La conquista de la actualidad

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La conquista de la actualidad
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Sobre este libro

La conquista de la actualidad no se expresa a través de grandes titulares sino en el desarrollo paciente y hasta azaroso de algunas ideas, que, lejos de toda celebridad, suelen reconocer como artífices a modestos y abnegados desconocidos. En esta historia laberíntica y casi secreta, Steven Johnson dirige su lupa hacia seis tópicos –El Vidrio, El Frío, El Sonido, La Limpieza, El Tiempo, La Luz– y analiza de qué modo fueron tratados a lo largo de los siglos hasta su expresión cabal en objetos sin los cuales jamás podríamos concebir el mundo actual. El enfoque de Johnson abunda en sorpresas y se nutre de malentendidos: desde el escritor francés que inventó el grabador antes de Edison pero “olvidó” incluir un sistema de reproducción hasta la dispar concepción de la higiene corporal en el siglo XIX, al tiempo que examina conexiones insólitas entre campos aparentemente distantes: cómo la invención del aire acondicionado permitió la migración más grande de seres humanos a ciudades como Dubai o Phoenix, que de otro modo serían inhabitables; cómo los relojes de péndulo ayudaron a desencadenar la revolución industrial o cómo el agua potable posibilitó la fabricación de chips de computadora.

Cuando contemplamos un objeto vulgar –un par de anteojos o una lámpara, sin ir más lejos–, solemos olvidar la historia que lo inviste. Debemos agradecer a Johnson no solo que la recree sino además que lo haga de modo tan ameno y fascinante.

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Índice

Sobre este libro

Introducción

Historiadores robot y el ala del colibrí

Capítulo 1

El vidrio

Capítulo 2

El frío

Capítulo 3

El sonido

Capítulo 4

La limpieza

Capítulo 5

El tiempo

Capítulo 6

La luz

Conclusión

Los viajeros del tiempo

Reconocimientos

Notas

Bibliografía

Créditos

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Johnson, Steven La conquista de la actualidad : seis inventos que dieron forma al mundo moderno / Steven Johnson. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Granica, 2019. Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-950-641-977-6 1. Administración de Empresas. 2. Coaching. I. Título. CDD 658.001

Fecha de catalogación: Mayo de 2018

© 2011 by Ediciones Granica S.A.

Diseño de gráficos y foto de tapa: Gustavo De Feo

Título original: How We Got to Now. Six Innovations That Made the Modern World

Diseño de tapa: Estudio Argiz

Conversión a eBook: Daniel Maldonado

www.granicaeditor.com

GRANICA es una marca registrada.

ISBN 978-950-641-977-6

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

Impreso en Argentina. Printed in Argentina

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Para Jane, que sin duda esperaba un tratado de tres volúmenes sobre la caza de ballenas en el siglo xix.

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Introducción

Historiadores robot y el ala del colibrí

Hace poco más de dos décadas, el filósofo y artista mexicano-estadounidense Manuel de Landa publicó un extraño y maravilloso libro llamado La guerra en la era de las máquinas inteligentes. Técnicamente hablando, el libro era una historia sobre la tecnología militar, pero no tenía nada en común con lo que se esperaría naturalmente de este género literario. En lugar de heroicas historias sobre la ingeniería de los submarinos escritas por un profesor de la Academia Naval, el libro de De Landa entrelazaba la teoría del caos, la biología evolutiva y la filosofía posestructuralista francesa en relatos sobre la bala conoidal, el radar y otras innovaciones militares. Recuerdo haber leído el libro a mis veinte años, poco tiempo después de haberme graduado, y haber pensado que era uno de esos libros que parecen realmente sui generis, como si De Landa hubiera llegado a la Tierra desde algún otro planeta con vida inteligente. Me pareció fascinante y profundamente confuso al mismo tiempo.

De Landa comienza el libro con un brillante giro interpretativo. Imaginemos –sugiere– un libro de historia escrito en el futuro por un tipo de inteligencia artificial, que describa la historia del último milenio. “Podríamos imaginar –argumenta De Landa– que este historiador robot escribiría un tipo de historia diferente que su homólogo humano”. Los eventos que parecen más importantes para el hombre –la conquista de Europa sobre las Américas, la caída del Imperio romano, la Carta Magna– serían apenas notas a pie de página desde la perspectiva de un robot. Otros eventos que parecen insignificantes para la historia tradicional –los autómatas que parecían jugar ajedrez en el siglo xviii, el telar de Jacquard que inspiró las tarjetas perforadas de los albores de la informática– serían un punto de inflexión para el historiador robot, momentos clave que trazan una línea directa con el presente. De Landa agrega: “Mientras que un historiador humano podría intentar entender cómo se ensamblaron los relojes, los motores y otros artilugios físicos, un historiador robot haría hincapié en la forma en que estas máquinas afectaron la evolución del ser humano. El robot destacaría el hecho de que cuando los relojes representaban la tecnología dominante del planeta, las personas imaginaban el mundo a su alrededor como un sistema de engranajes y ruedas”.

