Buch lesen: «Cuentos españoles»

Народное творчество (Фольклор)
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LA BODA DE MI TÍO PERICO

Esta es la historia del gallo Quirico que iba a la boda de su tío Perico:

El gallo Quirico iba a la boda de su tío Perico, tenía mu-u-ucha hambre. Por el camino, se encontró un gusanito y pensó: “¡Qué hambre tengo! me comería este gusanito en un abrir y cerrar de ojos. Pero… si como me mancho el pico y no puedo ir a la boda de mi tío Perico. Si no pico… me muero de hambre”. ¿Pico o no pico? Y fue y picó.

Siguió caminando alegre por el camino, tan contento y con el buche lleno. Al cruzar un río, se dio cuenta de que tenía el pico sucio.

–¡Oh, mi pico! Así no puedo ir a la boda.

Pidió a la hierba:

– Hierba, límpiame el pico que voy a la boda de mi tío Perico.

–¡Muy bien, gallo Quirico! pero antes dime: ¿Dónde está el gusano Gusanito?

– No sé, no lo he visto.

Se oyó una vocecita:

– Aquí estoy, en la pechuga del gallo Quirico.

– Por mentiroso… límpiate tú el pico.

Siguió caminando y encontró una oveja y dijo:

– Oveja, come a la hierba, que no ha querido limpiarme el pico para ir a la boda de mi tío Perico.

–¡Muy bien, gallo Quirico! pero antes dime: ¿Dónde está el gusano Gusanito?

– No sé, no lo he visto.

Se oyó una vocecita:

– Aquí estoy, en la pechuga del gallo Quirico.

– Por mentiroso… límpiate tú el pico.

Buscó un palo y le dijo:

– Palo, pega a la oveja, que la oveja no quiso comer la hierba, que no quiso limpiarme el pico para ir a la boda de mi tío Perico.

–¡Muy bien, gallo Quirico! pero antes dime: ¿Dónde está el gusano Gusanito?

– No sé, no lo he visto.

Se oyó una vocecita: “Aquí estoy, en la pechuga del gallo Quirico”.

– Por mentiroso… límpiate tú el pico.

Como el palo no quiso, fue en busca del fuego y le dijo:

– Fuego, quema al palo, que no quiso pegar a la oveja, que no quiso comerse la hierba, que no quiso limpiarme el pico, para poder ir a la boda de mi tío Perico.

–¡Muy bien, gallo Quirico! pero antes dime: ¿Dónde está el gusano Gusanito?

– No sé, no lo he visto.

Se oyó una vocecita:

– Aquí estoy, en la pechuga del gallo Quirico.

– Por mentiroso… límpiate tú el pico.

Como el fuego no quiso quemar el pelo, fue a ver al agua y le dijo:

– Agua, apaga el fuego, que no quiso quemar al palo, que no quiso pegar a la oveja, que no quiso comerse la hierba, que no quiso limpiarme el pico, para poder ir a la boda de su tío Perico.

–¡Muy bien, gallo Quirico! pero antes dime: ¿Dónde está el gusano Gusanito?

– No sé, no lo he visto.

Se oyó una vocecita:

– Aquí estoy, en la pechuga del gallo Quirico.

– Por mentiroso y haber comido al gusano Gusanito… ¡Límpiate tú el pico!

Arrepentido el gallo Quirico por haberse comido al gusano Gusanito… se puso con la cabeza para abajo. Y así… “pico abajo” salió enterito el gusano Gusanito.

El agua no tuvo que apagar el fuego, el fuego no quemó el palo, el palo no pegó a la oveja, la oveja no se comió la hierba, y la hierba limpió el pico al gallo Quirico y, por fin, pudo llegar feliz y contento a la boda de su tío Perico.

