La vida como el beísbol

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La vida como el beísbol
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Letrame Editorial.

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© Óscar Morales Rodríguez

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1114-343-1

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

Prefacio

Hay muchas cosas de la vida que, si te detienes a amarlas, nunca te dejan, y el béisbol parece ser una de ellas. Al igual que a la vida, al béisbol tampoco tenemos nada que enseñarle, muy por el contrario, solo tenemos que sentarnos —en actitud reflexiva y con la túnica de monje— y aprender. Ciertamente, la vida y el béisbol no nos deben nada; en cambio, nosotros —especialmente los apasionados del juego— le debemos todo (solo piensen en las alegrías de un campeonato, las enseñanzas de las derrotas, los triunfos con buen sabor, los sentimientos únicos por jugadas imprevistas, las sensaciones intensas de las victorias, las lecciones de una temporada para no olvidar, etc.). Así pues, tanto la vida como el béisbol representan nobles saberes que se mezclan en una alianza impecable para el florecimiento humano.

En las páginas que están a punto de leer demostraré cómo ciertas frases expresadas en el mundo del béisbol guardan correspondencia directa con diferentes situaciones de la vida cotidiana. Intentaré acercar una visión de este deporte tocando raíces sensibles de nuestro propio ser. Espero convencerles de que las enredadas «curvas» o los sorpresivos «cambios velocidad» de la vida misma pueden ser explicados ―literalmente— a través de expresiones distintivas de este juego.

En algunas ocasiones, probablemente perciban que explico con mucho detalle escenarios o jugadas básicas del béisbol que no merecen tal énfasis. Sin embargo, tengan paciencia, pues eso debí hacerlo para que todos los lectores que se animen a zambullirse en estas páginas puedan comprender de la mejor forma posible todos los relieves de este deporte. Especialmente, pensé en más de la mitad de mis cercanos que jamás han lanzado una pelota de béisbol, y a partir de ahí proyecté que deben ser muchísimos más los que quizás necesiten explicaciones más específicas, en comparación con aquellos que crecieron con una pelota, un guante o un bate en la mano. Por tanto, que no se me desesperen los amantes del béisbol.

Sobre las motivaciones que propiciaron el camino para escribir estas líneas, principalmente fueron rodeadas por la franca idea de que todavía hay mucho que contar de este maravilloso deporte, por el hambre de contribuir para que no disminuya nunca la pasión por cada inning de este juego y, además, por las ganas de que encaremos los acontecimientos de la vida bajo una perspectiva más amigable y recreativa.

Por otra parte, en este libro también podrán tener la oportunidad de inspirarse con historias de vidas legendarias que, aunque muchos de ellos no pisaron nunca un estadio de béisbol, aplicaron algunos consejos que se enseñan repetidamente en este pasatiempo deportivo.

¿Cuán relacionado está el béisbol con los diferentes trances de nuestros días? Sinceramente, eso es lo que pretendo responder de aquí en adelante. Sin embargo, con ayuda del exejecutivo Pat Gillick (miembro del Salón de la Fama de Cooperstown) podemos adelantar algo: «[El] béisbol trata sobre talento, trabajo duro y estrategia, pero a un nivel muy profundo, trata sobre amor, integridad y respeto».

Solo espero que disfruten tanto como yo lo hice al escribirlo. Y, por supuesto, todas las omisiones, errores o equivocaciones son mi culpa.

No puedo dejar de agradecerle a todas las personas que se tomaron el impagable tiempo de leer el primer manuscrito o que simplemente me compartieron valiosos comentarios que enriquecieron este texto final que tienen en sus manos. Sobre todo, con profundo agradecimiento quiero mencionar a Rafael Petit, Augusto Cárdenas, Ignacio Serrano, José Montilla y Heilet Morales, quienes aportaron contactos, varios datos fundamentales y detalles precisos de calidad. Además, también vaya mi gratitud a Oreste Garnier, que me propuso algunos diseños de portada que fueron recogidos con la debida consideración. Igualmente, mi pleno reconocimiento al equipo de Letrame Grupo Editorial, quienes confiaron en este proyecto y me ofrecieron todo su profesionalismo insuperable. Y, por supuesto, a mi familia por haber tenido paciencia en mi ausencia y darme ese empuje inestimable, principalmente a mi esposa.

