Buscando una esperanza

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Buscando una esperanza
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Ardila, Valmy

Buscando una esperanza / Valmy Ardila. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-87-0520-0

1. Biografías. I. Título.

CDD 920

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: info@autoresdeargentina.com

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Nadie conocerá la fuerza y el poderío de mi amor por ti.

Después de todo, eres el único que conoce

como suena mi corazón desde dentro.

Mamá (y también Papá)

Hijo mío, la noticia que vendrías al mundo llenó nuestros corazones de una alegría que es difícil describir con palabras. Quizá, se parezca más a una mañana de domingo; serena y feliz. Tu llegada a nuestros brazos, aun cuando fuera algo totalmente fuera de lo común, con muchas angustias y preocupaciones, ha sido sin duda un cambio radical en la forma en la que veíamos el mundo, de nuestros esquemas de valores, prioridades y objetivos de vida.

Aún tan pequeñito, y sin saber cómo hablar, nos das muchas lecciones de vida. Nos enseñas que la fortaleza y la nobleza van de la mano. Que tus ganas de vivir son un diario ejemplo para nunca desfallecer, por más difícil y duro que pueda ser el camino. Nos enseñas que la felicidad no se encuentra en la cantidad de objetos o el dinero que nos rodee, sino en la salud y en los momentos que compartimos en familia. Nos enseñas el valor de la constancia, la cual siempre da frutos y, sobre todas las cosas, una lección de fe capaz de mover montañas. Nos enseñas a ver más allá de la maldad de este mundo, para ver la bondad en personas dispuestas a apoyar en los momentos más difíciles, y que tu presencia en nuestras vidas es un milagro de Dios.

Dicen que los hijos escogen a sus padres; de ser así, nos sentimos honrados que tú nos hayas escogido para guiar tu camino, porque así lo haremos. ¡Hijo, no estás solo! Siempre estaremos allí para apoyarte en cada etapa y no descansaremos hasta verte convertido en ese gran hombre con el que siempre soñamos desde el primer momento que supimos que llegarías a nuestras vidas.

Cambias no sólo nuestras vidas, sino las de muchas personas que te han conocido. Este libro está dedicado a ti, porque sabemos que cuando crezcas lo leerás, y te darás cuenta de cuántas cosas has superado sin darte cuenta. De lo fuerte que has sido y del amor que te ha sanado.

Sin ti, nada tendría sentido. Tu llegada nos hizo descubrir lo fuerte que podemos ser en las adversidades y que, si tu corazón late de alegría, el de nosotros también.

El camino no es fácil, pero como padres estamos a tu lado para sostenerte. Para ser tu voz, defender tus derechos, sacarte una sonrisa cada día, para darte el más dulce de los besos, ayudarte a ser lo más independiente posible; ser tus piernas si fallan las tuyas, y vivir un día a la vez, agradeciendo a Dios por tu presencia en casa lo que nos ha hecho muy felices.

Te amamos querido hijo.

Esto libro es para ti, José Antonio Grau Ardila.

1

La Decisión

Nunca encontrarás un arcoíris

si estás mirando hacia abajo

–Charles Chaplin

¿Se ha preguntado alguna vez si los milagros existen? Albert Einstein decía que hay dos formas de vivir la vida. La primera, es pensar que nada es un milagro y la segunda, que todo es un milagro. Después de la llegada de José Antonio a nuestras vidas, hemos escogido ver la vida de la segunda manera.

¿Ha anhelado algo antes con todo su ser y luchado con todas las fuerzas humanamente posibles para alcanzarlo? Puede haber sentimientos de ánimo y aliento; pero también de dolor, de frustración. Pero es en esos momentos cuando inesperadamente algo puede cambiar, por increíble que parezca. Es allí cuando los milagros ocurren.

Como familia, mi esposo y yo anhelábamos un hijo. Deseábamos escuchar sus risas y sostener en nuestros brazos el producto de nuestro amor. Como madre ya habían pasado 12 años desde el nacimiento de mi primera hija, Isabella. A pesar de ser mi pequeña, ya poco a poco iba creciendo dejando atrás los días de la niñez, y llenos de entusiasmo mi esposo y yo decidimos que era hora de planificar la llegada de un nuevo integrante de la familia.

