Buch lesen: «La sociedad de castas»

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Agustín Pániker

LA SOCIEDAD

DE CASTAS

Religión y política en la India


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2014 by Agustín Pániker

© de la presente edición:

2014 by Editorial Kairós, S.A.

Numancia 117-121

08029 Barcelona

www.editorialkairos.com

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Primera edición en papel: octubre 2014

Primera edición digital: octubre 2014

ISBN en papel: 978-84-9988-408-0

ISBN epub: 978-84-9988-426-4

ISBN kindle: 978-84-9988-427-1

ISBN google: 978-84-9988-428-8

Depósito legal: B 21.734-2014

Composición: Pablo Barrio

Todos los derechos reservados.

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SUMARIO

1  Introducción

2  I. El principio de la diferencia 1. Costumbres matrimoniales 2. La familia patriarcal 3. La ocupación tradicional 4. Rasgos culturales 5. El “sistema” de castas II. El principio de la jerarquía 6. Varṇa 7. Dharma 8. El lenguaje de la pureza 9. El lenguaje del poder 10. Jerarquía 11. Movilidad III. En los márgenes del sistema 12. Los excluidos 13. La intocabilidad 14. Los ādivāsis 15. Castas no hindúes 16. Castas allende el Sur de Asia IV. La casta en la historia 17. El origen de la casta 18. Desarrollo y crítica de la sociedad de castas 19. Historia reciente de la casta 20. El factor colonial 21. La reforma de la casta 22. Ambedkar V. Casta y política 23. Las políticas de discriminación positiva 24. La etnicización de la casta 25. La politización de la casta

3  Epílogo: Casta y clase Glosario Notas Notas del autor Bibliografía Listado de cuadros y figuras

INTRODUCCIÓN

No existe cuestión acerca de la India más compleja y controvertida que la del llamado “sistema de castas”. Se han escrito multitud de libros y artículos sobre el asunto (aunque casi ninguno en español). No hay conferencia sobre la India en la que alguien del público no plantee alguna pregunta al respecto. Ni encontraremos otro tema del mundo surasiático que despierte opiniones más encontradas. El “sistema” ha sido criticado hasta la saciedad y ensalzado –aunque menos– hasta el paroxismo. Pero, a pesar de la importancia que todo el mundo le concede, el tópico es poco conocido y hasta diría que mal entendido por el gran público; incluso por bastantes indianistas.

Estos aspectos me han motivado lo suficiente como para investigar y escribir este libro sobre la sociedad de castas. Un texto que, a pesar de su tamaño, pretende ser tanto explicativo y didáctico (con el público no indio y no especializado en mente), como reflexivo (donde espero aportar novedades al lector ya familiarizado con el mundo índico).

¿POR QUÉ PRIVILEGIAR LA CASTA?

Valga decir, de entrada, que la casta nunca ha sido el principal marcador identitario de las personas o los grupos sociales del Sur de Asia [véase FIG. 1 para situar la macrorregión]. Al menos, no parece haber sido –ni ser– de mayor peso que la familia, la aldea, la tribu, la lengua, la clase social, la religión, la secta o la nación. Cada una de estas formas de identidad o de solidaridad podía –o puede– ser tanto o más importante que la casta. Según el contexto un indio preferirá destacar las identidades en las que ha nacido (como la casta, la lengua, la religión o la región) o las que ha adquirido (como la clase o quizá la secta). Para un indio de los llamados “intocables” (o mejor, ex-intocables [véase al final de esta Introducción]), la identidad de casta es seguramente insoslayable. Por el contrario, una persona de casta alta puede prescindir de esa etiqueta o subsumirla en la de clase.

Cualquier estudio antropológico completo sobre la India debería centrarse tanto en las identidades adscritas como en las adquiridas. Privilegiar la casta en detrimento de otras formas de solidaridad o conflicto puede ser reduccionista. O podría desviarnos de focos de interés tanto o más relevantes. Hoy, por ejemplo, puede que no sea la casta sino la “religión” la que está en el centro del debate. Al menos, en la India urbana. La moderna antropología índica se aleja cada vez más de las tres grandes áreas de estudio que la dominaron durante décadas: la tribu, la aldea y la casta. El estudio etnográfico en la India se centra en la actualidad en cuestiones como el auge de los nacionalismos, los problemas de género, la violencia religiosa, la etnolingüística, etcétera.

