El despertar de los ojos de libertad

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El despertar de los ojos de libertad
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Letrame Editorial.

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© Luis García Vegan

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1114-820-7

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..

Dedicado a Carlos Marín, ese viajero del tiempo que un día cambió la forma en la que yo miraba la vida.

Cada vez más cerca de ser uno.

Mi encuentro con Carlos Marín

Si estás leyendo estás líneas es que vas a leer una historia sorprendente que aún hoy en día no sé comprender en su totalidad. Mi labor en todo caso no es influir en el lector, sino simplemente transcribir el manuscrito que un día me fue entregado con la menor intervención posible por mi parte.

Lo que estás a punto de leer es el relato vital de Carlos Marín, un joven que conocí por azar, pero que, con el paso del tiempo, supe que no tenía tanto que ver con lo inesperado.

No quiero extenderme demasiado con la historia del manuscrito ni cómo llegó hasta mí, porque lo importante de este relato es el propio relato en sí mismo y no mi relación con él. No obstante, me siento en la obligación de explicar qué es lo que vas a leer en las próximas páginas y porque no es un texto propio.

Una tarde del año 1998, cuando apenas tenía dieciocho años, estaba sentado en un banco del parque Güell en la ciudad de Barcelona. En ese momento no estaba haciendo gran cosa, solo permanecía sentado mirando cómo pasaban los turistas enamorados de cada rincón que veían. Siempre me ha parecido atractivo ver la realidad a través de sus ojos porque despiertan sorpresa ante cosas que son cotidianas para la mayoría.

En ese momento un joven se sentó junto a mí y me saludó. En aquel entonces yo no era tan sociable y confiado como en el momento actual y me extrañó que esa persona se sentara junto a mí, con mucha tranquilidad, como si ya me conociera de antes.

Me dijo que probablemente no le recordara pero que ya nos conocíamos de antes. Esto me puso en alerta porque tengo muy buena memoria para recordar las caras que me encuentro, y ese rostro yo no lo había visto antes.

Me contó que era Carlos Marín y que ya nos conocíamos de hace mucho tiempo. Con mucha naturalidad, mencionó que éramos buenos amigos en el pasado y me recordó cosas que ni yo mismo mantenía en mi memoria, pero ¿quién era Carlos Marín? ¿Por qué yo no le recordaba ni ligeramente?

Yo no lo conocía de nada, pero él sí sabía mi nombre y datos sobre mis padres incluso. En ese momento me dijo que no nos volveríamos a ver más, que ese sería el último día en el que tendríamos contacto.

Yo estaba pensando en todo momento que quería robarme o que se trataba de una broma de alguien. Lo miraba con escepticismo extremo y mucha cautela.

Él me contó que era difícil que lo recordara porque nuestro primer encuentro aún no se había producido, y que él me conocía del futuro.

Automáticamente mi mente entendió que se trataba de alguien que no estaba bien de la cabeza, pero la reflexión y la duda posterior volvieron a mí; ¿por qué él sabía mi nombre y datos personales que no eran fáciles de conocer?

Fue entonces cuando intenté entender qué hacía Carlos Marín junto a mí, sin saber lo que supondría para mi futuro.

Según Carlos, él y yo nos conoceríamos en el futuro, pero en un futuro que ya no existiría, en un futuro que no se iba a repetir. Me contó que dio un salto en el tiempo y volvió a recorrer su vida de un modo diferente a como la transitó originariamente y, por tanto, no nos íbamos a encontrar nunca, yo jamás lo conocería. Según él estaba a punto de hacer un cambio y necesitaba de mi ayuda.

Yo estaba sentado en un banco, ante un desconocido que afirmaba me conocía del futuro, pero que ese futuro no se iba a repetir y por tanto no lo volvería a conocer. Ante este relato, yo no estaba muy por la labor de escuchar mucho más.

Me dijo que un día yo escribiría libros y que mi quinto libro sería su propia historia. En ese momento todo eso me pareció disparatado, principalmente porque yo no escribía y no tenía ni la más mínima intención de hacerlo. En aquel entonces ni siquiera leía demasiado.

