Rosana

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© Rosaura Sarabia

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1114-108-6

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

Agradecimientos

Quiero agradecer a personas muy especiales que han estado acompañándome en este proyecto que he decidido realizar; personas que, en definitiva, son la oda de mi obra y la razón por la cual me decidí a escribir. Agradezco a mis amadas hijas Ziba y Marisol, a mi ángel silencioso, a mis queridos yernos Nick y Justin, a mis adorados nietecitos Matteo, Henry, Ali y Lorelle, a mi querida amiga y hermana Estela y, finalmente, a Christian.

Especialmente, quiero agradecer a mi editor y corrector Darwin Carballo. Él ha sido la fuerza inicial para que esta obra tomase vida, ya que él es una persona con un enorme talento literario y, con su genuino interés y profesionalismo me ha llevado a otro nivel como escritora; sin él me hubiera sido muy difícil encontrar este camino. Gracias, mi querido amigo, por ayudarme a creer en mí.

Capítulo 1

Esta historia comienza a principios de los años 60, una era en que se escuchaban novelas y programas en la radio, la música se oía en discos de acetato, los pequeños eran de 45 RPM y los grandes LP 33 RPM; en algunas casas tenían elegantes consolas en la sala o tocadiscos, y las cafeterías atraían clientes con sus ruidosas rocolas (sinfonolas), a estas se les introducía una moneda y se podían seleccionar canciones. La televisión tenía dos canales, estos, por supuesto, en blanco y negro; allí se transmitían limitados programas, pero solo en la tarde. Esa generación fue la pionera de videos en versión beta y después VHS. No existían celulares ni computadoras, pero fue la primera generación que empezó a adaptarse al cambio que llegó con la tecnología moderna. No había comidas sin grasa, bebidas sin azúcar, dulces dietéticos o agua en botellas. Los alimentos eran orgánicos, sin ser etiquetados como tales. Los niños jugaban en la calle o en los jardines sin peligro, y solían ingeniarse una extensa variedad de juegos que en verdad los ejercitaban; eso los mantenía delgados y saludables.

En esa época, al norte de México, había una ciudad en vías de crecimiento. Ahí vivía una niña de nombre Rosana, que tenía el cabello rizado y castaño, y ojos grandes, y aunque ella era muy pequeña, era bien sabido en su familia que era alguien especial, pues tenía sueños, o quizá prefieran llamarlo visiones, pues todas estas anunciaban el futuro de manera acertada. Cuando la niña tenía visiones y eran malos acontecimientos, su papá la llamaba «ave de mal agüero», pero cuando eran cosas buenas se ponía contento con ella. Siempre que comenzaba a soñar algo que iba a pasar, bueno o malo, dormía muy poco, se ponía nerviosa, quizá eso contribuyó a que fuera muy miedosa. Dormía de espalda a la pared viendo la puerta, con los pies y las manos tapadas; la niña tenía que tener una lucecita en su cuarto encendida siempre. Además, fácilmente podía tener contacto con el más allá. Ella creía que teniendo la luz encendida evitaba las visiones del futuro.

Ella y sus hermanos convivían jugando y yendo a la escuela con los niños del barrio, era una infancia sencilla, sin mayores pretensiones. Entre ese grupo de amigos había un niño rubio, unos pocos años mayor que ella, él tendría unos 9 años y ella cinco; este niño se llamaba Rodrigo. El niño tenía la carita de ella grabada en su mente, él sabía de sus miedos, no la ayudaba a vencerlos, pero trataba de evitarle situaciones que la asustaran. No se tomaba a broma algo que a ella le hiciera sufrir o angustiarse. Con cariño y paciencia le enseñó a nadar y a andar en bicicleta. El niño era muy bueno con ella, la cuidaba y consentía de mil maneras.

Rosana creció, y a los 15 años se convirtió en una hermosa jovencita. Ella tenía una personalidad ambigua: por dentro era miedosa y tímida, pero por fuera se revestía con su fe en Dios más que con su fe en sí misma. Siempre le imploraba a Dios que no la soltara de su mano, así era como hacía lo que tenía que hacer.

