Crónica de una pandemia

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Crónica de una pandemia
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Jaled, Sarui Lola

Crónica de una pandemia : cuarentena en familia / Sarui Lola Jaled. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-87-1554-4

1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título.

CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: info@autoresdeargentina.com

Referencias de imagenes:

www.Pixabay.com

www.mapacovid.info

www.kxly.com

www.arqueologiadelamedicina.com

www.pinterest.com

www.madridseduce.com

www.elperiodicoextremadura.com

A Ximena,

mi hija.

A Kamila,

mi nieta.

Agradecimientos

Escribimos en soledad. Por fortuna, las personas que están a nuestro alrededor ayudan con su saber, su tiempo y entusiasmo a concretar esta labor de poner en palabras ideas, recuerdos, momentos.

Mi infinito agradecimiento a Facundo Gerez que fue quien me sugirió el tema, quien con paciencia leyó mis textos para entregarme valiosas devoluciones, indicando primero las pocas líneas rescatables para después, con cortesía, subrayar los numerosos desaciertos a corregir en los escritos.

Mi agradecimiento a Ximena, mi hija, y a Kamila, mi nieta, con quienes nos acompañamos en estos tiempos de pandemia, aliviando padecimientos de cuarentenas interminables.

A ellos, mi gratitud.

Prólogo

En “Crónica de una pandemia” Sarui escribe una serie de relatos –que van desde San Juan hasta Houston, de lo familiar a lo histórico– en torno al confinamiento provocado por la pandemia del COVID-19.

Coronavirus, curva de contagio, incubación, mascarillas, alcohol en gel. Fueron muchos los términos que aprendimos en un año en el que vivimos analizando gráficos y estadísticas, pendientes del desarrollo de una vacuna. En ese contexto, Sarui arma el mapa de la pandemia desde dos frentes: el doméstico —con base en el hogar y la familia— y el histórico —la reflexión en torno a los hechos del pasado—.

“¿Qué significa la presencia de una plaga en la vida de las personas, en la vida social?”, se pregunta. “Las pandemias parecen arrojar luz sobre las sociedades mostrando las miserias y debilidades. Es necesario mirar al pasado, comprender las enseñanzas que dejó y así poder emprender un futuro promisorio”. Esta serie de relatos parten de la convicción de que para abordar el tema se necesita una mirada histórica y crítica, por eso en “Crónica de una pandemia” vamos desde las plagas bíblicas hasta la gripe española, pasando por la peste negra, el cólera y la fiebre amarilla; desde la época en que “lo más higiénico que se recomendaba era que barrieran bien las casas y también las calles del pueblo”, cuando la gente consideraba que las pestes eran “castigos divinos”, hasta hoy, en que algunas cosas cambiaron —y mucho— y otras, no tanto.

Después de la peste negra “se pasó de una ideología teocéntrica, centrada en Dios para avanzar a una en que el hombre era el centro del universo”. Tanto las enfermedades que trajeron consigo los europeos a América (sarampión, viruela, fiebre tifoidea, tifus) como la peste de Milán y la gripe española dieron lugar a fuertes transformaciones sociales. En algún momento “la sociedad tomó conciencia del peligro y comenzó a investigar en los laboratorios, se crearon institutos específicos para aislar bacterias y virus con una tecnología cada vez más sofisticada y un método científico responsable”. Lo curioso es que ante una enfermedad para la cual no hay cura conocida, sea en la época que fuere, el método de prevención es similar; hoy, durante la pandemia del coronavirus, el procedimiento es el mismo que hace más de un siglo: cuando no hay una solución concreta, nada mejor que la cuarentena y el distanciamiento social.

“Pensar en el futuro es un derecho que también tenemos las personas de la tercera edad”, escribe Sarui. “Todavía podemos crear el futuro. La esperanza, el mañana, es un sentir indispensable para el ser humano. Por otra parte, es más divertido para un viejo pensar en el futuro que socavar en el pasado”.

Un rasgo fuerte en este libro es el de la voz que habla en nombre de los adultos mayores. ¿Hasta qué punto la protección de los más vulnerables no es (no termina siendo) una condena? ¿El remedio (el aislamiento prolongado de los adultos mayores) no terminará siendo peor que la enfermedad? La cuestión es compleja y tiene muchos matices que a lo largo del libro se aborda con gracia y lucidez.