Fue entonces cuando me dio un cuaderno antiguo y bastante deteriorado. Lo puso en mis manos y me miró a los ojos con un palpable estado de emoción y la mirada vidriosa. Me dijo que tenía en mis manos uno de mis próximos libros y que la publicación de ese libro ayudaría a un grupo de personas importantes para el futuro de la humanidad.

Yo estaba muy nervioso, no sabía de qué se trataba aquello. Pero me hizo prometer que guardaría el manuscrito en un lugar seguro y que abriría el sobre cerrado que había en su interior en la fecha que estaba escrita en el anverso de ese sobre: 25 de abril de 2021.

Me hizo prometer que cumpliría con mi misión, ya que del hecho de que yo compartiera esa historia con el mundo dependería que el despertar colectivo fuera posible y que los Ojos de Libertad pudieran entender quiénes son.

Me recomendó que leyera el cuaderno despacio y cuando sintiera que era un buen momento. Dentro del cuaderno podría encontrar claves para entender el futuro y el presente. Había detalles que me ayudarían a saber que lo que él estaba contando en ese cuaderno era completamente cierto, porque en el cuaderno hay detalles del futuro que sería imposible saber si no hubiera estado allí antes. Podría leer el cuaderno cuando quisiera y las veces que creyera oportunas, pero la carta solo podría ser abierta en la fecha indicada.

Lo cierto es que el cuaderno me ha acompañado durante muchos años, y tenía muchas ganas de abrir esa carta que hasta el 25 de abril del año 2021 no pude abrir porque quise cumplir con mi promesa. Una promesa que hice a un desconocido, y que, sin saber bien el porqué, he llevado a rajatabla. Entiendo que su mirada magnética selló entre nosotros un acuerdo imborrable.

De hecho, hoy, 25 de abril de 2021, estoy escribiendo estas primeras líneas, cumpliendo lo que un día le prometí.

El cuaderno contaba una historia de fantasía. Para mí, en aquel momento un cuento, pero que, con el transcurrir de los años, entendí que no tenía tanto que ver con la fantasía como con la realidad. En el cuaderno que leí por primera vez en el año 1998, aparecían datos muy concretos de acontecimientos que no habían ocurrido y que, al suceder en la vida real años más tarde, me obligaban a revisitar de nuevo esos capítulos con más sorpresa y asombro. En ese cuaderno se hablaba de hechos que al leerlo por primera vez no existían, pero que, al pasar los años, esos datos y sucesos históricos ocurrían de forma precisa. ¿Es realmente entonces Carlos Marín alguien que vino del futuro? ¿Quién era? Me encantaría resolver esa duda, pero, como él me adelantó esa tarde en el parque, no he vuelto a verlo jamás.

Cuando hoy abrí la carta, esa carta que mantuve cerrada todos estos años, todo encerró más sentido, era imposible saber algo tan específico en el año 98, ni siquiera yo mismo lo podría imaginar.

Como acto de generosidad para el lector, he querido anexar a esta obra el contenido de ese sobre. No sé muy bien si era la intención de Carlos que compartiera esa nota o si debería mantenerla en el anonimato. No sé si realmente era un mensaje personal que solo yo debía leer, pero lo cierto es que a mí me sirvió para verificar que tenía sentido, y que la historia de Carlos Marín no era una fantasía, nunca lo fue.

Tras leer la carta supe que él formó parte de mi vida y que ese momento en el parque sería el único que compartiríamos en esta realidad, porque como él me dijo no nos volveríamos a ver.

Espero que el manuscrito que estás a punto de leer sea tan transformador para ti como para mí ha sido tenerlo todos estos años.

El Carlos que un día se sentó junto a mí en un banco en el año 1998 cambió todo para siempre.

Abre tu corazón y déjate llevar por una historia llena de magia.

Carta de Carlos Marín a Luis García

Barcelona, 30 junio de 1998

Estimado Luis, una de las decisiones complejas que he tenido que tomar es dejar de conocerte a ti, un gran amigo y compañero de vida. Hemos vivido grandes experiencias y sé que has sido uno de los amigos más especiales que he tenido en mi vida.

Cuando leas estás líneas no lo entenderás porque no habrá sucedido, solo sucedió en mi realidad pasada y esa ya ha sido modificada. Nunca existió para ti.