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Para aquellos que explican la vida a través del béisbol,

para aquellos que caminan el pasillo estrecho de la vida virtuosa

y también para aquellos que cultivan su propio arte de vivir.

I. No pierdas de vista a la pelota

Este es uno de los primeros consejos que escuchamos al pisar un campo de béisbol para emprender su maravillosa práctica. A partir de este aviso se agudizan los sentidos, particularmente el de la vista. En pocas palabras, comienza un seguimiento celoso por todas las esquinas del diamante1, de modo tal que no se descuide ningún movimiento del juego.

En todo momento debe vigilarse cada meneo de la reina del juego: la pelota. Se puede convenir que este puede ser uno de los primeros mandamientos del juego. Es más, aquellos que cumplen metódicamente con este principio elemental gozan de mayor ventaja en comparación con aquellos que se distraen, aunque sea levemente.

Golpear, lanzar y atrapar la pelota son las acciones claves. No obstante, la pelota alcanza velocidades tan vertiginosas que, si no se está alerta permanentemente, se puede fallar en cumplir de forma satisfactoria con algunas de estas acciones.

Para dimensionar este hecho, algunas mediciones científicas han estimado que, si un pitcher lanza una pelota a unas 90 millas por hora, esta tardaría en llegar al home plate2 en unos relampagueantes 0,45 segundos, pero si se lanza a una velocidad cercana a las 100 millas por hora, entonces llegaría en unos fulminantes 0,39 segundos (menos tiempo que un simple parpadeo). Estos 0,06 segundos son determinantes para una eventual reacción, según el Dr. Timothy Verstynen (médico especialista en cognición, conducta y cerebro). Todavía más, el doctor afirma que, en tales condiciones, «fisiológicamente es imposible planificar una acción voluntaria»3. En rigor, este dinamismo lleva al cerebro del bateador a su punto límite de reacción y, por otro lado, lleva al brazo del lanzador a su límite de potencia. Es decir, límites contra límites en una distancia de 18,4 metros4. ¡Tamaña proeza!

Cabe señalar también que la rapidez de los batazos es otra variable que no debe omitirse, pues la velocidad de salida de una pelota, luego de ser golpeada por un bate, podría alcanzar con facilidad las 95 millas por hora, y con un poco más de ahínco, superará las 110 millas por hora (de acuerdo con las últimas mediciones provenientes de Statcast5). ¡Hay que tener mucho ojo con esto!

Pues bien, el seguimiento visual de la pelota debe ser firme y constante, porque es fundamental para aumentar las probabilidades de lograr una buena conexión con el bate y ejecutar excelentes atrapadas, de lo contrario, solo podrás ver la pelota una vez que ya no sirva de nada.

Valga considerar que un lanzamiento basta para cambiar el curso del juego, y muchas veces se necesita más que buenos reflejos para saber dónde está y hacia dónde va la pelota. Pocos dudan sobre la electricidad de una recta (comúnmente llamada bola rápida o fastball) o la chispa del lanzamiento en curva, de ahí que, si no quieres que te electrocuten sus extrañas energías, entonces jamás —pero jamás— le quites la vista a la pelota.

Así como en la vida

De forma bastante sencilla podemos conectar este lema del béisbol con ese complicado desafío vital que representa la búsqueda de la felicidad, o si excavamos un poco más, quizás lo relacionemos con la búsqueda del significado o el sentido de la vida. Sea cual sea la búsqueda, ambas son complejas, y mucha tinta se ha usado para ayudar a que cada uno pueda resolverlo.

Sin embargo, en aras de simplificar este lío existencial, al cual filósofos clásicos y pensadores modernos le han dedicado su vida, me quedaría con esa postura que nos sugiere que, si usted es capaz de encontrar una pasión, razón o sentido por el cual vivir, resulta que puede sobrellevar o soportar casi todo, pese a que sufra un sinnúmero de carencias y adversidades; por el contrario, si no encuentra esa pasión, razón o sentido, por desgracia su vida probablemente termine siendo una experiencia tormentosa y desagradable, aunque mire a su alrededor y tenga mil cosas placenteras y confortables.