LAS TRES NARANJAS DEL AMOR

Érase que se era un rey muy viejo que tenía un solo hijo, al que debía casar antes de morirse. Pero el príncipe, aunque quería complacer a su padre, estaba muy triste, porque no encontraba ninguna mujer que le gustara para casarse. Un día, estando lavándose en sus habitaciones, fue y tiró el agua sucia por un balcón, con tan mala suerte, que fue a caerle a una gitana que pasaba por allí. Entonces la gitana le echó una maldición:

– Ojalá te seques antes de que encuentres las tres naranjas del amor.

Esto le causó mucha impresión al príncipe, que se lo contó a su padre. Decidieron entonces consultar con una hechicera, porque el príncipe estaba cada día más triste. La hechicera, cuando conoció la maldición, dijo:

– Eso es que el príncipe tiene que encontrar novia, y para eso ha de ir muy lejos, muy lejos, adonde hay un jardín con muchos naranjos. Guardándolo hay tres perros rabiosos, que tendrá que vencer. Luego buscará uno de los naranjos, que solo tiene tres naranjas y, sin subirse a él, las cogerá de un salto, porque, si no, no saldría nunca del jardín. Cuando tenga las tres naranjas, que se vuelva a casa.

Y así lo hizo el príncipe. Se puso en camino, y andar, andar, hasta que por fin llegó a las puertas del jardín, donde estaban los tres perros rabiosos. Pero el príncipe había comprado tres panes y le echó uno a cada perro. Mientras estos se entretenían comiendo, entró el príncipe en el jardín, buscó el naranjo que solo tenía tres naranjas y, de un salto, las cogió las tres. Y todavía le dio tiempo de salir antes de que los perros terminaran de comerse los panes.

Ya iba de camino de vuelta, venga a andar, venga a andar, cuando sintió hambre y sed, y se dijo: “Voy a comerme una de las naranjas”. Pero en cuanto la abrió apareció una joven muy guapa, que le dijo:

–¿Me das agua?

– No tengo – contestó el príncipe, muy sorprendido.

– Pues entonces me meto en mi naranjita y me vuelvo a mi árbol.

Y al instante desapareció.

Siguió el príncipe andando y llegó a una venta. Allí pidió una jarra de vino y otra de agua, por lo que pudiera pasar. Abrió otra naranja y se le apareció otra joven, más guapa todavía que la anterior, que le dijo:

–¿Me das agua?

– Toma – y el príncipe le ofreció la jarra; pero se equivocó y, en vez de la jarra de agua, le dio la de vino, y la muchacha le dijo:

– Pues me meto en mi naranjita y me vuelvo a mi árbol.

Y desapareció.

El príncipe siguió su camino y otra vez se sentía muy cansado, pero no paró hasta que llegó a un río. Se acercó a la orilla y abrió la tercera naranja dentro del agua, diciendo:

– Por falta de agua no te morirás.

Y al momento se formó un montón de espuma y de entre ella salió una muchacha más hermosa que el sol.

El príncipe se quedó maravillado y en seguida le pidió que se casara con él. Ella le dijo que sí, y se casaron en el primer pueblo que encontraron.

Todavía tuvieron que andar mucho para llegar al palacio y, al cabo de un año, la princesa dio a luz a un hijo. Por fin divisaron el palacio, cuando llegaron a una fuente donde había un árbol. El príncipe le dijo a ella:

– No quiero que tú y mi hijo entréis de cualquier manera a mi casa. Así que te subes al árbol con el niño, para que nadie te vea, mientras yo voy a preparar a mi padre, y luego vendré a recogeros como es debido.

Y así lo hicieron. Se subió la princesa al árbol con su hijo y partió el príncipe.

Estando en la espera, vino a la fuente a por agua la gitana que le había echado la maldición al príncipe. Cuando fue a agacharse, vio reflejada en el agua la cara de la princesa y, creyendo que era la suya, dijo:

–¡Yo tan guapa y venir por agua!

