Ángeles de la oscuridad

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Ángeles de la oscuridad
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Hernández, Stephany

Ángeles de la oscuridad : ángeles / Stephany Hernández. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-87-0651-1

1. Novelas. 2. Narrativa Argentina. I. Título.

CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: info@autoresdeargentina.com

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

A ti, Juan,

que me enseñaste que nunca se debe perder la esperanza.

En sus brazos me regocijaba en la gloria del cielo,

mientras que en sus besos podía sentir el calor

del mismísimo infierno.

Prefacio

Regresaba de una obra de teatro del instituto y la abundante lluvia a duras penas me permitía ver el camino. Tardé mucho más tiempo de lo que acostumbraba en regresar a casa y, cuando finalmente lo logré, estacioné el auto lo más cerca posible de la puerta principal. Tomé con prisa mis llaves y una chaqueta de cuero que posaba en el espaldar del asiento del copiloto antes de adentrarme apresurada en aquel diluvio.

Mis zapatos se empaparon al pisar un enorme charco justo bajo los escalones de la entrada y mi intento por cubrirme con aquella prenda fue un chiste de mal gusto. Maldecía entre dientes mientras pensaba en la razón por la que no seleccioné, aún estando dentro del auto, la llave correcta, pero al acercarme hasta la puerta me percaté de que se encontraba abierta.

Giré la mirada intentando localizar el carro de alguno de mis padres, nada, o el carro de mi hermano, tampoco. De igual manera, era imposible ver mas allá de unos cuantos metros aquella noche y por la hora estaba segura de que ninguno de ellos había llegado.

Entré a paso apresurado y tiré todas las cosas al suelo junto a la puerta a sabiendas de que mi madre me lo reprocharía al rato. Comencé a quitarme los zapatos justo cuando me percaté de un tenso silencio en el aire. Una sensación desagradable recorrió mi espina y mi piel se erizó ante el temor de encontrarme completamente sola.

—¿Hola? –pregunté con la esperanza de que alguien respondiera desde algún lugar de la casa. Pero nadie lo hizo.

Observé con cautela aquel largo y oscuro corredor ubicado frente a la puerta principal, todas las luces se encontraban apagadas, incluso la de la cocina ubicada al fondo y a la izquierda, la cual solía permanecer encendida durante la noche. Atravesé el pasillo con pasos prevenidos, evitando emitir cualquier ruido, pero me encontré con nada.

Me tomé algunos segundos para girar y percatarme de una tenue luz que escapaba por debajo de la puerta del sótano. Di por sentado que mi hermano se encontraba abajo, pues era su sala de juegos.

Abrí la puerta con cuidado y lo llamé repetidamente, pero sin respuestas, por lo que decidí bajar. Fue cuando la vi. En el suelo. La garganta de mi madre se abría de lado a lado y la sangre escarlata había formado un gran charco, era un rojo tan intenso.

Ella aún tenía sus ojos abiertos, respiraba con dificultad e intentó extender su mano en mi dirección, pero justo cuando arranqué a correr a su lado sentí unos brazos rodeandome con fuerza. Luché, pero era imposible.

—No temas –susurró una tenebrosa voz justo en mi oído y un escalofrío recorrió toda mi médula–, vine por ti.

El comienzo

El ensordecedor y molesto ruido de mi despertador me sacó de un profundo sueño. Intenté apagarlo extendiendo mi mano en una búsqueda a ciegas, mientras enterraba mi cabeza con fuerza bajo la almohada, sin éxito, por lo que me vi obligada a incorporarme y arrojarlo contra la pared, igual que todas las mañanas.

Me tomó varios minutos lograr ponerme de pie para ir a tomar una ducha. Si había algo que odiaba con todo mi ser era levantarme temprano.

En todo el camino al baño, que no llegaba más allá que al fondo de mi habitación, intentaba con suma pereza quitarme la vieja camiseta de mi hermano, de color gris desgastado de tantas lavadas que no cubría más que la mitad de mis muslos. Dejé correr el agua caliente y miré al espejo. Solo un año más, pensé.

Bajé corriendo por las escaleras de la casa terminando de arreglar mi uniforme. No lograba hacer el nudo de mi corbata y pasé apresurada a la cocina para tomar mi desayuno. Mi padre miró la hora en su reloj y suspiró al verme, justo antes de acercarse para ayudarme.