Atendiendo a este razonamiento, pudiera sugerirse que uno no debe perder de vista esa búsqueda y nada debería desorientarnos de ese desafío por más complejo que sea. De hecho, andar a la caza de su pasión o sentido de vida seguramente le hará la tarea más sencilla hacia esa otra tarea difícil que simboliza el cumplimiento de los anhelos, metas y aspiraciones. Porque cuando esté bien enrumbado con su sentido de vida identificado, tal vez ya no le duelan los comienzos o los finales; quizás ya no se sobresalte por un abandono o una despedida; o acaso ya no se atemorice por las pérdidas u otros vaivenes propios de este mundo, dado que tendrá —entre ceja y ceja— un norte, una motivación única, o eso que llaman propósito de vida, y de esta ruta, créame, nadie lo podrá descarrilar.

 

Puede que sean muy filosóficos —y hasta utópicos— estos argumentos, pero el núcleo central del asunto está en no quitarle la mirada a la fuente de su pasión y, acto seguido, estar convencidísimo de que vale la pena seguirla en su totalidad. Es esencial que transite sin desvíos y sin prestarle atención a los ruidos distractores, porque al mínimo despiste, naturalmente puede existir mucho riesgo de que vaya por ahí culpando a zutano y mengano de su situación actual y, equivocadamente, se formará la triste convicción de lo que dijo el filósofo Nietzsche: «Alguien debe ser el culpable de que sufra». Y, obviamente, se transformará en un individuo cargado de una lluvia de quejas de todos colores que no contribuirán en nada más que seguir errante, debido a que —sigue Nietzsche— «Si cometo errores o me va mal es porque alguien (que no soy yo) es el responsable de que eso sea así».

Por añadidura, si se lanza en la referida búsqueda de su pasión seriamente, tal vez encuentre que la familia y sus amistades sean la raíz primigenia de su sentido de vida, o pertenecer a una organización de trabajo voluntario para atender a personas de la tercera edad, o dedicarse a la investigación sobre posibles tratamientos para combatir a varias enfermedades raras, o ser capitán de un buque petrolero, o quizás se percate de que tan solo es cuestión de ensayar con tesón la frase del químico William H. Stein (Premio Nobel de Química en 1972): «Hay que tener aspiraciones elevadas, expectativas moderadas y necesidades pequeñas».

De hecho, como son tan variados los caminos para encontrar esa pasión que nos ponga a sonreír todos los días, hace muchos años atrás el filósofo Immanuel Kant nos quiso hacer la siguiente advertencia: «Nadie puede obligar a otro a ser feliz a su manera […] sino que cada uno tiene derecho a buscar la felicidad por el camino que le parezca bueno, con tal de que al aspirar a semejante fin no perjudique la libertad de los demás». En términos simples, lo que insinúa Kant es que no podemos apropiarnos de una visión única de la búsqueda de felicidad o propósito de vida, sino que hay un montón de alternativas que deben respetarse y, paralelamente, hacer esfuerzos compartidos para que legítimamente se desarrollen, pero si —solo si— no atentan o atropellan las libertades del resto.

Ahora bien, nadie sabe con exactitud dónde está ese tan anhelado sentido de vida, pero la filosofía, psicología, neurociencia y otros saberes al menos han consensuado que la cuestión parece estar más cerca de nuestro interior que en los asuntos exteriores. Quiere decir, el combustible para vivir cerca de la plenitud se encuentra en las motivaciones, convicciones y estímulos positivos internos antes que en la búsqueda y posesión de placeres materiales y físicos externos. Justamente, cientos de años atrás, ya lo había alertado el filósofo británico John Locke usando estas palabras: «Los hombres olvidan siempre que la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias».

