Ellos

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Lorena Deluca

Ellos : una historia de encuentro / Lorena Deluca. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-87-0718-1

1. Novelas. 2. Narrativa Argentina. I. Título.

CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: info@autoresdeargentina.com

Ilustraciones: Lisandro H. Sandes

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

A mi compañero y amante

quien confió en mí, y me animó

a hacer de este sueño una realidad.

A Julián, Guadalupe y Lucía.

Cuadros

Prólogo

Inicio

Refugio

La Cabaña

Ofrecimiento

Rayo de Luz

Detalles

El tema del azar

El poder de la palabra

El ser de Ella

El Candidato

Nueva conciencia

Conocerla

Jugar a ser otro

En relación a una única mujer

Lo extraña

Su mejor versión

Retrato

Una palabra que empieza con a y termina con r

El mejor cuadro

Un año más de vida

Movilizar su deseo

Un gran hallazgo

La magia

Lo imposible

No te enamores

Pensar en Ella

A dos minutos de amarla

Final

Sobre la autora

Poemas

Somos vida

Ensalmo

Decálogo

Dos mundos

La mujer

Lo extraña

Inevitable amor

Color costumbre

El dilema del erizo

Detalles

Espejar-se

Prólogo

Lorena escribe sobre dos personajes que escriben sobre dos personajes.

Esta invitación, entonces, supone varias dimensiones, como en toda novela. Corresponde ser decente y abordar en este comentario algunas de ellas, imposible todas.

Atravesados por un tiempo de encuentros en redes digitales, la autora toma esto como un desafío, y apuesta a dos personajes que se encuentran por mail, a partir de la poesía que uno de ellos le envía al otro, y la respuesta que este envío tiene.

Contactarse, escribirse, armando un refugio con palabras nacidas del silencio, que eviten los ruidos.

Y estos “ruidos de afuera” tal vez no sean tanto ruidos, o tan afuera. Esta es una dimensión que silenciosamente como una paradoja se desliza entre las letras y es parte esencial de la trama, a mi modo de entender.

Si alguien se refugia, el afuera no parece en principio amigable, y así, entre otoñal e invernal, el afuera solo parece dar frío.

El contraste con esto, el adentro en la cabaña, se va moldeando con palabras que poco a poco van erotizando cada escena, y así entre poesías de la autora ubicadas en alguno de los personajes, canciones de jazz, y nombres de libros y sus autores, el encuentro digital va presionando a estos personajes que se escriben uno al otro.

¿Presionando a qué? No es de buena educación anticiparse en este comentario, pero lo que sí puedo decir es que esta es una novela con fraseos poéticos que poco a poco —según mi lectura— van creando situaciones donde el deseo se erotiza, de una manera tal que la trama parece depender de esta situación a la hora de pensar un desenlace final.

¿Se habla de enamoramiento? Sí, también las frases alcanzan estos lugares.

¿Esta novela habla de amor? Bueno, nuevamente no voy a anticiparme, queda en cada lector averiguarlo.

Sabemos que en términos psicoanalíticos el amor puede ser precisado en su lógica clínica. Y allí, en cuanto psicoanalista, no dejo de acordar con respecto a que si las palabras son la vía para que lo pulsional se descargue, y son los afectos la expresión en la percepción consciente de dicha descarga, aquí entonces la escritura de palabras produce afectos en los personajes. La cuestión es si produce amor, al que no hay que confundir con enamoramiento.

El final, entonces, si es leído psicoanalíticamente, tiene su lógica. Y si es leído en esa otra dimensión tan apreciada, la del arte, también la tiene, dado que esta textura donde los personajes arman su escena armando otra escena dentro de ella (Hamlet, mediante) no solo es modernamente digital, dado el tipo de lazo que van construyendo entre Ellos, sino que además... no hay nombres a la hora de llamar al otro cuando la escena está en llamas, y esto por supuesto tiene sus consecuencias, que invito a descubrir.

Juan Carlos Volpatti

Inicio

Hasta que no se sucedieron los primeros escritos, la posibilidad de escribir una historia no existió. A medida que los mensajes fueron llegando a su casilla de correo, comenzó a sentir que algo en Ella cobraba vida, una vida que se iba gestando a partir de un solo acontecimiento. Lo describió como un detalle, que surgió a partir del envío de un poema: “Somos vida”.

En ese momento, parecía a simple vista un acto inocente, basado en considerar a su destinatario como alguien capaz de apreciar una lectura con cierto interés, no precisamente porque fuera un erudito en letras ni Ella una escritora consagrada, nada de eso y todo lo contrario.