Sarui parece darnos a entender que toda vida está hecha de luces y sombras, de contrapuntos, pero en este libro sucede algo curioso: por más adverso que resulte el contexto, por más oscuro y opresivo que parezca, siempre queda, al final, una sensación de optimismo (y mucho de eso tiene que ver con la calidez y la vitalidad que aportan la vida hogareña y familiar).

“El freno a las actividades económicas que impuso el coronavirus dio un descanso al planeta, se respiró aire más puro, los cielos se limpiaron”, escribe Sarui. “En pocos meses, aseguran, el COVID-19 ha generado la mayor caída en la emisión de dióxido de carbono que se tenga registro en la historia”.

¿Saldremos mejores de esta experiencia?, en torno a esa pregunta también gira esta serie de relatos. No lo sabemos. El tiempo lo dirá. En todo caso lo que queda claro es la importancia de la protección de la naturaleza, de la biodiversidad, del equilibrio en el ecosistema. “Crónica de una pandemia” nos deja la sensación de que la posibilidad de que este virus deje consecuencias positivas —”la oportunidad de crear un mundo mejor, un mundo más amigable y sano para los seres humanos”— depende pura y exclusivamente de todos y cada uno de nosotros.

Facundo Gerez

Escritor, autor de la novela “Samsara”

Cuarentena en familia


Lunes 10 de febrero.

Llegué de Houston. Fue un viaje diferente a los que suelo hacer todos los años cuando visito a mis hijos. En el aeropuerto de Panamá, donde debía esperar la conexión a Buenos Aires, había sanitaristas con equipos de protección, barbijos, aparatos para tomar la temperatura, y preguntaban si veníamos de China. Quedé un poco atemorizada con este sorpresivo control, las noticias de contagios no se escuchaban con insistencia todavía.

Ahora estoy en San Juan esperando a mi nieta Kamila que llegará con su mamá Ximena, mi hija. Estoy preocupada, veo la televisión, trato de informarme sobre lo que está pasando, me alarman las noticias que escucho de que hay viajeros varados en distintas partes del mundo porque las aerolíneas cancelan vuelos. Pienso que mi familia puede tener problemas para regresar.

Sábado 29 de febrero.

Afortunadamente llegaron a San Juan Ximena y Kamila. ¡Qué alivio! Ya en casa y seguras las tres. A tiempo para iniciar las clases. Kamila sentía una gran urgencia por llegar al país porque el 2 de marzo empezaba el colegio. Ella quería estar presente para participar del acto de inicio de clases y lucirse como la primera escolta del cuerpo de bandera. No quería perder esa oportunidad, era muy importante para ella. Por suerte, ese día, pudo participar acompañando a la bandera e iniciar dos semanas de clases de sexto grado, su último año de primaria. Tenía muchas ilusiones para iniciar el colegio, tenía algunos planes. Este era su último año con las amigas y compañeras de siempre con quienes cursó desde salita de 3. Al finalizar la primaria, muchas de ellas se separarían, ingresarían a colegios diferentes. Incluso Kamila, no sabía si se quedaría en San Juan o si regresaría a Estados Unidos a empezar allá la escuela secundaria. En sus planes también estaba el viaje a Brasil, en junio, organizado por su Instituto de danza para participar en un certamen internacional. El viaje de estudios de fin de año era una ilusión que compartían entre las amigas. Eran muchos proyectos que ahora quedan en la incertidumbre.

Domingo 15 de marzo de 2020.

Hoy anunciaron que se suspendían las clases por dos semanas por el avance del coronavirus, COVID-19, virus no conocido hasta la fecha, que contagia rápidamente a las personas, muy peligroso, puede ser letal.

 

Estamos entrando en pánico, sentimos una especie de amenaza misteriosa, desconocida. Nuestras cabezas no dejan de pensar, imaginar, elucubrar. Pensamos en los seres queridos que no están aquí con nosotros, parece que esta alarma es planetaria, que afectará al mundo entero.

Yasmine, viajera incansable, acababa de irse a Miami. Días pasados, como buenas amigas, cenamos en un restaurante vegetariano para despedirnos y brindamos por su viaje con sendas copas de jugos de manzana y zanahorias. Quería tomarse unas pequeñas vacaciones de 2 semanas para descansar de su pesada rutina de médica. Pensaba distenderse y regresar relajada a su trabajo. En medio del tan deseado descanso se desató esta ola de espanto mundial. Volver se convirtió en una pesadilla al suspenderse los vuelos. Pasó varios días de trajines desesperados hasta conseguir el que la traería de vuelta al país.

