ORCAS Supremacía en el mar

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ORCAS Supremacía en el mar
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Editorial Autores de Argentina

López, Juan Carlos

Orcas supremacía en el mar: entre el mito y la realidad / Juan Carlos López. – 1a ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Autores de Argentina, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-87-1234-5

1. Animales. 2. Mitos. 3. Narrativa. I. Título.

CDD 599.536

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: info@autoresdeargentina.com

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina


FOTOGRAFÍAS E ILUSTRACIONES

Jorge Cazenave: Foto, Tapa y fotos capítulos 3-15 y 16

Alexis Garay: Foto, Sobre el Autor

Alejandra De Falco: Dibujo Orca, capítulo 1

Jorge Antonio Borro: Foto, capítulo 14

Alberto Patrian: Foto, capítulo 22

Orcaman: fotos y dibujos, capítulos 8-11-15-20-31-32

Ricardo Kruszewski, Omar Molea: capítulo 32

Roberto Fontanarrosa: dibujo, capítulo 34

Dedicado a mis hijas Jéssica, Verónica, Daira y a mis nietos Federica, Martina y Joaquín. Con la esperanza de que en un futuro cercano vean el resultado de una lucha que por momentos me quitó el hermoso tiempo de estar cerca.

A Patricia por su amor, paciencia y su apoyo en los momentos difíciles.

A mis padres y hermanos quienes supieron inculcarme desde pequeño que la libertad merece ser intensamente disfrutada y otorgada.

Finalmente a quienes me sorprendieron un día con su magnífica y casi mágica presencia y me permitieron integrarme a su grupo, desde mi cielo seco a su cielo húmedo ¡las orcas: Bernardo, Mel, Des! porque están siempre presentes en su ausencia.

PREFACIO DE LA PRIMERA EDICIÓN

Existen muchos libros sobre mamíferos marinos, algunos de ellos acerca de la orca, Orcinus orca, el más grande de los odontocetos de la familia Delphinidae. El presente libro, “ORCA Entre el mito y la realidad” es uno de los mejores y celebra la grandeza, habilidades y belleza de esta magnífica criatura. Mientras leía el libro vinieron a mi memoria los recuerdos de días remotos, cuando Juan Carlos López corría por las playas de Punta Norte, Patagonia, con la libreta de notas en la mano, dibujando las aletas dorsales de las orcas que se encallaban en la playa para capturar a los pinnípedos en la zona somera donde termina la tierra y comienza el mar. Juan Carlos fue uno de los primeros en identificar a todos los miembros de un grupo social de orcas a través de la forma de la aleta dorsal y de la mancha en forma de “silla de montar” que tienen en el dorso. Fue también un pionero al decirnos lo que las orcas de este grupo hacían día tras día y formular hipótesis sobre sus estrategias sociales. Él reconoció por primera vez la manera en que las orcas adultas enseñan a los jóvenes a cazar y publicó los resultados de sus observaciones en la aclamada revista internacional Journal of Mammalogy, a pesar de que no contaba con un grado universitario ni estudios formales de comportamiento animal. El lector podrá encontrar esos conocimientos y el sentido de admiración de Juan Carlos en cada página de este libro. Me alegra saber que tengo la fortuna de contar con la amistad de este excelente naturalista y ser humano.

Desgraciadamente, hay una parte triste en esta historia, pues las orcas y otros mamíferos marinos no son siempre tratados con el respeto que los humanos quisiéramos que nos trataran a nosotros mismos. Por el contrario, orcas en Argentina y en otros lugares del mundo han sido atacadas por los humanos, capturadas para exhibirlas en acuarios y, en algunas ocasiones, marginadas a los limites de su distribución por la industria, sobrepesca, degradación del hábitat y otros actos de este mundo moderno. Juan Carlos nos dice acerca de estos problemas y describe la manera de resolver algunos de ellos. Su investigación de largo tiempo Proyecto Orca Patagonia – Antártida, enseña al mundo sobre este magnífico mamífero, su biología, comportamiento, ecología y los problemas que enfrenta. Con la dedicación, cuidado y atención de Juan Carlos y personas como él, tenemos la esperanza de que la orca será tratada con mayor respeto y cariño por gente mejor educada y que la ecología de esta especie cosmopolita será conservada. Este libro es un paso en la dirección correcta.



