Luces de Bohemia

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Aus der Reihe: Akal Literaturas #59
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Akal / Literaturas 54

Ramón del Valle-Inclán

LUCES DE BOHEMIA

Esperpento

Edición de: Jesús Maire Bobes y Emilio Tadeo Blanco

Director de la colección: Francisco Muñoz Marquina


Luces de bohemia, escrita en 1920, es clave en la historia del teatro español y universal. Su singularidad impidió que fuera escenificada hasta 1963 (en París) y, posteriormente, en Valencia de forma comercial (1970). La obra es una denuncia moral, cultural, ideológica y estética de la sociedad española de la época (extensible a la sociedad actual y a otros países) por razón de los abusos del poder político y económico, la mediatización de la cultura y de la información, el conflicto religioso, las diferencias de clase y la pobreza cultural y artística. Un mundo en que reinan la miseria, el egoísmo y la falsedad.

Esta obra no se adscribe a ningún género convencional, pues crea un nuevo modelo: el esperpento. El innovador lenguaje, derivado del modernismo y del simbolismo, y personalizado con la estética del esperpento, dota a las acotaciones y a los diálogos de una gran elevación literaria por su riqueza de registros y originalidad.

El texto editado sigue fielmente la impresión de 1924, aunque se han corregido algunas erratas evidentes; se acompaña con notas y orientaciones para ayudar a los lectores a entender pasajes oscuros y de difícil comprensión, así como con una detallada introducción, y se completa con un comentario del famoso fragmento en que Valle-Inclán define el esperpento.

Diseño portada:

RAG

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© de la introducción, notas y apéndices, Jesús Maire Bobes y Emilio Tadeo Blanco, 2017

© Ediciones Akal, S. A., 2017


Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España


Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4963-0

INTRODUCCIÓN

1. Marco histórico y social

En la segunda mitad del siglo XIX y a comienzos del XX, se manifiestan unas corrientes de pensamiento que cambian el mundo e influyen en Valle-Inclán. Esta crisis de fin de siglo, y los procesos consiguientes que la acompañan, fluyen de tendencias sociales cuyos protagonistas destacamos seguidamente.

Karl Marx (1818-1883) escribe junto a Friedrich Engels (1820-1895) el Manifiesto comunista (1848). Años después, tratando de establecer las necesidades del ser humano para alcanzar el bienestar, publica El capital (1867), donde analiza pormenorizadamente aspectos fundamentales de la economía. Sostiene, en resumen, que la acumulación de dinero, acentuada con la plusvalía, provoca una injusticia; es decir, una pequeña parte de la población, la que controla el capital, explota a la gran mayoría, los trabajadores. Ese abuso impide la igualdad de oportunidades entre los seres humanos y provoca sufrimiento y tensiones irresolubles. Solo el establecimiento de una justicia social daría a los individuos y a la sociedad la paz y el progreso. Esta teoría marxista favoreció la creación de los partidos socialistas y comunistas, el nacimiento de los sindicatos de trabajadores y el reforzamiento del anarquismo. Su consecuencia inmediata fue la Revolución rusa (1917), citada en Luces de bohemia.

Friedrich Nietzsche (1844-1900), filósofo y poeta, criticó la cultura y la filosofía de su época. Mostró una nueva concepción laica de la sociedad, que en parte surge de la famosa afirmación «Dios ha muerto», de La gaya ciencia (1882), y planteó en Así habló Zaratustra (1883-1885) y en Más allá del bien y del mal (1886) una nueva ética del comportamiento humano, ya no basada en un principio divino, sino en el conflicto entre los fuertes y los débiles. Concibió la necesidad de que cada persona tome decisiones por sí misma con coraje, con esfuerzo, sin delegar en apoyos externos o espurios, como la religión. Su teoría del «superhombre» afirma la necesidad de exaltar la fuerza mental, moral, y no la debilidad, como hacía la religión tradicional. En El origen de la tragedia (1872, 1886), analizó la ruptura del equilibrio del teatro griego entre lo apolíneo (lo equilibrado y coherente) y lo dionisiaco (lo impulsivo e instintivo). Luces de bohemia presenta ese conflicto: racionalidad frente a irracionalidad.

