Buch lesen: «La culebra sigue viva: miedo y política. El ascenso de Álvaro Uribe al poder presidencial en Colombia (2002-2010)», Seite 4

Schriftart:

1.4. LOS CANDIDATOS, LOS PARTIDOS Y LA CAMPAÑA

En una campaña signada por el fracaso del proceso de paz en curso y por el recrudecimiento del conflicto armado interno, un disidente del Partido Liberal, Álvaro Uribe Vélez,27 resultó ganador en las elecciones presidenciales del año 2002. Su candidatura fue avalada por el movimiento independiente Primero Colombia.28 Este triunfo convirtió a Uribe en el primer político de origen liberal que, en el transcurso del siglo xx, alcanzó la Presidencia de la República a nombre de una disidencia de este partido.

En esas elecciones compitieron otros dos candidatos de origen liberal: Horacio Serpa Uribe, a nombre del partido, e Ingrid Betancourt, exrepresentante a la Cámara por Bogotá, senadora y aspirante a la presidencia, en esta ocasión, del Movimiento Oxígeno Verde.29 Dos conservadores participaron también en la contienda electoral: Juan Camilo Restrepo, candidato oficial del partido, y Noemí Sanín, que si bien no se definió como disidente, representó esta vez al movimiento independiente Sí Colombia. El dirigente sindical Luis Eduardo Garzón fue la carta del Frente Social y Político, movimiento de izquierda surgido al interior de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT). Este movimiento se definió como independiente del Estado y de los partidos políticos. Aunque la aspiración presidencial de Garzón era poco viable en términos electorales, ocupó un honroso tercer lugar, por encima de Sanín, política conservadora con amplia trayectoria, dos veces candidata presidencial, ministra y embajadora, tanto en gobiernos liberales como conservadores.

Las candidaturas conservadoras se fueron desvaneciendo en el transcurso de la campaña. Noemí Sanín comenzó en el segundo lugar de intención de voto, después del candidato liberal; no obstante, rápidamente perdió el impulso inicial. Tal vez la ausencia de una propuesta clara y creíble sobre cómo superar el conflicto armado, sumada a una estrategia de alianzas errática, fue la causa de su declive. En un primer momento, Sanín se presentó como independiente ante el electorado; posteriormente pretendió el apoyo del Partido Conservador, para luego buscar de nuevo ser “identificada como independiente”.30

La candidatura de Juan Camilo Restrepo nunca fue viable. El cuarto y quinto lugar que ocupó en las encuestas de intención de voto así lo confirmaron. El débil apoyo de sus copartidarios (en un principio algunos dirigentes conservadores respaldaron la aspiración presidencial de Noemí Sanín), llevaron a Restrepo a abandonar la campaña y a declinar sus aspiraciones presidenciales; mientras tanto, dirigentes destacados del partido migraban31 masivamente a la campaña del candidato favorecido en las encuestas, buscando posicionarse del lado de quien, presumían, sería ganador.32

Similares circunstancias enfrentó el candidato oficial del Partido Liberal; ante un eventual triunfo del candidato “disidente liberal”, sus apoyos políticos se fueron debilitando. La prensa empezó a especular respecto al efecto que sobre las campañas tendría el ascenso de Uribe: “Hoy, los analistas creen probable que sea presidente en la primera vuelta. El escenario de guerra le ayuda […] Los analistas prevén una desbandada liberal y conservadora hacia Uribe. En las toldas liberales se dice que varios congresistas, entre ellos Germán Vargas Lleras, adherirán a Uribe, mientras que algunos líderes del Coraje, conservador, muy en privado, están repensando sobre su apoyo a Sanín”.33

El apoyo del jefe del Partido Cambio Radical (de origen liberal), el senador Germán Vargas Lleras,34 a la candidatura de Uribe Vélez, generó una especial conmoción en la campaña de Serpa; fue un acontecimiento de gran significación política y, por tanto, con amplia repercusión en los medios de comunicación.

