y revisión, y que probablemente se modificarán una y otra vez en ese proceso sin fin, pero con límite, que llamamos “búsqueda de la verdad”. Porque, en la ciencia, la “verdad” será siempre provisional, un objeto casi desechable, en tránsito hacia conocimientos más precisos, en una evolución sin descanso. Debemos, entonces, con modestia, admitir que no pretendemos averiguar la verdad, sino “solo robarle un poco a lo desconocido”, como bien decía Carl Sagan (1985). En cuanto al grado de verosimilitud, el filósofo austriaco Karl Popper (1974) escribía: “Podemos aprender de nuestros errores, siendo así como progresa la ciencia... Las teorías científicas de la actualidad son los productos comunes de nuestros prejuicios más o menos accidentales y de la eliminación crítica del error. Bajo el estímulo de la crítica y de la eliminación de errores, su verosimilitud tenderá a aumentar”.
La antropóloga Leda Cosmides y el sicólogo John Tooby, a quienes debemos el término “sicología evolutiva”, en el importante ensayo titulado Los fundamentos sicológicos de la cultura, intentaron mirar la psiquis humana desde la perspectiva evolutiva, sintetizando lo mejor del nativismo de Noam Chomsky, la etología humana de Konrad Lorenz y la sociobiología de Edward Wilson. Tooby y Cosmides creen que el camino para entender una parte sustancial de la mente humana consiste en entender primero los fines que la selección natural utilizó en su diseño. Aceptan los autores que la evolución “causó la emergencia de la mente, la que a su vez causó el proceso sicológico conocido como aprendizaje, el cual, por último, causó la adquisición de los conocimientos y valores que conforman la cultura de una persona”.
El sicólogo David Barash (2002) cree que estamos iniciando una revolución en la biología, una nueva manera de entender por qué la gente se comporta como lo hace. “Es una revolución no violenta, que arroja luz en lugar de sangre. Pero como todas las revoluciones, esta ha sido resistida con dureza por aquellos comprometidos con lo antiguo”. Y continúa: “La sicología es a la teoría de la evolución, como la química es a la teoría atómica, o como la matemática es a la teoría de números, o como la astronomía es a la teoría gravitatoria”. Pero es difícil cambiar ideas de vieja data, endurecidas por los años. Tendremos que esperar con la paciencia de Job. Y cuando realmente entendamos la evolución, entonces y solo entonces entenderemos a los seres humanos.
William James hablaba de “instintos”, para referirse a circuitos neuronales especializados que son patrimonio común de todos los miembros de una especie y producto del camino evolutivo seguido por ella. Tomados en conjunto, esos circuitos son la base de lo que se entiende por “naturaleza humana”. Es común pensar que los otros animales son gobernados por instintos, mientras que los humanos avanzamos y somos manejados fundamentalmente por la razón. Por tal motivo, seríamos más inteligentes y flexibles que el resto del mundo vivo. James tomó el camino opuesto: argumentó que el comportamiento humano es más flexible e inteligente que el de los otros animales porque tenemos más instintos, no menos. Pero tendemos a ser ciegos ante ellos, precisamente porque trabajan con deslumbrante eficiencia, en silencio, automáticamente y sin esfuerzo consciente.
Tooby y Cosmides afirman que tenemos competencias naturales para ver, oír, hablar, escoger la pareja más apropiada, devolver favores, temer a las enfermedades, enamorarnos, iniciar un ataque, experimentar ultrajes morales… Esto es posible porque disponemos de un vasto conjunto de redes neuronales que regula dichas actividades. Tan perfecto es el funcionamiento de esta maquinaria mental que no advertimos que existe. Sufrimos de ceguera a los instintos —aseguran los dos investigadores— y, en consecuencia, los sicólogos de formación tradicional se niegan a estudiar esos interesantes mecanismos de la mente humana. Siguen ciegos a los adelantos de la ciencia del comportamiento. No saben que una aproximación evolucionista suministra lentes poderosas que corrigen la ceguera a los instintos, pues es capaz de hacer que la estructura intrincada de la mente se destaque en claro relieve.
