Sigo estando aquí

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Lo que solo fue una pequeña lágrima que las gotas de lluvia pudieron disimular cuando subió al coche, ahora se convertía en una catarata de ellas que caían sin cesar frente al espejo, su castillo había cedido en el momento menos inesperado. No pudo tenerse en pie, sus pies comenzaron a temblar y tuvo que sentarse en la cornisa de la bañera y taparse los ojos.

¿Por qué?¿Por qué?¿Por qué? No paraba de repetirse en su interior.

Por qué la vida me vuelve a poner a Miguel en mi camino, lo amé tanto, dios mío, tú lo sabes. No puedo dejar de agradecerte los tres hijos que he tenido que si hubiera acabado junto a él no existirían hoy por hoy, pero quise tanto a ese hombre, no nos merecíamos lo que su madre nos hizo, no me merecía cómo se comportó conmigo. ¿Por qué no luchó por mí? A veces, por mucho que me esfuerce en entender mi vida, más incomprensible me parece todo.

Julia no podía soportarlo más y había roto a llorar, se sentía frágil y abatida dentro de esas cuatro paredes que retenían el verdadero tormento que había supuesto ese inimaginable encuentro.

—Mamá, ¡tengo que entrar!

Y el ruido de su hijo golpeando la puerta la obligó a volver a la realidad, era Jorge que irrumpía sorprendiéndola con los ojos rojos y sus últimas lágrimas todavía resbalándole por su cara.

—Mamá, ¿estás bien?

—Sí, cariño, no pasa nada, estoy bien. Venga, entra, que ya me termino de vestir en mi cuarto.

—¿Seguro que estás bien? ¿Te puedo dar un abrazo?

—Claro, hijo mío, cómo no vas a poder dármelo.

Jorge no estaba seguro de lo que ocurría, pero se percataba de que su madre no era la misma que había entrado minutos antes y la conocía muy bien. Muchas veces ella lo engañaba con su personalidad tan fuerte pero eran doce años junto a esa mujer, años de los cuales tuvo que vivir momentos muy duros junto a ella, y aunque aparentemente todo iba bien últimamente, justo al abrir esa puerta supo muy bien que su madre estaba vulnerable en ese momento y que lo mejor que podía hacer era fundirse con ella en un cariñoso abrazo.

Deberíamos de abrazar más, recuperar el contacto real con las personas. En resumidas cuentas, sentir, sin ningún canal de por medio que no sea nuestro propio cuerpo y nuestra propia alma. A veces, no nos damos cuenta del valor que pueden llegar a tener pequeños gestos como es este, o una caricia, un susurro, en un determinado momento, sobre todo cuando la otra persona lo necesita tan urgentemente como era el caso de Julia. Ese simple contacto la hizo más fuerte y le sirvió para salir disparada y dejar atrás, al menos de momento, todos esos ecos del pasado. Cuando llegó a la habitación y se quitó la toalla, abrió el armario y se dijo:

Hoy voy a ponerme guapa, hoy cumplo 40 años y es mi día…

Aunque solo iban a celebrar el cumpleaños en casa, a pesar de los años seguía siendo una mujer coqueta y esa noche necesitaba mirarse de nuevo al espejo y darse ella misma ánimos antes de salir al ruedo. El fin de semana pasado había pasado por la tienda de ropa de su amiga Paquita y había visto un vestido al que no pudo decir que no, y mucho menos cuando se enfundó en él, un precioso vestido en dos piezas; la parte de abajo, una falda roja vaporosa hasta los tobillos que dejaría a relucir esos sencillos pero fantásticos salones negros ligeramente acharolados de tacón fino que tanto estilizan, y la parte de arriba, un cuerpo negro de manga corta y cuello redondo exquisitamente brocado a mano con ligeros hilos plateados haciendo formas geométricas. Aunque habían pasado los años seguía siendo una mujer que arreglándose un poquito no había alterado ese atractivo especial y casi mágico que poseía, innato en ella. Ya estaba lista para salir, se dio un último vistazo frente al espejo y no había ni un solo rescoldo aparente de hace unos minutos cuando se derrumbó en el baño. Sacó su mejor sonrisa y con su cabeza bien alta, como decía Freddy Mercury, el show debía continuar y desde luego que continuaría.

