Curistorias de la Segunda Guerra Mundial

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Curistorias de la Segunda Guerra Mundial
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CURISTORIAS DE LA

SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Manuel Jesús Prieto


ISBN: 978-84-15930-01-3

© Manuel Jesús Prieto, 2013

© Punto de Vista Editores, 2013

http://puntodevistaeditores.com/

info@puntodevistaeditores.com

Fotografía de cubierta: Creative Commons. Marine Corps Archives & Special Collections

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Índice

El autor

Introducción

Nazismo

Personajes

Batallas

Dichos y palabras

Guerra naval y guerra aérea

Espionaje y operaciones especiales

Objetos e hitos

El autor

Manuel Jesús Prieto. Es autor de libros y publicaciones tanto sobre divulgación histórica como sobre temas técnicos. Gran aficionado a la historia, su visitadísimo blog Curistoria recoge miles de curiosidades y anécdotas históricas y es un referente en su ámbito. Colaborador habitual en distintos programas de radio y revistas digitales, también ha sido ganador y finalista en varios concursos literarios y algunos de sus relatos han aparecido publicados en revistas y libros.

Introducción

Las dos primeras acepciones que atribuye el Diccionario de la RAE para el término anécdota son ‘relato breve de un hecho curioso que se hace como ilustración, ejemplo o entretenimiento’ y ‘suceso curioso y poco conocido, que se cuenta en dicho relato’. Bajo estas palabras se esconde el sentido del blog Curistoria, que da origen a este libro, y su orientación.

Las curistorias son narraciones cortas, sencillas, que buscan dar a conocer un hecho histórico, poco conocido en la mayoría de los casos, y que además tratan de hacerlo con humor, cercanía y por medio de un tono divulgativo. El objetivo principal es el conocimiento, a través del entretenimiento, de aspectos relevantes de la historia en unos casos y de eventos casi insignificantes en otros. Conocimiento y entretenimiento. Acercarse a la historia con un tono poco habitual, desde casi la superficialidad. Pero incluso cuando nadamos en la superficie nos mojamos, por lo que a través de las curiosidades y quizás sin darnos cuenta iremos adentrándonos en la historia y conociéndola poco a poco. Y quién sabe, en algún momento puede un hecho llamarnos tanto la atención que decidamos sumergirnos por completo en un tema, en un periodo histórico o en un personaje. Pero eso, Dios me libre, no es responsabilidad mía, eso recae en las manos del lector.

También queda lugar en este libro para los expertos, para aquellos que podríamos denominar submarinistas, siguiendo con la metáfora acuática, ya que, y volviendo a la definición de la RAE, las cuestiones tratadas son en muchas ocasiones poco conocidas. Estoy convencido de que aquellos conocedores de la historia en profundidad sonreirán y se sorprenderán al descubrir pinceladas nuevas que completan su visión detallada del cuadro.

Si bien Curistoria, el blog, vuela sin rumbo por la historia y salta entre temas y épocas sin atadura alguna, este texto se circunscribe a la Segunda Guerra Mundial, uno de los temas más tratados en aquél por sencilla preferencia del autor. Y es que dicho conflicto tiene un gran número de atractivos, que no corresponde enumerar aquí, y una característica que le convierten en fuente de incontables curistorias: su cercanía en el tiempo hace que la información disponible y estudiada sea ingente. Así, disponemos de textos sobre la oportunidad estratégica de la batalla del Atlántico, por citar algo, pero también tenemos los testimonios de muchos de los hombres que lucharon en aquel combate, la visión del día a día. Podemos conocer los pensamientos de los grandes mandatarios, pero también tenemos acceso a la narración de las vicisitudes de un soldado, en un principio poco relevante.

Espero que disfruten de esta cara B de la historia, como me gusta llamarla, y que sonrían y se sorprendan al conocerla.

Nazismo

Cómo se probaban las botas alemanas

Durante la Segunda Guerra Mundial se exprimieron al máximo todos los recursos para que el monstruo, la propia guerra, siguiera alimentado. Cualquier idea, cualquier recurso, cualquier persona, podía aportar su granito de arena, incluso contra su voluntad en muchísimos casos.

En este contexto, los alemanes usaron a prisioneros de guerra, y a otras muchas de las personas que sencillamente detuvieron, para hacer trabajos forzados, pruebas, experimentos... Desde hacer billetes falsos hasta probar las botas de los soldados alemanes, pasando por cualquier tipo de trabajo manual.

