Bazar de decisiones

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Bazar de decisiones
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Letrame Editorial.

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© Lourdes Rodríguez Borjas

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1114-674-6

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

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A mis hijos Noemí y Samuel.

Son mi admiración

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A ti… ¿cómo te gustaría ser recordado?

INTRODUCCIÓN

Desde que nacemos, continuamente estamos tomando decisiones. Primero nuestros padres o terceras personas lo hacen por nosotros, empezando con que ellos nos ponen nuestro nombre, que es nuestra carta de presentación de todos los días. Ellos deciden en qué escuela vamos a estudiar; ellos deciden si nos orientan en la vida espiritual; ellos deciden si nos dan los valores, si nos dan el apoyo que muchas veces necesitamos; ellos son los que deciden si nos dan su tiempo y sus enseñanzas; ellos deciden si cultivan nuestros dones y nuestros valores. En otras palabras, ellos van formando nuestra personalidad y nuestra vida.

Pero poco a poco nos vamos independizando y vamos tomando nuestras propias elecciones, al principio sin experiencia, dándonos topes por lo que escogimos, pero nos dan conocimiento. Algunas que tomamos sin reflexionar y nos arrepentimos toda la vida, otras bien tomadas que supimos valorar. Una decisión puede variar en trascendencia.

Muchas veces escogemos sin pensar, dejándonos llevar por nuestros sentimientos, por nuestro estado de ánimo, por no razonar con detenimiento, por capricho, por confiar, por despecho, y todo esto cambia la dirección de nuestras vidas.

Los jóvenes deben enfrentar un conjunto de desafíos en su proceso de convertirse en adultos como son los valores, estudios, amistades, trabajo, pareja. La decisión que tomen en esta etapa repercutirá en su porvenir.

Día a día, minuto a minuto, nos enfrentamos a la toma de decisiones. Desde que nos despertamos decidimos si nos levantamos inmediatamente o nos quedamos más tiempo; después decidimos qué ropa usaremos; elegimos qué desayunar; nos vamos al trabajo en donde va a haber muchas otras tomas de decisiones; en la noche decidimos dónde ir a divertirnos; decidimos qué amigos tener, ellos influirán para construcción o destrucción de nuestras vidas. Así como estas, hay muchas otras decisiones cotidianas.

Muchas veces no nos damos tiempo de reflexionar y pensar antes de actuar, no tomamos en cuenta que las malas decisiones pueden generan desequilibrio personal y desorden social, lo cual causa sufrimiento.

Cuando tomamos decisiones debemos asumir las consecuencias de los actos, aprender de los errores cometidos.

Es interesante escuchar cómo se conocieron las parejas que finalmente se casaron, muchas de ellas por haber tomado una decisión que nunca pensaron que fuera a ser tan trascendental en sus vidas. Hay historias interesantes como la de quien fue a una comida a la que no tenía deseos de ir y ahí se encontró a su futuro esposo, o esa historia en la que iba a entrar una persona por una puerta del taxi pero decidió entrar por la otra y al darse la vuelta se topó con quien llegaría hacer su tan amada pareja.

En fin, tantas decisiones que tomar, tanto que pensar y meditar para escoger nuestros caminos, que me siento como cuando voy a un bazar en donde primero tomamos lo que buscamos, algunas veces lo analizamos y decidimos si nos va a servir o no, o solamente vamos, nos dejamos llevar por lo que vemos y tomamos una mala decisión.

Me siento como si estuviera en un bazar de decisiones.

Este libro se basa en una historia de la vida real. Nuestro personaje principal se encontró en bazares poco comunes. Como todos, sus padres influyeron mucho para que tuviera una vida con muchas experiencias increíbles pocas veces escuchadas.

Los nombres utilizados en esta obra no son reales.

CAPÍTULO UNO

DECIDIR QUÉ LIBRO LEER

Roberto seguía sintiendo ese vacío dentro de su ser que había tenido a lo largo de sus 36 años, ese vacío que, por tratar de llenarlo en una forma equivocada, fue motivo para que llegara donde se encontraba en esos momentos: en la penitenciaría de las islas Marías.

