Pacto con Satanás

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Pacto con Satanás
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© Wilfredo Moreno

Diseño de edición: Letrame Editorial.

ISBN: 978-84-18307-05-8

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Dedicado a mi gran amigo y mentor Rubensky Pereira

Capítulo 1

Al borde del abismo

Cristián quedó atrapado por nubes grises que lo rodeaban, y la luz extinguió su claridad, dejando un poco de sí misma en un entorno sombrío. Era como si hubiese una presencia, y esta idea se hizo verdadera al oír una voz.

—Hola, Cristián.

Era un tipo de mediana estatura. Vestía con un traje elegante, todo de negro. Un hombre de cabello negro y rasgos físicos muy finos y delicados: su cara era de facciones femeninas, y sus ojos negros, que parecía que te miraban y al mismo tiempo no te miraban; unos ojos que no te decían nada. En ellos no había ni un signo de algo, ni de alegría, ni de tristeza, como si en su interior aconteciera un universo. Un mirar en absoluto frío, algo que no parecía humano.

—¿Y tú quién eres?

—Digas lo que digas, serás mío. Hagas lo que hagas, serás mío, y pase lo que pase, serás mío. Ten en cuenta mis palabras, y no te resistas a mi voluntad, porque pasaremos la eternidad juntos, porque yo soy la muerte.

La muerte extendió su mano para saludar a Cristián quien, impávido, aceptó, brindándole su mano, la cual sintió un frío horrible que lo quemó en las llamas de los dedos solo por estrechar la mano de un helado desconocido.

—Si en verdad eres la muerte, debes saber todas las respuestas. Entonces, dime: ¿Qué es la vida?

—No te preocupes por eso. La vida se trata de recorrer un camino tras otro. Preocúpate cuando ya no haya caminos por recorrer, estarás solo frente a una tierra indefinida llamada eternidad.

—¿Qué rayos haces aquí?

—Me estoy divirtiendo.

—¿Viniste a llevarme?

—Aún no.

—¿Cómo que aún no?

—Aún no es tu tiempo. Tengo otros planes para ti.

—¿Qué es lo que quieres?

—Llevarme a tu madre.

—¡No! ¡No te la puedes llevar, ella aún no puede morir! ¡No lo voy a permitir!

—Todo cuanto existe está condenado a desaparecer ante un futuro irrevocable que no admite un «no» como respuesta. Nadie puede ir en mi contra porque yo tengo un plan para todos, y pensar en ese plan es pensar en la inminente aniquilación. La vida es solo la falsa prolongación de la idea de que pueden vencerme. Después de todo, ustedes nacieron para morir. En el momento en el que algo nace; comienza una carrera contrarreloj por la extinción. Y de esto se trata esto; en un momento serás, y en el siguiente instante ya no serás, y ¿qué es la vida, sino un momento que una vez fue y que ya nunca volverá? Te he observado, Cristián, durante un largo tiempo, he visto cómo peleas, y cómo te aferras a la vida de tu madre. Ya es tiempo de que la dejes ir.

—¿Por qué? ¿Porque no tengo dinero para pagar la operación que ella necesita? ¿Porque soy débil y no puedo protegerla?

—Porque tal vez eso sea lo mejor para ella: el desprenderse de este mundo de calamidades. Y me la llevaré con o sin tu consentimiento, y no es que te esté pidiendo permiso, es solo que me causa gran curiosidad ver lo que harás para evitar que yo me la lleve.

—¿Por qué tú? ¿Por qué ahora?

—Porque yo soy solo un equilibrio en la existencia misma, y si no te gusta, ve y pregúntale al supremo, porque es él quien impone las reglas. Quizás podrías buscar alguna manera de ayudar a tu madre, porque si algo debes saber de este mundo es que todo es negociable.

