Clientes misteriosos

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Clientes misteriosos
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Letrame Editorial.

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© K.Dilano

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 9788413869308

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia. Tanto personajes como lugares o intervenciones son producto de la imaginación de la autora. Esta novela es ficción.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

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Dedicado al hombre de mi vida

y padre de mis hijos, Jesús Mangas.

Por nosotros, mi amor, y por estos treinta años juntos

que espero que se conviertan en treinta y muchos más.

Te quiero por y para siempre. J&K.

AGRADECIMIENTOS

Esta novela es un homenaje a todas aquellas personas que trabajan o han trabajado, alguna vez, de cara al público.

Trabajo sufrido donde los haya. Y a buen entendedor, pocas palabras bastan.

Un homenaje dirigido a todas las personas que dando la cara al público, durante esta maldita pandemia que ha sufrido el mundo entero en pleno siglo XXI, han sabido dar lo mejor de sí mismas aun a riesgo de contagiarse. Lo cual engloba a muchísimos profesionales entre los cuales me incluyo y a quienes espero arrancar una sonrisa, ya sea porque se vean identificados en alguna de estas líneas o no.

Gracias a mis queridos amigos Carlos Moreno y Rosa Arriarán por vuestras experiencias vividas en joyerías de lujo y otros locales comerciales, por ser los mejores vecinos que toda persona desea tener y por haber sido, junto a mi adorada Raquel Vega, los primeros en contarme la diferencia entre un mystery shopper y un control de calidad, lo cual hizo que se encendiera la mecha para querer escribir esta nueva historia. Sabed que es un placer hablar con vosotros tres siempre y que sois una gran fuente de inspiración para mí.

Gracias a Mónica Gaitán, exmystery shopper, por haber respondido a todas mis preguntas y dudas relativas a esa profesión tan desconocida, pero apasionante a la vez. ¡El rollito de espía mola!

Gracias a tantos conocidos y amigos del mundo de la aviación y de los hoteles de muchas estrellas por todos los momentos que hemos vivido, sufrido o disfrutado juntos. Y en especial gracias a mi gran amiga Susana Bonilla.

A la hora de escribir este libro ella se convirtió en uno de mis primeros referentes, dándole cuerpo y alma a ese personaje tan salao que lleva su nombre.

Cuando la conocí ella fue una mujer crucial en mi vida. Ha sido una compañera única e inigualable, y tiene un corazón y un espíritu que alegran a todo aquel que se encuentre a su lado. Aportando energía positiva allá por donde va y risas continuas. Te adoro, Susana, y os mando un beso enorme a ti, a Ángel y a Javi.

Gracias a Fidel Sanz por aclararme algunos detalles técnicos relacionados con el mundo aeronáutico y por haberse ganado a lo largo de todos estos años, a pesar de lo poco que nos vemos, el primer puesto en mi lista de personas favoritas al otro lado de la puerta blindada. Creo que el hecho de que alterne dos profesiones tiene mucho que ver en ello. Te mando un guiño y un beso grandísimo, Fidel.

Gracias a mi fisioterapeuta, Loreto Yagüe, y a Ángel Aceituno, mi osteópata, por contarme sus vivencias, por tantas risas compartidas y por esas manos sanadoras que mantienen mi espalda y mi cuello al día para poder seguir escribiendo durante horas frente al ordenador. Seguiré dándoos trabajo.

Por último, gracias de todo corazón a mis profesiones: tanto la de altos vuelos como la de varias estrellas. Por toda la experiencia adquirida en estos años, por haberme aportado tantos conocimientos, amigos y las herramientas que consiguieron convertirme en una persona creativa y multifacética, capaz de hacer lo que más me gusta. Pero, sobre todo y más que nada, por haberme puesto en el camino de la superleyenda real que desde hace años forma parte de mi vida, de mi alma y de mi corazón, y a quien va dedicado este libro.

-1-

ADÁN Y EVA

Esperanza llegó pronto al aeropuerto. Había quedado con su madrina de vuelo. Así era como llamaban en la empresa en donde había entrado a trabajar un mes antes, Mystery Shoppers Zamora, S.L, a los que acompañaban a un novato para hacer sus primeras valoraciones a bordo de un vuelo comercial.

