El ABC de la iluminación

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Aus der Reihe: Sabiduría Perenne
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Cementerios

Nunca hablamos de la muerte; no es de buena educación. No hablamos de ella; la evitamos. La muerte ocurre todos los días y en todas partes; pero la evitamos. Cuando alguien muere nos apresuramos a librarnos de él. Construimos los cementerios fuera de la ciudad para que no vaya nadie. Y hacemos sepulturas de mármol y en ellas escribimos hermosos versos. Ponemos flores en la tumba. ¿Qué es lo que hacemos? Tratamos de adornarla un poco. En Occidente, la manera de ocultar a los muertos se ha convertido en una profesión. Hay profesionales que nos ayudan a evitarlos y a embellecer su cadáver, como si aún estuviesen vivos. ¿Qué estamos haciendo? ¿Acaso sirve para algo? La muerte está ahí. Vas de cabeza al cementerio, y da igual el lugar donde lo pongas: acabarás allí. Ya vas de camino, haciendo cola hasta que llegue el momento; esperando en la cola para morir. ¿Dónde vas a escapar de la muerte?

Cero

El budismo despareció de la India al cabo de tan sólo quinientos años. El hombre más insigne de la historia de la religión, igual que su religión, no lograron sobrevivir ni siquiera quinientos años; después de quinientos años su religión desapareció. Había algo fundamentalmente erróneo en su enfoque. No es que no hubiese descubierto la verdad, que la descubrió, pero iba contando cosas a la gente que nunca debería haber contado. Les decía la verdad, pero la gente no estaba preparada para escuchar la verdad; habría preferido una dulce mentira. Tendría que haberles contado una dulce mentira que les ayudase a engullir al mismo tiempo la amarga verdad. Toda verdad tiene que ser endulzada, de otro modo resulta intragable.

Buda decía a la gente: «Cuando llegas a tu punto más profundo, desapareces: anatta –no-yo, no-ser, no-alma–. Serás simplemente un cero, y el cero se disolverá en el cero universal». Muy próximo a la verdad esencial, pero dicho de manera muy cruda.

Ahora bien, ¿acaso hay alguien que quiera convertirse en cero? La gente acude para encontrar la dicha eterna. Llegan cansados, desdichados, profundamente angustiados y aquejados de todo tipo de enajenaciones mentales. Han acudido a ver al maestro y éste les dice: «El único remedio es que te conviertas en cero»; en otras palabras: la enfermedad sólo puede curarse matando al paciente. Traducido exactamente, el significado es ése; pero tú viniste a que te curaran, y no a que te mataran.

La religión desapareció al cabo de cinco siglos. Este hecho tiene razones intrínsecas; pero la principal es que la gente no la encontró apetitosa, interesante ni atractiva. Era desnuda y verdadera, ¿pero acaso gusta a alguien la verdad desnuda? Hay que hablar de felicidad, de bendición y de miles de lotos floreciendo en tu interior, pues entonces pensarás que merece la pena. No tienes más que sentarte en silencio durante una hora al día. Si se han de abrir miles de lotos en tu interior, si han de nacer miles de soles, merece la pena encontrar una hora entre veinticuatro.

Pero la verdad no es ni lotos ni soles; sólo pura nada.

Eso es lo que Gautama Buda contaba a la gente.

Por mor de su influencia, la gente le siguió, pero una vez que murió… Dejó grandes discípulos y, de algún modo, la corriente continuó, pero cada vez más reducida. Y al cabo de quinientos años desapareció completamente, pues nadie más se interesó en ella. Nadie quería verse convertido en un simple cero y desaparecer. Más vale ser desgraciado, pero ser al fin y al cabo, y tener la esperanza de que algún día podrás librarte de tu sufrimiento. Eres pobre, pero algún día puedes ser rico. Hoy no ha sido bueno, pero mañana está al caer. No te desanimes, mañana puede traerte buenas noticias. Pero este hombre dice: «Renuncia al mundo; renuncia a los placeres del mundo». ¿Para qué? ¡Para convertirte en cero!