4:00 AM

Cristián despertó agitado de la pesadilla y aún continuaba agotado, pues apenas consiguió dormir una hora. La sangre se agolpaba en su cabeza por tanto estrés causado por estudiar en demasía para los exámenes. Después de un breve baño en la regadera oxidada y con sarro, Cristián vislumbro su cara en un espejo resquebrajado. Él detestaba ver su cara porque seguía siendo la cara de un perdedor, un rostro de un niño que quería ser un hombre. Sus ojos cafés y su piel morena no llamaban mucho la atención. La complexión delgada y escuálida evidencia lo débil de su cuerpo. Su cabello quebradizo y maltratado tiene un corte escolar que le hace ver pasado de moda e ingenuo. Su rostro desencajado y cansado era la cara de un soldado que no quiere volver al campo de batalla. Él demandaba piedad para retirarse a reposar, pareciera que ya no puede continuar más, que ya llegó a su límite. Sin embargo, esto está lejos de terminar. Le invadía esa impresión de fastidio y si se movía no era por motivación, sino por obligación. Tenía que salir a pelear una vez más antes de que la realidad desvaneciera su sueño, porque en esta contienda saldrá airoso el de mayor resistencia al sufrimiento. Añoraba curar sus heridas, pero no había un momento para ello, y ¿qué haces cuando peleas contra un imposible? Te aferras a la poca voluntad que te queda. No le preguntes a nadie más, ellos no saben lo que se siente. A ninguno le importaba, por ello quería estar solo y vivir su tragedia en privado, para llorar y gritar sin ser visto, pues qué dirían los demás si muestra signos de debilidad. Solo le quedaba respirar hondo e intentarlo de nuevo. Después de todo, algunos hombres se convierten en bestias con tal de subsistir. Él finalizó su arreglo personal para esta frenética mañana, y sobre la mesa Cristián recogió la comida que su madre, con tanto esmero, preparó. Él tomó su alimento con cautela, cuidando no despertar a su madre, pues desde que ella está enferma, necesita tomar reposo. Cristián visualiza con melancolía el interior de su casa antes de irse y no vio más que pocos electrodomésticos desgastados e inservibles. Los artículos están al límite de su vida útil, y no son más que viejos cacharros que demandan una renovación, parecían detalles insignificantes, pero la acumulación de estos detalles es molesta. Como siempre, Cristián colocó su habitual mochila en su espalda y abandonó su hogar para salir y demostrar su valía. Al abrir la puerta que da hacia la calle, Cristián se vio envuelto en medio del silencio de la madrugada e incorporó sus pies en estas calles desoladas, las cuales tenían letras pintadas con aerosol hechas por vándalos. Arañas mal hechas adornaban los postes; es la defectuosa instalación eléctrica de la colonia. Puertas blindadas con candados adornan las marquesinas, pues todos temen por su seguridad. Las luces de la vecindad brillan por su ausencia ante un paisaje negruzco. Cristián iba viendo hacia su casa con la añoranza de retornar. Un perro rabioso y flacucho intenta morder a Cristián, quiere su sangre en sus fauces, pero no lo logrará, ya que Cristián tiene experiencia manejándolo y sabe que no debe correr ni demostrar su temor ante este espantoso animal lleno de cicatrices por las constantes peleas con otros perros. Acto seguido, apareció un horrendo perro negro de maléfica figura que no tardó en morder al chucho que acechaba a Cristián, por lo que el canino tomó el papel de protector para después solo vigilar a Cristián mientras este partía, confundido por el extraño sabueso. Él, con paso firme, recorría las agrietadas banquetas, y en la esquina se topó a una pandilla de malvivientes que inhalan solventes. Ellos despiden un hediondo olor por falta de arreglo personal, que los muestra en un estado deplorable. Los drogadictos lo miran con recelo, con envidia, porque él no es como ellos, y a ellos nada les daría más placer que verlo arruinado. Él tiene que acelerar el paso para evitar algún conflicto con ellos. Cristián es el único en el paradero del autobús. Una vieja máquina bufa estacionándose y anunciando su llegada; es el camión que abre la puerta, y este ingresa a la maquinaria, solo para toparse con un chófer mal encarado que le cobra el pasaje de mala gana. La luz intermitente del alumbrado público se colaba en el interior del transporte. La ciudad de México despertaba al calor del dinero. Esa monstruosa urbe quedaba al descubierto, y Cristián veía la metrópoli como una bestia que despreciaba a quienes trataban de conquistarla. Personas neuróticas compiten ferozmente desde sus autos por ver quién llega primero a su trabajo, cada uno de ellos lleva sus habilidades al límite para maniobrar en el pesado tráfico. Una serie de edificios grandes y modernos con publicidad llamativa eran mostrados desde las ventanas del autobús: era la Universidad Central. Cristián descendió del autobús y proseguía hacia las aulas, y en el estacionamiento se hizo más grande la diferencia entre Cristián y los demás, dado que solo Cristián entraba a pie, tal vez porque él es el único estudiante becado.