A pesar de que iban a estar esa noche las personas más importantes de su vida, bueno, o casi todas, iba a tener dos grandes ausencias, una de ellas irremediablemente imposible, su tía Carmen, que hacía décadas que dejó ya este mundo, pero que en su momento fue un pilar sumamente importante en su vida y su ángel de la guarda, pero que en tantos momentos seguía notando su presencia en pequeños gestos que el mundo expresaba a su alrededor. Julia tenía una pequeña parcela en su corazón donde la tenía instalada, un lugar que jamás podría ser sustituido. Esa noche decidió colocarse la medalla de oro que le dejó en herencia como pequeño homenaje a ella y tenerla más presente. Y la otra gran ausencia, su padre, Jesús, el cual decidió desvincularse de su hija casi por completo por haber vuelto con su marido después de todo lo ocurrido, pero la relación con él siempre había sido así, con grandes altibajos, muchos de ellos por razones culturales y machistas; su mentalidad seguía siento antigua y para empeorar esto, se le sumaba su tremendo orgullo. El orgullo, ese sentimiento que todos tendríamos que tener encerrado en un frasco pequeño y en su justa medida.

Era ya la hora de poner todo el aperitivo en la mesa y apagar el horno, ahora sí que se encontraba dispuesta a recibir ayuda de su madre Ángela.

—Y padre, ¿cómo se encuentra?

—Bien, hija mía. Bueno, con las tonterías de la edad, pero lo normal. Le he insistido en que viniera, pero ya sabes cómo se pone de terco. Julia, lo siento, lo he intentado, pero ha sido imposible.

—No me digas más, lo conozco perfectamente…

Pero la conversación entre ellas se detuvo, se escuchó el timbre de la puerta.

—Chicos, que salga alguno a abrir.

Y a los pocos minutos apareció una de sus dos amigas de siempre, con una gran bolsa con un regalo dentro, Sofía, que este año coincidían sus vacaciones en España con el día que ella celebraba su cumpleaños.

—Pero Julia, cariño, tú no vas a envejecer nunca o qué…

—Anda, ven aquí y dame un abrazo. Un año y medio sin vernos ya, vamos a tomarnos una copita de vino que hay que celebrar que hayas venido, no se cómo agradecértelo. Por cierto, ¿y las niñas y tu marido Andrés cómo van?

—Muy bien, están todos genial, pero no han podido venir.

—Qué pena. Bueno, vamos a brindar por nosotras.

Pero la única en tomar un sorbo de vino blanco fue Julia, Sofía volvió a dejar su copa tal como estaba en la mesa.

—¿No te gusta? Es un vino muy bueno, seguro que te va a encantar.

—Seguro que está buenísimo pero ahora mismo no puedo tomar alcohol, mejor tomaré agua.

—¿Y eso por qué?

—Es que estoy con medicación y no creo que me siente bien si tomo vino.

—¿Medicación para qué? —dijo Julia visiblemente preocupada.

Aunque Sofía ponía todo su empeño en aparentar que se encontraba perfectamente, el instinto de Julia la avisaba de que algo estaba pasando. Además, la había visto visiblemente más delgada de cara y cuerpo que la última vez que la vio.

—No es nada importante, hoy es tu cumpleaños, cariño, y estoy aquí para que lo pasemos bien.

—¡Cómo que no es nada importante, Sofía! Eres de mis mejores amigas, para mí tú eres importante y seré muchas cosas, pero tonta no y te ocurre algo. ¿Qué clase de tratamiento estás tomando?

—Déjalo estar, de verdad, no te preocupes.

—Sofía, no me puedes engañar, dímelo.

Entonces, su amiga miró para todos los lados, no quería que nadie escuchase la mala noticia que tenía que dar.

