Buch lesen: «Tal vez el crecimiento de un jardín sea la única forma en que los muertos pueden hablarnos»
Índice
Presentación
Biologías
The Emily Dickinson’s Herbarium
Flores que abren por error
Casa verde para el insomnio
Canción por la muerte del jardinero
Moneda apretada entre los dientes
Días de Carlos cuando despertó
En defensa de Allen Ginsberg
Apuntes para un invernadero
Oda
Imitación de la muerte
(Salmo tres)
(Salmo siete)
(Salmo nueve)
Cantos
Canción de hierro y horizonte
Imaginaciones
Abrí de nuevo Los frágiles hijos de la mandrágora,
La verdadera forma del asfódelo (Asphodelus verus albus). Acuarela sobre papel, 15 x 20 cm
Un pensamiento en forma de poema
Imaginaciones
Palabras para tensar una cuerda
Óbolo
El fuego y las polillas
Una música para San Antonio
Al contra luz de las cosas
Tren de Caronte
Sobre-vivir
No hay nada, sólo son los árboles
Epílogo
La luna era una telaraña azul quemándose en la imaginación
Presentación
En las presentaciones de años anteriores de los libros ganadores del Premio de Literatura Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco expliqué la aparente incongruencia de que un museo de historia natural creara un premio de literatura con el nombre de José Emilio.1 Expuse que, al establecer este premio, la Universidad de Guadalajara tomaba su poema “Alta traición” como ejemplo de una ética en construcción por la naturaleza, por la ciudad y por las personas. Sus versos evocan el espíritu de nuestro nuevo espacio en construcción, el Museo de Ciencias Ambientales, para innovar en la creación de un futuro que permita albergar lo vivo; para no excluirnos de nuestro propio futuro. Pero la presentación de este nuevo libro no puede ser igual, porque, además de que el premio cumple cinco años, todo ha sido inusual en este pandémico año 2020. Siguiendo la tradición de utilizar quinquenios para evaluar lo pasado y planificar lo futuro, es necesario hacer un recuento de lo transcurrido.
Hace unos 25 años, la poeta estadounidense Mary Mercier, del Nelson Institute de la Universidad de Wisconsin-Madison, me orientó hacia la revista Orion sobre arte y literatura de la naturaleza. Los poemas y ensayos premiados con el John Hays Award me encantaron, y sentí que debíamos tener algo similar en el idioma español. Letras que nos ayudaran a combatir el “desorden del déficit de naturaleza”. Lo busqué, pero no lo encontré. Casi una década después, en el 2003, le consulté al escritor peruano José Miguel Oviedo, a quien mi esposa Marichuy le servía como anfitriona en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, si él veía mérito alguno en que iniciáramos un premio de literatura en español sobre la naturaleza en el contexto de los procesos de degradación ambiental planetaria. No solo le entusiasmó la idea, sino que me hizo una sugerencia: “Si fuera por trayectoria, unos de los primeros ganadores creo que debe ser José Emilio Pacheco”. Propuse la instalación de dicho premio al comité académico de la FIL, del cual yo formaba parte en aquel entonces, pero la sugerencia no prosperó. (Aunque me satisfizo que de esa discusión naciera en 2005 el Premio Nacional de Periodismo Ambiental de la Universidad de Guadalajara, mismo que desgraciadamente se descontinuó, pero que hoy creo es más necesario que entonces.) Después de arrastrar la idea por más de dos décadas, con las valiosas contribuciones de Juan Nepote, en 2011 redactamos la primera propuesta para crear el premio, mismo que llamamos “Letras de la Naturaleza”.
