Buch lesen: «Tennessee Williams y la Norteamérica de posguerra»

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BIBLIOTECA JAVIER COY D’ESTUDIS NORD-AMERICANS

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Carme Manuel

(Universitat de València)


Tennessee Williams y la Norteamérica de posguerra

© Pilar Illanes Vicioso

1ª edición de 2021

Reservados todos los derechos

Prohibida su reproducción total o parcial

ISBN: 978-84-9134-804-7 (ePub)

ISBN: 978-84-9134-770-5 (PDF)

Ilustración de cubierta: Sophia de Vera Hölz Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera

Publicacions de la Universitat de València

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Edición digital

Para Amaia

Índice

Introducción

A Streetcar Named Desire Stanley Kowalski y la sociedad de posguerra

Cat on a Hot Tin Roof Maggie Pollitt, la mujer norteamericana de la Guerra Fría

The Rose Tattoo La felicidad en los márgenes de la tierra prometida

Conclusiones

Bibliografía

Introducción

My place in society, then and possibly always since then, has been in Bohemia. I love to visit the other side now and then, but on my social passport Bohemia is indelibly stamped, without regret on my part.

(Tennessee Williams, Memoirs 2007, 100)

Durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el sueño americano guió a los estadounidenses por el camino de la familia nuclear, el matrimonio, y la heterosexualidad, diciéndoles que así tendrían una existencia plena y feliz. De esta forma se impuso una única vía hacia la felicidad, lo cual llevó a que el sueño americano se convirtiese en una pesadilla para muchos durante la segunda mitad de la década de los cuarenta y la década de los cincuenta. Asimismo, dicha imposición dio lugar a la inestabilidad e infelicidad en la vida de aquellos que, aunque se esforzaban por vivir the American way, contemplaban decepcionados cómo esta felicidad seguía alejándose de su alcance. Es aquí donde los personajes que Tennessee Williams creó en A Streetcar Named Desire (1947), Cat on a Hot Tin Roof (1955), y The Rose Tattoo (1951) sirven de hilo conductor para ilustrar esta transformación del sueño en pesadilla, y para observar que, contrariamente al mensaje dirigido a la población de la época, es la rebeldía ante dichas directrices la que puede finalmente llevar al individuo a encontrar la tan ansiada felicidad.

Tanto en A Streetcar Named Desire (1947) como en Cat on a Hot Tin Roof (1955), la atmósfera asfixiante de la Guerra Fría atrapa a los personajes y tiene un rol fundamental en las decisiones que toman. Concretamente, en el caso de Streetcar, Williams ofrece al espectador la oportunidad de observar la marginación que sufrían aquellos sujetos que no encajaban dentro de la estructura social que el patriarcado había impuesto durante la posguerra. Tal es el caso de Blanche, cuya soltería y promiscuidad la convierten en el elemento conflictivo y extraño que suscita la desconfianza de los que la rodean. Ella es, pues, la antítesis de Stanley, quien se presenta como patriota, al haber participado en la Segunda Guerra Mundial, y como proveedor de su familia y futuro padre.

En lo que concierne a Cat on a Hot Tin Roof (1955), uno de los temas centrales de la obra es la ansiedad que el individuo experimenta al no poder conseguir lo que cree que quiere. Durante la posguerra, la maternidad y el matrimonio fueron condiciones sine qua non para que la mujer fuese aceptada por la sociedad. Maggie Pollitt sirve de ejemplo de la angustia que provocaba el fracaso en la maternidad o el matrimonio. No obstante, la protagonista creada por Williams nos ofrece otra faceta más rebelde que nos ayuda a verla desde un punto de vista diferente, alejado del retrato unidimensional y anodino que la Guerra Fría pretendía dibujar del mapa social y sexual de los estadounidenses.

Finalmente, The Rose Tattoo (1951) invita a indagar en el sueño americano desde la perspectiva de la inmigración, ya que sus protagonistas provienen de Sicilia y viven en un enclave siciliano entre Nueva Orleans y Mobile. Esta obra es posiblemente la más alegre de toda su producción, puesto que el final supone el comienzo de un futuro que se presenta brillante para los protagonistas. A pesar de que el argumento se desarrolla en los años cincuenta, los personajes permanecen ajenos a las presiones que la sociedad blanca, protestante, heterosexual, y masculina estaba ejerciendo sobre los ciudadanos. Por lo tanto, su éxito en alcanzar la felicidad fuera de los límites del sueño americano merece ser estudiado.