El que era destinado a trabajar, en muchos casos salvaba la vida temporalmente pero, sin duda, sufría. A veces, lo que parecía un castigo absurdo tenía su objetivo. Un ejemplo lo tenemos en seis soldados británicos que fueron capturados por los alemanes en abril de 1943. A uno de ellos lo ejecutaron pensando que era judío, pero a los otros cinco los castigaron a andar cincuenta kilómetros al día, los siete días de la semana, en una pista de adoquines.

Esto puede parecer sencillamente un castigo absurdo, pero lo que los alemanes pretendían era que aquello les permitiera conocer el aguante de las botas destinadas al ejército alemán, comprobando así su resistencia a base de kilómetros andados.

La suerte en el campo de Buchenwald

El 11 de abril de 1945 el cuartel general de la Gestapo en Weimar telefoneó al campo de concentración de Buchenwald. Avisó de que iban a enviar explosivos para volar el campo, con los internos dentro del mismo.

Afortunadamente, los administradores del campo ya había huido y los internos atendieron el teléfono. En el momento de la llamada, el lugar ya estaba en manos de los que habían sido sus prisioneros. La contestación fue: “No se preocupen, no es necesario. Ya han volado el campo”. Evidentemente, en este caso la suerte y el miedo de los responsables salvaron la vida de los prisioneros.

Lo que no queda muy claro es cómo la Gestapo no sospechó nada al llamar al campo, hablar con gente del mismo y oír que había sido volado. Supongo que entendieron que la destrucción estaba hecha o planeada.

El pan de Adolf Hitler

Durante el Tercer Reich, cada semana, el mismo día, llegaba un paquete del tamaño de una caja de zapatos a la cancillería en Berlín y era conducido inmediatamente a las cocinas. Esta costumbre se mantuvo sin cambios hasta los últimos días del Reich.

El paquete contenía una hogaza de pan de pueblo que una mujer de una zona rural hacía a mano. Hitler probó este pan en uno de sus viajes y desde entonces no quiso prescindir de él en su escasa dieta (casi siempre) vegetariana.

Gandhi y Hitler

En mayo de 1940 la Segunda Guerra Mundial ya estaba en marcha. Los nazis habían atacado Polonia en septiembre del año anterior y aunque aún no se conocían bien sus métodos y objetivos últimos, que se verían con claridad más tarde, al menos se intuían. En este mismo mes, en concreto el día 13, Churchill había pronunciado su famoso “sangre, trabajo duro, lágrimas y sudor”, lo que deja de manifiesto que algunas personas ya tenían perfectamente claro hacia dónde apuntaba el régimen de Hitler.

En estas fechas, un icono del pacifismo —al menos en la actualidad— como Gandhi tenía la siguiente opinión sobre Hitler: “No considero a Hitler un ser tan malo como parece o representa. Él está mostrando una capacidad increíble y parece estar consiguiendo victorias sin demasiado derramamiento de sangre”.

Por cierto, aunque nunca llegó a ganarlo, Gandhi fue nominado cinco veces, entre 1937 y 1948, para el Premio Nobel de la Paz. Años después, el comité del premio asumió como un error propio y una injusticia no haberle entregado dicho galardón. Afortunadamente esto último no se ha dicho nunca de Hitler, que estuvo propuesto para el Nobel de la Paz en 1939.

Adolf Hitler, el hombre del año

“El evento más importante de 1938 tuvo lugar el 29 de septiembre, cuando cuatro hombres de Estado se encontraron en la residencia de Hitler, en Munich, para redibujar el mapa de Europa. Los tres visitantes en esta histórica conferencia fueron el primer ministro Neville Chamberlain, de Gran Bretaña, el primer ministro Édouard Daladier de Francia y Benito Mussolini de Italia. Pero con toda seguridad la figura dominante en Munich fue el anfitrión alemán, Adolf Hitler.

El Führer de los alemanes, comandante en jefe del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea alemanas, canciller del Tercer Reich, Hitler, cosechó aquel día en Munich el resultado de la audaz, desafiante e implacable política exterior que había ejercido durante cinco años y medio. Había convertido el Tratado de Versalles en virutas. Había robado Austria delante de los ojos de un horrorizado y aparentemente impotente mundo.

