Edgar Allan Poe y la literatura fantástica mexicana (1859-1922)

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Aus der Reihe: Pública Ensayo #13
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Edgar Allan Poe y la literatura fantástica mexicana (1859-1922)
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A través de nuestras publicaciones se ofrece un canal de difusión para las investigaciones que se elaboran al interior de las universidades e ­instituciones de educación superior del país, partiendo de la convicción de que dicho quehacer intelectual se completa cuando se comparten sus resultados con la colectividad, al contribuir a que haya un intercambio de ideas que ayude a construir una sociedad madura, mediante una discusión informada.

Con la colección Pública ensayo presentamos una serie de estudios y reflexiones de investigadores y académicos en torno a escritores fundamentales para la cultura hispanoamericana, con los cuales se actualizan las obras de dichos autores y se ofrecen ideas inteligentes y novedosas para su interpretación y lectura.

Algunos títulos de la colección

Amigos de sor Juana. Sexteto biográfico

Guillermo Schmidhuber de la Mora

Los jeroglíficos de Fernán González Eslava

Édgar Valencia

México en la obra de Roberto Bolaño

Fernando Saucedo Lastra

Avatares editoriales de un “género”: tres décadas de la novela de la Revolución mexicana

Danaé Torres de la Rosa

Los hijos de los dioses. El Grupo filosófico Hiperión y la filosofía de lo mexicano

Ana Santos

Los dioses llegaron tarde a Filadelfia. Una dimensión mitohistórica de la soberanía

Ignacio Díaz de la Serna

Nada mexicano me es ajeno. Papeles sobre Carlos Monsiváis

Adolfo Castañón

La memoria olvidada. Estudios de poesía popular infantil

Pedro C. Cerrillo

Edenes subvertidos.La obra en prosa de Homero Aridjis

Laurence Pagacz



Este trabajo fue realizado gracias a un estímulo económico por parte del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, a través del Programa de Becas para estudios en el extranjero Fonca-Conacyt, Estudios Artísticos y Culturales 2013-2015.

Los derechos exclusivos de la edición quedan reservados para todos los países de habla hispana.

Prohibida la reproducción parcial o total, por cualquier medio conocido o por conocerse, sin el consentimiento por escrito de los legítimos titulares de los derechos.

Viñeta de Portada: Julio Ruelas. Publicada en Revista Moderna, 1 de septiembre de 1904, pp. 26-28.

Primera edición en papel, febrero de 2020

Edición en ePub, mayo 2020

De la presente edición:

D.R. © 2020

Bonilla Distribución y Edición,

S.A. de C.V.,

Hermenegildo Galeana #111

Barrio del Niño Jesús, Tlalpan, 14080

Ciudad de México

procesoseditoriales@bonillaartigaseditores.com.mx

www.bonillaartigaseditores.com

ISBN: 978-607-8636-60-0 (Bonilla Distribución y Edición)

ISBN ePub: 978-607-8781-70-6

Cuidado de la edición: Bonilla Artigas Editores

Diseño editorial: Jocelyn G. Medina

Diseño de portada: Mariana Guerrero del Cueto

Realización ePub: javierelo

Hecho en México

A mis padres y hermana

A Coral

And now was acknowledged the presence of

the Red Death. He had come like a thief in the

night. And one by one dropped the revellers in the

blood-bedewed halls of their revel, and died each

in the despairing posture of his fall. And the life

of the ebony clock went out with that of the last

of the gay. And the flames of the tripods expired.

And Darkness and Decay and the Red Death

held illimitable dominion over all.

