Sumido en las sombras

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Sumido en las sombras
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García, Marcelo



 Sumido en las sombras / Marcelo García. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.



 Libro digital, EPUB




 Archivo Digital: online



 ISBN 978-987-87-0812-6




 1. Novelas. 2. Narrativa Argentina. I. Título.



 CDD A863






Editorial Autores de Argentina



www.autoresdeargentina.com



Mail: info@autoresdeargentina.com








Para mi familia, mis amigos



y esa estrella que se me fue antes de tiempo





1. Una particular elección



República de Damasca – Martes 20 de noviembre de 2035 – Edificio de PetrolCorp



Nunca era suficiente sol en medio del desierto, la tarde parecía definir una peculiar campaña que había sido bastante elocuente para sus candidatos. Estábamos en el edificio de PetrolCorp, el centro de la ciudad se erguía alrededor de ese monstruoso rascacielos, el único de setenta y cinco pisos, solo los últimos cinco eran exclusivamente para la empresa, el resto era para compañías conexas de sus servicios y dos empresas de seguridad privada se alojaban en los pisos inferiores.



Allí la vista era algo espectacular, todo se perdía en las dunas al fondo del paisaje. Más allá de las murallas, podían visualizarse, además de gran parte de la ciudad, algunos pueblos que conformaban parte de este nuevo país. Esto alguna vez había sido un árido desierto perdido en el sur de Siria, hoy convertido en la República Democrática de Damasca. Un joven país que cumplía su tercera elección en el noveno año de su fundación.



—Esa vista jamás me va a cansar. –Un elegante señor se hizo presente en la habitación. Caminaba con un bastón sobre el cual apoyaba todo su peso; su pelo negro ya cubierto en su mayor parte por canas. Me miraba con una sonrisa prometedora.



—Canciller, lamento molestarlo con estos formalismos, pero es el documento que el señor Lincoln me pidió firmar para continuar con el desarrollo de la Zona Cuatro.



—Por un momento pensé que Joseph nos acompañaría. –Su rostro dejó entrever algo de desazón, disimulada rápidamente con su filosofía oriental.



Se acercó a mi lugar y estrechó su mano con la mía, guardaba vigor para alguien de su edad. Este hombre era la leyenda viviente de cómo levantar un imperio en poco menos de treinta años. Había luchado contra todo tipo de obstáculos para fundar un país libre de conflictos, en el medio de un territorio hostil e incapaz de crear algo y mantenerlo sin caer en las típicas luchas religiosas entre chiitas, sunitas o un hinduismo que se había vuelto sangriento y rencoroso.



—Está brindando una charla en la facultad de Derecho, entienda que la campaña lo tiene de aquí para allá –traté de disculparme, aunque hablaba con la pura verdad.



—Lo entiendo mejor que nadie, chico. –Se acomodaba los lentes marrones que se ajustaban a su cara. Al lado mío, ambos mirando el horizonte como si nada de lo que nos rodeara importara tuvimos unos segundos de paz tan anhelados en ese momento de extremo bullicio.



—No deseo robarte tiempo, sé que la eficiencia apremia. Espero realmente que Joseph sea mi sucesor. Él entiende como nadie la política –lo elogió como un quinceañero a su ídolo.



—No creo que tengamos otro líder como usted, canciller. –Conocía parte de su historia, había tenido la posibilidad de leer su biografía, indagar en su biblioteca, más los comentarios que Joseph me había brindado de él, lo tornaban en una auténtica leyenda. Era visto en la comunidad internacional como un brillante estratega y un magnífico orador. Su carisma era un camión en máxima velocidad sin frenos, atropellaba todo lo que se le cruzaba. Nadie, absolutamente nadie estaba tan preparado como él. Lastimosamente su salud se vio largamente deteriorada por una enfermedad que lo consumió por completo. Hoy era una sombra de esa imponente persona que se paró en el centro de la ONU y declaró su intención de refundar Oriente Medio desde sus entrañas.



—No necesitas lamer mis botas, niño. Si juegas bien tus cartas, quién dice que algún día estés en este lugar, luchando por alguien más que solo por otro líder. –Me regaló una sonrisa muy convincente. El zorro todavía mostraba alguna de sus mañas.



—Aspiro a cumplir un buen rol dentro de las filas del Sr. Lincoln de la mejor manera que pueda. –Apoyé la carpeta sobre la mesa y extendí una pluma que saqué del bolsillo de mi chaqueta. El aire acondicionado en esa pomposa habitación estaba al máximo, por ende, el calor que azoraba la zona era simplemente peligroso en las calles.



