Buch lesen: «Misterios de Úbeda»

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MISTERIOS DE ÚBEDA


N. EXVIL

MISTERIOS DE ÚBEDA

EXLIBRIC

ANTEQUERA 2019

MISTERIOS DE ÚBEDA

© Noelia Expósito Vilches (N. Exvil)

Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric

Iª edición

© ExLibric, 2019.

Editado por: ExLibric

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artística o científica.

ISBN: 978-84-17845-64-3

Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.

N. EXVIL

MISTERIOS DE ÚBEDA

Índice de contenido

Portada

Título

Copyright

Índice

Prólogo

Agradecimientos

LEYENDAS

LA TÚNICA DEL MUERTO

EL HIDALGO DE BRAGUETA

LA ENTREGA DE UBBADAT

LA PETICIÓN DE FRANCISCO DE LOS COBOS

AMOR EN EL ARCO DE LA PUERTA DE GRANADA

EL COSTALERO DESCONOCIDO

CATACUMBAS DEL HOSPITAL DE SANTIAGO

LA TENTACIÓN DE LA MONJA

LOS SUSURROS DEL REAL

LOS SANTOS VARONES

EL RELIEVE DE SANTIAGO

LA PUÑALADA TRAPERA

LA HIJA DE LOS CONDES

LA TÚNICA DEL MISIONERO

A mi hija, Elsa, y a mi sobrina Zaira,

para que descubran las historias de esta ciudad

Prólogo

Úbeda es una ciudad con una gran historia. Por ello, también sus misterios y leyendas son amplios y variados. Si bien es cierto que ya escribí un libro anterior con esta temática, llamado Leyendas tras la historia. Úbeda, en él únicamente destaqué diez leyendas, de las cuales la mayoría son por todos conocidas o se ha oído hablar de ellas. En este libro me dispongo a rescatar otras cuantas de estas historias que se contaban y que para muchos son ya cosa del olvido, dejando de esta forma un legado del misterio de la ciudad para que recuerden los más mayores y conozcan los más jóvenes, evitando que se pierdan y, de este modo, consiguiendo enriquecer la cultura de Úbeda.

Como en el anterior, en este también estarán esas historias que nos contaban nuestros padres, nuestros abuelos, a los que se las contaban los suyos, porque es una tradición que se está perdiendo y no se ha de olvidar. Aunque no solo aparecerán estas, sino que habrá otras más recientes, anécdotas que ya se pueden catalogar de leyendas.

Mi estilo de escribirlas es un tanto peculiar, pues no seré yo realmente quien las cuente, sino que, al igual que en el anterior, serán los personajes, aquellos que las vivieron, que son protagonistas de estas historias, los que se las hagan llegar de un modo muy especial y a su propio estilo. Obviamente, si hubiera alguna que careciera de dicho personaje, la narraré de una forma peculiar y amena para que disfruten de esta lectura y conozcan la otra historia de Úbeda, cerrando de este modo el ciclo de leyendas de esta ciudad y esperando que no se quede ninguna en el tintero, pues de ellas no me quisiera olvidar.

He de advertir que en este ejemplar no encontrarán las ya incluidas en Leyendas tras la historia. Úbeda, por lo que les invito a que lo adquieran, si no lo poseen ya, para conocer esas diez leyendas restantes. También me es grato informar de que el libro se ha convertido en una ruta visitable en Úbeda y que regalan el ejemplar en ella, a través de la empresa Fenice.

Este libro cuenta con más de diez historias. Algunas de ellas me han ayudado a recopilarlas ciudadanos interesados en que esas historias, que para ellos son especiales, no se perdieran; personas que han leído el anterior libro y les ha gustado la forma de contarlo. Por eso les dedicaré unas breves palabras para agradecerles su aportación en el apartado de agradecimientos.

Espero que disfruten de su lectura, porque yo disfruté escribiéndolo.

