Laberinto en Londres

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Laberinto en Londres
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

Índice de contenido

1  Portada

2  Créditos

3  I. Desde Londres Un comienzo de palabras Tres semanas Algo se había roto en mí Mi osito inglés Chica de country, chico de cómics Algo estaba fallando Apostemos Esa no era yo Vos, yo y el silencio El laberinto nos atrapó Patética ¿A r t e? Él deseaba a otra mujer Cuando la vida te queda grande Necesitaba desahogarme La traición de Odile Ovillar de vuelta mi vida Distinguir las noches En el Tate Modern Big Ben Laberinto urbano No te voy a dejar escapar Un cerezo japonés Una cabaña Las piernas de Venus A medias Libre en Londres La luna se ponía más clara Lejana Atormentada en Hyde Park El ahora Partida, rota No quiero que se me pase Traidora Una ola que te agarra desprevenida y te revuelca Volver o saltar ¡Merde! Inkscars Sweet Thames Te odio Real London Tonnnta El beso de Trafalgar Square Un dardo al corazón KOKO La reconciliación Indeleble Odile y el oso

4  II. Desde Buenos Aires Directo a tus brazos Penélope Catálogo de besos Cómo vivir lejos de vos La noche de Koko El último laberinto Humedad Recordándote Silencio Ofelia Del odio al amor en las películas El regreso La llegada No sé, quizás, tal vez… Sin vos Millas Mi debut como guionista Su bendición Tramas What shall I do now? What shall I do?

5  Sinopsis

6  Índice

Hitos

1 Índice de contenido

2  Portada


Médico, Verónica

Laberinto en Londres / Verónica Médico. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2115-6

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.

CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA

www.autoresdeargentina.com info@autoresdeargentina.com

Diseño de portada: Christian Duarte

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Were just lovers like no others

Cos I was just a half, until I found you

–Lovers (Beech)

I. Desde Londres

Un comienzo de palabras

Necesitaba desahogarme, contarme cómo había llegado a una situación que no entendía. Empecé a escribir todo lo que había pasado desde nuestra partida. Seguía sin entender, pero me gustaba cómo me contaba la historia, me gustaba escucharme cuando me releía.

Lo que no podía decir en la realidad, lo que no me atrevía a decir, podía escribirlo. Las palabras me sacaban del presente y me llevaban a otro mundo donde yo tenía el control.

Tres semanas

Cata y yo habíamos terminado el colegio y no sabíamos muy bien qué hacer con nuestras vidas. Habíamos planeado el viaje a Londres con la excusa de perfeccionar nuestro inglés, pero para nosotras era mucho más que eso: tres semanas lejos de nuestros padres. Por fin, independientes; por fin, adultas.

Ella iba por primera vez y yo estaba ansiosa por mostrarle la ciudad. Tres semanas hablando inglés, haciéndonos desear por los chicos que adorarían nuestro acento. Cata fantaseaba con algún rockero; yo, con un modelo de la Fashion Week. Por fin, seríamos cosmopolitas; Pinamar y Cariló habían quedado en el pasado.

—Sofi, prestá atención —dijo mi vieja.

—¿Qué?

—Cualquier cosa, nos llamás.

—Sí, ya sé, que no tome frío, pero si allá es verano, ma. Que ojo con los autos, que van al revés…

—Sofi, te estoy hablando en serio.

—Ya sé. Yo también te voy a extrañar —y le di un beso, eso siempre funcionaba.

Tres semanas. ¡¡TRES SEMANAS!!

Subimos por la escalera mecánica del aeropuerto (nuestras familias tenían prohibido acompañarnos en el último tramo). Ellos abajo, nosotras rumbo al cielo. Nuestros padres, nerviosos; Martín y el hermano de Cata, desesperados por crecer; y nosotras, divinas. Desde lo alto, hicimos chau con la mano, tan elegantes y tan tontas como las princesas saludando a los súbditos.

Mamá gritó:

—¡Te voy a extrañar! Llamame.

Y lo vi. Primero el pelo rubio oscuro, luego sus ojos azules, su nariz perfecta, sus labios carnosos, la barba de dos días. Subía por la escalera. Era mi fashion boy y estaba viendo y escuchando todo lo que yo quería olvidar. Y yo, como una estúpida, con la manito saludando.

Vi sus ojos, me miraba con esa picardía de chico autosuficiente. Seguro no había necesitado una familia que le pagara el viaje. Llevaba colgando la campera sobre su hombro, sosteniéndola con los dedos como si estuviera en una publicidad de perfume. Lo odié, pero era tan lindo.