 

Todos estos hechos escandalizaron a las naciones que habían derrotado a Alemania en el campo de batalla sólo veinte años antes, pero nada aterrorizaba tanto al mundo como los implacables y metódicos hechos del pasado verano y comienzos del otoño, que amenazaron con una guerra mundial sobre Checoslovaquia. Cuando sin derramamiento de sangre él redujo Checoslovaquia a un estado títere de Alemania, forzando una revisión drástica de las alianzas defensivas de Europa y ganando su libertad de acción sobre Europa del este, consiguiendo la promesa de la poderosa Gran Bretaña de mantenerse al margen (y posteriormente de Francia). Adolf Hitler, sin duda, se convirtió en el hombre del año de 1938”.

Todo este texto, hasta el párrafo anterior, lo pueden ustedes leer en la edición de la primera semana de enero de 1939 de la revista Time, que declaraba a Hitler como el hombre del año 1938. Realmente hoy tenemos más o menos asumido que ser elegido como hombre del año por la revista Time es un privilegio y denota algo bueno. En este caso, Time dejaba claro que el protagonista del año anterior había sido Hitler, lo que no indica que estuviera de acuerdo con sus acciones. De todos modos lo peor aún estaba por llegar y es cierto que en aquel momento Hitler había llevado a Alemania a un punto dominante en la política internacional.

Otro detalle interesante es que la portada de aquella edición, que tiene poco que ver con Hitler, es una de las contadas ocasiones en las que el elegido como protagonista del año no sale en ella fotografiado. En el resto de ocasiones en que ha ocurrido esto habitualmente ha sido porque no es un personaje, sino un ordenador o cualquier otra cosa.

Los nazis no conocían Pearl Harbor

¿Conocen ustedes esas encuestas en las que se aborda por la calle a las personas y se les pregunta por algún dato geográfico para ridiculizarlas? Sí, seguro que sí. Yo recuerdo una en la que preguntaban en Estados Unidos por varios lugares de Europa y las respuestas eran una salvajada, vistas desde Europa. Eso sí, no seré yo quien presuma de conocimientos geográficos. Si me paran en plena calle y me consultan sobre ciertos países, muy conocidos por otra parte, seguro que hago un papel no muy honorable. ¿Y todo esto por qué lo comento?

Diciembre de 1941, los japoneses habían atacado con éxito la base estadounidense de Pearl Harbor y la Segunda Guerra Mundial daba un giro. Japón formaba parte del Eje fascista junto con Alemania e Italia y, por lo tanto, la noticia del ataque a Estados Unidos fue acogida con alegría por Hitler. Por su parte, en Reino Unido la noticia generó dolor, pero también algo de esperanza, ya que al conocer que se había producido el ataque Winston Churchill dijo: “Así que después de todo, hemos ganado”. Por lo tanto, los dos bandos enfrentados en Europa, o al menos sus líderes, se alegraron del ataque. Supongo que en el caso británico únicamente en cierta medida.

Volviendo a Hitler, lo que ocurrió a continuación, una vez que le explicaron con detalle lo ocurrido en aquella isla del Pacífico, es lo relevante en todo esto. Al parecer, reunido con sus asesores militares, el líder nazi les preguntó a estos por la situación geográfica de Pearl Harbor y ninguno de ellos la conocía. Habían hablado de lo ocurrido allí, pero no sabían dónde era ese allí. Pearl Harbor estaba lejos, cierto, pero eran asesores de Hitler y deberían saberlo. Por supuesto, el Führer montó en cólera por este hecho. Pasó de la alegría a la tristeza en un momento.

La esvástica en el ejército de Estados Unidos

Poco antes de que Estados Unidos entrara en la Segunda Guerra Mundial, su ejército se vio obligado a cambiar la insignia que la 45ª División de Infantería llevaba en su hombro, considerando la situación mundial y previendo a qué les avocaba el escenario y la evolución de la política internacional. Esta unidad tenía en dicha insignia una combinación de los colores tradicionales de España, por su origen en Nuevo México, y de un símbolo tomado de los nativos americanos.

Este símbolo era similar al que usaban los alemanes en Europa. Es decir, una unidad del ejército norteamericano tenía una esvástica en su hombro. Era de color dorado y el fondo era rojo, de ahí los colores españoles de los que hablaba antes. Fue modificada para que desapareciera la similitud con la esvástica nazi. En su lugar pusieron una figura de un pájaro (thunderbird).