—Usualmente sería tu madre la que terminaría este tipo de detalles antes de tu primer día –dijo mientras anudaba la prenda y me regaló una sonrisa forzada.

Guardé silencio y regresé la tostada al plato. Mi apetito se esfumó junto a cualquier pizca de ánimo que hubiera podido tener en aquel momento.

Una mirada efímera sobre la mesa me hizo percatarme del titular del diario local para ese día y aquellas palabras se tatuaron en mi mente con tinta indeleble. A un año del brutal asesinato de Sophie Weber. Una muerte sin respuestas, un hijo desaparecido y un caso sin resolver. Sin resolver, me repetía día tras día.

Tragué con fuerza intentando hacerle frente a aquella realidad que me seguía perturbando con tanta intensidad, fue cuando mi padre se percató de lo que ocurría y con rapidez colocó el diario boca abajo y suspiró desesperanzado.

—Debo irme, ya voy tarde –dije sin mirarlo y tomé mi bolso para salir a al instituto.

* * *

Reprochaba el hecho de haber llegado sobre la hora de entrada ya que no lograba conseguir un buen lugar para estacionar y me vi en la obligación de abandonar mi auto hasta el final del estacionamiento del instituto. Me tomé algunos segundos para respirar pausadamente, luchando desde mi interior para lograr hacerle frente a aquel largo día que me esperaba.

Algunos recuerdos fugaces de la muerte de mi madre regresaban a mi cabeza insistentemente, sin embargo, aquellos recuerdos también parecían borrarse conforme aparecían hasta el punto en el que no lograba discriminar con certeza aquello real de aquello que no era más que el producto de mis pesadillas.

Tomé mis cosas sucumbiendo al inicio de mi rutina obligatoria y me dispuse a salir del auto. Fue cuando la vi. Su cabello oscuro y ondulado caía a la altura de su cintura. Vestía con el uniforme del instituto, una falda negra a mitad de muslos, unos muslos perfectos, camisa blanca manga larga doblada hasta los codos, y una corbata negra perfectamente anudada alrededor del cuello. Era impecable.

Sus ojos se posaron en mí sin disimulo, su mirada intentaba adentrarse en mi interior de una manera que me hizo sentir sumamente incómoda, por lo que me alejé en dirección al edificio principal.

El día pasaba tan lento como era posible, apenas íbamos a mitad de jornada. Yo me encontraba rumbo a mi tercera clase evitando toparme con caras conocidas, pero era imposible. Gracias a las noticias mi nombre era el foco de atención en aquella fecha.

Entré a pasos apurados al salón, sentía ingenuamente que entre más rápido hiciera las cosas, más rápido lograría escapar de aquel lugar. Cuando ubiqué el único asiento disponible la vi nuevamente, aquella hermosa chica del estacionamiento.

Me senté a su lado sin ninguna otra opción, pero intentaba evadir su mirada a toda costa. Algo en ella me hacía sentir ansiosa.

—Soy Ángeles –dijo luego de algunos segundos. Su voz sonaba tranquila y profunda. Me volví a mirarla esperando encontrarme una sonrisa, pero su expresión era seria.

Entreabrí mis labios para presentarme, pero en ese mismo instante la señorita Armstrong, profesora de la materia, entró por la puerta deseándonos los buenos días.

—Lamento el retraso –se disculpó con apuro–. Como ya saben y es costumbre, cada año suelo hacer pruebas de suficiencia matemática para conocer el nivel general del grupo, así como su nivel individual.

Le entregó un lote de hojas al chico ubicado en la primera fila y le hizo señas con la mano para que él las fuera pasando al resto de la clase.

—Cada quien tome una hoja –siguió–, colocan su nombre, por favor, es la pregunta más sencilla de la prueba y luego responden, tienen 45 minutos para completarla.

Luego de dar esas breves instrucciones, se sentó en su escritorio y se colocó unos gruesos lentes de lectura justo antes de tomar un inmenso y desgastado libro, cuyo título no alcancé a leer.

Tomé la hoja de examen, pero mi mente estaba en blanco. Intenté concentrarme, pero debía leer los problemas repetidamente para lograr entenderlos. Suspiré con desdén y miré a mi compañera de al lado, a Ángeles. Ella hacía rato que había terminado su prueba y solo estaba esperando, yo apenas llevaba mi nombre y restaban únicamente 10 minutos para concluir.

