La luz

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Letrame Editorial.

www.Letrame.com

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Colección: Novela

© Abel Rincón Escudero

Edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz Céspedes.

Diseño de portada: Antonio F. López.

Fotografía de cubierta: © Fotolia.es

ISBN: 978-84-1114-263-2

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

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A mi abuela Isabel, siempre estarás conmigo.

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A Paula, por ser mi lectora número uno. Sin tu apoyo, paciencia y ordenador, no lo hubiera conseguido. Gracias. A mi familia, en especial a mis tías Mercedes y Loreto por todo lo que han hecho por mí. A mi madre. A mis amigos de toda la vida. A mis lectores en primicia y a los que, desinteresadamente, quedasteis conmigo para informarme y ayudar con el tema de la novela. Y por último, y no menos importante, a todos y cada uno de los que habéis apoyado y confiado en este proyecto, sin vosotros no hubiera sido posible. Espero que, al menos, las dedicatorias estén a la altura. Os quiero.

Capítulo I

Abrí los ojos. Desperté. Lo hice con una sensación extraña, una especie de desubicación a pesar de encontrarme en mi propia casa. Estuve unos minutos observando el techo, distraído, sin pensar especialmente en nada. Miré el reloj. Marcaba las once y trece, hora más que aceptable para levantarme un sábado en el que no recordaba tener nada importante que hacer.

Somnoliento, me senté al borde de la cama unos segundos y, sin pensarlo más, me levanté. Me moría por un café. Lo necesitaba para comenzar a activarme, aunque solo fuera para ver la televisión o las noticias en internet. Vivía de alquiler en un pequeño estudio, tenía lo justo y necesario, y lo que el dinero me permitía, para sobrevivir en él. Era pintor y, aunque me duela reconocerlo, raro era el mes que no pasaba apuros y algo más que serias dificultades para poder pagar las facturas. En ocasiones las ventas iban mejor y otros meses no conseguía vender nada hasta última hora y tenía que pedir un poco de margen al arrendador. Mi situación era de todo menos estable.

Podía buscarme algo más barato, no mucho más, pero el coqueto estudio donde vivía me gustaba, me sentía muy cómodo en él a pesar de no ser precisamente moderno. Con diferencia, lo que más me gustaba y también lo que mejor me venía para mi trabajo, era el gran ventanal que ocupaba prácticamente toda la parte frontal respecto a la entrada. Cierto es que no disponía de unas grandes vistas, pero tenía la fortuna de que a través de él, el ochenta y cinco por ciento de los días entraba una claridad impresionante que me recordaba, aunque ese día me invadiera la pereza y no tuviera demasiado entusiasmo, que debía ponerme a trabajar.

Mientras me preparaba el café, ojeaba distraído revistas antiguas que tenía desperdigadas por el salón. Había de decoración —huella indeleble de mi exnovia—, videojuegos, curiosidades científicas, enigmas del más allá y temas sobrenaturales. Justo cuando veía la portada de esta última, una mala sensación recorrió mi cuerpo. Fue algo instantáneo y, para mi desgracia, nada tuvo que ver con la revista. Un sexto sentido me alertó. Nunca había tenido una sensación tan vívida, real y clara de que algo iba mal.

Esa sensación me paralizó durante unos instantes. Un sudor frío recorrió mi espalda y cuando mi cuerpo reaccionó di un manotazo al vaso en el que estaba preparando el café y provoqué que la leche que contenía se derramara por el desgastado parqué. Antes de que sonido alguno llegara a mis oídos, supe que alguien merodeaba por las escaleras. Vivía en un segundo piso sin ascensor, las escaleras eran de madera antigua y de sobra conocía su crepitar cuando alguien subía por ellas. Eran dos personas, pero esta vez no las escuchaba, solo las sentía. Un miedo irracional y opresivo se apoderó de mí y rápidamente eché mano a la sudadera que tenía en el sofá. Me la puse e hice lo propio con mis zapatillas de deporte. Los pasos ya se oían, iban claramente por el primer piso. Solo les quedaba uno para llegar al mío. Y ese era sin lugar a dudas su destino.

