No te olvides de los que nos quedamos

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
No te olvides de los que nos quedamos
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

NÉLIDA WISNEKE

No te olvides de los que nos quedamos


Wisneke, Nélida

No te olvides de los que nos quedamos / Nélida Wisneke. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2005-0

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.

CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA

www.autoresdeargentina.com info@autoresdeargentina.com

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

“De mi garganta salen voces largo tiempo calladas,

voces de largas generaciones, de prisioneros y de esclavos (…)

Voces veladas que yo desgarro,

Voces indecentes que yo clarifico y transfiguro…”.

–Walt Whitman.

Dedicatoria

A mis ancestros y ancestras quienes a pesar de las adversidades de la vida lograron transmitirme admiración, respeto y orgullo por la historia silenciada de centenares de afrobrasileños esclavizados que buscaron refugio y libertad en el suelo misionero. A los/las que organizaron, en silencio, la huida, a los/las que asistieron y garantizaron la llegada con vida de los sobrevivientes de esa gran gesta. A mi bisabuela Ana, a mi abuela Josefa, que atravesó la selva y cruzó el río Uruguay con tan solo 13 años de edad, a mi mamá, a mi tía Rosa y a mi hermana María Hilda, quienes supieron atesorar, en sus memorias, y transmitir, a lo largo de sus vidas, las costumbres, valores y concepciones del grupo de sobrevivientes de un sistema esclavista que se asentó, allá por fines del 1800, en su condición de ilegales, en lo que hoy es el departamento de San Pedro, más precisamente en el territorio conocido como Colonia Macaco. En ese lugar permanecieron escondidos por muchos años, sin más contacto que con algunas aldeas de pueblos originarios. En principio, junto a los que ya se encontraban en el lugar, continuaron viviendo del cultivo comunitario y la caza. Con el pasar del tiempo, se casaron (matrimonio arreglado en la comunidad), allí nacieron las nuevas generaciones, entre ellos, mis tíos/as, mi progenitora y vivieron en el lugar hasta que se trasladaron a otros puntos de la provincia. A Lidia Dosantos y Fidelina Silvero, quienes supieron poner en palabras la experiencia de fuga que, a través de la selva del sur brasileño y el cruce en las aguas del mismo río, realizó, en otra expedición, la abuela Natividad Machado y su esposo Valdomero da Conceição quienes, luego de pisar la localidad de Oberá y mantenerse escondidos, por mucho tiempo, en los montes misioneros, se trasladaron al municipio de Bonpland para, después de varias décadas, radicarse definitivamente en la Capital Provincial donde, aún, viven algunos de sus hijos/as, nietos/as…

Agradecimientos

Uno de los mandatos más sublimes que aprendí a lo largo de mi vida es la importancia del agradecimiento. En relación con eso, no puedo dejar de mencionar a las siguientes personas:

A la Magíster Ivenne Carissine da Máia, docente de la Carrera de Portugués de la Universidad Nacional de Misiones (UNaM) que leyó y corrigió los versos que forman parte del libro.

Al Licenciado en Sociología por la Universidad Nacional de San Martín: Carlos Álvarez Nazareno, activista de la Agrupación Afro Xangô y a la Comisión Organizadora del Día 8 de Noviembre, Día Nacional de los/las Afroargentinas/os y de la Cultura Afro por la colaboración y el acompañamiento.

Al Profesor en Letras por la Universidad Nacional de Salta (UNSA), Daniel Alejandro Silvestri, por la lectura, aportes y colaboración.

Al Licenciado en Letras por la Universidad Nacional de Misiones (UNaM), Alejandro Rodrígues, quien leyó y corrigió el texto.

A la Licenciada en Trabajo Social, por la Universidad Nacional de Misiones, Amelia Báez por acompañarnos desde los albores de nuestra formación como organización de lucha por los derechos y visibilización de la población afro en Misiones.

A mis compañeros/as y hermanos/as del Colectivo de Afrodescendientes Misioneros/as por empoderarse cada vez más y sentirse orgullosos de sus raíces.

A la Profesora en Letras por la Universidad Nacional de Misiones (UNaM), Mirian Fernández, por alentarme y, en su nombre, a todas las personas que de una u otra forma ayudaron a que este libro sea posible. Muchas gracias.

