Rukeli

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Título original: Johann Trollmann and Romani Resistance to the Nazis

Publicado por Win By KO Publications

© Jud Nirenberg, 2017

© De la traducción: Ismael Gómez

© De esta edición, Punto de Vista Editores, S. L., 2018

Todos los derechos reservados.

Publicado por Punto de Vista Editores

info@puntodevistaeditores.com

puntodevistaeditores.com

@puntodevistaed

Diseño de cubierta: Joaquín Gallego

© De la fotografía de cubierta: Hans Firzlaff. Johann Trollmann als Norddeutscher Meister der Amateure beim Verein "Herus"/Hannover, 1928

ISBN: 978-84-16876-48-8

IBIC: BGS

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com

Sumario

1. El mejor de Alemania

2. Roma, sinti, gitanos y el Holocausto: qué cabe en una palabra

3. La perdurable relevancia de Trollmann

4. Los roma, los sinti y la Historia

5. Las raíces de un luchador

6. El boxeo sale de las sombras

7. Duros años de penurias

8. Rukeli encuentra su estilo

9. Schmeling contra Baer

10. La pelea de Trollmann por el título

11. Supervivencia: 1934 - 1936

12. Las Olimpiadas de 1936

13. Schmeling contra Louis

14. La guerra se extiende

15. La olla se pone a hervir

16. La resistencia de Rumanía

17. Rukeli en los campos

18. Disidentes, soldados y partisanos

19. Las secuelas

20. Invisibles en Núremberg

21. Discriminación y exclusión tras la guerra

22. La lucha por la memoria del Holocausto

23. Donde el genocidio es recordado

24. El racismo en el deporte de hoy: Andrea Pirlo y Tyson Fury

Agradecimientos

Bibliografía

¡Aquel que quiere vivir debe pelear,

y aquel que no quiere pelear en este mundo de perpetua lucha no merece vivir!

Adolf Hitler, Mein Kampf (Mi lucha)

1

El mejor de Alemania

Los nazis prestaron mucha atención al boxeo. Para ellos e, indudablemente para Hitler, no era un deporte cualquiera. Los jóvenes alemanes debían, escribió, practicarlo y forjarse a través de él para la guerra. Debían encorajarse e inspirarse mediante el boxeo, así que los nazis decidieron que los judíos no podían volver a participar en él. No habría más judíos en el boxeo ni como boxeadores, ni como entrenadores, cutmen1; ningún doctor judío a pie de ring. Fuera.

La ley era demasiado importante para aprobarla en el Reichstag y confiar su cumplimiento a la policía. Debía ser aplicada con urgencia y con un toque personal. Erich Seelig, el campeón nacional de Alemania del peso semipesado, a quien Hitler tuvo la inquietante experiencia de ver desde un asiento en la primera fila y cuyo éxito tanto incomodó al más fervoroso creyente de todo el mundo en la superioridad de la raza aria, recibió una carta que le daba dos semanas para abandonar tanto el deporte como el país. Cuando su tiempo hubo terminado, unos hombres fueron enviados a su casa. Encogido en el asiento trasero de un coche entre policías malcarados que le apuntaban a la cabeza con sus pistolas, Seelig fue conducido directamente al aeropuerto. Su familia, le dijeron, moriría si regresaba.

El título nacional quedaba vacante, a la espera de un nuevo héroe del boxeo.

La prensa deportiva controlada por el Gobierno dejó claro quién debería ganarlo mientras Adolf Witt y Johann Trollmann se preparaban para subir al ring. Witt tenía que vencer. Trollmann, que había tenido como mentor al judío Seelig, no era el arquetipo adecuado de luchador alemán. Era un inferior racial, un gitano. Puesto que era el boxeador con el mejor récord en su peso, no había forma de no dejarle pelear por el título, pese a lo cual Box-Sport afirmó que su estilo «tenía poco que ver con el boxeo». Bailaba, era impredecible. Era escurridizo, escribieron. Usaba el instinto más que el cerebro. Le gustaba demasiado «dar saltos por el ring» antes de noquear a sus oponentes. Era un insulto para los valerosos y audaces hombres blancos.