En este escenario, tanto Serpa como el Partido Liberal obtuvieron su segunda derrota consecutiva, pese a presentarse con candidato único. En 1998, Serpa fue derrotado, en segunda vuelta, por Pastrana, y en 2002 la historia se repitió: aquél y su partido resultaron vencidos, esta vez en primera vuelta y por su antiguo copartidario político, Álvaro Uribe Vélez.

Sin embargo, Uribe Vélez no parecía ser el candidato con más opción para ganar las elecciones en el 2002, realidad que se constata al revisar la literatura sobre la campaña. Los editorialistas, columnistas y analistas políticos describieron su ascenso vertiginoso en las encuestas como un “caso realmente excepcional”,35 como un fenómeno político.36 En relación con los resultados de las encuestas que daban como posible ganador a Uribe, Rudolf Hommes, exministro de Hacienda, afirmó de Uribe que se trataba del puntero que se les coló a los medios “sin que ellos se dieran cuenta”,37 y aludió al poco interés que los medios mostraron por las propuestas del candidato, antes que las encuestas lo situaran en el primer lugar en la intención de voto.

Pese a haber sido un senador “sobresaliente”38 del Partido Liberal durante dos períodos consecutivos, y gobernador “destacado”39 del departamento de Antioquia por el mismo partido, se trataba más de un dirigente regional que nacional. ¿Qué llevó a este dirigente de provincia a ascender rápidamente en las encuestas de intención de voto40 y a imponerse en menos de cuatro meses sobre el más serio aspirante a la presidencia en ese momento, el candidato del Partido Liberal, el reconocido político santandereano, Horacio Serpa Uribe?

Dos hipótesis pueden ayudar a entender la derrota de este experimentado político liberal y el ascenso de Uribe: en primer lugar, por tratarse de un político con amplia trayectoria en distintas instancias de los poderes públicos, Serpa parecía ser el candidato con más posibilidades de triunfo; había ostentado cargos que le dieron visibilidad nacional y recordación, como fue la presidencia (tripartita) de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, y el Ministerio de Gobierno durante la presidencia de Ernesto Samper Pizano. Pero la ventaja de ser reconocido implicaba también la desventaja de que los electores no olvidaran los errores cometidos por el candidato a lo largo de su carrera política (o que sus competidores se encargaran de hacerlos recordar). Como ministro de Samper, a Serpa también se le reconocía como su “escudero” durante el denominado “Proceso 8.000”, papel en el que Serpa dio pruebas de lealtad a su jefe político, pero que en el discurso público dominante en Colombia por más de una década fue asociado con la corrupción y las viejas costumbres políticas, con la “politiquería”.

En segundo lugar, Horacio Serpa era ampliamente recordado por sus gestiones en la búsqueda de una paz negociada. En razón de esta causa fue miembro de la Comisión de Verificación del gobierno de Belisario Betancur Cuartas, consejero para la paz del gobierno de César Gaviria Trujillo y miembro del Frente Común por la Paz y Contra la Violencia durante el gobierno de Andrés Pastrana Arango.41 Pero su experiencia en asuntos de paz, que una década atrás se hubiera convertido en un importante capital político, en esta coyuntura lo enmarcó en un pasado (de frustrados esfuerzos) que, en la representación de un sector de la opinión, había que superar. Por esto, la estrategia de Serpa Uribe, de presentarse como el candidato de la paz, mostró su incapacidad, pese a su experiencia y trayectoria política, de sintonizarse con la opinión. En esta coyuntura, lo que buscaban elegir los colombianos no era propiamente un presidente para negociar con la guerrilla; necesitaban un presidente capaz de ganar la guerra. Lo anterior, sumado a la marca que dejó en su carrera política el “Proceso 8.000”, terminó por enterrar sus aspiraciones presidenciales.

