Buscando el camino

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Buscando el camino
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Letrame Editorial.

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© Julián Prieto Palomino

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1386-949-0

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

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Mª Dolores y yo lo encontramos.

Ahora te toca a ti, Eva. Persiste.

PRIMERA PARTE

(Primavera)

(Víctor acude al Centro Social de un Distrito de Ayuntamiento donde imparte un taller desde hace más de un año)

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La suerte de tener una verdadera amistad se comprueba, especialmente, cuando llegan los momentos de debilidad. Es entonces cuando se valora el apoyo que nos da la persona que de verdad nos aprecia, aunque en numerosas ocasiones solo nos pueda ofrecer su tiempo para que nos sintamos escuchados.

Tanto Víctor como Leo se aprecian mutuamente desde la adolescencia y han conseguido mantener una auténtica relación de amistad que fue curtiéndose en el tiempo con los sucesivos acontecimientos de sus respectivos destinos. La vida no siempre muestra su cara dulce y hay que aprender a sobrevivir y superar los momentos duros que siempre acaban por presentarse a lo largo de nuestra existencia.

—Se me pasan los años con demasiada rapidez y mantengo una rutina que aburre, Leo —explica un Víctor poco animado a su amigo—. No encuentro demasiados motivos que me ilusionen para emprender tareas desde que enviudé. Y acabo de rebasar la barrera de los sesenta.

—¡Pero, hombre, tienes que poner más de tu parte! ¡Aprovecha las escasas salidas que haces para intentar amenizar tu vida! Te he presentado amigos y amigas –intenta razonarle Leo- y tus sesiones de video en las residencias y en los Distritos de Ayuntamiento como voluntario, están dando cierto resultado. Te obligan a salir a la calle, a conocer a más gente; y sobre todo, a responsabilizarte y a ocupar tu tiempo con una misión noble como es la de atender a las personas mayores.

—Sí, lo sé —le responde Víctor—. Y además, la verdad es que no me quejo porque esta ocupación es una labor que tiene mucho significado para mí.

Le preocupa su porvenir al verse mayor, jubilado, viudo, con un hijo del que apenas puede disfrutar por residir en Madrid. Echa de menos un verdadero trabajo que le obligue a levantarse cada día, y que lo deje agotado para poder dormir bien por las noches.

—Y respecto a la edad, ¡estás fenomenal! No lo digo yo, sino alguna que otra amiga de Mara —la pareja de Leo— que te tienen el ojo echado. Aprovecha tu ocasión, queda con alguna de ellas y disfruta de la vida; se le llama ¡echar una canita al aire! ¿Lo recuerdas? —pregunta Leo con vehemencia para que reaccione—. ¡Necesitas alegrías! Reírte más y no sentirte tristón ¡A ver si te enteras de una vez!

El interés de Víctor por dedicarles tiempo a las personas de la tercera edad comenzó cuando ingresó a sus padres en la residencia de mayores de una localidad próxima a su domicilio. Era tal el sentimiento de culpabilidad que le invadió al sacarlos de su casa, al apartarlos de su reducido hábitat doméstico en el que vivían desde hacía más de cuarenta años, que decidió pasar con ellos el mayor tiempo posible en el día a día. Fue entonces cuando ideó este tipo de reuniones con los mayores, proyectándoles vídeos en los que aparecían cantantes y canciones de su época, especialmente copla y canción española, con el visto bueno de la terapeuta ocupacional de la residencia.

Más adelante, estas sesiones de video se fueron adaptando al ir dirigidas a las personas jubiladas que asisten a talleres de entretenimiento y de ocio en los Centros Sociales de los Distritos de Barrio del Ayuntamiento de la ciudad.

—Sé que tu lugar preferido de actuación, en el que te estás volcando últimamente, es el Centro de trabajo de mi padre. ¡Con la de Distritos de Ayuntamiento que hay en la ciudad y tenías que recurrir al suyo! ¡So cabrito! —le comentaba Leo en una ocasión en tono irónico-.

