Conferencia sobre la lluvia

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Conferencia sobre la lluvia
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JUAN

VILLORO

CONFERENCIA

SOBRE LA LLUVIA

DERECHOS RESERVADOS

© 2013 Juan Villoro

© 2021 Almaldía Ediciones S.A.P.I. de C.V.

Avenida Patriotismo 165,

Colonia Escandón II Sección,

Alcaldía Miguel Hidalgo,

México, D.F.,

C.P. 11800.

RFC: AED140909BPA

https://almadiaeditorial.com/ www.facebook.com/editorialalmadia @Almadia_Edit

Edición Digital: 2021

ISBN: 978-607-8764-34-1

En colaboración con el Fondo Ventura A.C.

y Proveedora Escolar S. de R.L. Para mayor información:

www.fondoventura.com y www.proveedora-escolar.com.mx

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.


JUAN

VILLORO

CONFERENCIA

SOBRE LA LLUVIA


PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

CONFERENCIA SOBRE LA LLUVIA

PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

Conferencia sobre la lluvia fue escrita para la inauguración del Teatro Antonieta Rivas Mercado de la Biblioteca de México, que se llevó a cabo el 28 de agosto de 2013. Sandra Félix, quien desde hace décadas se hace cargo de las actividades teatrales de la Biblioteca, me invitó a embarcarme en esta aventura.

El teatro depende de las condiciones de producción. Por economía de medios y por su interés en el género, Sandra propuso que la pieza fuera un monólogo.

A principios de los años noventa, trabajé en la revista de la Biblioteca, dirigida por el inolvidable Jaime García Terrés. Me pareció lógico que el protagonista fuera un bibliotecario y que su modo de expresión se basara en un género que practico con temor y entusiasmo: la conferencia.

Siempre me ha intrigado la posibilidad de perder el hilo del discurso y convertir la exposición de ideas en una confesión. ¿Hasta dónde controlamos lo que decimos? Al modo de un actor, el conferencista puede olvidar sus parlamentos o sucumbir a la tentación de revelar algo incómodo o devastador.

Conferencia sobre la lluvia surge de ese predicamento. Los devaneos de mi bibliotecario se inscriben en la larga estirpe literaria de la digresión, es decir, en el distraído arte de decir una cosa para hablar de otra.

En el siglo XVIII, Laurence Sterne escribió la obra maestra del género: Tristram Shandy, monumental novela cuyo tema es el cambio de tema. Entre sus seguidores, debo destacar a dos que me parecen esenciales: Anton Chéjov se sirvió del recurso en un breve y muy sugerente ejercicio para actores, Sobre el daño que causa el tabaco, y el actor y dramaturgo norteamericano Spalding Grey lo usó en sus originales monólogos-conferencia (tuve la suerte de presenciar uno de ellos en la Universidad de Yale, en 1994).

Ésos y otros antecedentes me animaron a combinar las vacilaciones mentales y los predicamentos amorosos del protagonista con una disertación sobre un asunto cardinal de la literatura: el vínculo entre la lluvia y la poesía. Me interesaba que la confesión íntima sirviera de insólito respaldo a una disertación literaria. El protagonista no renuncia a la conferencia; transforma su desorden en método expositivo.

No es fácil encontrar a un actor que haya pasado su vida entre libros. El excepcional Diego Jáuregui fue bibliotecario y entiende las obras impresas como personajes. La suerte de contar con él se vio reforzada por la directora Sandra Félix, quien sabe, como Borges, que los volúmenes numerosos son un resumen del universo.

El teatro es un género literario peculiar: se escribe en un planeta y se representa en otro. La atmósfera y la duración del día son distintos en cada uno de ellos. Lo que en la lectura parece rápido puede alentarse en escena y viceversa. Los ensayos ponen a prueba las palabras en una tierra diferente. Corrijo mucho en esa etapa pero sé que queda algo pendiente.

Toda obra teatral cambia a lo largo de la temporada. Nunca la función de estreno es idéntica a la de clausura. A medida que la pieza “corre”, el actor encuentra nuevos registros y el dramaturgo descubre impurezas que deben remediarse.

Esta edición se benefició de la temporada en la Biblioteca México, la representación de la obra en diversas ciudades de provincia y en La Habana y su reestreno en el foro Héctor Mendoza de la Compañía Nacional de Teatro. Oyendo a Diego Jáuregui comprobé que el texto acaba por pertenecerle más al actor que al autor. A él y a Sandra Félix le debo la oportunidad de enmendar mis palabras. Los cambios son mínimos pero estoy convencido de que mejoran la pieza. Aunque no todo mundo oye toser a las moscas, si el autor siente que tosen en su texto, debe sacar el matamoscas.