Durante varios días, los más veteranos les enseñaban todo lo que necesitaban saber. Ejerciendo de padrinos-huéspedes si les tocaba ir a un hotel, padrinos-compradores el día que les tocaba ir de tiendas y padrinos o madrinas-gourmet cuando les tocaba hacer informes o valoraciones sobre restaurantes, cafeterías o salones de bodas.

Se les conocía como clientes inesperados o misteriosos, pero en el mundillo comercial acostumbraban a llamarles mystery shoppers, travelers, guests o gourmets; según la empresa que contratase sus servicios con la intención de que valorasen, de manera discreta, el trato directo que sus empleados daban a la clientela.

Cada novato debía pasar por esas cuatro áreas de trabajo. Tenían que hacer un viaje como pasajeros de clase turista y algún otro en clase ejecutiva. En el caso de estos últimos, el vuelo tenía que durar más de cinco horas para poder evaluar los servicios gastronómicos que ofreciese la aerolínea. También tenían que hospedarse en hoteles de cuatro estrellas o más, comprar en tiendas de todo tipo y comer o cenar en algún restaurante de más o menos categoría.

Para los controles de calidad más exhaustivos contaban con gente especializada: ya fuera en restauración y sus cadenas de montaje, elaboración, preparación y presentación, o en las diversas áreas de trabajo de cualquier hotel, tales como sus departamentos de mayordomía, recepción, dirección, animación, restauración o mantenimiento.

Algunas empresas de mystery shoppers tenían sus propios detectives privados para realizar vigilancias individualizadas; ya fuera por hurtos, descuadres de caja, bajas en exceso, bajas sin justificar o mala atención de cara al público. Esos detectives, con licencia oficial, eran los únicos capaces de presentar documentación ante la ley que justificase cualquier despido.

La madrina de Esperanza se llamaba Eva y resultó ser la formadora que había tenido en las últimas semanas junto a otras cuatro personas. Quizá, por eso, Esperanza estaba más nerviosa de lo habitual. No solo tenía que pasar su filtro para mantenerse en el puesto, sino que, además, tendría que estar tres días enteros con ella en su primer viaje a Sudamérica, poniendo en práctica todo lo aprendido hasta el momento.

Aconsejada por Eva, Esperanza preparó una maleta grande con todo lo necesario para las escasas veinticuatro horas que pasarían en un hotel de cinco estrellas de Buenos Aires. La maleta la llevaba medio vacía y una mucho más pequeña le hubiese valido. Sin embargo, su jornada de trabajo comenzaba en los mostradores de facturación de la compañía aérea sobre la que debían elaborar informes relativos a sus empleados, de tierra y de vuelo. Y allí estaba ella en mitad de la terminal, con su bolso cruzado en bandolera, mirando el reloj cada poco.

—¡Buenos días, Espe! —La novata se sobresaltó al sentir que alguien le tocaba el hombro—. ¡Qué pronto has llegado! —Eva le regaló una de sus sonrisas, mientras revisaba su atuendo y su equipaje de manera tan fugaz que parecía que mirase otra cosa.

—¡Hola, Eva! ¡Buenos días!

—¿Has descansado? —Con un gesto de cabeza, Eva la animó a que la siguiera.

—Apenas he dormido. —Esperanza se arrepintió de haber dicho aquello en cuanto salió por su boca—. Pero estoy tan emocionada, por ir a cruzar el charco, que no creo que pegue ojo en varios días —rectificó a tiempo.

Eva volvió a sonreír, levemente.

—Eso está bien. Porque supongo que recordarás que, cuando vas a hacer informes sobre aerolíneas, debes estar despierta en todas las fases del vuelo, ¿verdad?

Esperanza asintió un par de veces, al tiempo que tragaba saliva y pensaba en cuántas cocacolas y cafés sería capaz de asimilar su organismo sin caer en un insomnio crónico.

—¿Dónde está tu equipaje? —preguntó Esperanza al darse cuenta de que Eva tan solo arrastraba un pequeño maletín con ruedas, que seguro que le entraba en uno de los maleteros del avión.

—Eres tú la que tienes que hacer el informe, no yo. Y recuerda que empiezas dentro de… Uno, dos, tres segundos.