En la catedral del saber había una entrada enorme por medio de la cual entraban jóvenes por multitudes como en una peregrinación; ellos iban hacia las blancas construcciones repletas de cristales azules.

 

Maestros que se acuestan con sus jóvenes alumnas. Estudiantes cuyas fiestas alocadas duran toda la noche. Mujeres feministas que tratan de imponerse a los hombres, no cabe duda, es la Universidad Vanguardista del Centro; este es el centro del conocimiento. En la facultad había escaleras y ascensores que dan para la parte superior. La edificación contiene muchos salones, cada uno igual al anterior, lo único que los diferencia es que en cada salón hay un maestro distinto. En cada salón es notorio su equipamiento: con sus pupitres, sus pintarrones, sus televisores y sus proyectores para diapositivas. Aquí se nutrirán las jóvenes mentes que saldrán a conquistar la sociedad. Alumnos bien parecidos, arreglados y bien vestidos van y vienen por los pasillos. Ellos son los hijos de los hombres más influyentes de la ciudad; hay hijos de empresarios, políticos, y también había hijos de figuras del espectáculo y del deporte. Todos estos mozalbetes se conocen entre sí, pues pertenecen a un círculo social muy estrecho. Sin duda, de aquí saldrán los próximos políticos, los siguientes herederos de imperios económicos o quizás las nuevas figuras del espectáculo. De aquí emergerán los jóvenes que tomarán las riendas de la ciudad, y tal vez del país. Entre ellos discuten por ver quién tiene la mejor ropa, el mejor auto o quién tiene la mejor novedad electrónica. Ellos hacen chistes privados, cuyo significado solo ellos entienden, y pierden su criterio en la materialidad sin sentido mientras viven la mejor época. Entretanto, Cristián solo lucha por conservar su promedio para conservar su beca. Cristián sube al segundo piso para iniciar su clase en el salón A1, y él entra al salón ante indiferencia de sus compañeros, que están absortos en sus asuntos discutiendo quién fue a la mejor fiesta el fin de semana. Cristián se siente desencajado entre ellos y toma asiento junto al ventanal para así mirar a la calle y divagarse ideando su liberación de sus labores estudiantiles. Pensativo, él recargaba su mentón sobre su puño viendo hacia el exterior.

—Hola, Cristián, mira, te traje una manzana.

—Gracias, amiga.

Ella es Liliana, dueña de una belleza arrebatadora. Su cara profundiza candidez por su piel blanca, impecable y exquisita. Su nariz ligeramente afilada decora su sonrisa blanca como la nieve, una sonrisa sabiamente ancestral y más luminosa que cualquier astro. Su cuerpo es la combinación ideal entre sensualidad e inocencia. Ni que decir de su pelo, que es obscuro como el lado oculto de la luna. Descendiendo de sus suaves mejillas son notorios sus labios carnosos, que desprenden dulzura. Sus ojos son profundamente negros como la noche, donde sus pupilas son estrellas que destellan en el infinito, esos ojos son pasadizos que conducen al enamoramiento. Ella, solo ella; proponía una imagen que aludía a su veneración. De ella emanaba la juventud que inmortaliza la belleza. Cada año, la naturaleza cultiva y nos muestra una nueva generación de mujeres que sustituyen a las viejas generaciones, y así mostrar la innovación de la lindeza, y ella es muestra de ello. Ella solo pudo haber nacido del capullo de una flor. Esta joven es una de las elegidas para custodiar al todopoderoso. Liliana le fue regalada a Cristián para que este descubriera todos los alcances de su belleza; y él, como su guardián, no pudo evitar ser atrapado por el primor femenino, que es algo que escapa a toda lógica. Por si eso fuera poco, ella contaba con una gran serie de cualidades que la hacían única: ella es amable, noble, inteligente, sensible, y tenaz. Además, había cuidado de Cristián como pocas personas. Y todo iba bien entre ambos de no ser por un pequeño detalle, pero que cualquier hombre en su sano juicio podría ser el mejor amigo de una mujer así. Cierto es que desde que la conoció no volvió a recuperar la tranquilidad.