—Sabes bien que no te he utilizado como enganche, es que tu padre trabaja en el Centro Social del que siempre ha sido nuestro barrio. Le expliqué lo que pretendía aplicar en mi calidad de voluntario de una ONG. Es cierto que él siempre tuvo una buena impresión de mí desde que éramos amigos en primero de Bachiller en el Instituto Padre Manjón, y quizás me atendió porque intuía alguna posibilidad de acercamiento hacia ti a través mío, ¿quién sabe?

—¡Víctor! La cuestión es que te llevó en volandas hacia Julia —la coordinadora de los talleres—, y a partir de ese momento tu labor está siendo todo un acierto y un éxito de público.

—Así es, esta trabajadora social reconoce la utilidad de mis sesiones y que cumplen todos los objetivos que se persiguen con las actividades del Centro. Además, mi participación les sale gratis porque yo pertenezco al voluntariado.

Había transcurrido un año desde que Víctor había decidido visitar a D. Carlos, director del Centro Cívico de cierto Distrito de Ayuntamiento de Barrio, con la idea de proponerle desarrollar unas actividades de ocio para personas de la tercera edad. Debido a que era buen amigo de su hijo, quiso llevar preparado el proyecto para causarle buena impresión; aunque su experiencia contaba con un cierto bagaje, puesto que tales actividades ya las había puesto en marcha en otros centros sociales de la capital, lo que le daba un margen de garantía de buen funcionamiento, como así quedó de manifiesto en aquella antigua entrevista:

—Buenos días, D. Carlos, gracias por recibirme, sé que es una persona muy ocupada y he tenido que esperar un tiempo a que tuviera un hueco para mí.

—Adelante, hijo, me alegra mucho volverte a ver después de tantos años. Siempre que pueda y concertemos una cita, estaré encantado de hablar contigo, porque te aprecio y sé que eres el mejor amigo de Leo. Seguro que todavía sigues siendo su mayor apoyo, al margen de Mara —su pareja—. Dime en qué puedo ayudarte.

—Pues verá, desde que me jubilaron por una incapacidad a consecuencia de un accidente laboral en mi antiguo puesto de trabajo…

—¡Ah, sí, en una empresa relacionada con el ferrocarril! Porque seguías una tradición secular de tus ascendientes, casi todos dedicados a este oficio, ¿cierto?

—Sí, así es. Tiene buena memoria: mis abuelos, tíos y mi propio padre, casi todos se dedicaron al mismo gremio. Bien, pues como le decía, desde que me jubilé, decidí dedicarles tiempo a mis padres, especialmente, desde que ingresaron en una residencia de la tercera edad. Pude comprobar la de atenciones que necesitan las personas con alguna discapacidad y que, además, tienen edades avanzadas, con lo cual es muy probable que hayan perdido a seres queridos y se sientan muy solos.

Para intentar darles compañía ideé sesiones de vídeo con canciones de su época o que nos han acompañado a todos a lo largo de nuestras vidas, imágenes de naturaleza, de deportes de riesgo, espectáculos visuales en los que priman la viveza de los colores… El objetivo era abstraerlos un rato de sus respectivas soledades y ensimismamientos, dándoles compañía y haciéndoles hablar para que manifestaran opiniones o expresaran los recuerdos que le evocaran tales imágenes y sonidos.

—¡Vaya, me parece una noble idea! Has de saber que tu sesión ya la conocía. Mi compañera de otro distrito de Ayuntamiento me había hablado de esta iniciativa que ya pusiste en práctica en aquel barrio hace dos años. Me contó lo bien que había funcionado la musicoterapia. Lo que desconocía es que eras tú quien impartía este taller.

—Pues, D. Carlos, justo esto es lo que vengo a ofrecerle: llevar a cabo en su Centro esta iniciativa, que, por ahora, y por motivos que no vienen al caso, he decidido dejar de aplicar en esa otra zona de la ciudad. Soy miembro voluntario de Cáritas, yo tengo mi pensión y mi deseo es colaborar con ustedes de manera altruista en la oferta de talleres a los jubilados de este barrio, donde residí durante tantos años, desde mi adolescencia, y donde conocí a Leo, una gran persona con la que me siento muy unida desde aquél entonces.

