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Mi diario
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MARÍA MANA

MI DIARIO
Eugenia


Mana, María

Mi diario Eugenia / María Mana. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-87-1300-7

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.

CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA

www.autoresdeargentina.com

info@autoresdeargentina.com

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Agradecimientos

A mis compañeros del taller de Literatura de Corpico y a su profesor, Eduardo Senac, por el acompañamiento en este proceso de escritura.

A mi hijo, quien me ayudó con su crítica desde el lugar de adolescente.

Y por sus lecturas, a Rochi y Sandra...

A mis padres...

Capítulo 1

Voy a contarte mi historia. Tenía 14 años, vivía con mi hermana y mi mamá en un pueblo muy chico, de 700 habitantes en el oeste de La Pampa. Algunas casas por manzana, ovejas en los patios, gallinas cruzando las calles, pavos reales con su increíble plumaje y el graznido parecido a un gato maullando. Sólo tejidos medianeros y en otros casos, nada. Los chiqueros con alambre, chapa y paja para que los chanchos se refugien durante la noche o la lluvia, y un poco de barro para que se revuelquen y encuentren entre la basura, alguna fruta podrida.

A través de la ventana, se podía ver a los vecinos removiendo con su rastra la tierra seca, para seguir sembrando maíz y sacar los deshilachados y secos que quedaban.

En la estación del ferrocarril, el parque con juegos para los chicos, era un lugar que familiares y amigos usaban para pasar la tarde. A una cuadra estaba la iglesia, bastante chica y humilde. Al costado, la escuela primaria y secundaria.

La mayoría de la gente, empleados rurales.

En el secundario éramos apenas setenta alumnos.

Aún no dije mi nombre, me llamo Eugenia. Para mi familia y amigos, soy Euge.

Empieza el otoño, hoy abrí mi ventana y del árbol del fondo de mi patio las hojas amarillas y revoltosas, no dejan de caer. Adoro el crujido que hacen al pisarlas.

Me levanto en pijama, hoy es sábado, no hay escuela. Mi hermana duerme y mi vieja no está. Es enfermera en la posta sanitaria. Hace algunos años que estamos solas. Mi viejo se fue un día a buscar trabajo y nunca volvió, tampoco llamó ni llama. Intento pensarlo y recordar su rostro... Mi madre en su enojo quemó todas sus fotos. Era muy chica cuando se fue, quizás sea eso. No sé si me hace falta...

Mientras desayuno mate con azúcar y limón, pienso qué voy a hacer hoy. Quizás, a la tarde vaya a la casa de mi amiga Carla. En estos pueblos chicos no hay demasiadas cosas divertidas para hacer. Ahora, tengo que hacer las compras y ordenar la casa.

Ya es mediodía, mi mamá debe estar por venir. A veces cuando la miro, pienso si cuando sea grande seré como ella. Tiene algunos rollitos (si me escuchara me diría: ¡vamos a ver vos, cuando tengas mi edad!) cumplió hace poco 54 años, se tiñe el pelo de rubia para tapar sus canas; el trabajo hace que ande siempre a las apuradas y su ropa pasada de moda y sin combinar, pero por lo menos a mi hermana y a mí, nos compra cosas con onda. A veces no estoy tan convencida de vestir bien con la condición de verla poco. Estaría bueno que estuviese más con nosotras y yo no tenga que hacer de madre de mi hermana la mayoría de las veces. Cecilia tiene 12 años y ya empezó el secundario.

En lo de Carla la paso bien. Tiene una casa de la época colonial, (por acá hay muchas de esas) todavía está el aljibe en el patio, ahí nos sentamos a tomar sol. Son varias habitaciones con puertas que dan a una gran galería. No es que envidie a mi amiga por todo lo que tiene, sólo me jode un poco que las diferencias económicas sean tan grandes a veces, o, casi siempre...

Su hermano se llama Lucas, tiene 18 años. Trabaja con su viejo en el campo, ya terminó la escuela pero no quiso seguir estudiando. Mi sueño es que se fije en mí, algún día.

