La obra de Cristo

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La obra de Cristo
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La

OBRA

de

CRISTO

Con guía de estudio

Publicado por:

Publicaciones Faro de Gracia

P.O. Box 1043

Graham, NC 27253

www.farodegracia.org

ISBN 978-1-629461-89-2

Originally published in English under the title: The Work of Christ © 2012 by R.C. Sproul 4050 Lee Vance View, Colorado Springs, Colorado 80918 U.S.A. This edition published by arrangement with Cook. All rights reserved.

©2019 Publicaciones Faro de Gracia.

Traducción al español realizada por Pamela Espinosa; edición de texto Paula Bautista diseño de la portada y las páginas por Francisco Hernández. Todos los Derechos Reservados.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio—electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o cualquier otro—excepto por breves citas en revistas impresas, sin permiso previo del editor.

©Las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina-Valera ©1960, Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas, a menos que sea notado como otra versión. Utilizado con permiso.

R.C. SPROUL

La

OBRA

de

CRISTO

Con guía de estudio

La Obediencia de Cristo -

qué significa para mí


Contenido

PREFACIO

1 ENCARNACIÓN

GUÍA DE ESTUDIO DEL CAPÍTULO 1

2 HIMNOS DE LA INFANCIA

GUÍA DE ESTUDIO DEL CAPÍTULO 2

3 JESÚS EN EL TEMPLO

GUÍA DE ESTUDIO DEL CAPÍTULO 3

4 BAUTISMO

GUÍA DE ESTUDIO DEL CAPÍTULO 4

5 TENTACIÓN

GUÍA DE ESTUDIO DEL CAPÍTULO 5

6 TRANSFIGURACIÓN

GUÍA DE ESTUDIO DEL CAPÍTULO 6

7 ENTRADA TRIUNFAL

GUÍA DE ESTUDIO DEL CAPÍTULO 7

8 LA ÚLTIMA CENA

GUÍA DE ESTUDIO DEL CAPÍTULO 8

9 CRUCIFIXIÓN

GUÍA DE ESTUDIO DEL CAPÍTULO 9

10 RESURRECCIÓN

GUÍA DE ESTUDIO DEL CAPÍTULO 10

11 ASCENSIÓN

GUÍA DE ESTUDIO DEL CAPÍTULO 11

12 REGRESO

GUÍA DE ESTUDIO DEL CAPÍTULO 12

SOBRE EL AUTOR

OTROS TÍTULOS DE PUBLICACIONES FARO DE GRACIA

PREFACIO

Cualquier niño de seis años que haya pasado algunas mañanas en la escuela dominical puede dar una respuesta precisa a la pregunta: “¿Qué hizo Jesús por ti?”. Generalmente ese niño dirá: “Jesús murió en la cruz por mis pecados”. Esa es una declaración profunda y verdadera, pero es solo la mitad del asunto.

Si Jesús solo necesitaba morir en la cruz para salvar a Su pueblo, podría haber descendido del cielo en forma de hombre la mañana del Viernes Santo, ir directamente a Gólgota, morir en la cruz, resucitar y volver a irse. Nuestro problema de pecado estaría resuelto. Él no necesitaba nacer de María en un establo, pasar por todas las pruebas y tribulaciones de crecer en este mundo caído, o soportar la enemistad de los líderes judíos durante Su ministerio.

Sin embargo, Jesús no vivió esos treinta y tres años para nada.

A fin de que Él cumpliera con los requisitos para ser nuestro Redentor, simplemente ir a la cruz y ser crucificado no era suficiente. Si Jesús solo hubiera pagado por nuestros pecados, únicamente habría logrado llevarnos de regreso al punto de partida. Ya no seríamos culpables, pero todavía no tendríamos absolutamente ninguna justicia para presentarnos ante Dios. Por tanto, nuestro Redentor necesitaba no solo morir, sino también vivir una vida de perfecta obediencia. La justicia que Él manifestó podría luego transferirse a todos los que depositaran Su confianza en Él. Al igual que mi pecado se transfiere a Cristo en la cruz cuando confío en Él, Su justicia se transfiere a mi cuenta a los ojos de Dios. Entonces, cuando me presente ante Dios en el día del juicio, Dios verá a Jesús y Su justicia, que serán mi resguardo.