Lamentablemente, no hay robots inteligentes en este libro. Las innovaciones que aquí se describen pertenecen a la vida cotidiana y no a la ciencia ficción: bombillas, grabaciones de sonido, aire acondicionado, un vaso de agua potable, un reloj pulsera o lentes de vidrio. Sin embargo, he intentado contar la historia de estas innovaciones desde la perspectiva del historiador robot de De Landa. Si una bombilla pudiera escribir la historia de los últimos trescientos años, también nos mostraría un relato muy diferente. Podríamos ver en qué medida nuestro pasado se abocó a la búsqueda de la luz artificial, qué tanto ingenio y esfuerzo fueron necesarios para luchar contra la oscuridad, y cómo los distintos inventos impulsaron cambios que, a simple vista, no parecen tener ninguna relación con las bombillas.

Esta es una historia que vale la pena contar, en parte, porque nos permite ver con otros ojos un mundo que, por lo general, damos por sentado. La mayoría de quienes habitamos en los países desarrollados no nos detenemos a pensar en lo maravilloso que es poder beber agua del grifo sin tener que preocuparnos por morir de cólera a las cuarenta y ocho horas. Gracias al aire acondicionado, muchos vivimos cómodamente en climas que hubieran sido intolerables hace apenas cincuenta años. Nuestras vidas están rodeadas y respaldadas por todo tipo de objetos que se vieron encantados con las ideas y la creatividad de miles de nuestros antepasados: inventores y aficionados y reformadores que despedazaron con constancia el problema de obtener luz artificial o de beber agua potable para que pudiéramos disfrutar sin obstáculos de estos lujos en la actualidad, sin siquiera considerarlos un lujo en primer lugar. Como nos recordarían los historiadores robot, estamos en deuda con aquellas personas tanto –o incluso más– que con los reyes, conquistadores y magnates de la historia tradicional.

 

Asimismo, considero importante contar este tipo de historias porque estas innovaciones han desencadenado un abanico de cambios en la sociedad mucho más amplio de lo que hubiéramos podido imaginar. Por lo general, las innovaciones surgen como una forma de resolver un problema determinado, pero una vez que comienzan a circular pueden desencadenar otros cambios que no hubiera sido posible predecir. Este es un patrón de cambio que se repite constantemente en la historia evolutiva. Por ejemplo, pensemos en la polinización: en algún momento del Cretáceo, las flores comenzaron a desarrollar colores y aromas que indicaban la presencia de polen a los insectos, que simultáneamente desarrollaron artilugios complejos para extraer el polen y así, involuntariamente, fertilizar otras flores con ese polen. Con el tiempo, las flores complementaron el polen con un néctar aún más rico en energía a fin de atraer a los insectos para que realizaran el ritual de la polinización.

Las abejas y otros insectos desarrollaron herramientas sensoriales para ver y acercarse a las flores, así como las flores desarrollaron propiedades específicas para atraer a las abejas. Este es un tipo diferente de supervivencia del más apto; no se trata de la típica historia de ganadores y perdedores que solemos escuchar en los relatos moderados del darwinismo, sino algo más simbiótico: los insectos y las flores tuvieron éxito porque se complementan físicamente (el término técnico es “coevolución”). La importancia de esta relación no pasó inadvertida para Charles Darwin, quien escribió un libro sobre la polinización de las orquídeas tras haber publicado El origen de las especies. Estas interacciones coevolutivas suelen llevar a transformaciones en organismos que parecerían no tener ninguna conexión inmediata con las especies originales. La simbiosis entre las flores y los insectos que lleva a la producción de néctar despertó la oportunidad de que organismos mucho más grandes –los colibríes– extrajeran néctar de las plantas, para lo cual debieron desarrollar mecanismos de vuelo extremadamente inusuales que les permiten volar junto a la flor de una forma muy diferente a la mayoría de los pájaros. Los insectos pueden estabilizarse mientras vuelan porque tienen una flexibilidad inherente a su anatomía de la que carecen los animales vertebrados. No obstante, a pesar de las restricciones de su estructura esquelética, los colibríes desarrollaron una innovadora forma de rotar las alas, que les permite volar hacia arriba y hacia abajo, y así flotar en el aire para extraer néctar de una flor. Estos son algunos de los extraordinarios saltos de la evolución: las estrategias de reproducción sexual de las plantas terminaron influyendo en el desarrollo de las alas del colibrí. Si un grupo de naturalistas hubiera observado el primer desarrollo de la conducta polinizadora de los insectos junto a las flores, hubiera asumido de forma lógica que este nuevo y extraño ritual no tendría ningún tipo de relación con la vida de las aves. Sin embargo, fue el artífice de una de las transformaciones físicas más sorprendentes en la historia evolutiva de los pájaros.

