Ansiado rescate

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Ansiado rescate
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MÓNICA ELENA COUCEIRO

Ansiado rescate


Couceiro, Mónica Elena

Ansiado rescate / Mónica Elena Couceiro. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-87-1670-1

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.

CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA

www.autoresdeargentina.com info@autoresdeargentina.com

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

A mi esposo

A mis hijos

A mi nieta

A la llegada de Galo

1

La extraña pareja permaneció en la playa hasta que los barcos fueron solo tres pequeños puntos en el horizonte, manteniéndose impávidos uno al lado del otro, como compañeros silenciosos de una situación angustiante que sabían irreversible.

¡Cuánto dolía la decisión tomada! Si bien racionalmente sabían que había sido correcta, ello no menguaba la opresión que Obus sentía en su pecho; por el contrario, la angustia iba apoderándose de todo su ser al sentir que había perdido a su pequeña y bella Iris para siempre. ¡Sí!, ese orco de enormes dimensiones y aterradora figura, que representaría una feroz amenaza para cualquiera que se topase con él, sentía un fuerte dolor en su pecho que le dificultaba la respiración provocándole literalmente un dolor físico, palpable, profundamente objetivable en su corazón.

Mientras tanto, Bogul a su lado, lo miraba en silencio.

Ese pequeño ser que tanto había contribuido al éxito de la campaña elfa, lo miraba con profunda preocupación. Esa diminuta hada como él se llamaba, si bien no respondía a ninguno de los cánones de belleza relacionados con seres de luz como ellas, había ayudado para que el diezmado ejército elfo avanzase por territorios oscuros, permitiendo que tanto ellos como la bella Iris pudiesen regresar a salvo a sus barcos, con el tesoro que la flor de la arcadiola significaba para la vida de la bella Agnes, la elfa protectora de Bellitania.

En el escaso tiempo que llevaban conociéndose jamás lo había visto en una situación semejante, derrotado y sin fuerzas para asumir la decisión que ambos habían tomado y que les permitiría intentar salvar a Sarlo de las garras de Dearg Due.

—¡Vamos Obus!, ¡Ánimo amigo!, no podemos dejarnos abatir por la situación. Hemos contribuido a que nuestros amigos pudiesen regresar sanos y salvos a Bellitania, llevando consigo el tesoro de la arcadiola para salvar la vida del ama Agnes. Ello debe darnos el valor necesario para proseguir con nuestra misión.

Preocupado por la inacción de Obus, quien parecía querer alcanzar esos barcos utilizando su amor por Iris como puente intangible que le permitiese atravesar el gran mar, intentó empujarlo para sacarlo de su ensimismamiento, pero su pequeño tamaño impedía que el orco siquiera notase que lo estaba tocando.

Si bien estaba conmovido por su angustia, debía lograr sacar a su nuevo amigo de la situación en la que se encontraba sumergido, con el objeto de ponerse en marcha para intentar rescatar a Sarlo, recordando que ese había sido el objetivo por el cual decidieron quedarse en ese maldito lugar.

—¡Obus!; ¡Obus! – gritaba mientras saltaba sobre sus pies sin ningún resultado positivo.

–¡Escúchame pedazo de carne con ojos!, no te quedes ahí parado como estatua de barro, debemos rescatar a Sarlo.

Ningún efecto lograba producir en Obus con todo lo que estaba haciendo; nada sacaba al orco de su estado de inacción.

—¡Escúchame Obus! ¿Quieres volver a ver a Iris? ¡Se lo has prometido; no puedes fallarle! Lo único que la mantendrá con esperanzas y ganas de vivir es que cumplamos nuestra palabra y regresemos con Sarlo a Bellitania. Se lo debes a ella y a la elfa protectora Agnes. Sabes que no puedo hacerlo solo, pero… juntos hemos probado ser una buena dupla por estos lares. Vamos amigo; ¡reacciona!, ¡te necesito!

Nada ocurría en el rostro de Obus, quien seguía con su vista perdida en el horizonte del gran mar. Bogul derrotado, comenzó a alejarse de su lado cuando de pronto escuchó:

—¿A dónde crees que vas enano? – ¿Acaso piensas que me dejarás solo con esto?

Bogul no podía dar más saltos de alegría.

—Ven Bogul, alejémonos ya de la playa; nada podemos hacer aquí parados. Volvamos por donde vinimos, por las tierras altas, no debemos adentrarnos nuevamente en este bosque maldito. Por más que sea tu hogar, no tengo ganas de atravesarlo nuevamente.

