Solo... imagínalo

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SILVIA SABINA MONTÉS

Solo... imagínalo

Montés, Silvia Sabina

Solo... imagínalo / Silvia Sabina Montés. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-87-1439-4

1. Narrativa Argentina. I. Título.

CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA

www.autoresdeargentina.com

info@autoresdeargentina.com

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

A una persona como tú.

Agradecimientos

A Ángel Borda, escritor apasionado, quien compartió su chispa divina para hacer realidad mis sueños.

A Sandra Martínez, mi querida amiga, cuya intervención en mi vida ha marcado la diferencia.

A mis amigas de CABA y a mis amigas de Gesell, por su acompañamiento sincero.

A mi hermano Gustavo, que siempre está atento a las circunstancias de mi vida.

A Claudio, que con su escucha permanente me enseñó a valorar las cosas simples de la vida.

A un ser muy especial en mi vida, mi hijo Mariano, por su apoyo incondicional en este nuevo camino.

A Villa Gesell y a su gente por abrirme sus puertas y dejarme ser parte de la comunidad.

A una persona como tú, a quien dedico este libro para compartir, reflexionar, recrear la imaginación y demostrarte que todo es posible.

Con amor,

Silvia.

relatosdeturismoliterario@gmail.com

Génesis

Nadie se imagina:

Lo extraño de la eternidad.

La perpetuidad máxima de la no sombra en el espacio.

El vacío lleno de la nada.

El laberinto oscuro de la verdad.

El silencio estallando contra las esferas.

La relación exacta entre tiempo y espacio.

La memoria imborrable de sus huellas.

El tranquilo avance de las ondas.

El palpitar etéreo de la futura existencia.

La melancolía de lo insólito.

El color invisible de la energía.

La fuerza espontánea del nacimiento.

La trampa secreta del misterio.

El juego invencible de las curvas.

El espejo sin fondo del infinito.

Nadie se imagina:

Qué es el amor.

Bioluminiscencia

Y la ciencia misma aceptará la existencia de Dios, el Creador de todas las cosas, el Creador de nuestros espíritus…

… llegará el día en que la ciencia dirá: debe haber un orden… en el microcosmos igual al del macrocosmos…

… y la ciencia mostrará a la humanidad que ese orden está regido por un Ser que es extraterrestre y es el mismo Dios en que creemos…

… aquel que diseñó con poder y ciencia todo lo bello y bueno que podamos observar...

Traducción 01-02-2005

Después de extraer del crómlech las piedras, realizamos la cristalización de estas para obtener las formas en que encajadas juntamente se observaría la inscripción de letras talladas con láser.

Lo hicimos y fue bastante fácil traducirlas…

De esta forma comencé el artículo para la National Geographic Brins. Llegué a casa exhausta, el verano en Nueva Bretaña fue agobiante.

Continué: Estamos satisfechos con la investigación. El hallazgo es una pieza más a la gran colección que tiene el Museo del Planetario.

Las palabras del artículo demostraban mi escepticismo ante la probabilidad de la existencia de un Ser Creador. Yo tan solo era traductora de dialectos perdidos; los del crómlech eran un idioma muy simple, hasta diría casi puro. Jamás lo había visto. Tenía la habilidad de la traducción y vivía de esto. Me apasionaba hacerlo casi perfectamente y demostrar a la humanidad que no hay misterios, que todo es explicable. Simplemente hay leyes que gobiernan, unas sobre otras.

Anticipándome a las preguntas de los lectores, les diré mi respuesta sobre la existencia de la verdad absoluta que de seres imperfectos derivan verdades relativas, por ende, si existiera un Creador, sería él quien debería responder sobre la verdad absoluta, entendiendo esta como el conocimiento de todas las cosas.

Decidí seguir con el artículo por la mañana. Recordé que durante la tarde tendría mi primera clase de teatro. Necesitaba relajarme, enviar a mi mente a otros persomundos.

Organicé mis papeles y al levantar mi mirada hacia la ventana, me detuvo el parpadeo incesante de las luces rojas de las altas antenas de la ciudad. La vista daba al sudoeste y desde este piso a gran altura, el cielo me abrazaba por todos lados.

En estos primeros días de febrero en la city porteña, el sol se oculta exactamente a las ocho de la noche. Observar el atardecer hace, de ese pequeño instante, una sacudida a mi alma para que despierte, sabiendo que aquello que para mis ojos es cada día distinto está a mi disposición, cumpliendo inalterablemente sus leyes.