De repente, Esperanza se encontró frente a la azafata de tierra del mostrador de clase ejecutiva que observaba la cola que se le empezaba a formar y que esperaba, impaciente, a ver si alguna de las dos se animaba a darle el localizador del billete para sacar la tarjeta de embarque.

 

—¿Viajan juntas? —preguntó aquella azafata que parecía tener prisa por acabar su turno de trabajo.

La muchacha rezó para no olvidarse de que no les había dado los buenos días.

—Esto… Sí, juntas —respondió Esperanza, apoyando las manos sobre el mostrador y sin saber qué hacer a continuación.

—Necesito los billetes o el localizador.

«Directa, seca y sin un “por favor” que rematase la petición», anotó mentalmente Esperanza.

Su madrina no hizo el menor amago de salir en su ayuda, por lo que Esperanza sacó su billete impreso en una hoja que llevaba guardada en una funda de plástico, y le pidió a Eva que le pasase el suyo. Esta, sin embargo, encendió su móvil y se lo entregó a la azafata para que revisara los datos e imprimiese la tarjeta de embarque desde ahí.

«¡Modernízate, hija!» pensó Esperanza, que, al menos, de manera previsora y como le habían indicado, eligió con tiempo y desde su casa los asientos contiguos.

—Necesito los pasaportes. —Aquella señorita le devolvió el teléfono a Eva, sin mirarla a los ojos, ya que no apartaba la vista de algo que había a espaldas de ellas y que hizo que le empezase a sudar el bigotillo.

—¿Facturan… maleta? —titubeó, mientras continuaba con la vista perdida en algún punto remoto, lo que hizo que Eva siguiera la línea de su mirada.

A Esperanza no le dio tiempo a responder, ya que aquella mujer se levantó de sopetón, soltó los pasaportes y abandonó el mostrador, mientras gritaba como alma que lleva el diablo al ver que un dogo inmenso, y tan alto como una mula, corría en dirección a ella.

Las dos se tiraron al suelo para recuperar sus documentos, mientras el perro saltaba por encima de las maletas, persiguiendo a la mujer cuyos gritos se perdían por el aeropuerto al igual que los del dueño del animal, que tuvo que salir tras ellos.

Esperanza conectó el cronómetro de su reloj, en espera de ver cuánto tiempo tardarían en sustituirla y hacer que todo volviese a la normalidad.

Cuatro minutos, cuarenta y ocho segundos y doce décimas, después, aparecía un sustituto en forma de supervisor, con la corbata torcida y sin chaqueta, que se excusó por lo ocurrido y por la espera que tuvieron que hacer al no haberlas podido desviar, antes, a otro de los mostradores.

—¿Cómo es que andaba suelto por ahí ese perro enorme? —preguntó Eva, cogiendo las tarjetas de embarque que el hombre les daba.

El supervisor se hizo el sordo, hundió la cabeza en el mostrador y comenzó a mirar la pantalla de su ordenador con demasiado interés y sin ganas de responder.

«Lentitud para atender a los pasajeros de la clase ejecutiva y nulo interés en dar una respuesta satisfactoria al cliente que ha sufrido el incidente. Por no hablar de su uniformidad».

A Esperanza se le empezaban a acumular las cosas que tenía que anotar, pero no era el momento ni el lugar más apropiado para sacar su pequeña libreta.

Aquel hombre las despachó con un simple: «¡Siguiente!».

Cuando ya llevaban caminado un buen trecho en dirección al control de seguridad, Eva la hizo parar.

—Haces bien en memorizar todo y te ganas un punto extra por cronometrar la espera. Pero tampoco te confíes demasiado, ya que se te pueden olvidar las cosas. Así que en cuanto estés fuera de su ángulo de visión, te buscas un lugar apartado y anotas todo lo que necesites pasar a limpio más adelante.

Esperanza asintió y sacó su libreta del bolso para estrenarla.

En ese momento, Eva se acordó de su padrino de vuelo y sonrió. Aquel fue uno de los primeros consejos que él la dio el día que lo conoció.

***

Habían pasado casi veinte años desde su suelta y aquel primer encuentro entre los dos. Por aquel entonces su empresa no impartía cursos de formación como los que ella daba, pero sí que pasaban mucho más tiempo acompañados por sus padrinos hasta soltarse del todo. De ese modo aprendían unos de otros. La experiencia del veterano volcada hacia el novato. Y el destino quiso poner a Eva al lado de uno de los pesos pesados dentro del mundillo de los «clientes misteriosos», como bien se encargó de explicarle en su primer día de trabajo la secretaria del gran jefe, don Carlos Zamora.