—De acuerdo amigo, pero… ¿a dónde iremos?

—En primer lugar, a buscar un sitio seguro donde descansar del largo viaje que acabamos de hacer; reponer fuerzas, comer y dormir para poder pensar con claridad.

—¿Y luego?

—Luego… luego Bogul, intentaré encontrar a mi familia.

—¡Pero eso puede ser peligroso! – dijo muy temeroso.

—Espero encontrarlos y convencerlos de lo que me ha ocurrido. Es la única oportunidad que tenemos de poder salvar a Sarlo de las garras de esta maldita bruja de Dearg Due – dijo Obus comenzando a caminar a grandes pasos, decidido a emprender esta nueva empresa.

Bogul intentaba alcanzarlo, pero era imposible seguir los pasos de su amigo, quien, al darse cuenta y sobreponiéndose a su angustia comenzó a reir a carcajadas. – Ven amigo, olvidé que eres un enano – y tomándolo por los brazos lo sentó a horcajadas sobre su cuello para proseguir el camino.

Bogul sintió un mareo terrible mientras Obus lo revoleaba por el aire para subirlo a su cuello.

—¡Calma Obus!; ¡por favor! Si me das vueltas así en el aire vomitaré sobre tus espaldas.

—¡Más te vale que no lo hagas y te aguantes enano! No me conoces cuando me enojo – dijo simulando fastidiarse. Sin embargo, ubicó mejor a Bogul sobre su cuello y con una palmada que casi lo tira al suelo le dijo:

—¡Vamos Bogul! ¡es una broma! Te cuidaré amigo, no lo dudes.

Y así, comenzaron la travesía alejándose de la playa y de la imagen de los barcos que ya habían desaparecido del horizonte.

A pesar de haber perdido de vista las naves que llevaban a su amada Iris, el alma de Obus comenzó a tranquilizarse pues sabía que ello significaba que, tanto ella como el precioso tesoro de la arcadiola llevado por los elfos, estaban próximos a llegar a territorio seguro, Bellitania, a donde la sola idea de poder regresar, sosegó su alma y a cada paso cobraba coraje para seguir adelante.

Caminaron por la playa, teniendo especial cuidado de no acercarse al tenebroso bosque donde ingresaron al llegar; no querían volver a toparse con ninguno de los seres oscuros que tantas vidas de bravíos elfos se habían llevado.

Anduvieron largo rato por las blandas arenas que dificultaban el paso de Obus, ya que su enorme tamaño hacía que se enterrase más y más.

—Puedo bajarme si quieres Obus.

—¿Es un chiste Bogul? ¿Acaso crees que si bajas de mi cuello el peso disminuirá? ¡No me hagas reír!

—¡Tampoco es para que te burles de mí! Yo solo estoy tratando de encontrar la manera de hacer esta travesía un poco más cómoda – dijo Bogul fastidiado con las palabras del orco.

—No te enojes amigo; es solo una broma. Ya pronto llegaremos al lugar donde podremos abandonar esta playa para adentrarnos en terrenos que nos permitirán ascender hasta los territorios altos.

—¿Falta mucho para eso?

—Más o menos una hora u hora y media creo, tal vez un poco más. Pero no está más lejos que eso. ¿Te sientes cansado? ¿Quieres que nos sentemos un poco? Aquí hay unos arbustos que nos protegerán.

—Protegernos – se dijo Bogul, – ¿de qué amigo?

—¿Ves esos nubarrones negros que vienen de tierra adentro?

—Si los veo.

—Pues están avisando una fuerte tormenta, por lo que si no estás demasiado cansado sugiero que sigamos avanzando hasta llegar al lugar donde adentrarnos; la playa no es buena consejera cuando una fuerte tormenta se avecina, sobre todo si hay amenaza de rayos tal como parece que ocurrirán.

—¡No me asustes amigo! Mi miedo es mayor a mi cansancio, asique sigamos nomás. Pero sugiero que camines más cerca del agua, allí la arena es más dura y podremos desplazarnos a mayor velocidad.

—Bien pensado enano, tu inteligencia es inversamente proporcional a tu tamaño. Jajajajajajaja.