Varias hipótesis se barajaron en ese momento para explicar el ascenso del candidato disidente liberal en las encuestas de intención de voto: unos dijeron que se debía a la crisis de los partidos políticos, que se trataba de una reacción emotiva a la coyuntura de crisis del proceso de paz y al escalonamiento de la guerra, que “el que encuesta elige”.42 Otros analistas, como Pedro Medellín, atribuyeron el éxito de Uribe más al “buen manejo de la campaña”, y menos a la crisis del proceso de paz. El sociólogo Alfredo Molano y reconocidos periodistas, como Antonio Caballero y Daniel Samper, dijeron que, otra vez, como en el año 1998, las FARC iban a “elegir presidente”. La postura de los periodistas aludía a lo sucedido en 1998, donde la expectativa de una paz negociada entre el candidato conservador y las FARC resultó decisiva en el triunfo de Andrés Pastrana Arango. No obstante, como lo señala Daniel Pécaut, hasta la elección de Uribe, “Los electores colombianos siempre habían manifestado una preferencia por el diálogo con los grupos guerrilleros y por los líderes políticos que se comprometían con ese diálogo”.43

Rudolf Hommes atribuyó este ascenso a la postura sensata y al liderazgo de Uribe: “Álvaro Uribe tomó una posición seria desde un principio y la ha mantenido. Los acontecimientos le han dado la razón. Noemí y Serpa andan detrás de ellos buscando acomodarse […] Lo que los colombianos están buscando y parecen haber encontrado es un líder que les de [sic] confianza en una coyuntura en la cual la prioridad es solucionar a corto plazo el problema de la guerrilla y la droga y restaurar la hegemonía del gobierno”.44

El desprestigio del proceso de paz, la violencia y la inseguridad constituyeron otro de los argumentos que esgrimieron analistas y comentaristas de la política:

Es evidente que la mayor preocupación de los colombianos es el descrédito del proceso [de paz] que ha caminado de la mano de un acelerado deterioro del orden público y la inseguridad, lo mismo que un desmesurado envalentonamiento de la guerrilla. Asuntos tan críticos como los altos niveles de pobreza y desempleo pasan a un segundo plano, y en la mentalidad colectiva parece registrarse una relación causaefecto, en el sentido de que mientras la inseguridad siga rampante, y la guerrilla continúe haciendo de las suyas, las fórmulas disponibles para mejorar la situación social carecen de efectividad.45

Más adelante agregó: “En el escenario actual resultan ampliamente beneficiados Álvaro Uribe y lo que él encarna. Su crecimiento y la penetración de sus propuestas entre los colombianos son inusitados y constituyen todo un hecho político y electoral”.46 En la línea de pensamiento del diario El Tiempo, el debate sobre la mejor manera de enfrentar un tema tan delicado como la violencia debía ser obligado en una campaña electoral, pero advirtió a los candidatos que no cayeran “en la polarización radical y emotiva sobre la guerra y la paz”.47

Igual interpretación ofreció el columnista Luis Noé Ochoa: “El doctor Serpa tiene un programa serio, de sentido social, y no es ningún cobarde, es experto en temas de paz y le cabe el país en la cabeza. Pero a los colombianos no les cabe otra cosa que no sea derrotar a las Farc […]”.Y en tono irónico prosiguió: “Con la guerra, el pueblo es el que paga el pato, y hasta las gallinas que le robaron una vez a Tirofijo y que nos han costado un huevo. Habrá muchos muertos: soldados, policías, guerrilleros, civiles, niños; más viudas, secuestrados, más pobreza. Nada de eso vale, pues cuando uno ha padecido un largo dolor de muela de esos que nos hacen gritar hasta vivas a Pastrana, la fresa del odontólogo es una sinfonía de Beethoven”.48

La columna citada recogía el sentimiento de cansancio y agotamiento con la violencia y la inseguridad que predominaba en ese momento. En el mismo sentido se expresó León Valencia:49 “Hasta hace muy pocos meses se podía recurrir a la mil veces repetida frase de que los colombianos anhelan la paz para llamar al Estado, a la guerrilla y a los mismos paramilitares a avanzar hacia una salida política negociada. Pero, así duela reconocerlo, esa frase ha perdido vigencia. El sentimiento mayoritario de la nación en estos días se orienta hacia la guerra, hacia una salida militar del conflicto […]”.50