Ha probado de todo en su corta vida, pero nunca se le ha quitado esa desesperación que algunas veces se adormecía pero otras no, como en esos momentos, en esa tarde, llena de sol con ese bello paisaje que, hacia donde volteara la mirada encontraba ese mar azul que está en continuo movimiento como diciéndole que está vivo, en donde los peces nadan en libertad, la libertad que no tenía. Son lugares que tantas personas disfrutan en familia: los niños con sus padres jugando con la arena, sintiendo en sus pies la caricia del mar cuando llega muchas veces de sorpresa, sentir cómo se sumen cuando el agua regresa, ver las olas que terminan con espuma como burbujas, como si el mar también estuviera contento al darnos esa alegría. Él estaba sintiendo el mismo sol que recibe toda la humanidad sin importar cómo somos, qué hacemos, qué pensamos, en dónde estamos.

Ahí, rodeado de sus compañeros convictos y de policías que continuamente los están vigilando, consciente de que está pasando esto por las decisiones que tomó en su vida.

Roberto ignoraba que esa era la última tarde que iba a permanecer en ese lugar. Llevaba seis años viviendo ahí.

Después de haber visto el mar sentado en un acantilado sobre una piedra con sus pies colgando, sintiendo y saboreando el aire salado que sentía en su cuerpo y su paladar, se paró sin saber a dónde ir. Caminó hacia la biblioteca. No acostumbraba entrar ahí, pero sus pies lo llevaron a ese lugar. Al entrar vio que las mesas estaban vacías, solo estaba el bibliotecario. En realidad no tenían muchos libros, ya que era poca la gente que los ocupaba.

—Buenas tardes, Roberto. Qué gusto verte por aquí. ¿Quieres leer algo en especial? —le dijo el bibliotecario, que era también un convicto.

—No, gracias; solo vengo a ver.

Pasó por la estantería de libros y los estuvo observando. Tomaba uno, lo leía, lo hojeaba y lo volvía a dejar. Algunos de ellos estaban con polvo; soplaba para verlos y volverlos a acomodar.

Mientras veía la librería, le llamó mucho la atención uno que se refería a México, decidió tomarlo; percibió un olor del libro que le recordó su niñez. Al hojearlo admiró los paisajes de la República Mexicana tan variada, saboreó la comida típica de cada estado, disfrutó al ver las festividades tradicionales de su país, se asombró de los animales y flores tan exóticos, observó los frutos con sus bellos colores. Lo que más valoró fue ver a la gente; todos irradiaban felicidad, se mostraban alegres sin importar su condición social. Vio la sonrisa de una niña pegándole a la piñata con sus ojos tapados; lo hacía tan fuerte que hasta sus trenzas brincaban con alegría. Y qué decir de la sonrisa de los niños en su edad de inocencia, y los ancianos con esas arrugas que daban ternura.

Empezó a meterse muy de fondo dentro del libro. Quería sentir todo eso que pudo haber vivido y no supo aprovechar.

Conforme lo iba hojeando, vio una cuartilla que leyó con ese corazón que tan sensible se hallaba en esos momentos:

“VIVO SINTIÉNDOME ORGULLOSAMENTE MEXICANO

Cuando despierto, estoy lleno de energía, ya que, dentro de mí, llevo sangre de mis indios antepasados tan valerosos. Siento que nuestro linaje está tan entrelazado, que me transmiten su fuerza y su sabiduría tan reconocidas.

Mientras voy corriendo en las mañanas, admiro grandes obras, como si estuviera en una galería de arte, que son nuestros paisajes mexicanos, disfrutando de un clima tan hermoso que muchos países desearían tener.

Cómo me deleito en escuchar el gran concierto de los pajarillos al amanecer; oigo como si los padres regañaran a sus hijos por no dar buen testimonio; pongo mayor atención en como orientan a sus pequeños dándoles los valores más preciados que todo el oro amarillo, blanco, verde o negro de nuestro país. No falta el solfeo de un cenzontle que con orgullo canta al ver cómo ha cosechado todo el esfuerzo y tiempo que ha dedicado en poner en buena tierra a sus hijos.

Cuando me agito al correr, siento que mi sangre empieza a sentir uno de nuestros bellos bailables folclóricos tan aplaudidos, un día al son del jarabe tapatío, o tal vez al ritmo de la bamba tratando de entender qué es esa cosita que necesito tener después de una poca de gracia, como dice la canción.