—¡¿Tú eres la nueva?! —exclamó con extrañeza la secretaria, en cuanto la vio entrar por la puerta aquella mañana de febrero—. ¿Eva Román Lugano? —La miradita de arriba abajo que le echó aquella mujer de unos treinta años, morena y de pelo corto, patilarga, muy delgada y con voz de actriz italiana, la hizo sentir como si estuviese en una feria de ganado y ella fuese una de las vacas en venta—. ¿Cuántos años tienes? —preguntó, con la ceja levantada y revisando su ficha, por si acaso se le había escapado algo—. ¿Diecisiete?

—Veinticuatro —respondió Eva a aquella impertinente mujer.

—Pues harías bien en pintarte la raya del ojo por fuera y ponerte alguna sombra. Te ayudaría a parecer un poco mayor y, de paso, irías a la moda. —Volvió a revisarla con el morro torcido, como si esa mañana no le hubieran hecho efecto los kiwis.

Eva pensó que se podía meter sus consejos cosméticos por donde le cupiesen y, en todo caso, aplicárselos a sí misma, ya que tampoco es que ella fuera ninguna modelo de Lancôme.

—Ni sigo las modas ni uso sombras, y la raya me gusta pintarla por dentro —respondió, limitándose a sonreír sin mostrar los dientes.

Tampoco era cuestión de ir haciendo enemigos dentro de la oficina el primer día de trabajo; y mucho menos con alguien tan cercano a la Dirección.

La secretaria no volvió a hablar. Tan solo le pasó una carpeta y le hizo un ademán para que se apartase a un lado y leyese su contenido en alguno de aquellos sillones de la entrada, mientras ella regresaba a su mesa.

Al rato, tres hombres trajeados salieron del despacho del jefe.

Se fijó en uno de los más jóvenes, de unos treinta y tantos años, alto y delgado, con el pelo oscuro y los ojos claros, que no pareció darse cuenta de que allí hubiese nadie más que la secretaria, él, un señor canoso y mayor y el otro chico, un rubio llamativo, aunque algo pijo e insulso para su gusto, que resultó ser el que le había hecho la entrevista de trabajo una semana antes.

—A ver, Natividad —dijo el señor mayor, colocándose frente al escritorio de Miss Simpatía—. Dinos quién va ser la costillita de Adán en este vuelo de ida y vuelta a Barcelona.

—Papá, por favor, deja de hablar así delante de las damas —le regañó el entrevistador pijo que, en ese momento, se delató como el hijo del jefe, y que parecía que tampoco es que le hiciesen mucho efecto los kiwis mañaneros. Aunque aprovechó para lanzarle una sonrisa a la secretaria experta en estética.

—Eva —llamó su atención la tal Natividad—, este es Adán Castro Rivera. Es nuestro mejor mystery shopper y has tenido la suerte de que sea tu padrino por unos días —dijo, usando el tono de voz de una madre superiora de colegio de monjas—. Como ya habrás visto en la información que te he dado, hoy comenzaréis con un vuelo corto, así que no desaproveches esta oportunidad que se te ofrece y aprende de él todo lo que puedas.

Un halo de fragante loción masculina la envolvió cuando él se le acercó para saludarla.

—Encantado de conocerte, Eva.

Adán le dio dos besos que no le pasaron desapercibidos a ninguno de los presentes y mucho menos a Natividad, que volvió a mirarla con cara de estreñida.

—¡Vamos! Me diréis que no va que ni pintado lo que he dicho. —Se carcajeó el señor mayor, mientras se acercaba a la joven y le copiaba el gesto de los dos besos a su empleado número uno—. Encantado de conocerla, señorita. Soy Carlos Zamora, el dueño de todo esto. Al hacer las entrevistas mi hijo Carlitos, no tengo el placer de conocer a todo el mundo durante los primeros días. Espero que no le haya molestado mi pequeña broma, pero es que más de una mujer daría su brazo derecho por convertirse en la costilla de este galán —dijo, al tiempo que palmoteaba la espalda de su empleado.