Huir. Simplemente por instinto, sin conocer el motivo, pero convencido de que era lo que debía hacer. Por cómo sonaba, sabía que solo quedaban unos pocos peldaños hasta que se personaran en la puerta de casa. Fueran quienes fueran. Tenía que salir de allí, pero no antes de comprobar si llamarían y, si así era, hacer lo posible por mirar a través de la mirilla. Sabía que era peligroso, podían percatarse de que había alguien al otro lado, pero era un riesgo que debía correr.

Finalmente el timbre sonó. Sigiloso como un ninja y habiéndome colocado muy cerca de la puerta, conseguí mirar por la mirilla. Mientras entrecerraba mis ojos, sucedió. Puede que solo durara unos segundos, pero a mi parecer fueron minutos enteros. De repente podía parar el tiempo. Todo a mi alrededor iba a otra velocidad, mucho más lento. Mi cerebro era capaz de asimilar todo lo que veía y pensar mil cosas más a la vez. Eso me hizo ser consciente de dos cosas: había dos policías detrás de mi puerta y por mucho que lo intentara, no conseguía recordar nada que hubiera hecho recientemente. Absolutamente nada.

Capítulo II

En ese momento, con diferencia, lo que más me preocupó fue mi pérdida de memoria, fuera transitoria o no. En un primer momento lo achaqué a la tensión vivida y le di una importancia relativa, ya tendría tiempo de hacer memoria y poner todo en orden dentro de mi cabeza. Ahora tenía un problema mucho más real. Dos, para ser exactos. Vestían de uniforme y se encontraban al otro lado de la puerta. Debía actuar con rapidez. Me sentí como un animal acorralado, y en cierta manera lo era: desprovisto de memoria, solo podía contar con mi instinto.

Sin hacer el menor ruido, me alejé de la puerta, cogí las llaves de casa y di los cinco pasos que me separaban del ventanal. Mientras daba sigilosas zancadas, volvió a sonar el timbre. Comencé a abrir lenta y cuidadosamente una de las ventanas. Por suerte era bastante amplia y, aunque nunca había salido de casa por ella, no tendría problemas. Daba justo a la parte trasera del edificio y contaba con una escalera de emergencia tan típica de las películas americanas. Cuando ya tenía medio cuerpo en el exterior, escuché una voz. Las palabras que llegaron a mis oídos terminaron de desconcertarme.

—¿Señor Rincón? ¿Está usted ahí? —preguntó una voz que articulaba las palabras pausadamente y de una forma singularmente robótica.

Era uno de los policías. Su dicción era firme y —tal vez fuese sensación mía— con la seguridad de que la persona que buscaban estaba al otro lado. Ahora sí que no entendía nada. Yo no era el tal señor Rincón por el que preguntaban, ni siquiera conocía a nadie apellidado así. Pero sentía y tenía el pleno convencimiento de ser la persona a la que querían dar caza. No sé si por la influencia de decenas de películas de Hollywood, pero pensé que podía tratarse de una simple y vieja estrategia. Podían estar utilizando otro apellido para que abriese la puerta confiado y así atraparme sin problemas. No me dejaría engañar. Dudé una milésima de segundo de que todo esto fuese una locura. Algo que de manera incomprensible mi mente había dado forma sin tener la más mínima lógica y que podría abrir la puerta tranquilamente. No pasaría nada, todo sería un error.

