Rompamos el silencio

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Rompamos el silencio
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© 2017 María Elena Mamarian

Publicado por Ediciones Kairós

Caseros 1275 - B1602ALW Florida

Buenos Aires, Argentina

www.kairos.org.ar

Ediciones Kairós es un departamento de la Fundación Kairós,

una organización no gubernamental sin fines de lucro dedicada

a promover el discipulado y la misión integral

desde una perspectiva evangélica y ecuménica con

un enfoque contextual e interdisciplinario.

Diseño de portada: Verónica Marques

Diagramación: Adriana Vázquez

Ebook: AStudio

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,

almacenada o transmitida de manera alguna

ni por ningún medio, sea electrónico, químico,

mecánico, óptico, de grabación o de fotografía,

sin permiso de los editores.

Queda hecho el depósito de la ley 11.723

Todos los derechos reservados

All rights reserved

Mamarian, María Elena

Rompamos el silencio : prevención y tratamiento de la violencia en la familia / María Elena Mamarian ; dirigido por C. René Padilla. - 3a ed ampliada. - Florida : Kairós, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-1355-97-6

1. Violencia Doméstica. 2. Movimiento Religioso. I. Padilla, C. René, dir. II. Título.

CDD 201.7628292

Dedicatorias

A mi padre,

quien, con su trato amoroso, hizo fácil

que yo confiara en el amor de Dios.

A nuestras nietas: Sol, Alelí, Constanza, Josefina y Mora,

y a los que vengan en la voluntad de Dios,

porque representan a una nueva generación.

Sueño que ellos y ellas vivan relaciones

más equitativas y justas.

En memoria de Catalina Feser Padilla

Agradecimientos

A Ediciones Kairos, y a René Padilla en especial, por estimular y facilitar una tercera edición de este libro, además de ser una inspiración en la misión integral cristiana.

A mis colegas y amigos de Eirene Argentina. En particular al Mgter. Jorge Galli, compañero de ruta de muchos proyectos, quien permitió que incluyéramos como Anexo 1 de esta tercera edición su valioso trabajo “Familia, iglesia y violencia”, y a la Prof. Silvia Chaves, amiga experta en dar ánimo y consejos oportunos sobre libros y la vida.

A la psicóloga social Malena Manzato, amiga y compañera de aventuras para Dios, por estar escribir, desde su vasta experiencia personal al frente de la Asociación Pablo Besson, sobre el tratamiento de hombres que ejercen violencia. También por estar siempre dispuesta a responder a mis consultas y brindarme su asesoramiento con generosidad.

A la Mgter. Estela Somoza, otra gran mujer comprometida desde hace mucho tiempo por la salud integral de las familias, co-fundadora y Directora de Capacitación de Fortalecer, recursos para familias y comunidades, por facilitar la inclusión del capítulo “Familia, género y creencias religiosas” en el Anexo 2 de este libro. ¡Es imperdible!

A todas las personas que, a través del tiempo y en una gran diversidad de contextos, se atrevieron a romper el silencio y me confiaron sus historias de tragedia y de triunfo. Me motivaron a seguir profundizando sobre este tema que nos alarma y aflige, y también a redoblar esfuerzos en la lucha por relaciones más justas e igualitarias entre los seres humanos.

A las lectoras y lectores que han leído el libro en su primera y segunda edición y a los que se acercarán a la nueva, revisada y ampliada. Que haya una tercera edición de Rompamos el silencio me produce sentimientos encontrados. Por un lado, pesar porque el maltrato en la familia no ha cesado y entonces el abordaje de este tema continúa siendo necesario. Por otro lado, se renueva la esperanza al comprobar que muchas personas se empeñan en prevenir o superar este mal en sus propias familias y comunidades, y también se comprometen para ayudar a otros en el camino de salida. Nuevamente, que Dios supla todo lo que falta en este imperfecto escrito para que alcancemos sanidad y libertad.

A los hermanos y hermanas que a lo largo de los años, y quizás en forma silenciosa, acompañan con sus oraciones intercesoras y palabras de aliento.

A Rubén, esposo y compañero de ruta, por ser generoso e incondicional.