—Quimioterapia. Bueno, de momento no es muy fuerte, me encontré un pequeño bulto en el pecho y me dijeron que es… Lo siento, Julia, no soy capaz ni de nombrar esa palabra…

—CÁNCER…

Esa palabra que aunque se dijo en el más absoluto de los silencios, resonó y caló en lo más hondo de Julia revolviéndola, desencadenando en ella una tristeza y un dolor por su amiga que aunque intentó disimular buenamente, no pudo evitar que dos grandes lágrimas se derramaran por sus ojos, dos gotas que eran como ácido que le quemaba mientras recorría los surcos de su piel.

—Sí, Julia, cáncer, tengo tanto miedo a pronunciarlo.

—Tranquila, ven aquí, cariño.

Y Julia la tomó entre sus brazos y la abrazó con todo su amor. En esos momentos, aunque no hacía falta decir la enfermedad en alto para saber por lo que estaba sufriendo, todos sabemos lo terrible que es esa dolencia cuando nos golpea duramente y sin piedad a las personas que amamos y son importantes para nosotros.

—Mira, Sofía, mañana mismo llamo a la clínica privada a la que yo voy y pregunto por un buen oncólogo y te pido cita antes de que te vayas.

—Julia, yo no puedo pagar eso.

—Y quién dice que tengas que pagarlo tú, de eso no te tienes que preocupar, quiero que sepamos todos los tratamientos posibles en este momento.

—Eres un ángel…

—No soy un ángel, solo soy tu amiga y ahora cambia esa cara que todo va a salir bien.

—Sí, sí lo eres y no entiendo como una mujer tan buena como tú volvió con un monstruo como Ginés.

—Eso no importa. Ahora tú eres lo importante.

—Julia, ¿por qué nunca quisiste contar la razón de volver con él? Ni siquiera a tus amigas, mereces ser feliz.

El tiempo se paró. Julia dejó ese salón con su amiga para trasladarse por unos terribles y angustiosos instantes a ese horrible día donde todas sus convicciones, todas sus luchas y horrores con su marido pasaron a un segundo plano, donde todo el dolor quedó en el olvido y rogó al cielo que lo que estaba pasando no fuera cierto.

—Shh, tranquila, ya está bien de malos momentos por esta noche.

—Julia, te pido que no digas nada a nadie, esta noche no, ya se lo diré en otro momento a Paquita.

 

La noticia de la enfermedad de su amiga fue como una jarra de agua helada para Julia, pero ella tenía que ser un ejemplo de optimismo para Sofía y hacer de tripas corazón para que no notara la preocupación que le había dado el saber por lo que estaba pasando, así que pusieron las dos su mejor cara e hicieron como si nada hubiera ocurrido.

La siguiente en venir fue su queridísima Paquita, de nuevo las tres juntas, toda una vida, casi cuarenta años habían pasado desde que se conocieron, pero ni el tiempo ni la distancia habían roto ese vínculo soldado a fuego entre ellas, su unión perduraría para siempre.

—Qué ganas tenía de veros, os echo tanto en falta en Francia, a veces os necesito tanto.

—Y nosotras a ti —dijo Paquita con los ojos vidriosos por las lágrimas que estaban a punto de estallar.

—Oye, pero nada de llorar, eh, que hoy es mi cumpleaños.

—Tienes razón, Julia. Anda, dónde tienes el vino que me apetece un buen copazo.

—Ja, ja, ja. —Rieron las tres.

—Bueno, contadme, ¿cómo estáis?, ¿cómo llevas el divorcio, Paquita? Porque aquí en España no es como allí que está más normalizado.

—Pues no me ves, divinamente…

Y de pronto el ruido de cómo se cerraba una puerta resonó en la casa, rompiendo ese divertido momento, era Ginés.

—Y hablando del rey de Roma, espero que esta vez venga en condiciones y no nos monte uno de sus numeritos —dijo Sofía.