Vayamos a la obra. Un bibliotecario entra a escena; ha ordenado libros y los libros han desordenado su vida. ¿Hasta dónde depende de sí mismo y hasta dónde de lo que ha leído? El intermediario entre los textos y los lectores se busca a sí mismo en una conferencia.

Hablará de la lluvia, o más bien, de lo que pasa cuando llueve.

JUAN VILLORO

26 de febrero de 2014

Óyeme como quien oye llover,

ni atenta ni distraída

OCTAVIO PAZ

Un conferencista ante una mesa, con un vaso de agua. Es un hombre enjuto, canoso, de una edad variable entre los cincuenta y los setenta años. Tiene un par de libros con separadores que señalan páginas y una carpeta con hojas revueltas. Por momentos lee, en otros se aparta de las páginas y parece no sólo ignorarlas sino hablar en contra de ellas. Algún detalle en el escritorio revela un uso privado, ajeno al de una conferencia pública. Puede haber ahí una pelota de tenis con la que el conferencista juguetea, un ratón de cuerda, unas galletas. La presencia, en principio desconcertante, de estos elementos domésticos, refuerza el sentido final de la pieza. Lo mismo se puede decir de la vestimenta del conferencista, en cierta forma ajena a un acto público.

CONFERENCISTA: ¡Perdí los papeles! (revuelve hojas) Sí, perdí la conferencia. Pido disculpas. Perder los papeles es perder la compostura. No sé qué me sucede; mi vida entera gira en torno al orden. Clasifico una biblioteca, y sin embargo, se me escapan las cosas. Seguiré adelante, puedo hacerlo. Las mejores conferencias son improvisadas. Aunque el que diserta sin guión fijo se mueve en la línea del vértigo. Puede perder la concentración y caer al abismo en la siguiente frase. Nadie piensa en los riesgos del conferencista, en el peligro de tener –de pronto y sin razón alguna– la mente en blanco, o de que un nombre se te escape como se me escapan los objetos. Cuando no son las llaves, es la cartera, o los papeles de la conferencia. ¿Dónde pongo las cosas? O mejor aún: ¿en qué pienso mientras dejo las cosas en un sitio? Coloco la taza de café en la repisa de un librero, pero mi mente está en otro lugar, no registra ese acto poco apasionante pero necesario. La taza de café se esfuma de mi memoria porque en realidad nunca estuvo ahí. ¿Dónde estoy cuando olvido lo que tengo enfrente? Lo peor es extraviar los anteojos. ¿Cómo buscarlos sin ver nada? Acabaré reconociendo el mundo a tientas. No busco excusas, seguiré con la conferencia.

No pensaba leer; sino improvisar a partir de un borrador. Necesito anotar el orden de los temas, las citas, los nombres escurridizos. Es un poco como la lista del supermercado. ¿Habré olvidado ahí los papeles? Esta mañana estuve ahí. Llevaba varias hojas, lo recuerdo bien, anotadas por Yola, mi sirvienta. Sí, seguramente tomé todos los papeles y los llevé al súper donde, en ningún momento, pensé en lo que tenía frente a los ojos. Estuve ante un indiscriminado universo de acelgas, detergentes, palmitos y carne molida. Seguramente ahí dejé mis apuntes…

Tal vez no sea tan importante, una conferencia es un laboratorio mental, surge ante los oyentes, y el primer sorprendido es el que habla.

Es bueno que haya perdido los papeles.

El tema de mi charla es la lluvia. Hoy en día hasta un empresario habla de “lluvia de ideas”. Las metáforas se abaratan. No hablaré de “lluvia de ideas”. Me interesa entender el agua imaginada por los poetas. Comenzaré lejos, en una Gruta del Origen, el Purgatorio, de Dante.

Después de contemplar el dolor de los iracundos, la gente irritable atrapada dentro de sí misma (con la que, dicho sea de paso, me identifico bastante), Dante habla de la función de la fantasía. Incluso en los peores momentos y en las más duras mazmorras, un impulso nos permite escapar mentalmente, ascender, subir más allá de las rocas y los muros que nos encierran y llegar al cielo para extraerle algo. ¿Qué obtenemos gracias a la alta fantasía? ¡Lluvia! El ser libre modifica el cielo. Extasiado, el que imagina se eleva. En consecuencia, según Dante, “llueve en la alta fantasía”, la zona donde el poeta cambia el clima.

Tal vez por eso se me escapan las cosas; no llego a ser poeta, no puedo prestigiar mis olvidos diciendo que estoy pensando en versos, pero algo me aleja de la realidad. Seguramente soy más feliz en mi extravío, el lugar de la alta fantasía, pero el precio es perder los lentes, la taza de café que se enfría en una repisa.

 
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