La fuente última del acompañamiento

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Aus der Reihe: Diálogos #7
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La fuente última del acompañamiento
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Cincuenta años después de la revolución de Mayo del 68, en la que miles de jóvenes salieron a las calles con la reivindicación implícita de no haberse sentido acompañados en sus inquietudes y sus anhelos por la generación precedente, cuando ya la Iglesia se había adelantado hablando proféticamente de acompañamiento en el concilio Vaticano II, se ha celebrado, en el aniversario de aquellos acontecimientos, un sínodo sobre los jóvenes y la fe cuya apuesta fundamental ha sido justamente el acompañamiento.

Si ocuparse de acompañar a los jóvenes es la esencia de la vocación y de la misión de la Iglesia, según el modelo que dejó Jesús al caminar con los discípulos de Emaús, esta obra quiere ser una ayuda para cumplir esta misión como educadores a pie de calle y en las periferias existenciales por las que tantos jóvenes deambulan desorientados. Los tiempos actuales nos demandan con urgencia que les ayudemos a discernir, que les repropongamos la sabiduría y la alegría del Evangelio.

En estas páginas se ahonda en el caudal inestimable de sabiduría espiritual que la Iglesia ha ido atesorando a través de la lectura que durante siglos ha hecho de las Sagradas Escrituras y que custodia celosamente como un depósito capaz de seguir ayudando al hombre de hoy, ávido de acompañamiento. No hay mejores maestros en acompañar que Cristo y la Iglesia, ni un lenguaje más certero ni una experiencia más penetrante que lo que la Revelación nos ha entregado a través de las Escrituras. Un tesoro por explorar y explotar, escrito en un lenguaje intemporal, lleno de relatos de vida y sabiduría que los autores han tratado de actualizar desde su experiencia de años dedicados a la formación de jóvenes.

Ángel Barahona

Filósofo y teólogo. Director y profesor del Departamento de Formación Humanística y director del Máster de Acompañamiento educativo de la Universidad Francisco de Vitoria.

Antonio M. Sastre Jiménez

Profesor del Departamento de Formación Humanística y del Máster de Acompañamiento de la Universidad Francisco de Vitoria. Coordinador de Formación integral de los colegios Regnum Christi en España.

Maleny Medina Gómez-Arnau

Licenciada en Psicopedagogía y Derecho. Codirectora del Máster de Acompañamiento educativo y directora del Instituto de Acompañamiento de la Universidad Francisco de Vitoria. Consagrada en el Regnum Christi.

La fuente última del acompañamiento

Ángel Barahona Antonio Sastre Maleny Medina

La fuente última del acompañamiento


Colección Diálogos

Director

Vicente Lozano Díaz

Comité Científico Asesor

Carmen Romero Sánchez-Palencia

Fernando Viñado Oteo

Ángel Barahona Plaza

Cristina Ruiz-Alberdi Fernández

© 2019 Ángel Barahona, Antonio Sastre y Maleny Medina

© 2019 Editorial UFV

Universidad Francisco de Vitoria

Ctra. Pozuelo-Majadahonda, km 1, 800

28223 Pozuelo de Alarcón (Madrid)

Tel.: (+34) 91 351 03 03

editorial@ufv.es

www.editorialufv.es

Primera edición: octubre de 2019

ISBN edición papel: 978-84-17641-56-6

ISBN edición digital: 978-84-18360-19-0

Depósito legal: M-29359-2019

Preimpresión: MCF Textos, S. A.

Impresión: Pulmen, S. L. L.

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.


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Impreso en España - Printed in Spain

Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Rut 1:16.

Índice

INTRODUCCIÓN

PRIMERA PARTE ACERCAMIENTO TEOLÓGICO AL ACOMPAÑAMIENTO

1. Los códigos de la Escritura

2. Para entender la Escritura

3. Antropología teológica bíblica

SEGUNDA PARTE LOS ACOMPAÑADOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