Y por la puerta aparecía su marido , pero esta vez sin rastro de oler a alcohol como tantas otras veces ellas recordaban. A las amigas de Julia las saludó con un frío y protocolario hola, se podía notar la tensión cada vez que se encontraban los tres después de lo ocurrido en la comunión de Jorge, pero si su esposa lo había perdonado y aceptado de nuevo en su casa, ellas, por muy amigas que eran, tenían que asumirlo. Aunque esa frialdad no fue para todas por igual, a Julia le dio un beso en la mejilla y seguidamente de acariciarle el pelo le dijo:

—Estás preciosa, feliz cumpleaños, esto es para ti.

A continuación apareció un ramo de rosas que escondía detrás de su espalda.

—Oh, qué bonito. Gracias, Ginés, ve a cambiarte, te he preparado la ropa limpia.

—Ahora vengo, voy a darme una ducha rápida.

—Bueno, chicas, sentaos que voy a llamar para que vengan todos a la mesa, solo falta que venga mi hijo Miguel.

—Antes brindemos por nuestro encuentro.

—Yo prefiero tomar agua —dijo Sofía.

—Chica, una copita solamente, además brindar con agua da mala suerte —dijo Paquita que no tenía ni idea de la situación.

—No, de verdad, es que no me apetece tomar alcohol.

—¿Y eso?

—Nada, no os preocupéis, anda ve y llámalos a todos y ve con cuidado no te vayas a caer con esos tacones.

Sofía intentó quitarle importancia al asunto con disimulo con una broma para salir airosa de su negativa a tomar una simple copa de vino para no levantar sospechas en la cena.

Todos sabemos muchos refranes, muchos de ellos ciertos, aunque algunos más que otros, y el de «la vida da muchas vueltas» en ese instante, todos junto a esa mesa, era dolorosamente cierto. Cuántos de nosotros y nosotras que sabemos del tormento de vida que llevó Julia con su marido se podía imaginar de nuevo un cumpleaños sentados a la mesa con él, pero a pesar de todo ello, y sin nadie saber las verdaderas razones de su vuelta, allí se encontraban de nuevo todos juntos celebrando ese día.

La cena ya había comenzado, todos comían y bebían mientras hablaban y reían entre ellos, pero alguien comenzaba a desentonar y esta vez no era Ginés, era su hijo José Ángel que apenas probaba bocado pero que copa tras copa de vino comenzaba a tener un humor irónico y a hacer comentarios que eran más propios de su padre que, para sorpresa de todos, su comportamiento estaba resultando muy correcto.

—José Ángel, podrías hacer el favor de probar algo del asado que ha preparado tu madre.

—Sí ya lo he probado, pues otro asado más de los que ella hace, al final siempre hace lo mismo —dijo su hijo con una actitud chulesca.

—Bueno, déjalo, Ginés, no tendrá mucha hambre hoy —dijo Julia intentando restarle importancia, pero todos se estaban dando cuenta del estado de embriaguez en el que comenzaba a encontrarse.

—Hambre no sé si tendrá pero por lo visto tiene bastante sed. ¿Cuántas copas de vino llevas?

—Papa, solo es vino, además tú…

—Además, yo qué, termina la frase.

—Que tú eres el menos indicado en esta casa para venir a decirme cuándo tengo que parar de beber.

—José Ángel, ya basta, no nos des la noche, por favor te lo pido —dijo Julia levantándose de la silla y quitándole la copa de vino mientras pensaba: «No voy a poder celebrar ningún día importante en esta casa sin que me amargue la existencia alguien».

Y es que efectivamente así era, había una maldición en su familia desde que ella tenía memoria y es que temblaba cuando se acercaba algún día importante o evento en que cualquier familia se reunía para pasar un buen rato porque siempre tenían el mismo final: alguien tenía que acabar llorando y hoy tampoco iba a ser la excepción a la regla. Su otro hijo Miguel decidió no intervenir, él era el mayor de los tres y hacía años dio el paso de irse de esa casa donde el dolor estaba tan presente y decidió no inmiscuirse en lo que se venía encima, pero su otro hijo Jorge no pudo reprimir las ganas de hablar.