Respetuosamente,

Bernd Würsig Ph.D.

Friendswood,

Texas USA

INTRODUCCIÓN

Esta segunda edición ampliada de mi primer libro es por pedido de muchas personas asistentes a mis charlas sobre orcas, que deseaban conseguir la primera edición lo cual es casi imposible e insistían en que vuelva a editarlo. Esto me permite hacer algunos cambios, respetando la historia inicial a través de la cual pude vivir en Patagonia, ser buzo profesional, guardafauna, estudioso de las orcas y actualmente Guardaparque. Tal cual hice con la primer edición no facilite a amigos o conocidos el manuscrito para ser leído y criticado, ya que ello me hubiese hecho sentarme a reescribir partes del texto para que quede mejor, con lo cual mis palabras e ideas habrías sufrido cambios que otros proponían. Preferí mantener firmemente la honestidad con cada uno de ustedes, mis lectores. No pretendí escribir un libro bonito sino un libro que refleje mi pensamiento tal cual es, ya que entiendo que es la única manera de poder trasmitir lo que siento, vivo intensamente, disfruto y sufro. Pretendo con ello que sientan que están a mi lado cuando lo lean.

Puedo decir, sin equivocarme, que al observar por primera vez un grupo de siete orcas pasando frente a la reserva en la cual era guardafauna, quedé absolutamente fascinado al punto que llegué hasta a soñar con ellas. Fue entonces que, a partir del 8 de enero de 1975, decidí comenzar a tomar los primeros datos diarios sobre la conducta de las orcas que pasaban regularmente frente a mi casa en Punta Norte, Península Valdés. Mi vida cambió fundamentalmente y a su vez las orcas de esta parte de la Patagonia comenzaron a ser entendidas, respetadas, admiradas y protegidas por quienes hasta ese entonces pensaban que eran simplemente ballenas asesinas. En 1979 pude dar a conocer a la ciencia mundial la complicada técnica de varamiento intencional que las orcas realizan para capturar presas sobre la playa, algo tan común de observar para mí, como tan sorprendente para los investigadores que escucharon y vieron las imágenes que mostré en mi presentación durante la Third Biennal Conference of Biology of Marine Mammals. Seattle, Washington, USA, quienes por primera vez veían esa conducta en orcas.

Esta segunda edición les permitirá a los amantes de las orcas libres, conocer los últimos acontecimientos como así también seguir de cerca que sucede con las capturas de orcas para que los acuarios sigan lucrando. Espero que este segundo libro pueda llenar el espacio que aún existe en Argentina para llegar a la comprensión de la conducta de orcas, no como ballena asesina, sino como un delfin que cumplen con el equilibrio de un ecosistema, que algunos humanos se empeñan en destruir motivados por la explotación de sus recursos ya no tan renovables, vaciando sus zonas de pesca y usando el mar como un gran recipiente de residuos. Es mi intención que a través de sus páginas pueda hacerlos sentirse parte de mis vivencias, luchas y respeto hacia las orcas, con la esperanza de que al final sientan la motivación que me hizo sentir la necesidad de estudiarlas y seguirlas tras su estela, esta vez como Guardaparque de una zona maravillosa donde se protege a las ballenas francas del sur, o sería mejor decir ¡Donde nacen los gigantes!

AGRADECIMIENTOS

Escribir sobre mi trabajo de orcas en Península Valdés no habría sido posible sin la motivación que me brindó el amigo Adrián Giménez Hutton, quien me dio la posibilidad de hacerlo realidad cuando charlando sobre orcas en mi casa, café de por medio, me sugirió que debía escribir mis experiencias para que no se pierdan en el tiempo. Él, como director de la colección Rumbo Sur de editorial Sudamericana hizo realidad aquel proyecto. Adrián fue no solo un amigo, escritor, explorador, excelente abogado, sino que además, era el presidente del capítulo argentino de The Explorers Club de New York, del cual fui miembro. Lamentablemente, falleció el 28 de abril del 2001 en un accidente aéreo cuando, junto a otros nueve amigos, iba a Punta Bandera, dentro del Parque Nacional Los Glaciares; para hacer lo mismo que el perito Francisco Moreno hizo 124 años atrás: izar en ese lugar una bandera argentina.