Miércoles 18 de marzo.

Yasmine arriba a Mendoza después de pasar días de nerviosismo y preocupaciones irrefrenables. Su intuición de doctora le advirtió que estábamos a las puertas de una epidemia de proporciones desconocidas e hizo todo lo necesario para prevenir cualquier situación de posibles contagios. Evitó que sus padres fueran a recibirla al aeropuerto. A su llegada a Mendoza se cambió de ropa para impedir el mínimo contagio con el chofer que la iría a buscar. Al llegar a su casa, desinfectó con alcohol y al rayo del sol todo lo que traía, valijas, bolsos, zapatos, mochilas. Entró en cuarentena por 14 días reglamentarios y no tuvo contacto con nadie durante ese confinamiento. Esther, su mamá le había preparado comida para todo el tiempo que fuese necesario. Ahora con Yasmine en San Juan, estamos más tranquilos.

Viernes 20 de marzo.

Pusieron a todo el país en cuarentena. Nos dieron instrucciones para combatir al virus: quedate en casa, lavate las manos con agua y jabón, tosé y estornudá entre los pliegues del codo, mantené el distanciamiento social de 2 metros. ¡Qué situación más extraña! Inesperadamente, ahora quedamos encerrados, sin poder salir de casa, sin ver a los amigos, sin ir al colegio. Empiezo a preocuparme por mi hijo y su familia que viven en los Estados Unidos. También por Kari, el papá de Kamila, que se quedó allá. ¿ Cuándo volveremos a verlos?.

La señora que trabaja en casa, Hilda, ya no puede venir a trabajar. Tengo que organizar las tareas de limpieza y cocina sin su ayuda. Tendré que ocuparme de muchas cosas que hace años no hacía. Limpiar patios, cocinar, ordenar dormitorios, sacar la basura. Todo ello agregado a la información de que las personas con mayor riesgo de contraer la enfermedad, son los adultos mayores y yo soy uno de ellos. Trato de tranquilizarme, pensando que ya pasará.

Ximena entró en pánico pensando que habría desabastecimiento. Corrió a los supermercados para hacerle frente a la pandemia y sin pensarlo mucho llenó carritos con provisiones como para pasar el invierno. Llegó con abultados paquetes que había que buscarles espacio en la pequeña despensa de mi casa. Y no pudo evitar lo que hacen en todas partes del mundo, comprarse los rollos de papel higiénico que encontró y pudo meter en su auto. Compras desesperadas que hasta llegaron a ocasionar peleas entre los clientes. Comportamientos irracionales que algunos tratan de explicar. Pareciera que es una cuestión de imitación, cuando alguien ve que otro está cargando el carro con este producto piensa que él también debe hacer lo mismo. Es una forma de asegurarse de tener algunas comodidades si van a estar en casa por mucho tiempo y no se podrá salir.

Empezaron a llegar las tareas que envían los docentes a los niños. Kamila las hacía pero sobraba mucho tiempo, el día era muy largo, sin escuela, sin juegos, sin entrenar hockey o sin las clases de danza. Durante los días siguientes intentamos todo lo que podíamos hacer en casa, ejercicios físicos, coreografías, leer cuentos, cantar, cocinar. Pensábamos que en 14 días más, volveríamos al colegio. Con este pensamiento, la espera se hacía más soportable.

31 de marzo.

No volvimos al colegio, la cuarentena se prorrogó por dos semanas más, hasta el 12 de abril. Con el agravante que ahora estábamos en una Pandemia, con el virus propagándose por todo el mundo y causando miles de muertos. De repente, todo ha cambiado. Estamos ansiosos, tenemos miedo, las recomendaciones para cuidarnos se intensifican, causando temores insospechados que no podemos reprimir.