—¿Quieres callarte y dejar a mamá en paz que hoy es su cumpleaños?

—Mira, mañaco asqueroso, tú no eres nadie para decirme a mí lo que tengo que hacer y menos una nenaza como tú.

Mientras, cogía de nuevo la copa y se la volvía a llenar y seguidamente se la bebía de un trago ante el asombro de todos .

Entonces, Ginés se levantó de la mesa y se fue directamente a donde estaba su hijo con la cara que tantas veces había visto Julia, levantó la mano y le lanzó una bofetada dejando a todos los presentes sorprendidos por lo que acababa de hacer.

—¡Pero quién te crees que eres para pegarme! Yo no voy a aguantar que me pegues como lo haces con tu mujer, me dais pena, siempre aparentando delante de todos con vuestro matrimonio, que es una farsa.

Y acto seguido se levantó y salió de la casa dando un portazo.

Julia no podía creer lo que estaba ocurriendo. Por mucho que ella intentaba esforzarse, sacar lo mejor de sí, sin importar como ella se encontrase, para que todo saliera perfecto, el destino siempre le tenía guardado un gran bofetón para estas ocasiones. Se levantó de la mesa haciendo soberanos esfuerzos por no ponerse a llorar allí en medio y les dijo a todos:

—Por favor, espero que no os moleste, pero prefiero terminar la fiesta y que cada uno se vaya a su casa. Miguel, lleva a la abuela, yo necesito acostarme, lo siento.

—Pero, mamá, si todavía no has soplado las velas —dijo su hijo Miguel.

—Disculpadme, pero hoy no me queda una pizca de ilusión.

Y entonces se encerró en su habitación, mañana sería otro día, intentaría levantarse con una sonrisa, sacaría las fuerzas de donde no las tenía, como hacía siempre, llamaría a sus amigas y terminaría de soplar las velas con ellas, e intentaría hablar y calmar a Sofía con el tema de su enfermedad, pero ese día la había superado. El encuentro con Jacinta la había dejado tocada, ver a Miguel herida, el cáncer de su amiga desecha, pero el comportamiento de su hijo ya la había dejado enterrada. Solo necesitaba meterse en la cama, cerrar los ojos muy fuerte y llorar mientras rezaba para sus adentros. «Señor mío, dame fuerzas para seguir adelante».

MANUEL

Pero en esa casa había más dolor y sufrimiento del que parecía a simple vista. Esa noche no solo había una persona que acabaría llorando sola en su habitación, otro miembro de la familia se encontraba inmerso en otra batalla en la que luchar día a día y en la más absoluta soledad, era el pequeño Jorge. Al igual que su madre, tomó la decisión de no manifestar el tormento por el que estaba pasando, sabía perfectamente la situación por la que atravesaban en casa: un hermano que con el paso de los años era extremadamente rebelde, un padre que solo acarreaba disgustos de todo tipo a su madre, un abuelo terco y orgulloso que aunque a él lo quería muchísimo, había decidido rehuir de su hija. Aunque solo tenía doce años era un chico que tenía un sexto sentido para percibir los sentimientos de los demás y esto, para desgracia suya, le hacía guardar los suyos propios y anteponer los del resto.

Jorge tampoco había tenido un buen día, hasta para eso a veces tenía conexión con su madre. Su extremada sensibilidad hacia el mundo, las personas, lo que le hacía brillar del resto, era motivo de envidia y maldad para otros niños. Desde hacía varios meses la situación en su clase no era la ideal para un chico de su edad. Salir al recreo, casi todos los días de su vida, era un verdadero suplicio.

Pero esa mañana con motivo del cumpleaños de su madre pidió a su profesora que si podía ayudarle a hacer una tarjeta de felicitación con recortes de fotos que tenía junto a Julia y que había llevado de su casa. La profesora accedió encantada a ayudarle y entre los dos consiguieron hacer una tarjeta de felicitación maravillosa.