Pero en ese momento mi cerebro se activó. Noté como se ponían en funcionamiento todas sus conexiones, una a una, como si de un aparato eléctrico se tratase. Volví a pensar a una velocidad fuera de lo normal y me sobrevino con gran nitidez un flashback, un recuerdo de hacía aproximadamente un año, cuando todo empezó a ir mal. Cuando todo empezó a ser extraño. La evocación del pasado solo duró un segundo. Tiempo más que suficiente para que el pánico me embargara por completo. La duda sobre abrir la puerta desapareció instantáneamente y terminé descolgando el resto de mi cuerpo por la escalera de emergencia.

Capítulo III

Estuve cerca de caer al vacío al salir por la ventana. El cuerpo se me fue hacía un lado, y no sin esfuerzo y casi in extremis, conseguí alargar la mano para agarrarme con firmeza a uno de los tramos de la barandilla. Por un momento quedé colgando en el vacío. Noté como se me tensaban todos los músculos del antebrazo. Miré hacia abajo y la sensación de vértigo fue tremenda, aunque finalmente conseguí equilibrarme. Tras recuperarme del susto bajé los escalones lo más rápido que pude, y ya con distancia de por medio y en pleno descenso, me pareció oír de nuevo a los policías preguntando si había alguien en casa.

Si entraban no tardarían en encontrar claras evidencias de que había huido. La ventana abierta, la cama deshecha con las sábanas revueltas y, la más incuestionable de todas, la leche en el suelo, aún caliente, derramada mientras preparaba el café. No creía que tuvieran una orden judicial para entrar en mi casa, pero en esos momentos, mientras bajaba a toda prisa, poco o nada podía dar por seguro, ni siquiera sabía por qué se había presentado la policía en mi casa preguntando por alguien que no era yo. Todo era demasiado confuso.

 

Salté los dos últimos peldaños y corrí hasta la esquina del callejón al que daba la parte de atrás de mi edificio. Me quedé allí parapetado, intentando aparentar normalidad de cara a la gente que paseaba por la calle principal y mirando rápidamente alrededor por si veía algún coche patrulla aparcado por la zona. Nada a la vista. Desde la esquina no quitaba ojo a la ventana de mi casa por si detectaba algún movimiento en su interior, y con la idea de marcharme de allí a la mayor brevedad. Sonó mi móvil. Sin despegar la vista del ventanal, eché mano al bolsillo y lo saqué. Era un mensaje de texto y lo primero que me sorprendió fue ver quién era el remitente. Mar, mi exnovia. Hacía tres meses que no sabía prácticamente nada de ella. Por un momento pensé que se trataba de una equivocación, algo que desde luego, hubiera sido lo más normal. Nada más lejos, el mensaje era para mí y la advertencia que contenía, clara: «Abel, veas lo que veas, no soy yo. Vete de ahí, YA».

Sorprendido, me quedé unos segundos mirando el móvil con cara de incrédulo, sin comprender absolutamente nada de lo que había leído. Resguardado y a cubierto en la esquina, al levantar de nuevo la vista hacía la ventana, vi como una mano terminaba de abrirla completamente y una cabellera surgía a través de ella. Habían entrado en mi casa. Me escondí aún más, a la vez que oía el incesante y violento palpitar de mi corazón. Identifiqué, sin atisbo de duda, el pelo y la cara que asomaba. Sus ojos. Su boca. Todos y cada uno de sus rasgos. No tenía la menor duda.

Era el rostro de Mar, mi exnovia.

Capítulo IV

Aproximadamente un año antes.

—Tenemos que hablar —dijo Mar al poco de llegar a casa—. Tranquilo, no es nada malo, más bien lo contrario.

—Gracias por avisar —dije con una media sonrisa—. Voy a por una cerveza a la nevera, ¿quieres una y así me cuentas?

—Venga, sí, me vendrá bien.

Abrí la nevera y vi que teníamos provisiones, al menos de cerveza. Cogí un par, tiré de las anillas y le puse a Mar una por delante.

—Bueno, chica, cuéntame. Soy todo oídos —dije despreocupado.