Había pasado un mes desde la quema por todo el país de libros antialemanes cuando Trollmann y Witt subieron al ring en la enorme cervecería Bockbierbraurei de Berlín. Era un ring al aire libre y se acercaba una tormenta. Los aficionados se bajaban los homburg2 y se inclinaban hacia delante en sus asientos de madera.

Witt ganó el primer asalto antes de que Trollmann pudiera descifrarlo. A partir de ese momento, no tuvo ningún problema. Trollmann acertaba una vez tras otra con la izquierda. Witt trataba de colocar golpes contundentes pero se encontraba con que el juego de piernas del gitano era demasiado esquivo.

Aquello era intolerable. Devoto nazi y presidente de la Asociación Nacional de Boxeo, Georg Radamm corrió al ring y susurró algo al árbitro, pero este no podía hallar motivo alguno que justificara detener la pelea o influir en el resultado.

Solo los boxeadores podían decidir el ganador.

La campana sonó al final del decimosegundo y último asalto. El público esperaba. «Combate nulo», anunció el árbitro. El título permanecía vacante. Durante lo que pareció una eternidad no se produjo ningún sonido o movimiento.

Y entonces el público despertó, se volvió loco, gritando y saltando en sus asientos. El mánager de Trollmann se contagió de aquella atmósfera. Maldecía. Corría alrededor del ring profiriendo amenazas. Cogió las tarjetas de puntuación de los jueces y se las mostró a cualquiera que quisiera mirarlas.

Trollmann había ganado con claridad según las puntuaciones de todos los jueces. En las gradas, estallaron más peleas.

Radamm y los promotores se plantaron ante el público y llamaron al orden. Echarían un vistazo a las puntuaciones. Examinaron con ostentación las tarjetas. Sí, había habido un error.

Trollmann fue declarado ganador y el nuevo campeón semipesado. Un hombre cuya raza de piel oscura la política gubernamental había declarado sucia y un peligro para la sociedad aria había alcanzado el olimpo atlético de Alemania en un deporte que Hitler y el nazismo habían considerado la mejor demostración del coraje y el espíritu guerrero. El público lo ovacionó.

El lunes, los líderes de la Asociación de Boxeo se reunieron y anularon con prontitud el resultado. La pelea se registraría como nula como consecuencia del «esfuerzo insuficiente de ambos luchadores». Alegaron también que Trollmann no merecía el título porque su comportamiento no había sido deportivo y había llorado (tras el anuncio del combate nulo).

Cuando Trollmann volvió a pelear un mes después, había descendido a una categoría inferior de peso para combatir contra el púgil de Dortmund Gustav «Eisener» (Hierro) Eder.

Eder era más bajo y ligero, incluso después de la rápida pérdida de peso de Trollmann. ¿Importaba en qué categoría por peso estuviera, o cómo peleara? ¿No había quedado demostrado que el hombre blanco, el hombre alemán siempre ganaría? Tenía que hacerlo.

Con el público pidiendo a voces que el espectáculo comenzara, Trollmann recorrió el pasillo hasta el ring. Estaba irreconocible. Su pelo estaba teñido de un rubio casi blanco. Brillante y húmedo, estaba cubierto desde la cabeza a las pantorrillas de una especie de polvo blanco. ¿Era esto lo que querían? ¿Tendría que cambiar de color para ser un auténtico alemán?

 

Hizo algo más que cambiar su aspecto aquella noche. Ya no se trataba de ganar. Peleó como los comentaristas habían dicho que debía hacerlo un ario. Desde el primer asalto, mantuvo los pies fijos en la lona. Retaba a Eder a que se acercara hasta estar frente a frente, sin retroceder. Desafiaba al público y a la prensa de boxeo a enfrentarse a su obsesión racial.