Sé que hablas a menudo con tu corazón y no con tu cerebro, eso habrá hecho que hayas guardado el cuaderno durante todos estos años y te lo agradezco. También sé que le das un valor grande a las promesas y no habrás abierto el sobre hasta la fecha que te pedí. Lo sé porque te conozco, aunque tú a mí ya no.

 

Te doy las gracias de corazón porque tu acción y paciencia estarán haciendo mucho bien al mundo.

Esta carta es importante porque marca el tiempo y momento perfecto. El tiempo no es tal y como nos lo han contado. No es lineal, no es irreversible. Tenemos un poder tan grande que hasta nos asustaría.

Si abres esta carta en fecha, estarás en México, justo enfrente de una laguna llena de vida y a punto de conocer la costa de Oaxaca. Lo sé porque allí nos hubiéramos encontrado en la línea temporal inicial. Justo en esa laguna, estarás rodeado de Ojos de Libertad de Argentina y Brasil, y como leíste el cuaderno, sabes identificarlos.

En el año 1998, he dejado escrito el lugar exacto donde estarías hoy. ¿No es hora de que creas más allá de lo aparente?

Sé que no te sorprende del todo que yo sepa esto, porque en el cuaderno habrás visto demasiados datos concretos sobre el futuro contados desde el pasado. Lo que sí espero es que este dato sirva para que no dudes en transcribir el cuaderno que tanto me costó escribir. Para ello sigue las instrucciones que aquí te propongo.

Mi petición expresa, como tu amigo que soy, es que comiences a transcribir el cuaderno que sé que has guardado todos estos años y lo muestres al mundo. Es muy importante que esta historia recorra los confines del planeta y que pueda verlo en algún momento yo mismo. Lo estaré esperando.

Para que lo transcribas y lo compartas con el mundo deberán de haber ocurrido los siguientes sucesos:

 La pandemia mundial no empezó a conocerse hasta finales del año 2019.

 Hillary Clinton no llegó a ser presidenta en las elecciones de 2016.

 Ninguna bomba explota en China en 2018.

 No existe el llamado «parón ruso» de 2019.

 No existe una guerra entre Estados Unidos e Irak entre los años 2018 y 2020.Si estos requisitos se han cumplido, por favor, comparte el manuscrito con el mundo porque mucha gente lo necesitará para entender quiénes son. A partir del 2022 este libro podrá ser compartido con todos.Cuando ese libro llegue a mí, se habrá cerrado un ciclo.Gracias por todo, de corazón. Llevo demasiados años echándote de menos y no me acostumbro a que no hayas formado parte de mi vida, pero todos tenemos un propósito superior que cumplir.Piensa que puedes querer a alguien a pesar de que aparentemente no lo conozcas, espero que esos minutos que compartimos en el parque sirvieran para activar la «memoria de las cosas que no han pasado».Utiliza tus ojos para ver más allá de lo aparente. Utiliza tus ojos para encontrar la libertad.Tu siempre amigo, Carlos Marín.

Transcripción del diario de Carlos Marín

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Madrid, 12 de julio de 1996

Escribo estas líneas para no volverme completamente loco. Hoy llevaré dos años exactamente desde que guardo en secreto mi primera vida, esa que viví por primera vez y se está repitiendo nuevamente, como una apisonadora que hace que tenga dos recuerdos diferentes de una misma experiencia.

Llevo dos años completamente silenciado por miedo a parecer un loco, o más bien para hacerme creer a mí mismo que no lo estoy y que no he perdido la cordura. Dos años sin compartir con nadie el suceso más traumático y extraño que podría vivir.

Por primera vez voy a escribir esta contradicción que ha hecho de estos dos años los más complejos de toda mi experiencia vital. Dos afirmaciones que se contradicen y que no tienen ningún sentido, pero que, al ser silenciadas durante dos años, debo al menos dejar salir a través de palabras escritas, aunque solo sea para mí mismo, aunque solo sea para poder leérmelo de vez en cuando.

Después de dos años, creo que tengo derecho, al menos, a escribirlo, de atreverme a sacarlo de dentro desde la soledad de mi habitación. Cierro los ojos y cojo aire antes de escribir:

 Me llamo Carlos Marín, tengo cuarenta y un años y vivo en Madrid.