—Deja ya de burlarte de mí y apuremos el paso, esas nubes cada vez son más negras y están acercándose peligrosamente – dijo Bogul enojado con los chistes de Obus que ya lo tenían bastante cansado. Ante esa reacción el orco no pudo evitar una gran carcajada y acercándose a la orilla comenzó a correr sujetando a su amigo en su cuello, ya que este, en cada salto, sentía que iba a desplomarse al suelo.

—¡No es para tanto Obus! ¡Si no te fijas, llegarás tú solo pues me habrás perdido por el camino!

—No te perderé amigo – dijo Obus sujetándolo con sus brazos sobre el cuello, – no podré lograr nada sin ti.

Bogul se sintió reconfortado por las palabras de Obus, pues sabía que, a pesar de las diferencias de tamaño entre ambos hacían una muy buena pareja para enfrentar a los seres oscuros con los que pudieren toparse.

 

De ese modo, la “despareja” dupla de amigos aceleraron el paso convencidos de que juntos, por qué no, podrían lograr el objetivo que se habían planteado cuando decidieron no regresar con sus amigos y permanecer en esas tenebrosas tierras para intentar liberar a Sarlo de su maldita victimaria.

2

Sarlo se encontraba en el exterior del oscuro y tenebroso castillo, mirando hacia donde muchas leguas más allá se encontraba Bellitania. Se paraba allí por horas todos los días intentando calmar la congoja de su alma; necesitaba saber que su sacrificio no había sido en vano, y que la vida de su hermana ya se encontraba fuera de peligro.

Sabía que había perdido a su esposa y a su hija, puesto que a esas alturas del tiempo su ausencia sería más que manifiesta. No soportaba la idea de imaginar el caos que su desaparición habría provocado en su hogar intuyendo que debió haber sido terrible; solo esperaba que, con el tiempo, el sufrimiento de sus amadas mujeres: Eloísa y Clara hubiese ido mutando desde la desesperación inicial hasta el rencor, aunque le doliese terriblemente que sus amadas lo odiasen, pero sentía que ese odio sería el motor necesario para reencausar sus vidas y proseguir el camino.

Hora tras hora, día tras día, se paraba en ese mismo lugar elevándose en puntas de pie, como tratando de encontrar que ese odio había dado paso a nuevas vidas deseando profundamente que encontrasen la paz. Si bien sabía que nada bueno nace del odio, este podría ser el impulso necesario para movilizar sus emociones, dándoles fuerza para buscar un nuevo camino en sus vidas.

Necesitaba creer en ello, necesitaba terriblemente tener esperanzas de que habían comenzado un camino, aunque lleno de lágrimas y rabia, que las ayudase a poder cambiar sus vidas hacia un lugar que les permitiese seguir solas adelante.

¡Sí! ¡Necesitaba creerlo!

Necesitaba confiar, ya que eso y solo eso, le permitiría soportar compartir su vida de ahora en adelante con la perversa Dearg Due, quien no dudó ni un instante en tomar la vida de su amigo Marco y apropiarse de la suya. Nunca imaginó envidiar la suerte de su amigo, ya que hubiese preferido mil veces morir a tener que soportar la idea de verla todos los días en un horror constante que lo acompañaría hasta el fin de su vida.

—¿Qué haces aquí? – escuchó con repulsión.

—Tomo aire.

—¿Todos los días?

—Sí, todos los días.

—Podrías hacer un esfuerzo por disimular tu actitud hacia mí.

—¿Por qué?

—Porque estás cansándome con tanta indiferencia y desprecio.

—Nuestro arreglo fue que debía quedarme aquí contigo para asegurar que mi ejército volviese sano y salvo a Bellitania; y lo estoy cumpliendo. Nada quedó establecido sobre la forma en que debía actuar. Debes darte por bien servida con mi presencia, ya que estoy cumpliendo la palabra empeñada, aunque… nada me asegura que hayas cumplido con la tuya. Nunca tuve la certeza de que la arcadiola haya llegado a Bellitania y mi hermana se encuentre fuera de peligro.

—Si tuvieses el convencimiento de que esto hubiese ocurrido, ¿cambiarías de actitud?

—Jamás.

—¡Pues entonces vivirás con la incertidumbre! ¿Quién te has creído que eres maldito elfo? Si yo quisiese desaparecerías con un abrir y cerrar de mis ojos, o lo que es peor, podría ocuparme de que tu vida sea un constante sufrimiento.

