Criptomonedas

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LAURA MORESI

Criptomonedas
Un ensayo para pensar


Moresi, Laura

Criptomonedas : un ensayo para pensar / Laura Moresi. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2454-6

1. Ensayo. I. Título.

CDD 332.404

EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA

www.autoresdeargentina.com info@autoresdeargentina.com

Tabla de contenidos

1  A los lectores

2  Introducción

3  Breve historia del dinero

4  Crisis financiera de 2008

5  Nacimiento de la moneda digital

6  ¿Cómo se compran criptomonedas?

7  Wallet o billeteras virtuales

8  ¿Qué es blockchain?

9  Minería ¿Qué es el hash rate? ¿Qué ganan los mineros? Halving

10  ¿Qué compramos cuando compramos moneda digital?

11  Los grandes del mercado

12  Las declaraciones de Elon Musk Elon Musk y Saturday Night Live

13  ¿Desandando el camino? ¿Warren Buffett tiene razón?

14  Contaminación

15  Naciones Unidas y el cambio climático

16  Conclusiones

17  Fuentes consultadas

Landmarks

1 Table of Contents

A los lectores

Mucho se ha escrito en los últimos tiempos sobre monedas digitales, tanto en libros, blogs, redes y prensa, sin dejar de contar los cientos de videos que circulan en internet.

En el caso particular de este ensayo, salvo las reflexiones y las opiniones personales, de una u otra manera, todo ha sido escrito, solo que se encuentra disperso en una oferta de información realmente inabarcable. No obstante, al final de la obra encontrarás todas las fuentes consultadas, con sus enlaces completos; la idea es que puedas ubicarlas rápidamente y leerlas en su versión original.

Todo aquel que realiza un trabajo intelectual debe ser reconocido, por lo tanto es necesario respetar el derecho de autor de cada una de las fuentes utilizadas y permitir que los lectores tengan la posibilidad de profundizar su conocimiento.

Introducción

En la actualidad, la humanidad está globalizada, con un sistema económico mundial que se recuesta en el dólar. Los países se financian a través de la emisión de moneda y al haber más dinero circulante los productos se encarecen y se genera inflación.

Hasta hace unos años, todas las prácticas financieras legales se llevaban a cabo a través de las instituciones bancarias, que centralizaban la totalidad de las operaciones y siempre salían ganando; y cuando eso no sucedía, el sistema colapsaba, se generaban crisis financieras y los Estados debían socorrerlas.

Algunos recordarán la crisis financiera que se generó en Estados Unidos en el año 2008, cuando importantes bancos quebraron y muchas familias quedaron en la calle por no poder afrontar los pagos de las hipotecas que pesaban sobre sus hogares. Se trató de una crisis generada por las hipotecas subprime, es decir, créditos que fueron otorgados por los bancos con un alto riesgo de morosidad, y que llevó a una profunda mutación económica que subsumió a miles de personas en la pobreza, no solo en Estados Unidos, sino también en el resto del mundo.

Ese caos generalizado, insostenible, que se dio en una de las potencias económicas más importantes del mundo, debía de servir para el surgimiento de algo mejor, algo que terminara con la especulación de los grandes actores financieros. De esta manera, se fue creando un contexto oportuno para el surgimiento de algo diferente, que permitiese una distribución de beneficios no solo para los ganadores de siempre, sino también para individuos comunes, quienes, mediante el esfuerzo, lograban ahorrar algo de dinero y para los cuales resultaba imposible ingresar en el mercado financiero.

Esto nuevo, diferente y oportuno fue la creación de la primera moneda digital, el bitcoin, que en su momento significó una bocanada de aire fresco en un mercado de capitales mundial que se presentaba pesado y vetusto, frente a la posibilidad de que pequeños actores, con pocos ahorros, pudieran invertir sin comisiones ni bancos de por medio.

Sin embargo, lo que se presentó como una especie de utopía igualitaria fue degenerando en un sistema de especulación asfixiante, en la que todos juegan el juego, comprando y vendiendo, ganando algunas veces, hasta que la burbuja explote y lo poco o mucho invertido se escape como el viento.

Mientras tanto, hay muchos que llegaron al juego primero y conocen mejor que otros las reglas, por eso estos jugadores necesitan mantener el mercado caliente. En este sentido, se transformaron en expertos de monedas digitales: escriben libros, conceden entrevistas, dan cursos, incluso algunos gratuitos, porque lo que se busca finalmente es que siga llegando gente al gran juego de las criptomonedas.