Ángeles levantó su mirada y observó detalladamente mi prueba, miró al frente, la profesora seguía muy distraída en su libro, así que tomó rápidamente mi examen y comenzó a contestar todas las preguntas.

Quedé perpleja ante aquello, ¿por qué podría interesarle ayudarme? Ni siquiera nos conocíamos.

No tardó más de tres minutos en terminar y devolvió mi hoja a su lugar, frente a mí. En ese momento su mirada se cruzó con la mía y yo me sumergí en el castaño oscuro de sus ojos. Le sonreí en agradecimiento, pero ella no regresó la sonrisa, solo dirigió su vista al frente y en ese instante la profesora se colocó de pie.

 

—Muy bien, se acabó el tiempo, pueden dejar sus exámenes acá adelante y se pueden retirar. Aspectos formales de la cátedra y contenido los daremos a partir de la próxima clase.

Todos comenzaron a levantarse algo apurados, dejaron su prueba sobre el escritorio y salieron de inmediato del salón de clases. Yo esperé que todos, incluyendo la chica nueva, se fueran.

Entregué mi prueba y la señorita Armstrong me miró con un tanto de preocupación.

—¿Estás bien hoy? –preguntó con voz suave y cuidadora, completamente diferente a la autoritaria voz del principio.

—Lo mejor que se puede estar –contesté con seriedad y ella, en un gesto de gentileza, acarició mi hombro y sonrió con total sinceridad.

* * *

Caminé hasta el jardín central, que quedaba justo detrás del edificio principal de aulas y me senté en la grama mientras me percataba de la cantidad de miradas puestas sobre mí.

Cerré los ojos suspirando con frustración mientras extendía mi cabeza hacía atrás intentando disfrutar de los cálidos rayos de sol. Cuando los abrí me encontré nuevamente con Ángeles, estaba al otro lado del jardín y me observaba de lejos. Noté que comenzó su marcha en mi dirección, pero justo entonces apareció Rose, mi mejor amiga.

—Hola, preciosa –me dijo sentándose a mi lado mientras yo perdía de vista a la chica nueva.

—Hola –intenté sonreír, pero casi no logré que saliera ese gesto de mis labios.

—Sé que no es un buen día, por eso quería saber si quizás querías ir conmigo y los chicos a mi casa después de clases. Ya sabes, ponernos al día luego de las vacaciones y distraernos un poco –su sonrisa irradiaba tanta paz y tranquilidad. Como si todo fuera simple.

Asentí en manera de aprobación. Quizás hacer algo diferente, para variar, no estaría mal.

* * *

Iba camino a mi auto junto a Rose que modelaba con gracia a lo largo del estacionamiento. Su cabello castaño, sujeto detrás de su cabeza en un intento de cola de caballo, se movía de un lado a otro con cada paso, mientras tarareaba una canción bastante popular en la radio.

Justo frente a mi auto nos esperaban Dave, mi mejor amigo y Mike, mi novio, a quien no había visto desde hacía algunos días.

Le sonreí, era agradable volver a verlo.

—Hola, cielo –me saludó con una sonrisa encantadora mientras sus brazos rodeaban mi cintura en un cálido abrazo y sus labios se posaban contra los míos para darme uno de esos besos tiernos que tanto me encantaban.

—Hola, amor –dije luego de ese hermoso beso– ¿qué tal tu día? –pregunté acariciando su mentón.

Él era un chico alto y musculoso, pues practicaba natación, su cabello negro siempre estaba algo despeinado y tenía una sonrisa que sin duda volvía loca a más de una en el instituto.

Me alejé de Mike para saludar a Dave con un abrazo. Dave era el típico chico torpe, delgado y alto, con anteojos, cabello negro ondulado y tez blanca. No era más que un nerd, pero realmente encantador.

—Mi día estuvo tranquilo –decía Mike mientras yo abría la puerta de mi auto– ninguna novedad, ¿qué hay del tuyo?

Recordé enseguida a Ángeles observándome en el estacionamiento, respondiendo mi examen de matemáticas y luego, mirándome en el jardín.

—Tranquilo, igual –suspiré–. Solo fue un primer día, igual que siempre.