Eva sonrió y no le dio más importancia de la que tenía. Aunque juraría que al estirado de su hijo no le hizo ni pizca de gracia aquello, y a la tal Natividad tampoco por el comentario que le siguió.

—Pues va a parecer su hija de camino a un concierto de rock vestida como va.

En cuanto la secretaria dijo aquello, Adán se giró para mirarla.

—Es que cuando comienzan, y dependiendo de adonde vayamos, una de tus funciones es decirles qué ponerse, Nati —la recriminó, agravando la voz.

Eva se miró a sí misma, revisando sus pantalones estrechos, sus botines negros y su camiseta blanca y sencilla, bajo una cazadora de cuero entallada, y se sonrojó al pensar que igual se había vestido demasiado informal para lo elegante que él iba.

—No te preocupes, estás perfecta. —Adán le guiñó un ojo y el rubor en el rostro de Eva subió un par de tonos—. ¿Estás preparada? El taxi nos espera.

Adán sujetó la puerta para que saliera delante de él, y solamente Carlos padre se despidió de ellos.

Una vez dentro del coche que los llevaría al aeropuerto, revisaron la carpeta con todo lo necesario para el viaje: billetes, vales de comida, plantillas para informes…

—No te fíes de tu memoria y lleva siempre contigo una libreta en la que anotar todo lo que ocurra para poder pasarlo a limpio después. Si vas a dormir en algún hotel, vas a hacer viajes largos o a comprar en tiendas caras, usarás una tarjeta de la empresa cuyos gastos tendrás que justificar. Así que no te olvides de pedir los recibos, si no te lo descontarán de la nómina.

***

Mientras caminaban hacia la puerta de embarque de su vuelo a Buenos Aires, Eva le fue contando lo mismo a Esperanza.

—¡¿Adán Castro te soltó?! —exclamó la novata, abriendo los ojos de par en par—. He oído hablar mucho de él. Es una superleyenda. Tengo entendido que sus informes eran infalibles.

—Sí que lo eran —aseguró Eva—. Y fue uno de los primeros en dar una de cal y otra de arena a los empleadores.

—¿A qué te refieres? —preguntó Esperanza.

Para explicárselo, Eva se remontó a aquel primer Madrid-Barcelona-Madrid que hizo con su padrino en clase turista.

***

Por aquel entonces, en esa ruta, la aerolínea en la que viajaban pasaba un carro de bebidas gratis para todos los pasajeros. Y Adán quiso poner a prueba a una de las azafatas del vuelo pidiéndole un Bloody Mary.

—Los auxiliares de vuelo, y más en este trayecto tan corto, le tienen especial manía al zumo de tomate —le explicó a Eva, en tono bajo, para que nadie alrededor los escuchara.

—Y eso, ¿por qué?

—Por la forma de servirlo. Tienen que ponerle hielo y limón y, después, darle un sobrecito de sal y pimienta y un removedor al pasajero. —Adán la susurraba al oído, en un tono de voz varonil y pausado—. Este es un vuelo que dura cincuenta minutos desde que despega hasta que aterriza; es decir, en menos de media hora tienen que preparar los carros que vayan a sacar, servir a los ciento y pico pasajeros que llevan, recoger y asegurar todo antes de descender, por lo que preparar un simple zumito de tomate, como la empresa les pide, les quita unos segundos preciosos.

El perfume de Adán se intensificó con la cercanía.

—También llama la atención que sean muchos más catalanes los que lo beban. Parece que no tomasen otra cosa en sus casas —continuó diciendo él—. Cuando lo pide uno de ellos, y los demás lo ven, empiezan a pedirlo todos. Una vez, la persona que nos contrata en esta aerolínea me contó que tuvieron que despedir a una azafata a la que se le fue la cabeza en el último trayecto que hacía ese día volviendo de Barcelona. Por lo visto, estaba harta de que se lo pidieran, así que cogió un envase entero, le quitó el tapón, lo levantó para que todo el mundo lo viera, y comenzó a decir en alto, mientras lo sacudía: «Os gusta el tomate, ¿verdad? ¡Pues toma zumito! ¡Toma, toma, toma!». Aquello terminó como la matanza de Texas. —Eva no pudo evitar soltar una carcajada—. Hubo treinta y dos reclamaciones y tuvieron que llevarse el avión a hangares para limpiarlo a fondo.