A partir de aquí es posible establecer una línea temática en la que Stanley Kowalski nos ayuda a entender los motivos por los que era necesario luchar para conservar los valores estadounidenses, y por ende el sueño americano. Seguidamente, Maggie Pollitt pone en evidencia la presión que la Guerra Fría estaba ejerciendo sobre la sociedad para que siguiera los pasos indicados hacia la felicidad, a la vez que presenta aspectos subversivos que ayudan a vislumbrar los claroscuros presentes en la moral del país. Llegados a este punto, Stanley y Maggie se perfilan como víctimas de este sueño, mientras que Serafina delle Rose y Alvaro Mangiacavallo surgen como los triunfadores que alcanzan una felicidad que difiere de la que había sido ideada por las voces de la Guerra Fría y el patriarcado.

Dicha línea se apoya en la información sustraída de fuentes tan diversas como la literatura, la historia, el arte, la psiquiatría, la psicología, la medicina, la esfera militar, la sociología, la pedagogía, la filosofía, el feminismo, la antropología, el cine, los medios de comunicación de masas, y la política. Dada esta diversidad de textos, el Nuevo Historicismo fue la metodología que se perfiló como la más idónea, puesto que, tal y como señala Olga Hinojosa Picón en Ficción histórica y realidad literaria. Análisis neohistoricista del socialismo en la obra de Monika Maron (2010), “[e]l procedimiento de esta disciplina consiste […] en investigar cómo los textos producen los límites entre estética y política, con el objetivo final de reconstruir las relaciones en las que la gente vivía en una época determinada” (46).

El Nuevo Historicismo, término acuñado por Stephen Greenblatt, su creador, se nutre en parte del posestructuralismo y de la presencia de Michel Foucault en Berkeley. Así lo expresó Greenblatt en el ensayo “Towards a Poetics of Culture” (1989), donde también alude en términos más generales a la influencia que tuvieron tanto en él como en Estados Unidos los teóricos europeos de la antropología y la filosofía (1). Por otra parte, Hinojosa Picón expone que esta metodología “concibe al ser humano como un producto histórico, social y cultural y considera que los objetos que produce forman parte en consecuencia de la misma formación discursiva de la que proviene el autor” (42). Por lo tanto, el Nuevo Historicismo permite entender por qué Tennessee Williams llegó a crear los personajes y las tramas de las tres obras en cuestión, y también por qué sus protagonistas se comportan de la forma en que lo hacen.

Sin duda, la marginalidad que Williams experimentó en su vida forma parte de la esencia de dichos personajes. Nacido en 1911 en Columbus, estado de Mississippi, y habiendo recibido una educación sureña y tradicional, Tennessee Williams tuvo que enfrentarse desde una temprana edad al hecho de que era diferente. La homofobia presente en el contexto social e histórico en el que tuvo que hacer frente a su orientación sexual impregnó su obra, y dio como resultado personajes que, de igual forma, también sintieron la falta de aceptación y comprensión por parte de la sociedad.

Por otra parte, es imposible obviar la influencia que el Lower South de Estados Unidos, también conocido como Deep South, tuvo en el dramaturgo. La victoria del norte sobre el sur relegó al Lower South a un lugar en la memoria que se perfilaría como una suerte de anacronismo dentro de un país que acabaría rigiéndose por la visión del mundo que tenía el norte. Es más, los cambios que el sur sufrió a causa de la Guerra Civil ayudarían a explicar la dificultad que personajes como Amanda Wingfield o Blanche DuBois tienen para encajar en la sociedad del New South, puesto que ambas son reminiscencias de aquellas Southern belles de antaño.