De regreso, disfruto ver ondear la gigantesca bandera mexicana; por algo es la más bella de nuestro planeta. Cuánta fuerza me da el ver los ojos del águila llenos de adrenalina como los de cualquier madre tiene cuando atacan a sus hijos.

 

Llego a casa a saborear la gran variedad de frutas que tenemos; y qué decir de nuestra cocina mexicana, llena de diferentes y exquisitos sabores y colores. Por algo estamos entre los tres primeros lugares en la mejor gastronomía internacional.

Degusto mi música mexicana salpimentada con mariachi, cuyos sombreros son mágicos ya que, cuando nos los ponemos, nos enorgullecemos, al igual al ver la cara de alegría de los extranjeros cuando regresan a sus países y los portan.

Visto con las bellas prendas llenas de energía de las manos, de los ojos y de la creatividad que pusieron mis compatriotas hiladores en cada punto que hicieron para elaborarlas. Por algo se ven en las pasarelas internacionales.

Hago mis labores con entusiasmo y honradez sacando provecho de los dones que Dios me ha dado para cumplir mi buen propósito aquí en la tierra y, si se me presentan piedras en el camino, saco mi cincel y mi martillo y trabajo en ellas tomando la habilidad de mis hermanos artesanos y, así, formar huellas que dejaré aquí en mi México con un toque de ejemplo y admiración para mis futuras generaciones.

Cómo disfruto de mis amistades y seres queridos, de cuyos cuerpos salen moléculas positivas que entrelazamos con las que vamos tejiendo caminos de hermandad, de ánimo, de alegría, de apoyo, adornando el camino con lazos de la picardía que nos caracteriza.

Oro con esa fe no fingida por mi México para que salga adelante en las adversidades que se van presentando y, por qué no, también oro por las personas que obstaculizan el progreso de nuestro país para que recapaciten y se den cuenta de que la mejor satisfacción que pueden sentir ellos mismos es guiar todo su coraje a una buena actitud después de haber sufrido alguna crisis existencial. Esta herencia es la más valiosa que uno puede dejar, como lo ha hecho mi padre.

Me acuesto con esa paz que me da al saber que he puesto un granito de arena, procurando ponerla en una de nuestras paradisíacas playas que tanto disfruto con mi familia, para que mi país crezca.

Y duermo con una sonrisa en mis labios al sentirme orgullosamente mexicano”.

Roberto súbitamente cerró el libro y lloró con amargura pensando: “Cuánto daño he hecho. No he sabido valorar a mi país. Yo he sido uno de los causantes de que el águila de mi bandera tenga esa adrenalina en sus ojos cuando he atacado a su hijo: México. Y lo peor de todo: ¿para qué? No soy feliz, sigo vacío. He tenido de todo, pero me he sentido sin nada. Todo por un dinero que no enriquece, que no satisface el alma ni el ser, que son lo más valioso de nuestras vidas”.

“¿Por qué tomé estas decisiones?”, se preguntaba con arrepentimiento.

“Solo tengo una vida y no la supe aprovechar”, se recriminaba.

Recargó su espalda en la pared y se fue deslizando poco a poco hasta llegar al piso. Se sintió como polvo, se sentía moralmente desecho. “He hecho mucho daño, he sido uno de los causantes para obstaculizar el progreso de México. Y sí, efectivamente, hubo momentos en que reflexionaba y sabía que estaba haciendo algo indebido, pero nunca recapacité. Me dejé llevar por la pasión, por esos instintos que luchamos día a día. Quisiera volver el tiempo atrás y haber hecho otras cosas. No estaría en este lugar; a lo mejor me encontraría en una playa en otras circunstancias, disfrutándola tal vez con unos hijos, con una esposa que, al igual que yo, me comprendiera, me amara, me apoyara y que juntos entrelazaramos esa magia interna que inyecta vida, energía, paz. Las mujeres que conocí, bellas físicamente, se entregaban muy fácil, en esos momentos las buscaba por la necesidad que tenía de una compañía, no reflexionaba que no era un amor real, era solo pasión, no me daba cuenta que ellas solo se acercaban por interés, ese interés que, con tal de obtenerlo, son capaces de soportar lo que sea siempre y cuando reciban ese dinero que tanto anhelan aunque sean denigradas y dañadas física y psicológicamente. Ahora que me encuentro en la cárcel y sin nada, ¿se acordarán de mí? No, estarán con otras personas que le dan todo lo que yo les di. Qué vacía he hecho mi vida. ¿Cómo fui capaz de desperdiciarla? Esta única vida que voy a tener y todo, ¿para qué? Hasta ahora me doy cuenta que la herencia más valiosa en la vida es dejar una huella positiva a los demás que dure por siempre, no como los que ya trascendieron y uno los recuerda por el daño que dejaron.