El día en que recibe el poema, lo invita a intercambiar escritos por el simple hecho de compartir un mismo gusto. Así comienza el recorrido a partir de la palabra, en ese ida y vuelta, con cierta atmósfera de intriga y un poco de misterio, despertando curiosidad a través de un silencio cómplice, alejado de aquellos ruidos que dispersan y ocupan allá afuera. Un silencio que deciden juntos habitar como refugio, moldeando lo que parecía no tener sustancia, como solo un alfarero del tiempo puede hacerlo. Un espacio creado desde la imaginación, con ese poder de ver las cosas de manera distinta, con otro aspecto y un sabor diferente, donde los pensamientos, las emociones, las fantasías y la magia tejen a su antojo la trama de una historia que va aconteciendo; un espacio donde soñar un mundo para Ellos, sin ser un mero sueño despierto, sino entrando en él, como si fuera verdaderamente real —allí y en ese momento— con todos los sentidos, para compartirse libremente.

 

Un lugar de encuentro donde el deseo empuja, y en su frecuencia crece y hace que se sientan cada vez más atraídos al ritmo de sus latidos.

Un camino de ilusión que los lleva a recorrer sin tiempo ni condiciones cada uno de sus rincones, a encender no solo sus cuerpos, sino también el alma, quedando desnudos frente al ser de Ellos.

Ingenio. Humor. Belleza.

Sexo. Pasión. Intensidad.

Donde la prudencia y el cuidado comienzan con el tiempo a desvanecerse, y son sus bocas la medida del encuentro, quedando finalmente cautivos frente al deseo, y ante un único e inexorable debate: caer o no en el amor.

Somos vida

Déjate llevar por la inocencia, esa que de niño te eximía

por saberte libre de culpa,

siendo incondicional de un referente amado.

Vuelve a ese silencio de calma anhelada

cada vez que el corazón golpee a tu puerta de manera desesperada.

Aleja los ruidos que dispersan y atormentan,

solo buscan el dualismo de tu conciencia.

Platica con tu mente

dile que el pasado y el futuro ya no son de tu incumbencia

que de euforias y lamentos se ha colmado tu paciencia.

Comprende que del malestar nada vienes a resolver.

Tu verdadera esencia está allí donde cuesta ver.

Siente que eres parte de este universo.

Trasciende en sabiduría el sentir que eres vida.

Y cuando uno es vida

no hay final.

Refugio


“Vale más soñar la vida propia que vivirla,

aunque vivirla es también soñarla”.

(M. Proust)

Ella

De solo pensar un lugar para estar juntos, le produce a Ella una cálida sensación de bienestar, pero también de cierta inquietud que percibe como si se tratara de un encuentro amoroso, donde ambos intentarán escribir sus mejores y más sentidas frases para el otro.

Ella busca invitarlo a soñar, a habitarse allí donde solo Ellos puedan tocarse con palabras, siendo atrevidos, pudiendo elegir sin censura cada vez, descubrir el deseo y abrazar al desnudo la emoción de su alma.

Quiere saber de Él, se siente intrigada por sus rincones más bonitos, su aroma y su clara mirada.

Ella sabe que Él espera encontrarla allí, donde juntos decidieron estar.

Él escribió:

“Nunca había pensado que las palabras también podían crear espacios y convertirse en refugios...”.

Ella sí lo pensó y también los tomó como refugios de vida.

Hubo algo que no advirtió y la tomó por sorpresa: nunca creyó que de un primer escrito —de Ella— un espacio fuera a nacer de ese silencio y que con palabras se creara un refugio para alojarlo a Él, dando finalmente nombre a Ellos.

Suspendida en el tiempo, a lo alto, la creación vuelve a surgir y la encuentra saboreando nuevas palabras, que no atiborran, se deshacen y esperan ser sujetadas en otras nuevas que aún no conocen... ni Ella ni Él.

Hay una realidad que en su momento no pudo ver, pero que hoy intuye desde otro lugar, y es que tal vez Él siempre debió haber estado allí, esperando ser descubierto.

Mientras tanto escucha: Slow Jazz Mix-Relaxing Jazz Piano Music. Y, en las pausas de cada frase, mira llover por la ventana.

La Cabaña


Pequeño es el espacio de encuentro

del silencio que habitan,

de la mirada cómplice,

de sus besos,

del abrazo

de Ellos.

Él

Ella lo invitó a soñar y Él sueña.

En un bosque algo nevado había una cabaña no muy grande, de diseño sencillo y amplios ventanales. Se encontraba en un claro que se abría entre algunos arces rojos brillantes y otros anaranjados, que se distinguían de unos abedules por una belleza de contraste.