La gente que siguió a Buda no lo hizo por lo que decía, sino por lo que era. Cuando desapareció, sólo quedaron sus dichos; pero no había nadie dispuesto ni tan siquiera a escucharlos.

Si pusiéramos el cero a un lado y el infierno al otro, la gente preferiría el infierno; al menos allí pueden encontrar algunos restaurantes y discos. Algo tiene que haber allí, pues toda la gente interesante ha ido a parar al infierno. Sólo van al cielo los desabridos, también llamados santos, que carecen de sustancia. La gente sustanciosa: los poetas, pintores, escultores, bailarines, actores o músicos, van todos al infierno.

De modo que si hay que escoger entre el cero y el infierno, cualquiera con dos dedos de frente escogerá gustosamente el infierno. Pero, ¿cero…? Del infierno puedes salir algún día; incluso alcanzar el paraíso. Pero del cero no queda nada, ni siquiera una fotocopia: ido, acabado, extinguido para siempre.

Chistes

Un chiste no se puede explicar: o lo entiendes o no lo entiendes.

Y para mí, la vida no es un asunto serio. Es alegría; es divertida. Es la existencia desbordando de energía sin ningún motivo, sin ningún propósito, sin ningún objetivo ni ninguna finalidad, sólo por el puro placer de hacerlo. El universo entero no es más que un gran chiste. Por eso no se puede explicar.

Ha habido muchos filósofos y teólogos que han tratado de explicarlo; pero han fracasado por la sencilla razón de que no es algo que pueda explicarse. O lo entiendes o no lo entiendes.

Cielo

No existen ni el cielo ni el infierno; sólo están en tu psicología. Cuando estás psicológicamente en armonía con la existencia, cuando estás en silencio, estás en el cielo. Cuando estás alterado y pierdes tu silencio; cuando estás distraído y se sucede ondulación tras ondulación en el estanque de tu conciencia, haciendo que pierda su cualidad de espejo, estás en el infierno.

Infierno significa únicamente falta de armonía en tu interior y también con la existencia. En cuanto estás en armonía contigo mismo y con la existencia, que son las dos caras de una misma moneda, inmediatamente estás en el cielo. El cielo y el infierno no son geográficos.

Ciencia

No estoy en contra de la ciencia; no soy en absoluto anticientífico. Me gustaría que el mundo tuviese cada vez más ciencia para que el hombre pudiera estar disponible para algo superior, para algo que un pobre no puede permitirse.

El pobre tiene que pensar en el pan y la mantequilla, aunque ni eso consigue. Tiene que pensar en un techo, la ropa, los niños y las medicinas; pero no consigue arreglárselas con todas esas pequeñas cosas. Su vida está saturada de trivialidades; no dispone ni de tiempo ni de espacio para dedicarse a la búsqueda espiritual, y hasta cuando va al templo o a la iglesia, solamente lo hace para pedir cosas materiales. Su oración no es una verdadera oración: no es de gratitud, sino que es un ruego, un deseo. Quiere esto y quiere lo otro, pero no se le puede condenar; hay que perdonarle. Las necesidades están ahí, presionándole constantemente. ¿De dónde va a sacar unas horas para quedarse sentado en silencio y sin hacer nada? La mente sigue discurriendo; tiene que pensar en mañana…

Me gustaría que el mundo fuese más rico de lo que es. No creo en la pobreza ni creo que la pobreza tenga nada que ver con la espiritualidad. A lo largo de los tiempos nos han ido diciendo que la pobreza es algo espiritual. No era más que un consuelo.

Para mí, la espiritualidad tiene una dimensión completamente distinta. Es el lujo máximo: cuando ya lo tienes todo y de repente descubres que, a pesar de tenerlo todo, hay un vacío en tu interior que tienes que colmar, una vacuidad que has de transformar en plenitud. Sólo puedes tomar conciencia de tu vacuidad si externamente lo tienes todo. La ciencia puede obrar el milagro. Me gusta la ciencia porque puede crear las condiciones para que la religión se manifieste.