El recreo había terminado y de nuevo tendría que verse la cara con el típico chulito de la clase que le hacía la vida imposible, pero hoy la maldad de ese niño llegaría a puntos insospechados.

La clase continuaba con total normalidad, delante de la profesora nunca lo insultaban ni humillaban. En ese aspecto, era un niño muy inteligente, pero por desgracia para Jorge ese día la profesora tuvo que ausentarse unos minutos para hacer unas fotocopias que había olvidado hacer, y entonces Manuel aprovechó la ocasión para hacer lo que tanto le gustaba hacer: machacar al pobre Jorge.

—¡Qué! ¿Te tienes que quedar con la profe como un niño pequeño que tiene miedo de salir al recreo?

—Quería que me ayudara con unos deberes, Manu.

—Para ti Manuel, mis amigos me llaman Manu, y tú y yo no somos amigos, no soy amigo de mariquitas.

La clase se había paralizado para observar lo que estaba ocurriendo en ese momento. Si ya de por sí es doloroso que te humillen, que encima de eso hayan más de veinte niños mirando a la vez y ninguno sea capaz de decir nada por miedo es una situación tremendamente embarazosa para cualquiera.

—Manuel, por favor déjame en paz, la profesora va a venir.

—Como le digas algo a la profesora te vas a enterar, uy, esto que asoma por aquí qué es.

Debajo del pupitre asomaba la tarjeta que acababa de terminar.

—Feliz cumpleaños, mamá. Ja, ja, ja, ja, pero qué mierda es esta.

—Dame eso , ¡dámelo ya! —Jorge se levantó de la mesa de un salto y le chilló.

—¿Esto?

—Que me lo des —volvió a repetir en un tono que asombró a todos y hasta a él mismo.

Y entonces, con un gesto rápido y de una maldad propia de un demente, mientras Jorge escuchaba su risa estridente y casi demoniaca, rompió en todos los trozos que pudo la tarjeta dejando totalmente impotente y destrozado al joven.

Aunque quería llorar de la rabia e impotencia, no iba a hacerlo, no podía darle el lujo a ese niño ni a nadie de la clase. Ese despreciable niño con total falta de humanidad había roto la tarjeta pero también las ilusiones que había depositado en ese sencillo recorte de cartulina con fotos para su madre.

Se agachó a recoger todos los trozos que habían por el suelo. Mientras lo hacía, intentaba recomponer la felicitación, pero lo más duro, recomponerse a el mismo, y aparentar delante de todo el mundo que no había ocurrido nada. La profesora estaría a punto de llegar y no quería levantar sospechas de lo ocurrido.

Y al igual que su madre, cuando esa tarde la vio junto a su abuela en ese coche, eran dos las personas que estaban interpretando de nuevo ese papel, la cual muchos admiramos o incluso podemos sentir envidia, porque siempre parecen inalterables al dolor, que desprenden una fuerza, a veces casi ilógica, pero que en la más oscura soledad de una habitación con las luces apagadas son una rabiosa tormenta de sensibilidad deseando estallar.

ORGULLO

Y después de la noche siempre llega el día. Cuántas veces no hemos deseado al levantarnos no querer salir de la cama y pensar que lo que nos ha ocurrido sea un efímero y olvidado sueño, unos segundos en nuestro inconsciente nocturno que ha deseado jugar con nosotros a un cruel juego. Nos abrazamos fuertemente a la almohada o nos tapamos como si fuera el último suspiro que nos queda a ese falso momento en que creemos que nada ha pasado. Pero ya era hora de abrir los ojos, Ginés no estaba, se encontraba sola en la habitación con la mirada perdida pensando en salir o no de la cama. Venga, despierta y levántate, José Ángel, ¿dónde estará? Por favor, que haya llegado ya a casa, me da igual lo que pasó anoche pero que esté en su cama .