Según el Dr. James McPherson, la Guerra Civil sirvió para resolver dos cuestiones que quedaron pendientes tras la revolución. Una de estas cuestiones giraba en torno a si los Estados Unidos iban a constituirse como una confederación de estados soberanos, o si iban a unirse bajo un gobierno soberano y nacional. Por otra parte, la segunda cuestión apuntaba a la esclavitud, dado que estos estados habían surgido de la Declaración de Independencia (1776), en la que se especificaba que todos los hombres habían sido creados con el mismo derecho a la libertad (McPherson, “A Brief Overview of the American Civil War”): “We hold these truths to be self-evident, that all men are created equal, that they are endowed by their Creator with certain unalienable Rights, that among these are Life, Liberty and the pursuit of Happiness” (Jefferson et al., “The Declaration of Independence: A Transcription”).

En este caso, las obras de Williams seleccionadas sirven de vehículo para poner en evidencia que las palabras de Thomas Jefferson, las cuales han servido de motor del sueño americano a lo largo de la historia, no contemplaban estos derechos cuando se trataba de aquellos que no se adherían a las normas y estructuras sociales creadas por la clase dominante. Esta discriminación histórica se haría patente de forma indiscutible en las primeras décadas de la Guerra Fría, llevando a las minorías hasta el hastío que finalmente desembocaría en el Movimiento por los Derechos Civiles, la segunda ola del feminismo, y el Movimiento por los derechos de los homosexuales.

Por lo tanto, el objetivo no es hacer un análisis literario de los personajes creados por Williams, sino observar la sociedad estadounidense de la Guerra Fría a través de los sujetos que surgieron de la imaginación del dramaturgo, y tratándolos como si se tratase de individuos reales, ya que, al fin y al cabo, fueron producto de la realidad en la que Williams tuvo que vivir, y síntoma de los tiempos convulsos que se avecinaban.

A Streetcar Named Desire Stanley Kowalski y la sociedad de posguerra

Las “Cuatro Libertades” de Roosevelt: el discurso del miedo

El 6 de enero de 1941 el presidente de los Estados Unidos de América, Franklin Delano Roosevelt, se dirigió al Congreso y a sus ciudadanos con un discurso que sería recordado como “The Four Freedoms Speech”, aunque su título original era “State of the Union 1941”. En este discurso Roosevelt puso de manifiesto la necesidad de intervenir en la guerra que estaba teniendo lugar en Europa, y la necesidad de apoyar a los Aliados. La posición activa y defensiva que el discurso reveló no surgió inmediatamente, sino que fue consecuencia de una serie de circunstancias que llevaron a que Estados Unidos se comenzase a preparar para una guerra en la que, tarde o temprano, sabía que tendría que intervenir. Finalmente el 8 de diciembre de 1941, con el ataque a Pearl Harbor, Estados Unidos declaró la guerra a Japón, uno de los países del Eje.

Estados Unidos había mantenido tanto una política aislacionista con el fin de proteger su economía como una postura neutral con respecto al conflicto nazi. Roosevelt no compartía dicha posición, y su modo de actuar sugiere que vio esta guerra como una oportunidad para que el país ascendiera en su posición de potencia global, por lo que dirigió sus esfuerzos a convencer a los más devotos del aislacionismo de que era necesario que Estados Unidos tomase parte en el conflicto.

Según lo expuesto por el historiador Michael Heale en su libro Franklin D. Roosevelt: The New Deal and War (1999), a partir de 1937 los regímenes fascistas se hacen más fuertes y van avanzando en su conquista, hasta el punto en que Japón, Alemania, e Italia deciden unir sus fuerzas para enfrentarse a la Unión Soviética, lo cual lleva a que Estados Unidos se vea ante una posible confrontación entre el totalitarismo fascista y el totalitarismo comunista (45). De manera que no es de extrañar el pánico que surge ante la idea de que uno de estos regímenes gane la batalla, y Estados Unidos tenga que enfrentarse al vencedor. El presidente Roosevelt ve en estos hechos un motivo más para dejar de lado el aislacionismo y la neutralidad, pero lamentablemente el Congreso no lo ve del mismo modo, puesto que cree que la mejor forma de protegerse es evitar involucrarse en conflictos externos.

