No seas escaso

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No seas escaso
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© Rosalío Menchaca

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1386-261-3

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

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Al Dios del cielo. Lo primero será tuyo, siempre.

Reconocimientos

Existen muchas personas con las cuales me siento agradecido. A lo largo de la vida, he tenido el privilegio de compartir experiencias con miles de hombres y mujeres, de distintas edades y trasfondos, que, de alguna manera, han dejado una valiosa enseñanza en mi corazón. Mencionarlos a todos sería imposible, sin embargo, hay un grupo de personas a las que considero especiales y me gustaría reconocer abiertamente. Ellos me apoyaron en el secreto, y ahora merecen ser honrados de manera pública.

Agradezco, primeramente, a mi padre, Rosalío Menchaca Trejo, cuyo nombre porto con orgullo. En un mundo en crisis, cada vez es más difícil encontrar varones cuya vida sea digna de imitar. Usted, sin lugar a dudas, es uno de ellos. Papá, siempre le estaré agradecido. Con su ejemplo de vida, me enseñó el significado de lo que es ser un esposo fiel, un padre responsable, un hermano cercano, un hijo de honra y un amigo sincero. Aquellos que tenemos el privilegio de conocerlo íntimamente, sabemos del inmenso valor que usted tiene. Su calidad humana, su honradez, su carisma, hacen de su vida un legado indeleble. Los años de esfuerzo y sacrificio por pagar mi educación no fueron en vano. Gracias por morir a sus sueños para que los míos pudieran vivir. Usted es, y siempre será, el hombre más importante de mi vida.

De igual forma, agradezco a mi querida madre, Ma. Francisca Bañuelos Zesati, quien constituye, indudablemente, el más claro ejemplo de la mentalidad y la pasión por el progreso. Mamá, usted siempre luchó para que nosotros tuviéramos las mejores condiciones de vida. Abrió camino donde no lo había, rompió con las barreras que evitaban nuestro crecimiento y nos colocó en el ambiente propicio para nuestro desarrollo. Gracias a su influencia, la historia de nuestra familia cambió para siempre. No sabe cuán agradecido estoy con usted, por todo el cariño, la atención, el amor y el cuidado depositado en mi vida. Lo que hoy tengo y lo que soy se lo debo, en gran parte, a usted. La admiro profundamente.

Quiero agradecer también, a tres mujeres excepcionales, de las cuales tengo el privilegio de ser consanguíneo: Mirena, María y Fátima. Tenerles a mi lado, durante todos estos años, ha hecho de mi vida un sendero mucho más sencillo de recorrer. No hay palabras para agradecerles todo lo que han hecho por mí. Sus palabras de aliento en el momento oportuno, su apoyo incondicional y su incansable espíritu de servicio han sido un bálsamo para mi corazón. Con ustedes entendí, que no hay amistad más sincera que la de un hermano. ¡Gracias por todas y cada una de las veces que se pararon a la brecha para levantar mis manos!

Prefacio

Nuestra generación sufre en silencio. Los habitantes de la Tierra se encuentran frustrados por no encontrar una solución real ante los problemas económicos que experimentan día con día. Hombres y mujeres, por igual, a diario se plantean la misma serie de interrogantes en su cabeza con respecto a sus finanzas:

Si trabajo duro, ¿por qué me encuentro atrapado constantemente en los mismos ciclos de escasez?

¿Por qué mientras otros tienen de sobra, yo lucho siempre para conseguir apenas lo suficiente?

¿Cómo puedo satisfacer mis necesidades básicas?

¿Qué puedo hacer para sacar adelante a mi familia?

¿Cómo puedo vivir libre del estrés generado por las deudas y los préstamos?

¿Están los recursos reservados únicamente para un grupo de personas?

¿Existe alguna solución permanente para la pobreza?

¿Por qué los gobiernos no la han implementado todavía?

¿Puede alguien que nació en la ruina alcanzar el éxito?