—A ver, por dónde empiezo… ¿Te acuerdas de Right-Design? Es la empresa de diseño que te comenté, a la que había mandado varios trabajos míos porque creía que encajaba bastante bien en el perfil que buscaban y había visto que tenían varios puestos vacantes. ¿Lo recuerdas?

—Ummm… sí —dije haciendo memoria—, pero de eso hace varios meses, ¿no?

—Sí. La verdad es que ya ni me acordaba, no tenía ya muchas esperanzas de que…

—¿Te han llamado? —la interrumpí sobresaltado—, ¿en serio?

—¡Sí! —exclamó emocionada— Esta misma mañana. No te he dicho nada porque quería esperar a contártelo en persona y que habláramos del tema mientras comíamos. Me han ofrecido un contrato de un año, las condiciones son bastante buenas y cobraría bastante más que en la empresa en la que estoy ahora. Aparte, el hecho de perder de vista al gilipollas de mi jefe es algo que no está pagado. Un subidón de adrenalina.

—Pues sí —afirmé—. ¿Dónde sería? ¿Aquí? ¿Te han dicho cuándo tendrías que incorporar…

—¡Para, para! Déjame que te cuente todo. Ahora vienen las partes… digamos, menos buenas. Me han comentado que tendría que incorporarme en una semana, y como muy tarde contestar el lunes. El estudio del que me han llamado está en la capital. Tendría que irme, o irnos, allí… Ese es el tema que quería hablar principalmente contigo…Sé que llevamos un tiempo regular, que las cosas no van demasiado bien entre nosotros, pero creo que esto podría suponer un nuevo impulso. El estar en una gran ciudad, con más posibilidades, y no en esta mierda… pero claro, entiendo que es una decisión que debemos tomar entre los dos.

—Bueno, espera a que asimile todo un poco —dije, intentando digerir toda la información—. Mira, seamos prácticos. Es viernes y no tienes que contestar hasta el lunes, tenemos tiempo de pensarlo todo, o mejor dicho, tengo tiempo de pensar, sé que tú ya has tomado la decisión.

En el instante en que esas últimas palabras salieron de mi boca, supe que mi comentario no podía haber sido más desacertado. Realmente ni siquiera pensaba que fuera así.

—¡Eso no es cierto! —exclamó Mar con una mueca de enfado—, ¡por eso te lo estoy contando! Sabes de sobra que es una muy buena oportunidad para mí, pero no voy a tomar una decisión tan importante sin contar contigo, ¿no?

—Perdona, tienes razón. Mar, son muchas cosas las que hay que pensar y, sinceramente, más que sobre el traslado, la mudanza o el cambio de ciudad, debemos reflexionar sobre nosotros. Sabes que te quiero, pero llevamos una mala racha. No es culpa de ninguno y a la vez de los dos… Pero quiero ser optimista y pensar que estás en lo cierto y que puede ser un punto de inflexión para empezar de nuevo en otra ciudad. Aquí tampoco es que me sobre el trabajo, e intentar abrirme paso en la capital tampoco es mala idea…

—¡Claro! —dijo entusiasmada—. Me gusta que veas las cosas de esa manera. Por otra parte, entiendo perfectamente que digas que debemos pensar y hablar sobre la relación. Lo único que puedo decirte, y creo que lo sabes bien, es que yo también te quiero y que me encantaría que pudiéramos seguir juntos.

—Pues mira, eso al menos parece que lo tenemos claro los dos, ¿no? —dije mirándola tiernamente.

—Sabes que es una de las pocas cosas en las que siempre hemos estado de acuerdo —contestó sonriendo de la manera más dulce que alguien pueda imaginar.

Esa conversación marcó mucho más que la decisión de trasladarnos a una gran ciudad, más que un nuevo punto de partida en nuestras vidas y mucho más que buscar abrirnos a nuevas opciones laborales. Marcó un antes y un después. Marcó un cambio en Mar, en nosotros, tan extremo que cuando fui capaz de darme cuenta y aceptarlo, era demasiado tarde para conseguir detener los inexplicables sucesos que estaban por llegar.