La madre nos hizo una pasta frola y la devoramos completa.

Carla tiene novio y su mamá no sabe. Es un compañero de la escuela. Mi amiga es alta, flaca, pelo largo color castaño, ojos pardos, muy inteligente; puede conseguir el chico que quiera. Me contó que él le propuso tener sexo y ella no sabe qué hacer. La verdad, creo que todavía somos chicas.

Cuando llegué a casa, mi mamá estaba mateando. Le conté que había estado con Carla toda la tarde.

Me dio un mate y me dijo:

— Qué bueno… —y agregó— tengo algo que contarte. Estoy conociendo a alguien. Hace poco llegó al pueblo a trabajar en el campo de los Urrutia y ha ido varias veces a la Posta. El otro día me propuso ir a bailar algún fin de semana, cuando haya algo por acá cerca. Le dije que sí, quiero que estés al tanto.

— Bueno mamá, no veo mal que puedas rehacer tu vida, hace varios años que papá se fue. Y está bueno enamorarse.

A mí me gusta el hermano de Carla, pero... es muy lindo para fijarse en mí...

— Uno nunca sabe... Me voy a bañar, tengo que hacer el turno de la noche.

Me recliné en la silla y seguí pensando... la verdad que la escuela no es lo mío, a Carla le sale todo. Para tener completa mi carpeta, tengo que copiarme de ella. Estoy en tercer año, todavía no repetí, pero hago grandes esfuerzos. No sé qué podré estudiar, quizás pueda ser secretaria, no creo que sea complicado estudiar eso.

Son las once de la noche, estamos acostadas. Mi vieja está en la Posta en su horario de la noche.

Se escucha la llave en la puerta, entra ella hablando por teléfono. Me levanto sin hacer ruido para lograr escuchar lo que dice:

— No estoy muy segura, quizás sea buena idea ser amigos para ir a bailar, pero sos mucho más chico que yo, recién llegás al pueblo, tengo hijas y una imagen que cuidar. Me importa el qué dirán, acá la gente está pendiente de lo que hace el otro y soy muy prejuiciosa, lo reconozco.

Regresé a mi cama y me quedé pensando en lo que dijo acerca de la edad. ¡Mirala vos, en las condiciones que está, conquistando un hombre más joven que ella y yo que la veía tan abandonada!

Han pasado varios días sin escribir. Apareció por fin el supuesto amigo, muy lindo por cierto. Le dicen Pancho y tiene 42 años. Nos contó que nació en el Sur de la Patagonia, en Río Gallegos, pero cansado del frío y de los vientos, poco a poco fue cambiando de trabajo y viajando hacia el norte.

Más que un amigo para bailar, se transformó en el jugador de cartas de los sábados a la noche.

Es muy piola, educado; le trae regalos: flores, jabones aromáticos, perfume, lencería; nunca viene con las manos vacías. Y a mi hermana y a mí, chocolates, que son nuestros preferidos.

Ya llegó el invierno. Lo lindo del frío es que podés estar en casa. Tenemos estufa a leña, acá hay bastante y además es barata. Parte de nuestra diversión (cuando éramos chicas) era agarrar la carretilla y salir a buscar ramas y pedazos de árboles secos. Cuando estaba casi llena, la subía a Cecilia y le daba un paseo lo más rápido que podía. Hermosos recuerdos de nuestra infancia.

Dentro de pocos días voy a cumplir quince años. A nosotros los hijos, también se nos pasa rápido el tiempo. No tenemos plata, por lo que no puedo esperar lo que sueñan la mayoría de las chicas de mi edad. El sueldo de mi mamá sólo alcanza para lo necesario y algún gusto, no para hacer ahorros, menos pensar en fiestas o viajes.

Ese no es el caso de Carla, dentro de un mes es su cumple y van a hacerle una fiesta en un salón inmenso. Me mostró en secreto su vestido, lleno de volados amarillos y blancos. Por momentos morí de celos. Cuando volvía a casa, lloré en el camino porque me daba mucha bronca. Una profesora nos dijo una vez, que cada uno es producto de su contexto social y cultural: no seríamos quienes somos si hubiésemos nacido en otro país, en otra cultura, en otra familia. Indudablemente salí desfavorecida.