Y yo, ¿qué puedo hacer para corregir mi vida?, ¿cómo voy a quitar todo el mal que he hecho? Sé que falta poco tiempo para permanecer aquí y me asusta pensar esto, saliendo, ¿qué va a ser de mí? ¿Hacia dónde me voy a dirigir? ¿Cómo puedo sanar todo lo malo que hice?”.

Roberto estaba desesperado. Sintió que se hundía en un pozo sin fondo, sin saber dónde agarrarse viendo al final el círculo de luz que cada vez se hacia más pequeño cuando, de repente, se abrió la puerta y vio que se acercaba el oficial Candelario y le dijo: “Te tienes que presentar con el director del penal ahora mismo”.

DECIDIR QUÉ RUTA TOMAR

6:20 de la mañana. Bip, bip, bip, suena un despertador. El brazo de una mujer emerge entre las sábanas, se estira para apagarlo.

Con pereza se levanta Marcia de la cama; se dirige, como sonámbula, al baño. Prende la luz y lo primero que ve es su imagen en el espejo. Se acercó a él. Notó como el tiempo pasaba, cada vez querían sobresalir más las arrugas que tenía al lado de sus ojos, las comisuras de sus labios se hacían cada vez más flácidos, ya en dos días iba a cumplir medio siglo de vida, no le preocupaba esto. Para ella esos pliegues eran signo de orgullo, ya que esto significa vivencia, sabiduría, madurez, respeto que hemos obtenido al caminar en nuestra vida.

A ella le daba ternura ver las arrugas de las personas; parecía como si se formaran facciones angelicales. Solo Dios sabía por cuántas pruebas habrían pasado.

Marcia se estaba preparando, ya que en quince días iba hacer ese maratón que tanto anhelaba, era una forma de festejar sus 50 años de vida.

Tomó su ropa deportiva, se cambió, así era como empezaba a disfrutar de su día. Agarró su bote de agua, su fruta, su toalla. Subió a su coche, prendió las luces, aún estaba oscuro.

En el camino escuchaba las noticias de la mañana.

—Ayer capturaron a un grupo de sicarios, tenían con ellos 100 rifles AK-47, 30 kg de cocaína…

Marcia no entendía cómo había personas que no alcanzaban a comprender todo el daño que causaban a la sociedad y a ellos mismos; pensaba que ellas, por todo lo que hacían, no podían disfrutar la vida, ellos se imaginan que teniendo grandes lujos iban a sentir satisfacción, llega un momento en que no saben qué hacer con tanto dinero. Tienen mansiones, coches, yates, joyas, mujeres, hasta felinos como mascotas y, a pesar de esto, no se sienten satisfechos, no pueden vivir una vida normal, no sienten paz, viven con miedo.

El obtener así el dinero no trae paz interior, esa paz que es la fuente máxima de la felicidad y la alegría, sino que trae más frustración, más sospechas, más ansiedad, a veces más celos y desconfianza.

Llegó al parque Tangamanga, cómo gozaba esa área de 411 hectáreas boscosas rodeada de lagos e inmensos árboles. Consideraba que ahí se encontraban los pulmones de la ciudad de San Luis Potosí.

Marcia se estacionó, se encuentra con sus compañeros corredores.

—Buenos días —dijo Marcia ajustando su chamarra.

—Buenos días —llegó el entrenador saludando a cada uno—. Bueno, hoy vamos a tener un entrenamiento ligero —todos estaban escuchando con atención mientras se movían para empezar a calentar—, ya que en quince días correremos el maratón de la ciudad para el que tanto hemos estado entrenando. Será trote suave; ustedes escogen la ruta que quieran. Si quieren ir por las tres fuentes o por donde está el avión.

Empezaron a trotar todos en grupo.