Tengo que pagar mis cuentas, ir al banco, al supermercado. ¿Cómo hago? Por suerte, mi hija Ximena, se encargará de estos menesteres. Será la persona del grupo que salga a hacer las compras, pagar cuentas, ir al banco. Yo empiezo a caer en estado de pánico, tengo miedo de salir de casa. Kamila comienza a deprimirse, a sentirse triste, desorientada. Yo no puedo acercarme mucho a ella porque por mi edad soy persona de alto riesgo. Un científico aconsejó especialmente a los abuelos mantener la distancia con los nietos. Esta advertencia que escucho y leo todos los días en la televisión me provoca miedo y una profunda tristeza porque con Kamila somos muy unidas y hacemos muchas cosas juntas. Puedo decir incluso que soy su chofer, la llevo en mi auto a todas partes. Ella tiene la costumbre de irse a la cama muy temprano, antes de las 9 de la noche ya está profundamente dormida. La acompaño al cuarto, leemos, conversamos sobre lo que nos está pasando. Yo me siento en un sillón manteniendo el distanciamiento social y así hablamos hasta que se duerme. Luego me voy al living a ver la televisión o a leer. Ahora hemos cambiado nuestros hábitos, debemos estar separadas, nos mandamos besitos desde lejos para saludarnos.

Ya no podemos movernos con libertad. No podemos continuar con nuestras actividades cotidianas que eran nuestras rutinas. La casa se ha convertido en el único espacio para vivir, donde pasamos días y noches sin cesar. A tal punto que a veces, hemos perdido la noción del tiempo. Las limitaciones del espacio, de las relaciones, de los movimientos se hacen cada vez más insoportables. Paso más horas frente al televisor tratando de informarme, las noticias que llegan de todo el mundo son aterradoras, solo estadísticas de infectados, de muertes, de imágenes escalofriantes como camiones frigoríficos para ir acumulando cadáveres, o cajones de muertos en las calles. Todo ello desanima hasta a los más valientes y corajudos. Me pregunto, qué hacer para vivir este periodo con una mediana salud mental si no tenemos fecha cierta de cuándo terminará este encierro forzoso.

A lo largo de mi vida, he pasado por muchas situaciones estresantes que de algún modo me han cambiado para siempre. Algunos eventos felices, como el nacimiento de los hijos. Otros no tan felices, como las enfermedades o la pérdida de seres queridos. O situaciones terribles de pérdidas económicas, pérdida de empleo, pérdida de derechos esenciales. Viví con terror la dictadura de los años setenta. Miro retrospectivamente y trato de recordar qué hicimos en aquellas circunstancias desdichadas para sobreponernos. Siempre llego a la conclusión de que las fuerzas para salir las tenemos dentro de nosotros mismos. Lo aprendí cuando estuve en situaciones de crisis, sacar fuerzas de donde no se tienen, no sabemos de lo que somos capaces de hacer hasta que no nos enfrentamos al límite.

Todas las noches, Kamila me hace la misma pregunta. ¿Qué podemos hacer, abu? ¿Qué puedo hacer mañana? Le respondo tratando de calmarla, diciéndole que pronto terminará el encierro y todo volverá a la normalidad. Le sugiero que mientras llegue ese momento, podemos hacer algunas tareas, cocinar, bailar, hacer yoga, leer. No quedaba muy convencida con mis sugerencias, pensaba que se aburría porque le sobraba el tiempo sin entender bien lo que estaba pasando. Había perdido su rutina.

Esa noche hablamos. Le dije que pensara en algo creativo. Algo que nos ocupara mucho tiempo así trabajamos durante varios días sin pensar en la situación en que estábamos. Ella me recordó que todas las noches le contaba una historia de cuando yo era chica. Le dije que ya no tenía mucho más para contarle pero que, en cambio, podría empezar ella a contarme algo que todavía no me hubiera contado, que yo no supiera.

Es necesario establecer nuevas rutinas, inventar nuevas tareas. Armar horarios para cada una de las actividades para saber que estamos haciendo cosas útiles, que estamos aprovechando el tiempo. Las tareas de la casa hay que hacerlas, todo lo que hacía Hilda, tenemos que distribuirlas entre las tres. Kamila tiene que estudiar para sus clases virtuales. Yo organizaré una para enseñar Lengua a ella y a una de sus amigas dos veces por semana. Sobretodo tener pensamientos positivos, pensar que lo que hacemos, de quedarnos en casa, ayuda a terminar con la pandemia y a la vez ayudamos a los demás a no contagiarse. Ser conscientes de que hay personas que están al frente combatiendo la enfermedad como son los médicos, enfermeros y personal sanitario a quienes debemos agradecer.

Sábado 4 de abril.