Obviamente, no niego la relevancia de la casta. De lo contrario, ¿por qué escribir un libro sobre la cuestión? Además, pasaríamos por alto la experiencia vital de muchos indios, que sí viven la casta, en cualquiera de sus facetas. Las castas están todavía presentes; la intocabilidad –aunque ilegal– sigue efectiva; hay partidos políticos que defienden los intereses de castas determinadas; etcétera. La sociedad de castas es una realidad de la India contemporánea. Y una mucho más inasible y adaptativa de lo que se presuponía. La casta está en el centro de la política de un país que en los últimos 30 años ha experimentado una extraordinaria transformación social, económica, demográfica y cultural. Todavía más: la casta constituye un tipo de vida que ni 200 años de colonialismo ni tres siglos de modernidad han sido capaces de eliminar. James Manor la ha calificado como «la institución social más duradera y resiliente de Asia y quizá del mundo».1 Aunque, como veremos a lo largo de la obra, la casta se ha ido transformando –y opera un profundo cambio en la actualidad–, es también incuestionable su asombrosa capacidad de reubicación. Sin privilegiarla sobre otros marcadores étnicos, podemos decir que la casta ha sido y es importante. Por ello estimo que todavía puede escribirse sobre ella. (Y más en una lengua donde apenas existe bibliografía al respecto.)

Además, la casta ha sido secuestrada una y otra vez para reafirmar los estereotipos preferidos acerca de la India. Por ejemplo, el cliché del exotismo de la India; es decir, su radical diferencia respecto a un tácito patrón occidental de “normalidad” (social, política, religiosa…). Al ser peculiar de la India, la casta es paradigmática de “lo exótico”. En segundo lugar, su arcaísmo y subdesarrollo, porque dice el cliché que una sociedad casteísta sólo puede realimentar la pobreza, la violencia, el tercermundismo y la injusticia. Y por último, su religiosidad, ya que únicamente a este pueblo crédulo y fantasioso se le ocurrió poner a los sacerdotes –por encima de los reyes– en la cúspide de la jerarquía social y aprobar religiosamente la desigualdad social. Pienso que también habría que meter mano a este tipo de construcciones.

La imagen de una sociedad dominada por la jerarquía de casta resume en una única estampa una visión de la India que a muchos –indios o no indios– les ha interesado representar. Para bastantes pensadores, la casta constituye la esencia de la civilización india. Esa –a mi juicio– desatinada apreciación también forma parte de la sociedad de castas. Al menos, debe formar parte de un libro que trate sobre la temática.

Afirmaba el gran sociólogo Louis Dumont que en la India ha «habido cambio en la sociedad pero no cambio de sociedad».2 Es decir, más allá de los avatares de la microhistoria, la India lleva prolongando un sistema sociorreligioso de forma casi inalterada desde hace dos milenios. Esta desfasada idea sigue arraigada en las concepciones que indios y no indios tenemos sobre la sociedad de castas. Corresponde al conocido dualismo del tradicionalismo de la India versus la modernidad de Occidente. O al tropo de la intemporalidad y el idealismo onírico hindú. Pero ¿cómo puede un sistema social ser estático?

Sospecho que mucha de la pretendida inmovilidad de la costumbre y la tradición suele ser producto de la distancia. La antropología nació del estudio de lo exótico, lo alejado, lo extraño, lo primitivo, lo ahistórico, lo salvaje, lo premoderno. Pero a medida que el etnólogo se familiariza con la sociedad de estudio, y a medida que va incorporando la visión émica (desde adentro), resulta que la costumbre y la tradición son menos inmóviles de lo que aparentan (y menos exóticas, subdesarrolladas, primitivas…).

De ahí que en este trabajo saltaremos adelante y hacia atrás en el tiempo para mostrar los cambios que se han producido en la sociedad india. Puede que algún capítulo ofrezca la visión clásica de la casta, pero no tardará mucho en matizarse y darse la visión actual de la sociedad. O puede que describa cómo funcionaban los concilios de casta tradicionales, por ejemplo, para luego mostrar cómo han ido transformándose y perdiendo fuerza. Estimo imprescindible no petrificar un lienzo de la sociedad india; y, en cambio, es mi intención resaltar los cambios que están teniendo lugar.


1. Mapa del Sur de Asia.

* * *

Hasta tal punto la casta nos parece esencial que no ha mucho aún se oía que era imposible ser hindú o considerarse como tal y vivir allende la sociedad de castas. Max Weber, uno de los “padres” de la sociología moderna, lo certificó hace cien años: la casta «es la institución fundamental del hinduismo […]; sin casta no hay hindú».3 Louis Dumont aún iba más lejos cuando afirmaba que en la India «la religión de los dioses es secundaria; la religión de la casta es fundamental».4 Todo esto es bastante debatible. Pero aunque la casta no represente, a mi entender, ninguna esencia de la civilización índica, es indiscutible la peculiaridad del sistema de castas indio, sus estrechos vínculos con la religión, la economía, la política o la gastronomía; y su capacidad de adaptación. La casta habita el siglo XXI.

Y al decir “casta” uno implica las cuestiones polémicas asociadas al tema: intocabilidad, discriminación, violencia… O, puestos a idealizar, las imágenes del polo contrario: interdependencia, holismo, espiritualidad… Y es que, como decíamos en el primer párrafo, el asunto es controvertido y despierta debates muy acalorados.