Sobre la base de todo lo anterior, también puede agregarse que, si una persona tiene definidos con claridad sus objetivos o la mirada fija en eso que le quita el aliento, posiblemente logrará avanzar aun cuando las condiciones sean ásperas, pero si no tiene establecida la ruta que está dispuesto a caminar, lamentablemente va a ir a cualquier lado, pero no estará ni cerca de hacer realidad sus objetivos, aunque tenga frente a sí las mejores condiciones que pueda imaginar para ello.

Por todas esas idas y vueltas, preguntas y respuestas, dudas y certezas, es que uno no debe pestañar cuando se trata de agrupar todos los esfuerzos que nos encaminen al descubrimiento del propósito de vida porque, en caso contrario, cualquier propuesta nos seducirá y acabará envenenando cualquier proyección vital que imaginemos. Más todavía, hasta podría llegar a la conclusión de que la moral es un fraude, la ética vale una concha de ajo o que la vida es una farsa. Y, desafortunadamente, todo esto por haberle quitado la mirada a lo más importante: buscar el sentido de su vida o, vale decir, construir una vida con sentido.

Vida que inspira

Un alma grande nacía en la segunda parte del siglo XIX, específicamente, en un país lleno de espiritualidad y ritos que invitaban a la meditación pero que, a la par, se agitaba por el odio y la intolerancia religiosa y, además, no era un país independiente porque estaban sometidos al dominio de un imperio de la época.

Igualmente, esa alma grande creció en una sociedad bajo un sistema de castas, lo cual condenaba a todos sus habitantes a pertenecer a un nivel de estratificación social por el simple hecho de nacer en una determinada familia. Aunque él tuvo la suerte de ser parte de una familia con una jerarquía social mediana, de igual modo sufrió exclusiones y discriminaciones que, si hubiese querido, pudo haberlas acumulado y recordado por mucho tiempo para tomar venganza posteriormente. Sin embargo, decidió lo contrario: transformó todos esos tratos injustos en poderosos nutrientes para transitar ese largo y sacrificado camino que emprendió hacia el logro de la paz en su país natal.

Muchas veces fue maltratado por llevar un turbante o por sentarse en un lugar del tren que estaba prohibido para las personas de su clase social. Fue encarcelado en muchas oportunidades por creer en su resistencia pasiva. Pero él nunca reaccionó con agresiones, porque creía fervientemente en la no violencia. Esta conducta le costó también críticas y hasta la enemistad de personas que se suponía luchaban por la misma causa que él. Le exigían que fuese agresivo con sus adversarios y se desquitara por los tantos agravios soportados. Sin embargo, él no eligió ese camino, porque entendió profundamente la recomendación de Jesucristo (fue uno de sus grandes referentes para su lucha) cuando dijo que debemos dar la otra mejilla. Además, insistentemente predicó que «lo que se obtiene con violencia, solamente se puede mantener con violencia», y él no estaba disponible para subir ese barco nunca.

Francamente, esta alma grande tenía todo para tomar revancha y perseguir a todos sus azotadores, pues llegó a tener millones de seguidores que podían hacer de todo en su nombre, y también tuvo poder político para empujar cualquier doctrina en nombre de la justicia. No obstante, él prefirió otra opción para hacer justicia en su país y, posteriormente, expandirse al mundo entero. Curiosamente, por eso quizás alguna vez se animó a expresar que «si quieres cambiar al mundo, cámbiate a ti mismo».

No tuvo vocación de poder, más bien diría que tenía una increíble vocación de servicio hacia los más débiles. Muchos dicen que no ha existido un hombre con el espíritu tan puro, valiente, compasivo y noble como el suyo. Otros tantos dicen que nadie ha actuado con tanta convicción en sus principios. Y la mayoría cree que su grandeza elevó el concepto de la paz. No por casualidad decía que «no hay camino para la paz, la paz es el camino».

A pesar de ser muy delgado y de aspecto débil, eso no lo detuvo para predicar la verdad y actuar con tenacidad ante tantas injusticias sufridas en carne propia y como observador de su época. No hacía falta un vozarrón para manifestarse ni una fuerza corporal extraordinaria para impresionar. Sencillamente, su ejemplo arrastraba decisivamente.