Me gustaría que esta tierra fuese un paraíso, y eso no puede ocurrir sin la ciencia. ¿Cómo voy a ser contrario a la ciencia?

No estoy en contra de la ciencia. Pero la ciencia no lo es todo. La ciencia sólo puede crear la circunferencia, pero el centro ha de ser la espiritualidad. La ciencia es exterior; la religiosidad, interior. Y me gustaría que el hombre fuese rico en ambas facetas: rico por fuera y rico por dentro. La ciencia no puede enriquecer tu mundo interior; eso sólo puede hacerlo la religiosidad.

Civilización

La idea de que nos hemos vuelto civilizados es muy peligrosa. Nos impide ser civilizados, pues una vez que aceptas que lo eres, no es preciso que hagas nada por la civilización. Una vez que aceptas que estás sano, no hace falta eliminar ninguna enfermedad que pudieras padecer. ¡Primero tienes que reconocer que estás enfermo! Sólo entonces se podrá hacer algo por tu salud. Pero negamos la enfermedad. Eso es lo que los llamados políticos han estado haciendo durante siglos, negando que seamos incivilizados y afirmando que somos civilizados; pero ese camuflaje nos impide ser civilizados. Hemos asumido completamente esa idea y nos hemos olvidado de comprobar si era cierta. Por supuesto, no lo es.

Claridad

Claridad es un estado mental en el que no hay pensamientos. Los pensamientos son como nubes en el cielo, y cuando el cielo está cubierto de nubes, no puedes ver el sol. Cuando no hay nubes en tu cielo, en tu cielo interior, hay claridad en tu conciencia.

Por eso, Jesús dice: «Si no eres como un niño, no entrarás en el reino de los cielos». ¿Qué significa eso? Significa simplemente que si no eres tan claro como un niño cuyo cielo interior aún está libre de nubes, cuyo espejo no tiene ni una mota de polvo y cuya percepción es absolutamente pura… Puede ver las cosas tal como son, sin distorsionarlas. No ha invertido lo más mínimo en distorsionarlas. No proyecta, sino que sólo observa; sea cual sea la circunstancia, es un espejo pasivo. Eso es claridad.

 

Claro de luna

La luz del sol es masculina: dura, tensa, apasionada, agresiva y violenta. La luz de la luna es femenina: suave, tierna, receptiva y cariñosa. Y no se trata sólo de poesía; la ciencia también ha descubierto que hay diferencias entre la luz del sol y la de la luna.

Hace siglos que los místicos son conscientes de ello; hay más gente que ha alcanzado la iluminación en una noche de luna llena que en cualquier otra noche. No he oído jamás que alguien se haya iluminado de día. Tanto Buda como Mahavira o Lao Tse, alcanzaron la iluminación por la noche. No puede tratarse de una mera coincidencia.

La noche es femenina, el día es masculino y la iluminación sólo se produce cuando se da una condición muy receptiva, una condición muy femenina. Que uno sea un hombre o una mujer no tiene ninguna importancia, lo que cuenta es ser receptivo. No se puede conquistar a Dios, sino invitarle y esperar.

Cobardía

La mayor cobardía del mundo es seguir a los demás: imitarlos. Si lo haces, te vuelves artificial; nunca serás una verdadera rosa, sino sólo una rosa de plástico que parece una rosa pero no lo es. No tendrá ni fragancia ni vitalidad; no danzará al viento ni cantará al sol: ¡estará muerta!

Comparación

La comparación trae competencia. La comparación comporta heridas y ego. Por un lado, heridas, porque hay gente superior a ti, y entonces seguramente habrá heridas; por otro comporta ego, ya que hay gente inferior a ti. Y tú estás aprisionado entre esas dos piedras; ¡pero todo es ficticio! Eres simplemente tú mismo. No eres miembro de ninguna jerarquía; ¡nadie es superior ni inferior a ti porque nadie es como tú! De modo que la comparación es imposible y la competencia, vana.

Sólo hay que ser uno mismo; ése es mi mensaje fundamental. En el momento en que te aceptas tal como eres, todas las gigantescas cargas que te abruman simplemente se desvanecen. La vida es pura alegría; un festival de luces.

