Un mundo sin rostro

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Un mundo sin rostro
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Ebner, Liliana Silvia

Un mundo sin rostros : relatos de pandemia / Liliana Silvia Ebner. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-87-1045-7

1. Narrativa Argentina. 2. Relatos. I. Título.

CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: info@autoresdeargentina.com

Para mis nietos, Nicolás, Lapo, Lino y Delfina

“El amanecer llega después de la oscuridad”.

Lisa Wingate

PRÓLOGO

Como cada año, toda la familia nos reunimos para las fiestas. Algunos viven muy lejos y se trasladan hasta aquí para compartir unos días con padres, hermanos, tíos, abuelos.

Este año no fue diferente, como tampoco fue diferente la despedida.

Todas las separaciones son tristes, muchas lágrimas y esos abrazos de los que no queremos desprendernos, pero reconforta la promesa de:”¡En unos meses nos vemos! ¡Vendremos para el Día del Padre! ¡Iremos para el cumpleaños de Lapo!”.

Quién iba a decirnos que apenas unos meses después, todo cambiaría. No solo nosotros, sino que el mundo ya no sería el mismo.

Un virus, como espesa nube, comenzó a trasladarse, atravesando fronteras, recorriendo miles de kilómetros, envolviendo al mundo con su letal veneno.

Ese virus tiene nombre: COVID-19 y se ha cobrado ya miles de vidas. Ese virus acecha, es nuestro invisible enemigo, contra el que no tenemos armas hasta el momento, para combatirlo. Solo la precaución, la higiene y el deseo de que no golpee nuestra puerta.

Todos los sueños y proyectos se desvanecieron, la vida cambió de un momento para otro.

Los niños quedaron presos en sus hogares, los ancianos solos.

Las ciudades se tornaron pueblos fantasmas, donde los pocos que transitan sus calles no tienen rostro, pues todos sus rasgos quedan enmascarados bajo barbijos, tapabocas o mascarillas.

He tenido la ocurrencia de plasmar en estas páginas pequeñas historias. Algunas personales, otras escuchadas al pasar. Historias comunes, de gente común, que vive de diferentes maneras esta crítica situación.

Y deseo hacerlo para dejar testimonio a nuestros niños, para que, cuando como en una nebulosa recuerden este momento, estas historias les hagan revivir algunos recuerdos. Y para los niños que nacerán en el marco de esta pandemia, que no tendrán idea de lo ocurrido. Para que sepan que hubo un mundo diferente antes de 2020. Un mundo que cambió, para bien o para mal, pero a partir de ese momento, sufrió una mutación.

Es por eso por lo que en estos seis meses de confinamiento he escrito algunas historias, reflexiones, algunos cuentos basados en la realidad, porque la memoria debe existir, porque los niños de hoy deben percatarse de cómo se ha vivido esta pandemia.

Deben conocer las historias de médicos y enfermeros, de camilleros y ambulancieros, de bioquímicos y de todo el personal de sanidad, que día a día lucha por salvar vidas y muchos de ellos dejan la propia. Esos sí, a pesar del barbijo, tienen rostro, tienen nombre, tienen manos que acarician y palabras de consuelo para los afligidos dolientes.

Deben comprender por qué el mundo se ve desde una ventana, porque no pueden correr y jugar en el patio de la escuela, columpiarse en las plazas, saborear un helado. Por qué no hay domingos con los abuelos, ni la búsqueda de ese chocolate escondido que el abu tiene siempre preparado.

Deben saber también que a nuestro país no solo lo azota el COVID-19, sino también otra gravísima enfermedad que no podemos erradicar y que se cobra miles de vidas al año: DENGUE.

Y deben percibir, por si fuera poco, que otra epidemia nos ronda, ha resurgido, por desidia, por falta de información o ignorancia, por la aparición de grupos anti-vacunas: SARAMPIÓN.

Cuando varias epidemias azotan un país, ya deja de ser pandemia para convertirse en sindemia.

Estos relatos, estas historias, todos tienen gran parte de realidad, prácticamente todo es real, es verdadero, es lo que estamos viviendo millones en el mundo y es lo que nuestros niños deben conocer.

Deben darse cuenta de que este 2020 cambió el mundo, que sin duda no seremos los mismos, no pensaremos ni actuaremos igual que antes, que en muchos dejarán secuelas el pánico, el aislamiento, la pérdida de seres queridos.

Deben saber que hubo un año en que un manto de oscuridad cubrió el mundo, en que los gobiernos, como prevención, como escudo, levantaron muros y por ende los aviones no surcan los cielos, ni los barcos navegan lo mares.

Que los sueños de muchos se han roto, que los proyectos se han archivado y que sin duda, nunca, nunca, volveremos a ser los mismos.

Pero como dice la autora Vivian Greene:

“La vida no se trata de que pase la tormenta. Se trata de aprender a bailar bajo la lluvia”.

1

¿HASTA CUÁNDO?

Era 3 de marzo. Como siempre, habían planeado y programado ese encuentro. No eran muchas las oportunidades, él trabajaba veinte días en Buenos Aires y diez en Bariloche, por lo que no podían desaprovechar ninguna.

Como de costumbre, antes del encuentro, esa noche no durmió. Se levantó antes de que el despertador inundara con su sonido el silencio de ese amanecer.

Tomó café, las manos le temblaban.

“¡Qué tonta soy! Si lo vi hace menos de un mes, pero estos encuentros me provocan una terrible sensación de ansiedad”, pensaba mientras cepillaba su larga y brillante cabellera.

Se vistió lentamente, cuidando cada detalle.

Pintó tenuemente de rosa los labios y se fijó si en la cartera estaba la cajita de pastillas de menta, indispensables. Siempre deseaba tener aliento fresco.