El Sr. Mitsuito Hoshida se acercó a la mesa, con un ritmo cansino, y tomó asiento mientras pasaba sus ojos sobre ese documento de dos páginas.



El salón era realmente enorme, tenía una mesa larga para no menos de veinte personas, sillones de cuero negro, tres plantas muy bien cuidadas en los extremos. Si bien la enorme pantalla en la pared del centro del salón llamaba la atención, un montón de fotos de distintos encuentros allí colgadas eran dignas del recuerdo. En su mayoría eran del actual canciller con distintas figuras políticas, algunas internacionales que habían hecho una breve visita al Palacio de Gobierno y también de figuras del espectáculo que viajaban para dar su apoyo a una causa en su momento con altibajos.



—Creo que puedo hacer unas correcciones si me lo permites.



Abrió el botón de su traje, sin que su corbata se despegara de su camisa, y tomó su propia pluma.



—Sabes, chico, esta birome me la regalaron en cuanto entré a PetrolCorp y quedó conmigo desde entonces. He reemplazado su cartucho unas veinte veces, pero jamás he tocado su estructura, ciertos pilares deben permanecer intactos y saber de dónde vienen para saber hacia dónde van.



—Entiendo, usted menciona que si uno mantiene su integridad puede llegar lejos. –Era una persona rodeada de metáforas y enseñanzas de vida. Un tipo como él no podía ser tomado a la ligera. Su cabeza se encontraba a años luz de todo el resto de los mortales.



Sonrió y comenzó con las correcciones.



—No, simplemente es una pluma que ya ha cumplido su ciclo. –Me miró, me estudió con su ceño al menos unas cuantas veces.



—¿Qué opinas de nuestra actual situación? –Tachaba algunas palabras y las reemplazaba con otras



—Debemos comenzar a explotar agricultura en el norte, las granjas están creciendo muy por debajo de nuestra necesidad de alimentos, si la población mantiene su ritmo de crecimiento exponencial en pocos años deberemos importar alimentos. Se tiene que implementar un sistema de riego mucho más efectivo en el sur si queremos ampliar esa zona rural. La ciudad requiere mejorar la central eléctrica, la cantidad de aparatos está desbordando la capacidad de energía que generamos. En dos años deberemos comenzar a crear un circuito que nos permita ampliar nuestras fronteras y por si fuera poco hay algunos fanáticos religiosos hospedándose en los muros de esta ciudad.



—Parece que hay mucho trabajo, no he hecho bien las cosas según mencionas. –Me miraba serio, esperando una respuesta.



—Jamás podría decir que no ha hecho un buen trabajo, canciller, de no ser por usted esto seguiría siendo un pedazo de tierra de Siria abandonado por la pobreza y las guerras tribales. Ha hecho milagros con tan poco. Pero para ser completamente franco, el crecimiento de la zona ha desbordado todos los pronósticos con que contábamos desde el principio. Si no logramos atenuar todos los frentes terminaremos en problemas antes de tiempo.



—Parece que Joseph tiene un buen jefe de gabinete. –Dio vuelta la hoja y extendió su firma–. Debes corregir esos párrafos y enviarme a un mensajero, que los tendrás con la firma final en tu oficina antes del día de las elecciones.



—Será una votación cerrada –dije sin percatarme de la entrada de otro gran personaje de esta contienda.



—Esperemos que por mi bien no lo sea. –El candidato opositor Rudolph Best hacía su aparición, nos miraba a ambos el actual presidente de PetrolCorp y rival de mi jefe. Era un tipo alto, su cabellera rubia y prolija se destacaba de un lujoso traje marrón, manejaba un aire de superioridad solo visible al verlo caminar.



—Gracias por recibirme, Sr. Best. –Hoshida hacía una reverencia aireada dejando a su interlocutor con un incómodo saludo.



—Por favor, señor canciller, es un honor tenerlo en su vieja oficina, de no ser por usted jamás habría inspirado a muchos en el mundo de la política. –Me miró e hizo que su secretaria le trajera algo para tomar.



—Si no tienes nada pendiente, chico, creo que es hora de que hagas el trabajo para el que se te paga. –Su señal de desprecio me era indiferente, nunca supe comprender a esos tipos que por un alto cargo piensan que el poder les es propio.



Sin contestarle a alguien que merecía una dosis de jarabe mandibular, saludé a ambos con el respeto que merecen y me retiré de allí sin chistar, estos dos tendrían algo de qué hablar y yo era sin duda el tercero en discordia.