Rompió el cántaro y se volvió a su casa. Pero otra vez le pasó lo mismo y volvió a la fuente con otro cántaro. Entonces vio que la que estaba en el agua se estaba peinando y comprendió lo que pasaba. Miró para arriba y vio a la princesa. Y aunque le dio mucho coraje, lo disimuló y le dijo:

– Señorita, ¿cómo usted peinándose sola? Baje usted, por favor, que la peinaré mientras tiene al niño.

La princesa no quería, pero tanto le insistió la otra, que al fin bajó y se dejó peinar por la gitana. Y según la estaba peinando, le calvó un alfiler en la cabeza y la princesa se volvió una paloma, blanca como la leche. Echó a volar y la gitana se puso en el lugar de la princesa, con el niño en brazos.

Ya vino a por ella el príncipe con una carroza y con mucho séquito, cuando se acercó y le dijo:

– Muy cambiada estás. ¿Qué ha pasado?

– Nada, de tanto tomar el sol… – dijo la gitana.

El príncipe no quedó muy conforme, pero se la llevó con su hijo.

Pasaron los días y la paloma no hacía más que darle vueltas al palacio, venga vueltas, y hasta se hizo amiga del jardinero, al que decía:

– Jardinerito del rey, ¿qué tal te va con la reina traidora?

Y el jardinero contestaba:

– Ni bien ni mal, que es mi señora.

–¿Y el hijo del rey?

– Unas veces ríe y otras veces llora.

Así que el jardinero le llevó la paloma al hijo del rey, que se encariñó mucho con ella, la llevaba a todas partes y hasta la dejaba comer en su plato y beber de su copa. Un día el niño le notó un bultito en la cabeza, porque la paloma no hacía más que rascársela. Le sopló en las plumitas y entonces vio la cabeza de un alfiler. Tiró de ella y, al sacárselo, la paloma se convirtió en la princesa tan guapa como era antes. Al momento le reconoció su marido y los tres se abrazaron y se dieron muchos besos.

¿Y qué hicieron con la bruja gitana? Pues que la mataron, la quemaron y aventaron sus cenizas.

JORGE EL VALEROSO

En una pequeña ciudad no muy lejana, vivía un hombre junto a su hijo, al que todos llamaban Jorge el tonto, porque no sabía lo que era el miedo. Tenía muchas ganas de saberlo, pero nadie había conseguido nunca que el chico se asustara por nada. Una mañana, mientras desayunaban, su padre, cansado de esta historia, le dijo:

– Si sigues en casa, nunca comprenderás nada. Debes marcharte a conocer el mundo. Tal vez así llegues a entender algún día qué significa exactamente la palabra miedo.

Jorge estaba de acuerdo con las palabras de su padre, de modo que al atardecer se despidió, y comenzó a caminar para ver si en algún lugar alguien podía ayudarle a solucionar su problema.

Cansado de buscar sin encontrar, una noche oscura llegó a una posada de la que salían unos gritos muy fuertes. Decidido, abrió la puerta y entró. Allí vio a decenas de hombres que bebían, discutían y se pegaban. Uno de ellos se giró hacia la puerta y al ver al joven le dijo con voz amenazante:

–¿Y tú qué quieres?

– Verá —respondió Jorge—, me gustaría que alguno de ustedes me ayudase a conocer lo que es el miedo.

– Si no te han dado miedo todos estos hombres – respondió el mesonero con ironía—, lo único que te puede asustar por aquí es la torre del castillo. El rey ha prometido casar a su hija con el valiente que pueda dormir en ella tres noches seguidas… y hasta ahora nadie lo ha conseguido.

Los hombres que llenaban la posada guardaron silencio. Miraban asombrados al mesonero. ¿Cómo podía enviar al chico a un lugar tan horrible?

Cuando volvieron la cara para advertirle de los peligros, Jorge ya había salido corriendo en busca de la famosa torre que tanto temor producía a todo el mundo.

