La canción del arrozal

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Aus der Reihe: Bosque de bambú #2
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La canción del arrozal
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La canción del arrozal

Hearn, Lafcadio

La canción del arrozal : ranas, cigarras, libélulas, mariposas, luciérnagas y grillos en la poesía japonesa / Lafcadio Hearn ; ilustrado por Emanuel Goméz ; prólogo de Miguel Sardegna.- 1a ed . Ciudad Autónoma de Buenos Aires: También el Caracol, 2020.

Libro digital, EPUB - (Bosque de bambú)

Archivo Digital: descarga y online

Traducción de Mariana Alonso

ISBN: 978-987-47663-0-4

1. Literatura japonesa. 2. Ensayo Literario. 3. Poesía Japonesa. I. Gómez, Emanuel, ilus. II. Sardegna, Miguel, prolog. III. Alonso, Mariana, trad. IV. Título

CDD 895.63



Una colección dirigida por Miguel Sardegna

Títulos originales de las obras: “Frogs”, “Semi”, “Dragonflies”, “Butterflies”, “Fireflies”, “Insect Musicians”.

© También el caracol, 2019

© de la traducción: Mariana Alons, 2019

© del estudio preliminar: Miguel Sardegna, 2019

© de las ilustraciones, Emanuel Gómez, 2019

Imagen de portada: ilustración de autor desconocido para la revista Ehagaki Sekai, 1908.

Diseño: Sofía Varacalli

Digitalización: Jose Rocuant

ISBN 978-987-47663-0-4

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra.

Reservados todos los derechos


Índice

El Japón de Lafcadio Hearn

por Miguel Sardegna

Hay momentos de la vida

por Lafcadio Hearn

Ranas

Cigarras

Libélulas

Mariposas

Luciérnagas

Insectos músicos

Lafcadio Hearn

La canción del arrozal

Ranas, cigarras, libélulas, mariposas, luciérnagas y grillos

en la poesía japonesa

Selección y traducción de Mariana Alonso

Estudio preliminar de Miguel Sardegna

Ilustraciones de Emanuel Gómez


El Japón de Lafcadio Hearn

por Miguel Sardegna

Sumario: § 1. No solo una canción de amor. § 2. De un lado a otro, hasta que aparezca el hogar. § 3. El Japón de Lafcadio Hearn. § 4. Poesía, no ciencia. § 5. Insectos músicos y de los otros. § 6. Nuestra edición. § 7. Los modos de ejercer la traducción. § 8. Apuntes para una filosofía estética. § 9. Bibliografía.

§ 1. No solo una canción de amor

Quizá nadie sea tan culpable como Lafcadio Hearn del mito de un Japón romántico y exótico.

Hearn escribió sobre Japón entre 1890 y 1904. Sin pausa, desde su llegada a la remota provincia de Izumo hasta su muerte, con apenas cincuenta y cuatro años. En algún capítulo de este libro confiesa que siempre se propuso escribir a la manera del viejo Japón. Pero si bien es cierto que le impartió un aura de romance a sus crónicas, ese amor no le impidió ser un analista agudo de las costumbres y la sensibilidad locales.

Escribía en inglés, para la prensa de occidente. Sus contemporáneos sentían curiosidad por un Japón desconocido que desplegaba su poderío militar en las guerras con China y Rusia, elevándolo al rango de primera potencia. Al mundo le interesaba una puesta al día, un parte actualizado de ese Japón de flamantes puertos abiertos, que le resultaba un enigma.

A pesar de la crítica de aquellos que solo se interesan por una foto precisa del Japón moderno, esas críticas que todavía aparecen de tanto en tanto hoy, entre los desencantados que creen que cualquier juicio estético es idealizado y anacrónico, ya no se puede dudar de que Lafcadio Hearn entrevió una verdad profunda de Japón.