El médico Sigmund Freud (1856-1939) estudió las enfermedades y perturbaciones mentales. Tras una primera época de colaboración con Carl Gustav Jung (1875-1961), concluyó, en La interpretación de los sueños (1900), que el mejor método para conocer las causas de los traumas era la interpretación psicoanalítica de los sueños, porque estos son una muestra inconsciente de nuestras inquietudes. Muchas alteraciones se relacionarían con pulsiones sexuales infantiles prohibidas o sagradas (tabúes) y con una represión cultural que impide la vivencia natural de la sexualidad. Eros, el instinto de supervivencia, lucha contra Tánatos, el abandono y la muerte, y la mente reacciona trasladando nuestra angustia del consciente al inconsciente y mostrándola en los sueños.

Freud cimentó la defensa de una liberación personal y social que se manifestó en un nuevo arte, el superrealismo. Luces de bohemia se aparta del realismo anterior y afirma la estética esperpéntica de los espejos deformantes (escena XII). Valle-Inclán considera que la comprensión de la realidad mejora con su caricatura y expone la lucha interna de Max, quien se debate entre Eros, combatiendo la injusticia y gozando de la vida, y Tánatos, acariciando el suicidio y la muerte desde la escena primera a la duodécima.

En el Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia (1889), el filósofo Henri Bergson (1859-1941) fijó su teoría sobre la diferencia que hay entre el tiempo computable mecánicamente (pasajero) y el tiempo de la conciencia (subjetivo y perdurable). Este último es el tiempo real y clave para el ser humano. Nuestra conciencia individual, y quizá la social, es subjetiva, relativa. Se establece, así, una relación con la teoría sobre la relatividad, inmediatamente posterior, de Albert Einstein (1879-1955). La vida sería la fusión entre los espacios (fijos, estables y computables) y los tiempos (imprecisos, inestables y dependientes de nuestra conciencia subjetiva, no mensurable). La vida será, pues, una experiencia interna, aunque relacionada con nuestro mundo externo. Luces de bohemia es una buena muestra de esa conciencia temporal subjetiva: se concentra una acción trepidante, intensa, de unas 12 horas, desde que Max sale de casa hasta su vuelta, más la coda posterior. Valle-Inclán, quien declaró su afán de condensar los tiempos, consigue que los espacios de la obra fluyan veloces, como si hubieran sido percibidos tras la ventanilla de un tren nocturno.

Señalamos, finalmente, al español José Ortega y Gasset (1883-1955), quien coincidió con Valle-Inclán en varias tertulias literarias. Expuso sus tesis en libros cabales: Meditaciones del Quijote (1914), España invertebrada (1921) y La rebelión de las masas (1929). Su sentencia «Yo soy yo y mi circunstancia» influye en Luces.

Obviamente, las corrientes de pensamiento se originaron en un marco específico, al que continuamente aludirá Luces de bohemia, tanto en lo que atañe a la sociedad española como a la política internacional. El autor imbricó el argumento de su obra en la historia contemporánea, al modo de Galdós en los Episodios Nacionales, aunque con una estética diferente, la del esperpento. La situación política durante la vida de Valle-Inclán fue muy inestable, y esto se hace evidente en el texto que nos ocupa. En plena crisis económica, la situación del pueblo era penosa en extremo y la burguesía buscaba una solución democrática, en contra del inmovilismo caciquil y nobiliario de la Iglesia y de otros grupos conservadores. Veamos las distintas fases.

En 1868 el levantamiento revolucionario conocido como «La Gloriosa» derroca a Isabel II y dio comienzo al Sexenio Democrático. En 1869, la Constitución liberal legalizó el sufragio universal –solo para los hombres– y la libertad de prensa, asociación, reunión, enseñanza y culto. El general Serrano buscó un nuevo monarca, con la colaboración del general Prim, jefe del Gobierno. En 1870, año en el que es asesinado Prim, se eligió rey al italiano Amadeo de Saboya, Amadeo I de España (1871-1873). Sin embargo, la falta de apoyo, la oposición general y la crisis independentista en Cuba y otros lugares crearon una grave inestabilidad. Amadeo I renunció al trono. Se inició entonces la Tercera Guerra Carlista, que terminó en 1876 con la derrota carlista. Valle-Inclán sintió simpatía por el carácter conservador, subversivo y antiliberal de esta rama dinástica, según se puede apreciar ya en el protagonista de las Sonatas, el Marqués de Bradomín, quien aparece asimismo en el entierro de Max (XIV).