Sabíamos que no sería un camino fácil de recorrer . Dos años previos habíamos pasado por un procedimiento de fertilización in vitro fallido, ya que mi esposo tenía algunas dificultades para aportar espermatozoides de forma natural. Esta vez, recurrimos a una inseminación artificial con el semen de mi esposo. Y es aquí donde empiezan a desencadenarse una serie de eventos, sólo orquestados por la providencia, que nos llevarían a coincidir con la segunda propuesta de Einstein . Todo es un milagro.

La Cita

Animada por la decisión tomada, decidí llamar a un centro médico para obtener mayor información sobre los especialistas tratantes en materia de fertilización. La llamada fue hecha a la central de la clínica y al explicar mi caso, la joven que me atendió dice:

—“Está llamando al laboratorio. Pero, le puedo ayudar”.

—“¿De qué manera me puede ayudar? ¿Conoce algún médico especialista que me pueda recomendar?”

—“No puede decir que yo le recomendé, pues estas cosas son un poco delicadas. Hay un doctor llamado Alexis. Es el más reconocido dentro de la unidad de fertilización, pues hay muy buenas estadísticas de sus procedimientos de fertilización asistida”.

—“¿Podría transferir la llamada a su oficina, por favor?”

—“¡Claro que sí! Y que Dios le bendiga”.

Con una sonrisa en mi rostro, esperé pacientemente hasta que me atendiera una secretaria. ¡Pronto lograríamos el sueño que teníamos como familia!

—“Buenos días, unidad de fertilización”.

—“Buenos días, estoy llamando para pedir una cita con el Dr. Alexis”.

—“El Dr. Alexis atiende los días martes, miércoles, jueves y viernes a partir de las 2:00 pm”.

—“¿Podría ser para este martes?

—“Sí, confirmada su cita. Se atiende por orden de llegada a partir de las 2:00 pm”.

Expresé mi gratitud y finalizando esta llamada, me comuniqué con mi padre, quien es médico gineco–obstetra y con quien tengo una confianza absoluta.

—“Papi, me he comunicado con el área de fertilización en el centro de especialidades médicas y me han dado cita con el Dr. Alexis.

—“¿Alexis? ¡No puede ser! Él era como un hermano para mí. Hicimos juntos el internado de medicina e incluso compartimos la misma habitación”.

—“¡Papá esta es una grata casualidad! Quisiera que me acompañes a la cita, papi. Es el próximo martes a partir de las 2:00 pm”.

—“¡Cuenta conmigo!”

Al caer la tarde, mi esposo había regresado del trabajo. Le conté todo lo acontecido y estábamos muy contentos. Nos sentíamos dichosos de tener una esperanza para alcanzar nuestro sueño. Ahora sólo nos tocaba esperar el día de la cita. Quedaban tan sólo tres días.

Llegó el día acordado, y fuimos mi esposo, mi padre, y yo. Cuando la secretaria nos indica que es nuestro turno, mi padre y el Dr. Alexis se reconocieron uno al otro de forma inmediata. Los abrazos y saludos amistosos siguieron a un grato reencuentro después de muchos años, a los que siguieron recuerdos de cuando estudiaron juntos, vivencias y experiencias inolvidables. Posteriormente, el doctor pregunta qué nos lleva a la consulta.

—“Doctor, deseamos planificar familia”.

Le mostramos los exámenes de la condición de mi esposo, junto con exámenes míos para su evaluación. Él planteó los distintos métodos a los que podíamos recurrir. Nos indicó la posibilidad de una fertilización in vitro o inseminación artificial con un mínimo de tres intentos. Ambos procedimientos se harían con la muestra de semen de mi esposo una vez procesada, con una selección de espermatozoides sanos y aptos para acercarnos al mayor éxito posible de dichos procedimientos. Él también nos explicó que con la fertilización in vitro podría haber más posibilidades. Sin embargo, ya nosotros habíamos pasado por ese procedimiento con otro especialista y nos había quedado un mal sabor por la forma en que fue abordado y lo invasivo del procedimiento.