Para León Valencia, este sentimiento de frustración con la salida negociada que no pudo consolidarse y el apoyo a la resolución del conflicto por la vía militar habían venido calando en lo más profundo de un sector de la opinión. Según su interpretación, de ello fueron conscientes tanto el presidente Pastrana cuando intentó ponerle condiciones a las FARC para continuar con las negociaciones, exponiendo con ello el proceso de paz, como el candidato Uribe Vélez, cuando en el transcurso de la campaña fue “radicalizando su discurso contra la guerrilla y contra las negociaciones de paz, hasta que, en un inesperado salto, tomó la delantera en las preferencias electorales”.51

Valencia se preguntó en la misma columna por el origen de este sentimiento y planteó distintos razonamientos:

Hay varias explicaciones: los escasos resultados del proceso de paz y además el doloroso incremento de la agresión contra la población civil de una guerrilla especialmente arrogante; la participación cada vez mayor de los Estados Unidos en el conflicto interno y la sensación de que con esta ayuda sí es posible una derrota militar de la subversión. La modernización y ampliación de la capacidad bélica del Ejército y la renovada confianza de que está listo para librar un pulso definitivo con la insurgencia; el inusitado y drástico fortalecimiento de los paramilitares y su repetida manifestación de que pueden obtener victorias militares decisivas, y, claro, la incisiva voz de un candidato presidencial que dice en todos los tonos que, con autoridad y fuerza, se puede contener la violencia.52

Las opiniones expresadas por el editorial del diario El Tiempo, así como las de los columnistas citados, no hacen más que constatar una realidad: que la seguridad como problema comenzaba a tomar relevancia sobre otros problemas sociales y que Uribe había logrado interpretar ese sentimiento, ofreciendo la Seguridad Democrática como eje articulador de su programa de campaña, el “Manifiesto democrático”.

1.5. DOS DISCURSOS SOBRE LA SITUACIÓN COLOMBIANA

En la discusión sobre cómo resolver el problema de seguridad se enfrentaron, además, dos discursos, dos visiones sobre el diagnóstico, la jerarquía y la manera de afrontar los problemas sociales del país mediante políticas públicas. Por un lado, estaban aquellas posturas que reconocían en el desempleo y las profundas desigualdades sociales, en la violencia estructural o institucional, la principal causa de los males que padecía Colombia, entre ellos la violencia y la inseguridad. Desde esta perspectiva, una negociación con los grupos insurgentes, conducente a reformas sociales, no sólo no debería ser descartada, sino que sería el camino hacia una paz duradera (paz positiva). Este discurso, según sus críticos, le estaría reconociendo algún grado de legitimidad a la guerrilla, que sería, en esta visión, expresión de inconformidad con el estado de cosas existente.

Por otro lado, estaban los enfoques que veían en la violencia y la inseguridad el mayor problema que enfrentaba la sociedad colombiana, sin cuya resolución era imposible la lucha contra el desempleo, la desigualdad y el acceso a las oportunidades. Desde estos enfoques, se reclamó para el Estado el monopolio de la violencia legítima, y se exigió de éste la salvaguarda del derecho fundamental a la seguridad, como base de las libertades individuales y de la convivencia pacífica. Sin un Estado garante del orden y la seguridad, la población civil quedaría al arbitrio de los grupos armados ilegales.