Opinaba que, si aplicábamos el refrán del «ojo por ojo» para resolver nuestras diferencias, al final del cuento el mundo quedaría ciego. No sucumbió al resentimiento, a la ira o al rencor. Y hoy todavía parece increíble que su humildad, valentía y entusiasmo por la paz hayan alumbrado este mundo. Decir, hacer y creer es una mixtura frágil, pero él la resolvió con pulcritud.

Pese a que murió a manos de un fanático religioso, su martirio no fue en vano. Porque, como consecuencia de su indomable lucha pacífica, logró la independencia de su país y muchos siguieron sus principios en otras latitudes. Él se mantuvo leal a su pasión, nunca perdió de vista su objetivo y conservó una determinación excepcional. Esta alma grande que se negó a odiar y no traicionó a su sentido de vida no fue otro más que Mohandas Karamchand Gandhi: el gran Mahatma Gandhi.

II. No hagas swing a lanzamientos malos

Los entrenadores hacen énfasis en esta instrucción hasta el cansancio. En realidad, cuando se empieza a practicar el béisbol, este pudiera ser el segundo consejo básico: «Por favor, por lo que más quieras, no hagas swing a pitcheos malos». Creo que, de tanto repetir, esa debe ser la expresión que más recuerdan los beisbolistas cuando están bateando.

Aunque hay algunos jugadores que son exitosos haciéndole swing a lanzamientos fuera de la zona de strike6 (por ejemplo, Vladimir Guerrero, Pablo Sandoval, Carl Crawford, Jesús Alou, Felipe Alou, Javier Báez, Luis Salazar, entre otros), la verdad es que son los menos. Por lo tanto, no pueden ser representativos o una referencia útil para seguir su senda.

Ciertamente, está demostrado que, si haces swing a cualquier lanzamiento lejos de la zona de strike, en la mayoría de las ocasiones fallarás porque se generarán conexiones débiles, inofensivas y, más aún, en el peor de los casos, no haces contacto con la pelota.

El objetivo primordial del bateador debe ser elegir el mejor lanzamiento que esté en la zona de strike (aunque algunos entrenadores erróneamente aconsejan diciendo: «Dale a lo que te guste»). Sinceramente, los mejores bateadores son los que reaccionan con mayor eficacia ante los buenos lanzamientos (a modo de ejemplo, Bob Abreu, Tony Gwynn, Miguel Cabrera, Joey Votto, Joe Mauer, Ted Williams, entre tantos otros).

A grandes rasgos, los expertos del bateo estiman que los buenos bateadores son aquellos que en cada turno son capaces de batear «su lanzamiento» y no aquel que el lanzador quiera que le hagan swing. Es decir, destacarse como bateador estaría determinado por la capacidad de distinguir el lanzamiento con el cual se sienta más cómodo y no con aquel que el lanzador —con sus técnicas y mañas— le seduzca para que intente conectar. Por esto mismo, es habitual que muchos coaches de bateo tengan como santo y seña estándar: «Ve por tu lanzamiento y no por ese que el lanzador quiera que le des».

Aparte, aquel bateador que tenga disciplina en la caja de bateo podrá lograr mejores conexiones, además, tiene más probabilidad de embasarse porque hará el trabajo más difícil para el lanzador e, incluso, puede recibir una base por bola7 que contribuye mucho al equipo. Adicionalmente, ves un mayor número de lanzamientos, lo que te puede ayudar a mejorar, crecer en conocimiento de la zona de strike, sumar precisión y, finalmente, podrías convertirte hasta en especialista de determinados lanzamientos.

Un breve estudio de Robert Arthur8 revela que hacer swing a los lanzamientos buenos «suele ser extremadamente productivo». Aún más, Arthur concluye que si se procura batear lanzamientos en la zona de strike «se tiene aproximadamente el doble de probabilidades de hacer contacto, un 15 % menos probabilidades de convertirse en un out y un 50 % más probabilidades de resultar en jonrón».

Tener concentración cada vez que vas a consumir un turno al bate rinde sus frutos. Ser selectivo en el home plate es el camino a la excelencia que todo buen bateador persigue. A los beisbolistas que son capaces de ser paciente al momento de batear todos los adoran, menos —por supuesto— el lanzador rival. Y si a esta capacidad le agregas un estudio detallista para no caer en los lanzamientos engañosos, seguramente gozarás de cheques jugosos.