 

Pasó al lado nuestro, ignorándonos.

—Es mío —dijo Cata.

—¿Por qué? Yo lo vi primero —estaba dispuesta a pelear, pero me contuve.

Obviamente nos pusimos en la cola del escáner en la que estaba él. Por lo que veía, mi fashion boy no se quedaría con ninguna de nosotras, pensaba, hasta que pasó por el detector de metal y sonó la alarma.

Sacó unas monedas del bolsillo y volvió a pasar. Volvió a sonar. No estaba tan acostumbrado a viajar como me había imaginado. Se sacó una cadena que tenía colgada y sonó de nuevo. Y entonces se puso rojo. Podría ignorarnos, pero no sabía que tenía que sacarse el cinturón. Igual sus abdominales me hicieron perdonarle todo.

En el Free Shop, Cata me dijo:

—Quizás no vaya a Londres.

Levanté un hombro como diciendo “no me importa”.

—¡Qué mala onda! Ayudame. Yo siempre te ayudo.

—Este perfume es un asco y está carísimo —dije.

—Ok, morite —y se fue.

Me había comportado como una tonta.

—No te enojés, es todo tuyo —dije.

—Estoy podrida de que te creas especial cuando sos un desastre.

—Perdón.

—No quiero un perdón de compromiso.

—Perdónperdónperdónpedón —dije mientras caminaba hacia atrás y me choqué con alguien. Me di vuelta: era él. Me hubiera gustado desaparecer.

Cata aprovechó para hacerme quedar en ridículo.

—Disculpá, a veces se vuelve loca —dijo con una sonrisa.

Ella no lo iba a conquistar así de fácil, pensé. Pero vi cómo él le sonreía y cómo me ignoraba. Y casi muero.

Londres estaría llena de chicos que me sonreirían, me dije para consolarme. Pero muy pocos serían tan lindos como él. Los dejé solos mientras miraba los perfumes. La más linda, la más inteligente, la más astuta, me repetí, la más torpe. Ahí estaban los espejos devolviéndome mi imagen. Se notaba mi furia. Yo lo notaba.

Tomé el último perfume de Calvin Klein, lo probé y me recompuse. Era lo único que necesitaba. No solo lo único, los Toblerones y los Lindt serían mi mejor compañía.

Cuando llegué a la caja, la culpa me hizo dejar los chocolates. Ningún londinense me querría gorda. Aunque, tal vez… Ellos eran más desprejuiciados que nosotros. Volví a agarrar un Toblerone. Pero no, después iba a tener que volver a casa. Pero sí, tres semanas no podría aguantar con tanta angustia. También, un Lindt y pagué con mi tarjeta dorada. Después de todo, no era tan malo tener una familia que me consintiera.

—¿Dónde te metiste? —me dijo Cata—. Te estaba buscando.

Levanté las bolsas como respuesta.

—Es divino, se llama Thiago y va a Londres.

Saqué el perfume y se lo mostré. Ella no prestó atención.

Me senté a esperar la llamada del embarque, mientras Cata fue al baño. Empecé a inquietarme porque no volvía. La llamé por teléfono.

—¿Dónde estás?

—Ahora voy.

Era obvio que estaba hablando con él. Me paré para ver si los veía, caminé hacia atrás y los vi. Cata estaba entregadísima, yo entendía su desesperación. Él era perfecto y ella…, no sé cómo explicarlo, le faltaba sofisticación. Era de las entusiastas, quería ser espontánea, y los resultados estaban a la vista: parecía que a él le gustaba. ¡Qué ironía!

—Sé que no te va a gustar lo que…, pero decí que sí —me dijo cuando volvió.

Abrí la caja del perfume y me lo puse.

—Plis, decí que sí —volvió a rogar.

—Sí.

—¿Le cambiás el asiento, así podemos estar juntos en el avión?

—¿Estás loca? Puede ser un psicópata, un ladrón.

—¿Qué te pasa?

—Yo te iba a mostrar Londres y vos me abandonás por el primer chico que aparece.

Cata me abrazó.

—No te abandono. ¡Está buenísimo!

Cata nos presentó:

—Thiago, ella es mi amiga Sofi.

—Hola.

—Hola —respondí mirándolo a los ojos, y vi que me miraba distante, como si yo fuera una cosa.

Contó que se iba de vacaciones por cuatro meses, primero se reuniría en Londres con tres amigos con los que viajaría por los países nórdicos. Querían ver el sol de medianoche y la aurora boreal.