El objetivo de esta obra es invitarte a que, antes de que el juego termine, puedas reflexionar sobre todos estos temas, es así que en las páginas siguientes encontrarás los principales conceptos relacionados con esta burbuja.

Reflexionar y tomar decisiones, aun cuando se tiene información, no es sencillo, por lo tanto algunas personas prefieren no pensar demasiado y tomarlas de manera casi intuitiva, lo que no necesariamente es malo –incluso en algunos casos puede resultar positivo–, y si bien estoy convencida de que la mayoría de los compradores de moneda digital de los últimos años realizó sus operaciones sin entender cabalmente qué estaba adquiriendo, me parece importante que se tome nota de algunas cuestiones que giran en torno a este tema.

En definitiva, estas personas solo pretendían cuidar sus ahorros, ganar dinero y, frente a la incertidumbre, se les presentó una posibilidad cercana, distinta, que solo era entendida por unos pocos; entonces se tornó más fácil comprar moneda digital, aun sin entender de qué se trataba.

Breve historia del dinero

El dinero es el activo que sirve como medio de pago para facilitar el intercambio de bienes y servicios. Entre otras características, debe ser divisible con el fin de realizar diferentes tipos de operaciones, debe tener valor para todas las personas de una comunidad y, además, tiene que servir como reserva, es decir, conservar medianamente su valor a través del tiempo, ya que de esta manera se hace posible atesorar y realizar operaciones en el futuro.

Sin embargo, no siempre fue así. En los primeros tiempos de la humanidad el intercambio de bienes se realizaba mediante el trueque, un sistema por el cual una persona que necesita un bien que posee otra, lo cambia por algo que esta persona esté dispuesta a aceptar, es decir, una operación no monetaria. No obstante, en muchos casos el canje resultaba dificultoso. Era frecuente que los tiempos en los que alguien tuviese algo para intercambiar no coincidiesen con los de la otra parte; por ejemplo, si la persona A cosechaba cereales en otoño, y la persona B, frutas en primavera, resultaba complicado realizar la permuta entre A y B. Es decir (aún hoy cuando el trueque es un mecanismo que se sigue utilizando) es fundamental que ambas partes coincidan en un determinado momento para poder realizar la operación.

La dificultad en la coincidencia hizo necesario encontrar un elemento que resultara valioso para ambas partes y que pudiese usarse como instrumento de intercambio. Comenzó a utilizarse la obsidiana como forma de pago. La obsidiana es una roca ígnea o roca volcánica, parecida al granito, semejante a un mineral, sin serlo, ya que no es cristalina y su composición es más compleja. Antiguamente se usaba para fabricar puntas de flecha, como elemento cortante en circuncisiones e incluso como espejo; aún hoy en día puede ser utilizada como instrumento quirúrgico. También comenzaron a usarse los granos como forma de pago.

 

En ambos casos, se trataba de elementos que tenían que ver con el comercio directo, es decir, a la obsidiana y a los granos se les dio un sentido monetario, ya que además de servir para el intercambio podían volver a ser reutilizados y nuevamente vueltos a cambiar.

Sin embargo, cuando la división del trabajo fue creciendo y las sociedades comenzaron a hacerse más complejas, se complejizó también el intercambio, ya que entonces no podía ser realizado de forma directa; era preciso encontrar un método que permitiese realizar operaciones o intercambios de manera indirecta. Comienza así la utilización de los metales, el oro, la plata y también el bronce, que circulaban de acuerdo a su peso y su calidad. Con los años fue necesario marcarlos para representar la calidad, así surgió la acuñación de moneda.

El Código de Hammurabi, del año 1750 a. C., fue dictado por el entonces rey de Babilonia con el fin de unificar las leyes existentes hasta esa fecha. Entre esas normativas se encuentran varias sanciones relacionadas con los pagos en siclos de plata. También en el Antiguo Testamento de la Biblia –Génesis 23, 12-16– podemos leer cómo Abraham le compra la finca a Efrón pagando por ella cuatrocientas monedas de plata.

Asimismo, en otras partes de la Biblia se hace referencia a unidades monetarias. Cuenta el Nuevo Testamento que, en cierta ocasión, los fariseos le preguntaron a Jesucristo si era contra la ley pagar el impuesto al César, entonces Jesús pidió que le mostrasen una moneda (un denario). Al verla les preguntó: “¿De quién esta cara y el nombre que lleva escrito?”. La respuesta de los fariseos fue: “Del César” (Mateo 22, 17-21). Este evento nos permite saber que en esa época las monedas ya estaban acuñadas.