Rodrigo era un muchacho alto, muy guapo, intrépido y con carácter muy decidido. Eran una pareja muy bonita. Sus familias y amistades estaban muy acostumbrados a verlos siempre juntos. Compartían los mismos amigos, los mismos paseos y diversiones. Junto a él, ella aprendió a bailar, también le enseñó a manejar. Definitivamente era con él que ella se sentía contenta y segura.

De esta manera los años siguieron su curso y Rosana cumplió 19 años. Su vida había girado solo alrededor de Rodrigo, sentía que lo quería por lo mucho que él la amaba y cuidaba. Era tan fácil quererlo… Le gustaba complacerla y hacer que se sintiera feliz con él y, además, había esperado pacientemente a que ambos crecieran para casarse. Ella tampoco era de carácter difícil, era alegre, siempre veía el lado bueno de las cosas o las personas y no tenía dobleces.

Él no era romántico, ni siquiera sabía algún poema, pero la manera en que la trataba y miraba encerraba todo un romance. Muy a menudo veían juntos revistas de novias, revistas que Rodrigo le llevaba, quería aprobar el que ella eligiera, pero a Rodrigo ninguno le gustaba, se ponía más exigente que ella. A Rosana no le importaba que ayudara en la elección, simplemente lo encontraba divertido. Soñaba con verla vestida de novia caminando hacia el altar donde allí la estaría esperando… Él la amaba tanto, planeaban casarse en cuanto él terminara su carrera en la universidad, pronto se graduaría y ya tenía varias ofertas de trabajo.

Rosana estudiaba y trabajaba, había muchas carencias en su familia. Su mamá fue una mujer muy hermosa, de piel blanca, ojos azules y cabello negro. La mamá de Rosana había sido hija única, perteneció a una familia de clase media-alta donde solo le enseñaron a tocar el piano y a obedecer; desde niña le cortaron sus alas y el carácter que pudo haber tenido quedó oculto. El papá no era mala persona, pero fue muy irresponsable, quería hacerse rico buscando tesoros escondidos. Su abuelo era un gran hombre que, gracias a sus bondades, hizo que la infancia de Rosana no fuera más difícil, puesto que él se preocupaba de proporcionarle desde una linda muñeca, ropa, dulces y lo que fuera necesitando. Además, era muy cariñoso, lo quería más que a su papá. Ese maravilloso abuelo murió cuando ella apenas había cumplido 13 años, pero llevó siempre su recuerdo en el corazón.

Cierto día unos amigos de Rosana fueron a su casa a informarla de algo preocupante, pensaban que ella debía saberlo. Se trataba de algo concerniente a Rodrigo, le dijeron que lo habían visto en los jardines de la universidad fumando marihuana con otros muchachos y que estaban en el deber de hacérselo saber. En los años 70 llegó fuerte la ola de algunas drogas, entre ellas la marihuana. Lo hippie y lo psicodélico fue un impacto para la sociedad en todo el mundo y esa pequeña ciudad no fue la excepción. Después llegaron más variaciones de drogas, estas todavía mucho más agresivas y con las cuales el mundo sigue guerreando.

Ella esperó a Rodrigo esa tarde y lo confrontó. Él no lo negó, le dijo que lo había hecho unas dos o tres veces solo para experimentar, que no era algo que se iba a quedar con él, pero ella no le creyó, se preguntaba por qué había omitido decirle algo así. Rosana no estaba segura de si escondía algo más. La vida de ella no había sido nada fácil y tuvo miedo de lidiar con algo que sabía que no podría ni quería tener; para ella era más fuerte la confianza que el amor. Fue una dolorosa decepción, había crecido pensando que siempre estarían juntos; todo el tiempo había confiado y se había sentido segura a su lado. Él era todo su mundo, pero en un momento sus sueños se esfumaron, también estaba muy enojada porque eso hizo que él pusiera una distancia entre los dos, ya no quiso oírlo ni verlo más.

Capítulo 2

Una fría noche de invierno, Rosana voló a otra ciudad sin voltear hacia atrás. Ella decidió irse sin darle a nadie ninguna explicación de su ruptura con Rodrigo. Le daba vergüenza decir el motivo de su marcha, mientras que él tampoco dijo nada, a pesar de que el amor que sentía por ella se quedó con él, nunca desapareció. Con el tiempo le demostraría que no había ninguna razón por la cual preocuparse, o eso pensaba Rodrigo, pues estaba dispuesto a seguir adelante sin cometer errores que pudieran evitar un reencuentro.