Mientras llegaba al castillo, por el horizonte podían verse ya los primeros rayos del sol. Esa misma mañana el muchacho fue a ver al rey. Cuando lo tuvo enfrente, Jorge le explicó:

– Majestad, yo no sé lo que es el miedo, pero quiero saberlo, de modo que le ruego me permita pasar tres noches en la torre del castillo.

– Verás – respondió el rey—, la torre está hechizada y nadie ha conseguido permanecer allí tres noches seguidas. Si tú lo consigues, podrás quedarte con todos los tesoros que la torre esconde, y además, podrás casarte con mi hija. Para conseguirlo sólo podrás llevar tres cosas contigo. Elige bien. Buena suerte, muchacho.

Cuando terminó de hablar el rey, dos guardias le condujeron hacia la torre. Jorge subió unas escaleras y pidió que le llevaran leña, unas cerillas y un carrete de hilo.

Llegó la noche y Jorge, cansado de los viajes, se sentó a descansar. Al dar las doce en el reloj, empezó a sentir algunos ruidos que cada vez se hacían más fuertes.

Se acercó a la puerta y miró por la cerradura. Tenía ante sus ojos cientos de lobos salvajes que subían las escaleras corriendo hacia la sala en la que estaba.

Con mucha tranquilidad preparó un pasillo con leña desde la puerta hasta la ventana del salón. Abrió la ventana y encendió fuego a los trozos de madera con las cerillas que le había dado el rey. Cuando escuchó que los lobos golpeaban ya la puerta violentamente para pasar, la abrió de repente y todos los lobos quedaron encerrados en el pasillo de fuego que había preparado. Al verse atrapados, unos huyeron por donde había venido y otros saltaron por la ventana cayendo al foso del castillo.

El chico, tras asegurarse de que no había nadie más en la torre, cerró la puerta y la ventana y se durmió al calor de la gran lumbre que había hecho.

Por la mañana, el rey subió a la torre a ver qué había sucedido.

Cuando vio a Jorge dormido en el suelo, creyó que estaba muerto, pero Jorge, ante el ruido que había en la habitación, se despertó.

– Pero muchacho, ¡creí que estabas muerto!

– No. He dormido muy bien y muy tranquilo. Creo que aquí tampoco aprenderé lo que es el miedo.

– Espera un poco. Sólo ha pasado una noche. Faltan otras dos. En cualquier caso, te doy mi enhorabuena.

El rey se marchó y Jorge esperó impaciente a que llegaran las horas de oscuridad. Nada sucedía en la torre y el chico estaba empezando a aburrirse, así que cosió con el hilo un pantalón viejo y una camisa que encontró por allí e hizo una especie de muñeco.

Le ató las manos y el cuello a otros hilos largos que pasó por la lámpara para que, cuando tirara de los hilos, la ropa se levantara del suelo y pareciera que bailaba. Jorge se puso a cantar alegres canciones mientras la ropa bailaba sola en medio del salón.

Estaba cantando tan alto que no escuchó que el reloj había dado ya las doce. Pero un ruido detrás de él hizo que soltara los hilos y el muñeco cayera al suelo.

Se dio la vuelta y vio que dos esqueletos se le acercaban.

– Buenas noches – dijo Jorge—. ¿Qué desean?

– Venimos a por ti – respondieron los esqueletos.

– Pues adelante; aquí me tenéis.

Uno de los esqueletos comenzó a andar hacia Jorge con los brazos extendidos, cuando en el corto camino que los separaba pisó el carrete del hilo con el que había estado jugando antes el chico, se resbaló y cayó al suelo tan fuertemente que todos sus huesos quedaron esparcidos por la habitación. El otro esqueleto y Jorge reían sin parar.

–¿Qué hacemos ahora? – preguntó Jorge.

– No sé —le respondió el esqueleto—. Si quieres, colocamos nueve huesos en el final del pasillo y jugamos a los bolos.

– De acuerdo. Pero no tenemos una bola con que derribarlos.

– No te preocupes; usaremos la calavera.