DETRACTORES Y DEFENSORES

Para una gran mayoría, en efecto, la casta representa el tipo de sociedad injusta, oscurantista, prerracional y supersticiosa que el moderno ordenamiento político ha eliminado (o tendría que haber eliminado). El sistema de castas sería el gran obstáculo –según el premio nobel sueco Gunnar Myrdal– para el progreso económico y político de la India.5 Y, sin duda, una de las principales razones por las cuales la India «permanece estática, prolongando hasta el presente una existencia natural y vegetativa».6 Eso último lo dijo G.W.F. Hegel hace casi dos siglos. El tropo se ha replicado con suma regularidad. Karl Marx escribía pocas décadas después que las castas indias eran «impedimentos decisivos para el progreso de la India».7 Y sir Henry Maine, otro pionero de la sociología comparada, la tenía nada más y nada menos que por «la más desastrosa y malograda de todas las instituciones de la humanidad».8 También Max Weber pensaba que la casta tenía efectos negativos sobre la economía.9

He escogido deliberadamente ejemplos de ilustres pensadores del canon occidental porque en esa tradición la casta tiene muy mala prensa. En India la valoración es, como era de esperar, más ambigua y cromática. En cualquier caso, lo sorprendente es que una mayoría de los expertos aún suscribía estos enunciados décadas después del gran despegue económico del país. La tendencia a ver la cultura hindú y la organización social hindú como los factores determinantes de la baja tasa de desarrollo indio sigue siendo canónica.10

Con razón Ronald Inden se quejaba de esa proclividad a ver la “casta” cual esencia que ha mantenido a la India en un letargo premoderno.11 Y es que, como se aludía antes, si ha existido una institución social que para la mentalidad modernista constituye a la India en un espacio radicalmente diferente de Europa, esta ha sido la institución de la casta. Para numerosos politólogos, sociólogos o economistas, la democracia india es una “anomalía”. ¿Cómo puede un país con semejante diversidad étnica y lingüística, con unos niveles de pobreza tan elevados, una alfabetización tan baja y que está internamente segmentada por esa miríada de castas, mantener un régimen democrático? Como mal predecía el analista Selig Harrison: «Todo indica que la libertad no sobrevivirá en la India».12

Dada la tozuda vigencia de la sociedad de castas, hoy a los detractores del “sistema” les asombra que el PIB de la India crezca de forma ya imparable y contradiga los estereotipos weberianos, marxistas o neoliberales. (Y que lo haga incluso gracias a la casta y siguiendo los contornos de casta. Y es que, según la revista Forbes, en el 2012, nueve de los diez hombres más ricos de la India –como los Mittal, Ambani, Jindal, Birla, etcétera– pertenecía a alguna casta “baniā”, el genérico que designa a las castas dedicadas por empeño y tradición al comercio.) Porque en el diseño de lo que es la “verdadera” modernidad no está escrito que puedan existir castas. Incluso bastantes indios cosmopolitas y educados se sonrojan cuando se les recuerda el papel que todavía posee la casta en su pujante sociedad. Para ciertas escuelas de pensamiento único, la India es un claro ejemplo de imitación defectuosa y tropical del genuino sistema político, social, tecnológico y económico que se ha convenido en llamar “modernidad”. Pero yo me pregunto: ¿es que acaso la democracia y el crecimiento sólo pueden funcionar si se borran las identidades, heredadas o adscritas?

Para una minoría, en cambio, la “casta” constituye un orden holístico, profundo y coherente de la sociedad. En concreto, la formulación clásica de un esquema de cuatro clases socioespirituales o varṇas representaría una brillante forma de solidaridad orgánica entre el individuo, el cosmos y la sociedad. Así lo entendieron el svāmī Vivekananda, el mahātma Gandhi o el filósofo y político Sarvepalli Radhakrishnan. En palabras del primero: «La casta es un orden natural […] la casta es buena».13 Ese ordenamiento, forjado hace dos o tres milenios, luego se oxidó y corrompió (una máxima del neohinduismo: la decadencia de la nación) y ahí surgieron lacras como la intocabilidad y la jerarquía; pero en su origen, la casta se fundamentaba en un orden de sabia interdependencia social.

Según esta positiva idealización, la división en cuatro clases sería una expresión del flujo normal de las cosas, al menos mientras existan maestros, soldados, mercaderes y criados que realicen sus tareas. Esta moderna naturalización de la casta como mera división del trabajo (vacía de su particularidad índica) la hace en cierta forma semejante a la “clase” occidental y, así, aparece como algo normal y universal.