En 1873, se proclamó la Primera República, cuyos presidentes fueron Estanislao Figueras, Pi i Margall, Salmerón y Castelar. La República facilitó la organización de los obreros y de los labradores, víctimas de abusos. Los principales movimientos fueron el anarquismo y el socialismo, este último dirigido por Pablo Iglesias. Paralelamente, la escuela que impulsaban Francisco Giner de los Ríos y otros pedagogos «krausistas» (nombre que procede del filósofo Krause) intentó renovar el anticuado y conservador sistema educativo, tratando de formar individuos y sociedades de moral íntegra, racional, democrática y pacífica. Estas corrientes didácticas son evidentes en Luces de bohemia, con las críticas a la enseñanza (II) y a la sociedad (passim). Ahora bien, los levantamientos federalistas se generalizaron, y Castelar cedió ante el general Serrano, quien terminó con el régimen liberal. Isabel II, cuya abdicación al trono data de 1870, cedió sus derechos a su hijo Alfonso, quien reinó como Alfonso XII (1874-1885).

 

La Restauración borbónica se mantuvo con un sistema de alternancia entre los conservadores, dirigidos por Cánovas, y los liberales moderados, en torno a Sagasta. El caciquismo (III), que manipulaba el voto a su antojo, hizo fracasar este bipartidismo. Tras la muerte de Alfonso XII, comienza la regencia de María Cristina, durante la cual se afianzaron los nacionalismos catalán, vasco y gallego. También sucedió el trascendente Desastre del 98, año en que España perdió sus últimos territorios de ultramar. Durante el reinado de Alfonso XIII (1902-1931), transcurre la acción de Luces de bohemia.

España no solucionaba sus conflictos. En 1909, el hartazgo de la población por la muerte de jóvenes soldados en la guerra de Marruecos, los reclutamientos caprichosos y los conflictos de orden social provocaron un levantamiento popular en Barcelona, la Semana Trágica, que fue duramente reprimido por el general Weyler. Maura dimitió. Entre 1916 y 1920, los patronos crearon grupos paramilitares violentos, opuestos a los sindicatos obreros, que reaccionaron de igual modo. La contienda ocasionó represión y muerte (VI).


Guerra de Marruecos.

La hostilidad se fue acentuando. En 1923, el general Miguel Primo de Rivera dio un golpe de Estado que limitó las libertades, aunque la oposición fue tan persistente que se vio obligado a dimitir y exiliarse (1930). En las elecciones municipales de 1931, ganó la izquierda republicana; Alfonso XIII se exilió y se proclamó la Segunda República. Los movimientos populares se mantuvieron, como en 1934 con la insurrección de la Generalitat de Cataluña y la Revolución (o Comuna) de Asturias, reprimida sangrientamente. Valle-Inclán, fallecido el 5 de enero de 1936, ya no conoció en ese año el triunfo del Frente Popular ni la rebelión militar del mes de julio, inicio de la Guerra Civil.

La situación internacional coetánea de Luces de bohemia fue turbulenta. En 1914, estalló la Primera Guerra Mundial. Austria declaró la guerra a Serbia; otros países (Rusia, Francia, Italia) entraron en el conflicto. Finalmente, la Triple Alianza (Alemania, Austria y Hungría) claudicó frente a las fuerzas aliadas. Valle-Inclán, partidario de estas últimas, viajó al frente francés en 1916 y escribió diversas crónicas, impresionado por los diez millones de muertos, el sufrimiento general, las nuevas armas (el gas, los aviones, los carros de combate) y el cambio de la política internacional.

2. Panorama literario

La adscripción generacional de Ramón del Valle-Inclán (1866-1936) resulta polémica. Por su edad pertenecería a la Generación o Grupo del 98, pero algunos críticos lo adscriben al Modernismo. Quizá fue modernista y noventayochista. Veámoslo.

El Modernismo fue un movimiento artístico que se prolongó desde 1880 hasta los años veinte del siglo pasado. Literariamente, surge por la influencia de dos corrientes poéticas francesas: el Parnasianismo, que busca la perfección estética y cuyo máximo representante fue Théophile Gautier (1811-1872), y el Simbolismo, que intenta profundizar en el interior del ser humano, representado por Charles Baudelaire (1821-1867). De Francia pasó a Latinoamérica, y de allí, rápidamente, a España, gracias a Valle-Inclán, entre otros. Su máximo representante fue Rubén Darío (1867-1916). Los principales rasgos de esta corriente neorromántica son:

1. Exotismo espacial y temporal; cosmopolitismo.

2. Dominio del subjetivismo, polarizado entre el vitalismo y el pesimismo.

3. Temas amorosos y eróticos; misterio y magia.

4. Voluntad de perfección y búsqueda del esteticismo máximo.

5. Originalidad formal, con nuevas estructuras formales y léxico llamativo con cultismos, arcaísmos, neologismos y vocablos sensoriales, especialmente visuales.