—Acaso no entiendes que mi vida ¡YA ES UN CONSTANTE SUFRIMIENTO! ¿Has creído por un mísero instante que al lado tuyo podría encontrar la felicidad? Date por bien servida que haya cumplido mi palabra manteniéndome aquí todo este tiempo; ¡no pidas nada más!

Dearg Due se mantuvo en silencio, extremadamente molesta por las palabras de Sarlo. No estaba dispuesta a seguir soportando su insultante indiferencia matizada por un insolente desprecio toda vez que ella le recriminaba su actitud. Debía pensar en cómo actuar de ahora en adelante ya que estaba visto que si seguía manteniendo las mismas formas nada iba a cambiar, y, por ende, nada bueno podría llegar a ocurrir.

Decidió entonces retirarse de la presencia de Sarlo dejándolo ensimismado en sus pensamientos, tomar distancia para poder pensar con claridad cómo mejorar la situación; esto que estaba pasando no la satisfacía para nada siendo por lejos todo lo opuesto a lo que se había imaginado cuando, meses atrás, había planeado apropiarse de su vida.

Ingresó con pasos acelerados al lúgubre castillo demostrando su extremo fastidio por el trato que recibía constantemente de parte de Sarlo. Subió con rabia las escaleras deteniéndose de golpe en el descanso, dándose vuelta para mirar desde lo alto el gran salón. De pronto notó lo espantoso del lugar, lúgubre, frío, más parecido a un sarcófago que a un cálido y hermoso castillo que una vez había sido. Una vez cuando era joven, bella y sobre todo felizmente enamorada de Pedro, el joven caballerizo de su padre.

Un muchacho pobre en bienes materiales, pero extremadamente rico de corazón. Un corazón bello que le pertenecía solo a ella, cuando era una jovencita de rizos negros ordenados en una hermosa y brillante cabellera. Se habían conocido una tarde en que, yendo a buscar a su yegua Altamira para dar su consabido paseo diario luego del almuerzo no podía encontrar su silla de montar para colocarle.

Comenzó a buscar por todas partes sin éxito hasta que, entrando a una de las caballerizas encontró a un hombre de espaldas limpiándola.

—¿Qué haces con mi silla?; ¿dónde está Héctor? – refiriéndose al cuidador de Altamira.

Sobresaltado, el joven se volteó para mirar hacia la puerta cruzando ambos sus miradas. Él quedó tan ensimismado que no pudo articular palabra, abrumado por tanta belleza; y ella, Cristina (como se llamaba en su vida real) trató de disimular el embrujo que había sentido ante esos maravillosos ojos grises que, un tanto asustados, la miraban con admiración.

—¡Contéstame! ¿Acaso eres mudo? – dijo insolente, tratando de disimular lo turbada que había quedado por la presencia del joven.

Juntando coraje por fin el muchacho pudo contestar.

—Perdón mi señora, soy el nuevo caballerizo. Héctor ha ido a buscar al veterinario porque uno de los caballos está enfermo y me encomendó acicalar todas las sillas para que estuviesen listas para cuando las requiriesen. Sabía que esta era suya, pero no imaginé que montaría a Altamira ahora. Si me lo permite, solo me faltan unos pocos minutos y estará lista.

—¿Cómo te llamas? – preguntó Cristina en un tono un poco más amable.

—Soy Pedro, mi señora – contestó el joven mientras continuaba con su trabajo tratando de acelerar al máximo lo que faltaba por hacer.

—No te había visto nunca por aquí – dijo Cristina rodeando al muchacho observando todo lo que estaba haciendo.

—Es que soy nuevo; llevo tan solo veinte días en el castillo. Héc-tor me ha reclutado en el pueblo sabiendo que amo los caballos. Aparentemente va a haber una cacería muy importante en unos meses y necesita gente que se ocupe de ayudar en la preparación de los caballos, así como también de todos los implementos necesarios para el evento.

Cristina recordó la cacería anual que ofrecía su padre a los grandes terratenientes de la comarca, dándose cuenta que faltaban poco más de dos meses para ella.

—¡La cacería anual! – pensó Cristina, se había olvidado por completo.

—Pero…en la otra caballeriza están los implementos que mi padre tiene para las visitas y para los caballos que ellos utilizan, ¿tenías que comenzar justamente con la mía?