Capítulo V

En shock, tardé unas milésimas de segundo en reaccionar y apostarme tras la esquina, en un ángulo muerto fuera de su visión. Permanecí inmóvil y contuve el aliento, no me atrevía a respirar. Varias preguntas me sobrevinieron a la vez. ¿Realmente era Mar la que me había escrito el sms? Si era ella la que lo había enviado, ¿quién era la persona que estaba en la ventana? ¿Qué querían de mí y por qué había tenido esa sensación tan vívida de tener que huir? No entendía qué pasaba, pero un intenso dolor de cabeza empezaba a atacarme y supe que tenía que reaccionar pronto, muy pronto.

Introduje mi mano en el bolsillo del pantalón y recé para que en mi cartera hubiera algo de dinero para coger un taxi y salir de allí lo antes posible. Tuve suerte. Y aún más cuando al cruzar la calle, siempre evitando ser visto desde la ventana de casa, había un par de taxis en la parada allí ubicada. Corrí hacia uno de ellos.

—¿Está libre? —pregunté al conductor que leía distraído el periódico a la espera de clientela.

—Sí, sí, adelante —contestó.

Cuando entré en el vehículo no tenía nada claro mi destino, todo había pasado tan rápido que no me había dado tiempo a pensar, mucho menos a plantearme un refugio. Algo aturullado, solo atiné a decirle al conductor, con la única intención de ganar tiempo:

—Perdone, vaya arrancando, tengo que mirar la dirección exacta en el móvil.

—Sin problema —contestó a la vez que dejaba el periódico en el asiento del copiloto y metía la llave en el contacto.

El taxi arrancó y simulé que buscaba una ubicación en el teléfono mientras pensaba en la única opción real que tenía para empezar a aclarar qué estaba pasando: ir a la última dirección que conocía, y por suerte recordaba, de Mar. La llamaría desde algún lugar cercano y le preguntaría si podíamos vernos. No se me ocurría otra cosa. No sabía si seguiría viviendo allí o solo había sido algo temporal hasta que encontrara algo mejor para instalarse. No tenía noticias de ella desde que habíamos roto hacía tres meses, y únicamente tenía conocimiento de esa dirección porque yo mismo le eché una mano con la mudanza.

—A la calle Loureiro Real, por favor —dije decidido al taxista.

—Vamos para allá.

Mientras viajaba en el taxi intenté ordenar mis pensamientos, hacer memoria de mi propia vida, pero, con asombro y estupefacción, me di cuenta de que tenía una especie de bloqueo, una barrera, algo que no me permitía recordar prácticamente nada. No obstante, y para mi extrañeza, había recordado con claridad la dirección de Mar. Un profundo desasosiego me embargó, no sabía qué estaba sucediendo, qué pasaba con mis recuerdos y por qué parecía tener una especie de memoria selectiva. Nunca había considerado que tuviera una gran memoria, pero era consciente de que algo ocurría, algo no iba bien. Normalmente, y si me ponía a ello, lograba sin problemas recordar lo hecho en las últimas semanas o meses, pero en esta ocasión, por mucho que buceaba en mis pensamientos, no lo conseguía.

Capítulo VI

El taxi rodaba por las calles de la ciudad mientras yo seguía inmerso en mí mismo, perdido por completo y sin ningún recuerdo al que agarrarme.

—Hemos llegado —informó el taxista sacándome de golpe de mi introspección.

Aún dentro del coche, miré rápidamente por la ventanilla y reconocí la calle. Después de que me informara de cuánto le debía por la carrera, pagué y bajé del coche. Comenzaba a chispear y allí me encontraba, en medio de esa calle, en el mismo lugar donde había visto a Mar por última vez pocos meses atrás. Una sensación de tristeza y nostalgia se apoderó de mí y de repente algo atravesó mi mente con la fuerza de un rayo.