Con el desarrollo de la minería la obtención de metales fue más intensiva, y estos materiales, además de ser limitados, eran capaces de fundirse en piezas semejantes y, lo más importante, conservaban su valor en el tiempo. De esta manera se produjo la capacidad de intercambio, contabilidad y acumulación de estos bienes.

Con el surgimiento de los bancos, la población comienza a guardar sus valores en estas instituciones; sin embargo, el traslado del oro atesorado no era sencillo cada vez que se realizaba una compra y era necesario movilizar esos valores al vendedor. Aparecen entonces los billetes, que servían para representar los ahorros acumulados en los bancos, y comienzan a entregarse con la promesa de que si el vendedor lo presentaba podía sacar la cantidad en oro que figuraba en ellos, eso significaba que las personas tenían confianza en que el banco entregaría los montos indicados.

Esta confianza en los billetes estaba dada por una promesa de pago; en ellos figuraban leyendas similares a: “El banco… pagará al portador…”, otros decían: “Certificado de plata de tanto… de curso legal”, o “pagará al portador y a la vista…”. Los que creaban estas promesas eran las autoridades monetarias de los Estados –los bancos centrales–, que luego distribuían al resto de las instituciones bancarias, de esta manera, los billetes que circulaban dentro de cada uno de los países eran los mismos y era posible controlarlos evitando las falsificaciones y la cantidad de emisión.

Si bien como comentamos anteriormente, desde la prehistoria se buscaron bienes que permitiesen realizar intercambios, entre ellos los granos, la plata y el oro, el patrón oro tal como se lo conoce en la actualidad no tiene más de ciento cincuenta años, y se utilizó principalmente desde mediados del siglo XIX hasta 1918, cuando terminó la Primera Guerra Mundial1. En este sistema, cada país fijaba la cantidad de circulación de moneda de acuerdo a una determinada cantidad de oro, quedando garantizado para el poseedor la convertibilidad de su moneda en metal.

En esa época, el país más emblemático era Inglaterra, que, aunque tenía en reservas solo el 5% de su circulante, no tenía inconvenientes ya que la libra esterlina era la moneda que más confianza suscitaba en esos tiempos, dominando el mercado financiero. Los países en guerra fueron perdiendo su equilibrio interno, ya que se procuraron endeudamientos como promesas de pago para poder afrontar los gastos de los enfrentamientos bélicos, y aparecieron así los cambios flexibles, el abandono de la paridad fija y la libre fluctuación de la moneda con el fin de lograr equilibrarla; es decir, el mercado terminaba ajustando el valor de la moneda sin que existiera una tasa de cambio fija.

Los gastos de la guerra hicieron que los países emitieran sin respaldo en oro, esto fue generando inflación y el sistema empezó a perder solidez. Todo esto terminaría, años más tarde, con el emblemático caso de Alemania atravesada por la hiperinflación. De esta manera, se abrían las puertas a la especulación y, en 1929, se produce la llamada “Gran depresión” o “Crack del ’29”.

Al terminar la Primera Guerra Mundial, en Estados Unidos se había producido un fuerte cambio: la producción de bienes había aumentado considerablemente y el mundo demandaba sus productos. Las compañías que cotizaban en la Bolsa estadounidense aprovecharon el crecimiento de la economía. Por otro lado, los países europeos estaban fuertemente endeudados. El principal problema era que Estados Unidos exigía que la deuda se pagase en oro o en mercancías, e implementaron nuevos derechos aduaneros que hacía que a estos países se les complicara el pago. Sumado a esto, la imposición de exportaciones a Europa hizo que Estados Unidos se convirtiera en el país con mayor cantidad de reservas en oro.

Frente a tan descomunal crecimiento, los ciudadanos no querían quedarse afuera de los posibles negocios y comenzaron a invertir sus ahorros en la Bolsa. Fuera de las grandes fortunas, una gran cantidad de personas que contaban con un pequeño ahorro operaban en la Bolsa, sin entender bien de qué se trataba. Las acciones incrementaron tanto su valor que la gente comenzó a endeudarse para comprar acciones y así comenzó a formarse una burbuja de especulación.

A estos créditos se le sumó el aumento de la producción gracias a las nuevas tecnologías, que no se tradujo en una valorización de la mano de obra, sino que, por el contrario, cada vez se necesitaban menos operarios para producir el mismo resultado; así la desocupación fue cada vez más en aumento.