Por Su obediencia, Él redimió a Su pueblo para la eternidad.

Es importante, entonces, que no minimicemos la obra de Cristo a lo largo de Su vida al enfocarnos demasiado en la obra de Cristo en Su muerte. Por tanto, mi propósito en este libro es ofrecer una breve descripción del paso de Cristo por este mundo, observando los principales eventos de Su vida y Su muerte para mostrar que Él cumplió una misión que duro toda una vida. Mi oración es que este libro les ayude a ver que, durante toda Su vida, nuestro Señor obró una salvación completa para Su pueblo amado.

R. C. Sproul Sanford, Florida, octubre de 2011

1
ENCARNACIÓN

En teología, hacemos una distinción entre la persona de Cristo y la obra de Cristo por varias razones. Pero a pesar de que esa distinción es importante, nunca debemos permitir una separación, porque la persona de Cristo está íntimamente conectada a Su obra. Entendemos Su obra en gran medida desde la perspectiva de Aquel que hizo la obra. Visto a la inversa, la obra de Jesús revela mucho acerca de quién es Él. Por tanto, Su persona y Su obra pueden ser diferenciadas pero nunca separadas.

En los análisis sobre la obra de Cristo, muchas personas creen que lo más natural es comenzar con Su nacimiento. Sin embargo, la obra de Cristo comenzó mucho antes de Su nacimiento. De hecho, comenzó en la eternidad pasada, en lo que los teólogos llaman “el pacto de redención”. La palabra pacto aparece frecuentemente en la Biblia. Un pacto es un acuerdo entre dos partes. Existe el pacto de la Creación, el pacto de obras y el pacto de gracia. A medida que leemos las Escrituras, vemos que Dios hace pactos con Noé, Abraham y David, y luego hace el nuevo pacto. Sin embargo, muchas personas no están familiarizadas con el primer pacto de todos, el pacto de redención. Ese no fue un pacto que Dios hizo con los seres humanos. En cambio, el pacto de redención fue un pacto forjado en la eternidad entre las tres personas de la Deidad.

Distinguimos a las personas de la Deidad como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Cuando examinamos el registro de la Creación en el Antiguo Testamento, vemos que toda la Trinidad, toda la Deidad, estuvo activamente involucrada en la Creación del universo. Pero no solo la Creación fue una obra trinitaria; también lo es la redención. En la eternidad antes de la Creación, el Padre inició el concepto de redimir la Creación que sabía que iba a caer. Él diseñó el plan de redención. Al Hijo se le encomendó la tarea de cumplir esa redención. Al Espíritu Santo se le dio la tarea de aplicar la obra de redención de Cristo al pueblo elegido de Dios. Es de vital importancia que entendamos que esta división de responsabilidades no implicaba ninguna imposición por parte del Padre o una lucha dentro de la Deidad misma. Por el contrario, el Padre, el Hijo y el Espíritu hicieron un acuerdo eterno que se conoce como el pacto de redención. Bajo este pacto, el Padre envió al Hijo y el Hijo estuvo absolutamente encantado de llevar a cabo la misión que el Padre le dio.

El apóstol Pablo resumió el alcance de la encarnación de Jesús cuando escribió: “Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres. Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo” (Efesios 4:8-10). Entonces, el ministerio de Jesús, que culminó con Su ascensión a la gloria para Su coronación como Señor de la Creación, comenzó con Su descenso. Él dejó Su hogar en gloria con el Padre y el Espíritu, y vino a este mundo por medio de la encarnación.

 

Del mismo modo, en la apertura de su Epístola a los Romanos, Pablo se identificó a sí mismo como un apóstol llamado por Dios y apartado para el evangelio de Dios, que, según dijo, fue “prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne” (Romanos 1:2–3). Así, Pablo comenzó su gran exposición del evangelio y la obra de Cristo con una referencia a que Jesús nació como descendiente de David. Esta referencia al nacimiento de Jesús nos lleva de inmediato al concepto de la encarnación.