Ella se pegó a su oreja y le susurró, a la vez que disfrutaba del aroma embriagante que desprendía.

—¿Y te vas a arriesgar a pedirle uno? Igual acaban despidiendo a otra.

Él volvió a acercarse a ella y dijo:

—Ahora verás. Solo voy a ponerla a prueba para ti. Por cierto, ¿qué perfume usas?

 

Aquello descolocó a Eva y no le dio tiempo a responder, ya que la azafata llegó a su altura y les preguntó qué querían beber.

—Dos Bloody Mary, por favor.

—Lo siento, señor, pero no tenemos vodka.

Primer punto a favor de la azafata. Al menos, sabía qué mezcla de bebidas le estaba pidiendo.

—¿Tiene alguna otra cosa que le podamos echar a ese zumo de tomate?

—Pues, como no le eche… Jerez.

—Bloody Mary a la española, me gusta —respondió Adán sonriendo, de manera que el lunar tan sexy que tenía en el carrillo izquierdo tomó protagonismo.

Aquella muchacha preparó los combinados y, sin olvidarse de la sal, la pimienta y los removedores, se los colocó encima de la mesita plegable, junto a un par de bolsas de frutos secos y dos servilletas.

—Aquí tienen. ¡Que los disfruten! —dijo la atenta azafata.

Así fue como Eva se enteró de que podían beber, sin excederse, y siempre y cuando fuera necesario para evaluar ciertos productos o el servicio ofrecido, dentro o fuera de un avión.

—Algunos compañeros se han quedado dormidos, bien por falta de sueño o por exceso de alcohol, y al hacer el informe se ha sabido que se lo habían inventado todo.

—¿Cómo se puede llegar a saber eso? —preguntó Eva.

—Porque los jefes de cabina, o sobrecargos de un vuelo, también hacen sus informes si ha habido algún incidente a bordo con otros pasajeros involucrados y, si no cuadra con lo que tú pongas en tu informe, te puedes dar por jodida como pillen la mentira. Otras veces los propios auxiliares nos descubren, bien porque te hayan visto en más de una ocasión y se huelan lo que haces, porque te pillen tomando anotaciones o porque se lo chiven los de tierra. Así que es preferible que confieses que diste una cabezada, aclarando exactamente el principio y el final de la misma, porque somos humanos y eso también lo entienden. Pero sé sincera y no mientas, ¿vale?

Eva asintió, procesando la información que le daba, probó aquel brebaje para no levantar sospechas y resultó que no estaba tan malo.

—Si tuvieras que decir qué hizo mal esta señorita, ¿qué sería? —preguntó Eva.

—Tal vez ser demasiado sincera y tomarse alguna confianza con el pasajero. Pero, en mi valoración de hoy, podrá más la solución que me ha ofrecido. Ha sabido salir del entuerto y satisfacerme. Así que otro punto a su favor. —Alzó su vaso de plástico, antes de darle un sorbo—. A mí me gusta ofrecerle distintos puntos de vista a cada empresa que contrata nuestros servicios. Quizás alguno de sus empleados sea demasiado dicharachero, pero es preferible eso y que el pasajero salga con una sonrisa en la cara. —Adán volvió a acercarse a ella para no ser escuchado por la gente de alrededor—. Clientes hay de todo tipo y no siempre llevan la razón. Por eso es conveniente que al que te contrata le des, siempre que puedas, los puntos positivos que ves en sus trabajadores, aunque estos lleguen a saltarse algunas normas.

»La mayoría de las veces esas normas han sido escritas por personas que no han trabajado, jamás, en ese ámbito laboral que intentan estandarizar. Son meros administrativos que no han salido en toda su vida de una oficina y a los que les piden que cambien algo, lo que sea para ver una mejora de resultados; por lo que obligan al empleado, que da la cara al público, a hacer cosas sin sentido que no mejoran el servicio dado y que ralentizan y entorpecen su trabajo. —Adán se separó un poco para mirarla a los ojos, pero continuó hablando en un tono tan bajo como antes—. Con tus informes puedes ayudar a que estos trabajadores se ajusten a lo que sus empleadores quieren obtener para mejorar el trato con el consumidor al que le ofrecen el servicio. Pero el empleador también tiene que poner de su parte y hacer que su gente se encuentre a gusto. Por ejemplo, ¿cómo te has sentido ante el recibimiento que te hemos dado hoy en la oficina?