—Y yo que creía que nuestro viaje era una aventura —dijo Cata embobada.

La odié por ser tan sincera y lo odié a él por hacerme sentir una nena de mamá con mi viaje a Londres por tres semanas en un campus con vigilancia y WIFI.

Algo se había roto en mí

Cata hizo lo imposible para que yo quedara sentada junto a ellos. Él estaba del lado del pasillo; ella, en el medio; y yo, pegada a la ventanilla. El viaje sería una tortura. Me puse los auriculares, subí el volumen y cerré los ojos. Calvin me rescataba otra vez.

¿Por qué ella me había traicionado?, ¿por qué él la había elegido?, ¿por qué me humillaban sentándome con ellos?

Me saqué los auriculares.

—Es mi mejor amiga, nos conocimos en el jardín —dijo.

Y así me lo pagaba, pensé.

—Después la conocí a Sofi —agregó.

Estaba hablando de Mora. Levanté la cortina, miré hacia afuera: todo negro. Así estaba mi corazón.

Necesitaba ver una película, empecé a buscar una que me hiciera olvidar la traición. Ninguna me conformaba. Elegí Orgullo y prejuicio.

—¿Otra vez, esa? —me dijo Cata.

La miré con odio.

—Fijate en estrenos, hay una buenísima —me dijo Thiago.

Quise odiarlo, pero no pude resistir su mirada, era tan seductor.

—Gracias, pero quiero ver esta —le respondí lo más neutra que pude, no quería que se diera cuenta de que no podía resistirme a él—. Es una versión buenísima de la novela —agregué.

Vi cómo se miraron, cómplices. Mi reacción los unía más. Cata se alejaba vertiginosamente. Vi cómo rozaban sus manos, usando de excusa la cercanía de los asientos, vi la histeria de sus cuerpos, el acercarse y alejarse para volver a acercarse, el nerviosismo de la atracción. No entendía cómo ella había logrado levantarlo, no es que no fuera linda, todo lo contrario, pero era Cata, simplemente Cata.

Trajeron la comida, yo seguí con la película, pero no podía concentrarme. Puse pausa, me saqué los auriculares.

Cata le estaba contando sus proyectos, después de haberse dado cuenta de que realmente no servía para veterinaria, se había decidido por estudiar escenografía.

—¿Escenografía? ¡Qué bueno!

—¿Y vos? —le preguntó ella.

—No tengo ni idea. Me gustaría hacer un programa de tele, de esos que vas viajando por el mundo.

—¡Te reveo!

—La idea es hacer un piloto en este viaje y vamos a armar un blog…

—¡Buenísimo! —dijo Cata y me miró buscando aprobación.

Las azafatas retiraron todo y vi que había asientos vacíos. Me cambié de lugar.

La mañana siguiente, cuando Thiago fue al baño me saludó. Era hermoso: el pelo despeinado, esos ojos de viajero, esa boca, nunca serían míos. Esas abdominales solo estarían en la realidad de Cata.

Después pasó ella.

—¿Por qué te cambiaste? —me preguntó.

—Estaba más cómoda.

—Me encanta —dijo sin escuchar mi respuesta.

Ya no me necesitaba. Aunque Cata no lo volviera a ver, aunque todo siguiera como si no hubiera pasado, algo se había roto en mí.

De Thiago no supe nada más, porque no quise saberlo. Bajé del avión con los auriculares puestos, saludé de compromiso, creyendo que sería la última vez que lo vería. En todo el viaje en remis, no hablé con Cata.

En West Hampstead reconocí el edificio con el que habíamos fantaseado juntas. El campus era una residencia victoriana, de afuera tenía todo el encanto de la vieja Inglaterra, y de adentro la modernidad y confort del siglo XXI.

Por suerte, no estábamos en la misma habitación, pero sí en el mismo curso de English Business. Pregunté si podía cambiarme. Solo quedaba lugar en Literature. Acepté contenta, siempre me había gustado leer ficción.

Durante tres semanas podría ignorarla. Se arrepentiría de haberse portado tan mal conmigo. Thiago iba a desaparecer y ella se quedaría sin amiga. Sola en Londres, sola en Buenos Aires, sola, sola, sola. Sola como yo. Ella, por lo menos, tenía a Mora.

En el cuarto, sobre una cama había un osito de peluche. Mi roommate había llegado antes. Yo también quería un peluche para mí, un panda bien grande.