Entre las luces rojas, se asomaba una luz tímidamente blanca, haciéndose en segundos cada vez más intensa. El intento de interpretar lo que ocurría duró poco tiempo. La luz se cualificó en ondas y vi cómo todas las cosas se alejaron haciendo que las paredes se expandieran sin límites.

Recorrí visual y auditivamente todo y una energía inmensa se instaló en mi cuerpo. Sin embargo, mi mente más relajada ahora, no quería dejar de preguntarse qué estaba sucediendo. Una implosión me tiró al piso y mis manos se volvieron transparentes. Vi asombrada los músculos, nervios, arterias, tendones, todo funcionando correctamente. Después de unos segundos estos desaparecieron y vi cómo los átomos formaban moléculas y estas mis manos. Luego el ADN y ARN se expresaban ante mis ojos.

Cuando todo se disipó, seguí sentada frente a la ventana. Mi cuerpo estaba cansado y a su vez, enaltecido. Esa noche no pude dormir, ni pensar en contárselo a alguien, si fuera así, a quién; en quién podría confiar, quién escucharía sin prejuzgar, quién podría acompañarme sin pensar que esto proviene de lo oculto.

Nadie, me encontré muy sola. No era la primera vez que me sentía así, estaba entrenada para controlar mis emociones, escuchar música clásica era la alternativa. Sisí me enseñó este método después de separarse de Frédéric. Ella descubrió que, si se concentraba en la música clásica, se teletransportaba a infinitas imágenes, por las cuales su mente disfrutaba, descansaba de su dolor psíquico, su rostro se relajaba y la inspiración llegaba a ella, de esta forma su mente se tornaba clara y sus pensamientos tenían significados correctos.

Ya era de madrugada, prendí la TV en Discovery Channel, coloqué la pava en la hornalla y un nuevo día comenzó.

Llamó mi atención el titular: “la fe contra el dolor”, fechada en enero de 2005. Era una investigación de científicos ingleses que, invirtiendo dos millones de dólares, podrían determinar, haciendo estudios a personas creyentes y no creyentes, si su fe haría soportable el dolor físico.

Pasaron los días, meses y aún no encuentro la explicación a mi experiencia. Estoy segura de que la encontraré. Tal vez fue una señal para prepararme.

Mi escepticismo ahora tomó otro camino y dejó a su lado las mismas palabras del crómlech: y la ciencia misma aceptará la existencia de Dios.

Clara

La estaba observando.

Mmm, buen cuerpo, intenso, aroma deseable, color vivaz, me hubiera gustado que se sirviese en una copa más alta porque la profundidad hace que el paladar absorba mejor los aromas frutales y secos de este coupage.

Mientras ella hablaba, Luis la miraba, recorriendo en su cuerpo cada palabra que decía.

—Jamás vi tan moza linda, ¡qué lindo que habla! ¿De qué pago viene? –le preguntó a Aníbal, con unos cuantos años más que él, iniciado en el arte de hacer vinos pateros desde su adolescencia, ahora es capataz de la estancia.

—Viene de la ciudad Bella Linda, a 280 km de aquí. Bueno, bueno, andá a la cocina que doña Chola te está llamando.

Clara siguió degustando con su fino paladar los tempranillos de la bodega boutique de don Anselmo, estanciero por herencia, fuerte, inteligente y fiel a su adorada esposa, quien hace años se dedica a la cría de conejos.

Hoy es un día especial porque se realizará una fiesta por el cumpleaños del pueblo. ¡Todos están invitados!

Los preparativos comenzaron hace un par de semanas. Clara fue invitada especialmente para este evento.

—¡Qué moza linda! –repetía Luis, mientras sudaba su cuerpo, hombre de estatura alta como sus principios.

Bajo el cielo amenazante los peones prepararon un gran asado.

—La hora del almuerzo es una plegaria al Tata –decía don Anselmo, quien reunió a todos en ese momento sagrado.

 

—¿Dónde está, dónde está? –se preguntaba Luis con una voz entrecortada, tratando de que no se entienda lo que pronunciaba.

Y allí la vio, con su sonrisa color miel saboreando unas empanaditas.

“Pa ya voy”, pensó y recorriendo la mesa, ningún lugar encontró para estar cerca de Clara. Igualmente tuvo suerte, había un banco vacío a dos metros y del otro lado.

¡Uy, mamita! Le decía a su corazón que se estaba enamorando. ¡Cómo se le cae el jugo de la empanada cuando la muerde!

Durante todo el almuerzo Luis vibró encadenado por sus pensamientos.

Aníbal de pronto se dio cuenta de lo que estaba pasando.