 Me llamo Carlos Marín, tengo dieciséis años y estoy de nuevo en una vida que ya viví.

No sé ni por dónde empezar a contar esta historia, una historia que me resulta absurda hasta a mí mismo, que no termino de creerme, pero que no deja de ser la mía.

Cada noche despierto con la esperanza de que sea un sueño, pero lejos de eso, cuando en mitad de la noche abro los ojos, una pequeña crisis de ansiedad impregna mi cuerpo de sudor. Esa respiración entrecortada que se produce cada noche me recuerda que no es un sueño, o al menos, que el sueño no ha terminado.

Me gustaría empezar por el principio, pero francamente hoy no tengo mucha más fuerza. Con tan solo haber escrito estás líneas he sentido liberación, estoy llorando sin control y me siento un poco abatido. No sé si me siento consolado o soy más consciente de todo lo que tengo por delante y es el desaliento el que está manifestándose en forma de lágrimas. Solo tengo la esperanza de volver a mi tiempo y compartir con la gente que quiero mi historia.

Lo dejo por hoy. Me seco las lágrimas, respiro hondo con los ojos cerrados y termino de asumir que estoy repitiendo mi vida de nuevo.

Creo que después de dos años guardando este secreto, voy a pasar una noche completamente en vela, llorando y sintiéndome la persona más desgraciada del mundo. La tristeza invade todo mi ser y debo reponerme.

Sé que escribir esto me ha hecho bien, me siento liberado, aunque demasiado removido por dentro.

Soy Carlos Marín y un día me acosté con cuarenta y un años y desperté con dieciséis, en la misma realidad que tuve, pero con todos mis recuerdos del futuro.

El pasado ahora es presente y duele.

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Madrid, 13 de julio de 1996

No hay noche que sea eterna, y la noche de ayer pasó, igual que pasó el día de hoy.

Esta noche he querido volver a escribir porque considero que escribirlo me libera, al menos me lo cuento a mí mismo, y aunque no sea muy diestro en el arte de la escritura quiero contármelo, necesito contármelo para asegurarme de que no me voy a volver loco.

Quiero empezar por el principio, que en estos momentos no sé si es el final o la mitad de mi historia. Para mí fue el inicio de esa parte de mi historia que no he podido compartir con nadie en estos dos años.

El principio o el final

Estoy en el verano del año 2021 y tengo cuarenta y un años. Me dedico a la exportación de productos en España y América Latina y tengo una vida bastante normal.

Mi casa está en el centro de Madrid, un pequeño apartamento donde puedo ver desde las cristaleras la glorieta de Bilbao. Aunque paso mucho tiempo viajando fuera de España, me encanta la esencia de mi ciudad, esa mezcla de ruido y paz que nunca terminaré de entender. Hemos pasado tiempos difíciles a causa de una pandemia mundial, pero parece que todo se va colocando poco a poco.

Como cada mañana, mi amiga Gloria me llama para tomar café en el Starbucks que tengo al lado de casa. Nos sentamos en los cómodos sofás frente a las cristaleras y mientras miramos como pasa la vida allí fuera, arreglamos el mundo con nuestras eternas conversaciones.

Gloria está soltera y sin hijos, lo mismo que yo, y eso hace que tengamos muy pocas obligaciones y un universo en común que compartir.

La relación que tengo con Gloria es genial, es mi mejor amiga y tenemos toda una vida en común. Nos conocimos en la facultad de Derecho y siempre hemos pensado que ese amor debe tener su origen en vidas pasadas. Hablamos sin palabras.

Después de haber estudiado juntos la carrera de Derecho, una formación que realmente no iba nada con nosotros, vivimos juntos en el centro de la ciudad durante varios años y no nos separamos jamás. Recuerdo que a los veinte años salíamos a bailar desde el jueves hasta el domingo, o que alargábamos las cenas hasta que cerraban los restaurantes. Teníamos ese afán por comernos la vida, eso sí, siempre juntos.

Hemos recorrido medio mundo y podemos decir que nuestros pies tienen un pedazo de cada rincón del planeta. Nos encantaba viajar, nos encantaba vivir.