Una lectura intertextual

Con una clara simpleza de palabras que vehiculizan un sugerente y delicado delicado uso de la lengua literaria Nélida Wisneke, escritora afroargentina de la provincia de Misiones, sorprende con No te olvides de los que nos quedamos, su primera novela: una ficción histórica de buena factura artística.

No te olvides de los que nos quedamos viene a completar todo un universo de excelentes novelas históricas actuales develadoras de antiguos “paños” que ocultaron, negaron e invisibilizaron las historias de los afrodescendientes no sólo en lo que hoy es suelo argentino. Esta obra de Wisneke sigue la línea de Cielo de tambores, novela señera de Ana Gloria Moya (autora tucumana de nacimiento y salteña por adopción), que pone en el tapete la historia de María Remedios del Valle, la Capitana, llamada también la Madre de la Patria, figura que luchó junto a Manuel Belgrano por nuestra libertad. De manera similar No te olvides de los que nos quedamos trae al presente tres generaciones de mujeres afro que luchan por su libertad.

No te olvides de los que nos quedamos continúa el camino de otras novelas que valorizan la lucha del pueblo negro por su liberación. Por empezar dos trabajos de la escritora salteña Ana María Gallardo: Amor en penumbras y Del amor esclavo. Unas Narraciones, las tres, que retoman literariamente sucesos históricos de despojo, pero también de empoderamiento (Del amor esclavo focaliza la mirada, entre otras existencias, en las vidas de Julián Guerra y Felipa Iramain, ex esclavizados que dieron origen a la actual comunidad afrosantiagueña de San Félix). Y en este punto no podemos dejar de recordar La isla bajo el mar de la conocidísima Isabel Allende y Cuando florecía mi cacahuatal de la también salteña Beatriz Martínez, ambas sobre la independencia de Haití.

Esta novela de Wisneke, de una manera propia, más focalizada en las pequeñas historias, en los intersticios del poder que terminan permitiendo a los pequeños burlarlo, sigue los pasos literarios, también, de dos obras de temática afro de la reconocida escritora santafesina de nacimiento y mendocina por adopción Liliana Bodoc: El espejo africano y El rastro de la canela, novelas no sólo de períodos independentistas, sino también de migraciones y exilios, de conectar, al igual que No te olvides de los que nos quedamos, diferentes tierras debido al viaje en que la voluntad del yo se ve forzada por las circunstancias de vida que el destino tiene reservadas. En un sentido más preciso la segunda de las dos novelas mencionadas de Liliana Bodoc se relaciona con No te olvides de los que nos quedamos por unir dos tierras americanas receptoras de la diáspora de afrodescendientes esclavizados iniciada a partir del período colonial: la Argentina y Brasil.

Cabe acotar el original bilingüismo de ambas novelas mencionadas hacia el final del párrafo anterior, más contundente en No te olvides de los que nos quedamos que en El rastro de la canela, en que los fragmentos en lengua portuguesa o castellana no necesariamente se traducen a la otra, y así las “pistas” para entender son guías de comprensión sí, pero que exigen también lectores atentos. Tampoco, como sería en una producción literaria bilingüe tradicional, hay correspondencia genérica: los textos de una lengua están dedicados a un género literario; lo narrativo. Y los textos de la otra lengua dedicados a lo poético. y aquí, retomando el tema ya abordado en párrafos anteriores de las relaciones intertextuales o transtextuales de la presente obra de Nélida Wisneke con otras obras artísticas. No podemos obviar el rescate que hace la novela No te olvides de los que nos quedamos de la literatura de cordel: es decir, poesía popular tanto escrita como oral que nació en la península Ibérica y fue difundida desde España y Portugal, enraizando fuertemente en Brasil.

Hasta aquí con las “pistas” de lectura que hemos ofrecido, si es que cabe, quizá, para acercar la obra literaria al lector, a ese lector atento que reclaman las obras de arte, esperamos haber despertado interés por esta bella novela, tal vez el mismo interés que suscitó en nosotros, sin prisa, pero sin pausa, al momento de enfrentarnos a la primera lectura en que esta obra nos condujo con suavidad de arroyo hacia el final, haciendo crecer poco a poco verdaderas ansias de llegar a él. Sólo nos queda celebrar este nacimiento y el camino independiente de su autora que esta obra comienza ya.