A Dios, fuente de salud integral a partir de la obra redentora de Jesucristo, en quien es posible superar las diferencias entre ricos y pobres, fuertes y débiles, adultos y niños, sabios y sencillos, hombres y mujeres. Al que, al llegar a nuestra vida, restaura nuestro perdido sentido de dignidad y valor: ¡A Él sea toda la gloria!

Buenos Aires, abril de 2017

Contenido

Cover

Legales

Dedicatorias

Agradecimientos

Prólogo a la tercera edición

Prefacio

Introducción

¿Qué entendemos por violencia familiar?

Mitos y verdades sobre violencia familiar

Causas de la violencia familiar

1. La violencia en la pareja

Tipos de maltrato

Ciclo de la violencia conyugal

¿Qué consecuencias tiene la violencia en la pareja?

2. Causas de la violencia en la pareja

Un modelo para comprender el maltrato en la familia

Micromachismos

Por qué se queda una mujer en una relación abusiva

3. Camino hacia la libertad

Qué puede hacer una víctima de violencia conyugal

Qué puede hacer la persona que maltrata

Qué pueden hacer los hijos adolescentes y jóvenes

Qué pueden hacer otros

Qué puede hacer el pastor o el líder de una iglesia

¿Cómo trabajan los grupos especializados en la problemática de la violencia de pareja?

Intervención interdisciplinaria reeducativa

Evaluación de eficacia: Intervención grupal psico-socio-reeducativa y espiritual

Algunas sugerencias finales

4. Prevención de la violencia en el noviazgo

¿Por qué es necesario hacer prevención de la violencia durante el noviazgo?

¿Qué entendemos por noviazgo?

¿Qué características tienen los jóvenes más predispuestos a tener noviazgos violentos?

¿Cuáles son las características de un novio que maltrata?

Recomendaciones prácticas para las chicas

¿Es posible la recuperación de un noviazgo violento?

¿Cómo reconocer un noviazgo saludable?

Algunas palabras para los muchachos

Una palabra para los líderes de adolescentes y jóvenes

5. La familia de Dios y la violencia en la familia

Formas en que la iglesia puede ayudar en el problema de la violencia en la familia

 

Hombres y mujeres juntos sirviendo a Dios

Un párrafo final para pastores y líderes

6. Carta abierta a los profesionales de la salud

No a la violencia familiar: un reencuentro con una vida digna

Anexos

Familia, iglesia, violencia... por Jorge Galli

Familia, género y creencias religiosas por Estela Somoza

Prólogo a la tercera edición

Es innegable que los modelos de familia varían no solo según la cultura sino también con el tiempo. Lo que permanece constante, sin embargo, es que en todos los modelos la sociedad en general todavía espera que esta institución cumpla un papel preponderante en la integración social de las personas. Se da por sentado que las relaciones interpersonales en el seno de la familia hacen el aporte más importante a la formación multifacética de sus miembros especialmente en las etapas de la niñez y la adolescencia y contribuyen a su crecimiento de modo que alcancen la madurez física y psicológica que les permita encontrar su debido lugar en la sociedad de la cual forman parte.

Lamentablemente, entre los mayores problemas que hoy enfrenta la familia en América Latina y alrededor del mundo se destaca uno que atenta directamente contra la convivencia: la violencia en la familia. En las dos primeras ediciones de este libro la autora argumentó, basada en los estudios que se han hecho sobre el tema, que este es un problema del que no se exime ninguna clase social. En esta nueva edición, revisada y aumentada, ella muestra que actualmente, para mal de males, el problema está causando un creciente número de femicidios. Las cifras, tanto en la Argentina como alrededor del mundo, son alarmantes y demuestran la urgente necesidad de una toma de conciencia de la urgente necesidad de acción por parte de los cristianos a nivel personal y a nivel comunitario.

El principal cómplice de la violencia doméstica es el silencio. El silencio no sólo de las víctimas sino también de las personas que las rodean, sean familiares, amigos o vecinos. Por temor o por vergüenza, se prefiere callar respecto a este mal que destruye paulatinamente la convivencia. A cuenta de «no sacar los trapitos al aire» o de «no entremeterse», se trata de mantener en secreto un problema que a la corta o a la larga acarrea tristes consecuencias no solo para las víctimas directas sino también para las personas que las rodean, especialmente los niños y los adolescentes.