En ese momento pensaba: “Si Dios nos va a regalar lo que tanto deseamos, lo hará independientemente del método que escojamos. Lo haremos con la inseminación artificial. Pero económicamente, sólo podemos cubrir hasta dos intentos”.

Transcurrieron dos meses, entre exámenes y varias consultas médicas, cuando el médico me prescribió unas inyecciones diarias de hormonas que ayudarían en el proceso de ovulación, para que fuese lo más perfecta posible, preparándome para la llegada de los espermatozoides de mi esposo. De esta manera, mi cuerpo podría recibirlos y retenerlos en mi vientre.

Colocarme esas inyecciones cada mañana era muy desagradable. Nunca me han gustado las inyecciones y he sido bastante miedosa. Pero no había otra alternativa que colaborar en este proceso. Mi esposo me inyectaba y esto lo hizo por tres semanas.

En estos momentos pensaba “¿Cómo sucede el milagro de la vida?” ¡Qué paradoja! Mientras hay mujeres que tienen abortos (por diferentes motivos) existimos otras que añoramos, anhelamos tener un pedacito de nosotros en nuestros brazos. Y aunque siempre fui una mujer de fe, en estos momentos era lo único a lo que podía aferrarme. Estaba segura que Dios estaba de nuestro lado.

 

Por muchos años he sido devota a San Antonio de Padua. Mucho le pedía para que intercediera ante el Señor y nos permitiera quedar embarazados. Comencé una novena, y mi petición y clamor ascendían con la certeza que serían escuchados.

Las citas médicas comenzaron a hacerse más frecuentes. Mi esposo debía tomarse una muestra de su semen y entregarla para que ellos pudieran hacer una selección de los espermatozoides aptos para el procedimiento. Semanalmente, yo era monitoreada con ecografías trans–vaginales donde se visualizaba la condición de mis óvulos y mi matriz. Todo parecía estar marchando bien.

El Momento Decisivo

Ya la muestra de mi esposo estaba lista y en una consulta médica el doctor me informó que yo también estaba lista para la inseminación. Así que me citó el día viernes para hacer el procedimiento.

Acompañada nuevamente por mi esposo y mi padre, fuimos a la clínica para la cita pautada. Antes de salir de casa, recordé que era el último día de la novena a San Antonio. Oré y prometí que si todo salía positivo mi hijo llevaría el nombre de Antonio en su honor.

Llegamos a la clínica y comenzó la inseminación. Me colocaron en una cama ginecológica y la muestra de mi esposo estaba en una jeringa especial. El doctor entusiasmado comienza el procedimiento, pero le dice a mi esposo que sea él quien termine de vaciar la muestra en mi útero dando fin a la inseminación.

Quedamos solos en la sala una hora. Yo no quería ni moverme. Sólo pensábamos con alegría todo lo maravilloso que estábamos viviendo. El que mi esposo haya tenido la oportunidad de participar de forma directa en el procedimiento era algo especial, y para mí como su esposa, sentía que él había ayudado con sus propias manos a traer a su tan esperado hijo. Eso nos llenó del mayor gozo que jamás hayamos sentido.

Nuevamente me arraigaba a mi fe. Con la vida he aprendido que tener fe en Dios nos permite ver lo imposible, creer lo increíble y recibir lo imposible.

El doctor entró nuevamente a la sala, y después de hacer una revisión general, afirma que todo está bien y que puedo ir a casa. En sus indicaciones manifestó que debería estar en un reposo parcial y evitar hacer actividades que generen gran esfuerzo. A esto añadió:

—“Generalmente, las inseminaciones artificiales se hacen con un mínimo de tres intentos. Es difícil quedar embarazada al primero. Sin embargo, no es imposible. No deseo desanimarlos, pero es importante manejar los tiempos de estos procedimientos. No quiero que decaigan si no lo logramos al primer intento. Aún tenemos mucho por delante y esto es solo el comienzo. Les deseo mucha suerte y ojalá lo hayamos logrado”.