Ella es maravillosa, y era la mejor parte de la vida de Cristián. Liliana provocaba en él un profundo deseo acompañado por la pesadumbre de no tenerla, al no contar con las virtudes requeridas para poseerla. Cientos de hombres de todas edades y clases sociales a lo largo de su vida han competido por su querer, y ella solamente escucha sus propuestas riéndose de ellos. Es un ídolo aquel que trate de aspirar a su querer y a su cuerpo, que es un templo que él venera como un devoto fiel. No lo culpo por odiarse, por la falta de importancia en su intimidad, por no respirar su aliento cada segundo, por no ser digno de su cariño. Él solo quería verla florecer, pero él no quería compartir eso con nadie más. ¿Por qué habría de compartir ese privilegio? Él era un buen hombre todo el tiempo, y creía que el premio a su nobleza sería el cariño de Liliana, la cual era una joven de época y épica inenarrable, que provocaba la locura entre los masculinos de buena voluntad. Cristián no era diferente pues, como cualquier hombre, quedó atrapado en un amor que podía llevarlo hacia la locura. Ella es una de esas mujeres por las que bien valdría la pena venderle el alma al diablo e ir feliz al infierno.

Cristián también contaba con un mejor amigo: Leonardo. Sin embargo, hoy no vino, pues su pupitre está vacío como de costumbre, dado que los lunes él no asiste a clases al terminar deshecho de tanta fiesta el fin de semana, o tal vez siga drogado, o borracho, o quizás ambas. Tal vez está por ahí buscando su cordura entre la ropa interior femenina de las chicas con las que se acuesta. Él es el ejemplo a seguir para Cristián, pues toma lo que quiere de la vida y vive despreocupado. A Leonardo nada le altera al contar con el respaldo de su padre, el cual es uno de los hombres más poderosos de la región. «Quizás no exista una persona más feliz que Leonardo», pensaba Cristián con gran envidia mientras maldecía su suerte por no haber nacido en una cuna de oro como su amigo, a quien no le preocupaba su futuro, pues ya estaba asegurado; qué más da un día más o un día menos.

Son las 7:05 AM y aún no llega el maestro, eso es muy extraño, puesto que él siempre es el primero en el salón de clases. Luego entra un señor muy serio y con un rostro compungido: es el director. ¿Qué importante aviso tendrá que dar ante el ambiente de expectativa?

—Lamentablemente, el maestro Gutiérrez ya no podrá presentarse para darles clases, pues está teniendo algunas complicaciones de salud.

A la puerta del salón apareció un tipo muy elegante, con un traje azul marino dentro del cual se resguardaba como si fuese cubierto por una elegante armadura. Alto de estatura, con tez blanca, cabello negro y ojos azules. En general, tenía buen porte este hombre blanco de facciones masculinas y rudas, del cual emanaba un penetrante perfume que transpiraba virilidad. Con su inquietante rostro percibías que quería decirte algo. Sus ojos misteriosos y fríos te analizaban e inspeccionan, pareciera que, con sus pupilas, podía conocer los secretos del alma, con esos ojos, él pedía que confiaras. Era como si hubiera siglos de conocimiento detrás de esas pupilas, era una de esas personas que tenían mucho que decir.

—Buenos días, mi nombre es Diego Cuervo, y yo seré su nuevo maestro.

—Los dejo con el señor Cuervo, hasta luego.

Acto seguido, desapareció el director.

—Me gustaría conocer a cada uno de ustedes, por ello les voy a pedir que se presenten y me digan por qué motivo están en esta clase.

—Mi nombre es Jorge Vázquez, y estoy aquí porque esta es una más de las materias que tengo que cursar para mi asignación.

—Yo soy Liliana, y estoy aquí para superarme.

—Mi nombre es Cristián Pérez, y yo estoy aquí para, para…

—Para tener más determinación, joven.

Todos rieron en clase, luego el nuevo maestro retomó la palabra.