En la sociedad en general en los últimos años ha habido un avance significativo en lo que atañe a un cambio de actitud en cuanto a este tema. Uno de los logros de los movimientos feministas ha sido el reconocimiento de la violencia en la familia como un problema que no pertenece sólo al ámbito privado sino también al público —un problema que exige mecanismos legales para enfrentarlo institucionalmente—. Como resultado, en casi todos los países hoy existen medidas legislativas para sancionar a los victimarios. Poco o nada, sin embargo, se ha hecho todavía en el ámbito secular en relación con la prevención concreta de la violencia en la familia.

¿Qué sucede en las iglesias cristianas con respecto a este problema?

Sería de esperarse que ellas se pusieran a la vanguardia de la lucha contra la violencia en la familia. Después de todo, a ellas les corresponde velar por el respeto a la dignidad que todos —hombres y mujeres, niños y niñas— tienen como portadores de la imagen de Dios, y proveer un contexto apropiado para la formación de personas capaces de establecer relaciones sanas, basadas en el amor, dentro y fuera de la familia.

Es triste decirlo, pero no es siempre así. Por el contrario, a menudo lo que más fomentan las iglesias cristianas frente a la violencia en la familia es el silencio. Y lo que es aún peor, muchas veces difunden conceptos de la relación entre el hombre y la mujer que sirven para encubrir la desigualdad de géneros y el abuso de poder que prevalecen en la sociedad pero son ajenos al propósito de Dios para esa relación según la enseñanza bíblica.

Para Ediciones Kairós es un honor publicar este libro escrito por una autora que conoce a fondo el tema y sabe por experiencia que las Escrituras ofrecen los recursos necesarios para que las iglesias formen personas dispuestas a romper el silencio frente a ese mal endémico y a permitir que el Espíritu de Dios las habilite para experimentar la realidad de shalom en sus relaciones interpersonales en general y familiares en particular.

C. René Padilla

Abril, 2017

Prefacio de la autora

Siempre experimenté, además de compasión y pena, una natural reacción de indignación ante las historias que adolescentes, jóvenes o adultos me relataban con mucho dolor sobre los abusos sufridos en el contexto de sus familias, cuando eran pequeños o aun en el presente. Sin embargo, no fui plenamente consciente de que mi indignación producía un efecto significativo sobre las personas que me relataban sus experiencias hasta que, leyendo un material bibliográfico de un curso de posgrado sobre violencia familiar dictado por la Universidad de Buenos Aires, me encontré con la siguiente propuesta: «Recuperar la dignidad a través de la indignación».

Esta frase me impactó, y de esto hace ya un buen tiempo. Fui comprendiendo muchas de las dimensiones de este concepto gracias a mi práctica ministerial y clínica en la temática de la violencia familiar. Comencé a notar que mi expresión de indignación producía en las personas que habían venido en busca de ayuda ciertos efectos tales como confianza, alivio, seguridad y, a veces, hasta sorpresa. Entendí entonces que es saludable indignarse frente a la violencia en cualquiera de sus formas, pero especialmente frente a la que se esconde y se silencia dentro del ámbito más íntimo, el hogar. El maltrato familiar rebaja al ser humano, sea en su rol de agresor o de víctima, a un nivel de indignidad tal que contrasta con la situación que Dios imaginó para él. «¡Levanta la voz por los que no tienen voz! ¡Defiende los derechos de los desposeídos! ¡Levanta la voz, y hazles justicia! ¡Defiende a los pobres y a los necesitados!» (Pr 31:8-9).

El primer propósito del libro, por lo tanto, apunta a romper el silencio, a levantar la voz, a poner una luz en la oscuridad de las relaciones violentas en la familia y promover así la esperanza de libertad y salud. En definitiva, a recuperar la dignidad perdida; esa dignidad con que Dios quiso dotarnos en su perfecta creación.

Un segundo propósito tiene que ver con mostrar un camino alternativo y más saludable para las relaciones familiares, sobre todo en lo que hace a la relación conyugal, objetivo central del libro. La persona o familia que ha experimentado interacciones abusivas por mucho tiempo suele «naturalizar» la violencia. Lo conocido y repetido tiende a resultar natural, normal («siempre fue así», «todas las mujeres de mi familia pasaron por esto», etc.). Pero cuando llega la luz y se proponen otras opciones, las víctimas pueden comenzar a cuestionarse lo que hasta ese momento era esperable y hasta seguro. Este libro intenta anunciar que podemos y debemos pretender relaciones familiares más equitativas y dignas, y abrir así el camino a un nuevo modelo de relación que nos haga más felices y saludables. ¡Hay otro modo de ser hombres y mujeres! ¡Hay otra forma de vivir en familia!