Estuvieron jugando toda la noche, y cuando llegó el rey por la mañana, volvió a encontrarse a Jorge dormido en el suelo.

– Dos noches has estado en la torre. Veremos si eres capaz de soportar la última…

Las palabras del rey despertaron al chico, que con mucho sueño le contó lo que había sucedido, y repitió que allí no sabría nunca lo que era el miedo. Pero todavía faltaba una noche.

El rey se marchó y Jorge estuvo dormido todo el día porque estaba muy cansado. Cuando se despertó, ya se podía ver la luna a través de la ventana. No tenía nada que hacer. La tarde estaba siendo un poco aburrida. Se puso en pie y empezó otra vez a cantar y bailar con su muñeco por ver si así se iban más deprisa las horas. Se ató los hilos a las manos y cuando bailaba, la ropa vieja bailaba también con él en medio del salón.

Cuando las agujas del reloj apuntaron al techo de la habitación, ante la mirada atónita de Jorge apareció de la nada un hombre muy alto, de aspecto horrible. Era viejo y tenía una larga barba blanca. El chico dejó de bailar y la ropa cayó inerte al suelo.

– Buenas noches, Jorge.

– Buenas noches, señor.

– Soy el más poderoso hechicero del mundo y vengo a destruirte.

–¿Y cómo lo hará?

– Con mi magia. Observa.

El brujo sopló tan fuerte que el aire empujó a Jorge contra la pared. Como aún tenía atada la ropa vieja a las manos, al alejarse de donde estaba bailando, el muñeco se levantó milagrosamente del suelo y comenzó a moverse alrededor de la lámpara.

El hechicero asustado le dijo:

–¡No puede ser! Eres tú el famoso mago al que protegen los fantasmas. No me hagas nada, por favor, y te daré todo el oro que desees. Te pido disculpas y te muestro mis respetos y admiración.

Mientras el hechicero se arrodillaba delante de Jorge, éste se desató los hilos y dijo: “fantasmas, dejadnos solos”, mientras la ropa vieja caía al suelo nuevamente. El hechicero, asombrado, llevó a Jorge hasta una sala secreta en la que había montañas de monedas de oro, como le había prometido. El chico sacó todas las monedas al salón donde había estado las otras noches. Se despidió del brujo y esperó despierto la llegada del rey. Cuando llegó por la mañana y vio a Jorge sentado sobre una gran montaña de monedas de oro, no podía creerlo.

– Preparen la boda – dijo—. Esta tarde mi hija se casará con Jorge, al que todos conocerán a partir de hoy como “El valeroso”. Vayan a buscar a su familia para que estén presentes en la fiesta esta misma noche.

Tuvieron una gran boda y una gran fiesta. Jorge estaba muy feliz con su padre y la hija del rey juntos. Cantaron y bailaron toda la noche, hasta que los recién casados decidieron ir a descansar.

Ya en la habitación, la chica pudo ver que Jorge estaba triste.

–¿Qué te pasa, Jorge? ¿No eres feliz conmigo?

– Sí. Eres muy guapa y amable, y desde que te vi al llegar al castillo me enamoré de tus ojos, de tu pelo… y cuando te conocí también me enamoré de tu corazón. Pero estoy triste porque sigo sin conocer el miedo.

– No te preocupes. Ahora duerme y no estés triste en un día tan especial. Ya tendrás tiempo de saberlo.

Jorge se quedó dormido en poco tiempo, pues estaba muy cansado. En ese momento, la hija del rey salió sigilosa de la habitación y cruzó el pasillo sin hacer ruido. Entonces, en medio del silencio de la noche, la joven empezó a gritar:

–¡Socorro! ¡Jorge! ¡Ayúdame! ¡Me van a matar!