—Esta clase es la más importante que tienen porque este mundo se mueve por reglas económicas, y aparte de instruirlos en el conocimiento, también es mi deber moral el guiarlos en la sociedad actual. Espero que se acomoden a mi plan de trabajo, ya que mis métodos de enseñanza son poco comunes. El mundo ha quedado atrapado en un capitalismo asesino y consumista e infestado de individuos que, a diario, luchan a muerte, cada uno demostrando sus talentos y llevando sus capacidades al máximo. Somos partícipes de una brutal guerra económica; una en la que todos tratamos por hacernos de un lugar. Lástima que no hay sitio para todos, porque la mayoría será arrastrada por la pobreza. Las contiendas son atroces entre las distintas clases sociales por decidir quiénes serán los elegidos de la nueva clase alta, y solo habrá dos propósitos para integrarse a este litigio: pelear por ambición o pelear por sobrevivir. Por eso, es de vital importancia que ustedes estén preparados para afrontar el futuro.

Luego él colocó un proyector apuntando hacia el pizarrín y apagó las luces, mostrándonos unas diapositivas.

—¿Qué ven aquí?

De inmediato, Jorge tomó la palabra.

—Esas son las principales divisas del mundo. Ahí está el dólar, el euro y el yen.

—Error, esos son símbolos de poder.

Y el nuevo maestro volvió a retomar la palabra.

—¿Alguno de los presentes me puede decir qué significa esta imagen?

Jorge vio la oportunidad de lucirse.

—Eso que está ahí es la bolsa de valores de New York, es Wall Street.

—Es más que eso, este es uno de los lugares donde se decide la riqueza y el valor de la vida. Aquí se crean y se destruyen imperios, quién vive y quién muere.

Contestó Diego de manera furtiva.

—Yo tengo una duda. ¿Cómo funciona la bolsa de valores?

Preguntó Liliana con un tono ingenuo.

—Es más sencillo de lo que parece, pues solo se trata de oferta y demanda. Para tener éxito en la bolsa de valores, solo debes de especular sobre los precios ejerciendo tu poder sobre la información que adquieres. También es de vital importancia saber manipular los distintos mercados.

La clase prosiguió, y en ese transcurso, los alumnos continuaron aprendiendo todos los tecnicismos de la bolsa de valores de New York. La clase de hoy fue muy interesante, lástima que tuvo que terminar, y Liliana y Cristián acudieron a la cafetería para almorzar. El recinto parecía un pequeño restaurante repleto de estudiantes que descansan y recargan energía antes de la siguiente clase. Como de costumbre, Cristián inició la conversación.

—¿Entonces ayer fuiste a la marcha feminista y a la marcha a favor del aborto?

—Así es, ayer fui a ambas marchas, pues apoyar el aborto es apoyar el feminismo.

—¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?

—Porque la maternidad es un sistema de dominación masculina, y solo a través del aborto podremos liberarnos.

En eso apareció Leonardo y, como de costumbre, traía su ropa juvenil que invocaba a una moda moderna y urbana. En su cuerpo resaltaban sus enormes brazos marcados con su bien definido tono muscular por causa de largas jornadas en el gimnasio, y sus manos venosas también eran muestra de ello, él es de estatura mediana, pero por su fortaleza física era imponente. La combinación de sus rasgos faciales lo volvían irresistible para cualquier mujer, y su mirada nunca cambiaba, en esos ojos verdes solo había encanto y frialdad. Con su habitual sarcasmo, Leonardo arremetió contra Liliana.

—Otra vez tú y tus ideas sobre el feminismo radical. Ustedes y sus ideas de odio están destinadas a fracasar, esas protestas donde se cagan en las iglesias no ayudan en nada al feminismo.

—No importa el cómo, el caso es hacernos escuchar. Haremos lo que sea necesario para derrumbar las estructuras del falocentrismo.

—«Falocentrismo». No me digas que vas a empezar a mencionar tu terminología sacada de los libros de Judith Butler para quien todo es una estructura falocéntrica. El falocentrismo es un delirio mental sacado de las ideas de Freud; las cuales son muy debatibles.

—Tú no lo entiendes porque tú nunca has pertenecido a un grupo vulnerable que ha sido oprimido desde siempre. ¿Qué tiene de malo pelear por tener la misma igualdad que los hombres?

—Eso es imposible, pues entre los hombres no existe ninguna igualdad. Los hombres son tratados según su posición socioeconómica, política y religiosa.

—No tiene caso que discuta con un misógino como tú.

En eso interrumpió la discusión el maestro Diego Cuervo.