Por cierto, según parece, estos parches tienen hoy en día un valor realmente alto entre los coleccionistas, como era de esperar.

La fuga de Colditz

En el libro titulado Militaria, de Nicholas Hobbes, muy recomendable y entretenido, se narran todos los métodos utilizados para intentar fugarse de la prisión de Colditz, o al menos un buen número de ellos.

El castillo de Colditz, en Alemania, fue una prisión para oficiales aliados durante la Segunda Guerra Mundial, destinada, entre otros, a hombres que ya habían intentado escaparse de otras prisiones y campos alemanes. La Wehrmacht se ocupó de convertir aquel lugar en una prisión de alta seguridad de la que fuera complicado escaparse, principalmente porque, según parece, había un buen número de guardias. En cualquier caso hubo fugas de este lugar. Lo que no puedo decirles es cuáles de los siguientes métodos de fuga que enumera Hobbes en su libro funcionaron y cuáles no, pero la lista es sorprendente:

Salir andando por la puerta principal vestido con uniforme alemán.

Disfrazarse con un uniforme alemán y relevar a los centinelas.

Disfrazarse de ama de casa alemana.

Escaparse durante el paseo diario por el parque.

Reemplazar con muñecos a los prisioneros mientras estos se ocultan bajo las hojas en el parque.

Saltar la tapia.

Descender en rappel por la ventana mediante cuerdas hechas a base de sábanas.

Sobornar a los guardas.

Cavar un túnel bajo la cantina.

Ocultarse entre los colchones sobrantes que se enviaban de vuelta a la ciudad.

Deslizarse por el vertedor de ropa sucia.

Ocultarse en el camión de la basura.

Salir a través de una pared de los lavabos.

Colarse por una boca de alcantarilla en el parque.

Abrir un túnel bajo la capilla.

Ocultarse en el carro utilizado para transportar la tierra cavada del túnel después de que este haya sido descubierto.

Fabricar un planeador de tamaño natural que podía lanzarse desde el techo del castillo transportando a dos pasajeros. En este caso, el castillo fue liberado antes de poder utilizar en invento, pero una réplica suya construida con posterioridad funcionó.

Hitler, una mosca y un soldado

Estando un día Adolf Hitler debajo de un árbol leyendo unas notas, una mosca se le acercó y comenzó a revolotear en torno a su cabeza. Irritado y molesto, el Führer intentó desalojarla de su presencia utilizando los papeles que estaba leyendo como amenaza. Después de moverlos en el aire varias veces sin éxito reparó en que el hombre que estaba cerca se estaba sonriendo, ligeramente.

Este hombre era Fritz Darges, uno de sus oficiales de ordenanza. Según Rochus Misch, guardaespaldas de Hitler y fuente de esta anécdota: “Un ligero rictus pasó por su cara. No había cambiado de posición, seguía con las manos en la espalda, la cabeza bien recta, pero le costaba contener la risa”. Como ven ustedes, Darges tampoco se revolcaba por el suelo atacado por el carcajeo, pero su leve gesto fue suficiente.

Hitler le soltó: “Si no es capaz de mantener alejado de mí un animal como éste, quiere decir que un oficial de ordenanza como usted no me hace ninguna falta”. Con aquella frase despidió a Darges, y Misch sospecha que lo enviaron al frente.

El Nido del Águila

Bajo este nombre, Nido del Águila, se conoce una mansión o “chalet” que Hitler tenía en los Alpes. Lo recibió como regalo, por parte de su partido político, el NSDAP, en su 50º cumpleaños. Todo un símbolo del régimen nazi, también lo fue para los aliados cuando lo tomaron en la fase final de la Segunda Guerra Mundial.

El edificio está en lo alto de las montañas y su construcción, según parece, no fue sencilla ni barata. Un ascensor metido en el corazón de la montaña y un túnel permiten llegar a la “cumbre del poder”. El lugar tiene unas vistas realmente impresionantes y la belleza del entorno es indudable. Pero a pesar de ello y todo lo anterior, Hitler no lo frecuentó. Sólo hay documentadas 14 visitas del líder nazi a su nido. La última, en octubre de 1940. No le gustaba mucho el ascensor ni el túnel de acceso.