Mi extrema gratitud a Editorial Sudamericana, hoy Ramdon House Mondadori, quienes confiaron en mis solicitándome escribir la primera edición de este libro.

Al Dr. Claudio Campagna a quien admiro y considero uno de los mejores especialistas del mundo en etología, quien además de compartir conmigo largas horas en Punta Norte leyendo y discutiendo libros sobre conducta animal, fue quien me hizo el honor de presentar la primera edición de este libro en Puerto Madryn.

Al momento de agradecer seguramente voy a olvidar mencionar a varias personas que tuvieron algo que ver con mi trabajo, por ello pido perdón anticipado.

A Jorge Alfredo Depasquali quien me ofreció su puesto de guardafauna.

A Antonio Torrejón creador, a fines de los 60’, de las reservas de fauna de Chubut, quien me permitió ingresar al cuerpo de guardafauna y apoyó mi trabajo convirtiéndome en el primer guardafauna en realizar un trabajo de investigación científica. A Carlos Medina y su familia, compañero guardafauna en Punta Norte, con quien pasamos años cuidando y hablando con los visitantes, para que no solo vean la fauna, sino sepan que estaban mirando y comprendieran la necesidad de la conservación

 

Estaré siempre agradecido al ya fallecido José Gaspar Pepitoni quien, como director de conservación de la provincia del Chubut y mi jefe directo, fue quien tramitó mi autorización oficialmente para que pudiera realizar tal actividad en el marco de mi trabajo como guardafauna de Punta Norte (1974 a 1986) y siempre apoyó e incentivó mi investigación.

A Diana, en ese entonces mi esposa, quien colaboró en todo momento tanto en las tareas de la reserva y la investigación.

Al Dr. Ph. Roger Payne y Katy, quienes supieron ofrecerme su amistad, familia y conocimientos tanto en Argentina como en los Estados Unidos impulsándome a estudiar orcas, siendo luego los padrinos de mi hija Jéssica. Con Roger compartí momentos de experimentación con sus innovadores equipos, en ocasiones algo peligrosos pero no por ello menos efectivos.

Al Dr. Ph. Bernd Würsig y su esposa Melany quienes me brindaron su amistad y conocimientos, y además Bernd no solo aceptó ser mi asesor científico, a pesar que yo no lo era, sino que me facilitó su tiempo y se encargó de leer en inglés mi investigación sobre el varamiento intencional de orcas el 9 de octubre de 1979 en la 3° Bienal de Biología de Mamíferos Marinos en Seattle. Es en honor a ellos que las orcas Bernardo y Mel fueron bautizadas

A la familia Nicoletti, a los fallecidos Jorge Pérez Serra y Héctor Mangini, quienes siento como parte de mi familia en Madryn, fueron los que me alentaron a dejar Buenos Aires para vivir en Patagonia y ser buzo profesional. Compartí con ellos hermosos años de actividades bajo el agua lo que me permitió ingresar al mundo de las orcas.

Existen diversas personas y organizaciones sin cuya ayuda mi investigación reflejada en parte en este libro no hubiera sido posible, William Conway presidente Wildkife Conservation Society quien al visitarme en Punta Norte y compartir un día observando orcas, confió en mi trabajo y ofreció la ayuda necesaria para la continuidad del mismo y viajar a EEUU para presentar mi trabajo, a Whale and Dolphin Conservation Society, Walt Disney Productions, Subsecretaría de Ciencia y Tecnología e INIDEP, a la Dirección Nacional del Antártico, Instituto Antártico Argentino y Armada Argentina por su colaboración y apoyo a mis investigaciones en el maravilloso continente blanco. A mis compañeros y amigos de la Expedición Proyecto Orca Antártida 90–91, Ricardo Kruszewsky, Omar Molea y Carolina Diby.