Me metí en la ducha y empecé a llorar. Me gustaba llorar bajo el agua, me imaginaba que era parte de la lluvia. Mis lágrimas espesas caían pesadas como en una tormenta e inundaban todo. Un río caudaloso se llevaba a los que me habían hecho mal. Ellos luchaban por salvarse, pero yo no dejaba de llorar y el río cada vez era más peligroso. Podían humillarme, podían ignorarme, podían hacerme sufrir, pero yo los tiraba a la deriva en mi río de llanto. Yo era enorme, y ellos, pequeños. No me engañarían con sus gritos de auxilio, no me engañarían más. Al único que rescataba siempre era a mi hermano. Aunque me dijera Sofi Cruela, siempre había una balsa y lágrimas más mansas para él.

Cuando salí, tenía la cara hinchada.

Mi osito inglés

Los primeros días en Londres fueron terribles. El chocolate no duró mucho. Mora me escribía por WhatsApp, era obvio que Cata le había contado. Yo me hacía la que no pasaba nada.

A la mañana teníamos clase, a la tarde salíamos de excursión. Para ponerme al día con los textos que íbamos a analizar en el curso, leía en todas partes. Mi roommate era una belga, que se la pasaba chateando con el novio (el que le había regalado el peluche). Se llamaba Odile; había estudiado un tiempo en España y quería practicar su español conmigo. Yo apenas tenía ganas de hablar.

El martes, en Oxford Street, vi un peluche hermoso mezclado entre miles de suvenires baratos con la bandera inglesa. Era un osito vestido como la Guardia Británica, tenía el traje rojo con cinturón blanco y un sombrero enorme negro sobre su cabeza. En la planta del pie decía “Tower of London”. No era el típico oso que me hubiera comprado, de hecho, desde mi último viaje a Disney no compraba peluches, pero este era tan tierno.

Cuando lo estaba pagando, Cata apareció al lado mío.

—¡Qué lindo! —dijo.

No le hice caso. Y un chico del curso de Odile sentenció:

—Es recursi.

—¡Es para mi hermano! —lo miré desafiándolo.

—¿Qué tiene?, ¿cuatro años?

Cata sonrió.

—¿Qué te importa? —le dije.

—¿Sabés que esos sombreros se llaman bearskin porque se hacen con piel de oso?

Sentí mis mejillas calientes.

—¿Qué te importa? —repetí.

—Si querés comprarle algo que le guste, yo te puedo ayudar.

—No necesito que me ayudes.

—Perdón, pero esos peluches son reberretas. ¡Un oso vestido de como la Guardia Británica! ¡Un oso que usa un sombrero de piel de oso! No puedo creer que fabriquen eso, lo vendan y vos lo compres.

—Vos también parecés berreta con esos pantalones. ¿Quién te dijo que tenés onda?

—Perdón si te ofendí.

Me di vuelta y lo dejé hablando.

—No te imaginaba tan sensible —agregó irónico.

¿Por qué se metía conmigo ese imbécil? Argentino, tenía que ser.

Después de cenar, fuimos a ver Hamlet a the Shakespeare’s Globe. Estábamos en la galería del medio. Yo había quedado en un extremo y él, en otro. La forma circular del teatro hacía que nos pudiéramos ver casi de frente, aunque estábamos en la misma fila.

Varias veces lo descubrí mirándome. Al principio, yo intentaba concentrarme, pero, sin querer, siempre terminaba encontrando sus ojos. Me molestaba su provocación, sentía su mirada invasiva. Ofelia ya estaba al borde de la muerte. Logré olvidarme de todo y meterme en el escenario. Lloré por ella, lloré por mí. Apenas fueron unas lágrimas, pero él me hizo una seña ofreciéndome un pañuelo. No podía bastardear de esa manera a Hamlet, no podía boludearme así. ¡Qué se creía!

Se dio cuenta de que se había pasado, entonces se concentró en la obra. Aunque yo no quería mirarlo, no podía dejar de hacerlo. Y entonces él me miró directo a los ojos. Yo había caído en su trampa. Ingenua Ofelia.

Ya en mi cuarto, revisé al oso: el traje se lo podía sacar fácilmente, pero el sombrero estaba cosido. Igual, sin el traje perdía la gracia, era un osito común. Un oso con un sombrero de oso, quizás llevaba a sus antepasados en la cabeza, me dije irónica. Lo tiré con bolsa y todo al tacho de basura. Pero me arrepentí. No era más que un osito ridículo y encantador. Lo guardé en la valija.

 

Odile no se dio cuenta de nada, seguía en su mundo, chateando con el novio.