EL NACIMIENTO DEL ENCARNADO

Lo importante sobre el nacimiento de Cristo, aquello que celebramos en Navidad, no es tanto el nacimiento sino la encarnación de Dios mismo. Encarnación es venir en la carne. En el prólogo de su evangelio, Juan primero distinguió entre el Verbo y Dios: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios” (Juan 1:1a). Luego, en la siguiente afirmación, dijo que son lo mismo: “y el Verbo era Dios” (v. 1b). Al final del prólogo, escribió: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (v. 14a). En esta “encarnación”, Dios no sufrió repentinamente una metamorfosis para convertirse en un hombre, de modo que la naturaleza divina esencialmente dejara de existir o tomara una nueva forma. La encarnación no fue tanto una substracción sino una adición; la segunda persona eterna de la Trinidad asumió una naturaleza humana y unió Su naturaleza divina a esa naturaleza humana con el propósito de la redención.

Pablo tenía algunas cosas muy importantes que decir sobre la encarnación en su carta a los Filipenses:

Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2:5–11).

Este pasaje, que es una celebración de la encarnación de Cristo, se conoce como el himno kenótico. Es probable que el apóstol no haya compuesto este pasaje mientras escribía la carta a los filipenses, sino que hizo uso de un himno que los cristianos cantaban en esa época. Se le llama el himno kenótico debido a una palabra griega prominente que se encuentra en este pasaje, kenosis, que literalmente significa “vaciamiento”. La imagen de vaciar nos da una idea de la transición que Jesús experimentó al dejar Su estado exaltado en el cielo y encarnarse como hombre en este mundo.

En la vida de Jesús, vemos un patrón muy claro de humillación y exaltación. Él comenzó en exaltación en la gloria del cielo, pero accedió a unirse a nosotros en nuestra existencia terrenal para redimirnos. Al entrar en la carne humana, sufrió una profunda humillación. A lo largo de Su vida, la humillación se hizo más grande y más oscura, llegando finalmente a su punto más bajo en la cruz. Después de Su crucifixión y muerte, el patrón cambió, y comenzó a ser exaltado una vez más, empezando con Su sepultura en la tumba de un hombre rico y culminando con Su ascensión a la gloria.

El patrón no siempre fue consistente. Hace varios años, escribí un libro titulado The Glory of Christ [La gloria de Cristo] porque me fascinaba la forma en que, durante la vida terrenal de Jesús, cuando Su identidad eterna estaba oculta durante Su encarnación, ocasionalmente se filtraban destellos de gloria, como si la encarnación fuera incapaz de cubrir totalmente Su gloria. Lo vemos, por ejemplo, en el relato de Lucas sobre el nacimiento de Jesús. Lucas nos cuenta del arduo viaje que hicieron María y José para registrarse en Belén. Cuando llegaron allí, no había lugar en la posada, por lo que Jesús nació en la humillación absoluta de un establo, fue envuelto en pañales y tendido en un pesebre. Pero incluso mientras tenemos esta imagen de humillación, en los campos fuera de Belén, la gloria de Dios irrumpió, y el coro angelical comenzó a cantar: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:14). Este es solo un ejemplo que muestra que la humillación de Jesús no fue lineal. Sin embargo, el patrón básico va de la humillación a la exaltación.

UN EJEMPLO PARA IMITAR

Creo que es importante observar que el propósito de Pablo en el himno kenótico fue mostrarnos cómo Jesús se humilló a sí mismo para que podamos imitarlo. Por eso Pablo comenzó declarando: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5). En otra parte, el apóstol nos dijo que debemos estar dispuestos a identificarnos con la humillación de Jesús si esperamos experimentar Su exaltación (Romanos 8:17). Incluso nuestro bautismo muestra humillación y exaltación; en el bautismo, estamos mostrando la muerte de Jesús, pero también estamos mostrando Su resurrección.

Pablo afirmó que Cristo, “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse” (Filipenses 2:6). En otras palabras, Jesús no consideró la gloria que disfrutó con el Padre y el Espíritu desde toda la eternidad como algo para ser celosamente guardado y retenido tenazmente. En cambio, Él estaba dispuesto a dejarlo de lado. Estaba dispuesto a vaciarse y “se despojó a sí mismo” (v. 7a).