La especulación y la desocupación no son buenos indicadores, y a pesar de que algunos de los principales bancos de Estados Unidos intentaron evitar la crisis, todo estalló en octubre de 1929.

Por otro parte, la Reserva Federal de los Estados Unidos no socorrió a los bancos dándoles liquidez, sino que redujo la oferta monetaria, generando un efecto multiplicador que se extendió desde el origen hacia otros países del mundo generando la gran depresión mundial. En 1931, Estados Unidos abandona el patrón oro; otros países lo seguirían tiempo después.

Cuando en 1933 asumió el presidente Franklin D. Roosevelt, tomó una medida drástica: prohibió a los ciudadanos la posesión de oro, de manera que aquellos que lo tenían atesorado se vieron obligados a cambiarlo por dólares a un tipo de cambio fijado por el gobierno. Las sanciones impuestas para quienes no cumpliesen eran multas elevadísimas. Por otro lado, se prohibió la exportación de oro sin la autorización del gobierno, y se estableció la obligación de que las minas auríferas vendieran su producción al Estado. De esta manera, al haber confiscado todo el oro, el dólar se devaluó; es decir, se necesitaba más cantidad de billetes por cada onza de oro. Esto permitió la expansión de la base monetaria, la posibilidad de que los precios dejasen de caer, aumentando la producción y el crédito.

Con idas y vueltas, cuando Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial, el dólar estadounidense ya había adquirido un protagonismo tal que había menoscabado la importancia de la libra esterlina de antaño.

Las dificultades económicas y sociales que se fueron suscitando hicieron que los países se reunieran en 1944 en Bretton Woods, New Hampshire, Estados Unidos, para discutir un sistema monetario internacional que permitiese a las naciones el crecimiento económico interno y el equilibrio externo. Cuarenta y cuatro países formaron parte de la conferencia, buscando establecer reglas en las relaciones comerciales y financieras. La Unión Soviética también participó de la conferencia, aunque no ratificó el acuerdo; sí lo hizo China (aunque se retiró con la revolución comunista de 1949).

Los países del Eje estaban perdiendo la guerra, y el Estado más interesado en lograr un acuerdo era justamente Estados Unidos, debido a que se trataba de uno de los principales productores de carbón, petróleo, barcos, maquinarias y cientos de productos, y, por lo tanto, necesitaba de los mercados del mundo para poder colocarlos.

En esta conferencia de Bretton Woods se creó el Fondo Monetario Internacional (FMI), que comenzó a funcionar oficialmente en diciembre de 1945, con la idea de controlar el manejo de la moneda de los países miembros; de esta manera era posible vigilar la actividad económica de las naciones. El FMI se sustentaría con las cuotas que pagarían los países, y la cantidad de aportes les daría facultad de voto. Cuando una nación se hallase en dificultades económicas, el Fondo podría otorgarle préstamos a cambio de que acordaran sus políticas económicas de manera conjunta.

Según el trabajo elaborado por Augusto Javier Bou Quibar, de la Universidad Nacional de Cuyo, en este acuerdo se estableció lo siguiente:

Cada país miembro del FMI debería fijar su paridad en relación con el oro o con el dólar norteamericano. La paridad del dólar con el oro determinaba, indirectamente, la relación con respecto a este metal de las monedas cuya paridad se expresase en términos del dólar. El tipo de cambio debía permanecer prácticamente fijo, ya que solo podía variar en +-1%. El sistema era pues un patrón cambios oro, en el que el dólar era la principal moneda de reserva2.

Bou Quibar sostiene que en este acuerdo se creó la obligación de que los tipos de cambio fueran fijos respecto al dólar, mientras que el dólar lo sería respecto al oro. Se trataba, claramente, de una forma de control para mantener un orden económico internacional.

No obstante, este sistema de cambio de patrón oro comenzó a desvanecerse cuando algunos países europeos volvieron a la convertibilidad y se produjo una profusión de dólares. Al mismo tiempo, Estados Unidos comenzó a tener problemas en el manejo de la economía, con gastos muy elevados generados por la guerra de Vietnam, además de la puesta en marcha de programas sociales, de manera que la expansión de su economía, sin ingresos genuinos a través de los impuestos, fue generando inflación en el país. También las naciones que tenían sobreabundancia de dólares comenzaron a cambiarlos por oro de acuerdo a la convertibilidad que se había establecido, y así, mientras Estados Unidos bajaba sus reservas de oro, otros países las aumentaban.

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