Rosana era la menor de cuatro hermanos, eran su hermana Elena, quien también era muy bonita, y sus dos hermanos gemelos: Jaime y Javier, estos dos eran los mayores. Elena se había casado muy joven, justo antes de que la familia emigrara a la frontera. Raúl, su esposo, era un muchacho que había venido del sur de México a estudiar veterinaria y zootecnia, ya había terminado su carrera para ese entonces, por ello, una vez casados, él se la llevó a su tierra. Rosana y su familia pronto se adaptaron a la ciudad fronteriza, no habían dejado nada atrás, puesto que nada tenían.

 

Habían pasado unos dos años y la joven Rosana comenzó de nuevo a tener sueños muy recurrentes en los que veía a su cuñado Raúl conduciendo su camioneta por la carretera rumbo a su rancho en un día nublado y lluvioso. En el sueño, Raúl manejaba y, de sorpresa, aparecía un automóvil grande, de los que fueron muy apreciados por la gente rica en la década de los 70; este carro impactaba contra la camioneta de Raúl y, justo tras soñarlo, seguía otra visión de cuatro cirios, uno en cada esquina de un ataúd. Pasaron varios meses cuando Rosana recibió una llamada de su hermana, que estaba devastada… La pesadilla se había cumplido, Raúl había sido impactado en su camioneta por un carro grande en un día nublado y lluvioso; el pobre había muerto instantáneamente.

La joven no le había dicho nada a nadie de esa visión con la esperanza de que eso no sucediera. La pobre Rosana se comenzó a atormentar con la idea de que era su culpa por no haberlo prevenido… Ella decidió no alertar nada debido a que su cuñado se burlaba de sus premoniciones, pero, de todos modos, ella se sentía muy afligida. No obstante, su hermana no le hizo ningún reproche. Después de la tragedia, Elena dio a luz a Tony, su segundo bebé. Pasadas unas semanas, Elena decidió irse con sus dos niños, René y Tony, a vivir a la frontera. Elena quería estar cerca de Rosana siempre, puesto que de niñas habían sido muy unidas.

Los sueños visionarios de Rosana eran claros y precisos, no se ajustaban a las interpretaciones que daban los libros referentes a estos temas. Después comenzaron a presentarse también de otra manera. Rosana empezó a ver el mar furioso y con olas muy altas, ella veía su cuerpo o el de otra persona ser arrastrada en el vaivén de esas olas. Al principio no sabía cómo interpretarlo, después aprendió que, si el mar y las olas eran de color negro, esto quería decir que se avecinaban grandes problemas, y que tomarían tiempo de solucionar; en cambio, si el agua y las olas eran azul cristalino, esto quería decir que vendrían sucesos buenos. Si podía reconocer el cuerpo cuando no era el de ella, entonces Rosana sabía con exactitud quién iba a ser la persona afectada. Rosana guardaba mucho cuidado en no trasmitir esos sueños cuando alguien más estaba involucrado.

Los hermanos gemelos, Jaime y Javier —que, por cierto, no se parecían en absoluto—, habían sido unos niños buenos y cariñosos, pero crecieron sin atención ni dirección. Jaime terminó con muchos altibajos en su carrera de ingeniero mecánico; era tranquilo y guapo, o bueno, al menos, dentro de lo aceptable. Javier era otra cosa, él era extremadamente apuesto, tanto, que parecía un dios griego. Tenía el cabello negro intenso como las alas de los cuervos y los ojos de un azul oscuro que de noche se le veían casi negros; caminaba con porte de príncipe y, donde anduviera, volteaban a verlo. Esto pasaba tanto con mujeres como con hombres… Javier solía regalar una hermosa sonrisa que mostraba su perfecta dentadura. Además, era de mente brillante, todo un artista: era escultor y pintor de murales, lo hacía magistralmente. Una vez se fue en un crucero trasatlántico desde México a Europa al ser contratado para que durante la travesía pintara un mural en uno de los salones de fiestas del majestuoso barco. Con Javier no todo era perfecto, tenía un lado oscuro, y es que era drogadicto; se gastaba todo lo que ganaba en sus vicios y, varias veces, Jaime lo rescató de ese mundo, pero Javier siempre volvía, y es por ello que Jaime se rindió, lo soltó y lo dejó como un caso perdido. Ellos dos, Jaime y Javier, vivían en un pintoresco pueblo de México cerca del mar que está por el lado del Pacífico. Javier tuvo un final a destiempo, para Jaime fue desgarrador sentir cómo el alma de su hermano se iba desprendiendo de su cuerpo cuando murió en sus brazos a consecuencia de una sobredosis camino al hospital.