4. Abraham, el primer acompañado

5. Jacob: el acompañamiento como combate

6. José y sus hermanos: el acompañamiento en familia desde el perdón

7. Gedeón: confiar en la gracia

8. Job y su goel acompañante

9. David, un hombre según el corazón de Dios

10. Noemí, Rut… Fidelidad y retorno (Rut 1:19-22)

11. El acompañamiento a través de las mujeres fuertes de la antigua Alianza

TERCERA PARTE LOS ACOMPAÑADOS EN EL NUEVO TESTAMENTO

12. La singularidad de Jesús como acompañante

13. Fariseos, cojos, tullidos, leprosos…

14. Acompañar a los ciegos

15. Acompañar a prostitutas y publicanos

16. La samaritana: convertir al acompañado en testigo

17. Emaús: acompañar es enseñar a leer la historia

18. El hijo pródigo: acompañante como padre

19. Pedro: el impetuoso humilde

20. Acompañar a Judas. La libertad del acompañado

21. María

CUARTA PARTE JESÚS DE NAZARET, EL ACOMPAÑANTE ACOMPAÑADO

22. Jesucristo: el verdadero Israel

23. El shemá: columna vertebral de la vida de Cristo

24. Hay que ir al desierto

25. Getsemaní y la Cruz

QUINTA PARTE VIVIR Y ACOMPAÑAR EN COMUNIDAD AL MODO BÍBLICO

26. La comunidad: depurando el concepto desde la teología bíblica

27. Una nueva evangelización para acompañar a un nuevo tipo de hombre

28. El kerigma, fuente y centro de la vida comunitaria

29. Dios, el acompañante como viñador

30. Vivir en comunidad y ser acompañados por la comunidad

31. Acompañar en comunidad y acompañar a comunidades

EPÍLOGO

Introducción

Todo lo que puede decirse es nada [...], la realidad es absolutamente incomunicable. Es lo que no se parece a nada, que no representa nada, que no explica nada, que no significa nada, que no tiene duración ni lugar en el mundo o en un orden cualquiera. […] Todo lo que se puede poner escrito es una nadería. Lo que no es inefable carece de toda importancia.1

 

Todo lo que pueda decirse sobre el acompañamiento bíblico es nada, porque concierne a lo esencial de la naturaleza humana y lo esencial de la revelación divina. Lo esencial de la naturaleza humana, porque el hombre es un ser creado en y para la relación con el Creador y con las otras criaturas. Lo esencial de la revelación divina, porque la Sagrada Escritura nos habla de que ese Dios no es un ser distante, abstracto o fruto de una imaginación delirante, sino que actúa en la historia y se relaciona con los hombres más allá de lo que su subjetividad es capaz de entender. Si actúa en la historia, significa que quedamos autorizados para pensar que acompaña en el día a día a los hombres que ama y que necesitamos una nueva exégesis para acercarnos a su comprensión.

Hoy en día se somete a la Biblia a la norma de la denominada visión moderna del mundo, cuyo dogma fundamental es que Dios no puede actuar en la historia y que, por tanto, todo lo que hace referencia a Dios debe estar circunscrito al ámbito de lo subjetivo. Entonces la Biblia ya no habla de Dios, del Dios vivo, sino que hablamos solo de nosotros mismos y decidimos lo que Dios puede hacer y lo que nosotros queremos o debemos hacer. Y el Anticristo nos dice entonces, con gran erudición, que una exégesis que lee la biblia en la perspectiva de la fe en el Dios vivo y, al hacerlo, le escucha, es fundamentalismo; solo su exégesis, la exégesis considerada auténticamente científica, en la que Dios mismo no dice nada ni tiene nada que decir, está a la altura de los tiempos.2

Esta advertencia de Benedicto XVI es pertinente porque vamos a intentar desglosar esta relacionalidad de Dios con los hombres en su historia como parte constitutiva de su naturaleza (difusiva), esa cercanía que nos permite hablar de que Dios acompaña al hombre con toda legitimidad. Cuando esa relacionalidad es del hombre con Dios, fundamento de toda otra relación entre personas, damos un salto ontológico que solo la encarnación del Verbo nos permite salvar.