La historia de las ideas y las innovaciones se desarrolla de forma muy similar. La imprenta de Johannes Gutenberg disparó la necesidad de gafas, dado que la nueva práctica de lectura hizo que muchas personas del continente europeo se dieran cuenta de que eran hipermétropes; la demanda del mercado de gafas incentivó a un creciente número de personas a producir y experimentar con las lentes, lo que llevó a la invención del microscopio, que luego nos permitiría observar que nuestros cuerpos están compuestos de células microscópicas. Nadie hubiera creído jamás que la tecnología de la imprenta podría relacionarse tanto con la expansión de nuestra visión como con la escala celular, así como tampoco hubiéramos imaginado que la evolución del polen alteraría de alguna manera el diseño de las alas de los colibríes. Pero así suceden los cambios.

A primera vista, esto puede parecer una variación del “efecto mariposa” de la teoría del caos, según la cual el simple aleteo de una mariposa en California puede desatar un huracán en medio del Atlántico. No obstante, ambas teorías son fundamentalmente diferentes. La extraordinaria (y perturbadora) propiedad del efecto mariposa es que implica una cadena de causalidad virtualmente enigmática: no es posible establecer un vínculo definido entre las moléculas de aire que se mueven en torno a una mariposa y el sistema tormentoso que se gesta en el océano Atlántico. Tal vez están relacionados, ya que todo está conectado en última instancia, pero analizar estas conexiones o predecirlas de antemano está mucho más allá de nuestras capacidades. Sin embargo, lo que sucede con las flores y el colibrí es algo diferente: aunque se trata de dos organismos distintos, con diferentes necesidades y aptitudes –sin mencionar sus sistemas biológicos básicos–, las flores ejercen una clara influencia sobre la fisonomía del colibrí de forma directa e inteligible.

Este libro trata parcialmente acerca de estas extrañas cadenas de influencia: “el efecto colibrí”. Una innovación –o un grupo de innovaciones– en un campo puede desencadenar cambios que parecen pertenecer a un sector completamente diferente. El efecto colibrí puede producirse de distintas formas. A veces es intuitivo: un aumento de órdenes de magnitud en la repartición de energía o de información suele accionar una ola de cambios caótica que trasciende cualquier límite intelectual y social (esto puede verse en la historia de Internet de los últimos treinta años). En ocasiones, el efecto colibrí es más sutil y deja huellas más casuales y menos llamativas. Los avances en nuestra capacidad para medir un determinado fenómeno –tiempo, temperatura, masa– suelen abrir nuevas oportunidades que parecen no estar relacionadas a simple vista (el reloj de péndulo permitió la creación de las ciudades fabriles de la Revolución Industrial). En ocasiones, como en la historia de Gutenberg y las lentes, un nuevo descubrimiento crea un nuevo lastre o debilidad para nuestras herramientas naturales, que nos lleva en una nueva dirección y genera nuevas herramientas para arreglar un “problema” que fue en origen otro tipo de invención. Las nuevas herramientas a veces reducen las barreras naturales y los límites del crecimiento humano, por ejemplo, la manera en que la invención del aire acondicionado permitió al ser humano colonizar los lugares más cálidos del planeta de una forma que hubiera sorprendido a nuestros antepasados de hace solo tres generaciones. Asimismo, las nuevas herramientas pueden ejercer una influencia metafórica, como podemos observar en la conexión del historiador robot entre el reloj y el punto de vista mecánico de los comienzos de la física, la imagen del universo como un sistema de “engranajes y ruedas”.