Con la misma sensación de cuando recuerdas algo de golpe, sin esperarlo, dentro de mi cabeza divisé mi estudio. Era una especie de visión. Por lo que lograba observar supe que era lo que había sucedido unos instantes después de que yo lo abandonara, no hacía ni media hora. Todavía más, aún me veía a mí mismo huir por las escaleras de emergencia, mientras mi mente comenzaba lentamente a enfocar lo que ocurría en el interior del piso. Lo que vi, no lo olvidaré jamás.

Contemplé como la puerta de mi casa reventaba con violencia, astillándose, después de un fuerte puntapié propinado por uno de los dos policías. Observé atónito cómo, con pasos cortos pero firmes, entraban en mi piso. Algo llamó mi atención por lo extraño. Los divisaba enfocados desde abajo, con temblorosos movimientos, como si un operario de cámara con poca experiencia y pericia estuviera al mando. La nula estabilidad que poseía hacía que no alcanzara a ver sus rostros. Por el contrario, conseguía oír todo con una nitidez asombrosa. Cada paso, cada movimiento que hacían.

—No está aquí, pero mira la ventana —dijo uno de ellos con una voz impersonal, como si de un autómata se tratase.

—Sí, la he visto. Acaba de huir, mira esto también —informó el otro mientras se agachaba a tocar y probar de sus dedos la leche vertida en el suelo—. Está caliente, ha tenido que escapar ahora mismo por la ventana.

Sus voces sonaban dentro de mi cabeza de una manera increíblemente parecida, de no estar divisando la escena, podría afirmar sin temor a equivocarme que se trataba de la misma persona. Después de revolver un poco la habitación, y sin saber si andarían buscando algo en concreto, caminaron hacia a la ventana. Mi mente enfocaba la secuencia justo desde allí, a cada paso se acercaban más. Por fin alcancé a verles el rostro. O mejor dicho, donde se supone debían tenerlo. Lo que vi me heló la sangre.

No tenían, así de simple. En su lugar había una mancha imperfecta marrón, marcada por salientes, entradas y protuberancias, como si alguien hubiese jugado con barro, moldeándolo y extendiéndolo de un lado a otro sin intención ni destreza alguna. En ellos no había ojos ni boca ni nariz. Estaban desprovistos de cualquier rasgo humano, la visión era espeluznante. Uno de ellos se aproximaba cada vez más a la ventana. Justo un segundo antes de sacar su cabeza por el ventanal, la grotesca mancha marrón se transformó. En un abrir y cerrar de ojos, tenía pelo largo, un rostro, y esos rasgos femeninos tan familiares para mí. Confirmé lo que anteriormente había visto desde la esquina. Era Mar. ¿Qué demonios estaba pasando? ¿Quiénes o qué eran esas personas que estaban en mi casa? ¿Cómo podían utilizar de esa manera el rostro de Mar y, sobre todo, con qué intención?

 

Mientras me hacía estas preguntas, en un fogonazo, volví a mí mismo, al presente. Permanecía de pie en la calle de Mar mientras la hasta ahora fina y leve lluvia comenzaba a arreciar. No sabía cuánto había durado mi visión. Había perdido la noción del tiempo. No podría decir si habían pasado minutos o tan solo unos pocos segundos. Debía llamar a Mar, ella parecía saber mucho más sobre lo que pasaba y parecía evidente que estábamos juntos en esto y los dos corríamos peligro. Un peligro que hasta ahora no tenía explicación.

Capítulo VII

Con movimientos nerviosos debido al estado de agitación en el que me encontraba, busqué y saqué el móvil. El agua que caía era ya todo un aguacero. Me refugié bajo un pequeño toldo que sobresalía de un comercio de comestibles. Desde allí pulsé el botón de llamada, ya que tenía registrada a Mar como último movimiento tras recibir su sms. Comenzó a sonar, a dar tono, era buena señal. Con ansiedad, esperaba la respuesta. Sonaron incesante y repetidamente los tonos hasta que, finalmente y como la peor de las noticias, saltó el contestador.