Edgar Allan Poe

The Masque of the Red Death

Contenido

Prólogo

Introducción

El cuento fantástico en México

La literatura fantástica mexicana

Sobre el género fantástico

La literatura fantástica en México antes de Poe

Traducciones de Edgar Allan Poe

La crítica a Edgar Allan Poe en México

Moral y estética en el Porfiriato

La literatura no mimética antes del Porfiriato

El concepto de realidad en el Porfiriato

Pugnas estéticas y éticas en el Porfiriato

Edgar Allan Poe ante la crítica mexicana

Crítica en contra de Poe: los síntomas de la degeneración

Crítica a favor de Poe

Influencia de Poe en México

Poe y la literatura fantástica

Poe y los escritores mexicanos

Lo fantástico legendario

El cuento gótico

Lo fantástico cotidiano

Lo fantástico esotérico

La ficción científica fantástica

En los límites de lo fantástico

Conclusiones

Apéndice I

Bibliohemerográfía de la recepción de E. A. Poe en México

Traducciones

Textos Apócrifos

Apéndice II

Listado de títulos de cuentos traducidos

Sin identificar

Apéndice III

Estudios sobre la recepción Poe

Bibliografía

Obras literarias citadas

Estudios

Sobre el autor

Prólogo

En 1927 apareció el libro The influence of Edgar Allan Poe in France, del doctor Célestin Pierre Cambiaire, notable ensayo que rastrea las correspondencias del escritor estadounidense con sus pares europeos, particularmente con Charles Baudelaire, “su traductor en más de un sentido”, según escribió Jorge Cuesta, el escritor mexicano con quien Poe guarda numerosas afinidades. La palabra inmediata que viene, al examinar el destino de ambos, es la de trágico. Sin embargo, ¿quién que es no es trágico? ¿Quién que verdaderamente es, al menos no roza la tragedia, la vive, la deshecha o monta en su vértigo? Poe nace en 1809 bajo el siglo de Carpricornio; Cuesta, el 21 de septiembre de 1903, determinado por Libra. En su primera juventud, ambos son atacados por el sol negro atraído por los que hacen del pensamiento razón principal de su vida. A los 25 años de edad, Poe expresa, en una carta de 1834: “En este momento me encuentro en un estado verdaderamente lamentable... He luchado en vano contra la melancolía”. Comienza entonces a beber. Por su parte, Cuesta comienza a tener, a la misma edad, dolores de cabeza en la hipófisis. Con su lucidez implacable, confesaba a su esposa: “Esto no tiene remedio, a los treinta y cinco años, te juro, voy a ser loco... he estudiado todos los tratados sobre las glándulas, y eso es una de las cosas que producen la locura”. A los 36 años de edad, Poe publica su poema mayor; a los 35, Cuesta escribe las últmas estrofas de “Canto a un Dios mineral” mientras espera a los enfermeros que habrán de trasladarlo al hospital psiquiátrico. Baudelaire fue biógrafo y hagiógrafo de su alma gemela. Su trabajo es notable no sólo por lo que humano tiene sino porque descubrió al mundo la modernidad y las aportaciones fundamentales de Poe. Por eso Cuesta, con sus contemporáneos, pudo concluir: “Sin tener presentes a Baudelaire y Poe, no se explican una tan transparente verdad de la ficción, una tan exacta inteligencia de lo imprevisto, un tan lúcido rigor del azar como en la poesía de Mallarmé y de Paul Valéry ocurren, y en que La ciencia poética ningún límite traza a su demoniaca pasión de conocer”.

 

Poe fue plenamente leído y asimilado en nuestro país con la llegada de la luz eléctrica. En 1880 se instalaron 40 focos alimentados por la nueva energía en la Plaza Mayor de la Ciudad de México y en la arteria que al desembocar en ella con distintos nombres era la más privilegiada de la urbe: Plateros, San Francisco, Corpus Christi. Ante la irrupción de la intrusa que amenazaba clausurar el imperio de las sombras, las presencias cambiaron de armas y estrategias. El estudio científico de las complejidades del alma humana y la amplitud del espectro sensorial permitió a nuestros grandes torturados comprender una afirmación de Poe: sus historias no imitaban modelos alemanes sino nacían de las profundidades de su corazón.

Todo lo anterior es más claro y sistemático gracias al erudito trabajo de Sergio Hernández Roura que ahora el lector tiene la fortuna de tener en sus manos. Tuve el privilegio de conocer al autor cuando en la Biblioteca y la Hemeroteca nacionales llevaba a cabo su investigación doctoral sobre Edgar Allan Poe en México, defendida en la Universidad Autónoma de Barcelona, donde tuve la fortuna de ser parte del jurado.