Regresa

No tardamos en llegar a la casa de Rose, vivía cerca del instituto. Yo aparqué en frente, igual que el resto de los chicos, a excepción de ella que estacionó en su garaje. Me tomé un segundo para respirar cuando Mike abrió mi puerta haciéndome volver a la realidad.

—¿Vamos, hermosa? – preguntó con una dulce voz mientras me extendía su mano.

La tomé sin pensarlo y justo al salir del auto él me rodeó con sus brazos dándome un profundo y largo beso. Mis dedos se entrelazaron en su corto cabello, despeinándolo aún más y por un segundo olvidé que teníamos público.

—Chicos, ¿pueden esperar hasta después? –preguntó Dave gritando desde la puerta de la casa mientras limpiaba los cristales de sus lentes.

Yo lo miré aún entre los brazos de Mike, con mi cabeza recostada en su pecho y sonreí.

—¿Crees que puedes? –preguntó él sin soltarme y con una sonrisa cargada de picardía.

—Solo un poco –le di otro beso corto y tomé su mano para caminar hasta adentro de la casa.

Una vez dentro me percaté de que no éramos los únicos tres invitados. Había unos veinte chicos alrededor de toda la casa, la mayoría amigos de mi novio quién, sin dudarlo, me soltó para ir a saludarlos.

Caminé directo al bar, si necesitaba algo en aquel momento era un trago fuerte, así que me serví un vaso de vodka. Tomé un pequeño sorbo cuando Rose me interrumpió.

—¿Qué hiciste en vacaciones? –preguntó animada mientras se sentaba en el banco frente a mí.

—Fui a la casa de playa, pasé todo el tiempo allá –contesté mirando el vaso para luego tomar otro sorbo– papá tuvo que trabajar, además de que conoció a Rebecca y su atención se centró únicamente en ella.

Rebecca era la nueva pareja de mi padre. Comenzaron a salir a dos semanas de empezadas las vacaciones. Se conocieron en reuniones de trabajo hace mucho tiempo y de allí surgió el interés... sí, interés.

—Yo fui a un retiro espiritual junto a mi madre en la India –dijo en tono de aburrimiento– sí, retiro espiritual. Sí, la India –se apresuró a añadir frente a mi ceño fruncido.

—¿De qué va todo esto? –pregunté sin poder contener la risa.

—Su nuevo gurú –suspiró mostrando una cara de suma frustración –sí, gurú, le hizo creer... sentir, que era una buena idea.

La manera en que abrió sus brazos con exageración al exclamar la palabra sentir me hizo explotar en una carcajada. Ella colocó los ojos en blanco y su teléfono comenzó a repicar. Se disculpó a la vez que se alejaba para contestar.

En ese momento sentí unas manos cálidas que me tomaban del brazo y me llevaban consigo. Era mi novio, me sonreía con complicidad mientras me arrastraba escaleras arriba.

Llegamos a la habitación de huéspedes y al entrar colocó el cerrojo sin titubear. Enseguida me abalancé en sus brazos regalándole un profundo e intenso beso, de aquellos que me hacían olvidarme del resto y centrarme únicamente en sus labios.

Sus manos sujetaron mi cadera con firmeza y las mías sostenían su cuello, tratando de mantenerlo cerca de mí.

—Te eché de menos –susurró contra mis labios mientras me llevaba a la cama.

Solo sonreí y lo sujeté, presionándolo contra mí. Me acostó con algo de apuro y torpeza, lo que me pareció realmente lindo y, dejándome llevar por el momento, comencé a desabotonar su camisa.

* * *

Ya llevábamos un rato en la habitación y nos encontrábamos parcialmente desnudos, cuando alguien tocó la puerta. No pude evitar maldecir por lo bajo y él se limitó a seguir besándome, ignorando el ruido.

Giré, colocándome sobre su cuerpo mientras besaba su cuello, estaba sumergida en aquel momento, pero el sonido de la puerta nos volvió a interrumpir, esta vez insistentemente.

Me incorporé colocándome nuevamente la camisa sin abrocharla y abrí. Era Rose, que me miraba un poco preocupada.

—¿Qué sucede? –pregunté un tanto asustada ante la expresión de su rostro.

—Es tu hermano, Claire –estaba pálida y sostenía su teléfono enseñándome una noticia.