Le expresamos toda nuestra gratitud. El haber brindado palabras de aliento y también de transparencia en cuanto al proceso de inseminación era muy importante para nosotros. A veces podemos crearnos falsas expectativas y cuando las cosas no salen como pensamos, nos sentimos derrotados. El entender claramente las probabilidades de éxito que teníamos, aumentó nuestra fe en Dios. Sabíamos que todo dependía de Él, y esto nos dio calma. Entendimos que esta era una oportunidad para acercarnos más a Él y confiar plenamente en sus designios. No tratar de imponer nuestro deseo sobre Su voluntad, sino aceptar el tiempo divino.

El Resultado Esperado

El doctor me indicó una prueba cualitativa de embarazo a los 10 días del procedimiento, no antes, y pasado este tiempo debía comunicarme con él. Sin embargo, a los tres días comencé a sentirme mal. Malestar general, dolores de cabeza, náuseas, mucho sueño. Pensé, “no es posible que esté embarazada”, “El doctor dijo que podría tomar un mínimo de tres intentos”. Pensaba que mi mente estaba jugando conmigo en ese momento ¿Lo habríamos logrado?

Transcurrieron los días y los malestares continuaban. Sentía un cambio en mí. Finalmente llegó el momento de hacerme la prueba de embarazo. La fecha era 13 de junio, día dedicado a San Antonio de Padua. Cuando me dirigí al laboratorio sentía que él me había llevado hasta allí, por medio de la voluntad de Dios para que todo saliera bien. ¿Era esto parte del milagro? Una vez tomada la muestra de sangre me dijeron que pasara a recoger los resultados a las 3:00 pm.

Durante todo el día estuve ansiosa. Hablaba con mi esposo, quien también manifestaba una gran ansiedad. Pensábamos que no debíamos ilusionarnos fácilmente, pero al mismo tiempo nos preguntábamos: ¿Y si lo logramos? ¡Qué difícil es manejar este tipo de situaciones! Sólo aquellos quienes hemos pasado por ellas podemos identificarnos con lo que sentimos en esos momentos, cuando anhelas ver un resultado “positivo” en una hoja de papel. Tener un hijo, no es como un artículo que se compra en una tienda. Es mucho más que eso . Incluye la voluntad soberana de Dios. Ésta como humanos no podemos controlar, sólo aceptar con sumisión y humildad, confiando que Él quiere lo mejor para nosotros en todo momento.

Trataba de animar a mi esposo con estas palabras. Pensábamos que, si el resultado de la prueba era negativo, podríamos intentarlo una vez más, una segunda oportunidad.

A las 2:30 pm recogí a mi hija del colegio. Ella también estaba emocionada e ilusionada. Por varios años deseaba tener un hermanito en casa y éste podría ser el momento. Me detuve a contemplar la vitrina de una tienda antes de ir al laboratorio.

—“¡Mami apúrate! Vamos a buscar el resultado”.

—“Espérate hija, tenemos tiempo. Podemos comer algo primero o ver algunas vitrinas antes de ir a recoger el resultado. Estoy un poco nerviosa”.

—“¡No mami! ¡No hay tiempo para tiendas! ¡Vamos!”

—“¡Vamos!”

Llegamos al laboratorio. Le di a la recepcionista mi nombre y apellido, y comenzó a imprimirlos. Cuando iba a colocar el resultado en un sobre blanco, mi hija trataba de ver los resultados de forma curiosa. Le dije a Isabella, “Hija recíbelos tú, porque yo sé que salió negativo”.

La recepcionista entrega el sobre a mi hija con una gran sonrisa en el rostro y asintiendo con su cabeza mientras le daba los resultados tan esperados. En este momento interrumpí:

—“¿Qué? ¿La prueba salió positiva?”

Ella asintió nuevamente con su cabeza, mostrando una gran sonrisa en su rostro. Tomé la prueba entre mis manos y leí que efectivamente ¡estábamos embarazados! ¡El resultado era positivo!

Mi hija y yo nos abrazamos. Comenzamos a sollozar de emoción. La dama sorprendida dijo: “¡Felicidades!”

—“Usted no sabe lo que hemos hecho para logar este embarazo,” respondí. “¡Finalmente Dios escuchó nuestras súplicas!”