Trabajó la que inicialmente fue una magnífica tesis para convertirla en este libro que es paradigma de actitud crítica y de espíritu creador, como hubiera querido el propio Poe. Hernández Roura lleva a cabo una investigación profunda, en la cual rastrea el ingreso de Poe la sensibilidad mexicana mediante las traducciones francesas que inicialmente llegaron hasta nosotros para después aparecer publicado en español. Con gran penetración y espíritu de investigador literario y filológico, comparó las diferentes traducciones y estableció una poética que permite detectar las diferentes formas en que la imaginación de Poe, su vida y su obra, penetraron en la literatura y el pensamiento de nuestro país.

La primera virtud de este libro es que su autor reconoce la innegable trascendencia de la obra de Edgar Allan Poe. La llamada literatura de terror estuvo durante mucho tiempo confinada en los anaqueles de librerías a un ghetto reducido y casi vergonzoso. De ser considerado extravagante y marginal, Poe ha llegado hasta nosotros como uno de los arquitectos del pensamiento artístico, la lucidez y el profesionalismo literario. En pleno siglo XXI es un autor admirado y estudiado por el joven que descubre sus propios fantasmas y por el erudito que rastrea las rutas de su pensamiento. Una de sus grandes lecciones ha sido enseñarnos la veracidad de la frase de otro poeta que supo traducir la majestuosa hermosura de la muerte: la belleza no es sino el principio del terror que todavía podemos soportar.

Edgar Allan Poe no tuvo hijos, pero su genio y su fecundidad pusieron la semilla de la que surgió una dinastía de descastados: el inmenso Charles Baudelaire, quien de no haber escrito nada, hubiera pasado a la Historia como el más generoso y eficaz agente literario, príncipe de los amigos en el más ingrato y solitario de los oficios; Horacio Quiroga, poseído por la fiebre diurna que azuzó los terrores de Arthur Gordon Pym; el visionario Howard Phillips Lovecraft, vagabundo en las calles de Providence, descubriendo en cada esquina que los monstruos viven dentro de nosotros. Jorge Luis Borges, amante de los laberintos y la limpieza matemática de la prosa, nos enseñó a entrar con más cuidado en senderos de los que Poe fue pionero.

El mal no termina, y para encontrar las fuerzas que lo mueven no bastan los tecnócratas: es necesaria la fuerza y la tenacidad de un August Dupin. El detective sigue siendo –por fortuna- un hombre común, víctima de sus iluminaciones y desastres. La literatura, tal y como Poe la concibió, sigue siendo un juego de inteligencia, de pasión domada: el azar es consuelo de los mediocres. El triángulo brevedad-intensidad-efecto que resolvió con limpidez de teorema en “La filosofía de la composición” está marcado a fuego en todo aquel que desea transladar la horrible realidad a la existencia incorruptible del texto perfecto.

A siglo y medio de su partida, Edgar Allan Poe es cada vez más joven. Si vuelve a morir, será por nuestra incapacidad para seguir mirando los fulgores de su exigente diamante. Así lo demuestra este libro ejemplar y estimulante, resumen de los trabajos y los días de Sergio Hernández Roura.

Vicente Quirarte

Introducción

Hasta hace muy poco la literatura fantástica había sido un género infravalorado en México, cuando no se dudaba de su existencia.

La aparición de antologías dedicadas a esta producción ha jugado un papel importante en el cambio de perspectiva, ya que “han sido capitales para su reconocimiento e incluso para su formulación como elemento vital en la construcción de[l] canon de distintas literaturas regionales” (Morales, 2008: XVIII). Además de la rica selección que presentan, algunas de ellas incluyen textos introductorios que permiten conocer tanto lo que sus antologadores entienden por “lo fantástico”, como sus criterios de selección.

De valor indiscutible ha sido el rescate en los últimos años de la obra de escritores como Francisco Tario o Amparo Dávila, así como la revaloración de la vena fantástica de autores como Carlos Fuentes y Elena Garro; a estos esfuerzos se suma la rica y variada producción de obras literarias que se distancian de la corriente mimética como las de Gerardo Piña, Mario González Suárez, Fabio Morábito, José Luis Zárate, Alberto Chimal, Bernardo Esquinca o Ernesto Murguía, sólo por mencionar algunos.