—Lo lamento mi señora, no pensé que iba a necesitarla tan temprano. La verdad es que todos los días desde que he llegado, la he visto cabalgar sobre Altamira a la distancia; nunca pude ver su rostro, solo notar que cuando cabalgan, ambas demuestran disfrutar enormemente de ese momento. Por eso cuando entré y vi la silla en su lugar, pensé que hoy no saldría y me tomé el atrevimiento de prepararla como creo que tan magnífica jinete se merece. Le pido mil disculpas por mi atrevimiento; no volverá a pasar.

Cristina quedó muy sorprendida por las palabras de Pedro, a tal punto que inmediatamente dulcificó su voz y le agradeció su trabajo.

—Discúlpame tú por mis malos modales. Tu actitud no solo merece mis disculpas sino todo mi agradecimiento por tu preocupación.

—Gracias mi señora por tus palabras; son muy importantes para mí.

—Cristina – le dijo ella.

—Mi señora… no podría dirigirme a vos de esa manera.

—¡Tonterías! dijo Cristina, - a partir de ahora seremos Pedro y Cristina – le dijo tocando el pecho de ambos con sus guantes de montar.

Pedro sintió como una caricia en su alma y sus ojos grises agrandaron sus pupilas, mientras un molesto rubor subía por su rostro. No quería que Cristina notase sus sensaciones por lo que rápidamente se volvió de espaldas para continuar su trabajo.

—Si no os molesta, seguiré con mi trabajo para que puedas montar a Altamira rápidamente.

—Si no “te molesta” – le dijo Cristina, recordándole que quería tener de ahora en adelante un trato menos acartonado, que se pareciese más al habitual entre dos jóvenes cualesquiera de su edad, sin tener en cuenta las diferencias sociales.

De pronto Pedro, dándose vuelta y mirándola a los ojos le dijo.

—Si eso quieres mi señora, así será. ¿Querrías ayudarme… Cristina?

—Me encantaría – dijo ella entusiasmada.

—Pues entonces toma este cepillo y mientras yo termino de preparar tu montura, cepilla el cuello y el lomo de tu yegua para que pueda colocársela sobre su cuerpo ya preparado.

—Yo creía que eso se hacía cuando uno desmonta los caballos para alivianar el cansancio de su cuerpo.

—La mayoría cree eso… Cristina, pero el secreto está en hacerlo tanto cuando vas a montar al animal como cuando vuelve de la travesía. El cepillado de su cuerpo le provoca gran placer, y por lo tanto tu yegua estará mucho más animada para el viaje y predispuesta a hacer de tu paseo un disfrute total en agradecimiento al trato que le has prodigado.

—¡Nunca lo hubiese pensado Pedro, pero ¿sabes qué? Tiene mucho sentido. No lo olvidaré de ahora en adelante, gracias por el dato.

Así los jóvenes se mantuvieron en silencio uno al lado del otro cada uno enfrascado en sus tareas, aunque se miraban por el rabillo del ojo cuando creían que el otro no se daba cuenta, pero ambos sabían muy bien que algo hermoso acababa de nacer entre ellos, y Altamira era la fiel testigo de esa incipiente relación.

Cuando terminaron las tareas Pedro acomodó la silla sobre la yegua ubicando los estribos para que Cristina pudiese subir. Condujeron al animal hacia fuera de la caballeriza utilizando un cajón para que Cristina pudiese montar. Pedro la ayudó ubicando sus pies a ambos lados de Altamira ajustando la altura de los estribos a la estatura de Cristina, y así, ella azuzó a la yegua la que en un primer momento se alejó a pasos acompasados, hasta que, viendo el prado abierto que circundaba el castillo comenzó un suave trote convirtiéndose en un galope elegante que hacía que tanto los cabellos como la capa que llevaba Cristina flameasen al viento, como fieles custodios de su camino.

Pedro las vio alejarse con su corazón henchido de admiración ante tanta belleza y elegancia, deseando profundamente que algún día pudiese cabalgar a su lado. Sabía que ello era casi una utopía, pero, como toda utopía, sería el motor que lo alentaría de ahora en adelante para intentar lograr que el corazón de Cristina llegase a pertenecerle, ya que se había dado cuenta que se había enamorado locamente de ella, y no había ocurrido ese día. ¡No! Estaba enamorado de ella desde el primer momento en que la había visto.

Y así, su corazón palpitó aceleradamente acompañando el galope majestuoso de aquella dupla entre esa hermosa mujer y su maravillosa compañera, amalgamadas en una sola imagen de perfección belleza y libertad.