§ 2. De un lado a otro, hasta que aparezca el hogar

Lafcadio Hearn inició su carrera de escritor como periodista. Sus libros pueden leerse como el registro minucioso de un viajero por tierras lejanas, en mundos diferentes: Nueva Orleans, las Antillas francesas y, sobre todo, Japón. Recién descubriría su lugar en el mundo al descubrir Japón. El objetivo parecía repetido: viajar para documentarse y escribir una serie de artículos, como había hecho toda su vida hasta entonces. Pero esa serie de artículos devinieron en más de una decena de volúmenes, la conversión al budismo, el casamiento con la hija de un samurái y una permanencia en la isla que se prolongaría hasta el día de su muerte. Se convirtió en Koizumi Yakumo 小泉八雲. Koizumi era el nombre de la familia de su esposa, eligió Yakumo para representar a Izumo, el área de Japón donde vivió por primera vez.

§ 3. El Japón de Lafcadio Hearn

Los escritos japoneses de Lafcadio Hearn cubren una enorme gama de temas, desde el estudio del caparazón de los cangrejos hasta un análisis del sistema industrial japonés. Historias de fantasmas, cuentos de hadas y relatos románticos sobre tierras lejanas. La mayor parte del tiempo, escribía para la prensa de Estados Unidos. Cada libro es, por lo tanto, una colección de artículos independientes sobre temas específicos.

En vida, Hearn fue relativamente desconocido en Japón, aunque ya era un autor con cierto renombre en Occidente, no solo por sus libros sobre Japón sino también por sus crónicas regionales sobre las Antillas francesas y la ciudad de Nueva Orleans. Hoy, en cambio, su trabajo es aceptado en Japón como una parte importante del canon literario nacional.

Glimpses of Unfamiliar Japan, el primero de sus libros sobre Japón, se publicó en 1894 y abarca el período comprendido entre 1890 y 1893. Hearn llegó a Yokohama en abril de 1890 y, con la ayuda del Profesor Chamberlain, obtuvo un puesto docente en Izumo. En ese perdido rincón sin extranjeros, que había preservado gran parte del sistema feudal, Hearn encontró su mayor felicidad en Japón. Tal vez por eso se convenció de que el tiempo anterior a la Restauración Meiji era idílico. En 1893 tomó otro puesto de enseñanza en Kumamoto, una ciudad comercial abarrotada de residentes extranjeros. Kumamoto era parte del nuevo Japón, y Hearn la odió.

Los libros siguientes, Out of the West (1895) y Kokoro (1896), ya no se interesan por la descripción general, sino que prefieren una mirada al lado espiritual de la vida japonesa.

Y vinieron muchos libros más, entre los que se destacan: Gleanings in Buddha-fields (1897), Exotics and Retrospectives (1898), In Ghostly Japan (1899), Shadowings (1900), A Japanese Miscellany (1901), Kottō: Being Japanese Curious with Sundry Cobwebs (1902), Kwaidan: Stories and Studies of Strange Things (1904) y Japan: an Attempt at Interpretation (1904). Japón tuvo el poder de encantarlo y no soltarlo jamás.

§ 4. Poesía, no ciencia

Al referirse a la etimología de la palabra “luciérnaga” (hotaru) y las distintas teorías sobre el origen de los kanjis, Lafcadio Hearn se lamenta de que los significados más poéticos sean los menos probables. En ese lamento descubrimos una pista de lectura para este libro: Hearn nos propone que leamos sus artículos como quien se asoma a un libro de poesía, no de ciencia.

La invitación se repite en cada capítulo, con las mismas condiciones. Cuando habla de las cigarras (semi), por ejemplo, dice que no sabe demasiado de ellas, que nadie sabe demasiado. Que la gente que habla de las cigarras a menudo se contradice. De todos modos nos ofrece una clasificación, hace su mejor intento. Por supuesto que el resultado es incompleto. De lo que está seguro, dice, es que incluyó en su lista a las mejores melodistas. ¿Cómo no estar encantados con eso?

En “ranas” (kaeru), cuenta que de las impresiones más simples que depara un viaje, pocas se encuentran tan íntimamente asociadas con el recuerdo de un país extraño como el sonido del campo abierto. “Solo el viajero sabe cómo las voces de la naturaleza —las voces del bosque, del río, de la llanura— varían según la zona”.

Este libro está lleno de voces, este libro propone un viaje.