Finalmente, con el apoyo de Raúl Padilla y Marisol Schulz, pudimos iniciar el premio en el marco del proyecto del nuevo Museo de Ciencias Ambientales. José Emilio lamentablemente falleció en 2014, y nos surgió la idea de que el premio llevara su nombre para que cada año se honrara la memoria del gran poeta mexicano. Se lo propusimos a Cristina Pacheco, quien no solo abrazó la idea, sino que con gentileza y compromiso nos ayudó a establecer un comité de honor multidisciplinario constituido por Coral Bracho, Mónica Lavín, José Sarukhán, Fernando González Gortázar e Ignacio Solares. Acorde a la misión del museo en ciernes de “comprender la ciudad e inspirar la conservación de la naturaleza que la sustenta”, el comité de honor decidió bautizarlo con el nombre “Premio de Literatura Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco”. Se lanzó en el 2015, y en su discurso de presentación, Raúl Padilla manifestó: “Este premio fomenta la creación de un nuevo espacio de encuentro entre la literatura, la naturaleza y la ciencia. El premio incentivará el uso de la literatura para apreciar estéticamente y emocionalmente la naturaleza, explorar el conocimiento científico y la dependencia urbana de los paisajes y procesos naturales.” El primer fallo del jurado se emitió en el género poesía en el 2016.2
A pesar de su juventud, el premio se ha consolidado en el mundo hispanoparlante. En estos tiempos donde la mentira ya no es vergonzosa, donde se niegan los hechos y las evidencias que son el soporte de la ciencia y de la justicia, los datos, aunque aburridos (pero no alternativos), son necesarios para sustentar mi aseveración. Durante sus breves cinco años de existencia, el premio ha recibido un total de 531 obras (406 en poesía y 125 en cuento), provenientes de 155 ciudades ubicadas en 20 países de América del Norte, Central y del Sur, el Caribe, Europa y el Oriente Medio. En México han participado escritores de 101 ciudades de cada una de las 32 entidades federativas. Excluyendo el primer año cuyas reglas de participación fueron diferentes, en los dos años posteriores, en el género de poesía se recibieron en promedio 128 obras por año, provenientes de 64 ciudades de 13 países. En contraste, para el género cuento se recibieron en promedio 63 obras por año, que llegaron de 24 ciudades de 6 países. Los países recurrentes cada año en el género de cuento fueron: México, España, EE. UU. y Argentina. El 77% del total de obras recibidas fue del género de poesía, y este mismo porcentaje de poesía se evidenció para las obras sometidas tanto por mujeres como por hombres. De las 531 obras recibidas, el 35% fueron escritas por mujeres, y ese mismo porcentaje se reflejó tanto para cuento como para poesía. La presidenta del primer jurado, Coral Bracho, generó una hipótesis para explicar la buena recepción del premio: “… pasé más tiempo del esperado evaluando los poemarios porque, si bien para algunos ya había determinado que no alcanzaban el nivel literario requerido, los continuaba leyendo por sus textos fascinantes. Siento que la temática de este premio ha abierto un incipiente nicho literario.” También contribuye a su posicionamiento internacional el que sea de los que ofrece la mayor bolsa del mundo (10 mil dólares) de un premio especializado en literatura en español sobre naturaleza/ciencia, y que, en cualquier idioma, solo se le comparan las bolsas del E. O. Wilson Literary Science Writing Award del PEN Club y el recién creado Nan Shepherd Prize.
Hemos sido afortunados en contar en el jurado con poetas de la talla de Coral Bracho, Silvia Eugenia Castillero, Hernán Bravo Varela, Tedi López Mills, José María Espinaza, Elisa Díaz Castelo y Pura López Colomé. También en contar con escritores de primer nivel, como Ana García Bergua, Mónica Lavín, Eduardo Antonio Parra, Beatriz Espejo, Vicente Quirarte y Alberto Chimal, en los jurados del género de cuento. El premio ha tenido seis ganadores en sus cinco ediciones (el primer año el jurado seleccionó dos ganadores ex aequo).3 De estos, cuatro han sido hombres y dos mujeres, de nacionalidades argentina, venezolana y mexicana. Curiosamente, los dos ganadores en el género de cuento han sido mujeres, y los cuatro ganadores en el género poesía han sido hombres. Cuatro de los seis ganadores tenían 35 o menos años de edad al ganar; se descubrieron nuevas plumas jóvenes.
Pero, además de cumplir cinco años, otras cosas hacen especial esta edición. Lo primero es que, en los 34 años de existencia de la FIL, esta será la primera vez que los premios se entregan de forma no presencial. A causa de la pandemia de Covid-19, el jurado tuvo que sesionar a distancia por vía electrónica (¡Malas!); pero, por ese motivo, también pudimos dar la noticia al ganador mirándolo en una pantalla en su hogar yucateco (donde, en el fondo, colgaba una hamaca), y pudimos intercambiar sonrisas y compartir gestos y aplausos (¡Buenas!). También este año es especial porque la FIL fue galardonada con el prestigioso Premio Princesa de Asturias en Comunicación y Humanidades, y, además, la UNESCO anunció que Guadalajara fue designada Capital Mundial del Libro 2022.
Pero tal vez lo más relevante es que en este año nos ha tocado vivir la primera gran pandemia global del siglo XXI causada por el SARS-COV-2. Una pandemia que nos recordó que somos animales, y doblegó a los mercados comerciales más poderosos del mundo. Y puso de manifiesto las grandes contradicciones de los sistemas éticos y económicos de la humanidad. Que nos obligó a categorizarnos entre trabajadores “esenciales” y “no esenciales”, y a los segundos les pedimos que se quedaran en sus casas, porque no los necesitábamos. Y a los primeros los obligamos a presentarse a trabajar, arriesgando sus vidas por contagio, para que nuestra sociedad pudiera seguir funcionando. Estos trabajadores “esenciales” que nos salvaron son, además de los trabajadores del sistema de salud, protección civil y seguridad ciudadana, los recolectores de basura, dispensadores de gasolina, trabajadores del campo y despachadores en tiendas de alimentos, entre otros. Si son tan esenciales, ¿por qué les pagamos salarios tan bajos y no les ofrecemos garantías laborales y seguridad de salud para sus familias y educación para sus hijos? La pandemia sacó a flote la hipocresía cínica de la inequidad. Y no será la última.
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