Amanecimos las tres más angustiadas que de costumbre. Ya sentíamos los días de encierro y estábamos nerviosas, irritables. Kamila me dijo que ella estaba muy ilusionada con empezar sexto grado, sobretodo porque sería escolta de la bandera y se había imaginado cada uno de los actos de la escuela en los que ella podría participar. También me dijo que extrañaba jugar con sus amigas en los recreos y en su casa cuando las invitaba a venir a tomar la leche y a jugar.

El virus se desplaza hacia los EE.UU


Hoy es jueves 9 de abril.

Hay muchos motivos para estar intranquilos. Han cerrado las fronteras del país, los aeropuertos, no salen aviones, los límites de cada una de las provincias son infranqueables, los puertos cerrados. Para salir de nuestras casas tenemos que pedir permisos de circulación, la policía está en las calles controlando. Las noticias informan que los contagios se desplazan hacia los Estados Unidos, convirtiendo a Nueva York en el foco de la pandemia. El resto de nuestra familia está allá. Estoy preocupada. Tengo sobresaltos cuando duermo. En Houston quedó Kari, el papá de Kamila. También está mi hijo Rodrigo, su esposa Flavia y la familia. Pienso en Santiago y Sebastián, mis nietos. No van a la escuela, tienen que quedarse en casa y sus padres también. Ellos no tienen una cuarentena estricta como la nuestra. Es sugerida, el que quiere la hace. Se quedan en casa y solo caminan por su barrio. Todos los días sigo con atención las noticias.

Por suerte, y gracias a la tecnología, puedo verlos jugando, andando en bicicleta, saltando en la cama elástica que tienen en el jardín. Santiago toca el piano y, ahora con más tiempo en casa, está aprendiendo nuevas partituras. No solo toca “Para Elisa”, saca temas de películas y canciones que están de moda. Filma y nos las hace escuchar y en el video aparece sentado frente a su piano Steinway de media cola. Me muero de gusto. Lo hace muy bien. Tiene un gran sentido musical. La semana pasada su mamá Flavia, que es médica, puso la radio para que oyéramos el Himno Nacional de los EE.UU. interpretado por la banda de la escuela de Santiago. Él participa tocando la batería. Se transmitía por una radio de Houston. Era una interpretación de los jóvenes para rendir homenaje a los médicos, enfermeros y sanitaristas que combaten el coronavirus. ¡Cuánta emoción! estuve a punto del llanto con el corazón que se me salía del pecho al ver lo que hace Santiago a sus catorce años.

Veo tan grande a Santiago, como crece, ya está en secundaria. Cuando era chiquito adoraba los perros. Una vez, cuando los visitaba en Houston, él tenía tres años, y yo lo cuidaba haciéndolo jugar, contándole cuentos y viendo las películas que a él le gustaban. Había una que le encantaba, no se cansaba de verla y nos emocionábamos los dos. Después de comer tenía que hacer una siesta. Yo ponía “Bolt” la película esperando que se durmiera, pero no se dormía nunca. Terminaba y quería volver a verla, podíamos pasarnos la tarde entera. En realidad, era una historia muy bonita de un perrito que tenía super poderes y que viajaba a través de todo el país para ir a rescatar a su dueña. Le encantaba tanto este animalito que un día le dije que cuando viniera en sus próximas vacaciones a San Juan íbamos a comprar uno y le pondríamos de nombre Bolt. Y así lo hicimos cuando en junio de 2010, vino de vacaciones yo ya había pedido un cachorrito de ovejero alemán en un criadero. Fuimos a buscarlo en mi auto, los tres, Santiago que tenía 3 años y medio, Kamila que tenía 1 año y medio y yo. ¡Qué emoción cuando llegamos a la casa de la señora que los vendía! Estaba solo, porque había tenido seis hermanitos. Los habían vendido a todos y nadie lo había elegido a él por eso estaba solo. Santiago lo vió y se enamoró en el acto, lo pusieron en una cajita y lo trajimos a casa. Esa noche lloró sin cesar porque extrañaba a su mamá. No nos dejó dormir. Santi estuvo todo el tiempo cuidándolo y acariciándolo para calmarlo. Era invierno y durmió con nosotros en el dormitorio. Le armó una casita dentro de una caja de cartón y lo puso al lado de su cama con dos platitos, uno con agua y el otro con alimento. Al otro día ya eran grandes amigos.