Noelia Expósito Vilches

Agradecimientos

Quisiera empezar agradeciendo a esta editorial, que ha hecho posible que este libro haya visto la luz y no se haya quedado olvidado en un cajón, porque sin ella no les llegaría a ustedes y no podrían disfrutar de estas maravillosas historias.

A Carlos, mi marido, por las horas de investigación que ha pasado conmigo en esta temática, por su apoyo, por su ánimo a publicar la primera obra y por ser mi lector más fiel.

A mi familia, que me apoyó desde pequeña para que escribiera y que siempre va a todas las presentaciones que hago, sean donde sean.

A mi peque, Elsa, por dejarme ese tiempo para poder escribir y ser tan buena, mi musa en las noches de escritura, pues esto lo hago por ella.

A Mónica de la Cruz Pereira, mi escritora de fantasía favorita, por su disposición a escribirme el prólogo de Jaslia. En la soledad de la calle, por sus largas conversaciones al teléfono, que me animaban a seguir escribiendo, y por convertirse en una buena amiga, un gran apoyo en este mundo tan solitario del escritor.

A los que ya no están aquí, pero siempre estuvieron ahí y no se les olvida con el paso del tiempo. Este libro va por ellos, que siempre permanecieron juntos y que ya descansan juntos.

A los que adquirieron la primera obra, que me dieron la oportunidad de colarme durante un rato en sus hogares para hacerles llegar mis historias y mi estilo de escribir. Gracias por confiar en una escritora novel y por animarme a escribir esta segunda parte.

A los que compraron el segundo libro, que, si bien era de una temática muy distinta, volvieron a darme una oportunidad de dejarles llegar mi narrativa, pues sin ellos seguramente no iríamos por el tercero.

A aquellos que van a las presentaciones, en especial a los que me han acompañado como presentadores y personajes en la mesa, que me ayudaron a amenizar ese rato y que son capaces de escuchar y de difundir el nuevo libro y comparten conmigo ese momento de gran ilusión.

A las personas que en este libro han querido aportar su granito de arena con una leyenda porque querían verla escrita de esta forma tan peculiar, como es el caso de Rafael Carvajal García, que no quería que se perdiera la leyenda de la túnica del muerto. Por ello, será esta la que dé comienzo a este nuevo libro, que se empezó a crear en aquel café.

A Amparo Jódar Quesada y Ginés Jimena Molina, que me recordaron algunas historias que ya tenía olvidadas o que eran desconocidas para mí y me animaron a seguir escribiendo.

Y en especial a todos los que van a leer este libro, porque hacen posible que yo siga escribiendo. Sin ustedes esto no sería posible.

Gracias.

LEYENDAS

LA TÚNICA DEL MUERTO


Si me permiten, me gustaría poder contarles aquello que me pasó antaño. Tal vez les resulte peculiar o anómala, mas es una historia breve en labios de un humilde servidor. He de decir que mi familia no es poderosa, ni siquiera es conocida en esta ciudad de Úbeda, pero aun así me gustaría que la escucharan. Es una curiosa vivencia la que tuve en ese momento y que aquí les quiero relatar. Espero expresarme bien, pues no fui a la escuela y lo que aprendí fue de la calle.

Mi nombre es poco común en la zona, pero lo eligió con mucho cariño, puesto que era un nombre que le gustaba mucho, mi santa madre y con el amor que le tenía lo llevo con todo orgullo. Me llamo Tadeo, aunque me conocen en mi barrio por un mote que me pusieron siendo ya mocico. Verán, este me viene de un percance que sufrí en una de mis piernas y que me dejó una cojera difícil de disimular. De ahí que desde entonces me conocieran como Tadeo el cojo. La verdad es que tenía mucho sentido el mote.

Mi casa estaba en el barrio de San Millán, un barrio de albañiles y gente muy humilde y sencilla. Creo que se podrán hacer una idea de cuál era mi oficio. Sí, era albañil. Mi trabajo me llevó al percance que dio con mi mote, pues un día caí del andamio y, al apoyar mal la pierna, esta quedó maltrecha. Pero eso es otra historia, que no viene a cuento ahora, aunque sí que quiero que les sirva para situarse en quién era. Que no quiero que luego se confundan o se pierdan.