Al escuchar los terribles gritos de su esposa, Jorge se levantó de un salto de la cama y cruzó el pasillo corriendo. Su corazón latía deprisa y su respiración era muy fuerte. Por su frente corrían gotas de sudor, y sus manos y sus piernas temblaban. Cuando llegó al lugar en el que estaba la hija del rey, y vio que estaba cómodamente sentada en una silla riendo, pensó un instante y, satisfecho, rió con ella:

– Gracias – dijo con una sonrisa mientras recuperaba el aliento—. Ahora ya sé lo que es el miedo: es lo que se siente cuando crees que vas a perder aquello que más te importa.

Ambos se abrazaron y volvieron a la habitación. Desde ese momento nunca más volverían a separarse.

LOS TRES CONSEJOS

Una pareja de recién casados era muy pobre y vivía de los favores de un pueblecito del interior. Un día el marido le hizo la siguiente propuesta a su esposa:

– Querida, yo voy a salir de la casa, voy a viajar bien lejos, buscar empleo y trabajar hasta tener condiciones para regresar y darte una vida más cómoda y digna. No sé cuánto tiempo voy a estar lejos, sólo te pido una cosa: que me esperes y, mientras yo esté lejos, me seas fiel, pues yo te seré fiel a ti.

Así, siendo joven aún, caminó muchos días a pie, hasta encontrar un hacendado que estaba necesitando de alguien para ayudarlo en su hacienda. El joven llegó y se ofreció para trabajar y fue aceptado.

Pidió hacer un trato con su jefe, el cual fue aceptado también. El pacto fue el siguiente:

– Déjeme trabajar por el tiempo que yo quiera y cuando yo encuentre que debo irme, el señor me libera de mis obligaciones. Yo no quiero recibir mi salario. Le pido al señor que lo coloque en una cuenta de ahorro hasta el día en que me vaya. El día que yo salga, usted me dará el dinero que yo haya ganado.

Estando ambos de acuerdo. Aquel joven trabajó durante 20 años, sin vacaciones y sin descanso.

Después de veinte años se acercó a su patrón y le dijo:

– Patrón, yo quiero mi dinero, pues quiero regresar a mi casa.

El patrón le respondió:

–¿Muy bien, hicimos un pacto y voy a cumplirlo, sólo que antes quiero hacerte una propuesta, está bien? Yo te doy tu dinero y tú te vas, o te doy tres consejos y no te doy el dinero y te vas. Si yo te doy el dinero, no te doy los consejos y viceversa. Vete a tu cuarto, piénsalo y después me das la respuesta.

Él pensó durante dos días, buscó al patrón y le dijo:

– Quiero los tres consejos.

El patrón le recordó:

– Si te doy los consejos, no te doy el dinero.

Y el empleado respondió:

– Quiero los consejos.

El patrón entonces le aconsejó:

– Nunca tomes atajos en tu vida. Caminos más cortos y desconocidos te pueden costar la vida.

Nunca seas curioso de aquello que represente el mal. Pues la curiosidad por el mal puede ser fatal.

Nunca tomes decisiones en momentos de odio y dolor. Pues puedes arrepentirte demasiado tarde.

Después de darle los consejos, el patrón le dijo al joven, que ya no era tan joven, así:

– Aquí tienes tres panes, dos para comer durante el viaje y el tercero es para comer con tu esposa cuando llegues a tu casa.

El hombre, entonces, siguió su camino de vuelta, de veinte años lejos de su casa y de su esposa, que él tanto amaba. Después del primer día de viaje, encontró a una persona que lo saludó y le preguntó:

–¿Para dónde vas?

Él le respondió:

– Voy para un camino muy distante que queda a más de veinte días de caminata por esta carretera.

La persona le dijo entonces:

– Joven, este camino es muy largo, yo conozco un atajo con el cual llegarás en pocos días.

El joven, contento, comenzó a caminar por el atajo, cuando se acordó del primer consejo: “Nunca tomes atajos en tu vida. Caminos más cortos y desconocidos te pueden costar la vida”. Entonces se alejó de aquel atajo y volvió a seguir por el camino normal. Dos días después se enteró de otro viajero que había tomado el atajo, y lo asaltaron, lo golpearon, y le robaron toda su ropa. Ese atajo llevaba a una emboscada.