Hoshida había sido presidente de PetrolCorp antes de lanzarse a su propia candidatura, una de las cláusulas que había impuesto para evitar que la compañía manejara los intereses de los ciudadanos fue que el canciller electo no ejerciera dobles cargos ni tuviese relación directa con PetrolCorp, de lo contrario sería inhabilitado para la política el resto de sus días. Dicho en pocas palabras, “si quieres quedarte en PetrolCorp hazlo, pero no jodas a los demás”.

 



Martes 20 de noviembre de 2035 por la tarde – Universidad Damasquense



Llegué a esa charla en el auditorio central, que estaba repleto de gente, no solo los lugares no alcanzaban, sino que los monitores estaban encendidos para que las personas que estuviesen fuera de la sala pudieran escucharlo.



—Tenemos mucho para mejorar, vamos por el camino correcto. Mi equipo está preparado para avanzar en esas vicisitudes que los asustan en el futuro. Mantendremos el camino que nuestro actual canciller nos ha brindado, ello no quita que tengamos que trabajar duramente para seguir mejorando en el día a día. Estoy convencido de que seguiremos aportando a sus vidas cotidianas como venimos trabajando hasta ahora. Hemos recorrido un largo camino que sin lugar a duda debemos continuar, ustedes me lo hacen saber en cada reunión, en cada palabra de aliento. Esto solo es el principio de algo mucho más grande. –Lincoln caminaba de lado a lado mirando a los ojos cautivados de sus oyentes. No le llegaba a los talones al actual canciller, pero lo compensaba con un carisma fuera de lo común



Era un discurso contundente y esperanzador, algo a lo que apuntamos en toda la campaña. Mientras Best gastaba cientos de dólares en propaganda y publicidad baratas, nosotros llevábamos todo a pulmón, reuniones en grandes plazas o en las distintas mezquitas, cuando los líderes nos lo permitían. Ningún candidato osaba meterse en discusiones religiosas, eso sería un crimen político de primer grado. Se respetaban sus costumbres y sus horarios de rezo. Teníamos un crisol de comunidades que habían apostado por una vida mucho más estable en comparación de los territorios aledaños. Debíamos honrar ese juramento de protección por sobre todas las cosas.



—Debes venir a ver esto. –Detrás de bambalinas la asistente personal de nuestro candidato a vice, Romina Jauregui, me susurraba al oído para que me acercara a una pantalla alejada de la sala. Particularmente tenía sentimientos encontrados con ella, no era su llamativa belleza, ondeaba ese pelo rubio y sus ojos azules con una velocidad pasmosa, sino su capacidad para manejar situaciones tensas, incluso frente a la prensa, lo que me impresionaba, era una excelente batalladora en el campo. Manejaba con una agilidad poco común toda la publicidad que se posaba sobre la vice, la llamábamos el Águila del Desierto, no se le pasaba un solo detalle. Lincoln lo sabía y decidió tenerla a su lado cubriendo a su coequiper, no importara el costo.



Mi tarea fue convencerla, no sin algunas chelas de por medio y un gran proyecto que en ese momento era solo una bonita tesis facultativa. Ello conlleva a una breve historia.




23 de marzo de 2030. Fundación Pro Hogar,

Burdeos, Francia



—No creo que sea un buen trato –dije mientras me acomodaba el esmoquin en el Corolla que nos llevaba directamente a la fiesta para recaudar fondos. La misma reunión en que asistíamos todos los años como invitados de la fundación. En nuestro poco tiempo colaborábamos con los Pro Hogar inculcando un espíritu de equidad ante la sombra de nuestros políticos. Era un momento de relajación mientras pensábamos en los más necesitados, teníamos un objetivo monetario bastante alto, debíamos poner la mejor cara y tratar de alegrar los bolsillos de las personalidades más ariscas de la política.



—El trato fue lo mejor que se dio en circunstancias adversas. –Nicolás Lacraux me miraba con algo de escepticismo. Estábamos enfrascados en una fusión de dos grandes de la telefonía. La empresa más grande se había devorado a la chica con un enorme desembolso de dinero en acciones, no era un movimiento esperado en el mercado y a muchos les hizo ruido el giro inesperado del trato, pues se comentaba que antes de estos movimientos, la idea era dar un giro a las actividades comerciales y llevarlas a otro campo de lucha mucho menos minado que el de las telecomunicadoras.