§ 5. Insectos músicos y de los otros

Los insectos recopilados en este volumen no son los únicos que interesaron a Lafcadio Hearn. A través de los años también le dedicó varias páginas a hormigas, mosquitos, arañas, polillas, cangrejos. Esta somera enumeración, sin mayor detalle, no les hace justicia. Se trata de apuntes interesantes, vinculados con la cultura y la estética japonesa. La única razón por la que no han conseguido hacerse un lugar aquí es porque Lafcadio Hearn no se detuvo en su canción. En estas páginas, los insectos y animales que no tienen voz, tienen su propio canto a través de la poesía.

§ 6. Nuestra edición

 

La canción del arrozal está construido con retazos de varios libros. “Libélulas” fue tomado de A Japanese Miscellany, “Insectos músicos” y “Ranas” de Exotics and Retrospectives; “Luciérnagas” de Kottō; “Mariposas” de Kwaidan y “Cigarras” de Shadowings.

Algunos de estos libros cuentan con varias traducciones al castellano; otros, con ninguna. Los traductores de Lafcadio Hearn a través de los años parecen siempre deslumbrarse por los mismos textos. Y una particularidad más, muy llamativa: las ediciones no suelen ser completas. Tomemos de ejemplo Kwaidan, su libro más traducido. Existen numerosas ediciones, y ninguna, al día de hoy, cuenta con el apartado de Insect Studies y las impresiones sobre “Mariposas” que traemos aquí.

Nos entusiasmó asomarnos a la obra japonesa no traducida de Lafcadio Hearn, establecer vínculos y claves de lectura novedosas. Descubrimos un universo inusualmente grande para un autor que gozó de tanto prestigio y cariño en este rincón del mundo. Quizá Jorge Luis Borges haya sido el primero de todos nosotros que notó su singularidad en la historia de la literatura, y su estatura de clásico.

El 9 de diciembre de 1933, la primera parte de “La leyenda de los duendes descabezados” (Rokuro-kubi) apareció en Revista Multicolor de los Sábados, el suplemento cultural del Diario Crítica que Borges dirigía junto a Ulyses Petit de Murat. Hay consenso en que la traducción, aunque no fue firmada, es obra del propio Borges. El cuento vino precedido de una breve nota biográfica, en la que Borges consignó, entre otras cosas, que “En una sucesión de bellísimos libros, Lafcadio Hearn interpretó el verdadero sentido del alma y la literatura japonesa”.

Más recientemente, entre los años 2002 y 2005, varios cuentos de Lafcadio Hearn fueron narrados para televisión por Alberto Laiseca. El ciclo de cuentos de terror, emitido por el canal I.Sat, alcanzó un éxito resonante, adquiriendo dimensiones mitológicas.

A la hora de armar La canción del arrozal, resonaban en nuestra cabeza algunas líneas célebres escritas en el año 905, por Ki no Tsurayuki, que el propio Hearn invoca. En el “Kanojo”, el prefacio japonés del Kokinshū (Colección de Poemas antiguos y modernos), Ki no Tsurayuki escribió:

“La poesía de Japón tiene su raíz en el corazón humano, y su expresión ha evolucionado de diversas formas. El hombre de este mundo, teniendo miles de cosas para emprender y concluir, se ha visto llevado a expresar sus pensamientos y sensaciones sobre todo lo que ve y oye. Después de escuchar el canto del uguisu entre las flores, y la voz del kawazu que habita los estanques, no podemos más que preguntarnos si existe un ser vivo sin canción”.

El Kokinshū es una antología imperial que compila la mejor poesía de ciento cincuenta años. El encargo fue efectuado por el emperador Daigo, demandó quince años alcanzar su forma final. Dicen que contiene 1.111 poemas. A pesar de la belleza de ese número, que no parece dejar nada librado al azar, todavía se discute su exactitud. La historia inicial del Kokinshū es oscura y complicada por la existencia de varios textos divergentes, que aparentemente reflejan distintas etapas del proceso editorial.

Ki no Tsurayuki fue uno de los compiladores, el más importante. Explicaba en el prólogo que componer un poema es un instinto inherente a todo ser vivo. Cuando la emoción desborda, ante las maravillas del mundo, aparece la “canción”. Es interesante pensar en la poesía como una canción, en sintonía con la canción de los animales.