Marcia gozaba mucho esos momentos. Le gustaba hacer deporte, sentir el aire sobre su cara como una caricia, el ver tan bellos amaneceres. La impresionaban los cambios de colores del cielo mientras salía el sol, ver cómo los bordes de las nubes se pintaban de repente de un color rojo intenso, después pasaba al anaranjado, al morado, al rosa que va palideciendo hasta llegar al color blanco como si fueran algodones de azúcar que flotan en ese azul intenso tan característico. En octubre admiraba las lunas más hermosas del año; gozaba ver como cambiaban los colores de las hojas, de los árboles de un color negro a contraluz hasta una gama de color verde cuando llegan los primeros rayos del sol, ver cómo algunas flores empiezan a abrir sus pétalos, estirándose después de un relajante sueño.

“El arte verdadero solo se encuentra en la naturaleza”, pensaba.

Mientras corría, pasó por el avión azul Douglas DC 3 tan conocido en el parque. Recordó cuando su padre la traía desde niña, la llevaba a esta aeronave e iban a ver las películas que transmitían dentro de él. Qué agradable sensación la primera vez que entró, pensaba que en realidad iba a despegar cuando cerraban la puerta y empezaban a transmitir la cinta.

Un domingo, su padre la llevó a ver un filme. Cuando salió del avión bajando las escaleras, tomó la mano de él y mientras se iban retirando, lo observó volteando la cara sin soltarse de su mano.

Le preguntó:

—Papá, ¿este avión llegó a volar?

—Claro que sí, hijita, fue un gran avión —su padre, con ternura, le contestaba.

Lo veía de reojo y se preguntaba: ¿qué lugares habrá volado?, ¿quién sería el dueño del avión? Sea lo que sea, para ella era un símbolo del parque y lo disfrutaba mucho.

Siguió corriendo mientras pasaba el Douglas DC 3 con una sonrisa en la boca por tan gratos recuerdos de su niñez que le traían ese lugar.

Sentía cómo su respiración se agitaba, cómo el sudor corría sobre su frente. Terminando su recorrido, empezó a caminar para establecerse en su respiración. Cuando llegaron todos los corredores y empezaron a caminar alrededor, se acercó el entrenador.

—Atletas: estiren muy bien, recuerden que es muy importante después de cada entrenamiento para evitar lesiones posteriores. Ya acabamos nuestro entrenamiento. Les recuerdo que empiecen a hidratarse muy bien, dos o tres días antes, coman alimentos altos en carbohidratos y descansen para que su cuerpo esté preparado para el maratón. Recuerden que la carrera es dentro de dos domingos, a las 7 de la mañana es la salida. La meta será el avión.

Fue lo último que nos dijo el entrenador, tomamos nuestras pertenencias y nos fuimos a nuestras labores.

Marcia nunca se imaginó que la próxima vez que iba a regresar a ese lugar ese avión lo iba a ver con otros ojos, iba a tener las respuestas de todas las preguntas que se hizo de niña. Iba a conocer la verdadera historia de él.

DECIDIR QUÉ ESTACIÓN DE RADIO ESCUCHAR

—¡Balto! ¡Balto! Ya es hora de irnos. Ya son las 8 de la noche.

Por la parte de atrás del oscuro jardín sale apresurado como un fantasma un perro de raza springer de manchas cafés con blanco corriendo muy alegre. Se le movían las orejas largas muy graciosas como si también ellas manifestaran alegría, ya que sabía que lo iban a sacar de casa y esto lo disfrutaba mucho.

Era una noche en que se veían pocas estrellas ya que había una gran luna, se sentía un clima tan agradable que la invitaba a estar con ella fuera de su casa.

Abrió la puerta del coche y su mascota se coloca en su lugar destinado para él.

Arrancó el vehículo. Bajó las ventanas y Balto se acomodó en una de ellas, asomando su cara irradiando felicidad. Estaba muy agitado de la emoción por lo que traía la lengua de fuera.

Marcia tenía la costumbre de prender el radio para escucharlo mientras manejaba.

—A ver si encontramos buena música en el radio, Balto —le dijo Marcia.

“Soy infeliz porque no estás aquí…”, recitaba la canción.

—Ay, no, ¿qué es esto? —exclamó.

Cambia de estación de radio.

“Hubo otra balacera y los sicarios se dieron a la fuga…”.

“¿Y los padres de estas personas? ¿En dónde estaban ellos cuando más los necesitaban?”, siempre se cuestionaba.

Ellos no nacieron siendo malos.