—¡Querían su tecnología! ¿Cómo explicas ese anuncio explosivo que nunca sucedió? ¡Está claro que tenían un as bajo la manga y no se lo dejaron usar! –Me reí mientras acomodaba el moño del esmoquin nuevamente.



—Te noto inquieto –me dijo dándome una mano con el problema. Este moño me estaba apretando demasiado, desde que la corbata perdió su encanto comencé a perder mi paciencia en este tipo de eventos. Nicolás era un intrépido empresario, se dedicaba al periodismo digital y tenía contactos en todas las esferas. Es la típica persona que toca el timbre y dejas pasar a tu casa, pero no le muestras tus habitaciones.



—Quisiera estar dando clase ante una jauría de lobos que presenciar estos actos frívolos, me parece todo un cuadro bonito que no muestra el verdadero arte de su pincelada. Parece una reunión de viejos adinerados que no saben qué hacer con su tiempo –le dije mientras a la distancia podía ver la impactante mansión de la condesa de Gorciu’s, un palacio de doscientas cuarenta y tantas habitaciones.



—¿Puedo tomarlo como una declaración del futuro jefe de campaña del Sr. Lincoln? –Se rio porque venía contemplando mi respuesta en su cabeza.



—Lo puedes tomar con una buena cosecha del 80 si no quieres que pierda su valor. Aún no tomé la decisión. –Lo miré para dejar la conversación en tablas.



—A tu amigo de más de veinte años no puedes engañarlo, esa decisión fue tomada antes de que te hagan la propuesta. –Me conocía mejor que yo. Al otro lado de la mansión, el río deslumbraba por el reflejo de la luna descansando sobre ella. El lugar era digno de una película donde el espía asiste a una mansión descomunal buscando a su objetivo, tapado entre las distintas caretas que el baile propiciaba. Allí lo recordé:



—¡¡Olvidé la careta!! –Me acaricié la frente e insulté por lo bajo por mi descuido.



—No te frustres, con tanta belleza pensarán que tienes una máscara –me cargaba el muy truhan.



Todos estaban bajando de sus autos deportivos, desde estrellas de cine hasta los políticos de la más alta estirpe, pasamos al menos tres controles de seguridad. Organizar esto debía ser una pesadilla en todo sentido.



—Mira, allí está el guitarrista Will Dash con la publicista Romina Jauregui, toda una preciosura si me entiendes. –Aparentemente se conocían del medio y la catalogaba como una auténtica leona, era fría y calculadora como pocas mujeres en su rubro. Mi mirada se perdió en su belleza, creo que no recordaba a una persona más deslumbrante que ella. El vestido blanco le calzaba como anillo al dedo, sabía lo suficiente de moda como para saber que ese corte solo lo podía llevar alguien con una confianza descomunal.



—Qué rápido te han hechizado. –Nicolás caminó hacia una horda de políticos de primera línea, la hora de la recaudación había comenzado. Tuve algunos momentos de recuerdo, muchos me preguntaban sobre la candidatura de Lincoln y hasta cuánto estaba metido en ese barro. Procuré deslizar el tema para otro momento, esto era para la fundación y solo para ellos.



—Se acabó la champaña, ¿puedes acercarnos unos vasos? –La primera dama de Bulgaria me había pedido bebida, claramente me confundió con uno de los mozos de la fiesta. Me causó gracia, pero no por ello iba a dejar de cumplir el pedido de una dama. Me acerqué hasta una de las mesas que ofrecían todo tipo de bocadillos cuando en uno de los rincones la pareja que había visto en la entrada parecía estar peleando. El cantante claramente estaba borracho y ella lo quería contener, no estaba dando la talla para esa pequeña pelea. Él movió uno de los vasos que tenía en la mano y la arrastró dentro de una de las habitaciones, tomé interés en el conflicto, en parte por curiosidad, en parte… por ella. Me acerqué como cual vecino chismoso se acerca a una de las paredes para saber de qué hablan sus vecinos, la puerta entreabierta me facilitó toda la tarea de espionaje.



—¿No puedes frenar tu adicción, aunque sea una puta fiesta? –Ella estaba completamente sacada. Con justa razón apuntaba su furia a su pareja, la cual estaba lejos de su mejor momento.



—Relájate, mi amor, estamos reunidos con la lacra, estos infelices definen su vida por encima de la nuestra. –Era evidente que estaba ebrio, balbuceaba con extrema facilidad y le costaba mantenerse en equilibrio.