—Sin la menor duda que voy a ayudarte. Además, estoy seguro de que será un acierto y un refuerzo importante para la oferta de actividades de esta casa. Te presentaré inmediatamente a Julia, que es la responsable de coordinar todos nuestros talleres. Verás qué fácil va a ser entenderte con ella y qué pronto vais a poner en marcha tus sesiones. De la parte burocrática para su aprobación en la Junta de Centro, ya nos ocupamos ella y yo. ¡Acompáñame, por favor!

De esta manera comenzó a relacionarse Víctor con todo el personal del Centro: desde el director, pasando por la responsable de talleres, las trabajadoras sociales, el personal administrativo, los monitores de las diversas actividades que se impartían y, finalmente, lo que en el argot pedagógico podía denominarse como sus alumnos.

 

A la primera sesión solo asistieron diez personas porque apenas había habido tiempo para publicitarla, pero con el paso de las semanas y la divulgación entre los participantes en otros talleres, la presencia en las sucesivas sesiones aumentaría notablemente.

Aquel primer día estaban presentes, entre otros, Toni y Daniel —jubilados y colaboradores habituales en tareas de mantenimiento de esta casa—, así como Ángela —la madre de Julia—, acompañada de dos amigas, aparatosamente risueñas y muy dadas al parloteo. Hasta el punto que Víctor, llegado un momento de excesivo ruido por las conversaciones de las señoras y las chanzas de los dos usuarios de mantenimiento, para no estallar en un bronco enfado y tener que llamarles la atención en público, decidió parar la sesión, marchándose raudo de la sala.

Cuando pasaron más de cinco minutos y el monitor seguía sin volver, Ángela decidió ir a su encuentro para pedir alguna explicación de qué sucedía y cuando lo vio entretenido en un rincón del pasillo mirando el tablón de anuncios, le recriminó vehementemente su actitud, aduciendo falta de consideración hacia los usuarios presentes en la sala.

La reacción de Víctor ante aquella injusta postura desbocó su ira, con tal exceso, que un observador en la lejanía solo vería a dos cuerpos humanos enfrentados, agitando sus respectivos brazos hacia arriba y hacia abajo, a derecha e izquierda, y oiría un bronco murmullo de voces con discursos ininteligibles.

La fuerte discusión se había producido porque Víctor recriminaba la actitud de aquellos dos ligones de taberna que estaban tonteando con las tres amigas, alterando notablemente la atención de los demás usuarios, y para no ponerlos en evidencia, había decido implantar un prolongado descanso. Ella se sintió ofendida por haberla inculpado también, asegurándole que no participaba de aquella “fiesta”.

Así fue como conoció a Ángela, una mujer casi sexagenaria de una simpatía y educación muy notables, de complexión más bien delgada, de pelo profuso de color castaño, con carácter y mucha personalidad. Y, obligatoriamente, tenía que aprender a relacionarse con ella porque era la madre de su “jefa”.

Como las sesiones de video eran quincenales, para aquel segundo taller los ánimos ya estaban más calmados y el público presente era más numeroso, y todo transcurriría con normalidad.

—Buenos días a todos: para quien no me conozca aún, me llamo Julia y soy trabajadora de esta casa. Solo vengo a presentaros a vuestro monitor. Su trabajo viene avalado por los buenos resultados obtenidos en residencias de mayores y en otro distrito de Ayuntamiento, ocupándose del entretenimiento de personas discapacitadas y de personas jubiladas como vosotros. Es cariñoso, de trato cercano y estoy segura de que lo pasaréis bien con él porque las proyecciones de video que prepara son muy entretenidas. Gracias por vuestra asistencia. —Y seguidamente abandonó la sala.

—Hola, mi nombre es Víctor. Este taller persigue como objetivo principal mejorar la comunicación que tenemos con las personas que viven en nuestro propio entorno. Utilizaremos las imágenes y la música que nos ofrecen las grabaciones de video como herramientas que nos ayuden a dialogar y a transmitir nuestras opiniones hacia los demás.

Los guiones de trabajo comprendían bloques distintos: comenzaban con el dedicado a los “Rincones de Granada”, en donde se mostraban imágenes de la ciudad. Unas veces se hablaba de un personaje histórico de la tierra y en otras ocasiones se hacía mención a un monumento o a algún lugar de la provincia.