Sin duda, por lo que es más famoso el Nido del Águila, como decía antes, es porque se convirtió en todo un símbolo cuando en mayo de 1945 fue tomado por los aliados y, especialmente, por el tratamiento del hecho en la postguerra. Algunas fotos de los soldados aliados en este lugar son una referencia dentro de las obras relativas a la Segunda Guerra Mundial. Por otro lado, pueden ver el capítulo correspondiente de la fabulosa serie Hermanos de Sangre (Band of Brothers) para hacerse una idea más exacta.

Lecciones de empresa, por Hermann Goering

Gracias a un par de detalles sobre Hermann Goering que he leído en la revista La Aventura de la Historia, vamos a ver un modo de actuar que es perfectamente aplicable al mundo empresarial. Según se comenta en dicha revista, una vez le preguntaron a Goering, a la sazón responsable de la Luftwaffe, por qué esta no disponía de bombarderos pesados. La contestación fue: “uno pesado cuesta tanto como cuatro ligeros y Hitler me va a preguntar cuántos tenemos, no si son bombarderos pesados”. Tomen el nombre de Hitler como “el jefe” y vean que su decisión se tomó para agradar al jefe, no por ser lo mejor para “su empresa”.

Se repitió esta situación hacia el final de la guerra. Alemania podría haber dispuesto de un buen número de cazas a reacción en 1944, pero todo se retrasó porque Hitler quería bombarderos y Goering hizo lo que pudo para complacerle, a pesar de todo.

Goering ayudado por unos judíos

Unos años antes de acceder definitivamente al poder, el partido político de Hitler intentó un golpe de Estado, conocido como putsch en alemán. Era el año 1923. No resultó exitoso y después de algunas horas todo había acabado. Un regimiento de las SA en Munich se vio envuelto en un intercambio de disparos y dos de aquellas balas acabaron en el vientre de Hermann Goering, ya por entonces uno de los líderes del movimiento. Goering sería, con el tiempo, uno de los tres o cuatro hombres más poderosos del Tercer Reich.

Herido, Goering se tuvo que ocultar para no ser detenido y poder huir a una zona más segura. Fue una familia judía, los Ballin, los que ocultaron al rebelde y le ayudaron a huir. Posiblemente, de saber que aquel hombre formaría parte años más tarde del régimen que asesinaría a millones de judíos lo habrían rematado allí mismo. De todos modos, gracias a la ayuda de Goering, en agradecimiento por este hecho, salvarían su vida los Ballin durante el exterminio que llevaron a cabo los nazis.

La historia real de la Gran Evasión

La Gran Evasión, la película, es un recurrente cada cierto tiempo en mi caso cuando me dispongo a pasar un buen rato. Como sabrán, narra la historia de una fuga masiva de soldados aliados de un campo de prisioneros alemán durante la Segunda Guerra Mundial. La película, basada en una novela de Paul Brickhill, está inspirada a su vez en hechos reales.

En el campo de prisioneros Stalag Luft III en Sagan, una pequeña ciudad de Silesia, había varios miles de soldados británicos y estadounidenses retenidos. A finales de febrero de 1944 los guardias habían descubierto ya 99 túneles de fuga antes de que estos fueran terminados. Como vemos, la insistencia de aquellos tipos por salir de allí era significativa.

La noche del 24 al 25 de marzo de 1944, un nuevo túnel fue finalizado, esta vez con éxito, y escaparon ochenta oficiales ingleses. El hecho enfadó a los responsables del campo y a algunos mandos superiores, por lo que se dispuso una gran operación de captura. No tardaron mucho en comenzar a detener a algunos de los evadidos, pero el día 26 se ordenó a la Gestapo que fusilara a los que fueran detenidos a partir de aquel momento. El 27, en una reunión del más alto mando, se revisó aquella orden, pero ya habían sido fusilados entre 12 y 15 fugados al ser capturados. Los alemanes temían que al enterarse los británicos de esta acción comenzaran a fusilar también a los aviadores alemanes presos en Gran Bretaña. Finalmente, la orden fue ratificada y sólo los primeros capturados salvaron la vida.

 

Todas las instrucciones relativas a esta acción fueron dadas oralmente con la prohibición explícita de que se pusiera nada por escrito al respecto. En cualquier caso, no pudo evitarse la filtración y los alemanes inventaron un buen número de excusas y justificaciones para la muerte de cada soldado británico.