Daniel Alejandro Silvestri

Salta. Verano de 2020


Estaba a punto de dormirme en el regazo de mi abuela. Sus manos fuertes acariciaban suavemente mi cabeza y sus dedos se enredaban en mi abundante cabellera. Quería detener el tiempo. Quedarme eternamente así. Sintiendo la tibieza de su cuerpo y la seguridad de que, mientras estaba junto a ella, nada de lo que habían predestinado para mí, desde que estaba en el vientre de mí madre, ocurriría.

 

Abrí los ojos cuando vi llegar al abuelo con un atado de caña de azúcar cargado en la espalda. Lo dejó en la sombra. Escuché el ruido de las varas del dulce jugo cayendo al suelo y al darme vuelta alcancé a ver unos gestos con los que se comunicaban los mayores, cuando los niños andábamos cerca. No entendí nada. Sentí que mi abuela se estremeció y creo que escuché un sollozo. Quise levantar la cabeza, pero ella presionó mi espalda firmemente y no dejó de acariciarme, tampoco me permitió mirarla.

Mi abuelo se sentó en un banco bajito, recostó su cansada espalda en la pared del humilde rancho, levantó su mano hasta una especie de mesa sobre la que había un cedazo con las chalas del maíz que habíamos desgranado la noche anterior, sacó de un “bocó” 1 un trozo de tabaco negro y con su “canivete” 2 lo empezó a cortar finamente. Acarició con la yema de sus dedos la suave y transparente hoja sobre la que dejó caer las finas hebras. La envolvió. Rozó su lengua humedecida sobre uno de los bordes del casi cigarro, lo cerró y fue hasta el fuego. Tomó uno de los tizones encendidos, lo aproximó hasta cerca de su boca e hizo arder el precario envoltorio que mitigaría, en parte, su angustia. Volvió hasta el banquito y ya sentado hundió con fuerza sus talones en la tierra.

Había cerrado mis ojos y, cuando estaba a punto de dormirme, la escuché:

Não se esqueça de falar3 Dos que ficamos aqui. Não negue de onde viemos Para assim não me ferir.

Fala de mim para eles,

Conta pra eles de mim.

Diga que estamos aqui,

Más que nós, não escolhemos,

Esse lugar pra ficar.

Que qualquer lugar é bom,

Se a gente tem liberdade.

Não assim, só fatalidade

E triste está o coração.

Desde que a gente chegou

Somente é sofrimento,

Trabalhamos qual jumento,

Desde que amanhece o dia,

E nem sequer pela noite

Recebemos a comida.

Fala de mim para eles

Conta pra eles de mim.

Às vezes você vai rir,

E outras somente chorar,

Mas não deve esquecer,

No lugar onde estiver:

Você é filha destas terras

E de nós que não tivemos

Outro solo pra escolher.

Fala de mim para eles,

Conta pra eles de mim.


El profundo silencio cortaba la respiración de todos. Solo las miradas penetrantes, esas que buscan encontrarse en el otro, parecían hablar.

Los hombres comenzaron a llegar y el encuentro en el larguísimo corredor con piso de tierra, que nos fuera destinado para ahogar la fatiga cotidiana, hizo que sus blanquísimos pantalones resaltaran de sus cuerpos y de la oscura noche. La llegada, los apretones de mano y la mirada fija en los ojos del otro, los enmudecía. Ni una sola palabra. El silencio escindía cualquier sonido u otra forma de comunicación verbal y todo movimiento avizoraba el libre destino prometido desde el inicio de los tiempos.

Las mujeres en la cocina, alrededor de una vieja mesa de madera guardaban, silenciosamente, en una maleta blanca un poco de carne seca, la infaltable “farofa” 4, bananas que empezaban a pintar, rapadura5 e intentaban ponerle un pedazo de soga o cordón a unas vasijas de porongo6 que luego serían cargadas con agua y tapadas con trozos de marlo7.

La falda blanca de mi madre dejaba notar el ruedo de una enagua8 roja como avisando que detrás de ese cuerpo rudo también palpitaba el corazón estremecido de una mujer.