Observar el efecto colibrí en la historia nos demuestra que las transformaciones sociales no siempre son el resultado directo de las acciones y las decisiones del ser humano. En ocasiones, el cambio se produce por las acciones de los líderes políticos, los inventores o los movimientos de protesta, que imponen deliberadamente una nueva realidad a través de un plan intencional (tenemos un sistema de autopistas nacionales integrado en los Estados Unidos porque nuestros líderes políticos decidieron aprobar Ley de Ayuda Federal de Autopistas de 1956). En otros casos, las ideas y los descubrimientos parecen tener vida propia y generan cambios en la sociedad que no formaban parte de la visión de sus creadores. Los inventores del aire acondicionado no intentaban replantear el mapa político de los Estados Unidos cuando se propusieron enfriar las salas de estar y las oficinas; sin embargo, como veremos, la tecnología que desataron en el mundo permitió el desarrollo de cambios drásticos en el esquema poblacional de los Estados Unidos, lo que modificó también la integración del Congreso y de la Casa Blanca.

He resistido la comprensible tentación de evaluar estos cambios con algún juicio de valor. Desde luego, este libro celebra nuestro ingenio, pero el hecho de que se produzca un nuevo descubrimiento no implica que no exista, en última instancia, una mezcla de consecuencias a medida que se inserta en la sociedad. La mayoría de las ideas que son “seleccionadas” por la cultura son mejoras demostrables en términos de objetivos locales: los casos en los que hemos elegido una tecnología o un principio científico inferior en lugar de uno más preciso o productivo son las excepciones que confirman la regla. Y aunque en ocasiones escojamos el inferior vhs en lugar de Betamax, en poco tiempo tendremos los dvd que superarán ambas opciones. Entonces, si analizamos el arco de la historia desde esta perspectiva, veremos que existe una tendencia hacia el desarrollo de mejores herramientas, fuentes de energía, formas de transmitir información, etc.

El problema reside en los factores externos y en las consecuencias no deseadas. Cuando Google lanzó su herramienta de búsqueda original en 1999, se trató de una mejora trascendental sobre cualquier técnica anterior para explorar el vasto archivo de la Red. Esto fue un motivo de celebración en todos los niveles: Google consiguió que toda la Red fuera más útil, de forma gratuita. Pero luego Google comenzó a vender publicidades relacionadas con las solicitudes de búsqueda y, al cabo de unos años, la eficiencia de las búsquedas (junto con otros servicios en línea, como Craigslist) destruyeron las publicidades en los periódicos locales de los Estados Unidos. Casi nadie lo vio venir, ni siquiera los fundadores de Google. Se puede afirmar –de hecho, yo probablemente lo haría– que este cambio valió la pena y que el desafío de Google desencadenará mejores formas de periodismo, a partir de las oportunidades únicas presentes en la Red, en lugar de basarse solo en la prensa escrita. Pero no podemos ignorar que el incremento de las publicidades en la Red, al final de cuentas, ha generado un importante revés para el recurso público esencial de los periódicos. Es posible plantear este mismo debate con respecto a casi todos los avances tecnológicos. Los automóviles nos permiten desplazarnos de forma más eficiente que los caballos, pero ¿valió la pena el costo para el medioambiente o para el atractivo de la ciudad? El aire acondicionado nos permite vivir en zonas desérticas, pero ¿a qué costo para los recursos hídricos?

Este libro es decididamente agnóstico en lo referente a estas cuestiones de valor. El hecho de comprender si el cambio es mejor para nosotros a largo plazo no es lo mismo que comprender cómo se produjeron estos cambios en un principio. Ambos discernimientos son necesarios si queremos entender la historia y delinear nuestro camino hacia el futuro. Debemos poder comprender de qué forma se produce la innovación en la sociedad; necesitamos poder predecir y entender, de la mejor manera posible, los efectos colibrí que transformarán otros campos una vez que se arraiguen estas innovaciones. Al mismo tiempo, necesitamos un sistema de valores para decidir qué sacrificios debemos alentar y qué beneficios no valen los costos secundarios. He intentado explicar en detalle todas las consecuencias de las innovaciones incluidas en este libro, ya sean positivas o negativas. La válvula de vacío ayudó a llevar el jazz a una audiencia más amplia y también permitió amplificar los discursos de Núremberg. Cómo nos sentimos ante estas transformaciones –¿estamos mejor gracias a la invención de la válvula de vacío?– dependerá de nuestras propias creencias acerca de la política y los cambios sociales.