Unas gotas de lluvia comenzaron a caer sobre los hombros descubiertos de Clara y Luis pensó: “Esta es mi oportunidad, pa ya voy”. Y fue en busca de una capa que usaban para protegerse de los aguaceros.

Cuando regresó la vio aún sentada, se le había enganchado parte del vestido con un clavo del banco.

Una respiración profunda de alegría se le vino de inmediato.

—Aún está todita pa mí –dijo.

Se acercó y la cubrió con delicadeza, ella aceptó rápidamente su ayuda. El borde del vestido se había roto y, a medida que corrían hacia la casa, se pronunciaba el tajo, descubriendo Luis la piel morena de su pierna derecha.

Clara había llegado a la Argentina cuando era preadolescente. Sus padres eran africanos, de Etiopía. Nació en Adís Adeba, trabajó en Lalibela como guía turística, quiso volver para encontrarse con sus familiares. Luego de un noviazgo frustrado regresó y decidió continuar su vida aquí. Ahora, es la mejor catadora de vinos de Latinoamérica. Su vida es muy agitada y con sus treinta y pico quiere asentarse y formar una familia.

—Sí, don Anselmo, su peón me acompañó hasta aquí con la capa –dijo, mientras Luis quería hablarle y decirle: “Luis me llamo, pa servirle.”

Ella lo miró y le agradeció.

Luis como nunca salió corriendo como liebre, con su rostro de bicho encantado porque ella lo había visto por vez primera.

Aníbal desde el tinglado los estaba observando.

La esposa de don Anselmo invitó a Clara a reunirse con los demás en la sala principal. Y después de beber una caña de azúcar, se fueron a dormir la siesta. Debían descansar ya que esa noche sería muy larga.

Aníbal aprovechó la quietud del viento y de la lluvia para ir a conversar con Luis.

Lo encontró en la caballeriza, cerca de su yegua favorita, a la que había rebautizado con el nombre de Clara.

—Che, amigo, despierta que quiero charlar con vo. Esa linda dama no es pa vo. –Y así de un sopetón se lo dijo.

—No, no me diga eso, no quiero escucharlo, váyase.

Aníbal se fue.

Luis se echó a seguir con su siesta para estar fresquito para el baile de la gran fiesta.

Al rato, un fuerte trueno asustó a los caballos que nerviosos querían salir de allí. Al despertar Luis vio que se estaba incendiando un costado de la caballeriza.

Había sido construida por los abuelos de don Anselmo, pero el tiempo había carcomido los troncos secos y un rayo dejó su huella esa tarde.

Luego de apagar el pequeño incendio, Luis fue a la capilla para conversar con el padre Daniel.

—Padre, ¡ayúdeme! Un rayo puede ser una señal, ¿me está queriendo decir algo? Es que estoy enamorado de la moza más linda que he visto.

El padre Daniel, ya avejentado, casi sin poder hablar, le dijo:

—Cuéntame.

Y para qué, Luis no paró de hablar, con su cuerpo de juventud, sus brazos fortachones, sus ojos ardientes, parecía que la acariciaba y de pronto, algo lo detuvo.

Salió la voz del padre diciendo:

—¡Calma, pero si apenas tienes dieciséis años!

Aquel, como tantos otros

Tras un sosiego aparente

yacía allí, titubeando palabras

enmascaradas de un tono irónico.

Dotado de una gran sensibilidad,

lágrimas embebidas de tristeza

emergían de sus turbulentos ojos.

Su cuerpo inmóvil hacía las veces

de un muro, capaz de no sentir

sus clavadas uñas sobre la piel.

Vio reflejado su rostro en un cristal

roto, que de indefinida forma

se encontraba frente a él.

De pronto, un fuerte temblor

se expandió por su frío cuerpo

dando la bienvenida a la desilusión.

Poco a poco, su alma y cuerpo

constituían caminos adversos

coexistiendo en la penumbra del lugar.

Ya amaneciendo, los rayos del sol

daban vida a aquel violín que ocultaba

la furia y angustia de ese ser exhausto.

Las aves reían al escuchar

aquel que no pudo lograr

ser un famoso artista.

Aquel que recorrió mundos intolerables,

aquel cuyos sentimientos al vuelo iban

y llegaban al sonido de una nota musical.

Ya sus manos caen sobre la arena tibia;

tan solo queda encerrado en su alma

un imponente castillo de ilusiones.

Su violín reclamará a aquellos seres

que no dejaron que aquel bohemio

lograra ser un famoso artista.

Aquel, como tantos otros…

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