Lo tomé de inmediato, no podía creer lo que leía Aparece Ben Weber justo a un año del trágico accidente. Por un momento sentí que mi corazón dejó de latir y yo parecía no poder respirar. Repentinamente el pulso se me aceleró y salí a toda velocidad de la casa hacia mi auto mientras intentaba llamar a mi padre.

Me costó recordar el número de teléfono y, sumado a ello, mis manos temblorosas no me permitían marcar una sola tecla. En ese momento agradecí la llamada entrante de mi padre.

—Está aquí –dijo con voz temblorosa–. Está aquí.

Las lágrimas comenzaron a bajar por mis mejillas y un aire de alivio recorrió todo mi cuerpo. Luego de un año, él había regresado.

Ángeles

No sé en qué momento hice el recorrido a casa, no sé cuánto tiempo pasé a lo largo de ese camino que parecía eterno. Únicamente recuerdo haber bajado del auto con prisa y correr hasta la entrada. Una patrulla yacía en la calle del frente y algunos vecinos curiosos se asomaban desde sus puertas. Muchos me miraron, pero yo mantenía mi rumbo enfocada en mi hermano.

Corrí como si mi vida dependiera de ello y ahí estaba él. Alto, un flacucho definido, un chico de piel tostada y cabello corto. Vestía lo que parecía un mono de la policía, pues llevaba estampado el logo de las fuerzas justo en el bolsillo izquierdo y un suéter bastante ancho.

Me miró y por unos segundos no supe qué hacer, hasta que comenzó a caminar en mi dirección y me rodeó con sus fuertes brazos.

No pude evitarlo entonces y mis ojos se llenaron de lágrimas. Era él, realmente era él. Su calidez, su olor, él estaba de nuevo a mi lado.

Sus labios en mi cabeza me dejaron un suave beso plasmado.

—Estoy aquí –susurró– te voy a proteger.

Lo miré un poco confundida y él solo sonrió de manera forzada. Mi padre se acercó a nosotros junto a un hombre bajo y regordete que llevaba colgada una placa en su cuello. En ese momento mi hermano me soltó y le extendió la mano.

—Gracias por todo, detective –el hombre respondió con el mismo gesto y asintió.

—Ya estás con tu familia, debes descansar, no dudes en llamarnos si logras recordar algo más –dijo aquel hombre para luego retirarse.

* * *

Ya habíamos cenado junto a mi padre y yo me encontraba con Ben en su habitación. No paraba de hablar y él solo me sonreía. Estaba llena de nervios, tenía demasiadas preguntas, pero no sabía cuál sería el momento indicado para hacerlas, así que prefería esperar.

Me miró con seriedad en algún punto de la conversación, lo que me hizo guardar silencio.

—No recuerdo nada –confesó– no recuerdo que sucedió esa noche. Ese día jugaba tenis en el club con Austin. Luego de ducharme y cambiarme, tomé las llaves de mi auto. Lo último que viene a mi mente soy yo caminando a lo largo del estacionamiento. No recuerdo haber regresado a casa... Antes de lograr regresar no tenía certeza de cuánto tiempo había pasado –se levantó el suéter y me mostró un montón de marcas de quemaduras alrededor de su torso y una mueca de dolor escapó de mi rostro– esto es parte de lo que pasó conmigo. No se cómo... –su voz se cortó y sentí algunas lágrimas caer por mis mejillas– no sé cómo pude soportar tanto. Solo lo hice por ti. No puedo permitir que nada te pase.

—¿A qué te refieres con eso? –mi voz sonó tan baja que no tenía certeza de que me hubiera escuchado.

Él suspiró y se acercó a abrazarme. Pude escuchar en un susurro un todo está bien mientras sus brazos me sujetaban con fuerza contra su cuerpo y mi cabeza se apoyaba en su pecho.

* * *

Bajé a tomar el desayuno, me había despertado temprano así que tenía tiempo de sobra para llegar al instituto. Ben estaba sentado en la mesa de la cocina, no podría expresar en palabras lo que sentí al verlo ahí nuevamente, aún era un tanto irreal y no dudé en correr a abrazarlo.

Me senté a su lado y comencé a comer justo antes de que mi padre bajara. Nos miró a ambos y sonrió.

—Wow, bajaste a tiempo hoy –bromeó mientras se sentaba junto a mi hermano.