El siguiente bloque solía estar dedicado a canciones del cine español: la estrategia era presentarles el título de la canción y el de la película donde aparecía. Se indicaba el año y el artista que la protagonizaba. A mitad de dicha canción bajaba el volumen del dial de sonido y repetía dichos datos para ayudarles a concentrarse. Y, al finalizar las imágenes, invitaba a las personas asistentes a que manifestasen su opinión sobre lo que habían visto y oído.

Otros bloques temáticos de imágenes estaban dedicados a visitar alguna ciudad del mundo; a contemplar imágenes de naturaleza, primando el colorido de selvas, playas o montañas; a escuchar canciones para el recuerdo, es decir, temas musicales que no han pasado de moda y que se recuerdan con cariño por la huella que nos dejaron. Y con otros apartados de temática variada se llegaba al último de ellos, dedicado a una canción que tuviera una cierta historia o algún mensaje concreto que transmitir.

Por lo común, la proyección de cada video no duraba más de cuatro minutos para evitar el cansancio que ocasionaba fijar la vista a personas de edad avanzada o a discapacitados; y, también, para fomentar el diálogo y las impresiones que les sugerían el visionado de los mismos. Así las sesiones serían más amenas y dinámicas.

El documento que presentó Víctor a Julia —la coordinadora de los talleres— para solicitar su aprobación en la Junta de Centro, como finalmente resultó, fue el siguiente:

SESIÓN AUDIOVISUAL PARA MAYORES

Objetivo General

Lograr que las personas de la tercera edad que asisten al taller disfruten de un tiempo de entretenimiento y de ocio a través de los videos seleccionados.

Objetivos específicos

Ejercitar la memoria de las personas asistentes mediante las imágenes y los sonidos musicales que se les muestran y que les harán evocar tiempos pasados de sus vidas.

Estimular el diálogo y el afloramiento de emociones que les susciten la visualización de imágenes y la escucha de música con la intención de que manifiesten verbalmente sus experiencias y sus opiniones.

Hacer que la persona asistente, de la tercera edad, se sienta acompañada y en un ambiente de confort el tiempo de la duración del taller.

Objetivos operativos

Se irán logrando con los diversos apartados del guion de cada sesión de taller. El programa de la misma no se improvisa y consta de una serie de bloques de temática variada.

Metodología

El monitor desarrolla de forma ordenada su guion, procurando incentivar en determinados momentos la participación de las personas asistentes. En ocasiones se requerirá la ayuda y colaboración de más personal del centro social para dirigir y desarrollar la sesión.

Material y herramientas de trabajo

La realización del taller necesita un aula o espacio de trabajo lo suficientemente espacioso y con garantía de confort para albergar a los asistentes. A nivel tecnológico se requiere la existencia de un ordenador, un proyector, una pantalla de proyección y un equipo de sonido con altavoces en estéreo, de calidad y de potencia adecuadas.

Consideraciones finales

Los vídeos que se proyecten deberán ser cuidadosamente seleccionados para que sus imágenes o sus textos no lastimen la sensibilidad de las personas a las que van dirigidos. Además, deberán tener un buen nivel de calidad de imagen y de sonido; serán de temáticas variadas con el fin de no causar cansancio, de captar mejor su atención y de que estimulen a los usuarios a acudir a las sucesivas convocatorias.

Las sesiones tendrán una duración de una hora y quince minutos y una periodicidad quincenal.

Habían transcurrido tres años desde el fallecimiento de su esposa por una enfermedad incurable. Ya entonces Víctor estaba jubilado a consecuencia de un accidente laboral que sufrió en su empresa y que le produjo pérdida de audición. En épocas de crisis fuertes sufría unos vértigos y acúfenos desagradables que le impedían conciliar el sueño mientras duraba la fase aguda.

Al dolor de la pérdida de su esposa se uniría la ausencia física de su hijo Mario, de veintiséis años de edad, por razones laborales: trabajaba de informático en una empresa de seguros con sede en Madrid. Tenía su apoyo emocional porque ambos se querían mucho, mantenían una buena relación desde siempre y Víctor nunca quiso que la desgracia familiar que les sobrevino, afectara también a su carrera profesional. De ahí que llevara muchas veces su dolor por dentro, haciéndole ver que estaba bien. Hablaban por teléfono de manera frecuente. Mario visitaba a su padre varias veces al año y aprovechaba para verse con algunos amigos de la Facultad con los que todavía se relacionaba. En cambio, su padre viajaba a Madrid en muy contadas ocasiones porque le agobiaba la aglomeración de gente, especialmente a la hora de desplazarse en el metro.