YHWH crea al hombre con la intención, según el Génesis, de que sea el señor de su creación, pero, por un fallo trágico, el ser humano, hombre y mujer, decide desconfiar de su bondad expulsándose a sí mismo del paraíso creado para ambos. Para acompañarlo en su itinerario vital de retorno al paraíso que añora, YHWH elige personas y mediadores que sirvan de acompañantes. No es amistad, no es hacer compañía, compartir afinidades o dar consejos. La Biblia nos muestra que el acompañamiento es la pretensión amorosa, desde la eternidad, de un Dios Creador para con su criatura, para que esta, que por un acto de libertad decidió sospechar de la bondad de su Creador, vuelva en un nuevo acto de libertad a poseer el paraíso, vuelva a la comunión. Si el primer acto original fue de soberbia, este segundo acto requiere de humildad. Dejarse acompañar.

Este hombre está situado en un entramado de relaciones con las cosas, las personas, la memoria, la pertenencia y las aspiraciones, ataduras que le hacen difícil dejarse acompañar. Este ser-en-relación está siempre concernido por un dinamismo inagotable en su aprendizaje, en permanente cambio. Su modo de ser es el de un nómada llamado a la existencia por otro. Lo que lo constituye como humano es tener que ponerse en camino por una llamada que le reclama reconocerse como criatura amada, como hombre, en el contexto de la familia humana a la que pertenece.

El Señor llama en las coordenadas de nuestro mundo cultural, actuando dentro de nuestros valores, de las cosas que son importantes para nosotros, y lo hace según la lógica de la Encarnación, es decir, asumiendo nuestra realidad, para entrar en nuestro mundo y así poderse explicar, hacerse comprender.3

Todos necesitamos ser acompañados, de una u otra forma, por una u otra persona. El hombre no puede vivir solo, necesita ser ayudado desde el nacimiento hasta el momento de la muerte. Los dos momentos de impotencia más importantes del devenir humano abren y cierran un interludio que también es tiempo oportuno para ser acompañado.

Como decimos, solo hay una condición a priori para ser acompañado en este camino de vuelta: dejarse. No se trata de ser perfecto,4 de la bondad aparente que uno exhiba, de tener determinadas cualidades o de la disponibilidad para la aventura humana que empieza; se trata solo de reconocerse vulnerable y aceptar ser acompañado, se trata de reconocer que allí donde hemos querido ser nosotros mismos enfrentados al proyecto de Dios no nos hemos realizado. Si hay una dificultad para ser acompañado o para acompañar es el apego al propio yo, consciente o inconscientemente. Es difícil, a no ser que uno se encuentre en estado de necesidad o sea lo suficientemente humilde, aceptar sinceramente que el otro pueda aportarnos algo. Hemos aprendido a resignarnos o a arrostrar con orgullo ciertas limitaciones y a exhibir los talentos o capacidades ostentosamente a fin de facilitarnos a nosotros mismos la convivencia con los demás. Pero hay otra vía que aprender a recorrer:

No se trata de liberarse de los pecados, de las desviaciones, de los vicios, sino de liberarse de aquello que en sí es un bien. Para ser más preciso: mi voluntad necesita liberarse de los dones que Dios me ha dado, de las cosas buenas que otros me han dado y que ahora yo poseo, pero a las que me aferro en la mordaza de una voluntad posesiva; esa posesión que se alza en el hombre desde el abismo de la insuficiencia de la vida con la que está marcado después del pecado. Después del pecado el hombre no soporta no ser la fuente de la vida, por lo cual no quiere ni siquiera escuchar que la vida le puede venir solamente de la comunión con el Dios santo y fiel.5

Esa vía es la de aprender a ser. Casi todos somos un mosaico constituido de las experiencias y los aprendizajes de otros, pasados por el tamiz de la subjetividad. Nuestra naturaleza constitutivamente mimética nos permite aprender de otros siempre y de todo lo que observamos, sin distinciones morales acerca de si es bueno o malo lo que aprendemos. El acompañamiento, inspirado en la narración bíblica, trata de ordenar, discernir y asimilar como propias esas experiencias y ponerlas en juego de una manera personal con la mira puesta en el servicio a los otros. Se trata de aprender a ser libre, a salvaguardar cierta autonomía, con la delicadeza de saber que sin el otro-otro nadie es nadie. La falsa autonomía del hombre posmoderno, que se cree solo y que se piensa como el principio y fin de todas las cosas, solo conduce a la frustración, y a veces a la desesperación, cuando la vida nos acorrala contra la Cruz.