A ver, hum… Vale, volvamos a mi historia, que me voy por los cerros. En fin, en mi casa el dinero he de reconocer que era muy escaso; apenas nos llegaba para llevarnos un trozo de pan a la boca. Aun así, desde niño había tenido una gran ilusión, que jamás perdí, y es que quería comprarme una túnica para salir en la procesión de Semana Santa. Entiendan que no era una túnica cualquiera; tampoco la cofradía lo era. Yo quería la túnica de la Virgen de la Soledad. Aunque el nombre de la cofradía es un poquito más largo: Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y María Magdalena. Ea, ahí es na. Les he de decir que esta empezó siendo una sociedad benéfica de albañiles y que es una de las más antiguas que existen en la ciudad, pues se fundó allá por 1554.

La túnica que tanta ilusión me hacía llevar estaba compuesta por un paño negro con bocamangas de bayeta blanca y encaje en blanco y negro, un peto blanco triangular en el que se luce el escudo de la hermandad, cíngulo blanco de tela, que termina en unas bolas blancas, y capucha de paño negro con cuello de gola de encaje blanco y negro. Como ven, no es una túnica más; es única. Para mí, la mejor. Sé que ha sonado muy profesional, pero esas palabras me las aprendí de memoria al leérmelas de los estatutos un amigo. Pero vamos, lo que viene siendo una túnica de tela recia negra y con cosas en blanco. Era la de la cofradía con la que soñaba desde niño y en la que no había podido salir jamás por el dinero. Prodigioso caballero don dinero: si lo tienes haces de todo y si no, sueñas con tenerlo.

Por desgracia para mis intereses, al quedarme cojo el tajo disminuyó y la economía de mi casa se vio afectada de una manera… Bueno, no diré esa palabra, pero se notó más de la cuenta. Había días en que el pan no entraba en casa, algo que me fastidiaba sobre todo por mis hijos, que aún eran muy pequeños para poder ayudar. Aunque siempre había alguna vecina que les daba un hoyo de pan y aceite para llevarse a la boca. A ellos no les faltaba de nada. Como no podía ser de otra manera, mi sueño, el de poder salir acompañando a la Virgen de la Soledad en procesión con mi túnica, se alejaba cada vez más. Debía ser realista. Primero estaba el mantener mi casa y luego, los caprichos. Al fin y al cabo, los sueños eran eso, sueños, y los pobres solo podemos optar a eso.

Mi mujer sabía de mi pena y me propuso un trato. Preparó un tarro en la cocina, donde metería lo poco que pudiera ahorrar y lo guardaría para poder comprarme mi túnica. A cambio, lo único que me pedía es que entendiera que si sufríamos alguna necesidad y debía usarlo no me debía enfadar con ella. Una santa ella, que estiraba lo poco que ganaba con gran maestría.

Un día me llamó a la cocina. Sobre la mesa estaba el tarro y junto a este se sentaba ella, mi esposa, con cara de preocupación. La economía del hogar no había mejorado, por lo que en mis pensamientos me sobrecogieron las peores imágenes. Seguramente habría que gastar lo del tarro. Pero ella habló:

—Tadeo, querido, lo has conseguido. Ya tienes el dinero para tu túnica.

Entonces me senté en la mesa frente a ella. Por un lado sentía una gran ilusión que inundaba todo mi ser, pero por otro tenía la preocupación de que ese dinero fuera necesario para la casa y no quería poner en riesgo su alimentación. Le consulté. Siempre hablábamos todo antes de tomar cualquier decisión. Era una mujer extraordinaria. Ella era muy comprensiva conmigo y cuando me animó a hacerlo, a comprármela, no pude aguantar. Me levanté de un salto y fui a abrazarla, a besarla. Era el día más feliz de mi vida. Me sentía el hombre más afortunado del mundo. Las lágrimas brotaron de mis ojos de la misma alegría. Al fin cumpliría mi sueño. Ese año podría acompañar a mi Virgen en la procesión.