En sus manos fuertes, un cuchillo grande cortaba en pequeños trozos el jugo de la caña de azúcar que fuera endurecido por el fuego9 y los colocaba en una bolsa de tela, nívea, dentro de la maleta.

A unos pocos metros del corredor de la casa rudimentaria alcanzaba a ver a un grupo de hombres conversando. Unos estaban en cuclillas alrededor del fuego, otros, sentados en unos pequeños bancos de madera cortada con machete. La mayoría de ellos estaban parados, conversaban en pequeños grupos como esperando una señal.

De repente el filo reluciente de un machete que mi abuelo, sin querer, dejó caer sobre la hoja de otro, hizo que me levantara brusca y rápidamente de la hamaca hecha con pequeñas piezas de telas que mi abuela, tiempo atrás, había logrado hacer para que su marido descansara y en la que me había recostado. Mis manos comenzaron a sentir un calor inexplicable y una sudoración fría empezó a correr por mi cuerpo de niña.

Miré hacia la cocina y la vi. Estaba ahí con una mirada lejana. Serena. Le acercó a mi madre unas sandalias de cuero que ella misma había ablandado con un poco de cebo y ajo, durante varias tardes, cuando la rutina le dejaba libre unos minutos. Su mano rodeó la cintura de su hija que hacía esfuerzo para no soltar una lágrima. Ni un sollozo se escuchaba. Ni un: “No quiero”, era posible ya.

Mi abuela, luego, se me acercó. Me miró como quien mira el horizonte con ganas de alcanzarlo:

Vista pouca roupa em cima10 E não se esqueça da água. Não coma muito na viagem, E quando a fome apertar, Busque folhas, e raízes, Que a floresta vai lhes dar. Por si acaso a água acaba; Pela manhã, bem cedinho, Lamba as folhas das plantas E busque nos trilhos da mata Nas pisadas dos cavalos, Ou de outras bicharadas. Ou se o céu lhes manda chuva E enche bem os buracos. Acalme, então, sua sede, Junte um pouco, se puder Que aguentamos qualquer coisa Mas morremos sem beber.

Clavó sus dulces ojos en mis pies y se retiró sin darse vuelta. Hasta hoy la recuerdo así. Como aquella que nunca se detiene y se dirige a fundirse en un abrazo interminable con el futuro.

El cansancio me venció y me recosté en un banco de madera. Estaba a punto de dormirme cuando una mano me tapó suavemente la boca y sin hablar me dijo tantas cosas.

Súbitamente y en silencio me paré. Vi que la maleta ya estaba a mis pies. La levanté y la dejé caer sobre mi hombro. Me amarré cuidadosamente la vasija con agua alrededor de mi otro brazo. La mano de mi madre, entonces, sujetó fuertemente la mía y me dio señales de avanzar. Miré el corredor, sus bancos, la hamaca, el patio de tierra, los tizones que aún seguían dando calor.

Caminamos unos pasos. Me di vuelta. Vi el palo que recostado al techo erguía sobre sí un trozo de tela blanca. Una fuerza se apoderó de mí. Me sentí gigante, intocable e inalcanzable. En mi cabeza solo resonaban los versos que la abuela me había enseñado desde pequeña.

Ó, meu glorioso São Sebastião!11 Imploro o vosso divino auxílio e proteção. Guardai-me e defendei-me dos meus inimigos. Andando viajando, dormindo, acordado, trabalhando e negociando. Quebrantai-lhe as suas forças, ódio, vingança, furor. Qualquer mal que tiverem contra mim. Olhos tenham não me vejam; Mãos tenham não me peguem nem me façam mal nenhum. Pés tenham não me persigam. Bocas tenham, não fale e nem mintam contra mim. Armas, não tenham poder de me ferir. Cordas, correntes não me amarrem. As prisões para mim se abram as portas. Arrebentem-se as chaves. Que esteja eu livre de guerra. Meu corpo esteja fechado contra todo mal que houver contra mim. Fome, peste e guerra...