A Kenneth Norris y Michael Bigg, a Albert Erickson, Ken Balcomb, Paul Spong y Helena, John Ford, Christophe Guinet, Peter Tyack, Christopher y Jeany Clark, Kathleen O´Connell, Peter Bruchhausen, Peter Thomas y Sara Taber, Des y Jen Bartlett, Jerye Mooney, Miguel Iñiguez, Hugo Castello, Beatriz de Anigati (Embajada de Canadá), Mario Cozzuol, Luis Abel Orquera, Natalie Goodall (fallecida), María y Martín Hall, Ingrid Visser, Jeff Fott, David y Elizabeth Parer Cook, Juan Copello, Carlos Passera, José María Musmeci, Roberto García Vera, Valeria Falabella, Luis Antonio Borro, Pablo Pascuzzi, Willie Paats, Daniel Rivademar, Axel Bos, Alfredo Lichter, Sociedad Italiana de Puerto Madryn, José María Chiaramonte y Rubén Petrucci, Club Social y Deportivo Madryn, Alberto Roemmers, Municipalidad de Puerto Madryn.

A quienes compartimos horas esperando orcas y trabajando en la reserva de fauna Dr. Gerardo Hasse (recientemente fallecido), Dr. Manfred Hasse, Eduardo Monteagudo. A quienes brindaron sus fotos y amistad esperando orcas: el fallecido Alberto Patrian quien nos dejó para siempre entre saltos de ballenas, Matías Soriano. Muy especialmente a mis vecinos más cercanos de la estancia La Ernestina a 5 kilómetros de Punta Norte, el ya fallecido “Gringo” Paz, a su esposa Eva, y la familia Copello quienes brindaron, tanto a mí como a mi familia, su ayuda y amistad con generosidad y gran calidez, continuando desde hace años la actividad turística y de investigación sobre orcas en Punta Norte.

No puedo olvidar a quienes colaboraron en mis disertaciones y campañas contra el cautiverio: mis alumnos, profesores y directivos del Club Municipal de Ciencias de Puerto Madryn, None Torregianni, Analia Pirronitto, Aldana Baez, Chantal Arguiano. A Marcela Nabte, Emilia Castro Damiano, Bárbara Schapert, Lucia Alzugaray, Irene Cervera, Laura Ruiz, Pablo Meyer, Roberto García. A los directivos y personal del Museo Provincial De Ciencias Naturales y Oceanográfico de Puerto Madryn, quien me brindaron durante años el auditorio de ese maravilloso museo para dar un ciclo anual de charlas sobre orcas. A Néstor González de la empresa de viajes y turismo “Chucao” por su permanente colaboración en folletería contra el cautiverio y facilitándome la posibilidad de dar charlas sobre orcas a los miles de alumnos de diferentes escuelas de Argentina y Uruguay que realizan viajes de estudio a Puerto Madryn. Al gran amigo Sergio Rinaldi y su familia por facilitarme dar conferencias sobre la vida de las orcas en el maravilloso Ciclo de Ecología en la ciudad de Rosario. Al profesor Norberto Ovando de la Asociación Amigos de los Parques Nacionales “Perito Francisco P. Moreno” por su apoyo e incentivar mi trabajo.

Mi profundo respeto y agradecimiento por su amistad y fuertes vivencias compartidas a Paul Atkins y Michael DeGruy (fallecido en 2012) camarógrafos de la BBC durante la película “Las Pruebas de la Vida” con quienes buceamos con orcas para filmarlas bajo el agua, intentando filmarlas cuando se alimentan y saber si atacaban al hombre, a David Attenborough, Donaldo MacIver, Keith Turner y a la fallecida y siempre recordada productora Marion Zunz de la BBC.

Al Arquitecto Hans Kretschmer que tuvo la cordialidad de relatarme el ataque de orca que sufrió cuando surfeaba y me autorizo a utilizarlo, por lo cual lo transcribí tal cual en este libro.