El cabello de los campos de concentración

Me van a perdonar la crudeza de esta curistoria. Al menos a mi me parece algo espeluznante por todo lo que hay detrás, pero en cualquier caso, no deja de formar parte de la historia.

Cuando las tropas soviéticas liberaron el campo de concentración de Auschwitz, había allí almacenadas 7 toneladas de pelo humano, en su mayoría, pelo de mujer. Según una circular de la administración de estos campos de concentración nazis, se ordenaba que los cabellos cortados fueran tratados de manera adecuada: “con los cabellos cortados y peinados de las mujeres se fabrican zapatillas para las tripulaciones de los submarinos y suelas de fieltro para los empleados de los ferrocarriles del Reich”.

La circular acababa diciendo que “se redactarán informes sobre la cantidad de cabellos recogidos, por separado para hombres y mujeres, el día 5 de cada mes a partir del 5 de septiembre de 1942”.

Los nazis no sólo tomaban los bienes materiales más básicos de los hombres y mujeres que iban a los campos de concentración, no se conformaban con explotarlos trabajando y finalmente exterminarlos, sino que su “uso como recursos” estaba estipulado hasta el más mínimo detalle. Como decía, espeluznante.

42 intentos de atentado contra Hitler

No hace mucho, gracias a Hollywood, se hizo famoso el atentado llevado a cabo contra Hitler por, entre otros, Stauffenberg, conocido como Plan Valkiria. Estuvo cerca este intento de acabar con el líder del Reich, pero fracasó, como los otros 41, aunque no todos los que se cuentan en este número pasaron de un estado embrionario o un simple plan.

Ese es el número de tentativas de atentado que se estima que sufrió el líder nazi, sin éxito todas ellas, como bien sabrán. Supongo que esto se debe en parte a la buena protección de las SS, a la mala planificación de algunos atentados y, seguramente, también algo a la suerte. El enemigo intentó acabar con él, pero también hubo ataques desde sus círculos más cercanos.

Aunque los historiadores y fuentes suelen hablar de esas 42 tentativas, no todas están claras pero hay algunas destacadas y muy documentadas:

En 1923, cuando Hitler y sus camisas pardas intentaron hacerse con el poder en Alemania, la propia policía intento asesinarle.

En 1939, en la cervecería Bürgerbräukeller se colocó un explosivo para acabar con él. Hitler iba a dar un mitin, pero en el último momento adelantó la hora del mismo presentándose antes de tiempo y sin avisar. Dio su charla y salió. El dispositivo explosionó unos minutos después matando a siete personas.

En 1943 intentaron acabar con él mientras volaba en su avión privado, el Cóndor. Las bombas no explotaron.

Ese mismo año, varios oficiales alemanes planearon acabar con el Führer a la vez que se suicidaban. El plan era hacer explotar una bomba que portaban, cuando estuvieran junto a él. No lograron acercarse lo suficiente para asegurar el éxito y el plan fracasó.

En 1944, el Plan Valkiria, del que hablaba antes, estuvo a punto de tener éxito. Colocaron una bomba muy cerca de Hitler, a un par de metros, mientras este estaba reunido. Uno de los presentes en la sala tropezó con el maletín y lo movió. La casualidad quiso que finalmente quedara una gruesa y sólida pata de la mesa entre el maletín y Hitler.

A todos estos hay que sumar planes aliados para acabar con Hitler usando francotiradores, veneno, bombas, haciendo explotar su tren… Y después de todo, después de 42 planes infructuosos, acabó suicidándose cuando ya todo estaba perdido para su bando.

El vuelo de Rudolf Hess

Nacido en 1894, Rudolf Hess fue un militar y político muy relevante en la Alemania nazi. Conoció a Hitler en 1919 y no tardó en unirse al NSDAP, el partido político nacionalsocialista, participando en el Putsch de 1923 y compartiendo después de aquello celda con él. La relación entre ambos fue muy estrecha y Hess fue secretario del Führer, presidente del Comité Central Nazi, jefe del Partido Nazi, ministro de varias carteras… En el apogeo de su carrera política, estaba considerado el segundo hombre más importante de la jerarquía nacionalsocialista, por detrás exclusivamente de Hitler.