En septiembre de 1939 Francia y Gran Bretaña deciden entrar en la contienda, condicionando las perspectivas estadounidenses que, paradójicamente, se situarán en una posición de seguridad, pero que a la vez se verán comprometidas ideológicamente de forma más fuerte que antes de la participación de Gran Bretaña en el conflicto, por la idea de que con esta entrada se arriesgaba indirectamente la seguridad de los Estados Unidos. En cualquier caso, Estados Unidos no entraría todavía en la guerra, aunque Roosevelt siembra en su discurso la duda cuando declara que si bien la nación seguirá siendo neutra, no puede pedir a los estadounidenses que mantengan una opinión igualmente neutra (Heale 46), posicionándose así de manera confusa ante el aislacionismo del país.

La ciudadanía apoyaba a los Aliados, pero en la opinión pública no existía un consenso sobre lo que Estados Unidos debía hacer con respecto a la guerra (Heale 46). Aun así el presidente no cesó en su empeño de adoptar una postura más activa, llegando a conseguir que a finales de 1939 el Congreso diera permiso para exportar armas con las condiciones de que esto no pusiera en peligro la seguridad de los estadounidenses, y de que los países que las compraban se encargasen de llevárselas en sus propios barcos, lo que llegó a conocerse como “cash and carry” (Heale 46). Esta decisión supuso un paso más para adentrarse en el conflicto, haciendo más evidente para la población que la decisión tomada podía tener como respuesta un ataque por parte de los países del Eje. Finalmente, tal y como explica Heale, en junio de 1940 tuvo lugar uno de los sucesos que más agravó la preocupación de los Estados Unidos, este fue la caída de Francia, la cual dejó a Gran Bretaña sola ante Alemania (47). Países como Polonia, Noruega, Dinamarca, Holanda, y Bélgica habían caído ante los nazis, y una vez que Francia también fue sometida, Gran Bretaña sufrió terribles ataques por parte del país enemigo (Heale 47). Estos hechos reforzaron aún más la opinión de Roosevelt de que Estados Unidos no podía mantenerse al margen y que, de hecho, la seguridad de sus ciudadanos estaba en peligro, una posición política que se robustece al ganar de nuevo las elecciones en un tercer mandato el 5 de noviembre de 1940, momento en el que comienza una relación tensa con Japón. Según Heale, esta tensión se debía a las importaciones de varias materias primas que el país asiático hacía desde otros países, entre ellos Estados Unidos (49). De manera que Japón busca otros lugares más cercanos para abastecerse, y acaba invadiendo la Indochina francesa en septiembre, a lo que Roosevelt responde prohibiendo la exportación de chatarra de hierro y acero a Japón; casi simultáneamente, Alemania, Italia, y Japón firman el Pacto Tripartito (Heale 49).

Junto con los planes de Japón de invadir las Indias orientales neerlandesas, para lo que previamente tenía que arrebatarles el poder militar en el Pacífico a los estadounidenses, estos sucesos llevaron al ataque de Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 (Heale 49), un ataque histórico que obligó a Estados Unidos a declararse oficialmente en guerra y a olvidar el aislacionismo y la neutralidad que había practicado hasta ese momento.

Por este motivo el discurso del presidente Roosevelt, mencionado anteriormente, se presenta como un discurso revelador en cuanto a las pistas incluidas en él, las cuales lo convierten en una manipulación estratégica para incentivar la amenaza del conflicto y para componer una ideología de proteccionismo y de defensa de una nación que se reconoce como lugar de las libertades.

Este discurso tiene lugar casi un año antes del ataque a Pearl Harbor, concretamente el 6 de enero de 1941. Originalmente bajo el título de “State of the Union 1941”, el presidente Roosevelt se dirige al Congreso en un momento delicado en la historia de Estados Unidos, ya que como él mismo indica, nunca antes se ha visto Estados Unidos bajo una amenaza externa de esta magnitud. De este modo, Roosevelt pone en alerta a todo aquel que no lo estuviese ya, y valida la preocupación de los que sí lo estaban. La seguridad del país, y todo lo que ello implica, está siendo amenazada por fuerzas externas a las que hay que enfrentarse como una nación unida, y el presidente no tiene reparos en hacer énfasis sobre este punto. De este modo apela al patriotismo y a la unidad del país para enfrentarse al enemigo. Roosevelt no duda en recordar algunos de los conflictos bélicos en los que Estados Unidos se vio implicado, incluyendo la Guerra Civil que tuvo lugar entre los estados del país, y a su vez advierte de que la participación en conflictos geográficamente externos se debió a: “[T]he maintenance of American rights and for the principles of peaceful commerce”. Continua así con su labor para convencer al Congreso de que la política aislacionista tiene que acabar.