Trollmann continuó peleando. Mientras el régimen fascista reunía a roma y sinti para su deportación a los campos de concentración, él peleaba por su país —luchaba por el nazismo— en los frentes de Francia y la Unión Soviética. Mientras él luchaba por Alemania, muchos otros roma y sinti luchaban contra ella, en los ejércitos de sus países y en grupos de resistencia clandestinos. En la Rumanía fascista, donde las autoridades simultáneamente deportaban a roma para que murieran en las nieves de Transnistria y los llamaban a filas, roma de uniforme obligaban al régimen a dar marcha atrás en su limpieza étnica.

Lo que sigue es la historia de cómo Trollmann y muchos otros roma y sinti lucharon, resistieron, murieron y sobrevivieron al Holocausto, de cómo la sociedad y los gobiernos convirtieron a atletas individuales, seres humanos complejos, en símbolos simplistas de sus políticas raciales y de cómo la lucha por la memoria de los roma y los sinti en los años de la guerra aún continúa.

1 Los cutmen son los especialistas en detener hemorragias, que acompañan al equipo técnico en la esquina del boxeador o la boxeadora (N. del T.).

2 El homburg es un tipo de sombrero de fieltro de estilo tirolés (N. del T.).

2

Roma, sinti, gitanos y el Holocausto: qué cabe en una palabra

Sus sinagogas deben ser reducidas a cenizas, por el honor de Dios y la Cristiandad.

Los cristianos deben destruir las casas de los judíos, y conducirlos a todos bajo un único techo, o a un establo como a los gitanos.

Martín Lutero, Sobre los judíos y sus mentiras (1543)

La palabra roma se refiere a los miembros de un grupo étnico específico. Es la minoría étnica más grande de Europa en la actualidad y según muchos baremos la más excluida socioeconómicamente. Los sinti son un grupo estrechamente relacionado pero distinto étnicamente. Ambos son denominados gitanos por quienes no pertenecen a ellos.

La palabra gitano tiene, dependiendo del diccionario o el hablante, muchas definiciones y la mayoría se refieren al comportamiento de una persona. Llamar a alguien gitano es llamarle errante, nómada, ladrón, una persona «astuta o mañosa» (según el diccionario Webster) o un adivino. ¿Cómo puede alguien usar la palabra gitano para referirse a los roma o los sinti sin ser culpable de prejuicio? No es posible. La palabra es incorrecta. Se usa con frecuencia en este texto porque fue una clasificación oficial aplicada a gente inocente durante el nazismo y otros gobiernos. Roma, sinti3 y algunas otras comunidades fueron unificadas como pertenecientes a una raza gitana.

Genocidio es la eliminación sistemática de un grupo étnico, racial, nacional o religioso y no cabe duda de que esto es lo que los nazis y sus colaboradores intentaron hacer con los roma y los sinti.

Holocausto se define a menudo como el genocidio alemán de aproximadamente seis millones de judíos. En este libro, la palabra Holocausto se utiliza con frecuencia para describir el genocidio nazi tanto de judíos como de gitanos, aunque muchos estudiosos se oponen al uso de la palabra para referirse a las víctimas gentiles. En la actualidad algunos activistas romaníes y estudiosos promueven el uso de un término distintivo para el genocidio romaní, porrajmos. Esta palabra, sin embargo, tiene sus propias y desafortunadas connotaciones, ya que proviene del verbo que significa «abrir por la fuerza» o «violar». Otros romaníes prefieren samudaripe, que literalmente significa el «asesinato de todos». Para la gente romaní y sinti común, no hay término más reconocido o entendido que el de Holocausto.

3 Roma y sinti se usan en el presente libro como nombres colectivos y por lo tanto en minúsculas y singular. En el caso del grupo sinti, hay formas masculina y femenina en singular: sinto para masculino y sintisa para el femenino. En algunos lugares del libro, el autor se refiere a los roma también como romaníes. En cada caso se utiliza la denominación elegida por el autor (N. del T.).