No me dio buena espina que Mar no contestara a la llamada. En mitad de la calle, mientras la gente caminaba a toda prisa debajo de sus paraguas, cientos de especulaciones, muchas de ellas sin sentido, me asaltaron: ¿estaría ella a salvo?, ¿no habría respondido a la llamada intencionadamente o no habría reparado en ella?, y la mayor de mis dudas, ¿cómo pudo saber el momento exacto para mandar el mensaje que me alertó y que contenía tan precisa información? Ella debía estar al tanto de que esas personas o lo que fueran me buscaban. El cómo o por qué lo sabía era algo que escapaba a mi entendimiento, como todo lo ocurrido hasta ahora.

Probé suerte y la llamé de nuevo, pero obtuve idéntico resultado. Decidí salir de donde me cobijaba y empecé a andar con la esperanza de reconocer el edificio que daba por su última morada. A pesar de que tenía una imagen muy difusa, no sería demasiado difícil; recordaba vagamente que era un edificio alto que no concordaba para nada con el resto de casas y comercios colindantes. Si conseguía dar con él y tenía un poco de suerte, algo que dudaba tal y como transcurría el día, podría preguntar por Mar al encargado o portero de la finca. Apresuré el paso para no empaparme más de lo que ya lo estaba. En la lejanía oteé el que esperaba todavía fuera el inmueble de Mar.

Al llegar comprobé que la puerta estaba abierta y la entrada del edificio, anegada de agua. Cuando me dirigía a los buzones para revisar los nombres y los pisos de los inquilinos —ya que me era imposible recordar con exactitud el piso de Mar— de una puerta lateral vi que asomaba un cubo de limpieza con una fregona. Agarrada a esta el que supuse era el portero del edificio. Parecía que las cosas podían empezar a ir mejor. Qué equivocado estaba.

El trabajador era un hombre de unos sesenta años con bigote y pelo canoso, rostro fatigado y, por sus ademanes mientras salía del cuarto con los enseres de limpieza, no parecía de muy buen humor. El agobio que mostraba al mundo, y que parecía ser su carta de presentación, era casi contagioso.

—Hola, joven —me dijo mientras empapaba la fregona—. Si es tan amable, espere un momento a que se seque todo esto, ha venido la lluvia de repente y mire cómo ha puesto el portal. ¡Maldita sea!

Dado el agrio carácter que parecía poseer, en un primer momento el trato con él no se me antojaba fácil.

—No se preocupe, siga con lo suyo —repliqué cordialmente—, no le robaré mucho tiempo. Solo vengo a preguntarle por la dirección de una amiga que hace tiempo que no veo y no recuerdo el piso exacto.

—Bueno, si es solo eso dígame su nombre, hace años que trabajo aquí y por suerte o por desgracia, conozco a los inquilinos y sus direcciones de memoria —dijo mientras hacía el amago de esbozar una tímida sonrisa.

—Mar Collard Ortiz —dije—, ¿la conoce? ¿Sigue viviendo aquí? ¿Sabe qué piso…

—Lo siento mucho caballero —me interrumpió con brusquedad—, pero debo darle una mala noticia.

—¿El qué? ¿Qué ocurre? —pregunté extrañado y preocupado—. Dígame, por favor.

Las palabras que salieron de su boca, para mi desgracia, eran de esas para las que uno nunca está preparado. Con tristeza en su rostro, con una voz apagada y tan baja que tuve que esforzarme por escucharlo, dijo finalmente:

—Mucho me temo que su amiga Mar falleció hace una semana en un accidente de tráfico.