Si hay un aspecto del béisbol que requiere entrenamiento diario con disciplina férrea, ese no es otro más que el bateo. Por eso no es exagerado estimar que el bateo es un arte. Francamente, es complejo hacer contacto con una pelota a 100 millas por hora, o conectar la trayectoria de una bola con efecto Magnus (curva), o mover los brazos cuanto antes para golpear a algo que pareciera venir hacia tus codos y termina amarrándote hasta las rodillas, o un lanzamiento que aparenta ser una ilusión óptica y que solo la física pudiera explicarnos. Y no es chiste.

 

Así pues, bateadores podemos ser todos, pero un buen bateador solamente puede lograrlo aquel que haga swing con precisión cirujana en la zona de strike y, al mismo tiempo, amplíe sus conocimientos diariamente para cultivar el arte de batear, porque una buena temporada con el bate también la pueden tener muchos, pero varias, simple y llanamente, lo consiguen muy pocos.

Así como en la vida

Frecuentemente, nos enfrentamos a variadas situaciones o circunstancias que, si no son bien gestionadas, producen ira, enojo, rencor, odio y demás emociones negativas. Sus manifestaciones son inocultables, dado que, conforme el sistema nervioso reacciona a estas, empieza un bombeo de nuestro corazón más rápido, se nos enrojece el rostro, nos tiemblan las manos, se altera la respiración, cambian de tamaño las pupilas, genera fuertes tensiones corporales y hasta podríamos sudar copiosamente. Al final de todo esto, ocurre lo que el aforismo popular nos ha machacado tercamente: «La ira o el enojo nublan la razón». Y, efectivamente, es así. En seguida, su explicación.

En líneas generales, todo acontece en nuestro cerebro, particularmente en el sistema límbico, quien es el responsable de regular las respuestas fisiológicas y emocionales de acuerdo con los estímulos que recibe externamente (el acoso de un león o la ofensa de un compañero de trabajo) e internamente (pensamientos, reflexiones o recuerdos). Para que se encadenen estos procesos, existe un apoyo esencial en la amígdala cerebral, la cual, a su vez, se ubica cerca del lóbulo frontal, quien es el responsable de controlar la conducta, tomar decisiones, planificar, resolver problemas, entre otras tareas. Asimismo, debe aclararse que uno de los efectos notorios de la ira, el enojo o el enfado es el aumento de la frecuencia cardíaca y la tensión arterial sistólica. En consecuencia, esto produce finalmente que la sangre rebose a la corteza frontal y «nuble» el pensamiento lógico-racional.

Entendiendo estas interacciones o procesos cerebrales, somos conscientes de que la racionalidad, cordura o sensatez se nos esfuma y, por ende, lo que terminan provocando las emociones negativas es una fuerza destructiva y sentimientos desagradables que, habría que señalar también, causan impactos perjudiciales en el corazón y reducen el bienestar en general.

Somos un armazón de emociones, pensamientos, sentimientos y sensaciones. Pero, afortunadamente, todas estas entidades tienen un rostro positivo y negativo. Por lo tanto, si sabemos distinguir los disparadores que liberan sus distintos rostros, probablemente no predominarán en nosotros el descontrol, la destrucción, la indolencia o la irritación y jamás estarán por encima de la alegría, la esperanza, la tolerancia o la generosidad.

Desde luego, como resultado de las reacciones fisiológicas, químicas y psicológicas antes descritas, nos tropezaremos también con esas ansias de cometer actos vengativos o desquites, que supuestamente nos causarán placer o satisfacción por haber hecho «justicia», pero si nos detenemos un poco, nos daremos cuenta de que lo que hicimos fue pagar un mal con otro mal y, desgraciadamente, nos convertimos en eso que condenábamos.

En particular, nos pasaría como la historia de ese niño que le preguntó a su padre lo siguiente: «Papá, si matamos a todos los malos, asesinos y delincuentes, ¿quedaríamos solamente los buenos?». A lo que el papá responde: «No, hijo. Solo quedaríamos los asesinos».