3

La perdurable relevancia de Trollmann

En cierto modo, Johann «Rukeli» Trollmann es el Holocausto romaní y sinti. La nieta de su hermano, Diana, dice: «En Alemania, para los sinti, Rukeli es nuestra Ana Frank». Como las muertes sinti en el Holocausto, él es un símbolo permanente del pasado y una advertencia de lo posible entre su propia gente, pese a lo cual aún es enormemente desconocido para la mayoría del mundo.

Su lucha resuena. Hablando de Johann Trollmann y su identidad étnica, el sinto y antiguo campeón de boxeo de Alemania Occidental Robert Marschall dice: «Tienes que aprender a luchar, levantarte si caes… De lo contrario como sinto estás perdido desde el mismo comienzo»4.

Este libro no es solo sobre Trollmann. Los últimos capítulos se ocupan de los esfuerzos de algunos roma y sinti en la actualidad para que se tome conciencia de lo que su pueblo vivió, perdió y defendió durante el Holocausto. Mientras que el 95 % de los estadounidenses dicen haber oído hablar del Holocausto, la mayoría de estudiantes de secundaria no son capaces de dar una definición de la palabra. Solamente el 21 % respondió que sí, que el gueto de Varsovia tuvo algo que ver con el Holocausto5. La palabra aparece conectada a películas e iconos populares pero desvinculada del fascismo o de la historia de la segregación étnica en Europa. Si la gente sabe poco de cómo y por qué movimientos formidables llegaron a intentar —y casi lograr— la eliminación de los judíos europeos, sabe mucho menos acerca del otro grupo étnico que los nazis y sus colaboradores señalaron para su total exterminio.

Cuando alguien piensa en genocidio o en el Holocausto, piensa en víctimas y opresores. Piensa en los heroicos liberadores y solo quizá en aquellos que lucharon contra ellos con recursos más limitados; los que protestaron, la resistencia clandestina, los actos de desafío que tan importantes son precisamente por quijotescos. A diferencia de lo que sucede en las películas, la realidad no siempre nos ofrece héroes y villanos. El fascismo duró mucho más que un drama de Hollywood. La gente bajo su yugo tuvo ocasión de desempeñar muchos papeles. Ethel Brooks señala que habitualmente «mantenemos las categorías de superviviente, víctima y perpetrador»6 cuando miramos al Holocausto. Trollmann y los otros roma y sinti de esta historia nos recuerdan que la gente no encaja en categorías precisas, y menos aún en los tiempos más caóticos. Johann Trollmann retó a muchos hombres fuertes a lo largo de su vida. Fuera y dentro del ring, desafió al Gobierno y a la sociedad alemanes. Muerto, ha logrado victorias que lo eludieron en vida. Desafía nuestras ideas sobre cómo los miembros de minorías proscritas deben relacionarse con la sociedad en tiempos de la más extrema exclusión.

Para entender la vida de Johann Trollmann, necesitamos un contexto. Vivió en una sociedad que hizo de la herencia étnica un asunto de la máxima importancia, de modo que esta historia debe comenzar con los orígenes de los sinti, la comunidad «gitana» de la que él provenía. Su historia tampoco termina con su muerte en 1943 pues su carrera, de una forma muy real, solamente terminó en 2003, cuando le fue devuelto su título de campeón nacional. Tanto la lucha por preservar la memoria de roma y sinti que fueron asesinados en la década de 1940 como el empeño por recordar a Trollmann en particular continúan a fecha de hoy. Durante décadas tras el Holocausto, a los alemanes se les enseñó que los gitanos no fueron víctimas de la política de exterminio racial sino que se les señaló por ser «asociales». La infamia de que los asesinados fueron seleccionados por algún comportamiento inadecuado o asocial exigió una lucha larga y coordinada para ser rectificada.