Estos dos discursos respecto a la prioridad de la seguridad, los resumió esquemáticamente el historiador Eduardo Posada Carbó, cuando se refirió a las distintas opciones que representaron los candidatos en términos de partidos, de género y propuestas de políticas y, en particular, sus visiones frente al tema de la seguridad: “A riesgo de generalizar, en estas elecciones se enfrentan dos tipos de discurso: uno que le asigna prioridad a la seguridad como valor fundamental, y otro que ve en la solución de los problemas sociales —ante todo el desempleo— las bases de la reconstrucción nacional”.53

El discurso que le asignó “prioridad a la seguridad como valor fundamental” lo ilustran con claridad el historiador inglés Malcolm Deas y el columnista Alfredo Rangel. Deas hizo referencia a la degradación de los grupos armados ilegales, paramilitares y guerrillas, y sobre el problema que ellos representaban, afirmó:

El paramilitarismo, como la guerrilla, no se va a acabar sin un considerable aumento de la capacidad de las fuerzas del orden y del Estado de proveer un grado convincente y permanente de seguridad en las regiones afectadas. A falta de esto, las poblaciones están a merced de las presiones y venganzas de los grupos armados. En esta guerra contra la sociedad, como bien la define Pécaut, no sorprende que sectores de la población opten por los paras.54

En esta misma dirección interpretativa se inscribió el analista en temas de seguridad y defensa Alfredo Rangel:

La suerte de los candidatos se definió en función de su sintonía con la opinión, sus propuestas y su credibilidad en relación con el tema de la recuperación del orden público. Los otros temas, siendo importantes, quedaron relegados a un segundo plano frente a la urgencia de contener a los violentos y brindar seguridad a los ciudadanos.Y la opinión no se equivocó. Ha preferido a Uribe porque es el candidato con la propuesta más integral, articulada y convincente sobre el tema.Y la tiene porque ha partido de acertar en el diagnóstico: mientras no se recupere la seguridad van a ser muy precarias las posibilidades del país para potenciar su desarrollo y solucionar a fondo sus problemas sociales. Todos los demás candidatos piensan lo contrario y partieron de un planteamiento errado: mientras no se solucionen los problemas sociales no habrá paz, mientras no se solucione la inequidad, el desempleo y la injusticia, tampoco habrá paz.55

La segunda posición, la de quienes vieron en los problemas de desempleo y desigualdad social la causa de los demás problemas sociales, incluido el de la seguridad, se expresó en opiniones como las de Fernando Garavito (El señor de las moscas), que en esa dirección escribió: “En el discurso vacío de la paz, la única que parece tener razón es la guerra. Ahí están las cifras: 25 de los 40 millones de colombianos sumidos en extrema pobreza, dos millones de desplazados […]”.56 Continuó haciendo un balance en cifras sobre la situación de pobreza y violación de los derechos humanos en que se encontraba el país, y más adelante prosiguió: “El enemigo es el neoliberalismo. Si pudiéramos hablar en pasado (¡y aún no podemos hacerlo!), diría que soportamos los más duros embates de la apertura económica, que obedecimos los dictados opresivos y opresores del Fondo Monetario […]”.57 Para el columnista, la causa de todos los males que padecían los colombianos en ese momento era el modelo económico “impuesto”, “el neoliberalismo”, representado en su definición como “enemigo”.

1.6. MÁS ESFUERZOS POR EXPLICAR LOS RESULTADOS DE LAS ENCUESTAS

Para Alfredo Molano, Uribe “con la carta de la guerra puede resultar elegido” (en referencia al despunte en las encuestas del candidato sobre sus otros contendores), igual que en 1998 Andrés Pastrana fue elegido “con la carta de la paz”; y prosiguió: “A un sector de la opinión pública lo ha convencido [Uribe] de que todas las desgracias del país, y particularmente las de la clase media, se deben a la existencia del Caguán, como si del Caguán dependieran la miseria, la corrupción, la exclusión, que desde siempre padecemos […]”.58

El columnista describió los intentos de acabar con las FARC, en sus cuatro décadas de existencia, como una historia de fracasos que se ha repetido y que dejó como resultado el desplazamiento de la guerrilla hacia nuevos territorios y, por tanto, nuevos escenarios de confrontación. “Con la invasión que nos propone [Uribe] saldrán más Caguanes, todos regados con la sangre de la gente que nada puede ganar con esa guerra, que no defiende nada en esa guerra. Uribe Vélez quiere acabar con un dolor de cabeza a martillazos”.59