 

El problema de su hijo, en la cena, salió a la palestra delante de todos. Ella se había dado cuenta de que desde hacía unos años eligió un camino fácil: el de no querer aceptar los problemas que había en casa, prefirió evadirse en compañías más que dudosas y buscándose problemas que podrían desencadenar disgustos muy serios para la familia, pero sobre todo para el mismo. Hay tantas y tantas maneras de superar los obstáculos con esfuerzo, con entereza, pero también con trampas y creando heridas, y su hijo mediano, en este aspecto, sería una persona débil.

Al abrir la puerta, pudo respirar aliviada, el ritmo de su corazón se calmó: José Ángel estaba durmiendo tranquilo en su cama. Con todo el cuidado que pudo se acercó, se puso de rodillas frente a él y le dio un beso en la mejilla. Ya habría momento de pedir explicaciones de su comportamiento pero no ahora. En la imagen de su hijo, que aunque ya era adolescente y para ojos del mundo era casi un adulto, ella veía a su pequeño renacuajo que tan follonero fue de niño.

Se dirigió a la cocina y había alguien que con mucho cariño y preocupación le había preparado el desayuno, era su hijo Jorge.

—Pero, chico, ¿qué, me has preparado el desayuno?

—Sí, mamá, espero que te guste: tostadas. Ahí tienes un plato con jamón y queso, un zumo de naranja que he exprimido, el café y esto…

El pequeño Jorge se dio la vuelta: había cortado un pequeño pedazo de tarta y le había puesto las velas de la tarta que no sopló la anterior noche. Julia no pudo evitar tener esa sensación tan adorable que todos tenemos de reír y llorar a la vez de felicidad.

—Muchísimas gracias, si es que eres un primor, un encanto. Ven aquí, que te como —decía Julia entre lágrimas y risas, que no podía disimular el asombro del pequeño gesto que significaba tanto para ella.

—Tenía también un regalo para ti, pero creo que me lo he dejado en clase, perdóname —mintió, pero ¿qué podía hacer en ese momento?

El lunes aprovecharía para hacer de nuevo un regalo para ella, no era capaz de decir la verdad, tampoco quería asumirlo, fue muy humillante para él cuando sufrió el odio sin sentido de su compañero de clase Manuel.

—Jorge, cariño, ahora mismo tú eres el mejor regalo que puedo tener.

RING, RING… Sonó el teléfono.

—Yo voy, mamá, no te preocupes. Tú siéntate que además te he subido el periódico.

Jorge fue corriendo por el pasillo en dirección al salón con una sonrisa de oreja a oreja de ver cómo le había alegrado la mañana a su madre.

—¿HOLA? ¿HOLA?

De primeras solo escuchó silencio, pero a los pocos segundos pudo notar una ligera agitada respiración que reconoció al instante.

—¿Abuelo?

—Sí, Jorge. Hola, grandullón. ¿Cómo estás?

Su voz resonaba entrecortada, llamar a casa de su hija era una lucha con su orgullo, tenía hasta dudas en ese momento de hablar con su amado nieto. Si en vez de él lo hubiera cogido su hija, hubiese colgado en el acto .

—Abuelo, muy bien, voy a desayunar con la mamá.

—Así me gusta, que quiero que te hagas un hombretón.

—JE, JE.

—Tengo muchas ganas de verte, que lo sepas, algún día te doy una sorpresa, ya lo verás.

—¿Vas a venir a casa? —dijo con ingenuidad.

—Bueno, ya veremos, pero una sorpresa seguro que te doy.

—Yo también tengo muchas ganas de verte, anoche vino la abuelita al cumpleaños.

—Sí, lo sé, pero yo no me encontraba bien y me tuve que quedar en casa.

—Pero estás bien, ¿no?

—Sí, Jorge, no te preocupes, estoy hecho un chaval, si seguro que te gano jugando al pilla pilla.

—JA, JA. Abuelo, no se pase.

—Oye, rey , ten… ten… tengo que… colgar .

Durante unos segundos tartamudeó, su voz sonó frágil como el cristal.