En este mismo sentido, esta nueva edición revisada y ampliada de Rompamos el silencio aspira, humildemente, a desafiar a la iglesia de Jesucristo, como familia de Dios, a conocer un poco más sobre la problemática de la violencia familiar y a comprometerse a vivir y enseñar a vivir las verdades divinas en cuanto a las relaciones familiares. La familia de Dios, sin ser perfecta ni estar exenta de conflictos, es el modelo de vida que Dios propone a sus hijos e hijas. Una comunidad espiritual saludable, libre de violencia, es uno de los espacios privilegiados en los que el Padre quiere que la familia humana encuentre alivio, consuelo, ánimo, tanto como la sana enseñanza que nos capacite para una mejor vida matrimonial y familiar en general. «Hermanos, también les rogamos que amonesten a los holgazanes, estimulen a los desanimados, ayuden a los débiles y sean pacientes con todos» (1 Ts 5:14).

Es difícil mirar al futuro con nueva esperanza si no hemos cerrado debidamente las heridas del pasado. Este libro también se propone ayudar a entender cómo han sido las relaciones familiares en la propia infancia y adolescencia, reconociendo los efectos que aún siguen vigentes y curando finalmente los dolores y heridas pendientes. Sólo así es posible disponerse a transitar con libertad un camino diferente en lo que hace a las relaciones con la familia de origen y la propia, especialmente en el ámbito del matrimonio.

Finalmente, esta publicación también quiere brindar herramientas de comprensión y acción concreta a las personas que están interesadas en ayudar a otras a liberarse de la violencia familiar pasada, presente y aun futura. A propósito de esto, cada vez me parece más urgente trabajar en la prevención del problema. Los niños y niñas, junto con los adolescentes y los jóvenes son una población vulnerable a sufrir violencia y también a reproducirla al llegar a la edad adulta, pero también están llenos de posibilidades. Trabajar con ellos desde el punto de vista de la prevención es altamente fructífero y, por ello, gratificante y esperanzador. Tomando esto en cuenta, en esta nueva edición hemos incluido más recursos para consultar e implementar.

Seguramente al recorrer este material el lector buscará cumplir con sus propios propósitos. Esperamos que este libro le resulte útil en tal sentido y vea satisfechas sus expectativas. No pretendemos dar todas las respuestas. Tampoco las tenemos. Pero aspiramos a que sea un punto de partida para nuevas investigaciones y acciones sobre el tema. «Así que mi Dios les proveerá de todo lo que necesiten, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús» (Flp 4:19).

María Elena Mamarian de Partamian

Abril de 2017

Introducción

La violencia familiar no es un fenómeno nuevo. Ya en los primeros relatos bíblicos del libro de Génesis encontramos referencias al tema del maltrato en el ámbito del hogar, abarcándolo en sus distintas formas, incluyendo la del asesinato. Sin embargo, sólo en las últimas décadas del siglo veinte comienza a ser objeto de estudio por parte de las diversas ramas de las ciencias humanísticas; se comienza a visualizar que, dentro de un ámbito supuestamente amoroso, protegido, seguro, hasta idílico o sagrado, como se pretende concebir a la familia, pueden darse las formas de maltrato más terribles entre sus miembros, o hacia algunos de ellos.

La violencia familiar ha sido una especie de «oveja negra», algo secreto y soslayado, para las investigaciones y teorías psicológicas y sociológicas. Esto podría atribuirse a que, aun hoy, resulta difícil vencer la resistencia al tema que oponen las creencias sociales o culturales. Estas sostienen que la familia es como un santuario pleno de amor y cuidado para sus integrantes. Se ha preferido rodear de silencio y de prejuicios al sufrimiento y al abuso que pueden darse en el seno de una de nuestras más queridas instituciones. Esto ha impedido la toma de conciencia de que con tal actitud se ha fomentado y encubierto la comisión de delitos con total impunidad; todo ha quedado «en familia», ya que no está bien visto «secar los trapitos sucios al sol», como convenientemente indican algunos dichos vulgares.