Compasión

En realidad la gente goza compadeciéndose de los demás. Siempre anda buscando situaciones en las que pueda compadecerse de los demás; eso alimenta y satisface a su ego. Si se quema la casa de alguien, corres con los ojos bañados en lágrimas a demostrarle tu gran compasión e interesarte por él, como si estuvieses inmensamente apenado. Pero en el fondo, si te fijas, descubrirás una cierta alegría, un cierto júbilo.

Pero la gente nunca mira en su interior. El júbilo es inevitable por dos razones: no es tu casa la que se quema, ¡gracias a Dios!; eso es lo primero. En segundo lugar tienes que disfrutar de tus lágrimas, pues cuando alguien se construye una casa nueva, una bonita casa, sientes envidia; surge en ti una gran envidia. No puedes alegrarte ni participar de su alegría. Tratas de evitarle y ni siquiera miras su casa.

Si no eres capaz de participar de la alegría de los demás, ¿cómo puedes compadecerte cuando están en apuros? Si sientes envidia cuando están alegres, sentirás alegría cuando estén en un apuro. Pero no lo demostrarás, sino que mostrarás compasión. “Compasión” no es una buena palabra. Hay palabras muy feas pero que actualmente son muy respetadas; palabras como “deber”, “servicio” o “compasión”; todas ellas son malas palabras. El hombre que cumple con su deber no es un hombre de amor. El hombre que presta servicio no sabe nada del amor, pues el servicio no se presta, se da. Y el hombre que se compadece, está gozando sin duda de una especie de superioridad: «Yo no me encuentro en ese estado lamentable y él sí. Estoy en ventaja; puedo compadecerme de él».

El que ama jamás se siente superior. No puede sentirse superior ni pensar siquiera que alguien tenga que estarle agradecido. Por el contrario, cuando alguien acepta tu amor tienes que estarle agradecido por no haberlo rechazado –podría haberlo rechazado–, por haberlo respetado y acogido. Te sientes complacido, agradecido y reconocido.

Comunicación

Había una vez dos hermanos que se llamaban Jones. John Jones estaba casado y Jim era el propietario de una barca de remos vieja y desvencijada. Dio la casualidad de que la mujer de John se murió el mismo día en que la barca de Jim hizo agua y se hundió. Unos días más tarde, una amable viejecita se cruzó con Jim por la calle y, confundiéndole con John, le dijo:

—Vaya, señor Jones, me he enterado de su terrible desgracia. Debe de estar destrozado.

Jim replicó:

—¿Qué va? No me apena en absoluto. Desde el principio fue un trasto viejo y desvencijado. Tenía el culo completamente carcomido y olía a pescado podrido. Tenía una maldita grieta detrás y un buen boquete delante, y cada vez que la usaba, empezaba a hacer agua por todas partes. Bueno, yo era capaz de manejarla bien, pero cuando la usaba alguien más, quedaba hecha pedazos. Y así fue como acabó. Cuatro muchachos que estaban de paso en la ciudad y querían pasar un buen rato me pidieron que se la alquilase. Les advertí de que no era muy bravía, pero me dijeron que de todos modos querían probarlo. Pues bien, los condenados muchachos trataron de montar los cuatro a la vez y se partió por la mitad.

La vieja se desmayó antes de que hubiese terminado.

Así son las cosas: una es lo que se dice y otra muy distinta lo que se entiende. La comunicación es muy, muy difícil.

Comunión

Tomas de la mano a tu amigo: eso es comunicación a nivel físico. Dices algo a tu amigo: eso es comunicación a nivel mental. Después, quédate sin más en presencia de tu amigo, sin decir nada, sin ningún gesto, sin nada que decir, sólo pura presencia: eso es comunicación espiritual. Esa comunicación se llama comunión.