En el siglo XIX, los eruditos liberales propusieron la teoría kenótica de la encarnación, declarando que cuando Jesús vino a esta tierra dejó de lado Sus atributos divinos. De este modo, el Dios-hombre ya no tenía los atributos divinos de omnisciencia, omnipotencia y todo lo demás. Evidentemente, esta teoría era una negación de la naturaleza misma de Dios, la cual es inmutable. Incluso en la encarnación, la naturaleza divina no perdió Sus atributos divinos. Jesús no comunicó Sus atributos divinos a Su lado humano. Él no deificó Su naturaleza humana. La unión entre la naturaleza divina y humana de Jesús es un misterio, pero Su naturaleza humana es verdaderamente humana. Eso significa que no es omnisciente. No es omnipotente. No es ninguna de esas cosas. Al mismo tiempo, Su naturaleza divina permanece plena y completamente divina. A. E. Biedermann señaló que “solo alguien que haya sufrido una kenosis de su entendimiento puede estar de acuerdo con las [teorías kenóticas]”1. En otras palabras, estos teólogos se habían vaciado de su sentido común.

En realidad, Jesús se vació de Su gloria, privilegio y exaltación. En la encarnación, Él se despojó a Sí mismo. Permitió que Su posición divina y exaltada fuera sometida a hostilidad humana, crítica e incluso negación. Tomó la forma de un siervo y se hizo semejante a los hombres (v. 7b). Ya es bastante sorprendente que Jesús haya venido como hombre, pero además vino como esclavo. Llegó en una posición que no tenía exaltación ni dignidad, solo indignidad. Y en dicho estado, “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (v. 8).

DE LA HUMILLIACIÓN A LA EXALTACIÓN

Las palabras que siguen a este breve resumen de la humillación de Jesús en la encarnación son de vital importancia para nosotros. Pablo escribió: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre” (v. 9). En el aposento alto, la noche antes de Su ejecución, cuando Jesús hizo Su oración sacerdotal, una de Sus peticiones fue que el Padre le devolviera la gloria que tenían juntos desde el principio. Él declaró: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:4–5). Cuando completó Su obra, el Padre hizo exactamente lo que Jesús le había pedido. Llegó el fin de Su indignidad, de la humillación que comenzó tan estrepitosamente con Su nacimiento.

Los nombres y títulos que el Nuevo Testamento da a Jesús permiten un estudio amplio e inspirador. Pero ¿cuál es el nombre que Dios le ha dado a Jesús, el nombre que está sobre todo nombre? A menudo sucede que los cristianos al leer este pasaje asumen que el nombre que está sobre todo nombre es el nombre de Jesús. Pero Pablo tenía un nombre diferente en mente. Él dijo que Dios ha exaltado a Cristo y le ha dado el nombre sobre todo nombre, “para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:10–11). El nombre que está sobre todo nombre es el título que pertenece solo a Dios, Adonai(“Señor”), que se refiere a Dios como el soberano. Debido a la perfecta obediencia de Jesús en el papel de esclavo, Dios movió el cielo y la tierra para exaltar a Su Hijo y le dio el nombre que está sobre todo nombre, de modo que cuando escuchamos el nombre de Jesús, nuestro impulso debería ser caer de rodillas y confesar que Él es el Señor para la gloria de Dios Padre. Cuando lo hacemos, cuando exaltamos a Cristo de esta manera, también exaltamos al Padre.

Por lo tanto, el círculo se completa: primero la exaltación, luego la humillación, y finalmente la exaltación otra vez. A Cristo no solo se le dio la tarea de venir a morir el Viernes Santo. Fue llamado a vivir toda una vida de humillación. Esa fue la misión que Él acordó cumplir con el Padre y el Espíritu desde la eternidad.

GUÍA DE ESTUDIO
DEL CAPÍTULO 1

INTRODUCCIÓN

Muy a menudo, pensamos en la obra de Cristo como algo que comenzó cuando fue bautizado en el río Jordán a la edad de treinta años. En realidad, la obra de Cristo comenzó en la eternidad pasada en el pacto de redención. En este capítulo, el Dr. R. C. Sproul explica cómo la humillación de Cristo en Su encarnación y crucifixión y la exaltación de Cristo en Su resurrección y ascensión se basan ambas en el pacto eterno entre las personas de la Trinidad.

OBJETIVOS DE APRENDIZAJE

1. Ser capaz de establecer la relación de cada una de las personas de la Trinidad con el pacto de redención.

2. Ser capaz de resumir el patrón de humillación y exaltación en la obra de Cristo.

CITAS

Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

—Filipenses 2:5–11

El pacto de salvación nos da a conocer la relación y la vida de las tres personas del Ser Divino como una vida de pacto, una vida de autoconciencia y libertad supremas. Dentro del Ser Divino, el pacto florece al máximo... La mayor libertad y el acuerdo más perfecto coinciden. La obra de salvación es una empresa de tres personas en la que todos cooperan y cada uno realiza una tarea especial.