Uno de esos sábados de cartas, Pancho al notar mi tristeza me preguntó:

— ¿A qué se debe esa cara? ¿Estás así por tu fiesta de quince?

— Sí, —le respondí— todas las chicas queremos ese momento de sentirnos divas. Obvio que me encantaría, pero mi vieja no puede. Soñé mil veces ese día..

— Si tu madre está de acuerdo, tengo unos ahorros, para algo chico alcanzaría. Te podrías comprar un vestido que te guste y hacer algo para tus amigos.

Se me iluminaron los ojos por un segundo. ¡Qué felicidad!

¡Lucas iba a verme linda aunque sea una vez! ¡Era mi oportunidad de enamorarlo! De pronto la voz de mi mamá, arruinando todas mis ilusiones.

— ¡No Pancho, no me parece! Te lo agradezco, recién nos conocemos, ni siquiera convivimos. ¡Cómo vas a hacer algo así! ¡No podés gastar tus ahorros! Ella sabe cuáles son nuestras posibilidades y tiene que aceptarlo.

Y así terminó mi sábado a la noche. Por un momento pensé, en el cuento que me leía mi abuela cuando era chica y me imaginé siendo la cenicienta, en la parte que lava los pisos.

 

Es tanta la bronca por tener esta edad, ¡no podés hacer nada! No sos adulto para trabajar, ganar tu plata y organizarla a tu manera. Tenés que bancarte la familia que te toca por unos cuantos años y encima ir al colegio. Y lo peor de todo, que para el chico que te gusta, sos sólo una conocida.

Después de varios días, Pancho logró convencer a mi vieja con la condición que la plata era a modo de préstamo y en algún momento que pudiera se la iba a devolver.

Empezaron los preparativos.

En primer lugar, para bajar unos kilitos de más, organicé caminatas diarias, no comer lo que engorda y en unos meses estaría mucho mejor.

Viajamos a Santa Rosa, una ciudad que queda cerca de mi pueblo y me compré un vestido negro, corto, parecía una modelo. Ese día me arreglaron el pelo en la peluquería, le dije chau a mis rulos, me lo dejaron bien lacio gracias a la keratina.

Y así fue como celebré mi cumpleaños. Lucas bailó el vals a modo de cumplido y después de un rato se fue. Tenía algo más interesante que yo. Dice la gente grande, que aunque la mona se vista de seda, mona queda, ¡y es tal cual! no hay refrán que se equivoque!

En ausencia de mi papá, bailé el vals con Pancho. Fue una fiesta, dentro de todo, feliz. Sin el príncipe del cuento, pero feliz.

Después de la torta, el brindis y el baile, salí a tomar aire porque hacía mucho calor en el salón; vi a Lucas abrazando a una chica. Besándola como si fuera la última vez. Sentí que el mundo se terminaba, que mi hermoso sueño de quinceañera se había arruinado. Una cosa es pensar que quizás le guste otra y totalmente distinto, tenerlo ante tus ojos, abrazando a alguien que no sos vos. No pude evitar llorar y con mucho esfuerzo entré nuevamente. Al que me veía corrido el maquillaje le ponía la excusa que era por la emoción de cumplir 15. En un momento Carla se acercó y la abracé fuertemente.

— ¿Qué pasa amiga?

— Vi a Lucas besándose con la carilinda del otro curso —le respondí.

— No le des importancia, por ahí mañana ya no le gusta más y fue para pasar el momento, eso es todo.

Digamos que sus palabras algo me consolaron.

Se imaginan, que después de todo lo que hizo Pancho, mi vieja le dijo que deje de pagar alquiler y se venga a casa a vivir con nosotras.

Empezábamos una nueva etapa. Pancho trabajaba en el campo y cuando regresaba hacía mandados, preparaba de comer, realizaba tareas de la casa. Un día mientras lo ayudaba a pelar las papas, le conté lo de Lucas.

— ¿En qué pensás me dijo?