Después de darle cristiana sepultura, Jaime regresó abatido y triste a la frontera, quería estar cerca de sus hermanas, pues ya su hermano no lo necesitaría nunca más. Estos muchachos creían que Javier había tenido todas las armas en su vida para hacer y ser lo que hubiera querido, pensaban que, quizá, si su padre hubiera estado con él, nada de eso hubiera sucedido. La mayoría de los jóvenes en semejante situación necesitan mucha ayuda de profesionales y de la familia. Para este muchacho la ayuda de su gemelo no fue suficiente. El padre de estos hermanos nunca estaba en la casa, a veces no sabían si estaba vivo o muerto, puesto que este soñaba a diario y deliraba con la idea de encontrar el tesoro más grande de la historia, lo buscaba en los lugares más inimaginables.

Rosana se mantenía muy ocupada trabajando en la contabilidad de una mueblería. Después del trabajo le gustaba tomar algunas clases de su interés y, como era sociable, no tardó mucho en hacer amigos y amigas; pronto comprendió que para otros muchachos ella no era esa estrella que brillaba e iluminaba el mundo como sí la veía Rodrigo, pero no pensó ni por un segundo en regresar con él. Rosana era una persona que tenía cierta peculiaridad, no se arrepentía de las decisiones que tomaba, lo hecho, hecho estaba y, para ella, lo vivido dejaba una lección, siempre algo se aprendía. Rodrigo la esperó, nunca renunció, fue de esos raros hombres que aman una sola vez y para toda la vida. En fin, el amor se convierte en un misterio cuando queda atrapado en el corazón. Rodrigo, a pesar de haberla perdido, tuvo mucho éxito en sus negocios, todo lo atribuía a que cada paso y escalón que daba lo hacía por ella, por darle felicidad y que no le faltara nunca nada, trabajaba muy duro por ello, a pesar de que ella ni lo notase.

Rosana, una vez decidida a no mirar atrás nunca más, comenzó otra etapa de su vida, conoció a Federico, un hombre mexicoamericano de 30 años que tenía poco menos de un año de haber regresado del servicio militar donde sirvió en la guerra de Vietnam por 8 años, estaba enlistado en la Fuerza Aérea de EE. UU. Federico conoció a Rosana en la celebración de una boda, la vio en el salón de la festividad; la ceremonia se celebraba del lado mexicano de la frontera. Habían sido invitados por diferentes amistades. Federico una vez la vio quedó flechado y cautivado por inigualable belleza, y una vez tuvo oportunidad, le dijo a Rosana que era la muchacha más bonita que había visto desde que regresó del servicio. Federico, que ya tenía ánimos de hacer una familia, decidió ese día que tenía que casarse con ella. Por los meses siguientes le demostró a Rosana que la amaba en un sin número de ocasiones, regalándole hermosos detalles y esforzándose mucho por parecer un buen hombre. Rosana había estado acostumbrada a esa clase de atenciones, en eso Federico le recordó a Rodrigo, por lo tanto, Rosana veía en él un buen hombre de buenas intenciones, tal como Rodrigo solía ser con ella y, quizá por ello, Rosana no dudó en aceptar casarse con Federico e irse a vivir a EE. UU. Ella estaba segura de que iba a ser querida, respetada y que iba a tener una buena vida. No tardó mucho su esposo en mostrar su verdadera cara: este no era guapo, más bien se hizo feo, y con cierta personalidad arrogante que ella repudiaba al ser ella una muchacha sencilla. Quizá Federico solo se había casado con Rosana para mejorar su estirpe y porque le levantaba el ego haberla conquistado.