Se podría decir que el acompañamiento está de moda. En el ámbito educativo hay una proliferación sin precedentes de actividades formativas, iniciativas y escritos con el acompañamiento como propuesta central. No digamos nada del ámbito eclesial, donde el santo padre Francisco es el primero en atribuir a este concepto un lugar privilegiado trufando incansablemente sus intervenciones y documentos con llamadas a plantear tanto nuestras relaciones intraeclesiales como nuestra misión de cara al mundo en clave de acompañamiento.6

Está de moda, pero no es difícil ir más allá de este hecho y aceptar que, además de una moda, es la respuesta a una necesidad antropológica. Acompañar, en efecto, es un verbo que guarda una relación semántica estrecha con la palabra camino, pues acompañar no es otra cosa que ‘caminar junto a otro’.7 Y la del camino —con toda una serie de metáforas o ideas asociadas, tales como peregrino, viaje, aventura…— es una imagen clave para aproximarnos a dos realidades misteriosas sin las que es imposible comprendernos a nosotros mismos: la vida y la fe.

El hombre es el único ser que viaja. Más aún: antes de emprender en su vida este u otro viaje, su vida es en sí misma el viaje y a él cabe definirlo en consecuencia como Homo viator, un ser que camina. Por supuesto, la fe cristiana siempre ha visto al hombre como un ser que peregrina por este mundo camino de su patria verdadera, pero incluso de tejas abajo es obvio que el hombre está siempre en camino y que solo cuando está en camino es verdaderamente hombre. No somos seres llegados, sino seres en marcha, esencialmente dinámicos, en crecimiento durante toda nuestra vida. Seres llenos de potencialidades maravillosas, de forma que la tarea más importante para cada cual es precisamente actualizarlas recorriendo el camino que nos lleva hasta la estatura humana a la que estamos llamados. El hombre no debe perder nunca la tensión hacia aquello que ya es, pero no todavía en plenitud. Su vida es un puente entre el ya y el todavía no. Mientras hay vida, hay movimiento y camino por recorrer. Detenerse es boicotearse a uno mismo.

Con el inmenso don de la vida, cada uno de nosotros recibe también, por lo tanto, la llamada a vivirla en plenitud, y responde desde su libertad recorriendo el camino que hay entre el hombre que ya es y el que está llamado a ser. Es una tarea en la que nadie puede ser sustituido, pero en la que todos necesitamos ser acompañados, pues de ninguna manera está garantizado que este viaje vaya a llegar a buen puerto. Para empezar, el rumbo no está trazado inequívocamente en ningún GPS. En la mochila no llevamos una hoja de ruta clara que nos indique la meta y la senda, sino muchos anhelos y muchas preguntas: ¿quién soy yo?, ¿qué espero de la vida y qué espera la vida de mí?, ¿dónde encontrar las fuerzas para amar y para sufrir?, ¿dónde se cumple este anhelo de plenitud que me constituye?, ¿cuál es el sentido de mi vida y de los acontecimientos, si es que tienen alguno?…

El ser humano es, en suma, persona: un ser libre y en camino que se hace preguntas y busca (Homo quaerens), pero, sobre todo, un ser abierto a los otros que vive del encuentro con los demás, que necesita ser acogido, cuidado, levantado, consolado, iluminado, guiado, educado, amado… Cada uno de nosotros debe la mayor parte de lo que es y tiene a este acompañamiento que otros le han prodigado —padres, maestros, amigos, educadores, catequistas, sacerdotes—, así como muchas de las dificultades que experimentamos se deben a las deficiencias en el acompañamiento que hemos recibido.

Podría decirse, pues, que, por su condición de Homo viator, el hombre es además un Homo educandum y comitandum, un ser que ha de ser necesariamente educado y acompañado. Y un ser llamado también a la misión de acompañar a otros a través de la paternidad, la educación, la amistad, el trabajo asistencial, el ministerio sacerdotal, etc. Somos seres que caminan y que buscan, y que, en ese camino y esa búsqueda, acompañan y son acompañados. «En lo más íntimo de su ser, el hombre está siempre en camino, en búsqueda de la verdad. La Iglesia participa de este anhelo profundo del ser humano y ella misma se pone en camino acompañando al hombre que ansía la plenitud de su propio ser».8 Así se expresaba Benedicto XVI en un lugar tan oportuno para recordar estas verdades antropológicas como Santiago de Compostela.