Los sicólogos evolutivos aceptan cinco principios básicos: a) el cerebro es un sistema físico, gobernado por las leyes de la física y de la química, y sus circuitos están diseñados para generar un comportamiento que resulte en cada momento apropiado a las circunstancias del entorno; b) los circuitos neuronales fueron diseñados por la evolución para resolver los problemas que nuestros ancestros encararon con frecuencia durante su historia evolutiva; c) la consciencia es justo la punta del iceberg: la mayor parte de lo que sucede en la mente está escondida para nosotros. En consecuencia, la experiencia consciente puede conducirnos a pensar que nuestros circuitos son más simples de lo que en realidad son, así que muchos problemas considerados simples por nosotros realmente son muy complejos y requieren complicados mecanismos neuronales; d) la multitud de circuitos neuronales están especializados con el fin de resolver diferentes problemas adaptativos. Actualmente se sabe que hay circuitos especializados en reconocer objetos, causalidad física, números, el mundo biológico, creencias y motivaciones de otros individuos; para actividades como el aprendizaje social, el lenguaje y la alimentación; especializados, también, en detectar el movimiento y su dirección, juzgar distancias, analizar los colores, identificar a otros humanos o reconocer la cara de un amigo, buscar la pareja sexual y muchos otros comportamientos inconscientes. Se sabe que los infantes tienen ya un bien desarrollado sistema de lectura de mentes, y que usan el movimiento y la dirección de la mirada para inferir lo que los demás quieren; e) por último, nuestras mentes modernas pertenecen a la edad de piedra. Por eso algunas conductas innatas ya no se ajustan al mundo actual. El hombre precultural no podía apoyarse en razonamientos complicados ni consultar los pobres conocimientos de su cultura. Para sobrevivir, debía confiar en sus instintos, responder a mandatos preprogramados en su mente.
De lo anterior, se deriva que muchos mecanismos computacionales son de dominio específico: se activan en unas condiciones, no en otras. Se sabe que los mecanismos que sirven para el aprendizaje de la lengua son diferentes de aquellos usados en asuntos como la aversión a ciertos alimentos, y que ambos son a su vez diferentes de los utilizados en la adquisición de fobias a la altura o a las serpientes. Y no se trata de simples conjeturas: muchos de estos circuitos neuronales se han encontrado por medio de escanografías o gracias al estudio clínico de personas que han sufrido accidentes cerebrales.
A esos mecanismos especializados del aprendizaje les corresponden circuitos neuronales que gozan de las siguientes propiedades: a) son estructuras complejas para resolver problemas de un tipo específico; b) se dan en todas las personas normales; c) se desarrollan sin esfuerzo consciente; d) no requieren instrucción formal y se utilizan sin que nos percatemos de la lógica subyacente; y, finalmente, e) son diferentes de las habilidades generales para procesar información o comportarnos con inteligencia. En suma, poseen la marca característica que uno atribuye a los instintos.
El cerebro humano no está diseñado para aprender el cálculo infinitesimal, pero sí para algo terriblemente más difícil: aprender una lengua cuando apenas somos capaces de razonar. Aquellos que intentan tarde en la vida llevar a cabo dicho propósito saben lo arduo que es, y lo limitado del resultado final. Pero si se dispone de las bases apropiadas, una persona normal puede llegar a conocer muy bien el cálculo infinitesimal en un año de estudio, cuando diez no son suficientes para hablar con fluidez una lengua extranjera.
Estamos plagados de anacronismos. Y es lógico: nuestros ancestros pasaron el 99% de su historia evolutiva en grupos dedicados a la caza y la recolección. El Homo sapiens parece estar bien diseñado para un pasado a campo abierto, sin dueños, despoblado, en grupos de familiares o de conocidos, buscando alimentos y otros recursos, localizando las presas, persiguiéndolas, cazándolas. Por eso los mecanismos cognitivos que existen ahora, aunque sirvieron para resolver eficientemente problemas en el pasado, no necesariamente generaron comportamiento adaptativo. Aclaremos que, aunque la línea homínida evolucionó probablemente en las sabanas africanas, el ambiente evolutivo que determina la adaptación no es un lugar ni una época determinados: es el compuesto estadístico de todas las presiones selectivas que participaron a lo largo del tiempo en el diseño de una adaptación. Por eso las explicaciones que recurren a funciones adaptativas se llaman “distales” o “últimas”, pues se refieren a causas que operaron en el tiempo evolutivo.
La meta de la sicología evolucionista es descubrir el diseño de la llamada “naturaleza humana”. En ese sentido, es una aproximación a la sicología, en la cual los conocimientos de la evolución se utilizan para descubrir la estructura de la mente humana. Este nuevo enfoque formula e intenta responder las eternas preguntas sobre el hombre. ¿Es este bueno por naturaleza? ¿Están sus acciones determinadas por la razón? Si tanto la naturaleza como el ambiente modelan nuestras personalidades, ¿cuál es la contribución exacta de cada uno de ellos? ¿Tenemos libre albedrío? ¿Somos egoístas por naturaleza, o esta es una característica inducida por el ambiente? ¿Por qué preferimos ayudar a los parientes y amigos por encima de los extraños? ¿Tenemos inclinaciones incestuosas naturales y ocultas, como propone el sicoanálisis? ¿Son naturales las fobias, la venganza, el respeto de las jerarquías, la religiosidad, los temores a ciertos animales? ¿Nuestra agresividad y violencia son inducidas solo por la cultura? ¿La sexualidad femenina es igual a la masculina?