Como se observa, la literatura fantástica vive un momento alentador del que incluso no ha podido sustraerse el ámbito académico, que ha respondido a tal seducción con interesantes estudios. Sin embargo, es importante señalar que el empuje que encontramos en lo que respecta a los estudios sobre el siglo XX se ha visto frenado cuando se intenta vislumbrar los orígenes de este género en nuestro país, debido a que el siglo XIX es una etapa en la historia de la literatura mexicana considerablemente menos estudiada y en la que aún falta mucho por investigar tan sólo en lo que respecta a obras canónicas. A esto se suma el hecho de que la aproximación a él implica la consulta de textos de difícil acceso diseminados principalmente en la prensa periódica.

Consciente de la titánica labor que subyace a la escritura de una historia de la literatura fantástica en México y de las dificultades particulares que implica una investigación sobre ese siglo, he decidido enfocar la investigación en un periodo clave, el de la asimilación de la obra de Edgar Allan Poe; un fenómeno de recepción cuyo estudio resulta esencial para entender el rumbo que adoptó lo fantástico en la segunda mitad del siglo XIX. Las creaciones de este autor representan un hito no sólo para el desarrollo de la literatura fantástica en general, sino para la literatura mexicana; su manera de entender la poesía y el cuento cambió radicalmente las concepciones de la época y fue determinante para las manifestaciones literarias posteriores.

Al partir del hecho de que el fenómeno de traducción ha sido ajeno a los estudios sobre la literatura fantástica del siglo XIX, ya que se ha tendido a narrar la historia desde una “estética de la producción y la exposición” (Jauss, 1967: 159), decidí realizar un estudio de la recepción y la influencia de lo fantástico a partir de la figura de Poe como una alternativa viable para entender su lugar en la cultura mexicana decimonónica. Considero que esta perspectiva permite dar cuenta de la adopción de un género o modo literario considerado ajeno a la sensibilidad mexicana, dentro de un proceso dinámico que se aparta de la imagen monolítica con la que se tiende a contemplar las obras del periodo y que permite tener conciencia de la complejidad del fenómeno:

La obra literaria no es un objeto inexistente para sí que ofrezca a cada observador el mismo aspecto en cualquier momento. No es ningún monumento que revele monológicamente su esencia intemporal. Es más bien como una partitura adaptada a la resonancia siempre renovada de la lectura, que redime el texto de la materia de las palabras y lo trae a la existencia actual (Jauss, 1967: 161).

El presente estudio sobre la recepción de Poe ayudará a responder un conjunto de interrogantes que sin duda pueden brindar una mayor compresión de la historia de la literatura fantástica, tales como su significado para los autores mexicanos y los motivos que los condujeron a expresarse mediante esta modalidad textual, además de esclarecer qué dicen los textos de la sociedad de su tiempo. Asimismo, explicará, por un lado, las causas del retraso de su arribo con respecto a otros países, como España o Francia y, por el otro, “su falta de originalidad”, dos constantes que algunos críticos se han encargado de señalar, pero a las que no han dado explicación.

La acotación del periodo que abarca esta investigación (1859-1922) corresponde con la aparición de la primera mención a Poe que me ha sido posible encontrar, hasta su normalización; es decir, cuando su presencia ya forma parte del bagaje cultural del lector promedio. He decidido extender el estudio hasta este año ya que no me parecía apropiado dejar a medias el proceso de transición que ocurre a principios del siglo XX, aún conectado íntimamente con el modernismo.

La búsqueda de material bibliohemerográfico, principalmente en el Fondo Reservado de la Biblioteca y la Hemeroteca Nacional de México, así como en la Biblioteca de Catalunya y en la Benson Latin American Collection de la Universidad de Texas en Austin, ha permitido reunir tres clases de textos: 1) las traducciones que se hicieron de las obras de E. A. Poe; 2) los textos críticos que dan cuenta de la manera en la que fue recibida su obra; y 3) los textos de creación de carácter fantástico en los que es evidente su asimilación. Dicho material ha permitido realizar una interpretación que permita explicar el fenómeno de recepción. En él se hacen presentes tanto los lectores especializados, que dan sus opiniones en diarios y revistas de la época, como los lectores comunes, que se hacen visibles en el incremento de ediciones y son responsables de que Poe se haya convertido en un referente de uso común, incluso en ámbitos distintos al literario. También es posible observar el papel que jugó en este fenómeno el intermediario o mediador, ya fuera editor, traductor, crítico, reseñista, articulista, intérprete o librero. Y, por supuesto, se considera la reacción de los escritores mexicanos mediante un corpus de textos de carácter fantástico que permiten dar cuenta de la asimilación que tuvo en México este autor.