Hace todavía menos de 20 años que se tipificó a la Violencia Doméstica como un fenómeno de estudio especializado, para que diversas disciplinas pudieran llegar a su investigación, explicación y tratamiento.1

Ya han pasado algunos años desde que la cita precedente fuera escrita. La violencia familiar, como fenómeno social irrefutable, se ha puesto sobre el tapete en nuestros países de América Latina y en el mundo occidental en general. En las agendas de las políticas públicas de algunos países2, en los medios masivos de comunicación (prensa escrita, televisiva y radial), en los ámbitos educativos y académicos, en los espacios de las organizaciones no gubernamentales, y en menor proporción en las iglesias, comenzó a exponerse y discutirse el tema, con mayor o menor rigurosidad según el caso. Sin embargo, y a pesar de que es positivo que se haya comenzado a visibilizar la problemática ante la opinión pública, todavía estamos muy lejos de encontrarle solución en nuestra sociedad, manchada tristemente por las lágrimas y la sangre de las víctimas inocentes.

 

Más allá de ser una realidad muchas veces negada, minimizada o cuestionada en algunos sectores de la sociedad, por lo intolerable y siniestra que resulta, además de inquietante y apelativa, al fenómeno de violencia familiar se le continúa haciendo la vista gorda especialmente en nuestros ámbitos cristianos. A los prejuicios sociales en general, que nos llevan a creer que ésta no es una problemática frecuente o que sólo pasa en las poblaciones humildes, los cristianos solemos agregarle el prejuicio de pensar que esto no sucede entre el pueblo evangélico en particular. Sin embargo, estudios fidedignos revelan que el maltrato en la familia es una práctica muy extendida, y que no respeta clases sociales, nivel académico, geografía, ni tampoco religión.

En una encuesta realizada tanto en el Reino Unido como en los Estados Unidos, se dieron los siguientes resultados:

La Encuesta Metodista del año 2002, en el Reino Unido, señalaba que el 17% de los encuestados había experimentado violencia doméstica, el 13% la había experimentado varias veces, el 4% la sufría frecuentemente, el 54% dijo haber experimentado violencia doméstica en los últimos 5 años o más, el 21% dijo que por más de 10 años. Los principales perpetradores de violencia doméstica fueron los esposos y las parejas. Una reciente encuesta de la Alianza Evangélica en el año 2010 no vio cambio alguno en este nivel de abuso. 3

En el contexto latinoamericano también existen estudios recientes realizados en Perú y en Argentina (provincia de Córdoba) que aportan luz a la realidad del maltrato familiar en el ámbito evangélico.

Los datos de las encuestas realizadas en Perú:

 4 de cada 10 evangélicos adultos niega la posibilidad de violencia en los hogares.

 Sin embargo, 7 de cada 10 evangélicos adultos menciona que durante los últimos tres años por lo menos una vez sufrió algún tipo de violencia en el hogar.

 4 de cada 10 varones y 6 de cada 10 mujeres sufrieron algún maltrato durante su niñez.

 2 de cada 10 reconocen haber sido víctimas de abuso sexual.

Las cifras que aporta la Organización cristiana Comunidad y Cambio (Córdoba, Argentina), son similares:

 1 de cada 5 personas reconoce la existencia de la violencia económica.

 2 de cada 10 evangélicos adultos niega la posibilidad de violencia en los hogares.

Pero

 3 de cada 10 evangélicos adultos mencionan que en los últimos 3 años ha sufrido situaciones de violencia y/o abuso en el hogar.

Cuando eran niños:

 4 de cada 10 encuestados fueron víctimas de violencia.

 5 de cada 10 evangélicos presenciaron situaciones de violencia.

 3 de cada 10 mujeres evangélicas y 2 de cada 10 hombres fueron víctimas de abuso sexual. 4

Estos datos son compatibles con la experiencia de los profesionales especializados y agentes pastorales de otras instituciones cristianas de Buenos Aires -como Fortalecer, Asociación Pablo Besson, Eirene Argentina- que desde hace muchos años vienen trabajando en la problemática familiar en general y en los temas de violencia en particular. Tristemente cierto: en nuestros ámbitos cristianos también se sufre el maltrato en la familia.