 

Bolt ha crecido. Ahora ya está viejo, un poco cansado y lento, pero sigue siendo fiel, afectuoso sobre todo cuando viene Santiago a visitarlo todos los años en sus vacaciones.

Con Santiago tenemos muchas historias de cachorros. Como vimos que Bolt ya estaba entrando en años me pidió que compráramos otro perrito para que lo acompañe. Cuando vino de vacaciones en un mes de julio, visitamos un criadero de ovejeros alemanes y compramos un cachorrito que ya tenía varios días de haber nacido. Tenía nombre, se llamaba Viper. Lo trajimos a casa, Santi empezó a cuidarlo, a darle su alimento, jugó con él tres días y al cuarto día amaneció muerto en el jardín. Cuando llegó Santi de la casa de la abu Esther, donde había dormido esa noche, fue directamente a buscar a su cachorro y yo no supe como avisarle que había muerto solito en la madrugada. No tuve más remedio que decirle la verdad, quiso verlo, se puso muy triste, y luego lo llevamos al veterinario para que le diera sepultura.

Al otro día le pregunté a Santiago si quería que compráramos otro perrito y me dijo que sí. Fuimos al señor que nos vendió el anterior y le contamos lo que había pasado y nos dijo que nos daría otro perrito. Que no lo tenía ahora, pero que había una perra en su criadero que en pocos días más iba a tener cría y que cuando eso ocurriera nos iba a llamar para que eligiéramos una. Santiago ya estaba pronto para regresar a Houston, era el mes de agosto, y el señor nos avisó que ya habían nacido. Fuimos a verlos, nos quedamos impactados al ver la perra echada con siete crías chiquititas prendidas de su teta amamantando. Fue muy tierno verlos. Nos dieron uno y vinimos a casa con él, le pusimos de nombre Whisky. Santi pudo cuidarlo una semana porque a la siguiente se fue. El cachorro quedó a nuestro cuidado en mi casa, creció siempre muy alocado, indisciplinado. Llamamos a un entrenador para que lo eduque. Aprendió por unos días, pero luego no respondía a las órdenes. De todas maneras creció sanito, es afectuoso, siempre busca cariño y quiere jugar. Cuando viene Santiago en las vacaciones lo reconoce, salta para llamar la atención y para que lo acaricie. Juntos con Bolt pasan horas jugando en el jardín.

Evidentemente, cuando Santi vió a Viper muerto quedó muy triste y no entendió por qué su cuerpo dejó de funcionar. La pérdida repentina del perrito, sin que haya estado enfermo, todo tan inesperado le causó una gran tristeza. Santiago desde chiquito ha sido callado, no demuestra sus emociones con facilidad. Tiempo después, en la escuela, la maestra les pidió a los alumnos que escribieran sobre una experiencia en sus vidas. Santiago eligió escribir sobre la muerte de su cachorro Viper, expresó sus emociones y lo que sintió al ver su cuerpo sin vida. Terminó describiendo esa experiencia como uno de los momentos más dolorosos que le había tocado vivir. La maestra calificó este relato con el puntaje más alto de la clase.

Sebastián tiene siete añitos. En los videos que me mandan lo veo feliz jugando con su papá. Andando en la bici, reventando globos llenos de agua, tratando de hacer volar aviones por control remoto, pescando, ayudando a preparar el fuego para el asado. Puedo imaginar lo contento que está porque se ha apropiado de sus papás ahora que no trabajan y deben estar en casa. Le encanta estar con su mamá y hacer actividades con el papá. Cuando los padres trabajan, él está en la escuela muchas horas, a veces sale de mal humor, enojado, tira la mochila con bronca porque pasó mucho tiempo esperando que lo vayan a buscar. Siempre quiere jugar, estar acompañado. Es travieso, divertido, pero le gusta hacer lo que quiere. Es caprichoso. Siempre está desafiando a los padres y a su hermano Santiago.