Antes de terminar esta introducción debo señalar las principales limitaciones de este trabajo. Primero es necesario aclarar que no pretendo agotar todas las posibilidades de lo fantástico que existían a finales del siglo XIX en México, ni tampoco llegar a generalizaciones esencialistas consistentes en definir el carácter mexicano en la literatura fantástica; esto último es algo que no me parece muy productivo en un trabajo que muestra la permeabilidad de las fronteras. Este libro ha sido el resultado de una investigación más amplia a la que remito al lector interesado en ahondar con respecto a los datos y la ampliación de argumentos (Hernández Roura, 2016).

Así, en las siguientes páginas mostraré que la asimilación de este autor fue un paso fundamental para el desarrollo en México de una rica producción fantástica.

No me queda sino expresar mi agradecimiento a David Roas, Ana Laura Zavala por su interés y guía en la realización de este proyecto; a Lilia Vieyra y Vicente Quirarte, quienes me brindaron la información de una investigación en proceso sobre Poe. A Eduardo Becerra y Víctor Martínez-Gil, quienes me brindaron consejos muy útiles para ampliar esta investigación.

 

Mi agradecimiento al personal de la Biblioteca y la Hemeroteca Nacionales de México, así como a la Hemeroteca Nacional Digital de México. A la Biblioteca de Catalunya, la Biblioteca Nacional de España y de la Universidad de Texas en Austin, en particular a Michael O. Hironymous, encargado de Rare Books and Manuscripts, Benson Latin American Collection.

A los miembros del GEF y en particular a mis compañeros del Colectivo Lofantastico.com, en especial a Ada Cruz y Consuelo Sella.

También a Juan Luis Bonilla, editor de este libro, por su interés y por el reto de poner al alcance de un público amplio una investigación bastante compleja.

El cuento fantástico en México

Antes de hablar de la recepción que la obra de Edgar Allan Poe tuvo en México, es imprescindible que señale algunos antecedentes que permitan entender las particularidades del arribo de su obra, así como su relevancia para la literatura mexicana decimonónica; para ello, haré un breve recorrido por la literatura fantástica mexicana anterior a la década de 1860, periodo en cuyos últimos años aparece la referencia más antigua que he podido encontrar al autor estadunidense.

La literatura fantástica mexicana

Sobre el género fantástico

Entenderé como fantástico el género estrechamente ligado a la Modernidad, proceso que comenzó a gestarse en el siglo XVI, tuvo su radicalización en el siglo XVIII, primero con la Ilustración y luego con la Revolución Francesa, sucesos determinantes para que el paradigma de pensamiento racionalista se erigiera como la única manera válida de conocer la realidad, quedando así desterradas la religión, la superstición y cualquier otro medio alternativo de conocimiento (Roas, 2003: 11). En este contexto, la búsqueda de la emoción que despertaba lo sobrenatural, “lo sublime”,1 se trasladó a la literatura (Roas, 2003: 12), primero a la novela gótica y, posteriormente, al cuento fantástico.