Al equipo del 1° programa documental argentino “La Aventura del Hombre” por producir el documental “ORCA” en 1982 haciendo conocer mi trabajo en nuestro país. Al Dr. Luis Cappozzo quien además de haber trabajado y colaborado durante años en la reserva de fauna a mí cargo, y ser un gran amigo y riguroso investigador, fue el gestor del documental, en preparación, “El Guardián de las Orcas” que trata sobre mi vida, y a los integrantes del equipo de filmación productor Guillermo De Sousa y cámara Javier Corbalán de DESOUSA Producciones, quienes no solo supieron comprenderme sino que me brindaron su respeto y amistad. Mi agradecimiento a Aline Alexandre quien se ofreció desinteresadamente a traducir el libro al idioma portugués. Aline trabajó como guardaparque auxiliar en el Área Natural Protegida el Doradillo, donde me desempeño como guardaparque. Pude comprobar su gran compromiso y preocupación por la protección de la naturaleza y conoce y comparte mi pensamiento sobre la necesidad de educar para preservar. Ella vive en Brasil y su traducción del libro facilita llegar a otros lectores, con otras problemáticas ambientales que incluyen las orcas.

A los amigos e increíbles fotógrafos Jorge Cazenave, Alexis Garay y al siempre recordado Alberto Patrian, quien desde el inicio de mis investigaciones puso a mi disposición sus fotos, algunas ilustran este libro desde su primera edición. La colaboración de ellos, me permite contar con imágenes que de otra manera sería muy difícil obtener. A la amiga y gran artista visual Alejandra De Falco por su hermosa pintura de orca que ilustra el primer capítulo.

Mi especial agradecimiento a mi esposa Patricia Blanco por su paciencia al leer y releer el manuscrito. Sus sugerencias, y en ocasiones emotivas lágrimas al leer algunos capítulos me brindaban la tranquilidad de que iba por el camino correcto.

A los lectores de la 1° edición, quienes se tomaron el trabajo de comunicarse con la editorial Sudamericana para solicitar mi anterior mail dado que olvidé incluirlo en la primer edición y me enviaron cientos de e-mail, con sus comentarios plenos de sentimientos hacia las orcas y queriendo hacerme conocer que mientras leían sentían que estaban a mi lado observando orcas, sintiendo el viento, el sonido del mar, el chillar de las gaviotas o el soplido de las ballenas. A ellos y a ustedes que tienen en sus manos la II° edición, les digo ¡MUCHAS GRACIAS!

Por último a los guardafaunas y guardaparques que compartieron y comparten conmigo la interminable lucha que significa conservar las áreas naturales protegidas. A los que dieron su vida por esta tarea ¡mi más profundo homenaje!

Juan Carlos López – orcaman-

Director

Proyecto Orca Patagonia-Antártida

E-mail: jclorcaman@gmail.com



1
EL CAMINO DE MIS SUEÑOS

Si hay un deseo, hay un camino

Dicho Wasili

Miro a Buenos Aires y veo una ciudad atestada de gente que se desplaza según el ritmo del reloj: sus pasos apresurados marcan el tiempo a utilizar. Cada individuo reserva para sí sus inquietudes, sus miedos y sus preocupaciones. Cada individuo lucha minuto a minuto y segundo a segundo por mantener su territorio dentro de la febril actividad que se desarrolla en ese centro partido por una arteria vigorosa: la Avenida 9 de Julio.

Desde la ventana del departamento que alquilo en un cuarto piso de Carlos Pellegrini al 900, soy un simple observador de esa colonia humana a la cual pertenezco. Me maravillo por la habilidad que demuestran para evitar los enfrentamientos: las reglas de educación y moral, o el mero sentido de la supervivencia, hacen que muchos conflictos se apaguen en miradas fulminantes, insultos entrecortados, gritos o empujones. Esos rituales son intentos, a veces no premeditados, de eludir la pelea y el consiguiente daño físico.

Frente a los seres humanos se desplazan imponentes y veloces predadores mecánicos: un mínimo error significaría ser arrollado. Si eso sucediese, cientos de otros automóviles seguirían circulando sin que sus conductores se preocuparan por lo ocurrido, más allá de una mirada curiosa que serviría como anécdota para mencionar al fin del día.

Los jóvenes machos interrumpen el descanso de los dominantes que cuidan el harén con sus numerosas hembras. Ellas se mueven suavemente para acomodarse sobre el redondeado pedregullo de la playa, hasta que lo adaptan a las formas de sus cuerpos. Así intentan regular la alta temperatura del mes de marzo que apenas apacigua un poco la brisa marina.