Concentración

La concentración tiene visión de túnel. ¿Has mirado alguna vez dentro de un túnel? Por el lado desde el que miras es grande, pero si tiene tres kilómetros de largo, el otro lado se reduce a un pequeño círculo de luz; cuanto más largo sea el túnel, más pequeño será el otro extremo. Tienes que concentrarte, lo que siempre requiere tensión.

La concentración no es natural en la mente. La mente es un vagabundo que disfruta pasando de una cosa a la otra y al que siempre excita lo nuevo. La concentración es poco menos que una prisión para la mente.

No sé por qué, durante la segunda guerra mundial les dio por llamar “campos de concentración” a los centros de detención de prisioneros. Para ellos tenía un significado distinto; reunían a todo tipo de prisioneros y los concentraban allí. Pero el verdadero significado de concentración es reunir todas las energías del cuerpo y de la mente y meterlas en un agujero que se va estrechando. Es fatigoso.

Conciencia

La sociedad te ha inculcado sus propias ideas para que te sirvan de conciencia. De hecho, impiden que salga a la luz la verdadera conciencia, que aflore tu propia conciencia y tome tu vida a su cargo.

La sociedad es muy política. En el exterior ha apostado al policía y al magistrado, y en el interior a la conciencia, que es el policía y el magistrado internos. Ahora bien, no conformándose con ese arreglo, ha apostado por encima de todos a Dios: el superpolicía; el comisario. De modo que te sigue a todas partes y te vigila hasta en el lavabo. Alguien que te observa constantemente y no te deja ser tú mismo ni un solo instante.

Conclusiones

Un ojo predispuesto es ciego, y un corazón lleno de conclusiones está muerto. Si se admiten a priori demasiados supuestos, la inteligencia empieza a perder su agudeza, su belleza y su intensidad; se embota. Inteligencia embotada es lo que llamamos intelecto. De hecho, la llamada intelligentsia no es inteligente; sólo es intelectual. El intelecto es un cadáver. Puedes adornarlo con grandes perlas, esmeraldas y diamantes, pero un cadáver no deja de ser un cadáver. Estar vivo es un asunto completamente distinto. La inteligencia es vitalidad, espontaneidad, apertura, vulnerabilidad, imparcialidad y valor para desenvolverse sin conclusiones. ¿Y por qué digo que es valentía? Es valentía porque cuando te desenvuelves en función de una conclusión, la conclusión te protege, te confiere seguridad. La conoces bien, sabes cómo llegar a ella y gracias a ella eres muy eficiente. Funcionar sin una conclusión es funcionar con inocencia. No hay seguridad; puedes equivocarte e incluso extraviarte.

Quien esté dispuesto a proseguir la exploración de la verdad tiene que estar preparado asimismo para cometer muchos errores y equivocaciones; tiene que ser capaz de arriesgarse. Uno puede extraviarse, pero es así como se llega. Extraviándose muchas veces uno aprende a no extraviarse. Cometiendo muchas equivocaciones se aprende lo que es una equivocación y la manera de no cometerlas. Sabiendo lo que es el error, uno se acerca cada vez más a la verdad. Se trata de una exploración individual; no puedes depender de las conclusiones de otros.

Condicionamiento

Antes incluso de que el niño haga una pregunta, le llenas la cabeza con una respuesta.

En eso consiste la programación: el condicionamiento.

Conductismo

No es por casualidad que los psicólogos sigan estudiando a las ratas para entender al hombre. Suena raro, ¡tratar de entender a las ratas para entender al hombre! Aunque, en realidad, no es tan extraño como parece, pues la mayoría de los hombres viven como ratas.

La psicología de Pavlov se basa en el estudio de los perros y la de Skinner en el de las ratas, y ambas son totalmente correctas por lo que se refiere a la mayoría de la humanidad. Sólo en algunos casos pueden ser inadecuadas, como cuando tratan de aplicarlas a un buda; pero por cuanto se refiere a los seres humanos corrientes, es perfectamente correcta. ¿Qué ha pasado con el hombre? Ha perdido toda significación e importancia por la sencilla razón de que se ha convertido en un ser muy cobarde. Vive de maneras tan cobardes que cualquier cosa nueva le asusta.