Capítulo 3

Poco antes de casarse, Federico compró una bonita casa, él era mecánico de aviones militares, ganaba lo suficiente como para mantener una familia cómodamente. Transcurría el tiempo, Rosana tuvo dos hijas en un periodo de tres años, su esposo las quería mucho y las trataba con cariño, se sentía muy orgulloso de sus preciosas niñas, aunque con su esposa Federico comenzó a portarse muy diferente: era grosero, flojo e infiel. No tardó mucho Rosana en recibir llamadas por teléfono de las novias de su marido. Esos amoríos le duraban muy poco, quizá porque él tenía dos defectos que le impedían despertar grandes pasiones con esa clase de mujeres. El primer defecto era que Federico era un hombre muy feo, tenía los labios demasiado delgados, su sonrisa parecía una mueca que le daba a su cara un semblante frío, de hielo. El segundo defecto, y el más importante, es que él no era rico. El primer defecto no hubiera sido fundamental de no haber existido el segundo, qué lástima para él. Se gastaba su dinero en un buen automóvil, en vestirse bien y, por supuesto, en divertir a sus «amiguitas» de ocasión. Debido a esto no le alcanzaba el dinero para las dos situaciones, o gastaba en divertirse o gastaba en su familia, y Federico decidió gastar en pasarla bien sin su familia.

Viendo lo que estaba pasando, Rosana pronto consiguió trabajo gracias a su buena amiga Yoli, amiga que Rosana había conocido pocos años atrás en un centro de actividades para niños. Su amiga la recomendó en la fábrica donde trabajaba como jefa de personal, ella pudo darle la posición de inspectora de calidad en el turno matutino, con muy buen sueldo, el cual le permitía solventar los gastos de la casa. Era el trabajo ideal para Rosana, tenía un buen horario que le permitía recoger a las niñas de la escuela.

La situación en la casa iba de mal a peor, a Federico no le interesaba en absoluto el bienestar de su familia, eso iba a tener consecuencias muy pronto. Federico había hecho un abismo entre él y su esposa.

Rosana optó por ignorar a su marido, también lo apartó de su vida, dormían en habitaciones separadas. Él reaccionó muy convenientemente, puesto que podía disfrutar de la casa como si fuera un hotel gratis. Llegaba a bañarse, cambiarse de ropa y muchas veces no regresaba a dormir, se veía muy confiado y contento con su buena suerte. Lo que Federico no sabía, o no le importaba, era que, con su actitud, poco a poco iba a perder a su familia, y eso significaba ya no tener nada. A ella ya no le preocupaba lo que él hiciera, lo único que sí le molestaba era que no pagara nada por seguir allí. Rosana comenzó a ahorrar lo más que pudo, pronto su presupuesto le permitió consultar a un abogado y plantearle su situación; Rosana quería divorciarse. Cuando estuvo lista, ya con el dinero, fue de inmediato con el abogado, este le dijo que no sería complicado porque no tenían bienes que pelear, además, a Federico no le interesaba la custodia de las niñas, ni siquiera una razonable custodia compartida, no quería esa responsabilidad y por ello no hubo ninguna dificultad.

Rosana consiguió por vía legal que él se saliera de la casa en lo que duraba la demanda de divorcio, pero sí hubo un intercambio entre ellos: él le dejaría la casa que, por cierto, Rosana daba los pagos, y a cambio él no daría pensión por las niñas. Ella consideraba que su paz valía eso y mucho más. Rosana ya había conocido el infierno con su esposo, y además, no pudo evitar oír críticas y comentarios insidiosos de algunas personas que la mortificaban con comentarios como: «Debías haberte divorciado desde el principio», «¿Por qué lo aguantaste tanto, no pensaste en las niñas?», «Ya no son una familia». Además, Rosana recibía toda clase de consejos acerca del perdón, ella suponía que era muy fácil decirle a alguien que perdone cuando no se es quien está lastimado; esa gente juzgaba sin saber por todo lo que Rosana tuvo que pasar antes del divorcio.

Federico se convirtió en su peor enemigo, quería hacerse la víctima para apaciguar su conciencia, no perdía ninguna oportunidad para hablar mal de ella con gente que conocía, pero nadie lo secundaba, fue muy obvio su mal comportamiento con su familia, muchas de esas personas lo llegaron a ver en el cine y restaurantes con la novia de turno. A esas amistades les constaba que Rosana hacía todo por sus niñas, que vivían con dignidad gracias a que ella se había hecho cargo de la situación. También tuvo mucho apoyo moral de sus amigas más cercanas, principalmente de Elena, su querida hermana.