—¡Es mi trabajo, infeliz! Yo hago de todo para acompañarte a tus giras, me pides cosas que considero que ni una novia coherente cumpliría y lo único que te pido es que te comportes, es importante para mí. –Ella estaba al borde del llanto. Él se acercó para abrazarla, pero ella lo rechazó, de pronto ocurrió lo único que me haría intervenir.



—A mí nadie me rechaza. –Él se abalanzó sobre ella, estaba a punto de propasarse mientras ella se resistía.



—Ni se te ocurra –intervine casi sin pensarlo.



El tipo se alejó hacia la otra punta, estaba notoriamente cabreado.



—¿Estás bien? –Me acerqué a ella que estaba asustada, me miraba como un cachorro recién nacido a su madre. Sin embargo, recuperó su entereza en segundos.



—Sí, estoy bien, nada que no pudiera… Will ¡No! –No me dio el tiempo para correrme, el muy cobarde me atacó por detrás. El golpe no fue certero y la violencia se vio disminuida por el alcohol, la sorpresa, en cambio, se llevó los laureles.



Sin dudarlo me di vuelta y le encajé un castañazo, para un tipo no violento no significó mucho, pero se notaba que él tampoco estaba acostumbrado a recibir los golpes. Nos enfrascamos en una lucha callejera, ambos repartimos golpes por doquier, más que nada al aire. Ella estaba intentando calmarnos sin mucho éxito hasta que un golpe al mentón me dejó pagando. El rockstar salió victorioso, miró a Romina y volvió a la fiesta, con los magullones propios de la pelea.



Traté de recomponerme de tan amarga situación, no solo fui vencido, sino que quedé como un perdedor ante semejante mujer. Mi orgullo estaba completamente magullado.



—Lo siento, él no es así la mayor parte del tiempo. –Se arrodilló y sacó un pañuelo de su diminuta cartera. Trató de secar la sangre de mi nariz, de mi barbilla.



—Salgamos de aquí –le dije mientras me ponía de pie. Era inútil quedarme en la fiesta en el estado en el que estaba. No quería llamar la atención ni atraer a la prensa amarillista que tanto odiaba.



Ella asintió y nos escapamos por la puerta de servicio, mientras todo el personal del palacio nos miraba sorprendido.



Romina, quien había traído auto propio, fue mi chofer, salimos de ahí en un santiamén, bajamos la colina y paramos en un supermercado en medio de la carretera.



—Vamos a limpiar tus heridas. –Miró mi camisa, la cual estaba manchada de rojo en gran parte del cuello–. Espera aquí –me ordenó.



Me bajé del auto mientras ella, vestida como una princesa encantada, ingresaba al local, desencajaba con la gente del lugar con solo una mirada, y no fue una sola porque se las llevaba todas consigo.



Una suave brisa soplaba por encima de mi rostro, era cálida para esa época del año. Pensaba en esa oportunidad en que mi profesor, el catedrático Lincoln, me había ofrecido para formar un partido en una nueva nación que tenía todo por crecer. Ello significaría tener que empacar todo y comenzar de cero en una tierra cuanto menos inhóspita.



—Aquí tengo lo necesario, si el paciente me acepta. –Sonrió por segunda vez, debo admitir que lucía como una reina con todos los honores que se le pudieran otorgar. Me senté en la orilla del escalón del supermercado y me quedé mirándola mientras utilizaba el alcohol sobre mi cara con el cuidado que se tomaba en pasarme la gasa.



—Jamás pensé que vería al Sr. Mark Handsen inmiscuido en una pelea, supuse que lo suyo eran la estadística y la oratoria –trató de ser conciliatoria. Me conocía, aunque mi reputación no era tan popular.



—No puedo huir de las damiselas en peligro. –Pero yo no estaba para banderas blancas.



—¿Qué te hace suponer que estaba en peligro? No hay nada que no pueda controlar. –Su aire superador era un brío de alguien acorralado en su propia trampa.



Sonreí y la dejé ganar, no sin antes preguntarle qué es lo que había visto en él. De alguna manera sabía que esa victoria la reconfortaría un poco después de lo que sufrió en esa fiesta.



—Al menos no terminamos arrancando billetes de algún viejo estirado. –Ella rio con un exabrupto que no repetiría, salvo en dos oportunidades, su carcajada era bastante llamativa.