—No se preocupen por el feminismo, pues con lo incluyente que es el capitalismo, este le dará su lugar. Joven Leonardo, me puede acompañar a mi oficina, por favor.

Leonardo, con una expresión de fastidio, accedió a la petición del maestro Cuervo, quien se disponía a reprenderlo por no asistir a clases y, como siempre, Liliana aprovechó la oportunidad para hablar mal de Leonardo.

 

—En verdad, Cristián, no sé cómo puedes ser amigo de un imbécil como Leonardo.

A Liliana le llegó una idea a la cabeza y ella no cesaba hasta realizar sus caprichos, era voluntariosa en exceso. Ella tenía esa mirada tal cual infante que piensa en el juguete deseado.

—Se me acaba de ocurrir una buena idea.

—Dime.

—Ir a jugar un poco al karaoke.

—No lo sé, este, yo…

La frase de Cristián fue interrumpida por Liliana, quien determinada en sus caprichos, quebró la postura de Cristián y este, con tal de darle gusto, aceptó la petición de Liliana, quien le contagiaba de su alegría y le sacaba del ambiente gris que él acostumbraba. Liliana, eufórica, jaló del brazo a Cristián y ambos abandonaron la universidad para ir a una nueva aventura, y queésería de él sin la alegría de Liliana.

Cristián y Liliana fueron al restaurante bar que tenía karaoke, ambos entraron al lugar y Cristián fue llevado casi a la fuerza a dicho sitio. El bar estaba a solo tres cuadras de la universidad por la cercanía. Era un sitio recurrente para los universitarios, quienes fumaban y bebían para relajarse de sus quehaceres estudiantiles, y qué importa si maltratan su salud si son jóvenes. También el ambiente era de intelectualidad por sus comensales. Los muros del bar estaban tapizados con fotografías grandes y enmarcadas de los artistas musicales del momento. De los presentes nadie se atrevía a cantar por miedo al ridículo, pero eso poco le interesaba a Liliana, quien tomó el micrófono para aventurarse a cantar solo después de meterle unas monedas a la rocola, dado que ella conocía la precaria situación económica de Cristián. Liliana, insistente, sonsacaba a Cristián.

—Ándale, vamos.

—Me siento ridículo.

—Ándale, nada más una canción, será divertido.

Luego ella puso su mirada tierna, esa mirada que desarmaba Cristián.

—Vamos, pues.

Era una canción romántica y popular la que resonaba, y la gente estaba a la expectativa de esos dos locos que se habían subido al escenario, ella no paraba de cantar y sonreír a cada momento. Ella disfrutaba tanto este momento, y Cristián se perdía contemplándola, él había olvidado a todo el público y le seguía el paso a ella mientras él solo movía los labios y fingía que cantaba siguiéndole la corriente a Liliana, y él no paraba de admirarla «Mírenla ahí, tan hermosa, tan llena de vida, pronunciando las palabras de una manera tan suave y bailando con tanta gracia», pensaba Cristián ante unos espectadores que solo reían. Él estaba ahí esperando al acecho, esperando que le diera el sí y le diera las llaves del paraíso. Ella, sin saberlo, era tan culpable como cualquier mujer, ellas con su hermosura, con sus gestos, con su andar y su forma de decir no saben todo lo que provocan en los hombres. Ella volvió locos a sus sentidos, por lo que él quedó prendado de ella y ambos bajaron del escenario, y Liliana susurro algo al oído de Cristián.

—Me la paso muy bien contigo.

Él creyó que este era momento adecuado para tomarla entre sus brazos y besarla, y justo cuando él iba acercando sus labios a los de ella, ella lo evadió.

—Deja, le hablo a mi mamá, no le he hablado en todo el día.

Ella lo dejó con un palmo de narices, no sin antes haber estremecido a todo su ser con su actuación.

Él no entendía por qué Liliana hizo ese desdén y qué importancia tiene su motivo, tal vez sea uno de esos misterios femeninos. Cristián estaba empezando a sacar sus conclusiones, y daba por hecho que Liliana sentía algo por él. El momento de la declaración pronto llegaría, pero hoy no sería por la premura del instante.

—¡Pero qué tarde es, no puede ser!

Liliana desatendió el teléfono celular por hacerle caso a Cristián.

—¿Qué pasó?

—Ya se me hizo muy tarde para el trabajo, me tengo que ir, hasta luego.