—Veo que hay costumbres que no has perdido –se burló Ben y no pude evitar sonreír.

—¿Quieres llevarme hoy? –le pedí mientras llevaba a mi boca una porción de ensalada de frutas.

—Hoy, mañana, pasado mañana y todos los días hasta que te gradúes si eso quieres –contestó de inmediato con entusiasmo.

* * *

El auto que conducía mi hermano me dejó en la entrada principal del instituto y me incliné para abrazarlo.

—Llámame al terminar y vendré por ti –prometió, a lo que contesté con una sonrisa y me dispuse a bajar cuando él sostuvo con suavidad mi brazo– todo estará bien ahora.

Asentí extrañada y salí con una expresión un tanto confundida.

Miré hacía la entrada, había muy pocas personas, aún era temprano, así que no fue difícil convertirme en el foco de atención, lo que me hizo sentir sumamente incómoda.

 

Decidí pasar de largo hacia la biblioteca, sabía que sería imposible conseguir a más que un par de personas en ella, así que en ese lugar podría estar tranquila y eso era lo que realmente necesitaba.

Al entrar, tomé un libro del primer estante con el que topé y me senté en un reluciente sofá de cuero vino tinto en el fondo del lugar.

—Hola –escuché decir a alguien, subí la mirada y mis ojos se encontraron con los de ella.

Su mirada era profunda y esta vez sí me dedicó una cálida sonrisa. Era Ángeles, la chica misteriosa del estacionamiento, la misma que respondió mi examen de matemáticas.

Estaba sentada en el sillón del frente. Sus rasgos eran sumamente delicados. Llevaba el cabello sujeto hacia atrás con una cola de caballo y sostenía en sus manos un pequeño libro de historia.

—¿Tarea? –pregunté señalando el libro.

—No –esbozó una sonrisa que contenía algo de picardía– me gusta leer como escriben la historia a su conveniencia. Es como ficción para mí –rio para sus adentros, pero no logré entender el chiste.

Volví a mi lectura, pero no pude evitar sentirme incómoda al notar cómo sus ojos se posaban seguidamente en mí, cada vez que subía mi mirada me encontraba con la suya por algunos segundos.

—¿Eres nueva, cierto? –pregunté al paso de varios minutos.

—Eh... ¿Sí? –respondió con un poco de sarcasmo y no pude evitar apenarme.

—Lo siento –me disculpé por aquella tonta pregunta–. Me llamo Claire.

—Lo sé –dijo con seriedad y regresó a su lectura.

Luego de un rato, ella se puso de pie y sus ojos se posaron nuevamente sobre mí. Me sentí bastante incómoda, así que bajé el libro y subí la mirada tratando de hacerle frente.

—Es hora de ir a clases –respondió ante la expresión apenada de mi rostro– a menos que quieras hacer algo más.

—¿Algo más? –pregunté confundida.

—Sí, soy nueva en este pueblo, quizás puedas ayudarme a conocerlo ­–sonrió –y creo que quisieras poder evitar todas las miradas y las preguntas de hoy.

Había cierta picardía en su mirada, la vi tomar su bolso y alejarse sin decir nada más. Me costó algunos segundos decidirme, pero la seguí una vez que dejé mi libro sobre una pequeña mesa.

—Era broma –rio, burlándose de mí una vez que la alcancé– podemos ir después de clases.

Mis mejillas se ruborizaron y me sentí enojada por haber sido engañada de esa manera. Me adelanté sin decir nada más y me senté en el fondo en el salón de historia.

Luego entró Ángeles quien se sentó en primera fila sin siquiera mirar a nadie más. Mis ojos se posaron en ella por más tiempo del que hubiera sido educado mirar a alguien tan fijamente. En realidad no era educado mirar así a alguien.

Se giró percatándose de ello y me sonrió. Le devolví la sonrisa por inercia y me concentré en la clase.

* * *

El día había terminado sin novedades. Me encontrada frente al instituto esperando por Rose y vi a Ángeles caminar con gracia hacia mí. Llevaba en sus manos un casco de motocicleta el cual me ofreció sin titubear.

—Íbamos a dar un paseo, ¿cierto?

Tomé el casco con dudas, sin saber que contestar. Ella señaló una motocicleta negra, algún modelo clásico y me mostró las llaves.

—¿Vamos? –insistió.