Desde mi ventana puedo observar a las madres que cuidan el torpe e inexperto andar de sus pequeños; al mismo tiempo, a ellas las cuidan sus parejas, hombres que, como al pasar, miran el desplazamiento de algunas jóvenes señoritas de encanto inquietante, o señoras que lucen la madura elegancia de la mujer argentina.

En el mar, los predadores naturales avanzan dentro de su territorio de alimentación. No nadan tranquilamente como cuando realizan actividades de juego, patrullaje o descanso: buscan su alimento en una coordinada formación estratégica que les permite aprovechar el descuido de las madres y la inexperiencia de los cachorros. Y atacar.

Los machos miran, indolentes e inmóviles en el territorio que obtuvieron en la playa. Sólo se preocupan por controlar que las hembras de su harén se mantengan en su lugar.

Desde mi punto de observación ubicado en el inicio de una suave pendiente en la ancha playa de Punta Norte, Península Valdés, a unos cincuenta metros de la colonia de reproducción de lobos marinos— puedo ver cómo algunos cachorros miran la poderosa aleta dorsal de la orca que se acerca lentamente. Mientras surge del agua, semejante al periscopio de un submarino, la lobería desarrolla su normal actividad de descanso, peleas territoriales, nacimientos y copulaciones. Sólo algunos ejemplares más cercanos al mar miran por algunos instantes el andar de las orcas que se aproximan a la costa.

El gran macho B3 (Bernardo) nada lentamente: desplaza su cuerpo de aproximadamente siete metros y varias toneladas y deja ver su ancha y alta aleta dorsal que corta la superficie del mar. Con un violento movimiento de su aleta caudal, se lanza hacia un grupo de quince cachorros de lobos que juegan en el agua, a sólo un metro de la costa. Dos hembras que nadan junto a ellos les advierten rápidamente del peligro.

Una madre llama a su pequeño hijo para indicarle que no debe abandonar la seguridad de la vereda o plaza. Le señala el peligro que representan los conductores de automóviles quienes, al recibir la luminosa señal verde del semáforo – muchas veces, antes— se lanzan a gran velocidad. Algunas madres, despreocupadas de las actividades de sus hijos, hablan entre sí o simplemente están ausentes. Sigo observando desde mi ventana y me pregunto cuánta presión contenida acumulan las personas que intentan ganarle al tiempo.

 

Puedo sentir el infaltable viento patagónico que roza mi cuerpo mientras soy testigo una vez más de un movimiento en el tablero de la selección natural. Bernardo nada vigorosamente y embiste casi de frente a los cachorros. Algunos no advirtieron el aviso de las hembras; otros no pudieron evaluar a tiempo el peligro por su inexperiencia. Los (quizá) más aptos salen rápidamente del mar, en una suerte de galope hacia la colonia. Al mover con fuerza su cuerpo varado, Bernardo hace estallar el agua a su alrededor: confundiendo aún más a los cachorros y con un rápido movimiento lateral de cabeza captura a uno, al que mantiene firmemente entre sus dientes fuertes y cónicos.

Luego de la captura – y mientras el resto de los catorce cachorros se unen a la colonia y ponen distancia con la zona de acción—, Bernardo efectúa bruscos balanceos dorso ventral que le permiten girar hacia el mar. Allí nada hasta encontrarse con su hermano Mel (B5), con quien compartirá el alimento.

Luego del alejamiento de las dos orcas, permanezco algunas horas en mi puesto de observación. Los lobos marinos retornan a sus actividades: algunos ingresan al mar para alimentarse, otros para disfrutar de su temperatura, otros para jugar entre las restingas y las algas.

La brisa marina rodea mi cuerpo con un frío abrazo mientras la luna va dibujando sobre la superficie del mar una vigorosa arteria plateada que palpita aunque no tiene autos, semáforos o gente apurada. En este escenario rigen aún las normas naturales de la vida y la muerte, que me dan un lugar: el del observador que decidió cerrar una ventana de un cuarto piso para adoptar las playas de la Patagonia como forma de vida y a las orcas como compañeras de trabajo.



Hoy puedo decir que soy feliz. Pero la decisión no fue fácil: nací, me crié y viví hasta los veintiséis años en el micro centro de la ciudad de Buenos Aires. El departamento que alquilaba y mi cómodo trabajo como cajero en el Jockey Club distaban unos mil quinientos kilómetros de Puerto Madryn, ciudad patagónica que elegí para radicarme con quien era, en ese entonces, mi esposa Diana y nuestra primera hija Jéssica Valeria, que tenía sólo un año.