Sin darme cuenta habíamos iniciado la marcha. Lo hacíamos en total silencio. Volví la espalda para ver si podía divisar a mi abuela. Solo alcancé a observar una mancha blanca en la oscuridad. Pero el calor y la fuerza con la que mi madre apretaba mi mano me hicieron contener las lágrimas y tranquilizaron mi joven corazón.

La noche se fundía en mi cuerpo y en el de mamá. El ruido de las ramas que se rompían debajo de nuestros pies cortaba el silencio nocturno. De repente, unos destellos de luz iluminaron el sendero y alcancé a vislumbrar a mi abuelo. Él nos señalaba el camino. Pude ver su sombrero de paja y, cuando quise decírselo a mi madre, ella, con un dulce pero firme apretujón, me invitó a seguir, en silencio.



Caminamos, caminamos, caminamos.

La preocupación de mi mamá se dejó notar cuando el día comenzó a clarear. Los pájaros cantaban alegremente, pero mis pies cansados comenzaron a dolerme. Ella, como en un susurro, me dijo:

Aguenta um pouquinho mais.12 O dia está amanhecendo. O cansaço está apertando Mas eles, atrás, estão vindo. Temos que continuar, Deve ser forte menina. Se o santo nos acompanha, Chegaremos à Argentina.

Me di cuenta de que los versos de la abuela estaban en la boca de mi madre. Ella venía en cada palabra que aparecía y se acomodaba en el lugar justo para que yo prestara atención y aprendiera de ellos. Estaba ahí, en ese ritmo repetitivo y cadencioso. En ellos, podía verla con los pies firmes en la tierra y una ternura inconmensurable en su rostro oscuro; con esas manos que hacían de todo para que lo poco que decían que podíamos tener, lo tuviéramos. En el susurro, en el viento, en la tierra que se desgranaba bajo nuestros pies, mi abuela se hacía leyenda.

Seguimos, más calmadas. La mano temblorosa de mamá tomó un trozo de rapadura que llegó a mitigar la preocupación de ambas. La poca dulzura de la vida que había probado a mi corta edad se derretía en nuestras bocas y nos hacía soñar con otros posibles y alcanzables cielos. Luego de un rato me detuve para sacarle el marlo a la vasija y la escuché:

Tranquila, não vai se afogar.13 De a pouco beba mocinha. É preciso continuar E cuidar das nossas coisas. Pronto vai o sol sair. O dia vai estar quente, Guarda um pouquinho de tudo Pra oferecer aos parentes14

Bebí moderadamente y mi pensamiento se fusionó con tanto verde, la enorme cantidad de insectos y el canto, hasta entonces, desconocido de una multiplicidad de pájaros. Árboles de desiguales alturas nos cobijaban. Hojas de todos los tamaños y un verde de diferentes matices nos rodeaban. A unos metros, más allá de donde nos encontrábamos, un caraguatá15 nos ofrecía sus frutos. Mi mamá estaba a punto de tomar su machete para cortar el cacho amarillo del jugoso obsequio silvestre cuando se detuvo para ajustarse la correa de las sandalias que la abuela le había entregado antes de emprender el viaje. Y, entonces, las dos escuchamos, al mismo tiempo, el golpeteo del filo de un machete en las ramas más finas de los árboles y arbustos. Dio un manotazo desesperado. Me tomó del brazo y me empujó a un tupido follaje. Resbalamos. Nos abrazamos y sentí los latidos de su corazón cerca de mi cara. Me agarró fuertemente del brazo e hizo que lentamente nos acurrucáramos cerca del montículo de hojas y ramas verdes. Esperamos en silencio. Recosté mis manos en la tibieza húmeda de la tierra cubierta de hojuelas amarillas. Cerré los ojos y apreté mis dientes fuertemente. De repente empecé a escuchar pasos y susurros.

Levanté mi cabeza y entre las ramas vi a un grupo de dos hombres, una mujer y dos niños que se movían sigilosamente. De vez en cuando se detenían, conversaban y se daban vuelta a mirar hacia atrás. Uno de los hombres, que llevaba una escopeta en sus manos, silbó como si fuera un surucuá16. Mi madre se movió velozmente, se arrodilló primero y me ayudó a levantarme. No nos habíamos puesto de pie, aún, cuando ellos nos vieron. Se detuvieron. Nuestras manos extendidas ofreciéndoles agua hicieron que la mujer y los niños corrieran hacia nosotras.