Por su parte, la Generación o Grupo del 98 es una corriente de pensamiento que se centra en el mundo literario. Tiene su origen en la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas en 1898. Esta derrota llevó a algunos intelectuales a afirmar que España necesitaba una regeneración urgente para frenar su decadencia. Los principales auto­res son Miguel de Unamuno, Pío Baroja, José Martínez Ruíz «Azorín» y Antonio Machado. Sus rasgos básicos son:


El modernismo: jardines y fuentes.

1. La necesidad de una renovación ética y social.

2. El interés por lo profundo, lo esencial, el contenido, el mensaje filosófico e ideológico por encima de los aspectos estéticos y formales.

3. La interpretación de la crisis de España como una cuestión de mentalidad, más que de economía o de política superficiales.

4. El reconocimiento de la literatura como un método para renovar y cambiar la sociedad.

5. Riqueza verbal, con primacía de los diálogos sobre la acción.

Respecto a la discusión sobre la adscripción de don Ramón a un movimiento u otro, opinamos que, de modo similar a Antonio Machado, nuestro autor evolucionó desde el carlismo conservador hasta posturas comprometidas con su sociedad. La concienciación social lo llevó a buscar la protesta desde el polo opuesto, el del pueblo que sufre los abusos de los patronos y la violenta represión gubernamental. Así ocurre en las Sonatas y en Luces de bohemia.

Tanto en un caso como en el otro exhibió su maestría Valle-Inclán, cuyo teatro chocaba, evidentemente, con el modelo que dominaba en la escena española. Antes de ocuparnos de esta, conviene señalar las principales tendencias europeas. Por un lado, mencionemos el teatro naturalista, un movimiento basado en Émile Zola. Los temas tratan la problemática social, sean sus protagonistas de clase alta o baja. Su lenguaje debe ser realista. Los autores más representativos son el noruego Henrik Ibsen (1828-1906), cuyos dramas aburrían a Max (IV); el ruso Antón Chéjov (1860-1904), quien defiende la integridad personal frente a las convenciones sociales; el irlandés George Bernard Shaw (1856-1950), el cual defiende la educación como medio de superación social, y el sueco August Strindberg (1849-1912), quien evidencia los conflictos entre clases y la necesidad de romper las ataduras.

El teatro simbolista aparece en Francia en 1880. Descubre lo que está más allá de la realidad externa; es decir, el lenguaje teatral no debe imitar la realidad, sino descubrir el mundo interno del ser humano por medio de símbolos. Su autor más representativo es Maurice Maeterlinck (1862-1949), quien expone el poder salvador del amor.

Hay también dos figuras señeras: el francés Alfred Jarry (1873-1907), cuyo Ubú rey significó un claro antecedente del teatro del absurdo, con su disparatada crítica al poder; y el alemán Bertolt Brecht (1898-1956), el creador del teatro épico y de las técnicas de distanciamiento.

La escena española estaba dominada por corrientes comerciales, ya se tratara de obras destinadas a un público burgués, como las de Benavente y Echegaray, ya de productos dirigidos al pueblo llano, como las zarzuelas de Federico Chueca y Amadeo Vives. La crítica y la denuncia, si existían, solo podían ser suaves, porque ni el público burgués ni el popular buscaban complicaciones. Formalmente, la representación estaba marcada por convenciones; esto es, un hombre y una mujer eran los protagonistas, el escenario sufría pocas alteraciones y la obra se dividía en las tres partes clásicas: presentación, nudo y desenlace. Era llamado «teatro de salón» porque la acción tenía lugar en un salón lujoso y luminoso.

La alta comedia estaba dominada por José Echegaray (1832-1916), cuyas obras son de carácter moralizador, ambientes acomodados, conflictos sentimentales que hacen peligrar la familia y final feliz que reafirma el modelo burgués. El teatro realista, en el que importa más la agilidad de los diálogos que la acción, está representado por Benito Pérez Galdós (1843-1920), autor que los modernistas criticaban con dureza (IV). El teatro costumbrista estaba representado por dos hermanos andaluces, los Álvarez Quintero.