El 10 de mayo de 1941, Hess se despertó de un pequeño descanso, una siesta, después de comer y, tras visitar a su mujer y a su hijo, en torno a las 17:00, se dirigió a la pista de de Augsburgo de la Luftwaffe, el ejército del aire alemán, y voló en un Messerchmitt Bf110, que él mismo pilotó, rumbo a Escocia. Su avión fue detectado en varios momentos del viaje e incluso la RAF (Royal Air Force) trató de derribarlo, sin éxito. Finalmente, poco antes de las 23:00 se quedó sin combustible y saltó en paracaídas cerca de Glasgow. Se dañó un tobillo en el salto y un campesino le auxilió en tierra, antes de llevarle ante unos militares.

La historia de Hess es interesantísima y ha dado para muchas teorías y elucubraciones. La pregunta más obvia es: qué llevó a un personaje tan importante a volar hasta el enemigo en plena guerra. Hess, tras ser detenido, dijo conocer a un noble británico, el duque de Hamilton, pero este negó que tuviera asuntos pendientes con Hess, aunque se habían conocido en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Hess aseguró entonces tener una propuesta de paz para los británicos, realizada por el mismísimo Hitler. Los británicos no tomaron tal afirmación en serio y Hess fue encarcelado en la Torre de Londres. Allí permaneció hasta el final de la guerra. Según sus palabras, su objetivo era pactar con Reino Unido para poder olvidarse del frente occidental y centrarse en el oriental, en la lucha con la URSS.

Como decía, las teorías y explicaciones a este raro viaje son muchas y variadas. Quizás Hess intentaba avanzar el camino para crear en Reino Unido un gobierno afín a Alemania, quizás buscaba algo tan sencillo como salvarse, convencido de que perderían la guerra sus compatriotas… Tantas teorías, casi, como estudios sobre el asunto. Según parece, sí que había indicios de que el duque de Halmiton se había preparado para acoger el aterrizaje de Hess aquella noche en una pista en sus propiedades, lo que abona la idea de que el jerarca nazi iba a contactar con ingleses pro-alemanes en búsqueda de un camino común.

Al finalizar el conflicto mundial, Hess fue llevado por los vencedores de vuelta a Alemania, como criminal de guerra, fue juzgado en Nuremberg y condenado a cadena perpetua. Encarcelado en la prisión de Spandau, allí estuvo hasta su muerte en 1987, siendo desde 1966 el único preso de la famosa cárcel. El enigma de Hess se extiende hasta su fallecimiento, repentino, y que tanto pudo ser un suicidio como un estrangulamiento.

Cuando Hitler pensó que sus hombres no eran dignos de su nombre

Josef “Sepp” Dietrich fue un general de las Waffen-SS alemanas, nacido en 1892. Las Waffen-SS fueron las unidades de combate de las SS y una de sus divisiones fue la Leibstandarte SS Adolf Hitler. Dietrich era amigo personal de Hitler y uno de los pocos que llegó a conseguir la Cruz de Caballero con Hojas de Roble, Espadas y Diamantes.

En las últimas semanas de la guerra en Europa, en marzo de 1945, el ejército alemán lanzó la que sería su última gran operación: Operación Despertar de Primavera (Frühlingserwachen). Aquel postrer intento involucró a muchas unidades del ejército, entre ellas, la Leibstandarte, y resultó un fracaso. Hitler, enervado por el resultado de aquello en lo que quizás había puesto sus últimas esperanzas, emitió una orden que muestra su forma de pensar. Él esperaba que sus hombres, sus soldados, cumplieran, y no lo habían hecho según su análisis. Por lo tanto, no eran dignos de llevar su nombre, la Leibstandarte SS Adolf Hitler, entre otras unidades, le había defraudado, y el Führer emitió una sorprendente orden.

Aquella orden, que envió Hitler a Dietrich, pedía que todos los hombres de la Leibstandarte SS Adolf Hitler se arrancaran los brazaletes que identificaban su unidad, la división no era merecedora de tal nombre. El Führer pensaba que no habían luchado de acuerdo a lo que la situación demandaba y estaba furioso con ellos. De todos modos, según parece, Dietrich no se tomó aquella orden muy bien y no la acató. Sus hombres siguieron portando sus brazaletes, aunque también hay historias sobre cómo algunos sí se arrancaron sus brazaletes para enviárselos a Hitler e incluso que utilizaron orinales para almacenarlos.

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