Aquella pregunta pilló a Eva con la guardia baja.

—¡Bieeen! Creo —titubeó un poco, pensando que la estaba poniendo a prueba.

—Defíneme con una sola palabra a los jefes y a la secretaria. Bueno… Y a mí. Méteme en el mismo saco.

Eva pensó un segundo y, antes de hablar, le dio un trago más a su bebida.

—¿Puedo ser totalmente sincera?

Adán elevó las cejas.

—Debes serlo. Eso es lo que se espera de ti.

—De acuerdo. A ver… Natividad es… un poquito borde —confesó—. Carlos padre es cercano y Carlos hijo todo lo contrario, demasiado estirado.

Eva hizo una pausa un poco prolongada y Adán la animó a continuar.

—Y yo, ¿qué?

«Tú estás más bueno que el pan de trigo en tiempos de guerra», pensó Eva. Pero eso eran demasiadas palabras y demasiado pronto, incluso, para permitir que se le pasara por la cabeza.

—Pues eres simpático, atento, agradable…

Adán la miró sorprendido, mientras apuraba su bebida.

—Eso son tres palabras, pero gracias por el cumplido. —Sonrió, haciendo que ella se ruborizase un poco más de la cuenta—. Y eres muy observadora. Es verdad que el padre es una persona cercana y campechana. No tiene doble filo como el hijo. En cuanto a Nati, puedo imaginar porque se ha comportado tan borde contigo, pero no se lo tengas en cuenta. Le gusta mostrar esa actitud de perro ladrador, pero no te morderá.

Con el tiempo, Eva descubrió que Adán era tan benévolo con ella porque habían sido novios durante algunos años.

Un día, mientras salían juntos, Natividad le recomendó que hiciera una entrevista con su jefe, Carlos padre. Por aquel entonces, él era el que pasaba el filtro de las entrevistas, ya que, hasta unos años más tarde su hijo no acabaría la carrera para pasar a convertirse en el jefe de Recursos Humanos de la empresa.

Cuando lo contrataron, y al ganar más dinero, la secretaria creyó que Adán la pediría que se fuesen a vivir juntos; lo cual nunca pasó. Al poco de estar trabajando, Adán se alquiló un pisito de soltero, quizá demasiado pequeño para las expectativas de ella, y comenzó a despertar unos celos incontrolables cada vez que tenía que viajar, comprar o cenar en compañía femenina, por mucho que fuera para apadrinar a alguien o enseñarlas a hacer informes. Poco le importaba a ella que su trabajo se lo exigiera, por lo que las discusiones, y las malas formas que comenzó a gastarse con él y con sus compañeras, hicieron que Adán se plantease que la relación entre ambos había llegado a su fin.

Ella no se lo tomó nada bien y él puso distancia entre ambos, aprovechando su etapa de formación como control de calidad de grupos hoteleros, e intentando que el tiempo les permitiera retomar una relación cordial de amistad.

Con mucha paciencia por parte de Adán, y algunos rollos esporádicos con otros hombres que a ella le permitieron olvidarlo, terminaron consiguiéndolo.

A Eva, sin embargo, no le parecía que la tal Natividad fuera ningún perro poco mordedor. Morder lo intentaba, otra cosa es que lo consiguiera y más con ella, que siempre se adelantaba a sus comentarios viperinos y conseguía ignorarla cada vez que quería hacerla de menos delante de todos los hombres que pasaban por la oficina y con los cuales no paraba de flirtear, ya fuera para intentar encelar a Adán, si es que andaba cerca, o para captar la atención de Carlos hijo que, a pesar de ser mucho más joven que ella, parecía que podía llegar a convertirse en el sustituto perfecto de Adán.

Una tarde, mientras Eva y Adán revisaban el itinerario que los iba a llevar a una joyería de un centro comercial, en otra de las sueltas que había que completar antes de trabajar a solas, la secretaria interrumpió a todos para que la escuchasen.

—¡Atención, atención! Hoy tenemos que felicitar a Eva —dijo Natividad en un tono demasiado alegre para el que solía usar al dirigirse a ella y tan alto como para que se girasen los dos Carlos, que estaban un poco alejados de ellos.