El acompañamiento no es, ciertamente, una realidad exclusiva del ámbito cristiano ni del ámbito religioso; es una necesidad inherente al hombre, derivada de su ser personal y radicada en su dimensión espiritual. Y esta, la vida espiritual, es una experiencia que pertenece a toda persona, no solo a los creyentes o a los cristianos, «es una dimensión de la experiencia humana en cuanto tal, en la cual se decide y se busca el sentido de la vida».9 Esa vida espiritual, aunque la llamemos a veces vida interior, no es una vida vivida solamente de piel adentro, en el reino de taifas de la propia intimidad. Todo lo contrario: si se vive de forma adecuada, es una experiencia comunitaria y dialógica que reclama el acompañamiento.

 

En esta obra, no obstante, ahondaremos en la relevancia que tiene el acompañamiento específicamente para la fe cristiana. En esta reflexión aflorará la imagen del camino, fundamental también para comprender la vivencia de la fe bíblica. No es una imagen anecdótica o pintoresca, sino central y privilegiada. Así lo manifestaba hace algún tiempo el entonces arzobispo de Buenos Aires Jorge Mario Bergoglio: «¡Qué buena la palabra camino! La experiencia religiosa inicial es la del camino. A Dios se lo encuentra caminando, andando, buscándolo y dejándose buscar por Él».10 Así se constata una y otra vez a lo largo de las Sagradas Escrituras, que con toda justificación podemos considerar la fuente última del acompañamiento.

PRIMERA PARTE

Acercamiento teológico al acompañamiento

1. Los códigos de la Escritura

1. ¿SE PUEDE HABLAR DE ACOMPAÑAMIENTO EN LA ESCRITURA?

La Escritura está llena de episodios que tratan de conceptos afines que reclaman el ser compartidos con otras experiencias, conceptos, caminos, mociones, pensamientos:11 corrección, consejo, educación, ayuda, discernimiento, amistad sincera, guía, escucha en silencio, caminar juntos, exponer ante YHWH la causa del sufrimiento, enseñanza… Destacan especialmente aquellos pasajes del Eclesiástico y del Libro de Tobías en los que se identifica el acompañamiento con el consejo del hombre prudente. El Eclesiástico previene de los malos consejeros que buscan su propio interés o están contaminados en su juicio y recomienda acudir «al hombre piadoso». «Del consejero guarda tu alma […]. 12. Si no recurre siempre a un hombre piadoso de quien sabes bien que guarda los mandamientos, cuya alma es según tu alma, y que, si caes, sufrirá contigo. […] 15. Y por encima de todo esto suplica al Altísimo, para que enderece tu camino en la verdad» (Sir 37:8.12.15). Tobías incide en buscar el consejo del hombre sabio: «Busca el consejo de todo hombre prudente y no desprecies ninguna advertencia valiosa» (Tb 4:18). Este libro en concreto insiste en el concepto de ser acompañado para cumplir la misión. «Salió Tobías a buscar un hombre que conociera la ruta y le acompañara a Media. En saliendo, encontró a Rafael, el ángel, parado ante él; pero no sabía que era un ángel de Dios» (Tb 5:4). El verbo συνοδεύουν, en griego, se refiere a ‘ir con/juntos por el camino’. En las Sagradas Escrituras aparece numerosas veces esta paráfrasis verbal.

Existen numerosos pasajes del Nuevo Testamento en los que Cristo llama, mira esperando respuesta, camina al lado, indica el seguimiento (el ir con él), corrige, exhorta, pregunta, dialoga, demanda un gesto, etc. Exactamente igual que en las Epístolas de san Pablo, que toma buen modelo de Cristo, haciendo lo mismo con las comunidades de las distintas ciudades, así como con Tito y Timoteo, etc. «Habla, exhorta y reprende con toda autoridad. Que nadie te menosprecie» (Tt 2:15). La carta a Tito exhibe cierta dureza en la corrección que debe ir acompañada de paciencia, de oportunidades: «Al hombre que cause divisiones, después de la primera y segunda amonestación, deséchalo» (Tt 3:10), como dice Pablo: «Predica la palabra; insiste a tiempo [y] a destiempo; amenaza, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción» (2 Tm 4:2).