Alfredo Molano y otros analistas con posiciones similares (como Fernando Garavito) se inscriben en una tradición de desconfianza hacia el Estado y sus políticas. Se muestran críticos y recelosos respecto a sus acciones y omisiones en materia de seguridad, ven en cualquier iniciativa estatal en este terreno el comienzo de una “guerra total”, cuyo significado es difícil de precisar. Sin embargo, sus análisis carecen de una mirada crítica frente a tantos años de violencia guerrillera sin resultados políticos a la vista, y omiten reconocer las consecuencias adversas que el conflicto armado, su prolongación y degradación han producido en la población civil, en términos de muertes, desplazamiento forzado y pérdidas económicas. O más precisamente, atribuyen todos estos problemas al Estado y a un abstracto modelo “neoliberal” que se convierte en la clave de su reflexión. Este tipo de análisis no logra conectar el presente con el fracaso de una guerrilla, marxista en sus inicios, que fue perdiendo su norte político y su capacidad para interpretar las nuevas realidades geopolíticas y hacer inteligible para el público el significado político de sus acciones militares.

Mientras Alfredo Molano y analistas con opiniones afines, atribuyeron el ascenso de Uribe en las encuestas a su intención de llevar a cabo una guerra total, en otro polo opuesto (y con una visión profundamente optimista, incapaces de señalar los errores de las políticas estatales o de identificar cualquier responsabilidad del Estado en el conflicto armado y su duración) columnistas como Plinio Apuleyo Mendoza pensaron, por el contrario, que las FARC adelantaban de tiempo atrás esa guerra. En consecuencia, con su representación, Mendoza celebró el acenso de Uribe en las encuestas, como prueba de que por fin el país salía de tres años y medio de aturdimiento (el proceso de paz):

Es el fin de tres años y medio de boba palabrería: del Gobierno, de los diplomáticos, de los medios de comunicación, de dirigentes empresariales y de otros cuantos ilusos que les hicieron coro a las letanías de Pastrana sin atreverse a mirarle la cara a la realidad. A todos ellos la guerrilla les puso cuernos. Nunca buscó ella la paz. Nunca la quiso. Su guerra es total y está dirigida contra todo el país, pobres y ricos, campesinos y citadinos. ¿Quién quiere continuar con un Estado débil y cobarde? ¿No es preferible un Estado digno y fuerte?60

Pero otras voces se expresaron en el debate público. Los editorialistas hablaron en tono normativo sobre el riesgo de la polarización política en torno a los temas de la guerra y la paz, y llamaron a mantener la altura en el debate. Algunos analistas hablaron del carácter, la firmeza y el liderazgo de Uribe, de sus logros en materia de seguridad cuando fue gobernador de Antioquia. Otros, en cambio, recordaron que había sido el promotor de las Cooperativas de Vigilancia y Seguridad Privada (CONVIVIR), cuestionadas por sus vínculos con los grupos paramilitares; vieron en el discurso de autoridad de Uribe la “apelación al miedo”, típica de la derecha: “Álvaro Uribe, por ejemplo, propone acabar la guerra que vivimos, y que todos rechazamos, profundizándola y haciéndola más sucia”.61 Resaltaron un supuesto lado oscuro de Uribe: “Candidato, cualquiera lo sabe, es una palabra que tiene su origen en la antigua Roma, donde los señalados para ocupar un cargo público debían cubrirse con una túnica blanca para significar que no tenían en su vida una sola mancha de qué avergonzarse. Ese debería ser el proceder de Uribe”.62

Horacio Serpa Uribe denunció que los paramilitares tenían candidato propio. Sobre el tono en la confrontación verbal entre los candidatos hablaron Edulfo Peña y Pablo Molano: “Horacio Serpa y Álvaro Uribe llegaron a los ataques. Uribe, quien había rehusado la confrontación personal, le recordó a Serpa sus vinculaciones con el proceso 8000, con las Farc y su amistad con los Mauss”.63 Serpa dice que Uribe es apoyado por “paras”.64 Jorge Humberto Botero (futuro ministro de Comercio Exterior de Uribe) hizo eco de este enfrentamiento: “Puede leerse en la prensa (El Tiempo, marzo 22, página 1-5) que el candidato Serpa afirma que sectores paramilitares tienen candidato presidencial”.65 Para Botero, las acusaciones de Serpa eran graves y le hacían daño al país, en la medida en que se empañaba la imagen del posible próximo presidente.