La visión pintoresca de la vida que transmitían estos autores andaluces fue ridiculizada por Valle-Inclán en la escena XIV de Luces de bohemia, aquella en la que el Marqués de Bradomín y Rubén Darío hablan del teatro de Shakespeare.

Ahora bien, para que Valle apadrinase una literatura profunda que rompía con el teatro anquilosado y burgués, tuvieron que ocurrir muchas cosas. La primera, su nacimiento. Ramón José Simón Valle Peña, cuyos padres fueron don Ramón Valle y doña Dolores Peña, nació el 28 de octubre de 1866 en Vilanova de Arousa (Villanueva de Arosa, en Pontevedra). La divergencia entre los apellidos de la fe de bautismo y los empleados después por el escritor radica en un episodio familiar. En 1758, un antepasado de nuestro autor tuvo que presentar unas pruebas de linaje para obtener una beca. Los familiares confirmaron el buen origen de «don Francisco del Valle Inclán de los Santos». En el mismo documento, el interesado utilizó el apellido «Valle-Inclán» y la forma abreviada «Valle». Un hermano suyo consignaba en los documentos tanto la forma «del Valle-Inclán» como «Inclán del Valle».

La infancia y la adolescencia de Valle-Inclán transcurrieron en un entorno acomodado. Su culta familia favoreció el contacto con las tradiciones populares y la literatura. Estudió el bachillerato en Pontevedra y se matriculó en Derecho en Santiago de Compostela. En 1889 publicó su cuento A media noche en una revista de Barcelona. Al morir su padre, en 1890, y atraído por el mundo literario tras conocer a José Zorrilla en una conferencia, abandonó la carrera y se fue a Madrid, donde empezó a publicar en los periódicos Los Lunes de El Imparcial, El Globo y La Ilustración. También comenzó su habitual asistencia a las tertulias literarias. Físicamente, era de mediana estatura y muy delgado. Llevó casi toda su vida melena y largas barbas y, habitualmente, anteojos, capa y sombrero.


Valle-Inclán en 1930.

En 1892, llevado por el afán de aventura, viajó a México donde publicó en los diarios El Universal y El Correo Español con el nombre de Ramón María del Valle-Inclán. México vivía una época de auge económico y cultural, y allí nuestro autor conoció una obra fundamental de Rubén Darío, Azul, y asimiló rápidamente la estética modernista con su gusto por la riqueza verbal, la belleza y el exotismo. También parece que en la compleja política mexicana está el origen de su interés por la política. A su regreso a Madrid, a fines de 1892, pasó por Cuba. En 1893 se trasladó a Pontevedra. Allí, mientras sigue publicando artículos y cuentos en Madrid, se dedicó a leer, especialmente al italiano Gabriele d´Annunzio, y en 1895 publicó un libro de narraciones modernistas: Femeninas (Seis historias amorosas).

En 1895 volvió a Madrid, donde consiguió un empleo de funcionario en el Ministerio de Instrucción Pública, y colaboró en periódicos y revistas, como ABC. En 1897 publicó su segundo libro, Epitalamio (Historias de amores). En 1898 conoció a Josefina Blanco, que sería su esposa nueve años después. Ambos actuaron ese año en La comida de las fieras, de Jacinto Benavente. En 1899 volvieron a coincidir como actores en el estreno de Los reyes en el destierro, adaptación de una novela del francés Alphonse Daudet, realizada por Alejandro Sawa, amigo de Valle-Inclán.

 

Su protagonismo en las tertulias fue intenso. Acudía habitualmente al café de la Montaña, en la Puerta del Sol, junto a Benavente, y al café de Madrid, con Baroja, Azorín, Villaespesa, Sawa y Martínez Sierra. Otras tertulias eran las del Nuevo Café Levante, el café Pombo y los cafés de París y Francia. En el café del Real se solía reunir con los modernistas. Participaba de muchos de los hábitos de la bohemia (interés artístico, marginación de los círculos burgueses, vida nocturna, provocación…), pero él se debía a su obra por encima de todo y mantuvo una capacidad envidiable de concentración y trabajo riguroso. Su bohemia fue controlada y extremadamente productiva.