—Herman Bavinck, Reformed Dogmatics: Sin and Salvation in Christ [Dogmática reformada: pecado y salvación en Cristo]

BOSQUEJO

I. Introducción

A. En teología, hacemos una distinción entre la persona de Cristo y la obra de Cristo.

B. Aunque la distinción es importante, nunca debemos permitir que se vuelva una separación.

C. Entendemos la obra a la luz de la persona que la realiza y la obra en sí misma revela mucho sobre la persona.

II. El pacto de redención

A. La obra de Cristo comenzó en la eternidad pasada en el “pacto de redención”.

B. Aunque la mayoría de los cristianos están familiarizados con el pacto de Abraham, el pacto mosaico, el pacto davídico, etc., no todos están familiarizados con el pacto de redención.

C. El pacto de redención se refiere a un pacto o acuerdo que tiene lugar en la eternidad pasada entre la Deidad.

D. No solo la Creación es una obra trinitaria; la redención también lo es.

E. El Padre diseñó el plan de redención.

F. El Hijo fue asignado para cumplir esa redención.

 

G. El Espíritu Santo tiene la tarea de aplicar esa redención a nosotros.

III. La encarnación

A. Durante Su ministerio terrenal, Jesús dijo: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (Juan 3:13).

B. El ministerio de Jesús en este mundo comenzó con Su descenso.

C. Jesús nació de la simiente de David según la carne.

D. En Su nacimiento tenemos la encarnación de Dios mismo.

E. El evangelio de Juan nos dice que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Juan 1:14).

F. En esta “encarnación”, Dios no sufrió metamorfosis y se convirtió en un hombre.

G. La encarnación no fue tanto una substracción sino una adición.

H. La segunda persona eterna de la Trinidad asumió una naturaleza humana con el propósito de la redención.

IV. El patrón de humillación y exaltación

A. El apóstol Pablo, en su carta a los filipenses, escribió: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (2:5–11).

B. En los círculos académicos, este pasaje se conoce como el himno kenótico.

C. La palabra griega kenosis, que se encuentra en este pasaje, significa “vaciamiento”.

D. El énfasis del pasaje es la transición que experimentó Jesús al dejar Su estado exaltado y encarnarse.

E. El patrón que se encuentra en este pasaje es el patrón de humillación y exaltación.

F. Jesús comenzó siendo exaltado en el cielo, pero accedió a unirse a nosotros en nuestra difícil situación para redimirnos.

G. Al entrar en la carne humana, sufrió una profunda humillación.

H. A lo largo de Su vida, la humillación empeoró cada vez más hasta que alcanzó su punto más bajo en la cruz.

I. Después de la crucifixión, Él fue resucitado y exaltado a la gloria otra vez.

V. La kenosis

A. En Romanos 8, Pablo les dijo a los cristianos que a menos que estemos dispuestos a identificarnos con la humillación de Jesús, nunca compartiremos Su exaltación.

B. El Hijo estaba dispuesto a vaciarse a sí mismo y humillarse como alguien indigno.

C. En el siglo XIX, los eruditos liberales propusieron la teoría kenótica de la encarnación, diciendo que la encarnación del Hijo dio como resultado la eliminación de Sus atributos divinos, como la omnisciencia y la omnipotencia.

D. Pero la naturaleza divina no perdió Sus atributos en la encarnación.

E. La naturaleza humana era verdaderamente humana y la naturaleza divina seguía siendo plena y completamente divina.

F. Él se vació a Sí mismo de gloria, privilegio y exaltación.

VI. De la exaltación a la antigua gloria

A. Después de Su humillación, Jesús fue nuevamente exaltado en gran manera.

B. En Su oración sacerdotal, Jesús le pidió al Padre que le devolviera la gloria que tenía desde el principio (Juan 17:5).