—¿Cómo van tus clases en tu nuevo destino, papá? ¿Tienes ya más alumnos?

—¡Oh, vaya…! No son alumnos lo que tengo, Mario. Yo no doy clases. Son hombres y mujeres que básicamente buscan compañía, porque se encuentran solos o quieren pasar un buen rato con mis charlas y con las canciones y los reportajes que les muestro.

—¿Te encuentras a gusto con el grupo? Seguro que hay algún incordio, algún displicente o alguna circunstancia que te esté dando algún problema. Nunca hay una situación perfecta, y menos en un edificio en el que convive gente con tantas historias personales, además de los trabajadores con los que te relacionas. ¿Me equivoco?

—¡Bueno, es cierto! Siempre hay cosillas que podrían mejorarse, pero en el fondo no me quejo. Considero que todo va bien, especialmente con las personas que a mí más me importan —le aclara a su hijo.

—¿Y quiénes son? —se interesa Mario.

—Pues el director, una persona que me trata muy bien y a la que aprecio mucho: conocía al abuelo y me cuenta historias interesantes de su vida y de cuando ambos ejercían la abogacía, cada vez que tenemos un rato libre.

—¿Y con quién más te relacionas? —insiste su hijo.

—Tengo mucho contacto con Julia que es la encargada de coordinar los talleres. Y he hecho amistad con algunas de las personas que asisten de manera regular: un matrimonio mejicano a los que les encanta ver los videos de parques naturales de su país o canciones de su folclore tradicional; la madre de Julia, que se llama Ángela y es una mujer alegre y simpática. Y otras dos mujeres, también de trato muy agradable y, por cierto, muy cultas, a las que les interesan mucho mis explicaciones sobre monumentos e historia de Granada. Se llaman Matilde y Lola y ambas están jubiladas.

—¡Vaya, pues me alegro de que te vaya bien! Te dejo, porque tengo mucho trabajo y cosas que hacer. Pronto iré a verte. Te aviso con tiempo. Un beso, papá.

—Vale. Aquí me tienes. Sabes que te quiero mucho y que te echo de menos. Hasta pronto, hijo.

“EL GRUPO DE CAFÉ”

A lo largo de nuestra existencia acumulamos muchas vivencias que se nos representan a modo de flashes, muy a menudo, en determinados momentos o circunstancias. Algunas de ellas estaba comentándolas Víctor en el despacho del director, con quien conversaba con frecuencia, casi siempre a iniciativa del propio D. Carlos, dado el buen entendimiento mutuo que habían llegado a alcanzar.

En la primavera de 1980, Gabriel —el padre de Víctor— defendía su tesis doctoral ante tres doctores en Derecho, uno de ellos procedente de la Universidad Autónoma de Barcelona, que había sido invitado personalmente por el profesor que presidía el tribunal en la Facultad de Derecho de Granada.

Víctor comentaba a D. Carlos los grandes esfuerzos de su padre para sacar la carrera de Derecho después de años de estudio durante la noche, asistiendo a clases en turnos de tarde, yendo por la mañana a su trabajo en una empresa ferroviaria, y teniendo que atender a su familia. Le explicaba, igualmente, la pena que siempre le ha embargado el no haber podido asistir a aquel acto, un gozoso día para su padre, y no haber podido escuchar su discurso sobre la Historia del ferrocarril en España ante un público variado de compañeros abogados suyos, de profesores universitarios y de algunos familiares. Su ausencia la motivó una maldita gripe que lo obligó a guardar cama en aquel momento.

—Conocía bastante a tu padre —le comenta D. Carlos—. Los dos ejercíamos como abogados en aquellos años ochenta. Coincidíamos en los Juzgados y a veces tomábamos algún “calimocho” junto con otros compañeros: ¡nos vemos en el bar de siempre!, ¡que “va a pasar el tren por Pinos”! —nos decía riendo, en alusión a que estaba a punto de terminar su trabajo ya que iba a expedir el último tren que salía de aquella estación de tren.