El resto de la noche no tuvo una mención de honor a excepción de un hot dog y una cerveza al portador. Solo ambos sabíamos que esto era el comienzo de algo, ella no era una damisela y yo ningún caballero, pero a partir de allí un vínculo que fue creciendo se formó entre nosotros. Las reuniones semanales se transformaron en habituales, sobre todo si ella tenía ganas de conversar. Ya aceptado el proyecto que el Sr. Lincoln me había ofrecido, surgió un puesto a la medida de sus habilidades. Tuve que abusar del alcohol y de mis malas intenciones para captarla a nuestro partido. No fue fácil, pero me llevo todo el crédito. Había otro problema, como un ladrón de guante blanco, ella había robado mi corazón y yo ni cuenta había dado de ese estado.

 



Martes 20 de noviembre de 2035 por la tarde –

Universidad Damasquense. Continuación



—¿Qué es lo que pasa? –pregunté. En ese momento y detrás de un pequeño telón rojo pegado a la puerta de salida, la

candidata a vicepresidenta Michelle Garín

 me miraba con gesto adusto.



—Tenemos un problema bastante real. –Michelle tomaba un vaso de agua mientras me señalaba el monitor. Había sido combatiente en el ejército sirio y le aportaba a este equipo un importante plus que ninguno de sus caracteres tenía, experiencia en asuntos bélicos.



—Fuerzas iraníes han invadido el espacio terrestre de Irak en respuesta a la muerte del reportero Jasak Al Amir en terreno iraní. Tras un acalorado debate cuyo objetivo era sellar un tratado de paz, la situación se salió de control y en la misma sala de entendimiento el

vicepresidente iraní Shalam Bashir

 resultó baleado por un presunto agente iraquí, lo que generó una respuesta automática por parte del ala más dura del islamismo. –Un reportero mostraba en el momento en que se ejecutaba el disparo por parte del agresor y el tumulto de los distintos asesores que comenzaban a correr en forma despavorida, la cámara volaba por los aires y la grabación se perdía en ese mismo momento.



—El vicepresidente iraní es quien mantenía las acciones de no armisticio entre ambas partes, era la delgada línea entre la paz y la guerra. –La vicepresidenta nos dirigía la palabra a los dos.



Le pedía a uno de sus asistentes que preparara un discurso de condolencias con el país limítrofe y llamara a la calma en este momento de conflicto.



—De todas maneras, sabemos que la nueva URSS (URSD) está detrás de esto, no quiere paz en Oriente Medio, ellos apoyan el clima hostil. –La vice candidata prendía un cigarrillo a pesar de la prohibición expresa de su médico de seguir arruinando sus pulmones. Luego de abandonar su gran carrera militar la política fue su segunda arma, como general condecorado en numerosas campañas no necesitó credenciales adicionales. Ambos candidatos, Lincoln y Best, coquetearon con ella un largo tiempo, solo la vicepresidencia logró llamar la atención de esta mujer. Lejos de una vida de abstinencia y cuidados hoy su principal debilidad eran los lujos. No era precisamente una persona que midiera su apariencia púbica como algo definitorio. Gastaba en lo que quería y lo hacía sentir, fuera en tapa de revistas o en noticias extravagantes. Sin embargo, la gente tenía una extraña apreciación más allá de su excéntrica vida, las encuestas eran claras y hoy se traducían en votos.



—Sabemos que la URSS se sigue desarrollando como potencia, y más después de diezmar a China. –Mis conocimientos de política exterior podían rivalizar con cualquiera que quisiera confrontarme.



—China fue una prueba de su nuevo poderío. Tienen importantes inversores, y su nuevo líder es un idiota machista del siglo XIII. –Dio una importante pitada mientras llamaba a otro de sus asesores.



—No subestime a

Igor Kashinsky

, es un asesino de reputación en lo que alguna vez fue la KGB –le dije mientras hacía algunas anotaciones en mi agenda. Le indiqué a Romina que comenzara con un boceto con las repercusiones de este conflicto y cuidara con mucho detalle las palabras de este incidente. Más allá de incursiones, aún no se comentaba de bajas o de ataques inminentes. Seguramente escalaría en las próximas horas, pero la cautela nunca estaba de más.



—Actualízate, kiddo. –Era una extraña abreviatura de moda con la que hablaba a los que consideraba más inexpertos que uno, algo despectivo, pero no me despertaba ningún sentimiento distinto al de curiosidad–. Yo no hablaba de Igor. –Michelle me miraba develando alguna de sus cartas.



—¿A qué te refieres? –Esbocé mi mejor cara de sorpresa. Le gustaba robar protagonismo y no se lo iba a quitar si me iba a brindar algo de información.



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