Federico la odiaba porque nunca la pudo amedrentar, ni siquiera en la última audiencia de la corte, luego de firmar ambos los papeles de divorcio. Al salir del lugar, Rosana iba caminando hacia su carro, y el ahora exmarido la alcanzó solo para decirle: «No creas que estoy conforme, voy a estar feliz cuando te vea destruida y en el suelo». Ella ni lo volteó a ver, siempre mantuvo su cabeza en alto. Lo que sí logró él fue seguir atormentándola en sus pesadillas, su sombra la persiguió como un fantasma maligno por un largo tiempo.

 

Capítulo 4

El proceso de divorcio tomó un año para que se llevara a cabo, en ese lapso Rodrigo viajaba con frecuencia a la ciudad donde ella vivía solo para verla, aunque fuera de lejos. A Rodrigo le dolía ver su tristeza y no poder hacer nada; ni siquiera se atrevía a acercarse, no quería ser un problema más para ella y, por ello, Rodrigo decidió que le daría tiempo; después de todo, ya había esperado muchos años, un par de meses más no hacían la diferencia. Llegó a verla andando con sus dos preciosas niñas, él pensaba que deberían haber sido suyas, él nunca la acosó ni le rogó.

Rodrigo había esperado toda su vida a que ella enviudara o se divorciara, lo que viniera primero. Él nunca se casó y, al saber que ella era libre de nuevo, la emoción no le cabía en el pecho, la espera no había sido en vano, era cosa de tiempo el reencuentro tan ansiado. Por lo pronto solo le enviaba mensajes sutiles por medio de los hermanos de ambos. En una ocasión le envió una hermosa ave del paraíso, la flor preferida de Rosana, el detalle venía sin tarjeta, pero ella supo quién se la enviaba, puesto que Rodrigo era el único que sabía que esa era su flor favorita, además de que en el pasado él solía tener el mismo detalle con ella.

Durante esa temporada, Rosana tuvo un sueño extraño, veía las siluetas de una pareja tomados de las manos caminando por la orilla del mar, la silueta femenina era la de ella, pero la del hombre alto que la acompañaba no lograba distinguirla; en el mismo sueño, de forma imprevista, comenzaba a llover muy fuerte. El mar, que en un principio se veía azul y tranquilo, se tornaba embravecido con olas muy grandes, todo se volvía oscuro y apenas podía atisbar a la pareja tratando de huir del lugar cuando, de pronto, una ola gigantesca envolvía el cuerpo del hombre; ella trataba con todas sus fuerzas de no soltar su mano, pero la furiosa ola se lo arrebataba. Luego ella ve su propio cuerpo empapado y temblando de frío bajo la lluvia, se queda parada a la orilla del mar esperando muy angustiada que las olas lo devuelvan, cuando de pronto, estas finalmente lo arrojan a la playa; aquel hombre queda bocabajo en la arena, aparece sin vida en el sueño. Ella corre desesperada hacia él y trata de voltear su cara y ver quién es, pero no puede, porque en ese momento se despierta. Esa visión no se repite, así que en unas semanas la olvida.

El destino tiene otras intenciones adversas a los planes de Rodrigo, en ese lapso, él enferma de gravedad, esto sucede por una enfermedad cardiaca que no había sido detectada a tiempo, le quedan pocos días de vida, su final está cerca y él lo sabe. La mamá y la hermana de él tratan de localizar a Rosana porque él quiere verla y despedirse de ella antes de fallecer. La madre y hermana de Rodrigo viajan a la ciudad donde ella vive para decirle que es urgente que regrese con ellas para que pueda alcanzar todavía con vida a Rodrigo, pero no pudieron localizarla debido a que ella salía temprano a su trabajo y regresaba tarde a su casa, así que tuvieron que regresarse sin ella. Días después, cuando por fin la encontraron, él ya había expirado, le fueron entregadas dos cartas que le escribió en su lecho de muerte.