No sé ni por donde seguir esta historia, mi cabeza está un poco confusa, el recuerdo de una vida en la cual tenía cuarenta y un años se vuelve convulsa a veces. En ocasiones pienso que estoy muerto y otras que lo he soñado todo, pero de repente mi mente se vuelve a estructurar y tomar perspectiva para saber que estoy volviendo a vivir una vida que ya he vivido, lo cual se hace muy difícil.

Me siento muy solo, y según escribo siento que las ideas y las frases son desordenadas y poco certeras, pero solo escribo, necesito escribirlo para contármelo a mí mismo por una vez. Me encantaría tener un ordenador, pero ahora, en el año 96 no existen en la forma que necesito, escribir en papel me parece extraño, antiguo. No me acostumbro a esto.

Vuelvo a intentar poner orden, regreso a ese recuerdo de mi último día en mi vida adulta.

Recuerdo ese último día perfectamente. Después de tomarme un Chai Tea Latte junto a mi mejor amiga, paseamos por la calle Fuencarral hasta Gran Vía. La verdad que la Gran Vía siempre agobia bastante, tanta gente, tantas tiendas, tantos estímulos, pero acabamos allí de nuevo, bajamos dirección Cibeles y pasamos por el Museo Chicote. Siempre nos encantaba pasar por allí e imaginar qué cantidad de historias habrían sucedido dentro de ese local que lleva abierto tantos años.

No puedo escribir un párrafo sin desordenar ideas, creo que hay demasiada emoción dentro de mí ahora, recordar ese fragmento de mi vida donde era un hombre adulto compartiendo momentos con la persona más maravillosa en mi vida me deja un poco confuso. Lo echo de menos, y me emociono al pensarlo.

Ese día soleado del verano del 2021 nada me pareció extraño. Caminé con Gloria hasta la puerta de su casa y allí nos despedimos hasta la tarde. Fui a pie de regreso a casa y empecé a sentirme un poco cansado, supongo que el calor siempre incrementa esa tensión baja que me caracteriza.

Una vez en casa, me tumbé en el sofá, en pleno silencio me quedé dormido y una sensación de relajo profundo y paz se adueñó de ese instante. Recuerdo ese momento con claridad, porque me sentía en paz, muy descansado y sereno.

La serenidad duró muy poco. Cuando empecé a desperezarme me sentí extraño, como más flexible, más blando. Abrí los ojos y había poca claridad para la hora que era. De pronto, al ser consciente de donde estaba, mi pulso se aceleró mucho, temí que me iba a explotar el corazón, creo que nunca lo había sentido tan fuerte. El corazón se podía oír, era como si se fuera a salir de mi cuerpo. En ese momento estaba reconociendo el lugar donde me encontraba. No era mi casa, estaba en una cama pequeña, con poca luz, muebles claros un poco infantiles, suelo de madera… Recordando esto, puedo interpretar que estaba muy desorientado. No estaba en casa, pero sí conocía ese lugar. Desperté sin saber dónde estaba.

El lugar era la casa donde me había criado con mis padres, pero para mayor confusión mis padres no vivían allí desde hacía muchos años y por supuesto no tenía sentido que estuviera allí. Hacía más de treinta años que no había estado en esa casa.

Entendí lo que pasaba. Estaba teniendo un sueño donde yo me encontraba en la habitación de mi infancia. Me relajé un poco más y empecé a ver con detalle lo que allí había; libros de texto antiguos, uno de esos ordenadores Spectrum Sinclair con casete y algunos cromos en un álbum. Podía sentir los olores, esos olores que, más que olores, eran recuerdos que entraban a mí a través de la nariz.

Yo ya había notado que en este sueño era un niño aún. Estaba soñando que era un niño que había despertado, sí, eso sería. Salí muy sigiloso por la puerta y recorrí cada rincón de la casa, no había nadie y eso me gustó. Fue como un viaje en el tiempo, estaba en 1994. La casa tenía mucha claridad en el lado del salón y me asustaba el nivel de detalle con el que veía las cosas. Era todo completamente real.

Creo que es mejor despertar porque me está dando una sensación extraña, pensé, sin embargo, no podía despertar. Algo normal, siempre hay sueños que te atrapan y no te dejan escapar.

Sin embargo, el sueño no se acababa, no podía despertar, el tiempo se hacía eterno. Lavé mi cara, me pellizqué fuertemente, grité e incluso intenté quedarme dormido.