Ser padres no es fácil, desde que nacen tenemos una gran responsabilidad en sus manos, debemos de estar atentos y en comunicación con ellos, con quién se juntan y qué hacen. Muchos jóvenes que están en la cárcel hubieran deseado que sus padres los hubieran disciplinado, a pesar de que en esa edad no les gustaba porque no lo entendían y renegaban tanto.

 

Marcia, como educadora, sabía cómo un niño era distinto cuando él recibía atención de los padres, se los veía desde sus expresiones, su forma de hablar, su forma de ver las cosas, de relacionarse, hasta en su capacidad intelectual.

Sí, hay varios niños que nacen con problemas genéticos, hereditarios, pero esos niños se pueden encaminar con un poco más de esfuerzo y ayuda profesional.

Muchos padres no quieren batallar y quieren que los maestros tomen la responsabilidad con su educación personal, al igual que la espiritual.

Ella veía en cada generación que pasaba que había menos lugar para lo moral. Sabía que se deberían de promover los valores humanos, los cuales se tienen que implementar día y noche, dentro de nuestras familias. Al igual que debemos prestar oído a la voz interna para tratar de incrementar o preservar la parte buena de la naturaleza humana, la idea de compartir con otro, de querer al otro.

Cada familia tiene el potencial para proveer buenos valores básicos; solo hay que usar la razón y el corazón.

Y también, ¿por qué no inculcarles desde niños el deporte? Es bueno que empiecen con una disciplina. Ahora los niños son cada vez más indisciplinados; ya no respetan ni a las personas mayores.

Volvió a cambiar de estación.

“Les ofrecemos grandes descuentos en la sección de…”.

—En esta estación, puros anuncios —replicó.

Presionó otro botón del aparato y escuchó:

—Sí, les voy a dar el testimonio de mi vida…

A Marcia le llamó la atención esta frase. Llegó a su destino, se estacionó, se acomodó en su asiento del coche afuera de la escuela de sus hijos mientras escuchaba. A su vez, Balto estaba muy a la expectativa a que los alumnos salieran para reconocer a sus grandes amigos.

Era una noche tranquila. Marcia no recordaba que sus hijos le habían informado que iban a salir más tarde. Pero en lugar de enfadarse, se alegró, ya que tuvo el gozo de escuchar esta historia, nunca se imaginó que iba a hacer inspiración para escribir este libro.

DECIDIR QUÉ MATERIA ESCOGER

Mi niñez la viví en un estado del norte de México. Mi familia era muy reconocida por el éxito del trabajo de mi padre y por lo caritativa que era mi madre. Ellos me inscribieron en uno de los colegios más reconocidos de la ciudad; era una escuela que tenía la más alta tecnología del país. Yo tenía 15 años; en ese tiempo empezaban a comercializar las computadoras. Nos daban a escoger, entre otras materias, la de computación, la cual yo tomé.

Fue tanto mi gusto por esta materia que la aprendí rápidamente. Sentí que tenía habilidad para esto; nunca me imaginé en qué forma me iba a beneficiar esta decisión años después.

Me llevaba muy bien con mis amigos, muchos teníamos algo en común: ese sentimiento de soledad tan característico que uno refleja cuando los padres son ausentes.

Mis padres fueron muy buenos, pero sentía que no existía esa comunicación por todos sus compromisos que tenían. Parecía que tenían contados los minutos para platicar conmigo.

Vivíamos en una casa muy lujosa con pisos de mármol de diferentes colores que formaban elegantes diseños. En las áreas principales había tapetes marroquíes y adornos de todas partes del mundo. Cuando entraba, llegaba ese olor tan peculiar que lo daba el cedro que estaba labrado en cada rincón. Tenía un comedor muy grande, el cual muchas veces se utilizaba en las grandes fiestas que se organizaban. Había una alberca forrada de mosaicos chicos de diferentes tipos de color azul, los cuales formaban dibujos de sirenas. Este lugar era mi preferido, ya que disfrutaba nadar y más cuando invitaba a mis amigos y nos pasábamos muchas horas jugando sin sentirlas. Desde este lugar tenía una vista al gran jardín, en donde frecuentemente se organizaban carnes asadas.