Dichos cuestionamientos están presentes en la vida del padre de familia, que tiene la responsabilidad de proveer lo necesario para sostener su hogar; en la mente del joven universitario, que ve en la educación el único camino para sacar de la miseria a su familia; en el subconsciente del menor, que duerme lleno de incertidumbre, sin saber si el día de mañana contará con lo suficiente para alimentar a sus hermanos que duermen recostados en la vía pública; en la pareja de recién casados, que lucha continuamente por llegar a fin del mes; y en el corazón de los líderes gubernamentales, que contemplan cómo la ruina produce estragos en cada uno de los estratos sociales que conforman su nación.

Cada una de estas preguntas deja al descubierto el anhelo que existe en el corazón de los individuos por el progreso. No importa la cultura donde se formó, el color de su piel o su lugar de procedencia, a fin de cuentas, todos somos iguales. Todos los hombres compartimos el mismo deseo por disfrutar de una vida de calidad. Nadie quiere experimentar la pobreza, porque esta trae siempre consigo vergüenza, humillación y esclavitud. Tal vez, esta sea la razón principal por la que procuramos siempre tener la cantidad suficiente de recursos económicos para vivir, porque el dinero representa una fuente de poder para controlar las circunstancias que se presentan a nuestro alrededor. La pregunta es, ¿qué sucede cuando los recursos desaparecen? La estabilidad se pierde, la seguridad se esfuma, nos volvemos vulnerables y ahora el temor y la ansiedad pasan a ser nuestros acompañantes durante el resto de la vida. Tal vez, usted tomó este libro entre sus manos, porque este es, precisamente, el reflejo de su condición actual. Usted se encuentra estancado, en medio del fracaso, y está en busca de una salida. No se equivocó de título.

Este escrito emerge como una solución para todos aquellos que están siendo víctimas de la insuficiencia. Es la respuesta a las miles de preguntas que a diario nos hacemos sobre cómo administrar, multiplicar e incrementar nuestros recursos. Es una guía que le permitirá entender el porqué de su situación presente, lo confrontará con su mentalidad actual, y le brindará los principios, enseñanzas y pasos prácticos para combatir la pobreza no solamente a nivel personal, sino de manera colectiva, impulsándolo a alcanzar el próximo nivel en su economía. En sus manos está el poder para cambiar su historia, la historia de su familia, la historia de su pueblo, la historia de su nación. ¡No lo desaproveche! Acompáñeme en este viaje rumbo a la libertad financiera.

Introducción

La pobreza se ha propagado a lo largo y ancho del orbe, de la misma forma que lo hace una epidemia, afectando la calidad de vida de millones de personas en el mundo. Sin importar el lugar geográfico donde usted se encuentre ahora mismo, puedo asegurarle que, si es observador y mira a las personas a su alrededor, seguramente encontrará a alguien que carece de los recursos esenciales necesarios para vivir. De acuerdo con el último de reporte emitido por la Organización de las Naciones Unidas, se estima que unos 780 millones de personas viven por debajo del umbral de pobreza internacional, con 1,90 dólares diarios. Además, se sabe que únicamente el 45 por ciento de la población mundial está amparada por un sistema de protección social, con al menos una prestación en efectivo1. Dichas cifras dejan entrever la realidad que experimentan diariamente millones de personas en este planeta. Los números son fríos, pero nos persuaden de las condiciones del entorno en el que nos desenvolvemos.

Personalmente, he sido testigo de cómo esta problemática ha impactado negativamente en la vida de seres queridos, familiares y amigos. Permítame contarle mi experiencia. A los veinte años tuve el privilegio de asumir, por primera vez, una posición de liderazgo al frente de una comunidad. Debido a que mi labor demandaba estar constantemente trabajando con personas, muchos de ellos abrían su corazón para contarme de las fuertes necesidades financieras por estaban atravesando, y, junto con sus familias, acudían a mí en busca de consejo. Sentarme a escuchar los problemas más frecuentes con los que la gente lidiaba me hizo entender dos verdades: primero, que erradicar la pobreza es uno de los mayores desafíos que enfrenta el liderazgo actual, y segundo, que, si los líderes no hacemos algo al respecto, veremos un creciente número de personas comenzar a involucrarse en prácticas ilícitas, pues, ante la necesidad, mucha gente es tentada a comprometer sus principios. Entendí que, como guía, mi responsabilidad era promover una solución para todos aquellos que se encontraban bajo mi mentoría, pues, de otra manera, ponía su futuro en riesgo. Un problema no tratado a tiempo, siempre trae consigo consecuencias fatales.

 

Por ejemplo, ¿sabía usted que tres de cada diez matrimonios terminan en una separación a raíz de un problema de dinero? El crecimiento en el número de divorcios que estamos experimentado se debe, en gran parte, a los problemas monetarios en el hogar. Además, la pobreza es una de las causas principales por la que miles de jóvenes ven truncado su proceso educativo a temprana edad. ¿Se imagina cuántos talentos quedarán sepultados en esta generación debido a la falta de solvencia económica en el hogar? ¿Qué sucederá con las mentes brillantes que no cuentan con el respaldo económico suficiente para impulsar sus ideas? Muchos de ellos jamás llegarán a ser conocidos. ¡Nos perderemos grandes avances científicos y tecnológicos, simple y sencillamente, por no contar con la liquidez para financiar dichos proyectos! Esta problemática conduce a los niños, jóvenes y adultos a la pérdida de su dignidad humana. En su afán por salir de la ruina, cada día más jóvenes ven en el narcotráfico la única vía para lograr un avance significativo en sus vidas. La misma mentalidad se encuentra arraigada en el subconsciente de muchas mujeres que, desesperadas por la apremiante situación que experimentan en sus hogares, terminan huyendo de casa en busca de un mejor horizonte, ofreciendo su cuerpo al mejor postor, a cambio de una recompensa monetaria, que las lleva a involucrarse, a la postre, en relaciones con varones a los que en realidad no aman. Y la lista sigue. Después de analizar los expedientes elaborados por los sistemas penitenciarios a nivel internacional, se llegó a la conclusión de que, cerca del 80 por ciento de las personas que se encuentran en prisión, llegaron a ese lugar por problemas relacionados con el dinero. ¿No me cree? Solo eche un vistazo a la gran cantidad de latinos y centroamericanos que, cada año, parten de su lugar de origen, rumbo a los Estados Unidos, en busca del sueño americano. Miles de migrantes abandonan a sus esposas e hijos, con la esperanza de encontrar un futuro más prometedor en tierras norteamericanas, sin saber si tendrán la posibilidad de volver a ver, algún día, a sus seres queridos.

Al ver todas estas cifras, y las situaciones por las que mi gente atravesaba, comprendí que la pobreza es una cuestión seria; que, para muchos, es un asunto de vida o muerte, un mal que destruye familias, entierra talentos, trunca destinos y asesina sueños. ¿Qué podía hacer yo ante tal situación? Evidentemente, no podía permanecer con los brazos cruzados, viendo a mi pueblo permanecer en la misma condición. Así que, en busca de una solución, indagué. Me senté y comencé a buscar. Leí, pregunté y experimente. En el camino, recopilé mucha información, una ventajosa, otra no tanto. La examiné toda, deseché lo que no era provechoso y retuve solamente lo bueno. Practiqué y puse por obra los principios adquiridos para ver si las leyes estipuladas producían un efecto positivo en mi vida, y así fue. Los apliqué y me di cuenta de que era cierto: funcionaban. Por lo tanto, escribí y plasmé en unas cuantas líneas, el antídoto que tanta gente busca hoy: la cura para la pobreza. Yo suelo decir que el amor siempre piensa en términos de dar y, porque lo amo, me gustaría compartir con usted los principios que a mí me resultaron beneficiosos. Espero que dicho conocimiento transforme su vida de la misma manera en que cambió la mía. El material es todo suyo, ¡adelante!

Capítulo I: El camino a la miseria

«No es pobre aquel que no tiene, sino aquel que no produce»

La historia de Gail es, probablemente, uno de los relatos más inspiradores que alguien puede escuchar a lo largo de la vida. Esta mujer, que nació en una solitaria granja de Kosciusko, Mississippi, experimentó a temprana edad una de las peores tragedias por las que un infante puede atravesar: la separación de sus padres. Debido a la ruptura en el seno familiar, la pequeña se vio forzada a permanecer bajo el cuidado de su abuela en una zona rural, donde, según describe, vivían en condiciones de extrema pobreza, al grado que la niña se veía forzada a vestir prendas fabricadas con sacos de papas. En vista a las condiciones precarias en las que se desenvolvía, la menor fue enviada a Milwaukee, a la edad de seis años, para vivir junto a su madre. Lo que ella no sabía era que, en ese lugar, el destino le tenía reservado uno de los traumas más horrorosos que marcarían su existencia por el resto de sus días: el abuso sexual por parte de sus familiares más allegados. En una entrevista que concedió en un show televiso, a mediados de la década de los ochenta, la mujer relató cómo fue que vivió esta experiencia: «Fui violada a los nueve años por un primo, luego otra vez por otro miembro de la familia y otro miembro de la familia». A raíz de dichas violaciones, la mujer terminó embarazada siendo una adolescente de apenas catorce años, sin embargo, debido a algunas complicaciones, el bebé prematuro que dio a luz, desafortunadamente, no logró sobrevivir. De acuerdo con la propia dama, este fue uno de los momentos más dolorosos por los que atravesó, mismo que a la postre serviría como una motivación para desarrollar el carácter tenaz que ahora la caracteriza. «Mi padre me salvó la vida»2, menciona en una de sus tantos escritos. De no haber sido por la intervención de su progenitor, el destino de la mujer pudo haber terminado de manera trágica. Sin embargo, gracias a la influencia, la disciplina y la orientación que este hombre le brindó mientras estuvo bajo su tutela, Gail se convirtió en una destacada estudiante, desarrollando las virtudes propias de un comunicador a través de los clubes de teatro, debate y consejo estudiantil, que la llevaron a formar parte del cuadro de honor y a ser elegida como la estudiante más popular de Nashville High School. A los diecinueve años, consiguió trabajo como locutora en una cadena de televisión local, lo cual serviría como un trampolín que le abriría, años más tarde, las puertas de los medios de comunicación en la nación, convirtiéndose en la presentadora del programa People Are Talking. Desde ese momento, su carrera en el mundo del entretenimiento comenzó a ir en ascenso y pronto alcanzó el estrellato, pues no tardó en recibir una atractiva propuesta de una de las principales cadenas, en Chicago, para conducir su propio programa televisivo, el cual bautizó con su nombre: The Oprah Winfrey Show. Gracias a su talento y carisma, y a la buena aceptación por parte del público, el programa comenzó a ser transmitido en ciento veinte canales, alcanzando una audiencia cercana a los diez millones de personas. Para el final del primer año, la emisión televisiva consiguió recaudar ciento veinticinco millones de dólares, treinta de los cuales constituyeron el sueldo de la aclamada conductora. Fue así que, en el 2003, Oprah Gail Winfrey se convirtió en la primera mujer afroamericana en ingresar en la lista de billonarios, publicada por la revista Forbes. Además de su nominación al Óscar, por su participación en más de treinta rodajes cinematográficos, entre los que destaca El color púrpura, Winfrey fue honrada, durante el mandato de Barack Obama, con la Medalla Presidencial de la Libertad, premio que es considerado como la más alta condecoración a la que un civil puede tener acceso en los Estados Unidos. Esta mujer logró dejar atrás las secuelas de los abusos y la escasez, para convertirse en la mujer más poderosa e influyente del mundo. En la actualidad, Oprah preside varias organizaciones de caridad alrededor del mundo, cuyo objetivo es velar por los derechos de la mujer, combatir la pobreza, el acoso y la falta de recursos en la educación, lo que la ha convertido, indudablemente, en una fuente de inspiración para miles de individuos en el mundo entero. Sus acciones la han posicionado como uno de los iconos más destacados de la historia contemporánea, tanto en el mundo de los espectáculos como en la esfera política y financiera.

La historia de Oprah no deja de impresionarme. Estoy casi seguro de que las personas que vieron crecer a aquella niña jamás imaginaron que la pequeña llegaría a convertirse en una de las mujeres más influyentes de su generación. Su relato es confortador, porque nos permite ver que, sin importar el trasfondo cultural del que vengamos, el color de nuestra piel o los traumas y experiencias aterradores del pasado, si empleamos los principios correctos, llegaremos a romper con las limitaciones de nuestra vida. Esta mujer no solamente superó la carencia, sino que, además, se convirtió en una libertadora para que todos aquellos que se encuentran en la misma condición que algún día atravesó tengan acceso a una vida distinta. Ese es el diseño de Dios para nosotros: bendecirnos a fin de que podamos ser un canal de ayuda para todas las familias sobre la faz de la tierra.

Sé que, al igual que yo, usted se pregunta: ¿Cuál fue el secreto empleado por esta mujer para transitar de la pobreza a la abundancia? ¿Cómo superó una infancia tan traumática? ¿Cómo es que, contra todo pronóstico, pudo cambiar la historia de ruina que operó en su familia? Más adelante, abordaremos dichos principios, pero antes, es necesario que identifiquemos las causas y la raíz de la pobreza, a fin de que conozcamos los factores que originan dicho mal.

La falta de productividad

De manera general, existe una gran confusión respecto al verdadero significado del término «pobreza». A la mayoría de nosotros nos ha sido enseñado que la pobreza es la condición en la que se encuentran aquellos que no tienen lo necesario para vivir dignamente, que son humildes o desdichados3. Por otra parte, existen aquellos que sostienen que la pobreza se relaciona con la escasez o carencia de recursos en la vida. Sin embargo, creo que ninguna de estas definiciones expone verdaderamente el concepto de pobreza. Personalmente, creo que el origen de la pobreza no es la carencia de recursos, sino la falta de productividad. En otras palabras, no es pobre aquel que no tiene nada, sino aquel que no produce.4

Meditando en algunos fragmentos de las Escrituras, encontré que una de las grandes expectativas que Dios tiene respecto a su creación es la producción. En el libro de los comienzos, podemos ver que el primer comando que el Creador pronunció sobre la creación fue que esta produjera. Moisés escribió:

«Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así. Produjo, pues, la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su género. Y vio Dios que era bueno» (Génesis 1:11-12, RVR 1960).

«Dijo Dios: Produzcan las aguas seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra, en la abierta expansión de los cielos» (Génesis 1:20, RVR 1960).

«Luego dijo Dios: Produzca la tierra seres vivientes según su género, bestias y serpientes y animales de la tierra según su especie. Y fue así. E hizo Dios animales de la tierra según su género, y ganado según su género, y todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie. Y vio Dios que era bueno» (Génesis 1:24-25, RVR 1960).

Dios ama la productividad. Es bueno que la tierra produzca, es bueno que el agua produzca y, por supuesto, es bueno que nosotros, los hijos de Dios, hagamos lo mismo y produzcamos. Esta misma verdad aparece algunos versículos más adelante, en las palabras que fueron pronunciadas por el Señor sobre los primeros habitantes del planeta.

«Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra» (Génesis 1:26-28, RVR 1960).

Todo lo creado por Dios tiene la capacidad para producir y nosotros no somos la excepción. Cuando Él bendijo al varón y a la hembra para que fructificaran no solamente les dio la capacidad para que fueran fértiles y reprodujeran su simiente, sino que, además, los capacitó física, emocional y espiritualmente para que tuvieran una vida provechosa. Al declarar palabras de bien sobre los primeros especímenes del género humano, el Creador, en realidad, estaba hablando proféticamente a los millones de habitantes que vendríamos después de ellos a poblar este mundo.

Podemos inferir entonces que a cada uno de nosotros nos ha sido dada la encomienda de fructificar, de producir algo de provecho con nuestra vida que pueda beneficiar el entorno en el que nos desarrollamos y a las generaciones que nos relevarán en los próximos años. Por tanto, si queremos superar la carencia, el primer principio que debemos considerar es la productividad. ¿Cómo es que podemos convertirnos en personas fructíferas y productivas? A través de una buena administración del tiempo.

 

La administración del tiempo

Si lee detenidamente las enseñanzas que los discípulos recopilaron durante los tres años y medio que caminaron junto al Maestro, se dará cuenta de que, en gran parte de los evangelios, Jesús enseñó más acerca la administración que de cualquier otro tema. ¿Por qué razón? Debido a que Él busca que cumplamos el propósito de nuestra existencia, y nos convirtamos en personas productivas.

En el libro de Mateo, encontramos una historia muy sustanciosa referente a este principio. Dicho relato está relacionado, precisamente, con la productividad y la pereza, y se conoce coloquialmente como la parábola de los talentos. Echemos un vistazo para comprender y analizar detalladamente lo que escribió el recaudador de impuestos que caminaba siguiendo los pasos de su Maestro:

«Porque el reino de los cielos es como un hombre que, yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes» (Mateo 25:14, RVR 1960).

Este primer hombre que aparece en la historia relatada por Jesús hace referencia al Dios del cielo. Él depositó los recursos en manos de sus siervos, esto es, en cada uno de los hombres y mujeres que residen en el orbe, para después apartarse de ellos, temporalmente. El relato continúa diciendo:

«A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos» (Mateo 25:15, RVR 1960).

¿Cuál es este talento del que se está hablando? Indudablemente, el escritor está haciendo referencia al tiempo. En más de una ocasión, escuché hablar a muchos líderes acerca de esta parábola y conectarla con la administración del dinero, incluso yo mismo llegué a interpretarla de dicha manera, y a compartirla, en más de una ocasión, bajo esa perspectiva; hasta que, una tarde que me encontraba meditando sobre lo que Jesús estaba tratando de comunicar a sus discípulos, entendí que a cada uno de nosotros se nos había repartido una cantidad de tiempo diferente, un número de talentos distinto, para que produzcamos mientras estamos en la Tierra.

Seguramente, en alguna ocasión, usted habrá escuchado que el promedio de vida que el ser humano disfrutará en esta dimensión alcanza solamente los setenta años. De acuerdo con las Escrituras, si usted es afortunado, tendrá el privilegio de vivir todavía una década más, pues así lo establece el Salmista en unos de sus libros.

«Setenta son los años que vivimos; los más fuertes llegan hasta ochenta; pero el orgullo de vivir tanto solo trae molestias y trabajo. ¡Los años pronto pasan, lo mismo que nosotros!» (Salmos 90:10, DHH).

Recientemente, se realizó una encuesta para conocer cómo distribuye el tiempo durante su vida una persona promedio, y los resultados arrojaron que, de esos setenta años, el sujeto gastará, aproximadamente, veinticinco años durmiendo. Esto equivale a decir que más de la tercera parte de su vida usted se encontrará descansando, en un estado de total improductividad, y eso sí corre con la dicha de alcanzar las siete décadas, pues, de otra manera, el tiempo del que dispone se reduce considerablemente. La pregunta es: ¿Qué hará con los dos tercios de vida que le restan? ¿En qué piensa invertir los años que le quedan por delante? ¿Cómo usará el tiempo con el que cuenta? Recuerde que los años pronto pasan, ¡lo mismo que nosotros!

Prosigamos entonces analizando la manera en la que los siervos invirtieron los talentos que les fueron confiados. En los versos 16 y 17 encontramos lo siguiente:

«Y el que había recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos. Asimismo, el que había recibido dos, ganó también otros dos» (Mateo 25:16-17, RVR 1960).

Tanto el personaje que recibió cinco talentos como el que tomó dos, cumplieron la expectativa que el Señor tenía respecto a su función. Ambos usaron los recursos que tenían a su disposición, su tiempo, para negociar y producir ganancias. Invirtieron correctamente su talento y, como consecuencia, duplicaron la cantidad de bienes con la que contaban al principio.

Consideré importante hacer una pausa aquí, para reflexionar en una verdad: la condición financiera que tenemos al día de hoy es el resultado de aquello en lo que hemos gastado, o invertido, nuestro tiempo. Si usted ha pasado los últimos años de su vida invirtiendo en su crecimiento personal, a través de un programa educativo, asistiendo a la universidad, frecuentando seminarios, conferencias, cumbres o talleres de desarrollo, si ha nutrido su mente de libros que le permitan alcanzar el éxito en la vida, si ha establecido relaciones claves con las personas correctas, seguramente cosechará logros importantes de las inversiones que ha estado realizando durante el último tiempo. En la vida cada uno cosecha lo que siembra (vea Gálatas 6:7). Si es un hombre o una mujer que se ha esforzado por trabajar duro, si se ha mantenido fiel a su empleo o trabajo, si ha trabajado arduamente para que su negocio florezca, tarde o temprano, la vida le retribuirá el esfuerzo que usted ha entregado, y lo que sembró en tiempo, lo cosechará con dividendos monetarios.

Es primordial entonces, que aprendamos a ser buenos administradores del tiempo del que disponemos, a fin de invertirnos en aquello que nos resultará en los mejores resultados. Al fin y al cabo, lo que en verdad importa no es la cantidad de tiempo del que disponemos, sino la manera en que lo invertimos. El más claro ejemplo de este principio lo vemos aplicado, nuevamente, en la vida de Jesús de Nazaret. Sus días sobre la Tierra culminaron cuando Él tenía apenas treinta y tres años, sin embargo, supo invertirse tan bien en su trabajo, la carpintería; su negocio, el reino de Dios; y su gente, familiares y discípulos, que tres décadas le resultaron suficientes para cambiar la vida de millones y millones de personas alrededor del mundo, produciendo un fruto eterno que, aun después de su muerte, permanece a través de las generaciones.

Retomando el pasaje que hemos utilizado, veamos ahora lo que sucedió con la persona que recibió un talento por parte de su Dueño:

«Pero el que había recibido uno fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor» (Mateo 25:18-30, RVR 1960).

Pausa. Note que, a diferencia de sus otros dos consiervos, este siervo no obtuvo ningún dividendo del talento que recibió, sino que, por el contrario, terminó escondiéndolo. ¿Qué fue lo que lo llevó a sepultarlo? La pereza y la holgazanería.

En términos prácticos, me gusta definir a un perezoso como alguien que no ha aprendido a administrar correctamente su tiempo. El holgazán menosprecia su vida involucrándose en actividades y ocupaciones que no le retribuyen en ningún beneficio personal. Una persona vaga no tiene reparo en pasar horas enteras recostado en el sofá, mirando el televisor, pero ¡cómo le cuesta invertir esa misma cantidad de tiempo en leer un libro que lo ayude a crecer! El haragán no es capaz de tomar una hora diaria de su tiempo para aprender un nuevo idioma, que ampliaría su abanico de oportunidades en la vida, pero sí está dispuesto a desperdiciar días enteros atrapado en su celular en busca de ocio y entretenimiento. No olvide que cada segundo de su vida es valioso para llegar a ser productivo. Si usted aprende a emplear eficazmente el tiempo que se le ha dado terminará por vencer las limitaciones en su vida.

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