Roosevelt veía esta política como algo peligroso para los tiempos que corrían, mantenerse al margen podía suponer la victoria de los países del Eje, y sus consecuencias para Estados Unidos serían devastadoras, puesto que su economía, su libertad, e independencia como país estarían en peligro. La evocación de esta imagen tenía como fin abrir los ojos de aquellos que apoyaban el aislacionismo, puesto que también se verían directamente afectados como cualquier otro ciudadano de a pie, y así se lo recuerda a los miembros del Congreso.

De igual modo, Roosevelt confiaba en que los Aliados serían capaces de contener a las fuerzas del Eje, y así fue hasta que vio cómo estas se iban haciendo con el poder y salían victoriosas de sus ofensivas. Fue entonces cuando consideró más necesario que nunca prestar ayuda a los Aliados, así que de nuevo pidió la colaboración del Congreso para aprobar las ayudas a los países que protegían los intereses de Estados Unidos; esto llevaría a la aprobación de la Ley de Préstamo y Arriendo por parte del Congreso el 11 de marzo de 1941.

El discurso de Roosevelt fue efectivo a la hora de despertar el miedo en los oyentes, ya que al aludir a sucesos ocurridos en el viejo continente, el mandatario estaba advirtiendo sobre el peligro de no ser lo suficientemente precavidos. Para ello, utilizó el ataque sufrido por Noruega como ejemplo de lo que podía suceder si no eran previsores, dando a entender que era sumamente importante actuar con rapidez y asumir una postura defensiva.

Llegados a este punto, el fin del aislacionismo se percibe cada vez más próximo. Roosevelt se dirige directamente a los congresistas y al Poder Ejecutivo del Gobierno, y en un giro interesante de palabras, los señala como los principales responsables del éxito o el fracaso de la supervivencia del país:

That is why the future of all the American Republics is today in serious danger. That is why this Annual Message to the Congress is unique in our history. That is why every member of the Executive Branch of the Government and every member of the Congress faces a great responsibility and great accountability. (Roosevelt, “State of the Union 1941”)

Su mensaje es claro, si el Congreso y el Ejecutivo no pasan a la acción, estarán arriesgando el futuro de la nación y los valores que la sostienen, además de hacer gala de un patriotismo más que cuestionable. Si no abandonan su política aislacionista y neutral, serán los directos responsables de la pérdida de la libertad y de la democracia en el país. Sigue así el presidente en su empeño de acabar con el aislacionismo, y con el fin de justificar tanto la posición defensiva que Estados Unidos debe tomar como la ayuda a los Aliados, no duda en poner de manifiesto que la mayoría del pueblo comparte esta opinión.

Para reforzar su argumento, Roosevelt hace alusión a las últimas elecciones, señalando la similitud entre ambos partidos políticos en materia de política nacional. De esta manera pone en evidencia que el Congreso es el único que está obstaculizando la ayuda a los Aliados. Además, en lo que se podría considerar como un desafío al Congreso, Roosevelt sentencia que es necesario aumentar la producción de armamento. A partir de aquí se detallan los preparativos que se están haciendo para la defensa con armas, aviones y maquinaria, informando así al Congreso y a los ciudadanos de los progresos y retrasos que están teniendo lugar en este proceso. Después de proporcionar esta información, el presidente pide de nuevo la colaboración del Congreso.