Ella emocionada como nosotras nos abrazó a mi hija y a mí, y terminamos las tres saltando de alegría como pequeñuelas en la sala de recepción.

Era el momento de avisarle a mi esposo y al resto de la familia para darles la gran noticia. Llamé a mi esposo quien me atendió de inmediato:

—“Amor, ¿qué paso?”

—“¡Estamos embarazados! ¡Vas a ser papá!”

Mi esposo estaba en la oficina y solicitó un permiso para ir a casa a celebrar con nosotros esta gran noticia. Con mi hija, empezamos a llamar a todos nuestros familiares: mis padres, mis suegros, mis cuñados, hermanas y mejores amigos. Cada llamada venía acompañada de gritos de alegría y felicitaciones. Esta noticia era un bálsamo para quienes nos habían acompañado en este camino y quienes también deseaban la llegada de este bebé.


Al encontrarme con mi esposo sólo nos abrazamos llenos de alegría. ¡Lo habíamos logrado! Antes de acostarnos oramos llenos de agradecimiento a Dios y pedimos que todo siguiera avanzando bajo su protección. Sabíamos que todo no estaba garantizado. En nuestro caso, nos había costado mucho llegar hasta este punto y ahora había que cuidarse más que nunca.

2

El Embarazo

Una actitud positiva puede hacer

que los sueños se hagan realidad

–David Bayley

Tras haber recibido tan grata noticia, me comuniqué con el médico especialista. Llevamos la prueba de embarazo y se la entregamos. Él nos esperaba sonriente, simpatizando con nuestro sentir como padres y lleno de satisfacción como galeno. Una vez que procedió a examinarme, a medida que iba haciendo la ecografía, señaló:

—“Aquí está el saco embrionario”.

Sin embargo, la expresión de su rostro cambió de alegría a preocupación. Empecé a preguntarme qué ocurría, cuando el doctor prosiguió:

—“Cerca del saco embrionario hay un coágulo de sangre, y se visualiza una zona de desprendimiento de aproximadamente 20%. Esto debe ser tratado como una amenaza de aborto. En un 90% de los casos esto podría llevar a una pérdida espontánea. No te asustes si tienes un pequeño sangramiento. Sin embargo, existe también la posibilidad que este coágulo se reabsorba y el embarazo prosiga. Estos son los dos escenarios que tenemos”.

Al leer la incertidumbre de nuestros rostros, añadió:

—“No se desanimen. Vamos a tener calma y fe. Debes guardar reposo absoluto por una semana y te evaluaré al cabo de este tiempo nuevamente”.

Salimos del consultorio muy tristes. Era inevitable no sentirse así. En todo el camino a casa no se pronunció una palabra. Silencio absoluto. Mi esposo y yo luchábamos entre el deseo de tener este hijo y la posibilidad de perderlo. Tratando de darnos un poco de ánimo, cada noche orábamos juntos, pidiéndole a Dios que todo prosiguiera bien. Una vez más me hinqué delante de Dios y de San Antonio y le dije: “Si permites que nazca, llevará tu nombre”.

Durante estos días nuestra familia nos acompañó muy de cerca. Me ayudaban con las labores de casa y trataban de asegurarse que guardara el reposo que me había indicado el doctor. Los días pasaron, y el tiempo de la nueva evaluación había llegado. Esta vez, el doctor al hacer otra ecografía menciona:

—“El coágulo de sangre desapareció, es decir, se reabsorbió. ¡Esto es bueno! El saco embrionario parece estar bien. Sigues embarazada.” A esto agregó: “Debemos hacer chequeos semanales para ver cómo va evolucionando todo”.


La esperanza llegó de nuevo a nuestros corazones. ¿Estaríamos aún más cerca del milagro tan deseado? Ahí estaba un pequeñito luchando por su vida, luchando por venir al mundo desde su concepción. Con la esperanza renovada, una esperanza capaz de vencer los miedos, mi esposo y yo entendimos que podíamos seguir adelante sólo agarrados de la mano de Dios. Sin Él nada sería posible. Era Él quien mantenía vivo el gran milagro en mi vientre. De Él procedía la calma y fuerzas necesarias en estos momentos.