La palabra acompañamiento en el vocabulario bíblico aparece referida, unas veces, al proceso de educación o aprendizaje y, otras, al mero ir con alguien, juntos; aparece también en un contexto específico en el desempeño de alguna misión: cuando YHWH tiene que enviar a alguno de sus mediadores a una misión, se dice que los guiará, acompañará o les garantizará que Él o sus ángeles estarán a su lado. Así, a Moisés le dice que Aarón irá con él —lo acompañará— a visitar al faraón (Ex 6:28-11, 10). A Abraham se le mostrará que, en determinados momentos, unos ángeles le hablarán y lo acompañarán en el nombre de Dios y estarán recordándole la promesa puntualmente (Gn 18:1-3). Toda la Escritura está redactada en este lenguaje relacional en el que un Dios busca encontrarse con el hombre, creado a su imagen y semejanza por Él para el amor, y que reclama ser acompañado al estilo de lo que dice Pablo a Timoteo: «Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia» (2 Tm, 3:16).

El término acompañamiento guarda connotaciones semejantes con educación. La palabra musar significa a la vez instruir en la sabiduría y en la corrección (‘reprensión’, ‘castigo’). En el Deuteronomio y en los Profetas aparece para adjetivar un comportamiento de YHWH en relación con la necesidad de reprender al pueblo por su idolatría o reconducirlo a una relación sin doblez. En los libros sapienciales, se utiliza musar referido a la educación familiar. Traduciendo esta palabra por paideia (‘disciplina’), los Setenta no pretendían asimilar la educación bíblica a la educación griega dirigida al heroísmo épico, al servicio a los dioses y a la polis. En la Escritura es Dios el educador por excelencia, que trata de ganarse la fidelidad de su pueblo inculcándole una obediencia a la Ley por medio de pruebas. El objetivo es liberarlo de la idolatría, el medio es la corrección y la disciplina (Pr 23:23), inculcada a través del corazón, para que el final sea una relación amorosa esponsal en una Tierra Prometida como dote.

YHWH propone modelos inspirados en su modo de hacer las cosas. En Pr 1:7 y en Eclesiastés 1:1, YHWH es el modelo de los educadores. Ya sea como padre: «Comprende, pues, que YHWH tu Dios te corregía como un padre corrige a su hijo» (Dt 8:5). «Cuando Israel era niño yo le amé… Yo enseñé a andar a Efraím, le llevé en brazos… los llevaba con suaves ataduras, con lazos de amor…, me abajaba hasta él y le daba de comer» (Os 11:1-4). «Así habla YHWH: Mi hijo primogénito es Israel» (Ex 4:22).

Ya sea como inaugurador de un mandato que ha de cumplirse en familia: pedagogía familiar que transmite el amor de YHWH a través de una promesa y una Palabra comprometida que recuerda la historia en las liturgias domésticas que presidirán la vida familia de los israelitas: «Lo que hice por vosotros en Egipto» (Dt 11:2-7) y que enseña a su pueblo a reconocer su amor (Dt 4:37s) y que quiere darle «felicidad y vida larga en una tierra dada para siempre» (4:40). Mediante la Ley, como el regalo que lo conducirá por el camino de la vida, y su palabra. Una palabra que no está en los cielos lejanos, ni más allá de los mares, sino «muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón» (Dt 30:11-14).

Ya sea como esposo celoso que trata de mostrar a su pueblo elegido las maravillas de un amor de esposo paciente, que sabe esperar, que corrige y exhorta, siempre dispuesto a recoger a la esposa casquivana que es Israel y enamorarla. Por medio de los profetas, les recordará que se desvían del camino que han de seguir (Is 8:11). Estos mensajeros y profetas enviados por YHWH serán su propia boca, sin cesar de recordar mañana y tarde con una paciencia infatigable la voluntad y el amor de Dios. Oseas muestra la pedagogía de los castigos de YHWH (Os 7:12, 10:10), que luego producen fruto atrayendo a la esposa infiel para darle una nueva oportunidad (Os 2:4-15; Am 4:6-11).