Al asomarse a la ventana, un cielo gris le dio los buenos días, una fina nevisca comenzaba a caer. Observó ese bucólico paisaje y se imaginó un encuentro lleno de romanticismo. Mientras la nieve caía cubriéndolo todo con un manto helado, ellos derretirían el hielo con el fuego de sus cuerpos y el ardor de sus labios.

Escuchó vibrar el celular, era la señal. Él también estaba ya saliendo al encuentro.

Llevó los zapatos hasta la puerta, para no despertar a sus padres. Era demasiado temprano y podían hacer preguntas.

Salió en puntillas y se encaminó presurosa al encuentro con su amado.

Allí estaba, tan lindo como siempre, no, mucho más lindo. Su sonrisa la envolvía mientras cruzaba la calle y sus brazos se extendieron para apretarla contra su cuerpo en un abrazo sin fin.

Se amaban con locura, se deseaban y extrañaban y esperaban el momento de estar juntos para siempre.

Esa mañana hicieron el amor con pasión desbordada, parecía que el mundo se acabaría, que no volverían a estar juntos. Se amaron con vehemencia y salvajismo hasta quedar agotados. Cada encuentro era un viaje de reconocimiento del cuerpo amado.

El reloj implacable, indicó que el tiempo había terminado. Se vistieron con premura, besándose y acariciándose, deseando fundirse el uno en el otro para no volver a separarse.

En la calle, ya había amanecido, y grandes copos de nieve danzaban ante sus ojos. Tomados fuertemente de la mano llegaron a esa esquina, donde siempre se despedían para partir a sus trabajos.

Se besaron con pasión, se mordieron los labios, se abrazaron. Desde el umbral del colectivo, él le tiró un beso y le gritó: “¡Te quiero!”.

Ella se lo devolvió soplando la punta de sus dedos.

“Próximo encuentro en 15 días”, pensaba sonriendo mientras se encaminaba a la oficina.

Su sonrisa la delataba y era la envidia de sus colegas.

A media mañana la radio emitió un anuncio donde se debía cumplir una cuarentena, dos semanas de aislamiento.

Con el paso de los días, fueron otras dos y dos más.

Julián y Sonia llevan seis meses sin verse, más de ciento ochenta días sin caricias ni besos. Seis meses donde el tiempo se ha detenido y simplemente los recuerdos de días pasados estimulan el ánimo.

Solo una ventana la conecta con el mundo. Un mundo vacío, sin sonidos. Un mundo donde los humanos se esconden tras los visillos.

Saben que el amor es fuerte, que puede soportar los embates del tiempo, pero, cada día la tristeza es un puñal que se clava más profundamente.

¿Cuándo acabará esta cuarentena? Es la pregunta que se hacen y que aún... no tiene respuesta.


2

SINDEMIA

Hace apenas unos meses, el término “pandemia” solo lo leíamos en algunos informes, en algunos libros de historia.

Nadie imaginaba que llegaría, que viviríamos esta situación, que nos tocaría replantearnos, de un día para otro, la vida.

 

Llegó como una ráfaga huracanada, se introdujo en cada rincón, atravesó el aire, surcó los mares, corrió por las carreteras y a todos lados llegó.

Y comenzó la pandemia, comenzó la zozobra, comenzó el pensar qué acontecerá mañana.

Pero en algunos países, la situación se torna más grave. Hay países que tienen instalada una enfermedad hace muchos años: DENGUE. Esta enfermedad endémica se lleva muchas vidas por año. Sumemos ahora el sarampión, que ha irrumpido nuevamente.

Y cuando el invierno llegue y los fríos calen hasta los huesos a los que no tienen para abrigarse, a los que no tienen para comer o también a cualquiera no tan vulnerable, llegará la influenza que matará miles.

Entonces, aquí, ya no hablamos de pandemia, aquí, entre nosotros, se ha instalado una sindemia.

Ambos términos son sinónimos, muchas veces de muerte; pero además de destruir nuestro cuerpo, destruyen socioeconómicamente a todos.

La mente, nuestra mente, no está preparada para procesar este desastre inimaginable.

¿Saldremos indemnes de esta situación? Seguramente no todos, muchas secuelas quedarán, algunas difíciles de sobrellevar.

3

EXTRAÑAR

Un sonido me sobresalta. Estamos ya tan acostumbrados al atroz silencio de las calles, de los edificios, de las propias casas, que hasta el volar de una mosca nos inquieta.

¿Cuánto tiempo hace que estoy allí sentada? No lo sé. Vivo sin percepción de tiempo y espacio.

Mis manos mustias sobre el regazo y decenas de fotos a mi alrededor. Mis mejillas húmedas de haber llorado y mis ojos turbios con lágrimas que no dejan de caer.

Allí están ellos, mis hijos, mis nietos, tan cerca y tan lejos.

¡Cuánta falta me hacen los abrazos y los besos pegajosos de los más pequeños!

¡Cuánto extraño ese jugar con los trenes y contar cuentos!

Un año perdido en la vida de muchos, de todos, del mundo. Un año de miedos, de sinsabores, de incertidumbres.

Los niños se ven más grandes en los videos, los padres parece que han envejecido algo en este tiempo. Están cansados, demacrados, inseguros.

Y los abuelos, con los brazos caídos, los chocolates escondidos y todo el amor desbordando en lágrimas de tristeza por no poder abrazarlos.

COVID-19 se llevará un año de nuestra vida, un año donde nada ni nadie reparará la falta del afecto, del disfrutar de risas, de charlas, de paseos, de pequeñas manitas sujetadas a las nuestras, de preguntas que solo contestamos los abuelos.

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