§ 7. Los modos de ejercer la traducción

Lafcadio Hearn sabía que no traducía poesía para japoneses que salen de noche a cazar luciérnagas con una larga vara de bambú y una bolsa de mosquitero, ni para aquellos que peregrinan a remotas provincias solo para deleitarse con el canto de los grillos. Les habla a occidentales, como somos nosotros, como fue él alguna vez, y entonces no puede evitar la tentación de explicar más de la cuenta. Ustedes no conocen este mundo, parece decirnos. Por eso se los tengo que decir todo. Y agrega algunas aclaraciones entre corchetes para completar la imagen que sospecha que un cerebro occidental no puede formarse.

Un ejemplo de esta operación. En el capítulo consagrado a las luciérnagas, Hearn traduce el hokku de Iga Manko, discípulo de Matsuo Bashō, del siguiente modo:

Oh, this firefly!—as it crawls on the palm of my hand, its legs are visible [by its own light]!

¡Oh, la luciérnaga! ¡Caminando por la palma de mi mano, pueden verse sus patas [por su propia luz]!

Nadie que haya sostenido una luciérnaga necesita la aclaración final. Seguramente, nadie que haya vivido en tiempos de Iga Manko. Por otra parte, pareciera que hay cierta magia que se pierde con esa explicación, al no permitirle al lector que complete por su cuenta el descubrimiento. La complicidad que exige la poesía japonesa, que obliga a una lectura activa, parece haber desaparecido en la versión de Lafcadio Hearn. Podemos intentar una traducción más fiel a Manko, recurriendo también a la división clásica en tres versos:


te no hira wohau ashi miyuruhotaru kana¡La luciérnaga!Caminando por la palma de mi manopueden verse sus patas.

¿Qué preferir acá? ¿Conviene privilegiar la belleza o la claridad? Quizás esa disyuntiva sea falsa. La poesía siempre explota en múltiples sentidos. También es cierto que nosotros traducimos a Lafcadio Hearn, no al haijin que él evoca. Pero de nuevo: Hearn muchas veces aporta el poema original, como en este caso. ¿Cómo no sucumbir a la tentación de aprovecharlo? Distinto es el caso, por supuesto, cuando contamos únicamente con el texto en inglés, sin mayores pistas sobre el original, como ocurre en algunos capítulos.

Hay ocasiones en que, por alguna razón, Hearn prefirió quedarse solo con la poesía, sin mención del autor. Una verdadera pena. A algunos poetas logramos identificarlos, y los hemos agregado. Quizá futuras ediciones, en los años que siguen, profundicen este trabajo arqueológico y documental, si todavía es posible.

Dos faros nos guiaron a la hora de traducir al castellano la poesía japonesa que Hearn traduce al inglés. Este rodeo es intencional, pretende dar una idea del laberinto en el que nos encontramos. Por un lado, las enseñanzas de T. S. Eliot, que señaló que “cada generación se merece sus propios traductores”. Por otro, una nota de Julio Cortázar que opera de Preludio a su monumental Imagen de John Keats. Dice Cortázar: “Con excepción de dos poemas, el autor considera provisionales todas sus traducciones, y sujetas a una revisión total”. Uno podría sospechar que Cortázar no piensa realmente que sus traducciones de Keats sean transitorias y sujetas a incesantes cambios. Su declaración bien podría cumplir una finalidad poética, más que un mandato o una autorización para los que vienen después. Aurora Bernárdez, en cambio, con una nota al pie sella el asunto. Dice: “Siguiendo el criterio de literalidad con el que Cortázar optó expresamente, se ha intentado ajustar las traducciones de cartas y poemas”.

En nuestro trabajo hemos sido fieles —lo más fieles que puede ser esta traición que se llama traducir—, al interés de Lafcadio Hearn. Y entonces, entendiendo que en ocasiones recurrir a corchetes dificulta el goce estético, hemos intentado prescindir de ellos. En algunos casos bastaba con eliminar la aclaración, como en el siguiente poema. Consignamos en último término nuestra traducción, que creemos que respeta el espíritu inmortal del hokku:

Whether it be a glimmering of festal-fires [far away], or a glimmering of fireflies, [one can hardly tell]—ah, it is the Genji!

Será un resplandor de fuegos festivos [a lo lejos], o el brillo de las luciérnagas, [es difícil decirlo]. Ah, ¡es el Genji!

Un resplandor de fuegos festivos

o el brillo de luciérnagas.

¡Es el Genji!