La mujer tomó la vasija y como la prisa no le permitía abrir la cantimplora, me acerqué. Tiré del porongo17 el trozo de marlo18. Se lo pasé. Dio de beber a los niños, tomó un sorbo y rápidamente acercó la cantimplora a los hombres. Bebieron sin decir una sola palabra, solo miraban hacia los costados y para arriba como queriendo leer el mensaje que escribían el follaje de los árboles y el calor húmedo que comenzaba a sentirse.

 

Mi mamá tomó de su maleta un trozo de carne seca y se la dio a la mujer. Esta cortó un pedazo para sus hijos y para ella. Lo que quedó se lo alcanzó a uno de los hombres. Miré a mi madre, vi en su semblante cansancio, sueño y preocupación.

La marcha que continuaba con dos machetes más, pero con siete personas que necesitarían alimentarse, retomaba el rumbo. Uno de los hombres que llevaba un sombrero de cuero miró hacia la misma dirección que yo y de un solo machetazo cortó el cacho de caraguatá19, lo llevó colgando en su mano izquierda.

Yo no podía seguir. Tenía calor, se me cerraban los ojos y mis piernas parecían estar a punto de languidecer. Pensé en el patio de tierra, el corredor y la mesa de madera con una bandeja de batatas recién hervidas, tibiecitas. Sentí cómo una se despedazaba en mis manos y mi boca comenzaba a sentir el sabor seco y dulzón del tubérculo.

Recordé que la abuela, esa tarde en el patio, estremecida, me dijo:

Não vai ser fácil filhinha20 Mas vai ter que aguentar. A viagem vai ser longa, Vai ter que se acostumar. Não se afaste de sua mãe. Cuida dela para mim. Escuta o que lhe diz. Não embraveça jamais. Que mesmo sem dizer-lhe nada. Ela não quer é seu mal.

Intentaba reconstruir los versos que había escuchado de la boca de la anciana más querida de mi corta vida, cuando oí a mi mamá. Hasta su voz sonaba como la de la abuela. La miré y su sonrisa era igual…

Apure o passo menina21 Não queira me abandonar, Já caminhamos um trecho Só falta um pouquinho mais.

Y en mi mano dejó caer, como si fuera la tierra que íbamos a buscar, un puñado de” farofa” 22. La fui comiendo de a poco, para que no se acabara muy pronto y no me diera tanta sed.

Recuperé mis fuerzas. Me acerqué a los niños, pero enseguida nos separaron porque decían que no debíamos hablar.

Al lado de mamá, iba descubriendo unas minúsculas flores de variados colores y el reflejo de los rayos del sol que se filtraba entre las hojas de los árboles me dejó ver el celeste cielo que nos acompañaba.

Los hombres que iban adelante se quedaron inmóviles. El de la escopeta levantó la mano en señal de alerta. La mujer abrazó a sus niños y yo me prendí a la pollera de mamá. Sigilosamente corrimos hacia unos arbustos y nos mantuvimos sentados en cuclillas. De lejos los vimos. Un venado hembra con su cría avanzaba hacia nosotros, olía las hojas que se encontraban en el suelo. Mi corazón que se había disparado comenzó a tranquilizarse nuevamente.

El hombre del sombrero de cuero se detuvo, tomó su cuchillo y comenzó a desgranar los frutos del caraguatá. Contó hasta 5 y nos hizo una señal para que nos acercáramos. Yo llegué primero, pero él no comenzó a repartir las frutas hasta que no estuvimos los tres23. Mi boca se llenó de saliva cuando vi los frutos en mis manos. Las dos, llenas de jugosos y dulces frutos amarillos. El reflejo del sol los alumbró, justo cuando los miraba encantada. Parecían un puñado de bolas de oro. Mi mamá se acercó, tomó dos y los guardó en la maleta junto con las bananas. Agarré rápidamente los tres que quedaron y los devoré con muchas ansias, aunque el último me produjo un poco de picazón en la boca.

Tenía ganas de cantar, pero no podíamos emitir sonido.

Sie haben die kostenlose Leseprobe beendet. Möchten Sie mehr lesen?