Como sea, en contra de los que postulan la “anomalía” de la democracia india, el sociólogo Robert Deliège sostiene que la fragmentación de la sociedad india ha «favorecido el sentido del compromiso tan vital para la democracia».14 Opinión que comparte Christophe Jaffrelot, para quien «la India, en cierto sentido, accede a la democracia por la casta»;15 como tendremos ocasión de abordar.

Desde un ángulo más “tradicionalista”, para Alain Daniélou el sistema de castas sería un loable esfuerzo por armonizar la sociedad humana en conformidad con un plan general de la creación.16 Es más, el indólogo francés afirmaba, con ánimo de polemizar, que cualquier pueblo que quiera una sociedad estable y desee reducir el peso de las tribus y las naciones (siempre propensas a la guerra) deberá recurrir a una sociedad de castas y a una autoridad espiritual.17 Para una autora como Ekta Singh, «la casta india es una de las mayores instituciones sociales que el Señor donó a los hombres».18 Un modelo tradicional opuesto a la modernidad, un sistema justificable, suscrito por Frithjof Schuon,19 que la moderna sociedad globalizada es incapaz ya de comprender, cegada por sus ideales de igualitarismo, economicismo e individualismo. Esta era también la queja que alzaba Pandurang Kane, al notar que muchos críticos de la casta la contraponen a un sistema occidental capitalista que, no obstante, «es tan maligno y hasta quizá peor que el moderno sistema de castas».20 Pero un sistema que, al final, habría sido mortalmente dañado o adulterado por la injerencia de ideas y valores foráneos.

Vamos, que a bastantes de los apólogos del sistema también parece molestarles que desde hace 20 años el PIB de la India crezca al 6 o 7% anual y el país se modernice. Con frecuencia, los simpatizantes del sistema tienden a idealizar una India tradicional y espiritual y hacen oídos sordos a la India de la experiencia vital. La India debería de mantenerse a toda costa en su subdesarrollo y en la injusticia social, como reserva espiritual del planeta. De lo contrario, la gangrena materialista de la modernidad se impondrá.

* * *

Yo presiento que los primeros, los detractores de la casta, que son legión, suelen pecar de eurocentrismo. Los segundos, los partidarios de su formulación clásica, caen en cierto indocentrismo. De una forma bastante perversa, los primeros suelen sacar a relucir conceptos burgueses como la “igualdad” y la “libertad” para realizar su crítica externa a la casta. Con simétrica perversión, los segundos suelen recurrir a supuestos valores índicos como la “espiritualidad” y la “tradición” para una justificación interna de la opresión. En lo que ambas posiciones coinciden es en hacer de la casta el vector esencial de lo bueno o de lo malo de la India. Ambas posiciones pecan, a mi entender, de exceso de culturalismo y realimentan el cliché del exotismo indio y su radical diferencia con otros pueblos.

Para nuestro planteamiento, la dicotomía entre críticos y abanderados podría ser anecdótica, pero no acaba de serlo, en verdad, porque tomaremos muy en serio los pronunciamientos políticos o vitales que se desprenden de cada bando. Por mi parte, intentaré no deslizarme en demasía hacia estos extremos y trataré de recrear un conocimiento algo más cosmopolita, sin privilegiar asunciones ideológicas. No pretendo una visión neutra e imparcial, pero sí un esfuerzo por no enjuiciar permanentemente el asunto. Persigo cierta epojé o suspensión del juicio y adoptar una actitud lo menos apriorística posible.

La casta puede ser sin duda opresiva, como también el vehículo para la mejora social. Veremos casos en ambos sentidos. Pero convendría tratar de trascender falsos binarismos como tradicional/moderno, Oriente/Occidente, jerárquico/igualitario o el más simplón bueno/malo.

No todas las formas de vida contenidas en lo que llamamos “casta” pueden entrar en este tipo de dicotomías. Una de las conclusiones más firmes que he deducido después de tantos años de investigación sobre las castas es que estas no son una reliquia del pasado o un residuo pre-moderno. Por mucho que a algunos –indios o no indios– la institución de la casta les moleste o les avergüence, pienso que la casta ni se opone a la modernidad (como demuestra su sorprendente durabilidad), ni es una lacra que haya que ir capeando como se pueda mientras se va construyendo la nación. Concuerdo con Debjani Ganguly, quien conceptualiza la casta como una constelación de prácticas sociales muy variadas que están en perpetuo flujo y que no pueden ser completamente encapsuladas por la narrativa del progreso y la construcción de la nación.21

Curiosamente, porque las cosas son siempre cromáticas, existen otros dualismos significativos a propósito de esta institución. Por ejemplo, el que divide la cuestión entre aquellos que consideran la casta una estructura esencialmente religiosa frente a los que ven en ella un asunto más prosaico. Otro tipo de enfrentamiento –con frecuencia vinculado al anterior– se da entre historiadores y antropólogos. Y este es el que vamos a despachar ahora, prosiguiendo el hilo introductorio.

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