En cualquier caso, Roosevelt quiere dejar claro que ningún ciudadano estadounidense irá a la guerra, aunque llegados a este punto parezca algo imposible, ya que las medidas que se están tomando son las propias de un país que se está armando para tomar parte en un conflicto bélico, y no simplemente para prestar el armamento que sobre a los países que lo necesiten. Puede que esta fuera una de las razones por las que algunos miembros del Congreso se resistían a abandonar su postura aislacionista, quizás podían anticipar que si seguían adelante, ayudar a los Aliados con armas, aviones y barcos no iba a ser suficiente, y que tarde o temprano también tendrían que enviar a sus tropas a combatir en la guerra. A pesar de los esfuerzos de Roosevelt por garantizar la seguridad de las vidas estadounidenses, y asegurar que ayudar a los Aliados no suponía declarar la guerra, la historia nos demuestra que Estados Unidos entró de lleno en el conflicto debido al ataque sobre Pearl Harbor.

Finalmente, Roosevelt concluye su discurso hablando sobre las “Cuatro Libertades”, las cuales mantendrán viva la motivación durante esta contienda, y se convertirán a la vez en símbolos de un mundo libre. Cabe destacar que al mencionarlas, el presidente expresa su deseo de un mundo que se sustente sobre ellas, de forma que su visión no atañe únicamente a los Estados Unidos, sino que va más allá de sus fronteras. Consecuentemente, es posible argumentar que el presidente pretende extender los valores estadounidenses a una futura sociedad de posguerra. Si los ciudadanos pensaban que los ideales que sostenían a su nación eran ideales de democracia, libertad y prosperidad económica, ahora se hacía entender que dichos valores debían expandirse por el resto del mundo. Claramente, Europa era un continente viejo, y Estados Unidos un país lleno de savia nueva con unos ideales firmes que habían ayudado a mantener la unidad, habiendo superado una Guerra Civil, y habiendo establecido como pilares del Gobierno estadounidense las siguientes libertades, “Freedom of speech”, “Freedom of worship”, “Freedom from want”, y “Freedom from fear”. Toda una maniobra de concienciación de la ciudadanía para crear el pensamiento único, ya que habría sido inconcebible en esas circunstancias sostener ideas contrarias a las del presidente.

De cualquier forma, Roosevelt no ignora esta posibilidad, y hace alusión en su discurso a aquellos individuos cuya postura puede llegar a ser problemática, y advierte de que la mejor forma de lidiar con ellos es avergonzarles mediante el patriotismo, y si esta táctica falla, usar la soberanía del Gobierno para salvar al Gobierno (Roosevelt, “State of the Union 1941”). Es decir, aquel que haga oídos sordos a esta llamada a la unidad sufrirá la humillación y presión por parte de los demás, hasta tal punto que no tendrá más remedio que unirse a la causa. De manera que se plantea una contradicción entre lo predicado y la práctica, ya que con el fin de proteger la libertad, se está vulnerando el derecho de muchos individuos a decidir libremente qué postura tomar, y por ende, su libertad de expresión.

La misma paradoja tiene lugar con la conceptualización de la libertad de culto, ya que se establece como normativo un único tipo de creencia, puesto que Roosevelt habla de “God” cuando hace alusión a esta libertad, omitiendo así las otras religiones que no comparten esta deidad. En la película The Young Lions (1958), adaptación cinematográfica de la novela homónima de 1948 de Irwin Shaw, tenemos un ejemplo del sentimiento antisemita provocado por esta normativización del culto. Uno de los protagonistas, Noah Ackerman, es judío. Noah se alista en el ejército para combatir durante la Segunda Guerra Mundial, y mientras realiza la instrucción militar sufre abusos por parte de otros soldados, a quienes acaba enfrentándose en varias peleas. Finalmente estos reciben su castigo por parte de un superior, y de esta manera se da a entender que si alguien tiene sentimientos antisemitas tendrá que sufrir las consecuencias; sin embargo, el simple hecho de que estos soldados antisemitas existan es una prueba de que el antisemitismo era una parte importante de los valores ideológicos existentes en los Estados Unidos.