—¿Le pasa algo?, ¿quieres hablar con mamá?

—Tengo que colgar ya, Jorge.

—Vale, le quiero.

—Y yo, Jorge, muchísimo.

—Adiós, abuelito.

—¡Espera!

—¿SÍ?

—Deséale a tu madre feliz cumpleaños con retraso de mi parte.

Y entonces, y sin dejar un segundo para reaccionar, colgó, dejando a Jorge pensativo con las últimas palabras. Cabizbajo volvió de nuevo a la cocina.

—¿Quién era, cariño?

—Era el abuelo.

La última persona que en ese momento se podía imaginar Julia que llamaría era su padre. Su relación, como con casi todos los hombres de su vida, también había sido tan tormentosa. Se quedó helada, le costó hasta reaccionar unos segundos.

—¿Y qué quería?

—Me ha dicho que te diga que feliz cumpleaños.

A Julia le dio un vuelco el corazón. Jamás hubiera pensado que su padre dejara a un lado su gran orgullo y se dignase a marcar el teléfono y felicitarla. Le sorprendió muchísimo, y para bien. Sabía que, aunque a su manera, su padre la quería, pero ese pequeño gesto le alegró todavía más la mañana. Y es que, de vez en cuando, tenemos que presuponer o dar por sentado que alguien nos quiere, pero nunca vienen mal unos pequeños gestos, un toque de atención, un «que sepas que no te olvido», algo fácil, pero que amarra los lazos más fuertemente con esa persona a la que queremos.

LAZOS DE SANGRE

Para suerte de todos, y sobre todo para nuestros queridos Jorge y Julia, el fin de semana pasó sin sobresaltos. Tanto ella como Ginés intentaron hablar con su hijo José Ángel, estaban preocupados por él, sobre todo Julia , pero con el poco tiempo que pasó en casa, les fue casi imposible. Además, su hijo no atendía a razones , no quería escuchar nada. Pidió disculpas casi obligadas a su madre, que carecían de verdadero arrepentimiento, pero una madre es una madre y ellas se conforman con tan poco… Julia aceptó las disculpas de su hijo buenamente, aun así, no paraba de darle vueltas y vueltas a la cabeza intentando entender por qué su hijo se estaba comportando así últimamente. Pero en su cabeza, en sus pensamientos que tanto iban y venían bombardeándola sin cesar no solo estaba su hijo, estaba su amiga Sofía. Estaba realmente intranquila por ella, quería ayudarla como pudiera, haría todo lo posible por ella. El sábado por la tarde, después de comer, y cuando su marido no estuviera, ya que no quería que Ginés se enterase de que tenía pensado costearle a su amiga la visita al medico, cogió el teléfono y llamó a su clínica privada. Al ser fin de semana tuvo que remover cielo y tierra para que al siguiente lunes le dieran una cita, pero para ella era de extrema urgencia, su amiga tenía que volver la semana siguiente a Francia con su familia y tenían que verla antes de su marcha. Así fue, obtuvo su cita para Sofía, tuvo hasta que amenazar con que se iba a personar ella misma esa tarde para darse de baja si no se la concedían, pero después de varias llamadas, atendieron conformes a sus exigencias. En cuanto lo supo, llamó a su amiga.

Ese mismo lunes, a mediodía, se pasó por casa de los padres de Sofía, que era donde ella se quedaba cuando venía de visita, y la recogió para llevarla a la clínica. Allí le explicó su caso y la medicación que ella estaba tomando, y el doctor las calmó a ambas. Les dijo que no se preocuparan, que lo habían cogido a tiempo y que los pasos que estaban siguiendo con ella eran los adecuados y los normales. No obstante, le presentó otras alternativas a seguir, pero debería abandonar su casa, su vida y su familia, y comenzar en esa clínica, siempre y cuando billetera en mano, algo que Sofía no podía permitirse. Julia, como prometió, le pagó la consulta a su amiga y en cuanto salieron de la clínica, algo más tranquilas, insistió en que contara con ella.

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