Haciendo referencia al maltrato sobre la mujer en la pareja –más precisamente llamado violencia de género-, un informe especial de la revista del Banco Interamericano de Desarrollo, bajo el título «Una realidad que golpea», menciona lo siguiente sobre distintos tipos de abuso:

 En Chile, un estudio reciente revela que casi el 60 por ciento de las mujeres que viven en pareja sufren algún tipo de violencia doméstica y más del 10 por ciento agresión física grave.

 En Colombia, más del 20 por ciento de las mujeres han sido ví­ctimas de abuso físico, un 10 por ciento víctimas de abusos sexuales y un 34 por ciento de abusos psicológicos.

 En el Ecuador, el 60 por ciento de las residentes en barrios pobres de Quito han sido golpeadas por sus parejas.

 En Argentina, el 37 por ciento de las mujeres golpeadas por sus esposos lleva 20 años o más soportando abusos de este tipo.

Las estadísticas en los países así llamados del «primer mundo» no son muy diferentes. Del informe mundial de la OMS sobre la violencia y la salud, en 2002, se obtienen los siguientes datos referidos sólo a la violencia física:

 En un estudio realizado en Canadá, a nivel nacional, en el año 1993, sobre una población de 12.300 mujeres encuestadas, mayores de 18 años, 29% refirió haber sido agredida alguna vez por su pareja.

 En un estudio de similares características realizado en Estados Unidos, entre 1995 y 1996, sobre una población de 8.000 mujeres a nivel nacional, el 22% contestó afirmativamente al respecto.

 En el Reino Unido, un estudio efectuado en 1993 sobre una población de 430 mujeres, mayores de 16 años, del norte de Londres, también el 30% de las mujeres admitieron haber sido golpeadas por su pareja.

 En Suiza, en un estudio a nivel nacional sobre 1500 mujeres cuyas edades oscilaban entre 20 y 60 años de edad, encuestadas entre 1994 y 1996, reveló que el 21% de ellas había sido maltratada por su pareja.5

Citamos estos datos a título ilustrativo. Sólo hacen referencia al maltrato en la pareja; no incluyen el maltrato a los niños, niñas y adolescentes, ni a los ancianos y discapacitados en la familia. Si lo hiciéramos, el porcentaje de violencia en la familia aparecería significativamente más alto. Algunos datos sugieren que más del 50% de las familias están o estuvieron afectadas por algún tipo de maltrato entre sus miembros.

Sin embargo, el impacto de los números no debe ser una barrera para acercarnos a un tema difícil pero real y cotidiano. A veces preferiríamos cerrar los ojos y los oídos para no ver ni escuchar tanto dolor; en definitiva, no hacernos cargo, aunque esté sucediendo en nuestra propia familia o en la de nuestro vecino. Pero tampoco queremos ser simplemente sensacionalistas, o que el desánimo nos invada y nos paralice, cayendo en la desesperanza de «no se puede hacer nada», «siempre fue así», «las cosas no van a cambiar». Detrás de cada número hay seres humanos que sufren padeciendo una realidad que puede detenerse, cambiarse o, mejor aún, ser evitada en las generaciones más jóvenes. Esta no es una propuesta utópica, sino un compromiso que podemos asumir, cada uno desde su espacio, sea grande o pequeño, importante o aparentemente insignificante. Todos podemos hacer algo para decir: ¡Basta de violencia en la familia!

El tema del maltrato familiar es muy vasto y complejo. No pretendemos, por ende, agotarlo en esta obra. Quizás un buen punto de partida sea definir algunos términos y el campo que abordaremos en los próximos capítulos.

¿Qué entendemos por violencia familiar?