 

—¿Estaba especializado usted en algún tipo concreto de pleitos? —quiso saber Víctor.

—¡Yo no! Atacaba cualquier litigio que se pusiera a mi alcance e iba por libre, como Gabriel. Nosotros no formábamos parte de ningún bufete. Sé que tu padre se especializó en asuntos de lindes de tierras y en los relacionados con las herencias.

—También en divorcios, separaciones y hasta fue el primer abogado que defendió la sindicación de los policías de Granada, y poco después, dado su éxito, la de los policías de otras provincias andaluzas —le aclaró Víctor.

Así, en estos términos y con este tipo de conversaciones transcurrían las charlas que ambos mantenían frecuentemente en el despacho del anciano director, rememorando a veces la figura de Gabriel.

La importancia que le daba Víctor al hecho de no cansar demasiado a las personas que asisten a su taller, determinó que sus sesiones —en contra de la voluntad de Julia— fueran quincenales.

Sin embargo, el buen carácter y ánimo de estos usuarios del Centro, hizo que se aprobara por unanimidad la idea de quedar una tarde de la semana en la que no había proyecciones, para tomar café. Así nacería el “Grupo de café”. Y este verse más a menudo fue el origen del inesperado crecimiento de un sentimiento hacia Ángela que pronto empezó a surgir en su interior. El hecho de verla con más frecuencia estimuló un deseo especial por esta mujer y, al mismo tiempo, mantenía viva la ilusión de que ella pudiera sentir, también, algo parecido por él.

Ambos acudían siempre a la cita semanal de tarde en una cafetería y hablaban, reían y lo pasaban bien, junto al grupo de compañeros. Al final, siempre volvían andando solos con la excusa de que vivían por la misma zona, y así evitaban comentarios de sus compañeros. Durante esos largos minutos de mayor intimidad, los latidos del corazón de Víctor siempre se aceleraban más de lo normal.

—Hemos comentado detalles de nuestra infancia, de cuando íbamos al colegio, de nuestra etapa en el Instituto y de nuestros estudios superiores… —Víctor preparaba el terreno para proponerle a Ángela que ocupara parte su tiempo libre con alguna actividad formativa.

—Intuyo que quieres decirme algo —le habla a Víctor, cortándole su discurso—. Es que empiezo a conocerte demasiado, ¡creo!

—¡No! Solo pienso que, quizás, sea el momento de que realices alguna actividad más intelectual, porque tienes capacidad y tiempo para llevarla a cabo: cursos de formación presenciales o a distancia a través de la Junta de Andalucía, que son gratis; o tal vez, podrías hacer un Módulo Superior. Podrías sacarte el Título de Técnico Superior en Prevención de Riesgos Laborales. La temática de ese curso es más amena de lo que parece en un principio, y tú puedes realizarlo porque tienes nivel universitario y, además, tu antigua profesión tiene bastante parecido con la materia que imparte.

—¿Ves cómo sabía por dónde ibas a salir, Víctor?

—Pero reconoce que no es mala idea y, además, estaría dispuesto a ayudarte en todo lo posible. Yo mismo saqué esa titulación y todavía conservo conocimientos sobre la materia. Y, por añadidura, tendría una excusa perfecta para verte y quedar contigo más frecuentemente —reía abiertamente Víctor con su ocurrencia—. ¡Es que se me acaba el repertorio de propuestas para quedar contigo!

Tampoco Ángela pudo evitar reírse con las insinuaciones de su amigo y prometió que se lo pensaría, siempre que fuera verdad lo de ayudarla para realizar un curso de formación de bastantes meses de duración. Era consciente de que retomar de nuevo los estudios, después de tantos años, no le iba a resultar una tarea fácil.

La madre de Julia terminó la carrera de Enfermería en 1982 —el mismo curso académico en el que Víctor finalizó la de Magisterio—, pero Ángela solo ejerció durante cuatro años, haciendo sustituciones en diferentes centros sanitarios de Granada. Justo hasta que se casó con su novio de siempre, dejando el trabajo para atender a la hija que ya venía de camino y a su marido, un viajante de comercio cuya ocupación le obligaba a dejarla sola en casa de manera habitual.