Desde distintos ángulos se advirtió sobre la connivencia de la sociedad colombiana con el fenómeno paramilitar. En algunos casos, se interpretó la simpatía de los paramilitares con Uribe como natural. En este sentido, Armando Benedetti afirmó: “Tal vez llegó el momento de preguntarse en público: ¿Es Uribe afecto a lo paramilitar? O al revés: ¿Es Uribe preferido por los paramilitares? Digámoslo claramente: Uribe no es paramilitar. Al menos yo no lo creo, como tampoco creo que tenga ninguna clase de vínculos con esas organizaciones […]”.66 En la visión del columnista citado, era explicable que los grupos al margen de la ley, guerrillas, paramilitares y narcotraficantes, fueran afectos a uno u otro candidato, y en esa dirección concluye: “De hecho, es comprensible que el discurso de autoridad de Uribe les resulte particularmente seductor a las organizaciones contrainsurgentes. Eso no descalifica a Uribe ni lo estigmatiza […]”.67

Desde otras posiciones, se abogó por el reconocimiento del carácter político de las Autodefensas (y se comenzaba a crear un ambiente favorable a futuras negociaciones con éstas). El columnista Ernesto Yamhure hizo eco de las palabras del vocero político de los grupos paramilitares:

[…] las Autodefensas, ablandando su lenguaje bélico, invitaron a las Farc a un cese de hostilidades. El jefe político de la organización, Carlos Castaño, ha manifestado su intención de dialogar con el próximo presidente de la república y esas son muestras suficientes de que las AUC [Autodefensas Unidas de Córdoba] estarían dispuestas a buscar un camino político para dejar las armas […] Es imperante que el próximo presidente, como ya lo he dicho en este periódico, le reconozca a las AUC su carácter político, como antesala de una negociación […].68

Las FARC también terciaron en el debate. Su vocero y negociador durante el proceso de paz, Raúl Reyes, al preguntársele sobre si esa organización creía en las encuestas, manifestó:

Nos tienen sin cuidado. Son encuestas armadas desde los medios de comunicación, son estrategias para acomodar con mayor ventaja a quien más les interesa. Y tienen otro mensaje: la amenaza contra el pueblo. Las encuestas son un chantaje, son una forma de decirle a la gente que lo que quieren es la guerra y no es cierto. La gente no quiere la guerra, la gente lo que quiere es resolver su desayuno, su almuerzo, el estudio de sus hijos y el empleo para poder sostener a su familia.69

El discurso del líder guerrillero ratifica lo que ha sido una constante en el comportamiento político de esa organización: la desconfianza en las instituciones de la democracia liberal y, por tanto, el desconocimiento del papel de la opinión pública en una democracia. La opinión pública está para ellos formada, o más bien manipulada, por los medios de comunicación. Lo dicho por Reyes corrobora lo que autores como Daniel Pécaut han sostenido, que durante el proceso de paz del Caguán las FARC no mostraron ningún interés por captar para su causa algún sector de la opinión pública, lo que puso al descubierto, una vez más, la incapacidad política de esa organización.70

El discurso de Reyes permite ver, así mismo, el juego de esa guerrilla: pretender representar al pueblo, aunque actuaba de espaldas a él; no reconocer ninguna responsabilidad en el conflicto armado que libra por más de cuatro décadas, mientras responsabilizaba al Estado por la guerra, al tiempo que enarbolaba la bandera de la paz y presentaba a Uribe como un candidato guerrerista, orquestado por los medios de comunicación.