—Adiós, cuídate mucho.

Y ambos se despidieron de beso.

Cristián abandonó el bar e iba corriendo hacia su trabajo, suerte que trabajaba cerca de la universidad, en una cafetería aledaña. Por estar con Liliana, se le hizo tarde. Él iba corriendo vertiginosamente por las calles ante el tráfico y el calor del atardecer. Él estaba demasiado tenso, y la gente se le quedaba viendo como si estuviese loco por huir desesperado, algunos coches le tocaron el claxon burlándose. Él estaba tan agitado que sentía que le iba a dar un infarto, o tal vez una parálisis cerebral por el estrés. Cristián llegó al restaurante para el que trabaja y entró rápido a la cocina, en la que padeció de una alta temperatura por los hornos, estufas y parrillas que ahí tenían, y además su olfato fue sacudido por un olor de comida y especias. El cocinero, regordete y con un mandil blanco sucio por la sangre de la carne, con una sonrisa burlona, le dijo:

—Ahora sí te van a despedir.

Cristián estaba tenso, molesto y sudoroso, y por más que quería contestarle, contuvo su decir al no ser esta la ocasión para pelear. Él no quería que nadie le dijera nada y entró al vestidor, y en minutos cambió de ropa, colocándose el pantalón negro deslavado, una vieja camisa blanca, y agarró su comanda con un bolígrafo para tomar órdenes. Cristián respiro hondo y salió a atender las mesas, pero no hay comensales, solo está el gerente con una mirada molesta, con su boca fruncida y los brazos cruzados. Parece un portador de malas noticias.

—Estás despedido, Cristián, toma tus cosas y lárgate.

—Y los días que me debe, ¿cuándo me los pagaría?

—Tú no tienes ni estudios ni preparación, por ello no tienes derechos, así que mejor lárgate antes de que le llame a la policía para acusarte de robo.

El gerente era capaz de calumniarlo con tal de despedirlo sin pagarle un peso. Eso fue todo, y a Cristián no le quedó otra opción más que retirarse, iracundo, tiró las comandas al piso y fue a los casilleros a por sus pertenencias. Cristián contaba con que le pagaran lo que le adeudaban para poder pagar el trasporte de regreso a su casa, pero como no fue así, él no tuvo más opción que ir caminando a su casa. Ahora tendrá mucho tiempo para pensar en lo sucedido.

Luego de un largo recorrido, Cristián por fin llego a su casa y, después de cenar, se disponía a descansar. Cristián tomo asiento en frente de la televisión y, con el control remoto, buscaba un programa que lo entretuviera, no le importaba lo absurdo o estúpido que fuera el contenido con tal de que lo entretuviera. Sin importar el canal que sintonizara, él era bombardeado con publicidad que ofertaba productos de todo tipo, productos que vendían experiencias. Todos quieren comprar ese último artículo que está de moda, todos querían tener estatus porque, si no lo compras, serás un perdedor, un paria. Al finalizar de ver la caja idiota, Cristián se disponía a leer un libro de autoayuda, un libro que estaba lleno de postulados egocéntricos con visiones sesgadas de la realidad. Este libro se había convertido en la droga de Cristián, pues le hacía creer en la fantasía de la meritocracia, además había que hacerle caso a cualquier escritor de autoayuda, pues en estos tiempos se habían convertido en los nuevos dioses, en los gurús de la motivación, que era tan necesaria en la sociedad actual.

Era una mañana habitual en la que Cristián se entretenía con su rutina diaria y aburrida, ya solo le faltaba terminar su desayuno. Cristián estaba merendando tranquilo en la mesa de la cocina, él comía lo de siempre; unos frijoles de la olla, pero a él le fascinaba ese platillo porque tenía la sazón de su madre. Esa señora con sus habituales arrugas por la edad y sus canas por sus preocupaciones. En su piel morena apenas eran visibles las manchas de paño que estaban debajo de las bolsas de sus ojos, unos ojos claros que perciben con ternura, una cara pequeña y con facciones finitas que cuadraban perfecto con su figura de baja estatura. En su vestimenta traía una blusa y una falda larga que casi era cubierta en su totalidad por un delantal, y en sus pies ella portaba sus viejos zapatos de hule que Cristián le había comprado con esmero.

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