Un desgraciado accidente de carretera al amanecer de un frío y nublado día de invierno, hacía ya más de ocho años le dejó viuda y huérfana a Julia. La unidad familiar rota comenzaría un largo y tortuoso camino de reconstrucción con el apoyo de sus padres —que aunque muy mayores y con demasiados achaques, cumplieron una adorable labor con las dos desamparadas—. También tuvieron una ayuda impagable con sus amigos y vecinos Javier e Inma, una pareja encantadora de jóvenes recién casados con los que quedaban su marido y ella muy a menudo para salir a tomar alguna copa y hasta para viajar en familia algún fin de semana cuando las circunstancias lo permitían.

EXCURSIONES

—¿Víctor? ¡Buenos días! Perdona que te llame tan temprano, pero estamos a lunes y nos queda poco tiempo para cerrar el guion del taller de este miércoles.

—¡Hola Julia! Tengo seleccionados los vídeos y solo queda retocar cosas muy concretas del texto que ya he elaborado. Tienes que verlo tú y decidir qué trozo he de cortar. Puedo verte a lo largo de la mañana.

—Pues pásate en una hora por la cafetería de siempre y desayunamos. Estará conmigo mi madre porque tengo que hablarle de una excursión que ha programado el centro y hay una lista para apuntarse. Yo tengo que ir a la fuerza como miembro de la dirección. Te espero a las diez.

En el Centro Social eran conocidos de los trabajadores sociales, de los administrativos y, sobre todo de las personas usuarias, la presencia de “dos eminencias de las relaciones públicas y del galanteo”, Toni y su amigo inseparable Daniel —jubilados y colaboradores del centro social—, los cuales casi nunca participaban en los talleres, más bien se dedicaban a sus partidas de cartas o de damas en la sala de juegos de mesa junto a otros usuarios habituales. Pero mantenían buena relación con la junta directiva porque, en calidad de voluntarios, facilitaban el desarrollo de muchas actividades, como ordenar el mobiliario de las distintas salas o realizaban tareas de conservación en las instalaciones. En esta ocasión se les había encargado llevar a cabo el listado de usuarios que iba a participar en la próxima excursión a Las Alpujarras.

Transcurría con normalidad la sesión de Víctor, cuando irrumpieron en la sala Toni y Daniel anunciando la excursión a tres localidades típicas de dicha Comarca: Pampaneira, Bubión y Capileira. Estaba programada para ese próximo sábado, con el horario de salida a las nueve de la mañana y el de regreso a la ciudad a las seis de la tarde. Daniel explicaba a los allí presentes que el viaje costaba diez euros y que estaba incluido en ese precio el almuerzo en un restaurante de Pampaneira. Y Toni, “el guaperas”, como le tildaban los más allegados de su círculo de juegos de mesa, se ofrecía para hacer de guía a las señoras para mostrarles los rincones típicos de aquellos pueblos, así como el camino de bajada al río Poqueira.

—Os lo pensáis y al final de vuestra clase volvemos para apuntaros en la lista —les explica Toni a los asistentes—. Tú ya sabes cómo funciona este rollo, Ángela, ya tienes experiencia —le dijo Toni, dirigiéndose exprofeso a ella.

—¡Vale chicos! Lo hablamos entre todos y luego os decimos —les responde Ángela.

Una vez que los voluntarios abandonaron la sala, Ángela se esforzaba en comentar las bondades de este tipo de excursión y la belleza natural de aquellos lugares, así como lo económico que resultaba el viaje. Pero sus compañeros del grupo de café no lo tenían tan claro: el matrimonio mejicano objetó que los viajes en autobús y por una carretera tan sinuosa no les sentaba nada bien por ser propensos a los mareos; la maestra jubilada adujo que ya conocía muy bien la zona porque trabajó por esos lugares durante los primeros años del ejercicio de su profesión; y la exadministrativa de Hacienda se excusó porque ese fin de semana venían a visitarla sus familiares de Valencia. Otros compañeros del aula sí manifestaron su interés por apuntarse.