Capítulo VIII

Ante el impacto de tan brutal noticia me sentí desfallecer. Fue como si me arrancaran el corazón de cuajo. Nunca hasta ese instante había pensado hasta dónde podía llegar el dolor. Comprobé que muy profundo. Noté como me temblaban y flaqueaban las piernas. No podía ser. O no quería que fuera. No podía aceptarlo. Fueron poquísimos segundos los que transcurrieron hasta que pensé que Mar me había escrito, si es que había sido ella realmente, el mensaje. Eso hizo que mis dudas crecieran aún más.

Estupefacto, y con una extraña sensación mezcla de abatimiento, dolor y desconfianza ante todo lo que me rodeaba, pensé fríamente que lo mejor sería marcharme e intentar corroborar la noticia por otras vías.

—Perdone, me ha destrozado la noticia. Muchas gracias por todo, pero tengo que irme —le dije al portero, y mientras lo hacía tuve la seguridad de que había algo que no cuadraba.

—Lo entiendo, joven. Siento mucho haber tenido que ser yo, y de esta manera, el que le dé la noticia. Por cierto, y no quiero parecer insensible, pero he recordado que la chica tenía algunos objetos en el trastero del sótano. Nadie ha venido a recogerlos, así que si no le importa, ¿podría llevárselos? No son demasiadas cosas, pero ocupan un espacio que me vendría fenomenal para para organizarme mejor…

—Emmmm…—dudé—. De acuerdo. Si no tarda mucho lo espero aquí fuera, ¿vale? —dije aparentando serenidad.

—Muchas gracias, pero tal como está el día, mejor espere aquí en la entrada y no tendrá que mojarse, joven. ¡No hay necesidad!

—Vale, aquí lo espero. Pero por favor, no tarde demasiado.

—Así haré.

No tenía intención de esperarlo. Ni la más mínima. No sabía si Mar estaba viva o si realmente había muerto, pero en esos momentos no podía fiarme de nadie. La rápida asociación que había tenido el portero de la muerte de Mar con los objetos que tenía en el trastero me resultó sospechosa. Incluso juraría que después de darme la funesta noticia, su rostro y expresión habían cambiado. Quizás solo me estaba volviendo loco o paranoico o, con suerte, las dos cosas a la vez.

Esperé hasta que vi como el hombre abría una puerta y empezaba a bajar unas escaleras. En ese momento vibró mi móvil en el bolsillo del pantalón. Me hizo dar un respingo, tenía los nervios a flor de piel, estaba hecho un flan. Mirando de reojo a la puerta y mientras oía los pasos descendientes del portero, saqué el móvil. Otro mensaje de texto. Una vez más era Mar o alguien que se decía ella. El contenido del mismo dejaba poco espacio a la duda. Decía: «No te creas NADA de lo que te ha dicho. TODO es mentira. CORRE, estás en verdadero peligro».

Sin tiempo para asimilar el mensaje, mi cerebro volvió a conectarse. Una nueva visión. Mi cuerpo se paralizó mientras en mi mente veía como el portero, ya en el trastero del sótano, rebuscaba con rapidez entre un revoltijo de enseres. Esta vez mi visión era más controlada, conseguía enfocar lo que deseaba, tanto en distancia como en nitidez. Como si de un zoom se tratase, en unos segundos conseguí dominarla. Era como ser director de una película que ocurría en tiempo real. El portero, tras mirar a varios lados y en diferentes estanterías, pareció encontrar lo que buscaba. Sin titubear, metió la mano en una polvorienta caja de madera que parecía roída. Enfoqué con rapidez su mano. Acerqué mi visión hasta verla en primer plano. La fue sacando lentamente de la oquedad de la caja, pero aún no alcanzaba a ver qué había cogido. Poco a poco vi lo que portaba. Era una pistola. La apretaba entre sus dedos con fuerza. Desde el primer momento no tuve la más mínima duda de que estaba cargada. Y que todas sus balas llevaban escrito mi nombre.