En otros casos, en lugar de retirar del poema la aclaración entre corchetes, la hemos incorporado naturalmente. Veamos el texto original de Lafcadio Hearn, su traducción literal y la que nosotros entendemos que es la traducción más adecuada:

Ah, [the cunning] fireflies! being chased, they hide themselves in the moonlight!

¡Ah, [las astutas] luciérnagas! ¡Siendo perseguidas, se esconden a la luz de la luna!

Perseguidas

se esconden en la luna,

las astutas luciérnagas.

En este caso, como en muchos otros, la traducción de Hearn es libre. “Astutas” (the cunning), por ejemplo, no aparece en el poema de Oshima Ryōta.

En el capítulo de “Grillos”, introduce la idea de fidelidad tolerable (tolerable faithfulness). Dice: “Si bien algunas de mis traducciones se alejan de ser literales en cuanto al lenguaje, creo que representan con fidelidad tolerable la esencia de los originales”. Creemos que a él le habría gustado el trabajo que hemos hecho con su texto.

§ 8. Apuntes para una filosofía estética

Entre el bambú y el agua de los estanques, bajo la fría luz de luciérnagas y el canto de insectos músicos, quizás exista en estas páginas una pequeña teoría estética y filosófica sobre el valor de los sentidos y las diferencias de gusto y de sensibilidad entre Oriente y Occidente. Dice Hearn que solo los japoneses pueden ver la belleza de un ciempiés o de una rana. Las páginas que siguen dan cuenta de esa belleza. Pero ¿todavía será así? ¿Japón sigue siendo el mismo? ¿Y nosotros? Hearn cuenta que pensando en ranas notó por primera vez que la poesía japonesa nunca hace alusiones al tacto. El sentido del gusto es pocas veces mencionado. Las únicas sensaciones que parecen importar son el color, el sonido y el aroma, que son retratadas con una delicadeza exquisita y sorprendente.

Alguna vez Lafcadio Hearn arriesgó una hipótesis: la naturaleza de cada región tiene un efecto directo y singular sobre la imaginación y la evolución de la mente.

§ 9. Bibliografía

STAMPEL, Daniel (1948). Lafcadio Hearn’s Traveling Regionalism. American Literature, 20(1), 1-19.

HAYA, Vicente. Libélulas, luciérnagas y mariposas: 39 haikus japoneses. Estudios de Asia y África, 39(3), 711-723.

BOYNTON, Percy (1927) H. Lafcadio Hearn. The Virginia Quarterly Review, 3(3), 418-434.

BURNETT, Katharine A. (2009). Lafcadio Hearn’s Traveling Regionalism. The Global South, 3(2), Edición especial: The United States South and the Pacific Rim, 64-82.

“Hay momentos de la vida en que verdades a las que apenas nos habíamos asomado —creencias alcanzadas vagamente a través de múltiples procesos de razonamiento— de pronto asumen un carácter vívido de convicción emocional. Me pasó el otro día, en la costa de Suruga. Mientras descansaba debajo de los pinos que bordean la playa, algo en el calor vital y la paz luminosa de ese momento del día —una especie de rapto conmovedor de viento y luz— reavivaron de pronto una antigua creencia mía: la creencia de que todos los seres somos uno. Me sentí uno con la brisa y con el avance de las olas, con cada movimiento de sombras y cada destello del sol, con el azul del cielo y del mar, con el imponente silencio verde de la tierra. Me convencí, de un modo nuevo y maravilloso, de que no pudo haber nunca un principio, de que no podrá haber nunca un final. Sin embargo, las ideas no eran nuevas: la novedad de la experiencia residía en la intensidad con la que se presentaban, haciéndome sentir que las veloces libélulas, los largos y grises grillos de arena, las cigarras estridentes sobre mi cabeza y los pequeños cangrejos rojos moviéndose entre las raíces de los pinos, eran todos ellos hermanos. Entendí, como nunca antes, que ese misterio que es mi alma había resucitado en toda forma de existencia pasada, y continuaría observando el sol por otros millones de veranos, a través de los ojos de otras innumerables formas de existencia futura”.

por Lafcadio Hearn, “Gaki” (extracto)

en Kottō: Being Japanese Curious with Sundry Cobwebs, 1902

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