Cogí el dinero que había en el tarro y fui a por mi túnica a la sede de la hermandad. Al verla volví a llorar. Era como un niño pequeño antes del día de Reyes. Cuando la tuve en mis manos la abracé contra mi pecho y tuve que pellizcarme para ser consciente de que todo aquello era real, que al fin lo había alcanzado; que mi sueño, que era tan inalcanzable para mí, se hacía realidad.

Llegué a casa y se la enseñé a mi esposa, que quiso que me la pusiera para ver cómo me quedaba. Estaba tan nervioso que no sabía ni vestirme y tuvo que ayudarme. Aún quedaban meses para que llegara la Semana Santa. Mi mujer me la preparó en un cuarto que teníamos desocupado para que no se estropeara ni se arrugara, lista para cuando llegara el momento de salir el Viernes Santo.

Los días siguientes no podía borrar la sonrisa de mi rostro. Estaba feliz, trabajaba al máximo. Tenía que agradecerle tanto a mi esposa por haberme ayudado que intenté llevar más dinero a casa. La fortuna empezaba a sonreírme y creo que la Virgen debía de estar ayudándome, pues el trabajo no faltaba y los ingresos aumentaban. Al fin podía ir con la cabeza alta, sin deberle nada a nadie. Entonces llegó lo inesperado. El cruel destino me tenía un revés guardado, algo que jamás hubiera pensado, algo que lo rompió todo y me hizo pensar que los pobres no podemos alcanzar los sueños. Esa era la lección que debía aprender.

Tal vez la que había intervenido no había sido la Virgen de la Soledad, sino Santa Rita. Es que, verán, la Semana Santa estaba muy cerca —apenas una quincena restaba—, la túnica llevaba meses preparada para la procesión y allí seguía, como el primer día, en la habitación guardada, perfecta, lista para la procesión.

Me desperté esa mañana más trastornado de lo normal. No sé decir con palabras lo que sentía, pero algo no iba bien en mí. Estaba pachucho. No le di mayor importancia. Tenía que trabajar; ahora que las cosas iban bien no podía dejar de hacerlo y me pasó factura, pues mi salud se vio dañada. Sin saber cómo, me vi encamado a causa de una extraña enfermedad. De un día para otro pasé de estar en plena forma a no poder moverme de la cama. Los doctores fueron a visitarme en varias ocasiones, pero no sabían qué me pasaba. Simplemente estaba empeorando día a día. Me hacían pruebas y decían cosas muy raras, que no entendía, pero no me curaban.

No pintaba bien la cosa. La muerte me acechaba, tanto que los médicos aseguraron que me quedaba poco para abandonar este mundo. Vamos, que en breve mi vida llegaría a su fin. Incluso el cura había pasado por la casa para darme la extremaunción o como se llame. Vamos, que me soltó un sermón para cuando me fuera al más allá, pero yo quería quedarme en el más acá. Lloraba; era lo único que podía hacer. Mi sueño se veía así frustrado a escasos días para cumplirlo y se escapaba de mis manos sin poder hacer nada para impedirlo. Quedé a solas con mi esposa un instante —lo necesitaba—, momento que aproveché para, no sin esfuerzo, decirle:

—Sé que mi tiempo en este mundo se ha acabado. No estaré aquí para acompañar a la Madre de San Millán, a mi Virgen de la Soledad, pero te pido que me jures por lo más sagrado que si muero antes de cumplir mi sueño… entiérrame con mi túnica. Que esta sea mi mortaja para que, desde donde quiera que esté, pueda acompañarla.