— Nada, solo me acuerdo de cosas que me han lastimado y me siguen doliendo.

— Si querés, podés contarme... —me dijo.

— Se llama Lucas y estoy muy enganchada con él. Siempre quiero ir a visitar a Carla para verlo, escucharlo, soñar con el día en que me mire y me diga por lo menos “¡qué linda estás!”. Mi ilusión era que el día de mis quince me mirara diferente.

— ¿Y qué pasó?

— Cuando salí afuera a tomar aire, lo ví abrazándose y chapándose a otra piba. Obvio, imposible competir con esa...

— ¿Y qué hiciste?

— Me di media vuelta, triste, decepcionada y enojada conmigo misma. Todo lo que me esforcé para que llegara ese día se hizo pedazos en un minuto...

Reconozco que tenía la esperanza de poder llamarle la atención en mi fiesta. Me torturan la mente los pensamientos acerca de que soy fea, indudablemente, que no tengo nada para conquistar a un chico. Petisa, gorda, morocha y burra. Nadie se fijaría en mí, ni siquiera soy buena en la escuela. ¡Todo es con gran esfuerzo, copiándome, con ayuda de mi amiga! No es fácil aceptar tanto fracaso y peor aún, no verle la salida.

— En primer lugar, — comenzó Pacho con su consejo — que no le gustes a Lucas, no significa ni que seas fea ni que nunca le vayas a gustar a nadie. Todos tenemos gustos distintos. Y te puedo asegurar que sos muy linda y que otros chicos quisieran enamorarte. Por ahí vos no los ves, porque estás ciega mirando sólo a Lucas, creyendo que él es el amor de tu vida. También típico de ustedes los adolescentes, que a la primera decepción se creen que se terminó el mundo, “tropezón no es caida”, ¡levantate y seguí! algo mejor vendrá.

— Pero nadie me dio a entender nada. ¿Cómo voy a darme cuenta si le gusto a alguien si no me lo hacen saber?

— Pelá las papas y cortala con tanta pregunta. La vida sola te irá llevando y mostrando quién es para vos. También convengamos que vivís en un lugar muy chico.

— Pero mi problema, ¡es que me siento fea!

Pancho se paró frente a mí, me miró a los ojos y me dijo:

— Quien se enamore de vos, va a ver cada parte tuya como única. Serás tan importante que le vas a dar ganas de vivir cada día. Igualmente, te digo, tu espejo es un mentiroso.

— ¿Por qué? El espejo te devuelve la imagen real, lo que uno es.

— No, el espejo muestra lo que vos querés ver. Tus ojos son cálidos, tenés una linda sonrisa, sos chistosa... Te apuesto a que son unos tontos los que no pudieron disfrutar aún eso de vos. Y hay otras cosas que se pueden mejorar. Podrías intentar hacer alguna dieta para favorecer tu imagen, ¿qué te opinás?

— Sí, no es mala. Le voy a decir a mamá que me lleve a alguna nutricionista.

Cuando llegó mi vieja, le dije:

— Mamá, hoy estuvimos hablando con Pancho y me dio la idea de hacer una dieta, ¿qué te parece?

— No sé Euge, después lo hablamos, estoy muy cansada. Renegué todo el día con la gente, tuve demasiado trabajo. Quiero comer y acostarme. En unas horas tengo que volver porque la otra enfermera no puede hacer el turno.

Comimos y nos fuimos a dormir un rato la siesta. Es común en los pueblos o ciudades de pocos habitantes, después de almorzar, recostarse un rato.

En mi habitación estaba mi hermana, siempre con su celular. Yo agarré el mío. En el grupo de la escuela habían puesto que nos acordemos que teníamos evaluación de Construcción. Abrí mis carpetas y me puse a leer. Después le dije a Cecilia:

— Ceci, ¿me tomás lo que estudié?

— ¡Dejate de hinchar Euge! Estoy chateando en Instagram con alguien que conocí, yo a vos no te pido que me tomes, me las arreglo sola.

— ¡Pero es que así me doy cuenta si lo sé! ¡Ya vas a pedirme algo...!