Para comprender la respuesta de Trollmann al racismo, necesitamos hacer algo más que imaginar cómo nos habríamos sentido en su lugar; deberíamos apreciar cuán diferente, cuánto más manifiesta y claramente veía él la inhumanidad de normas que otros atletas de su tiempo tomaron como meros infortunios de la vida. Trollmann no tragó el maltrato. Era un luchador. Hay un viejo dicho romaní, «nashtik djas vorta po bango drom» [no se puede ir recto por un camino torcido]. Trollmann no siempre tomó la postura antifascista. Vivía dentro de la sociedad alemana y con frecuencia luchó por ser un miembro aceptado del único mundo que conocía. Pese a lo cual, comparado con otras muchas víctimas de los prejuicios raciales y la violencia, mostró una conciencia inusualmente consistente de su propia humanidad y voluntad para continuar, para luchar. Otros que como él opusieron resistencia también tienen un lugar en la historia.

No fue solo un gran boxeador, un campeón en un país que era líder mundial en los deportes. Y sin embargo, apreciar su boxeo es un punto de partida. Un boxeador debe ser un excelente atleta y él lo era. Otros han escrito que era, incluso de niño, un corredor más rápido, un nadador más vigoroso que sus compañeros. Para boxear bien, la habilidad física no es suficiente. El deporte exige tomar decisiones estratégicas y tácticas, y hacerlo rápido. El boxeador que gana tiene que examinar el estilo y las costumbres de sus oponentes, analizarlos, para formular una hipótesis sobre cómo pueden ser vencidos. A continuación necesita poner a prueba la hipótesis, evaluar los resultados del test e intentar algo nuevo. El boxeo, al fin y al cabo, es llamado a menudo «dulce ciencia»7. Un plan exitoso proporciona una revelación que solo puede ser utilizada unas pocas veces antes de que la estrategia se vuelva predecible, tras lo cual el boxeador tiene que empezar de nuevo. Hay mucho que pensar y hacerlo mientras la parte del cuerpo que usamos para pensar es golpeada y sacudida. La estrategia debe formarse mientras el boxeador lucha por respirar, corre en un círculo estrecho y experimenta dolor súbito. Hace falta una separación, o trascendencia del yo. Trollmann ganó el título alemán de los semipesados. Sabía trascender.

Para entender a Johann Trollmann, debería entenderse que su nombre no era Johann. Ese era un nombre utilizado con gente de fuera pero no con su familia ni su comunidad. Era un nombre para cuando hablaba en alemán. En casa, donde se hablaba el idioma de los sinti, era Rukeli, o «Pequeño Árbol». Aunque Rukeli fue en muchos aspectos tan solo un niño alemán cualquiera, o al menos un niño cualquiera de su situación económica a comienzos de siglo, fue no obstante definido, refrenado y en última instancia asesinado como consecuencia de esta diferencia, porque era un sinto. Justo cuando él alcanzaba el cenit de su poderío atlético, Alemania se consagraba a una visión política en la que las teorías raciales eran centrales y en la que el boxeo ocupaba un lugar simbólico especial. Para entender la injusticia de la vida de Trollmann, necesitamos ver hasta qué extremo las creencias de la época —al igual que muchas de las ideas comunes de hoy— acerca de los gitanos y la identidad étnica estaban, y están aún, equivocadas.

4 Hudson, A. (23 de Octubre de 2012). Germany finally commemorates Roma victims of Holocaust. Reuters. Recuperado de http://www.reuters.com/article/us-germany-roma-monument/germany-finally-commemorates-roma-victims-of-holocaust-idUSBRE89M0PT20121023.

5 Rothe, A. (2011). Popular Trauma Culture. Rutgers University Press.

6 Gerson, J. M., y Wolf, D. L. (Eds.). (2007). Sociology Confronts the Holocaust: Memories and Identities in Jewish Diasporas. Duke University Press.

7 La expresión «dulce ciencia» fue acuñada por Pierce Egan (1772 - 1849), quien en una de las crónicas pugilísticas reunidas en Boxiana; or Sketches of Ancient and Modern Pugilism y publicadas entre 1813 y 1824, llamó al boxeo «the sweet science of bruising», que podría traducirse como «la dulce ciencia de magullar» (N. del T.).