Mi esposa me lo juró entre lágrimas. No quería imaginar que me marchara así, sin más. En cierto modo, creo que también lo hizo por contentar a este pobre moribundo, que se encontraba tan mal, o tal vez porque esperaba que me pusiera bien. Yo rezaba a Nuestra Señora para que me permitiera acompañarla, para que no me llevara tan pronto. En menos de dos horas desde la promesa de mi esposa y mi último rezo dejé este mundo sin sentir dolor, en silencio, en paz.

Sí, estoy muerto. No fui capaz de superar la enfermedad, aunque me costó trabajo asimilarlo. Noto que salgo de mi cuerpo y me veo a mí mismo allí, tumbado en la cama. Junto a mí está mi mujer rezando, pidiendo para que no me vaya. Creo que aún no se ha dado cuenta de que me he ido, de que he muerto. Intento avisarla, pero ella no me ve. Es todo tan extraño. No me puedo ir, no ahora. Pruebo a acercarme de nuevo y me tumbo sobre mi cuerpo, pero no me pego, no sé cómo conseguirlo. Mi cuerpo ya no quiere unirse a mi alma. No sé qué puedo hacer. Me siento sobre mi cuerpo y me sitúo en el otro lado de la cama, frente a mi esposa, esperando a que reaccione. Ella coge mi mano y se da cuenta: esta fría, ya no hay vida en mi cuerpo. Entonces, con un chillido desgarrador, rompe a llorar y aparecen los que esperaban en el salón y las vecinas corren la voz. ¡Que alguien haga algo! No quiero irme.

Yo sigo observándome sin entender nada. No puedo volver, pero tampoco me he marchado. Supongo que mi alma está amarrada, seguramente por algo pendiente que me hace seguir en este mundo. Pienso, intento sacar algo positivo de esto y me intento animar con la idea de que en cierto modo soy un privilegiado, pues podré asistir a mi funeral y ver quién va. Aunque me apena que quedara tan poco para la procesión y no haya llegado. Fallecí un Martes Santo. Era tan difícil asimilar mi nuevo estado. El entierro, como era costumbre, sería el Jueves Santo, dejando dos días de velación.

Llega gente a mi casa, oigo voces en la puerta. El primero en llegar es mi hermano. Tras mi mujer, es el que más me quiere. Se acerca a mi esposa y le da el pésame, pero no va a verme, algo que me resulta raro. No se despide de mí. En cambio, la lleva aparte para que hable con él. ¿Qué tiene que hablar con mi mujer? La duda me intriga y los sigo. No puedo creer lo que ven mis ojos; mis oídos no quieren escuchar. Solo su insinuación me parece despreciable. Me está traicionando. ¿De qué va? ¿Cómo puede hacerme esto?

Mi hermano está sugiriendo a mi esposa que le venda mi túnica para salir él. Quiere ponérsela el Viernes Santo en la procesión. Me siento más aliviado al escuchar a mi esposa, que le explica que esa túnica será mi mortaja, rechazando su oferta e invitándolo a marcharse de casa. En el quicio de la puerta de la entrada principal se paran ambos. Mi hermano lanza una última oferta y le deja de plazo hasta mañana para pensarlo. Tras esto, se marcha sin haber entrado a verme. ¡Y yo que pensaba que me quería! Ella queda pensativa en la puerta hasta que los vecinos que llegan la sacan de esos pensamientos. No creo que esté considerando su oferta. Aunque, si soy sincero, he de reconocer que la oferta cuando menos es tentadora. Nuestra economía está muy mermada desde que enfermé y se verá más afectada con mi falta. Una cantidad como esa solucionaría muchas cosas, ayudaría a mis hijos a salir adelante y aseguraría el pan a los míos. Por otra parte estaban mi sueño, por el que tanto había luchado, y su promesa: me lo había jurado. Sé que sueno un poco egoísta, pero para eso era yo el muerto. Tal vez fuera lo que tenía pendiente y por lo que mi alma no se había marchado. Esperaba que no cediera, pero entendería que lo hiciera.

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80 S. 17 Illustrationen
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9788417845643
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