Después de algunos días de viaje, y cansado al extremo, encontró una pensión a la vera de la carretera. Era muy tarde en la noche y parecía que todos dormían, pero una mujer malencarada le abrió la puerta y lo atendió. Como estaba tan cansado, tan solo le pagó la tarifa del día sin preguntar nada, y después de tomar un baño se acostó a dormir.

De madrugada se levantó asustado al escuchar un grito aterrador. Se puso de pie de un salto y se dirigió hasta la puerta para ir hacia donde escuchó el grito. Cuando estaba abriendo la puerta, se acordó del segundo consejo. “Nunca seas curioso de aquello que represente el mal. Pues la curiosidad por el mal puede ser fatal”. Regresó y se acostó a dormir. Al amanecer, después de tomar café, el dueño de la posada le preguntó si no había escuchado un grito y él le contestó que sí lo había escuchado.

El dueño de la posada preguntó:

–¿Y no sintió curiosidad?

Él le contestó que no. A lo que el dueño les respondió:

– Usted ha tenido suerte en salir vivo de aquí, pues en las noches nos acecha una mujer maleante con crisis de locura, que grita horriblemente y cuando el huésped sale a enterarse de qué está pasando, lo mata, lo entierra en el quintal, y luego se esfuma.

El joven siguió su larga jornada, ansioso por llegar a su casa. Después de muchos días y noches de caminata, ya al atardecer, vio entre los árboles humo saliendo de la chimenea de su pequeña casa, caminó y vio entre los arbustos la silueta de su esposa. Estaba anocheciendo, pero alcanzó a ver que ella no estaba sola.

Anduvo un poco más y vio que ella tenía en sus piernas, un hombre al que estaba acariciando los cabellos. Cuando vio aquella escena, su corazón se llenó de odio y amargura y decidió correr al encuentro de los dos y matarlos sin piedad. Respiró profundo, apresuró sus pasos, cuando recordó el tercer consejo. “Nunca tomes decisiones en momentos de odio y dolor, pues puedes arrepentirte demasiado tarde”.

Entonces se paró y reflexionó, decidió dormir ahí mismo aquella noche y al día siguiente tomar una decisión.

Al amanecer, ya con la cabeza fría, él dijo:

– No voy a matar a mi esposa. Voy a volver con mi patrón y a pedirle que me acepte de vuelta. Solo que antes, quiero decirle a mi esposa que siempre le fui fiel a ella.

Se dirigió a la puerta de la casa y tocó. Cuando la esposa le abre la puerta y lo reconoce, se cuelga de su cuello y lo abraza afectuosamente. Él trata de quitársela de arriba, pero no lo consigue.

Entonces, con lágrimas en los ojos, le dice:

– Yo te fui fiel y tú me traicionaste.

Ella, espantada, le responde:

–¿Cómo?… Yo nunca te traicioné. Te esperé durante veinte años.

Él entonces le preguntó:

–¿Y quién era ese hombre que acariciabas ayer por la tarde?

Y ella le contestó:

– Aquel hombre es nuestro hijo. Cuando te fuiste, descubrí que estaba embarazada. Hoy él tiene veinte años de edad.

Entonces el marido entró, conoció, abrazó a su hijo y les contó toda su historia, en cuanto su esposa preparaba la cena. Se sentaron a comer el último pan juntos. Después, con lágrimas de emoción, partió el pan, y al abrirlo, se encontró todo su dinero, el pago de sus veinte años de dedicación.

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Народное творчество (Фольклор)
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Altersbeschränkung:
6+
Veröffentlichungsdatum auf Litres:
28 Mai 2025
Schreibdatum:
2025
Umfang:
100 S. 1 Illustration
ISBN:
978-5-17-169028-1
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