Las orcas no fueron el motivo determinante para que dejara Buenos Aires. No era – ni soy— biólogo; además, en aquel año 1972 no tenía idea alguna de lo que podía ser una orca. La historia de mi vida cerca y dentro del agua comenzó en realidad nueve años antes, en 1963, cuando tuve mi primer y decisivo contacto con el mar. Mi amigo José Pepe Dueñas me llamó para comunicarme, muy entusiasmado, que acababa de conocer a un buzo de Puerto Madryn y que quería presentármelo. Me esperaban en una confitería.

Para los argentinos de mi generación, inclusive para aquellos que teníamos algún interés en el tema, el buceo local se limitaba a la clásica serie televisiva Caza submarina, que protagonizó el legendario Lloyd Bridges, y algún equipo Plaf (¿quién no lo tuvo?) recibido como regalo de Navidad, Reyes o cumpleaños. Ver a un buzo de verdad era una propuesta imposible de rechazar.

Máximo Nicoletti resultó ser un buzo deportivo joven y muy ameno, poseedor de una gran sonrisa y un enorme entusiasmo. Como resultado de esta reunión de varias horas, me lancé a mi primer viaje, en el verano de 1964, a Puerto Madryn.

A los tres días de nuestra llegada, Pepe y yo ya nos sentíamos integrados: casi todos nos conocían y conocíamos a casi todos, algo habitual en una ciudad chica. Ubicada a orillas del Golfo Nuevo, Puerto Madryn tenía sólo cinco mil habitantes, pero su atractivo principal no era el urbano sino un mar azul y transparente que permitía observar el fondo a treinta metros de profundidad. Hoy las aguas del golfo se mantienen transparentes, pero la visibilidad no es tan perfecta como entonces, cuando daba vértigo meter la cabeza bajo el agua y observar el distante fondo. Recuerdo que la primera vez que lo hice tuve la sensación de estar suspendido en el aire y no flotando en la superficie del mar.

Acostumbrados al calor húmedo y pegajoso de Buenos Aires, el clima seco nos asombraba: se podía lavar un jean a las diez de la mañana y usarlo dos horas más tarde. También la ausencia casi total de contaminación ambiental era una sorpresa: aspirábamos un aire de pureza única y podíamos utilizar una misma camisa dos días seguidos sin que mostrara marcas de suciedad en el cuello y los puños, como sucede en Buenos Aires a las pocas horas de uso. Hoy, en cambio, es imprescindible renovar a diario la remera o camisa, a las que se adhiere suciedad como pago por el beneficio del crecimiento industrial y poblacional.

Aquella pureza ambiental nos sorprendía, además, con un cielo nocturno donde las estrellas parecían multiplicarse a cada instante alrededor de la Cruz del Sur. Noche a noche nos sometíamos a un trance casi hipnótico ante ese escenario iluminado donde la luna era la única vedette, hasta que en algún momento una estrella fugaz nos sacudía.

Pepe y yo recibimos las primeras clases prácticas de buceo de Máximo y su primo Cristóbal, quienes nos permitieron ingresar al mundo del silencio, como se decía entonces. A la vez, Pino y Bruno Nicoletti – renombrados buzos y propietarios de una fábrica de equipos para la actividad y representantes de Cressi-Sub, de Italia— nos brindaron sus conocimientos sobre fisiología y física del buceo con la ayuda de unos textos en italiano.

Éramos tan felices que ni siquiera nos importaban las incomodidades del antiguo regulador Mistral de dos mangueras que acompañaba al botellón de aire. Si por alguna causa el regulador se salía de la boca, había que hacer malabarismos para quitarle el agua alojada en su interior. Por lo general, si la técnica – inclinación del cuerpo, giro de cabeza, movimiento del brazo y mano con la boquilla en la posición correcta para colocar en la boca— no se llevaba a cabo correctamente, la alternativa era tragar el agua que permanecía en la manguera: algo así como tomar un vaso de agua debajo del agua.