Cuando estoy de visita en Houston, tengo la tarea de ir a buscarlo a la salida de la escuela, llevarlo a futbol y a clases de Taekwon-do. Es un niño desafiante, decidido, sabe lo que quiere e invariablemente se sale con la suya. Varias veces me ha hecho pasar grandes sustos que me dejaron al borde del infarto. Como ese día que fui a buscarlo a la escuela y al salir no quiso subirse al auto porque me dijo que quería ir caminando a la casa. Se puso a jugar con otros niños compañeros y de pronto desapareció, como si la tierra se lo hubiese tragado, no lo veía por ninguna parte, lo llamaba a gritos, pero no estaba. Corrí desesperada a buscarlo por los lugares donde pudiera estar. Busqué en un túnel debajo de la calle por donde se cruzan los chicos en bicicleta, busqué en un parque cercano y ni rastros. Ya llevaba más de 1 hora buscándolo, una madre que estaba en su auto, se ofreció a ayudarme y llamó al 911. Avisó que un niño se había ido de la escuela dejando a su abuela en estado de shock porque no puede encontrarlo por ninguna parte. Inmediatamente vino la policía y nos informó que otro oficial había visto un niño caminando solo por la calle y en ese momento estaba con él. El agente me invitó a subir al auto policial para ir al encuentro a 5 cuadras de la escuela y me indicó que me sentara atrás donde llevan los detenidos. Yo estaba muy asustada porque pensaba que el niño que habían encontrado podría no ser mi nieto. Cuando llegamos al lugar indicado, estaban en la vereda el oficial con Sebastián tomado de la mano. Nos bajamos del auto, nos acercamos y el agente le preguntó, “¿por qué te fuiste corriendo?” Dijo, “yo no me fui corriendo, yo estaba caminando. Y entonces, ¿por qué tu abuela no te pudo alcanzar.? Bueno, porque ella es muy vieja y no puede correr rápido”, contestó. Los oficiales me miraron y no pudieron contener la risa por la respuesta.

Desde los 5 años juega al futbol maravillosamente. Se destaca en su equipo. Los días que tiene torneo, nos preparamos con sillas, termos con agua, para asistir al partido. Jugador estrella, sale al campo con su camiseta, botines y medias de futbolista profesional. Se saludan con el equipo contrario y cuando el árbitro suena el silbato, está listo, se concentra y espera su jugada. Sale corriendo marcando rivales que tienen la pelota hasta que logra sacárselas, la lleva para adelante, gambeteando entre jugadores, corre rápidamente al centro de la cancha provocando momentos dramáticos mientras sus compañeros de equipo y los hinchas que estamos fuera de la cancha, padres, hermanos, abuelos gritan desesperados ¡Al Arco! ¡Al Arco! Es muy emocionante, Sebastián juega muy bien. Los rivales cometen faltas empujándolo, haciéndole zancadillas y tirándolo de la camiseta para arrebatarle la pelota. Sebastián con su rapidez y la vista fija en el arco, impide a toda costa que se la arrebaten. Y así cuando logra colocarse frente al arco a una distancia prudente, tira buscando el gol y hace la primera anotación. Al grito de ¡Gooool! Los compañeros lo abrazan, el árbitro corre para felicitarlo con un apretón de manos. ¡Qué contento se pone con el triunfo de su equipo! ¡Es un verdadero crack!

Pensar en mis nietos, es la mejor medicina para olvidar los temores que nos invaden en tiempos de COVID-19. Hace Taekwon-Do un arte marcial de origen coreano. Tae significa pie, patada. Kwon: puño, bloqueo, Do: método, arte, forma de vida. Tuve que buscar que deporte es éste que practica Sebastián, estaba confundida, creía que era lo mismo que Karate. Es la defensa personal sin armas.

Me olvido del virus, y pienso cuando el año pasado lo llevaba a sus clases con los profesores coreanos. Uniforme blanco, el cinturón que indicaba su grado de avance en el arte marcial. Cuando empezamos, le dieron un cinturón blanco y a medida que avanza recibe distintos cinturones que lo hacen sentir muy orgulloso. El blanco significa inocencia, como la del principiante que todavía no ha adquirido la técnica. Luego recibió uno amarillo, que significa la tierra donde germina la raíz de una planta, al igual que se infunda el Taekwondo en una persona. Ya le dieron el de color naranja, que significa la perseverancia del estudiante para lograr sus metas. Seguramente cuando vuelvan a clases, obtendrá el cinturón verde que significa el crecimiento a medida que crecen las técnicas que va aprendiendo. Cuando le den el de color púrpura, ese significará la libertad. Más adelante cuando le den el azul, significará el cielo, hacia donde crece la planta, como el taekwondo crece en los estudiantes.