Desde dichas perspectivas, YHWH trata de acompañar a Israel, pero sabe que la elección recae sobre un pueblo libre que se sabe a sí mismo creado a su imagen y semejanza y que por eso solo la seducción del corazón puede atraerlo. Consciente de que esta libertad debe ser descubierta y anhelada en una nueva dimensión —que no es la del trabajo no esclavo—, sabe que Israel será díscolo, infiel y despreciará la Ley que le haría feliz… Para ello, YHWH introduce una pedagogía de la corrección: «Déjate amonestar, Jerusalén» (Jer 6:8). Pero no acepta la corrección, se niega a ser acompañado si eso significa abandonar los ídolos y fiarse de los profetas (Jr 2:30, 7:28; Sof 3:2.7). «Se han hecho una frente más dura que la roca» (Jer 5:3). Después de intentonas de seducción, la corrección se convierte en castigo severo (Lev 26:18.23s.28) pero equilibrado en las formas (Jer 10:24-30, 11:46), porque YHWH no quiere la muerte de su pueblo, sino que se convierta y viva. Israel debe entender y aceptar la amonestación: «Tú me has corregido y he recibido la corrección como un toro indómito» y entablar de nuevo el diálogo con su acompañante mediante la oración: «Haz que vuelva, y volveré, pues tú eres mi Dios» (Jer 31:18). El salmista induce a Israel a rezar y cantar lo mismo: «Mis riñones me instruyen de noche» (Sal 16:7), «Dichoso el hombre al que Dios corrige; sé dócil a la lección de Saddai» (Job 5:17), pues es el modo en que YHWH conduce, acompaña a los pueblos (Sal 94:10; Is 28:23-26). Job avala la necesidad de ser corregido: «He aquí, cuán bienaventurado es el hombre a quien Dios reprende; no desprecies, pues, la disciplina del Todopoderoso» (5:17).

No obstante, YHWH sabe que el acompañamiento no terminará sino el día en que se instale la Ley en el fondo del corazón: «Ya no habrá que instruirse mutuamente…,12 todos me conocerán, desde los más pequeños hasta los mayores» (Jer 31:33s). El éxito se hará esperar, porque Israel se resiste a la conversión: es necesario que la corrección no caiga directamente sobre un pueblo débil, al que le cuesta sufrir, sino sobre un modelo sustituto, sobre el siervo de YHWH del Deuteroisaías: «El castigo que nos da la paz está sobre él y gracias a sus llagas hemos sido curados» (Is 53:5). El modelo sirve de referencia para que el pueblo vea sobre las espaldas de un chivo expiatorio las consecuencias que trae el abuso de ese amor incondicional ofertado por YHWH y como el retorno13 permitirá restaurar la relación amorosa/educativa que YHWH pretendía desde el origen, desde la elección. Entonces Israel comprenderá hasta qué punto «estaban conmovidas las entrañas de YHWH» (Jer 31:20) cuando debía proferir amenazas contra «su hijo querido» (Os 11:8s). El amor a Efraím es incontrovertible. YHWH está enamorado de su pueblo; por eso le habla al corazón, no a la inteligencia.

Hablar al corazón es mucho más que decir una palabra amable. Hablar al corazón es el lenguaje del amor, que renueva la vida del hombre desde el interior, desde allí donde el Señor está más cerca de nosotros que nosotros mismos: «Interior intimo meo et superior summo meo» (Conf III, 6:11). Dios lleva al pueblo fuera de Egipto para, en el desierto, poder hablarle al corazón (Os 2:16). Y, al final de la esclavitud del exilio, Dios invita al profeta Isaías: «Consolad, consolad a mi pueblo dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto que ya ha cumplido su milicia, ya ha satisfecho por su culpa, pues ha recibido de mano de Yahveh castigo doble por todos sus pecados» (Is 40:1-2).

Este hablar al corazón y desde el corazón es el adiestramiento básico de una oración verdadera. Israel debe aprender a relacionarse con YHWH de corazón a corazón, sin doblez. La sinceridad del corazón implica limpieza de intenciones. No significa sin pecado, sino sin hipocresía. Esto quiere decir reconocimiento de la culpa: Podría haber hecho o decidido otra cosa, pero hice aquello que me ha alejado de ti; ten misericordia de mí, «no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu Santo Espíritu» (Sal 51: 8).