«Familia» puede definirse de muchas maneras, más o menos abarcadoras y complejas. Una definición sencilla y práctica podría ser: «Ámbito afectivo y de convivencia diseñado por Dios, donde los individuos nacen, crecen y se desarrollan de manera integral, unidos por los vínculos más íntimos como los de esposo y esposa, padres e hijos, hermano-hermana, etc.». Todos nacimos en una familia y formamos parte de una familia, la de origen o la propia. Cuando hablamos de «familia» lo hacemos de un modo amplio y no sólo pensando en la llamada «familia tipo» (papá, mamá, hijos). Muchas veces en una familia falta alguno de los progenitores (por soltería, viudez, divorcio o abandono del cónyuge), o la familia puede estar constituida por abuelos y nietos. Hay familias ensambladas o reconstituidas (uno de los cónyuges o los dos tienen hijos de uniones anteriores que viven –en forma permanente o esporádica- con el nuevo matrimonio), o varios hermanos solteros o viudos viven juntos, o simplemente familias ampliadas. Las configuraciones familiares pueden variar también de acuerdo a la cultura, a factores socioeconómicos, al lugar donde vivan y a otras contingencias. Por ejemplo, es más común encontrar familias nucleares (mamá, papá e hijos) y monoparentales (hijos que viven con un solo progenitor) en las grandes ciudades, y familias ampliadas en las que conviven dos o más generaciones, en el interior del país o zonas rurales. También ocurre en nuestro medio con mucha frecuencia que, por dificultades económicas, los hijos ya casados vuelvan a vivir al hogar de origen con sus cónyuges e hijos; o que los jóvenes divorciados vuelvan con sus hijos, si los tienen, también al hogar de origen. En otras palabras, existe una gran diversidad familiar, de modo que debemos ampliar nuestro concepto de “familia” y, por ende, las formas de comprenderla y abordarla.

Los miembros de una familia, no importa qué configuración tenga ésta, sostienen entre sí diferentes tipos de vínculos:

 Vínculos biológicos, que funcionan perpetuando la especie, dando sustento y abrigo.

 Vínculos psicológicos, que cubren las necesidades afectivas de sus miembros (pertenencia, seguridad, autoestima, etc.), promueven el aprendizaje de los valores, mitos y creencias familiares, y de los roles sexuales.

 Vínculos sociales, que imparten y perpetúan normas, valores y mitos de la cultura.

 Vínculos económicos, que producen en cada familia la manera de intercambio de los valores y de los bienes.

Por otra parte, para definir mejor cuál es el campo de la violencia en la familia, resulta útil distinguir violencia familiar de conflicto familiar. Es normal que en la familia haya conflictos, dado que el conflicto es inherente a la naturaleza humana. Se produce un conflicto cuando existen partes en pugna, facciones que no se ponen de acuerdo. Muchas veces experimentamos conflictos personales, individuales, al encontrar dentro nuestro ideas o tendencias que se oponen entre sí. Puede ocurrir que a veces no nos pongamos de acuerdo con nosotros mismos, que haya contradicciones internas y nos cueste tomar una decisión o arribar a la solución de un problema que se nos presente. También hay conflictos interpersonales debidos a diferencias de opinión, de personalidad, de historia personal, de valores, de forma de encarar los problemas, de actitudes hacia la vida, de cultura, etc. Los conflictos interpersonales pueden generarse en cualquier interacción humana en distintos ámbitos: familiar, eclesial, vecinal, laboral, de amistad, etc.

Además, hay conflictos familiares propiamente dichos, que son parte de la evolución normal de una familia. Cada etapa que atraviesa una familia en su devenir normal puede generar conflictos entre sus miembros o en el funcionamiento del grupo en general. Tal es el caso, por ejemplo, de la adaptación a la vida matrimonial recientemente iniciada, la redefinición de la relación con la familia de origen en distintos momentos evolutivos, la llegada del primer hijo, el crecimiento de los hijos en sus distintas etapas, la manera de encarar la educación de los mismos, los conflictos propios de la adolescencia, el trato con un hijo ya adulto, la vejez y el retiro de la vida activa, etc. También la familia debe resolver otros problemas que aparecen en su horizonte: las llamadas crisis accidentales. No son esperadas ni se relacionan necesariamente con el crecimiento familiar, pero suceden y deben afrontarse. Algunas de estas crisis son el desempleo, las dificultades habitacionales, las pérdidas de todo tipo (humanas o materiales), las catástrofes sociales o naturales, las rupturas, los accidentes, las enfermedades, los sueños y proyectos incumplidos, etc. Éstas y otras dificultades, evolutivas o accidentales, pueden generar inestabilidades y conflictos de distintos tipos que la familia debe afrontar. El tema es cómo se resuelven los problemas que van surgiendo en la familia.