Es importante mencionar un elemento adicional en cuanto al enfoque de este libro: el uso de la segunda persona del plural en este libro –y en su título en la versión original– hace referencia a los norteamericanos y a los europeos. La historia de cómo China o Brasil evolucionaron será muy diferente, aunque igual de interesante. Pero la historia de Europa y América del Norte, aunque tenga un alcance finito, tiene una relevancia más amplia, ya que determinadas experiencias críticas –como el desarrollo del método científico o la industrialización– se produjeron primero en Europa y luego se difundieron en el resto del mundo (por supuesto, por qué se produjeron primero en Europa es una de las preguntas más interesantes, pero no la responderemos en este libro). Estos objetos encantados de la vida cotidiana –las bombillas, las lentes, las grabaciones de audio– ahora se encuentran diseminados por todo el planeta; contar la historia de los últimos miles de años desde su perspectiva sin duda será interesante sin importar adónde vivan los lectores. Las nuevas innovaciones se ven influenciadas por la historia geopolítica; se forman en ciudades y centros comerciales. No obstante, a largo plazo, no tienen mucha paciencia para respetar las fronteras ni las identidades nacionales, especialmente en nuestro mundo cada vez más interconectado.

 

He intentado respetar este enfoque porque, dentro de estos límites, la historia que he escrito es lo más expansiva posible. Contar la historia de nuestra capacidad de capturar y transmitir la voz humana, por ejemplo, no es solo el relato de algunos inventores brillantes, los Edison y los Bell, cuyos nombres se enseñan en todas las escuelas. También es la historia de los diseños anatómicos del oído humano en el siglo xviii, el hundimiento del Titanic, el movimiento por los derechos civiles y las extrañas propiedades acústicas de una válvula de vacío rota. Este es un enfoque que he denominado “historia de largo alcance”: el intento de explicar los cambios históricos examinando al mismo tiempo múltiples escalas de la experiencia –desde las vibraciones de las ondas de sonido en el tímpano hasta los movimientos políticos masivos–. Quizá sea más intuitivo circunscribir los relatos históricos tan solo al ámbito de los individuos o de las naciones, pero no sería del todo preciso permanecer dentro de estos límites. La historia sucede al nivel de los átomos, al nivel del cambio climático del planeta y a muchos otros niveles. Si intentamos contar la historia de forma precisa, necesitamos adoptar un enfoque interpretativo que pueda hacer justicia a todos estos niveles.

El físico Richard Feynman describió la relación entre la estética y la ciencia de forma similar:

Tengo un amigo artista que suele adoptar una postura con la que yo no estoy muy de acuerdo. Sostiene una flor y dice: “Mira qué bonita es”, y en eso coincidimos. Pero luego dice: “Yo, como artista, puedo ver lo bello que es esto, pero tú, como científico, lo desarmas todo y lo conviertes en algo insípido”. Y ahí pienso que dice tonterías. En primer lugar, la belleza que él ve también es accesible para mí y para otras personas, a mi entender. Quizá yo no tenga su refinamiento estético, pero puedo apreciar la belleza de una flor. Pero al mismo tiempo, yo veo mucho más en la flor que lo que ve él. Puedo imaginar las células que hay en ella, las complicadas acciones que tienen lugar en su interior y que también tienen su belleza. No solo hay belleza en la dimensión que podemos ver, sino que también hay belleza en dimensiones más pequeñas, en la estructura interna, en los procesos. El hecho de que los colores de la flor hayan evolucionado a fin de atraer a los insectos para la polinización es algo interesante, ya que significa que los insectos pueden apreciar el color. Y entonces surge la pregunta: ¿el sentido de la estética también lo tienen las formas de vida menores de la naturaleza? ¿Por qué algo es estético? Hay toda una clase de interesantes preguntas que demuestran que el conocimiento científico solo puede sumar al encanto, el misterio y el interés que despierta una simple flor. Solo suma. No entiendo cómo podría restar.

Existe algo innegablemente atractivo acerca de la historia de un gran inventor o de un científico –por ejemplo, Galileo y su telescopio– que trabaja incansablemente para desarrollar una idea innovadora. Pero, de igual forma, es necesario contar una historia más profunda: de qué manera la capacidad de fabricar lentes también depende de las propiedades únicas de mecánica cuántica del óxido de silicio y de la caída de Constantinopla. Contar la historia desde esta perspectiva de largo alcance no resta nada a los relatos tradicionales que se enfocan en la figura de Galileo. Solo suma.

Condado de Marin, California

Febrero de 2014