Las cartas que le escribió no eran cartas de reproche por un amor no correspondido, ni siquiera pretendió que fueran románticas, solo quiso que quedara impreso su sentir en esos momentos en que la vida se le escapaba. Una de las cartas decía:

«Mi cielo, quiero que sepas que todo lo tenía bien planeado, casi estaba cerca de ti, era cosa de unos cuantos días para que escucharas lo que tenía que decirte, sé que no hubieras podido rechazarme. Tú has sido el amor de mi vida y sé que tú también me quisiste desde que éramos niños. Tú has estado en mi corazón, nunca hubo nadie antes ni después. Quiero que sepas que este amor ha sido mi razón de existir y lo que le dio sentido a mi vida. Hasta en estos, mis últimos instantes, estoy pensando en ti, deseo verte, sentirte junto a mí, oír tu voz, acariciar tu bello rostro, besar tus manos…; deseo que esto sea real y no esté solo en mi mente.

Fui el único culpable de nuestra separación, también por no haber insistido más, no hubiera sido difícil persuadirte a seguir juntos, pues tú me querías, lamento tanto no haberte buscado. Yo te seguiré esperando, y cuando llegue la hora en que te vayas de este mundo, no tengas miedo, porque yo estaré allí, entre el umbral de la vida y la muerte, esperándote, tomaré tu mano y caminaremos juntos hacia la eternidad, es una promesa».

La otra carta era muy parecida, repetía cuánto la amaba, su desesperación porque el tiempo se le acababa y ella no aparecía. La carta terminaba con estas líneas:

«Gracias a ti conocí el amor verdadero, mi mayor anhelo en estos momentos es que estés justo frente a mí. ¿Dónde estás? ¿Por qué no te encuentran? Tengo miedo a cerrar mis ojos, están cansados de tanto esperar y no verte». Justo como Rodrigo temía sucedió, él cerró sus ojos sin volver a verla. Se llevó con él todos sus deseos y sus sueños de ser feliz con ella.

Rosana leyó a solas las cartas, pronto vino a su memoria aquel extraño sueño que había tenido antes que este percance pasara. Rosana recordó la visión cuando la enorme ola arrojó casi a sus pies el cuerpo inerte de aquel hombre del cual ella nunca logró ver su cara; Rosana comprendió quien era él, era Rodrigo, también consiguió interpretar la premonición: no iba a alcanzar a verlo por última vez con vida ni a estar cerca cuando muriese. Lloró en silencio, sintió tristeza y nostalgia al recordar tiempos pasados en que estuvieron juntos, fueron tantos años donde ambos fueron tan felices. Ella guardó las cartas junto con el ave del paraíso, la última flor que le regaló. Rosana la conservó siempre.

Tiempo después de aquella tragedia, Rosana tiene un camino enfrente muy intrincado que debe seguir despejando ella sola, no es fácil, no tiene a nadie que le ayude. Además, hay dos niñas todavía pequeñas que dependen totalmente de ella. Aparenta que es fuerte, pero por dentro está aterrada, eso solo ella lo sabe y le pide a Dios que no le suelte de su mano. Lo bueno es que Rosana tiene amigas con las que pasa ratos muy agradables y, en sus tiempos libres, se reúne con ellas y sus hijos, pues sus niños son de edades similares. Rosana cree verdaderamente en la amistad y también sabe ser una buena amiga y, afortunadamente, se forma un grupo de amigas entrañables. Es un enigma ver cómo se asocian las personas por diversas circunstancias, y aunque estas tengan diferentes personalidades, surge una empatía que consolida una amistad verdadera.

Capítulo 5

Sylvia, la amiga de Rosana, trabaja en un centro infantil y necesitaba un favor, por ello decide llamar por teléfono a Rosana para ver si la puede ayudar:

—Rosana, necesitamos con urgencia ayuda en el turno vespertino, nos hace falta personal; si pudieras venir a ayudarnos, solo por unos días, te lo agradecería mucho.

—Por supuesto, Sylvia, te ayudaré. Iré mañana en cuanto pueda.

Al otro día acudió después de salir de su trabajo a dicho centro. La directora del lugar la estuvo observando para ver cómo se desenvolvía con los niños y, con mucha facilidad y rapidez, Rosana se había ganado a los niños, estos estaban encantados con ella. Al finalizar los días acordados, la directora llama a Rosana a su oficina: