La Sirena De Diamantes

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La Sirena De Diamantes
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Roberto Gil de Mares

La Sirena De Diamantes


Gil de Mares, Roberto

La Sirena de Diamantes

-6a ed.- Bogotá, Colombia:

Grafitecnia, 2013

192 p.; 15 x 23 cm.

ISBN 978-958-46-1596-1

1. Narrativa colombiana. 2. Novela. I. Título CDD Co863

Sexta edición:

© 2013 by Roberto Gil de Mares

Grafitecnia

Calle 140 No. 11 - 58, Local 22

Tel.: (51) 2590366

grafitecnia@gmail.com

ISBN Ebook: 978-84-686-4111-9

ISBN: 978-958-46-1596-1

Queda hecho el depósito que indica la ley 11.723

Todos los derechos están reservados.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,

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sin el previo permiso del autor, quien es responsable absoluto

de la totalidad de términos y contenido conceptual de esta publicación.

Impreso en Colombia.

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without the prior permission of the author

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of this publication.

Printed in Colombia.

“El almíbar más dulce

proviene de las partes más profundas

y amargas de la fruta”

Proverbio árabe.

Prólogo

Una noche de lluvia, un secuestro que se frustra y un diplomático sorprendido en actos lascivos a bordo de su automóvil son el comienzo del vertiginoso zapping que traza “La Sirena de Diamantes”.

Desde sus primeras líneas, la novela atrapa por lo tenso de sus situaciones, lo conciso de sus descripciones, lo polifónico de su narración y las sorpresas que van propinándonos sus capítulos y que nos hipnotizan para sumergirnos en una lectura que solo se interrumpe ante la palabra Fin.

En una época de códigos fracturados, Roberto Gil de Mares hace añicos las formas convencionales de narrar para dar cuenta de la sociedad en que vivimos. Así, mediante fragmentos breves pero de gran contundencia y nitidez, vamos viendo aparecer la mórbida densidad del mundo actual con sus tentáculos de vicio, corrupción e injusticia.

También, una triada de protagonistas: los villanos, delincuentes que unas veces habitan en los bajos fondos y otras, en las altas esferas del poder, pero que por sus fines se hallan en sólida y eterna alianza; las víctimas, gente decente como la hay en todos los estratos, pero a la que silencian a punta de plomo, hambre e injusticia y, finalmente, los testigos, que aun teniendo la manera de cambiar el mundo, se quedan en su refrigerador de soledad, parálisis y pérdida.

Es tan apasionante, propositiva, sugestiva y audaz “La Sirena de Diamantes”, que mueve a leerla una y otra vez. Roberto Gil de Mares hace ver fácil de hacer algo que le tomó años de ingeniería conceptual y que constituye una compleja arquitectura narrativa.

En efecto, su obra hace la tarea que impone el arte: la consecuencia del efecto. A uno le dan ganas de beber Martini con Mac III, de luchar por liberar a la pobre María Clara y de patear al testigo mudo que se pudre en la ventana. Pero, sobre todo, al final, uno queda con una sensación de espantosa asfixia.

Pasiones a un lado, las sugerencias no son menos fascinantes: ¿Es María Clara una alegoría de nuestra patria?, ¿Es éste personaje una actualización de la Antígona, de Sófocles? ¿O un Joseph K. en versión femenina? Quizás sea todo eso e incluso más.

Al felicitar a Roberto Gil de Mares y al celebrar la cuarta edición de esta magnífica novela, yo me aventuro a afirmar que “La Sirena de Diamantes” nos anticipa a todos, ciudadanas y ciudadanos del mundo que aun teniendo el poder para hacer parir un nuevo mundo, nos resignamos a pudrirnos en la soledad, la parálisis y la pérdida de ventanas como Facebook.

Jorge Aristizábal Gáfaro

Presentación

Roberto Gil de Mares nos presenta en esta novela un vistazo rápido a la manipulación de la justicia. Con lenguaje sencillo y convincente nos lleva al ambicioso mundo de la política y al de la avidez económica, escondida o camuflada en los más altos hábitos religiosos. Crea, entonces un escenario donde la víctima no deja de serlo y donde el abuso del poder es ejercido en nombre de lo peor del ser humano. Visión desesperanzada de una sociedad carcomida por el ansia de poder y de dinero.

Una vertiginosa serie de escenas mantiene en vilo nuestra atención. La tensión aumenta y nos cautiva hasta el final. En una particular interpretación de los diferentes íconos de la vida contemporánea, transmitidos por los medios de comunicación, se teje una trama donde políticos corruptos, clérigos libertinos, funcionarios venales y diplomáticos enredadores se unen para condenar a una joven, destruyendo su futuro.

Valiéndose de los recursos primigenios de los relatos policiales, el escritor colombiano trae una ficción que se lee sin esfuerzo y con placer.

Con una entrada realmente seductora, este libro plantea desde el principio un drama que, en un juego de tiempos sin complicaciones, mantiene una tensión no sólo entre las luces y las sombras de los personajes sino entre la moral y la política, los intereses del estado y los deberes de la justicia. La historia está bien escrita, tiene los ingredientes de las buenas fórmulas y logra sin duda cautivar al lector que busca hasta el final descubrir el nexo último que da sentido a la trama.

Jaime Echeverri Jaramillo

Capítulo 1

CONMOCIÓN

Las luces de las dos camionetas estacionadas en las esquinas se apagaron casi al mismo tiempo. En el Mercedes parqueado sobre mi acera no hubo ningún movimiento. Ayudaba el fuerte aguacero que caía y la oscuridad de la noche.

Al sospechar algo extraño, marqué de inmediato el número de la estación de policía más cercana.

—Otra persona ya nos avisó. La patrulla debe estar por llegar.

En efecto, unas luces rojas y azules indicaron su proximidad. Al notarlas, los de las esquinas escaparon en silencio. Sin importar la lluvia, descendí curioso a la puerta y me acerqué. La poderosa linterna de uno de los policías alumbró el interior del vehículo y entre las sombras, a través de movimientos afanados y nerviosos, pude ver a la hermosa muchacha que intentaba cubrir su cuerpo semidesnudo.

—¿Qué están haciendo? —les gritó un teniente.

—Nada —contestó inquieta una voz a través de la ventanilla.

—¿Nada? —preguntó incrédulo el oficial—. ¡Oigan a éste! A ver, rapidito, déjenme ver sus documentos.

Nunca creí encontrarla en semejante situación.

¿Qué necesidad tenía de exponerse de esa manera?

Le hubiera resultado más sencillo, pensé, invitar al hombre a su habitación y evitar así los riesgos y las consecuencias de todo aquel embrollo.

—¡Ustedes han cometido una falta sumamente grave! —exclamó furioso el teniente—. Deben acompañarnos a la comisaría.

A duras penas se les permitió vestirse.

A mí también me llevaron en otra patrulla por ser testigo de los hechos. Claro está, a partir de aquel momento, un sinnúmero de desconocidos comenzó a aparecer dando su propia versión de lo sucedido a pesar de no haber visto absolutamente nada.

Al llegar a la estación, me extrañó encontrar allí sólo a mi vecina. Se me dijo que el hombre, luego de probar su condición de diplomático, había recuperado su libertad después de protestar con energía por el tratamiento recibido.

Para colmo de males y sin imaginar siquiera a los divulgadores de la noticia, una buena cantidad de periodistas y fotógrafos comenzó a presentarse en el lugar, atraídos seguramente por la condición de los acusados.

Como si no tuviera ya suficientes problemas, la joven se quejaba también de la pérdida de una joya de enorme valor.

—A las diez de la mañana se llevará a cabo la diligencia preliminar —manifestó el encargado—. La mujer debe pasar la noche aquí.

—¡Lo que usted dice es ilegal y muy extraño! —exclamó sorprendido uno de los presentes—. Estas contravenciones a duras penas dan lugar a una multa y si acaso a una fuerte reprimenda.

—Así debe ser —respondió molesto el funcionario—, pues se trata de esclarecer algo que va más allá de un simple escándalo público.

Yo pude marcharme a casa, aunque la policía no paró de recordarme la obligación de mi asistencia y mi responsabilidad respecto a las denuncias. Debo reconocer de una vez mi interés especial por la muchacha. Existían razones. No obstante, sucede con frecuencia, a pesar de la preocupación que se tiene por ciertas personas o cosas, uno se acostumbra a verlas como mimetizadas en la realidad, sin advertir a toda hora su presencia, hasta cuando algo fuera de lo común ocurre y, entonces, el mundo se trastorna y enloquece.

BOSTON

—He regresado a casa —dijo el hombre a través del teléfono—.Necesito conversar contigo. Almorcemos a la una en Mazarino’s.

—Imposible. Tengo algo a esa hora.

—¡Cancélalo, por favor! Es urgente.

—Déjame chequear.

—Vamos, Steve. Te lo estoy pidiendo.

—De acuerdo. ¿Dijiste a la una?

—Sí. A la una. En Mazarino’s.

 

—Lo que tú digas… (Click).

El viaje había sido extenuante, no sólo por las seis horas de vuelo desde Bogotá y las casi cincuenta que llevaba sin dormir, sino por la cantidad de preocupaciones que lo atormentaba.

Al ser descubierto, casi estuvo a punto de aceptar su culpa. Pero imaginar el escándalo, le trajo a la memoria otros similares ocurridos en su país. Las consecuencias habían sido inmanejables y dramáticas. Al revivirlas, sintió pánico y decidió escapar.

Luego, sin duda, las explicaciones poco convincentes dadas al Embajador.

—¡Damn it! —exclamó molesto el funcionario—. Las razones no son claras. Aunque es extraña la presencia de las camionetas que mencionas, nadie aceptará alguna culpabilidad de la muchacha, mucho menos la prensa aquí ni en los Estados Unidos.

—Será mi palabra contra la de ella —recordó haberle contestado—. ¡Fuck it! Mi prestigio pesará.

En pocas horas también lo sucedido llegaría a los medios. Convenía enfrentarlos desde un lugar donde tuviera suficiente influencia. Boston era el adecuado.

Necesitaba, además, manejar lo ocurrido y tener bien preparadas las respuestas. Confiaba en la pronta desaparición de la noticia dentro del sinnúmero de acontecimientos generados diariamente en Colombia.

Para agregar a los problemas, María Clara. ¿Cuáles serían sus reacciones al verse acusada y abandonada?, se dijo. ¡Son of a gun! ¿Contará lo nuestro? ¿Me traicionará? Tendré que encontrar una fórmula para asegurar su silencio y lealtad.

Tampoco era el momento para generar problemas familiares, menos aun cuando se acercaban decisiones importantes en las cuales estaba comprometido su futuro político.

“Desde aquí podré controlarlo todo”, repitió docenas de veces Jean-Michel, tratando de recobrar la calma.

DE URGENCIA

El amanecer lluvioso y el frío punzante apabullaban los ánimos haciendo aún más pesimistas a los habitantes de Bogotá.

Seguido por varias motos y carros de escolta, el enorme vehículo blindado avanzó a gran velocidad por las todavía desiertas calles de la ciudad.

Con indiferencia dejó a un lado los periódicos.

La inseguridad aumentaba. Los atentados de la semana anterior permanecían frescos en la memoria. La guerra contra los carteles de la droga y la guerrilla no vislumbraba soluciones a corto plazo. El Estado era, sencilla y lamentablemente, incapaz de enfrentarlos.

Apenas una hora antes, lo habían citado a una reunión urgente en el Ministerio de Gobierno para analizar algunas noticias relacionadas con el intento de secuestro de un importante funcionario norteamericano.

Recordó otros graves casos sucedidos con ciudadanos extranjeros. “El día será largo y difícil”, pensó, mientras ordenaba al conductor acelerar la marcha.

VEREDA TROPICAL

Con el aguacero, la ladera se convertía en un enorme arroyo. Aún estaba oscuro. Aseguró el plástico sobre sus hombros. Necesitaba tomar el bus de las cuatro y media. Dos veces tarde aquella semana y los regaños no se hicieron esperar. Un retraso más y se quedaría sin empleo. No quiso ni pensarlo.

Cayéndose, Ana Rosa llegó a la estación. Una larga fila ya esperaba. Los buses difícilmente lograban subir por el estrecho camino. Con frecuencia ocurrían accidentes, muchas veces graves.

Al fin consiguió un lugar. En el vehículo, por cualquier cosa, la gente reaccionaba airada. Problemas y discusiones eran pan de cada día. A veces el único.

—Las lluvias continuarán hasta mediados del mes de diciembre —anunció el locutor en el radio.

Miró por la ventana hacia el nublado cielo.

—Contra esas gripas frecuentes, lleve siempre a la mano Anacín, que al dolor le pone fin.

… para besar su boca fresca de amor…

y me juró quererme más y más

sin olvidar jamás aquellas noches junto al mar…

—En la voz de Tito Cortés, escucharon Vereda Tropical.

Tres años atrás, debió huir de la parcela con sus hijos. Joselín, su marido, desapareció. Nunca más supo de él. Vagaron semanas y meses hasta llegar a Bogotá. La caridad les permitió encontrar una vivienda. Tuvo suerte al conseguir el puesto de aseadora y cocinera en la estación de policía. A duras penas les alcanzaba para sobrevivir.

No descansaba lo suficiente. Antes de salir dejaba listo el almuerzo de sus tres hijos, pues temía a los accidentes caseros. Para completar, los pequeños que daban solos y encerrados en la casa. Era preferible a exponerlos a los peligros de la calle.

El ronroneo del motor la arrulló. Despertaría exactamente donde siempre se bajaba.

CARALINDA

—Las tías llegaron bien —dijo alguien por el teléfono.

—¿Las dos? —preguntó el hombre con acento paisa.

—¡Las dos, patrón! Blanquita y Esmeralda.

—¡No sea hijueputa! —exclamó este entre la incredulidad y la dicha—. Eso quería saber. Mañana hablamos. (Click).

El hombre extendió brazos y piernas en la enorme cama, cerró el móvil y lo dejó en la mesa de noche, junto a la mini Uzi 9 milímetros que le permitía conciliar el sueño.

En realidad, dormía poco. Al comenzar la mañana, daba instrucciones rápidas y precisas.

Aunque sonrió satisfecho, enseguida frunció el ceño. Cuando las cosas andaban demasiado bien, buscaba la manera de poner los pies en la tierra. Llamó por el citófono.

—Tos que, Yadira, ¿me va a dar desayuno o no?

—¡Esperá, pues, papito! —contestó la mujer—. ¿No ve que estas sirvientas no quieren que yo atienda a mi amor? Esperame, esperame, que ya te lo llevo…

Un momento después, entró en la habitación, puso la bandeja sobre las sábanas y se sentó sobre él a horcajadas.

Vestía apenas un babydoll, tenía la piel bronceada y lo miraba con la expresión con que solía aparecer en catálogos de moda y portadas de revistas. Él la miró con sus ojillos oscuros y vivaces.

—¿Qué pasó, pues? ¿No vas a desayunar?

—Claro que sí, mamita —dijo sujetándola por los brazos—. Pero es que no sólo de pan vive el hombre.

—¡Ay! ¡Mirá a éste! —dijo riéndose mientras se dejaba caer sobre la cama.

El tamal, los huevos, el jugo de naranja y la arepa untada de mantequilla cayeron en la alfombra.

Yadira no paraba de reír. Extrañaba la fuerza y la pasión del capo. Quería sentirse poseída. Adoraba verlo así y se entregó feliz a sus deseos. Poco a poco, ella misma tomó la iniciativa, volvió a sentarse sobre él y lo cabalgó con frenesí hasta liberar la pasión aprisionada.

Desde la primera vez supo que aquel hombre era el destino de su vida. Se hizo cargo de todo lo suyo, incluso de su amor. No obstante, de unas semanas para acá, una duda la inquietaba.

Algo estaba cambiando.

Sabía que por la cama de “Caralinda” muchas mujeres pasaban noche a noche. Aún así, ella permanecía. Más amante, más amiga, más confidente, más dueña de secretos y planes no compartidos con nadie.

Pero una “aparecida” lo había estado trastornando últimamente y ella no lo iba a permitir. Si fuera necesario, lucharía hasta la muerte por conservar a “su hombre”.

LA PRESENCIA DE DIOS

Terminada la misa de seis, como casi todas las mañanas desde su ordenación treinta años atrás, Monseñor se dirigió presuroso al comedor.

El viejo edificio comunitario le brindaba muchas comodidades y la fachada perfecta de sus actividades pastorales.

Pocas personas conocían, sin embargo, la existencia de otro lugar verdaderamente privado, amplio y moderno donde, como cualquier hombre de negocios, llevaba una vida diferente de la religiosa.

La hora del desayuno era su predilecta. Le permitía leer los periódicos, ver los noticieros y planear con calma el resto de la jornada. “La de hoy va a ser agotadora”, se dijo al revisar la agenda.

—El ELN—escuchó en la televisión— dinamitó ayer, cuatro torres de energía, en Casanare. Las pérdidas causadas por la acción de los subversivos se calculan, según las autoridades, en más de mil millones de pesos.

Monseñor provenía de una familia rica, prestigiosa y con enorme influencia social y política. Como sacerdote secular, conservaba el manejo de sus bienes e inversiones y como el prelado que era, controlaba multitud de asuntos de la Iglesia y la fe.

—Al menos cuatro días —continuó el presentador—

permanecerán a oscuras las poblaciones de Yopal y Agua Azul, mientras se reparan las torres destruidas por los atentados.

Ser hombre de Dios no significaba mantenerse inmune a las debilidades humanas. Aunque luchaba permanentemente para adecuar su vida a las normas e ideales religiosos, caía con frecuencia en los pecados del mundo.

—Según residentes de un exclusivo sector del norte de Bogotá, un ciudadano extranjero habría sido víctima anoche de un intento de secuestro. De acuerdo con testimonios recogidos por este medio, se trataría de un importante diplomático. Hasta el momento, ni la cancillería ni ninguna de las embajadas acreditadas en el país se han referido al hecho.

Monseñor apartó la vista de la pantalla, bebió un sorbo de café y marcó un número telefónico.

—¿Estás viendo las noticias? —preguntó sin saludar.

—Sí, —dijo la voz que lo atendió—. Estaba por llamarte.

—Las decisiones podrían complicarse…

—Sí, lo sé. Es preocupante.

—¿Tienes alguna otra información?

—Todavía no.

—Trata de conocer algo más y me llamas. (Click).

ARMANI

Alejandro Espinosa se levantó apenas sonó el despertador. Conservaba esa costumbre desde cuando sólo era un joven y ambicioso estudiante universitario.

Encendió el aparato de sonido.

—A $1.244.00 por dólar amaneció hoy la tasa representativa del mercado…

Descorrió las cortinas, abrió las ventanas y comenzó su rutina de aeróbicos.

—Según portavoces de la NASA, el objetivo principal de la nueva misión del Transbordador Espacial es restaurar el Telescopio Hubble…

Hizo una pausa para ir a la cocina. Regresó con una botella de Pellegrino. En el estéreo, Elton John cantaba:

And it seems to me you lived your life

like a candle in the wind

never fading with the sunset

when the rain set in…

Veinte minutos más tarde, revitalizado y sudoroso, se dirigió al baño. Una ducha helada y la afeitada de siempre con “cuchilla nueva” terminarían de poner a punto sus recursos físicos y mentales.

El impecable traje estaba listo en el vestidor. Su ropa, diseñada por los más prestigiosos modistas del mundo, se renovaba permanentemente. No en vano se lo consideraba uno de los hombres más elegantes del país.

—No hay confirmación oficial acerca de un intento de secuestro contra un diplomático, la noche de ayer…

No pudo detenerse en la noticia. Tendría que atender de inmediato a una reunión en sus oficinas en el sector financiero del norte de la ciudad. De ella dependería el futuro de su empresa.

UNA AMIGA

—Si sigue así, le va a dar una neumonía. ¡No ha dejado de tiritar y ya hasta se puso morada! Así que mamita, hágame caso: póngaselo. No será de marca, pero lo saqué ayer de la lavandería.

—Muchas gracias, pero…

—¡Pero nada! Mire, mi niña: ese vestidito que usted tiene podrá ser muy fino, pero qué pena con usted, aquí es un boleta, se ve casi empelota. Mire cómo la miran esos degenerados… Y si al menos se callaran, pero estoy mamada de oír las porquerías que le dicen. ¡Eso ni a mí!

—Sí, tiene razón… Se lo agradezco.

—¿Ve que es calientico?

—Pero ahora le va a dar frío a usted.

—Para eso están los cigarrillos.

¡Pobrecita! Tan joven y tan bonita… y aquí, metida en este hueco, donde a las perras esas no les importa mearse… ¡Claro! Los tombos la pescaron tirando con el novio, dicen… ¡Qué boleta! ¡Ah, pero es que cuando una está tragada! El gringo parece que es un duro, pero para mí que es un hijueputa… No sólo no le paga hotel, sino que se larga y la deja aquí tirada. ¡Eso es que es casado!

—Tome, hágale…

—Pero es que yo…

—¡Hágale que no le voy a prender ninguna enfermedad! ¡Si usted supiera cómo me cuido! Y como puede ver, soy muy aseada.

—Estábien… ¡Cof! ¡Cof! ¡Cof!

—Ya, tranquila. Le arderá y le dolerá el pecho y la garganta. Eso mientras se acostumbra. Pero un cigarrillito le quita a uno el frío y le compone el ánimo. —Y entonces qué, mamita, ¿tiene a alguien que venga por usted?

—Jean-Michel. Debe de llegar de un momento a otro.

 

—¿El gringo? ¿El que soltaron cuando la metieron acá…?

—Sí, él…

—Pero, nena—le digo bien despacio, ahí, para que entienda—, a él lo sacaron hace horas, y ya amaneció y usted sigue aquí metida…

—Algo le debió de haber pasado. Debe estar sufriendo mucho al no poder ayudarme…

—Ajá —siga diciendo esas güevonadas y verá…

—¿Cree que estoy mintiendo?

—No, no, ¡cómo se le ocurre! Debe ser todo un señor para que usted lo quiera y confíe tanto en él.

—¡Cómo podría no hacerlo! ¡Vamos a casarnos!

—¿Eso le dijo…?

—Sí, anoche, cuando me llevó a comer… Por eso este vestido. Él me lo regaló… —Tan bonito, ¿no? —Sí, siempre me ha dado lo mejor…

—“¡Bájese de esa nube, mamita, no sea mensa! ¡Ese tipo es un catretriplehijueputa, y se acordará de mí: la va a dejar aquí metida!”.

INDEPENDIENTES

—¡Adoro el color negro! —exclamó Sofía al ver la figura que le devolvía el espejo. Sin dejar de sonreír, dejó la habitación, bajó al comedor y enviándole un beso a la madre, siguió de largo hasta la puerta.

—Al menos, tómese el jugo mija —le dijo Nema mirando el desayuno intacto.

—¡Ay, mamá, perdóneme! Pero es que a las siete tengo junta.

Una vez a solas, Nema llevó la bandeja a la cocina, subió a su dormitorio y terminó de arreglarse para ir a recoger los resultados de unos exámenes de laboratorio.

Contaba con el permiso, pero no quería demorarse.

Servía como ama de llaves en la casa de quien sería el principal testigo de los incidentes de la víspera. Allí no ganaba mucho, pero su patrón le daba trato amable y respetuoso, pues tenía en alta estima su pulcritud y sabiduría. Igual que amigos y vecinos, el hombre admiraba su inteligencia y su memoria excepcional.

Tales facultades hacían parte de la manera de ser de su hija, agregándole otra, igualmente inestimable: la educación universitaria que le costeó con enorme determinación y sacrificio.

Sofía no la defraudó.

Sin haber cumplido veinticinco, ya era secretaria ejecutiva de la presidencia de la empresa y nadie dudaba de una exitosa carrera profesional.

A pesar de su belleza, seguía soltera. Varios enamorados intentaron conquistarla, pero su carácter independiente y sus éxitos laborales, alejaron rápidamente a los menos audaces.

Desde unos meses atrás salía con un entusiasmado galán, y muchos ya comenzaban a conjeturar sobre un posible casamiento.

Claro está que también circulaban rumores acerca de la atracción que ejercía sobre su jefe. No los tomaba en serio. Exceptuando la relación profesional, un abismo la apartaba del presidente. De unas semanas para acá, sin embargo, notaba cada vez más sus frecuentes miradas.

La desconcertaba el gusto que ellas le proporcionaban.

YA LO VERÁS

A las seis en punto, Ana Rosa entró en la comisaría. El policía de turno miró instintivamente su reloj. Tenía órdenes de informar si alguien llegaba tarde. Le sonrió a manera de saludo. Ella contestó con un leve movimiento de la mano. No le gustaba confraternizar con nadie. Conservaba un atractivo semblante campesino. En varias ocasiones debió rechazar acercamientos que sospechó muy bien a dónde buscaban llegar.

Fue a la cocina. Mientras preparaba el desayuno, haría el aseo, a duras penas a tiempo para comenzar con el almuerzo y las demás tareas asignadas.

… cuando sufras verás a qué sabe

amar sin que nadie te cure el dolor…

—No hay todavía declaración oficial del intento de secuestro del que, al parecer, fue víctima anoche un diplomático norteamericano.

Cada mañana significaba una sorpresa conocer a los detenidos de la noche anterior. La comisaría era un “lugar de paso”. De ahí los trasladaban a la Fiscalía, directamente a la cárcel o eran liberados cuando se comprobaba ausencia de motivos.

Al repartir el desayuno, notó la presencia de la muchacha.

—¿Chocolate? —le ofreció.

—No quiero nada —contestó María Clara.

—Coma alguito, sumercé, la pasará mejor con el estómago lleno —insistió Ana Rosa.

—Me iré pronto. Ha sido una gran equivocación. Conozco a varias personas tratando de sacarme de aquí.

—No es mucho, pero le quitará el frío ese que se le nota a leguas.

—No soy capaz de comer nada. Me enfermaría.

—De todas maneras yo se lo guardo pa’más tardecito y usted me avisa.

—Gracias —añadió María Clara—. Oiga, señora, ¿usted me podría conseguir un cepillo de dientes? No tengo plata ahora pero cuando vengan por mí se lo pagaré, por favor.

—Me da pena niña, pero no me dejan hacerle ningún favor a los presos —lamentó Ana Rosa.

RELEVO

Calixto estaba a punto de entregar su turno al vigilante diurno. Eran más de la siete de la mañana y a pesar de la gruesa chaqueta, sentía frío. Aún así, le gustaba trabajar de noche.

…se vive solamente una vez,

hay que aprender a querer y a sufrir…

Recordó los buenos tiempos en que los porteros trabajaban directamente para los propietarios. Recibían más plata y consideraciones. “Hacen parte de la familia”, afirmaban éstos. Cuando cambiaron las normas, tuvo la fortuna de quedarse en el mismo edificio donde siempre estuvo.

Se ajustó la enorme cachucha. El uniforme también era tres tallas más grandes que la suya, pero cuando le pidió el cambio al supervisor, este respondió:

—Es el único que tenemos. Pero si no le gusta así, pues nos avisa, para ir buscando otro celador que sí nos dé la talla.

Se tuvo que tragar la rabia. Estaba próximo a jubilarse y no podía arriesgarse a que lo echaran.

A Calixto le gustaban las joyas y su elaboración.

Tenía habilidades para diseñar y producir verdaderas piezas de arte. Frecuentemente le encargaban trabajos de calidad. Soñaba con dedicarse a ello cuando se retirara.

Con nerviosismo acarició la pieza que guardaba en su bolsillo. Aunque le parecía valiosa, no estaba seguro.

Los sucesos de la noche anterior le impidieron analizarla en detalle.

El asunto de María Clara lo trastornó todo. ¡Cómo le gustaba esa muchacha! Familiarizado con sus andanzas y coqueterías, no sospechó nada raro cuando vio el carro parqueado en la acera de enfrente.

El exigente reglamento de la compañía de vigilancia en la que trabajaba le prohibía salir del edificio. Él trataba de evitar riesgos. No era gratuito haber sido considerado el mejor celador de ella los últimos años. Pero anoche la curiosidad lo venció.

—Un diplomático extranjero fue víctima de un intento de secuestro…

Esa niña tiene demasiados enamorados, recordó haberles comentado varias veces a sus colegas. Demasiadas serenatas, flores, regalos, invitaciones y carros caros. Algún día las cosas pueden acabar mal, vaticinó en repetidas ocasiones.

Al llegar su reemplazo, apagó el radio y se marchó esperando que en la tarde María Clara ya hubiera regresado y todo estuviera en orden. Se alegró, eso sí, al acariciar de nuevo la joya en su bolsillo.

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