La intromisión del fenómeno “sobrenatural” como condición indispensable para lo fantástico (Roas, 2001: 7-8) debe constituir una transgresión a las leyes que organizan el mundo además de carecer de explicación y validez.2 La irreductibilidad del suceso, la incapacidad de entenderlo, tiene como efecto el miedo, más particularmente el miedo metafísico o intelectual “propio y exclusivo del género fantástico”, que “si bien suele manifestarse en los personajes, atañe directamente al lector (o al espectador), puesto que se produce cuando nuestras convicciones sobre lo real dejan de funcionar, cuando […] perdemos pie frente a un mundo que antes nos era familiar” (Roas, 2006a: 111). Por ello, este género literario3 se encuentra estrechamente ligado al concepto de realidad de cada época y se adapta a las expectativas de los lectores. Para lograr la transgresión que supone la irrupción de lo imposible es fundamental el “efecto de realidad”,4 o más bien dicho, el manejo de la verosimilitud que permita construir “un marco de referencia extratextual –compartido por el narrador y el lector– que delimite lo posible y lo imposible” (Roas, 2006a: 97). No se trata pues de un género inocuo, como muchas veces se ha supuesto, ya que el texto fantástico muestra su carácter subversivo y virulento al poner en duda la realidad, desestabilizar sus límites y “en definitiva cuestionar la validez de los sistemas de percepción de la realidad comúnmente admitidos” (Roas, 2006a: 97). Al sembrar la duda en el lector, la literatura fantástica deja ver su carácter escéptico y en algunos casos nihilista y pesimista. Es importante aclarar que desde este punto de vista el carácter fantástico de una narración no está dado por el uso de ciertos temas asociados con el género, tales como la aparición de fantasmas o vampiros, sino por la transgresión que ello supondría; es decir, la tematización del conflicto que dicha irrupción supone, como señala Roas (2011b: 36): “la problematización del fenómeno es lo que determina, en suma, su fantasticidad”.

Los cambios en el concepto de realidad son fundamentales para entender las transformaciones de la literatura fantástica. Como es posible notar en su desarrollo a lo largo del siglo XIX, poco a poco fue ganando lugar en estas narraciones el hecho carente de explicación, el vacío de significado o la ambigüedad. En la obra de E.T.A. Hoffmann, principalmente, los textos abandonaron su carácter gótico y adoptaron uno más cotidiano, cercano a los lectores, al además de que los fenómenos adoptaron un carácter psicológico. Posteriormente, con Poe los textos allanarán la mente de los lectores mediante el uso de la lógica y la ciencia.

La literatura fantástica en México antes de Poe

Si bien se ha destacado la importancia que ha tenido para la literatura fantástica en Hispanoamérica la impresión de asombro que supuso la realidad americana para el hombre europeo (Hahn, 1998: 7), es importante señalar que esto no quiere decir que este primer impacto sea la fuente de la literatura fantástica hispanoamericana, “pero sí el de la gestación de una idea de lo fantástico inherentemente asociada a Hispanoamérica desde el descubrimiento y que, con el tiempo, la voz y el imaginario popular irían enriqueciendo” (López Martín, 2006: XIV). Los cronistas intentaron transmitir su fascinación por medio de la escritura y “se encontraron con el desafío de readecuar el lenguaje para describir una realidad inusitada que no cabía en los modelos comunes” (López Martín, 2006: XIII). Así pues, la fabulación se entreveró en las Crónicas de Indias, “representación de un mundo nuevo, desconocido y digno de ser descrito para quienes sólo podían imaginarlo” (Oviedo, 2001: 9). Pese a este primer deslumbramiento, la producción literaria de este periodo tuvo que enfrentarse a la prohibición que la Corona había extendido con respecto a las obras de ficción y, particularmente, a la novela; circunstancia que ha sido considerada como un impedimento para su desarrollo (Mata, 2003: 23). La Real Cédula del 4 de abril de 1531 dirigida a la Casa de Contratación de Sevilla, prohibió el paso a las colonias españolas de algunas obras:

Yo he seydo ynformada que se pasan a las yndias muchos libros de Romance de ystorias vanas y de profanidad como son el amadis y otros desta calidad y por que este es mal exercicio para los yndios e cosa en que no es bien que se ocupen ni lean, por ende yo vos mando que de aquí adelante no consyntays ni deys lugar a persona alguna pasar a las yndias libros ningunos de ystorias y cosas profanas salvo tocante a la Religión xpiana e de virtud en que se exerciten y ocupen los dhos yndios e los otros pobladores de las dichas yndias por que a otra cosa no se ha de dar lugar (Citado por Leonard, 1953: 92).