No era un sueño. Había despertado en mi pasado y era un niño de catorce años, en el mismo sitio y con las mismas cosas de entonces. Puedo afirmar que no era un sueño porque llevo dos años en esta realidad y no sé si quiero seguir hablando de ese primer día. Fue muy confuso, muy difícil. Lo cierto es que desperté con catorce años y ahora que escribo estas líneas tengo dieciséis, dos años donde he vuelto a vivir mi vida con los recuerdos del pasado y del futuro.

 

Ese mismo día vi a mi abuelo vivo, a mi madre joven y a mi padre delgado y con pelo. No sabía qué hacer y hablé lo mínimo posible…

Sigo sin saber ordenar este episodio en mi cabeza. Son tantos recuerdos y emociones en un mismo día que me pareció una eternidad. No sería capaz de plasmarlo con exactitud, y no me estoy sintiendo bien escribiendo esto.

Este sería un buen resumen para cuando me reúna con Gloria de nuevo y le explique que ya la conozco. Que un buen día me dormí en mi sofá con cuarenta y un años y que desperté en 1994 con tan solo catorce. Es curioso porque esto es la primera vez que consigo decirlo. De hecho, lo he leído en voz alta para liberar todo lo que he estado reprimiendo durante esta vida revivida.

Creo que he removido demasiadas emociones. Me estoy contando mi propia historia con demasiada emoción, no consigo ordenar las frases ni los sucesos con detalle.

Mañana será otro día. Ahora voy a dejar de escribir y, si estoy con ánimo más adelante, intentaré redactar lo que pasó el primer día como un niño en este pasado en el que estoy atrapado, o quizás tenga que decir el segundo día, porque eso ya lo había pasado antes.

.

Madrid, 16 de julio de 1996

Llevo dos días sin escribir, creo que estoy desesperanzado. Pero esta noche voy a hacer el esfuerzo de ordenar recuerdos, sentarme tranquilamente y sin dejar que las emociones desordenen mis palabras de nuevo, ser capaz de contar lo que ese primer día supuso para mí. Necesito hacer las paces con esas emociones que actualmente me siguen abrumando.

Fue un día doble, me quedé dormido en el centro de Madrid en el año 2021 y desperté en 1994. La misma vida que ya había vivido se repetía, pero no siendo para nada lo mismo que antes; volvía a ser un niño con todos los recuerdos de mi edad adulta.

He pensado en muchas ocasiones en las veces que habría dicho que «me encantaría retroceder en el tiempo, pero sabiendo lo que ya sé ahora». Un deseo absurdo e imposible que no imaginaba el dolor que podría ocasionar si se hiciera realidad. Aquí estoy yo, habiendo retrocedido en el tiempo y sabiendo lo que se sabe a los cuarenta y un años. Jamás desearía esta tortura a nadie.

Escribo estas líneas con dieciséis años, aunque hoy tendría cuarenta y tres. Nunca sé cómo contar ahora mi edad, no sé si sumar, restar o paralizar.

Dos años desde que aterricé de nuevo en mi pasado, y donde he tenido que pasar muchas aventuras. Creo que me he acostumbrado a mi vida de esta forma, he dejado de echar de menos ciertas cosas… Pero sigo queriendo volver a mi vida, esto no es más que una ficción extraña, una especie de castigo del cual no soy capaz de salir.

Pero quiero recordar ese primer día, ese primer momento donde desperté y donde tuve que aprender cómo iba a sobrevivir siendo otro, porque siendo sincero, aunque mi yo del pasado y del presente hubieran sido la misma persona, la línea temporal nos cambia. El niño de catorce años que se acostó a dormir una tarde de verano no tiene nada que ver con el hombre de cuarenta y uno que despertó en su cuerpo.

Ese primer día en un cuerpo de niño, cuando desperté, interpreté todo como un sueño. Al principio estaba muy acelerado y poco a poco me fui relajando con la certeza de que todo aquello no era real. Fue después al no poder despertar, cuando sentí ansiedad y nerviosismo.