C. Esto fue exactamente lo que hizo el Padre una vez que Jesús completó Su obra.

D. En Filipenses 2:9, Pablo escribió: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre”.

E. Muchos suponen que el nombre al que se hace referencia aquí es Jesús.

F. De hecho, el nombre sobre todo nombre es el título que pertenece solo a Dios, es decir, Adonai (“Señor”).

G. El nombre de Adonai se le da a Jesús.

ESTUDIO BÍBLICO

1. ¿El plan de redención estaba incluido en el decreto o consejo eterno de Dios? ¿Qué indican los siguientes textos?

a. Efesios 1:4–11

b. Efesios 3:11

c. 2 Tesalonicenses 2:13

d. 2 Timoteo 1:9

e. Santiago 2:5

f. 1 Pedro 1:2

2. ¿Tenía el plan de salvación la forma de un pacto? ¿Qué nos enseñan los siguientes textos?

a. Juan 5:30, 43

b. Juan 6:38–40

c. Juan 17:4–12

3. ¿Cómo apoyan Romanos 5:12–21 y 1 Corintios 15:22 la idea de que el plan eterno de redención es un pacto?

4. ¿Qué tienen en común los siguientes textos?

a. Juan 6:38–39

b. Juan 10:18

c. Juan 17:4

d. Lucas 22:29

5. Juan 1:1–14 es uno de los textos más importantes del Nuevo Testamento que hablan directamente de la encarnación. Lee estos versículos y apunta las ideas principales que aparecen en cada sección.

GUÍA DE DISCUSIÓN

1. ¿Cuál fue el papel del Padre en el pacto de redención? ¿Del Hijo? ¿Del Espíritu Santo?

2. Respecto a si las partes del pacto de gracia son Dios y Cristo o Dios y Su pueblo, Charles Hodge declaró: “Los estándares de Westminster parecen adoptar a veces uno y a veces el otro modo de expresión”. Argumentó que en la Confesión (7:3), “la implicación es que Dios y su pueblo son las partes”2. El Catecismo Mayor, sin embargo, indica que el pacto de gracia “se hizo con Cristo como el segundo Adán, y en Él con todos los elegidos como Su simiente”3. ¿Son las dos ideas contradictorias? ¿Inconsistentes? ¿Por qué sí o por qué no?

3. Louis Berkhof argumentó que es mejor decir que el Verbo se hizo carne en lugar de decir que Dios se hizo hombre. Es mejor, señaló, porque fue la segunda persona de la Trinidad quien asumió la naturaleza humana, no el Dios Trino4. ¿Estás de acuerdo? ¿Por qué sí o por qué no?

APLICACIÓN

1. Reflexiona sobre el hecho de que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo planearon tu redención desde la eternidad pasada. Alaba a Dios por Su asombrosa gracia para contigo.

2. El punto más bajo de la humillación de Cristo fue la cruz sobre la cual clamó cuando Él, que no conoció pecado, fue hecho pecado y la ira de Dios se derramó sobre Él. Medita en el siguiente poema, que nos recuerda que Jesús gritó como alguien abandonado para que tú y yo nunca tengamos que hacerlo.

Sí, una vez, el universo tembló ante el llanto de Emmanuel huérfano...

Se elevó singular, sin eco: “¡Dios mío, estoy abandonado!”.

Salió de los labios del Santo en medio de Su Creación perdida,

¡Para que, de los perdidos, ninguno tuviera que usar esas palabras de tragedia!5

LECTURA SUGERIDA PARA ESTUDIO ADICIONAL

• Atanasio. La encarnación del Verbo.

• Bavinck, Herman. Reformed Dogmatics [Dogmática reformada], vol. 3, p. 212–16, 323–482.

• Berkhof, Louis. Teología sistemática.

• Dabney, Robert L. Systematic Theology [Teología sistemática], p. 431–39.

• Hodge, Charles. Teología sistemática.

• Kelly, Douglas. Systematic Theology[Teología sistemática], vol. 1, p. 398-400.

• Macleod, Donald. La persona de Cristo.

• Owen, John. Vida por Su muerte.

• Reymond, Robert. Jesus, Divine Messiah [Jesús, el divino Mesías], p. 251–66.

• Shedd, William G. T. Dogmatic Theology [Teología dogmática], 3ª edición, p. 678–80.

• Witsius, Herman. The Economy of the Covenants between God and Man [La economía de los pactos entre Dios y el hombre], vol. 1, p. 165–92.