En palabras sencillas, tomar venganza no es justicia. Y si no le convence la sugerencia, el sabio Confucio lo explica mejor: «Antes de empezar un viaje de venganza, cava dos tumbas». Puesto que, abiertamente, destruirás sin límites todo a tu paso y cada vez más te vas transformando en lo que reprochas. Por este motivo es que otro sabio, como lo fue Marco Aurelio, aconsejaba que «la mejor venganza es no ser como tu enemigo». Por último, si prefiere un poco de humor, no puede olvidar aquella frase proverbial de ese ocurrente personaje que representaba el Chavo del Ocho: «La venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena».

Todo esto puede traducirse en la vida cotidiana como alertas para no caer en la ira, el ego, el orgullo, el odio, el resentimiento, la revancha y todos los sentimientos negativos que recuerde. Hay que entrenar mucho el autocontrol. ¡Cuantos más momentos difíciles afrontamos, más lecciones tenemos! Por lo mismo, esas situaciones estresantes o irritantes deben ser asumidas como una academia de aprendizaje, donde eduquemos a la impulsividad, contengamos a la provocación y disciplinemos a todos los instintos primitivos que coexisten en nuestro ser.

Adicionalmente, para no ser capturados por alguna de esas emociones negativas, lo mejor que podríamos hacer es anular los prejuicios de cualquier tipo, erradicar los supuestos frente a cualquier cosa y eliminar las exigencias en cualquier ámbito que imagine, debido a que estos comportamientos pudieran ser la mezcolanza que produzca el cóctel ideal para apartarnos de los ácidos rencores o de las actitudes violentas que están en cada esquina.

Solemos rendirnos ante la deliciosa oferta de la rabia, la venganza y el odio para resolver cualquier disputa, porque esta viene en un frasco con mucho azúcar, pero en el fondo también contiene veneno, y por más azúcar que le eches a una bebida venenosa, nunca la podrás convertir en una bebida rica, saludable y recomendable. Diría más, los placeres que usted mejor recordará mañana no serán aquellos donde humilló a alguien o utilizó su furia para destruir todo a su paso, sino más bien donde acercó su mano para colaborar, recibió unas disculpas o concedió un perdón.

Resumiendo, debemos ser consciente de que podemos generar destrucción con mucha facilidad y que, naturalmente, el enojo es casi instantáneo dependiendo de cómo lo procesemos. Sin embargo, la buena noticia es que tenemos a la mano antídotos muy efectivos para contrarrestar los impulsos que nos inducen a perder el equilibrio frente a los seductores sentimientos negativos. Entre ellos destacarían: la práctica del perdón, el hábito de la compasión, la comprensión ética de la convivencia y, cómo no decirlo, el poderoso ejercicio del amor. Con este cuarteto sistematizado —y bien aceitado—, seguro que no se resbalará ante la primera pulsión que le insinúe saborear esos sentimientos dañinos que nos alejan de ese estado anhelado que se condensa en dos palabras: paz mental. ¡Seamos más consciente y no caigamos en las tramposas provocaciones del mal!

Vida que inspira

A principios del año 1919 vino a este mundo un niño que crecería en un hogar de Pasadena (estado de California, Estados Unidos) con notables carencias, pero acompañado de un vínculo familiar sólido encarnado en sus cuatro hermanos mayores y su mamá (su padre los abandonó al primer año de vida). El sostén de ese hogar fue posible por el trabajo incansable de su madre. Como es de suponer, su infancia fue una cuesta rugosa y empinada respecto a los niveles de bienestar material que pudo haber gozado.

Sin embargo, su vida empezó a cambiar en su adolescencia, cuando poco a poco fue apareciendo en la boca de todos al sobresalir extraordinariamente en diferentes disciplinas deportivas, tales como el fútbol americano, baloncesto, atletismo y béisbol. Su agilidad, sagacidad y destreza lo hicieron despuntar en todos estos deportes con un brillo exorbitante. De este modo, tanto a nivel de secundaria como a nivel universitario, se convirtió en un deportista sensacional.