No se veía tanta nieve porque recién comenzaba el otoño, y se notaba que era un refugio que pocos conocían. Había que saber su ubicación exacta, y se llegaba solo si se lo buscaba. Era de esos lugares donde había lo necesario para estar bien después de una larga caminata: un sillón cómodo, una mesa y dos sillas, una alacena con provisiones, unas tazas para tomar algo caliente, y un hogar de piedra con suficientes leños apilados para mantener el calor siempre encendido. Al entrar se percibía un suave aroma a madera. Era un lugar muy luminoso, con vista a diferentes colores que el paisaje regalaba de esos árboles, acompañados en su movimiento por una brisa de estación.

A Él le gustaba salir a caminar y disfrutar lo vivo del bosque. Salía solo, con esa cosa un poco felina que siempre tuvo.

Una mañana, en medio de una de esas tantas caminatas, encontró un poema escrito en un árbol: “Somos vida”, comenzaba diciendo. Apareció por sorpresa y lo sacó de los temas en los que estaba. Leyó con atención, una a una, cada palabra. Vio que estaban firmadas por alguien especial para Él.

Así como suele pasar en los sueños, donde no hay mucha lógica ni es necesario buscarla, se encontró de repente dentro de ese refugio. Miró a su alrededor y notó que las paredes estaban construidas por palabras. Ella estaba ahí. Se alegró de verla. Mucho. Siempre la recordaba. No fue necesario saludarse ni entrar demasiado en conversaciones mundanas.

En silencio, percibían la calidez del lugar. No había por qué inquietarse, era un sitio para saborear una nueva dimensión del tiempo, “para habitarse allí donde solo Ellos puedan tocarse con palabras...”.

Un refugio de sonrisas a escondidas que se abría entre el ruido alrededor.

Cada uno sabía y sentía que, en cualquier momento en el que se encontraran, iba a estar el otro allí, en medio de esas tormentas de nieve que a veces se desataban afuera.

Estaban intrigados el uno por el otro. Él se preguntaba cómo es que el azar los había cruzado alguna vez, y por qué esa mañana quiso mostrarle un poema. Eligió no preguntarle nada y tomar lo que Ella ofrecía. Si un día decidía levantarse e irse, Él tampoco le preguntaría nada, como sucede en los sueños.

Como a Ellos les gustaba el jazz, sabían que algunas buenas melodías se disfrutaban así. Mientras tanto, Él sonreía cada vez que entraba a ese lugar un poco mágico, porque después de haber caminado bastante, sabía que no eran muchas las personas con las que se podía compartir o construir —aunque más no sea— pequeños espacios de encuentro.

Ofrecimiento


En el sentido de la lógica

el intelecto me atrapa

y me impide apreciar

el suspiro finito

de mi existencia.

Ella

Él dijo: “Ella lo invitó a soñar y Él sueña... Eligió no preguntarle nada y tomar lo que Ella ofrecía”.

Eligió una cabaña como refugio, cuyas paredes estaban construidas por palabras. Un lugar para estar juntos, “como una compañía en medio de esas tormentas de nieve que a veces se desataban afuera”.

“Abrazado a Ella se daba cuenta de que soñar ‘con’ alguien también podía significar estar juntos en una realidad construida por los dos, mezcla del sueño de ambos”.

Otra vez se descubre sonriendo, con ese gesto en su rostro que no la inquieta y tampoco esconde, por sentirse ahora cuidada y a su lado.

Ella le ofrece compartir ese espacio teniendo en cuenta que le había enseñado varios significados: que hacer silencio no es callar, que al silencio se lo debe buscar, o crear, porque no tiene sustancia, sino que hay que dársela.

Él escribió: “Como si hubiera sabido que había recorrido las colinas del tiempo, creyendo que el silencio era vacío y ausencia, hasta que aquel relámpago resbaladizo le enseñó que, en verdad, era refugio y encuentro.

Entonces Él se preguntaba: ¿hacer silencio o habitar el silencio? Hizo silencio: lo dibujó a su alrededor como una línea tenue, de arena color azul, lo bordeó y luego se sumergió, respirando profundo. Y así cobijado logró percibir —en el preciso instante en que el sol se reflejaba en esa espuma que dejaban las olas en la orilla— cómo las cosas recobraban su verdadero nombre”.

Refugio de calidez, cual tibios rayos de sol de una mañana de otoño.