Yo, al ser hijo único, me hicieron un cuarto inmenso. Contaba con un televisor, toda clase de juegos que estaban de moda, instrumentos musicales, raquetas, pelotas de diferentes deportes, había armarios grandes donde guardaba tanta ropa que algunas veces ni me acordaba que existían y cuando me las ponía ya no me quedaban.

Parecía que lo tenía todo, pero esto no me daba felicidad, sentía insatisfacción.

En las tardes gozaba trabajar en la computadora que me regalaron en Navidad.

Siempre en este día, cuando bajaba a ver los regalos que estaban en el árbol, me encontraba con dos grupos, uno de los que me daban mis papás, donde había todo lo que había pedido, y el otro era una montaña de regalos de los más sofisticados y difíciles para conseguir. Cada año para mí era un misterio, ya que no sabía quién me los enviaba, era un secreto que siempre mis padres guardaban, cuando les cuestionaba, ellos bajaban su mirada, se les reflejaba una tristeza tan profunda que decidí no volver a preguntar.

Me cuestionaba: ¿quién será esa persona? ¿Por qué me los envía a mí? ¿Yo qué significo para él o ella? ¿De dónde obtuvo estos juegos electrónicos que no conocía? ¿Lo habré visto algún día? ¿Por qué me los envía si no lo conozco?

Todas estas preguntas se me esfumaban cuando gozaba de ellos.

Una Navidad, en ese grupo de regalos tan misteriosos, encontré una computadora. En ese tiempo era muy difícil conseguir una de ese diseño tan especial. Era una máquina con una tecnología poco vista.

Especialmente en esa ocasión les insistí más a mis padres, al grado de exigirles, que me dijeran acerca de esta persona tan generosa y cuál era el motivo para que él me diera este tipo de regalos; pero, como siempre, no tuve respuesta, me enfadé con ellos, les grité y hasta llegué a insultarlos de desesperación. Me fui a mi cuarto y me sentí más solo que nunca. Al darme cuenta de que mis papás me ocultaban algo, hacía que no confiara en ellos.

Se hacía cada vez más grande la distancia entre nosotros. Yo quería estar con ellos más tiempo, jugar, hablar, estudiar juntos. Sin embargo, pocas veces podían. Pero ahora, por lo que he pasado en mi vida, ya alcancé a entender por qué me ocultaban la verdad acerca de estos regalos, verdad que nunca me hubiera gustado haber conocido.

DECIDIR A CUÁL AMIGO HABLARLE

Cuando llegué a mi cuarto sollozando porque no me quisieron responder las preguntas que les hacía cada año, me tiré a mi cama pensando que en poco tiempo se iba a abrir la puerta y que iban a entrar mis padres para consolarme o decirme ese secreto. Pero no fue así: tenían un compromiso. Oí cuando Raymundo, el chofer, puso en marcha el coche y los dos se subieron a él. Tenían tanta prisa que ni siquiera tuvieron tiempo de despedirse. Les había quitado un poco de su tiempo al hacerles esas preguntas…

Me acosté bocarriba. Miré todas las estrellas y planetas fosforescentes que tenía en el techo de mi cuarto. Tenía ganas de estar con alguien, pero todos mis amigos estaban con sus familiares o con sus hermanos, y yo no tenía a nadie.

Mientras pensaba, recordé que un día, saliendo de la escuela, Ramón, mi compañero de clase tan misterioso, se acercó a mí, me enseñó un pequeño bulto que tenía adentro de su calceta, me dijo que era algo que me iba a gustar probarlo, ya que me sentiría muy bien; iba a tener momentos de relajación. Se dio cuenta de que quería saber más, por lo que me dio una tarjeta, la cual guardé.

Desesperado, abrí mis cajones moviendo y sacando todo para encontrarla; mis armarios los abrí para buscarla en algún lugar, sin tener éxito. Tenía que encontrarla, busqué entre los libros, adentro de la mochila, en las bolsas de mis abrigos. Quería saber de qué se trataba. Lo necesitaba.

Después de mucha búsqueda, logré encontrarla, la sostuve en mis manos y me vino una mala sensación, por lo que la tiré y busqué a otro amigo por teléfono para ver si lo encontraba, pero no tuve éxito. Me volví a acostar. Estaba desesperado. Escuchaba a lo lejos canciones navideñas y las voces de nuestros vecinos que se juntaban con sus familias; las risas de los niños, el ladrido de un perro que jugueteaba.