Una tercera contradicción surge en lo que atañe a la tercera libertad, la libertad de escasez. Según el presidente, nadie tendría que pasar hambre o necesidad, todo el mundo tendría casa, comida y un trabajo. Roosevelt eligió sus palabras cuidadosamente con el fin de apaciguar a cualquiera que pensara que entrar en la guerra podía tener consecuencias negativas para la economía; pero además, se aventuró a describir una sociedad de iguales, obviando que Estados Unidos adolecía de una desigualdad que se cebaba con aquellos cuyo género, orientación sexual, color de piel, y/o etnia les mantenía en los márgenes de la sociedad y en posiciones oprimidas. El presidente también dejó en el tintero la fascinación que, en un pasado no muy lejano, prácticas como la eugenesia y figuras fascistas como la de Mussolini habían causado en Estados Unidos.

Finalmente llegamos a la cuarta paradoja que estas libertades suponen, la libertad de temor por la que, según Roosevelt, ningún país tendría que sufrir el miedo a ser atacado por otro. A pesar de que este discurso tuvo lugar en 1941, es inevitable observar la posición cínica de estas palabras al revisar las maneras en las que se construyó la nación desde su llegada a las costas de Nueva Inglaterra, y en todo lo acontecido después.

Lejos de tranquilizar a los oyentes con su explicación de las libertades como base de la nación, el mensaje de Roosevelt se perfila como una estrategia para acrecentar el miedo a la guerra y a sus consecuencias. Generar miedo para deshacerse de él parece ser una lectura de este discurso. Con sus palabras, Roosevelt asienta en las mentes de sus ciudadanos la razón y la motivación para adoptar una actitud y estrategia defensivas que, tarde o temprano, les llevarán a meterse de lleno en la guerra.

Es en la difusión de estas “Cuatro Libertades” donde aparece la figura del dibujante Norman Rockwell, ya que fue él quien les dio forma sobre el papel en su colección de imágenes titulada The Four Freedoms For Which We Fight (1943); para cada libertad el artista creó una ilustración protagonizada por familias o personas en escenas de la vida cotidiana.

En la ilustración dedicada a la libertad de expresión se puede leer el siguiente texto en la parte superior del dibujo, “Save freedom of speech”, y en la parte inferior, “Buy war bonds”. En ella vemos a un ciudadano participando en una reunión de lo que, según explica la socióloga Karen Engle en “Putting Mourning to Work: Making Sense of 9/11” (2007), podría ser una representación de una asamblea de vecinos de un pueblo (64), y por su indumentaria se intuye que es una persona de clase obrera. Además, es evidente que este hombre y el resto de los asistentes que le escuchan son todos de raza blanca. Habría sido demasiado controvertido y arriesgado incluir en esta ilustración a alguien con un color de piel diferente, ya que podría haber tenido el efecto contrario al deseado, puesto que identificarse con las personas representadas en el dibujo habría sido más difícil para el ciudadano que realmente podía beneficiarse de todas estas libertades, y cuyo apoyo era esencial para llevar a cabo la defensa del país ante la amenaza del Eje.

Sin embargo, en la ilustración sobre la libertad de culto, al fondo en la esquina superior izquierda, una mujer afroamericana parece estar rezando, puesto que tiene las manos en posición de orar al igual que las otras personas a su alrededor. De nuevo se puede leer un texto en la parte superior de la ilustración que dice “Save freedom of worship”, e inmediatamente debajo “Each according to the dictates of his own conscience”, y una vez más, en la parte inferior, figura el texto “Buy war bonds”. La presencia de esta mujer en la ilustración no parece poner en peligro el mensaje de luchar por la libertad de culto, ya que al contrario que en la ilustración correspondiente a la libertad de expresión, la comunidad afroamericana no responde a una posición enfrentada, dado que las protestas de este sector de la sociedad nunca tuvieron como objeto luchar por una religión propia. Por otra parte, en la misma ilustración, en la esquina inferior derecha, se perfila la imagen de un hombre que lleva puesto un fez o tarbush. Su presencia tampoco supone un conflicto, dado que, como expone Laura Claridge en Norman Rockwell: A Life (2001), el individuo en cuestión es claramente extranjero, por lo que no resulta ofensivo (312). Alternativamente, en “The New York Times, Norman Rockwell and the New Patriotism” (2003), Francis Frascina señala que los elementos religiosos que se observan en la ilustración son cristianos, igual que la indumentaria de la figura de la derecha, la cual coincide con aquella de la Iglesia ortodoxa griega (105).