La primera persona que vi ese día fue a mi madre. Llegaba de trabajar y me saludó con un grito para saber si estaba en casa. Yo me quedé completamente paralizado y no sabía muy bien qué hacer ni decir. Oí las pisadas de sus tacones contra el suelo aproximándose a mi habitación, se abrió la puerta y allí estaba ella frente a mí. Nunca la había recordado tan joven como ese día y me debí de quedar mirando con una sorpresa extrema porque recuerdo que me preguntó si me pasaba algo, debía de tener cara de sorpresa extrema.

Me dejó ver su enfado por tener la habitación desordenada. Parece ser que había dicho que debía recogerla, sin embargo, esa parte era completamente nueva para mí. También me dijo que en media hora comíamos, que pusiera la mesa.

Poner la mesa fue la labor más compleja que podía hacer en ese momento. No recordaba donde estaban las cosas, tampoco donde debía de ponerla exactamente, ni para cuantos. Me preguntaba a mí mismo si estaría mi padre o no, si comíamos en la cocina o en el salón. Me di cuenta de que en lo cotidiano mis recuerdos no valían nada porque eran demasiado generales.

Entonces se me ocurrió decir que estaba un poco mareado y que necesitaba tumbarme un rato. Creo que lo dije demasiado serio y con un lenguaje excesivamente elaborado, porque me miró muy preocupada y comprobó que no tenía fiebre poniéndome la mano en la frente.

Gracias a ese pequeño momento de volver a la habitación, me dio tiempo a tomar perspectiva. Estaba en mi pasado y era todo demasiado real, dejaba de parecer un sueño.

Pensé en qué hacer, pero todas las soluciones eran demasiado adultas. Con catorce años, realmente no se puede hacer gran cosa, y más en 1994. Hice un balance rápido y entendía que el mundo había cambiado para mí. No tendría internet, ni móvil, los ordenadores tales como los conozco tampoco existen. Pasar un día en esa realidad no iba a ser fácil. No sabía qué día era exactamente, en qué curso escolar estaba o qué había sucedido ya y qué no.

Cualquier cosa que dijera iba a sonar muy extraña. Recuerdo que reflexioné sobre si Lola Flores seguía viva, si seguía existiendo el programa 1, 2, 3 o si Tele5 se visionaba ya en las televisiones de ese año. No sabía qué sí y qué no había pasado ya. Ahora, con la distancia de estos dos años, me sorprendo de que la primera cosa que pensara era si Lola Flores seguía viva. Supongo que el momento irreal que vivía, traía a mí pensamientos igual de irreales.

Ante ese análisis rápido, pensé que, si no era un sueño lo que estaba teniendo, podría ser una especie de viaje astral a mi pasado, pero que en poco tiempo todo volvería a ser como antes, no hice demasiado. Me levanté con normalidad y fingí tener un leve mareo sin más.

Ese día iba a ponerme a prueba, sonaban los cubiertos y allí estaba mi madre terminando de poner la mesa. Esa mirada de madre comprensiva preguntándome si estaba mejor fue algo que me ayudó y me hizo sentir en casa. Debe de ser que el amor de una madre no entiende de límites temporales.

Allí estaba yo, iba despacio en mis movimientos. Esperé a que se sentara ella primero para saber cuál era mi lugar, y una vez sentado en la mesa y con mi madre a un lado, me sentí afortunado por ese momento revivido. Estaba con una versión muy joven de mi madre, sentí su amor en la cotidianidad de los pequeños gestos, y creo que esa parte a mi edad adulta la había olvidado, se había esfumado de los recuerdos como algo irrelevante.

El primer problema me dejaba perplejo. Veo frente a mí un plato de lentejas. Las lentejas están bien, pero no tanto la carne que las acompaña. En una fuente central se podían ver una morcilla, chorizo y una oreja de cerdo completa. Recuerdo que se me puso un nudo en el estómago, no sé cómo reaccionar ante eso. Comienzo agarrando la cuchara y comiendo despacio las lentejas, ahora tengo que pensar cómo evitar probar la carne. Llevo más de veinticinco años sin comer animales.

En ese momento tuve un ápice de lucidez. Recordé que cuando era un niño las lentejas no me gustaban, así que si sorprendentemente me comía un plato extra nadie pensará en la carne. Durante toda la infancia que yo ahora recordaba, no comía nada bien, así que la primera estrategia era comer bastante.