Y me fui al comedor.

Pancho estaba tomando mate.

— ¿Mamá ya se fue?

— Sí, durmió poco porque se acordó que iban a llevar unas vacunas y se trajo la llave de la sala donde está la heladera.

— ¿Qué estás haciendo?

— Estoy viendo si consigo otro trabajo porque el que tengo, creo que en cualquier momento me echan. Los patrones no están bien económicamente. ¿Vos?

— Estudiando, mañana tengo evaluación de Construcción de la Ciudadanía.

— ¿Qué te están enseñando?

— Sobre la ciudadanía, los tipos de participación.

— ¿A ver? mostrame la carpeta. ¿Querés que te haga preguntas?

— ¡Sí, sí dale!

Y empezamos a repasar. Después de tomar unos mates él se fue a hablar con un hombre por un trabajo y yo me fui al negocio del barrio a comprar unas cosas para hacer de cenar y como todo queda cerca, pasé un ratito por la casa de Carla. Se estaba escribiendo con su novio. Así que mucha bola no me dio.

Me puse a preparar la comida. Después me bañé y seguí pensando en lo de la nutricionista.

Escuché que Pancho avisaba que estaba en casa. Entré en mi dormitorio, cerré la puerta y me puse a vestir, en eso golpea y me dice:

— ¿Puedo pasar?

— Sí, — le respondí— ya terminé de cambiarme.

— Tengo algo que contarte. Viste que fui a hablar con un hombre por el tema de un trabajo, me dijo que vaya a Santa Rosa a verlo.

— ¡Qué bueno! ¡Me alegro mucho!, pero eso significa que si te lo dan ¿te vas a ir?

— No lo sé, tengo que ver qué me ofrecen. Pero lo más importante es que si vos querés, puedo llevarte a la nutricionista, allá hay muchas. Le pedimos permiso a tu mamá y vamos ¿qué opinás?

Cuando ella llegó a casa, nos miramos el uno al otro, como dos cómplices, hasta que él empezó a decirle lo del trabajo y el viaje a Santa Rosa.

— No tengo inconvenientes, pero ahora quiero ducharme y tirarme en la cama a ver un poco de tele para distraerme.

Levantamos la mesa con Pancho y mi hermana.

— ¿Cómo va la escuela Ceci? —le preguntó.

— Bien, tengo todas aprobadas.

— ¡Qué bueno! ¡Te felicito! —le respondió.

— Gracias...

Nos fuimos a las habitaciones y en un momento que me saqué los auriculares, escuché la conversación de Pancho y mi mamá.

— Gorda, ¿no querés ir a Santa Rosa vos también? y ¿hacen la consulta las dos?

— ¡No me hinches!, yo soy así, adoro comer. Y el que me quiera, que me acepte como soy.

— Bueno, está bien, hacé como quieras. Me podrías dar unos besos ¿no?

— Y si lo dejamos para mañana, no tengo ganas... estoy cansada. Tuve un día agotador.

— Ok... Hasta mañana.

Llegó el sábado y salimos para Santa Rosa. Fui pocas veces, es la capital de mi provincia.

En el camino puso música y yo cebé unos mates, mientras nos reíamos de pavadas todo el tiempo.

Cuando llegamos, me pidió que me bajara del auto que iba a hablar con el hombre. Me quedé en la sala de espera. Salieron de la oficina, Pancho le dijo que me llamaba Eugenia, me saludó y nos fuimos a la nutricionista.

La doctora me explicó la dieta. En el supermercado compramos la mercadería y volvimos al pueblo.

Me contó que ese señor le había propuesto un negocio, para el cual tenía que viajar a Santa Rosa, pero podía seguir viviendo con nosotras. Y en cuanto a la nutricionista, le dije que estaba contenta e ilusionada con bajar de peso.

Luego de unos días, los efectos empezaron a notarse y eso ayudó a mi autoestima, sentí que podía estar más a gusto conmigo misma.

Le pregunté a mi amiga si quería salir a caminar, si bien ella no lo necesita, era más que nada para charlar un rato.

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