Solo una condición le pide Ella, para lo cual será inflexible: el fuego del hogar de la cabaña en el bosque lo encenderá Él, así como tendrá que procurar contar siempre con buena música y buen vino, además de algunos chocolates, considerando que se viene el invierno.

Por su lado, esperará de Él que le diga qué desea de Ella.

Hay un detalle que le gustaría conservar, y es la manera de nombrarse. Ambos saben que al nacer eligieron para ellos dos lindos nombres, con toda su carga simbólica y una historia que los antecede. De allí la magia ahora de ser Él y Ella, dando luz a Ellos, dentro de un espacio de complicidad para sentirse libres y sin tiempo. Recrear momentos, compartir emociones, leer, escuchar música y poder encontrarse, con ese poder —maravilloso— que ofrece la mente al potenciar y manipular creativamente la realidad, haciendo de la imaginación (dentro de lo posible) lo más parecido a la vida real, disfrutando de la escena que se ofrece a los sentidos, relajados y en silencio.

Ella cree que sería un buen comienzo.

Esta noche lo percibe con ese perfume que aún no logra saber cuál es, y espera que le diga, para que cuando lo perciba, en algún lugar, lo recuerde. Seguramente huela a madera y se caracterice por un aroma clásico e imponente.

Escuchando ahora esa música de la que hablaba, le cuenta que no forma parte de sus costumbres musicales. Hermosa voz negra, por cierto. En ese estilo también le agradan Ella Fitzgerald y Aretha Franklin. Hay un tema de Fitzgerald con Armstrong que suena bien: “Summertime”.

A Ella le gustó lo que Él le leyó la vez pasada e imaginó una primera escena de amor dándole un beso, luego de muchos años, un primer beso que despertó sus sentidos. Algo así como: con picardía, se acercó lentamente hasta percibir su perfume, lo miró a los ojos color cielo, y rodeándolo con los brazos para tenerlo cerca, muy cerca, sintió —poco a poco— cómo su respiración iba en aumento, acelerando el ritmo de sus latidos. Cerró los ojos, buscando ese deseado y húmedo roce con los labios, abriendo suavemente su boca para recorrerlo con la lengua e ir en busca de la suya, una y otra vez y saborear cada uno de sus rinconcitos, en esa profunda intensidad que excita y ese dulce gemido que emerge del placer.

Se gustan, siempre se gustaron.

Suspendidos en el aire y con sus bocas calientes desean más, mientras suena de fondo esa canción: “Spoiled” de Joss Stone, que en su ronroneo sensual inspira a seguir.

 

Ella quiere saber más de Él, y que le cuente por qué la considera especial.

Rayo de Luz


Nada es lo que parece, o mejor dicho,

aquello que parece termina siendo finalmente lo que es,

una ficción.

Él

Cuando regresó ya casi de madrugada, la cabaña estaba muy cálida y notó la diferencia que había con el afuera. A través de la luz que daban las brasas vio que Ella estaba ahí, plácidamente dormida. La arropó con cuidado y acercó suavemente su mano como para acariciarle la mejilla, pero solo le acomodó un poco el pelo que caía sobre sus ojos, para no despertarla.

Se alegró de verla otra vez, sin poder quitarle la vista de encima.

Él todavía estaba bajo los efectos del primer beso. No era el primero en orden cronológico (un lector que no forme parte de la cabaña no entendería esto que Él escribe), pero en verdad, por los latidos que le generó, podría contar como el primero. La tibieza y la humedad de sus labios.

Respiró profundo, exhalando en cada bocanada lo disonante de su mente. Enseguida se sentó en el sillón y simplemente se dejó llevar por la calidez del lugar. Los últimos años habían sido demasiado movidos, y necesitaba algo de esa calma.

Como siempre fue protector, sentía que en ese momento la estaba cuidando, aunque Él mismo necesitaba descansar, sin dejar de pensar que algún día —seguramente— le contaría con detalles todas las cosas que vivieron de la época en que se conocieron.

De aquellas tardes compartidas recordaba una en particular, en la que había entrado a un lugar y la vio allí sentada. Había otras personas, pero de algún modo mágico el sol que venía de la ventana le iluminó la cara y entonces ya solo pudo verla a Ella, como si se hubiera hecho silencio de repente. Un silencio parecido al que mencionaban Ellos ahora.

Desde ese día, como si ese tenue rayo hubiese dejado una huella, siempre tuvo un brillo especial para Él. Estaba seguro de que, de un modo un tanto misterioso, hubiera podido distinguirla muy rápido entre una multitud.

Estando a su lado, pudo reconocer ese brillo en la oscuridad, y sonrió.