En una noche de 1899, estaba en el café de la Montaña del hotel París. Dado a polemizar, defendía su visión del duelo, que consideraba «una de las bellas artes». Había ocurrido que dos jóvenes –el dibujante portugués Leal da Câmara y el español López del Castillo– se habían retado a duelo. Un periodista, Manuel Bueno, dijo que este no se debía realizar porque Leal era menor de edad y Valle-Inclán, molesto, le respondió: «¡Y usted qué entiende de eso, majadero!». Bueno amenazó con su bastón sobre la cabeza de Valle y este agarró una jarra de agua y se la tiró al periodista. No acertó, pero el otro le arreó un bastonazo que le abrió una brecha en la cabeza. Valle se protegía con el brazo izquierdo mientras que con la mano derecha continuaba lanzando vasos y platos. Bueno respondía con más golpes, que causaron a su rival cortes en el brazo. Terminó la pelea y, al cabo de unos días, la herida del brazo se agravó y gangrenó. Hubo que amputarlo. En este mismo año, los amigos de Valle estrenaron su obra Cenizas (Drama en tres actos), con el ánimo de recoger dinero para un brazo ortopédico, que él no usó. Mientras tanto, seguía asistiendo a varias tertulias, junto con Baroja, Azorín, Antonio y Manuel Machado, Rubén Darío (en sus estancias en Madrid) y los pintores Zuloaga y Julio Romero de Torres.


Figura 4 . Valle-Inclán con sus amigos.

A partir de 1902 decidió renunciar al trabajo periodístico (también al de actor, por la falta de su brazo) y comenzó a publicar la serie de Sonatas: Sonata de otoño (1902), Sonata de estío (1903), Sonata de primavera (1904) y Sonata de invierno (1905). Se ciñen al modelo del modernismo: mundo nobiliario de carácter mítico, misterioso, decadente y de cierta perversidad, con protagonismo femenino, con un lenguaje poético y esteticista. La escasez de recursos lo obligó a vivir en una pequeña buhardilla pobre y sobria como la que intuimos en Luces de bohemia.

En 1907 se casó con Josefina Blanco (1878-1957). La carrera teatral de Josefina continuó des­pués de casarse y representó obras de su marido. En años posteriores, don Ramón se dedicó a la escritura intensamente, al tiempo que apoyó políticamente al carlismo. No obstante, afirmaba que era «defensor de la tradición por estética». También rechazaba la política burguesa de la Restauración. Esta actitud fue variando hasta el punto de alejarse del carlismo durante el inicio de la Primera Guerra Mundial, en la que se decantó por el apoyo ideológico a los aliados. La consolidación de la Revolución rusa lo reafirmó en un mayor compromiso social.

En 1921 realizó un nuevo viaje a México, invitado por su presidente, Álvaro Obregón, viaje en el que fue homenajeado como un gran escritor. A continuación visitó Estados Unidos. En 1923 y 1924, tras el golpe de Estado del general Primo de Rivera, mostró su rechazo a la dictadura. En 1927, año clave para la génesis de la Generación del 27, nuestro autor dio su apoyo a la creación de la Alianza Republicana. En 1929, por su oposición a la dictadura y a la monarquía, fue detenido, aunque puesto inmediatamente en libertad. En 1932 se inició su proceso de divorcio, aunque los trámites por la custodia de los seis hijos y la partición de los bienes duraron hasta la muerte del escritor.

Tras la caída de Primo de Rivera y el exilio de Alfonso XIII, el nuevo Gobierno de la República premió el valor ético y artístico del autor y lo nombró en 1932 conservador del Patrimonio Nacional y director del Museo de Aranjuez, pero dimitió por desavenencias con sus superiores. Luego fue nombrado presidente del Ateneo de Madrid, pero también dimitió. En 1933, fue nombrado director de la Academia Española de Bellas Artes en Roma. En ese cargo se mantuvo hasta que se le detectó un cáncer de vejiga y volvió a España en 1934. A pesar de su grave enfermedad, seguía asistiendo a algunas tertulias. En su casa recibía numerosas visitas; entre otras, la de Miguel de Unamuno. A mediados de 1935 decidió ir a morir a Santiago de Compostela. Allí, tras renunciar a asistencia religiosa, murió el 5 de enero de 1936. Fue enterrado pobremente en el cementerio civil de Boisaca, en Santiago de Compostela.

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