La censura, la dificultad de acceso a materiales bibliográficos y el analfabetismo de la mayor parte de la población fueron algunos de los factores que permiten entender la ausencia del género novelístico y también del cuento en suelo novohispano.5 En tales circunstancias no es extraño que la publicación de la primera novela mexicana, El Periquillo Sarniento de José Joaquín Fernández de Lizardi, apareciera estrechamente vinculada a la Independencia; aunque es preciso señalar que el género novelístico tuvo importantes antecedentes en obras como Los infortunios de Alonso Ramírez (1690) de Carlos de Sigüenza y Góngora o La portentosa vida de la muerte (1792) de Fray Joaquín Bolaños. Las dificultades mencionadas no impidieron el desarrollo de la literatura durante ese periodo, en el que aparecieron prosistas importantes como Sigüenza y Góngora, sor Juana Inés de la Cruz y Juan de Palafox y Mendoza (Leal, 2010: 38).

Aunque el cuento, “como género autónomo no se cultivó en Nueva España” formó parte de “las historias, crónicas y otros escritos de los conquistadores, religiosos y letrados” (Leal, 2010: 35). Es posible encontrar narraciones de hechos prodigiosos o sobrenaturales en los que se pueden ver “que los aparecidos, los sucesos truculentos, los choques entre la normalidad y la rareza se filtran de la mano del milagro y la maravilla y van preparando el camino para lo que será después el cuento de aparecidos y de anécdotas curiosas que surge en muchos de los primeros cuentistas de las postrimerías del Virreinato y los inicios del México independiente” (Morales, 2008: XX-XXI). Así pues, los antecedentes del género fantástico se encuentran intercalados en textos de carácter hagiográfico, misceláneas, sermones “e incluso [en] documentos que no se consideran realmente literarios (declaraciones, relaciones, cartas) […] que, si bien no caben en una definición restringida de fantástico, sí sirven para enfatizar una tradición mexicana de literatura de imaginación, misma que no es reconocida abiertamente” (Morales, 2008: XX-XXI).

En el siglo XVIII, época de cambios orientado por la historia, la crítica y la filosofía, hizo su aparición el periodismo. En ese momento aparecen textos de carácter narrativo bastante cercanos al cuento, en los que es posible encontrar sus antecedentes (Oviedo, 2001: 10).

La consumación de la Independencia de México en 1821 trajo al país retos apremiantes de carácter político y económico. Si bien ya existía una clase letrada muy pequeña, el interés por influir en el destino de la nación y la conciencia del papel fundamental de la imprenta fueron decisivos para la literatura del periodo. En los primeros años de vida independiente, los impresos mexicanos se beneficiaron de las innovaciones de carácter mecánico, técnico y material.

Sin embargo, es necesario aclarar que, sería un error suponer que se gozó de entera libertad. Como señala Staples (1997: 110), la legislación española con respecto a la circulación de libros persistió después de la Independencia. Con el objeto de cumplir las tres garantías proclamadas en Iguala, desde 1822 el Consejo de Estado solicitó a Iturbide un reglamento

que impidiera la introducción en México de libros contrarios a la religión y que detuviera la circulación y venta de los ya existentes. Ya que se abolió la Inquisición el deber de velar por las lecturas recaía en el Estado, quien consideraba como subversivo lo que atacaba a la religión oficial y trastornaba el orden y la tranquilidad públicos. Para facilitar su labor, el Consejo de Estado pedía a las autoridades eclesiásticas un informe sobre libros prohibidos para poder mandar recogerlos e impedir su paso por las aduanas. Se responsabilizaba a los jueces seculares y a los alcaldes de los pueblos el cumplimiento del reglamento, ya que el Estado seguía siendo, aún después de la Independencia, el brazo secular que apoyaba las medidas administrativas y disciplinarias de la Iglesia (Staples, 1997: 110).

Esto afectó la difusión de las nuevas tendencias literarias, ya que ante el peligro de que la sociedad fuera contaminada por la difusión de ideas perjudiciales al dogma católico, la Iglesia decidió seguir velando por la moral del pueblo mexicano (Staples, 1997: 95). Su intervención se prolongó hasta que las leyes sobre la prohibición de libros cambiaron en la década de 1830, durante la presidencia de Antonio López de Santa Anna y la vicepresidencia de Valentín Gómez Farías; decisión que marcó la primera etapa de reformas que tenían la intención de limitar la intervención de la Iglesia en asuntos públicos (Staples, 1997: 112-113).