Aquella mañana, cuando leyó el poema, fue como si se hubiera repetido el efecto de aquella tarde. No estaba su rostro ni nada de su cuerpo, solo una foto y palabras escritas por Ella, que fueron como aquel rayo de sol.

Durante esos años, en una de sus largas caminatas un poco felinas, se había internado por algunos caminos literarios, espacios de lectura y escritura. Y entonces la escritura empezó a ser un lugar que deseaba conservar para siempre. Las palabras eran su refugio.

De ahí la sorpresa cuando leyó que a Ella le pasaba algo parecido.

Él tenía varias anécdotas del tiempo en que recorrió esos senderos. Por ejemplo, que durante algunos años tuvo otro nombre en una red social, “Rodión Raskólnikov”, el personaje de un libro que lo había impactado mucho por la intensidad de su historia, llegando a convertirse en un intrincado drama psicológico, además de no quedar exento de algún tinte filosófico. Una figura con la cual ha jugado, entre otras, en tono de aventura y en eso de desdoblarse en distintos personajes, según la ocasión.

Ahora Él admiraba en Ella la forma en la que, con palabras, lograba recrear sensaciones.

Se preguntaba desde cuándo había caminado por los mismos senderos.

Cuando despierta, aún no ha amanecido, se acerca para besarla y le ofrece una taza de café. Le comenta que estuvo recordando momentos en los que se habían conocido, mientras reanimaba el fuego del hogar.

Por las ventanas se apreciaba ese paisaje otoñal iluminado por la fase llena de la luna.

Al tomar un nuevo escrito que Ella le enseñó: Apariencias, vuelve a leerlo y se le ocurre —como un juego— continuar escribiendo a partir del primer párrafo, pero de otra manera.

Apariencias

Desde hace algún tiempo, una vez más, me encuentro pensando que nada es lo que parece, o mejor dicho, todo aquello que parece termina siendo finalmente lo que es, una ficción.

Siempre supe que lo correcto es producto del consenso, y que el sinsentido no responde a la razón. Así como los problemas del corazón escapan a la lógica, también las lágrimas y la emoción, librados a la suerte de nuestras vibraciones, esas que buscan de manera desesperada alojarse en nuestro cuerpo, ganando batalla a la mente.

Detenida en el tiempo alcanzo a verte, imperfecto, husmeando los rincones de tu propia soledad, en busca de un otro, escondido entre figuras, velando por tu existencia.

Pienso en historias de alguien que es, no siendo, salvo por aquello que lo nombra, porque está atravesado por la palabra que lo atrapa y aprieta. Sujeto sujetado, sujeto del olvido, que hoy despierta al encuentro de un otro que cobija, y retiene e invita a descubrirlo en su propia falta.

Retomando lo que escribió:

Desde hace algún tiempo, una vez más, me encuentro pensando que nada es lo que parece, o mejor dicho, todo aquello que parece termina siendo finalmente lo que es, una ficción.

Una ficción que arma un mundo, le da su sentido y también sus bordes hasta que un día —imaginemos un día de sol— es posible ver en algún detalle las marcas ocultas a la mirada, y es de otra realidad.

La apariencia suele tener el rostro de la perfección, como el decorado y el texto de una obra de teatro cuyos actores solo tienen que repetir cada noche.

Pero hay un instante —un preciso y tenue instante— en que ya no se puede no ver que se trata de un decorado, y que por la mañana ya no habrá personajes.

¿Cuándo y cómo se produce ese instante mágico, en el que la luz alumbra y ciega a la vez?

Es la rajadura. Es la diferencia esencial entre lo que se rompe y lo que solo se raja. ¿Está agrietado o está partido? ¿La rajadura separa o une los dos pedazos?

Hay una forma del arte en Japón, el kintsugi, que consiste en honrar —no en ocultar— las cicatrices o rajaduras que el tiempo produce en los objetos. Una vez producida la cicatriz, el artista tapa la fractura de la cerámica con barniz espolvoreado con oro, porque la rotura y reparación deben mostrarse más que ocultarse, ya forman parte de la realidad de ese objeto... y lo embellecen.

Atenta recorrió con su mirada cada nueva frase que Él inventaba, con ese gesto minucioso que bien lo describe. Embelesada, siguió paso a paso su creación y esa forma de expresar belleza con la palabra...

Y lo admiró.

Leyeron la producción, y un abrazo de obra finalizada aconteció en silencio.

Cada tanto, miraban caer por la ventana hojas iluminadas por el sol de la mañana, mientras escuchaban un tema de Diana Krall: “Garden in the rain”.

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