Del poder a la cárcel

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Del poder a la cárcel
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Índice de contenido

1  Prólogo

2  Capítulo -1- El gran escape

3  Capítulo -2- La mexicaneada

4  Capítulo -3- El encuentro

5  Capítulo -4- La quinta del delito

6  Capítulo -5- Los documentos falsos

7  Capítulo -5 Bis- La misteriosa muerte de Néstor Kirchner

8  Capítulo -6- El robo del camión

9  Capítulo -7- La voladura del galpón

10  Capítulo -8- El robo a la financiera

11  Capítulo -9- El reparto del robo

12  Capítulo -10- Nisman desconfiaba del gobierno

13  Capítulo -11- El distribuidor

14  Capítulo -12- Preparando la redada

15  Capítulo -13- El asalto

16  Capítulo -14- Las órdenes de Cristina a sus hombres

17  Capítulo -15- El operativo antidroga en la villa

18  Capítulo -16- La compra del hotel

19  Capítulo -17- Nisman: Con esto me juego la vida

20  Capítulo -18- El triple crimen de Gral. Rodríguez

21  Capítulo -19- El miedo de Cristina, por el futuro de sus hijos

22  Capítulo -20- La maniobra, para quedarse con el hotel

23  Capítulo -21- El triple crimen: la investigación

24  Capítulo -22- Cristina. Los jueces y la corrupción

25  Capítulo -23- El negocio y el hacker

26  Capítulo -24- Néstor, Cristina y el caso AMIA

27  Capítulo -25- La emboscada

28  Capítulo -26- Cristina y su pensamiento sobre Boudou

29  Capítulo -27- Nisman: El comienzo, del final

30  Capítulo -28- Las últimas horas de Nisman

31  Capítulo -29- La muerte de Nisman: 1.° investigación

32  Capítulo -30- La muerte de Nisman: 2. investigación

33  Capítulo -31- La duda de J. C. sobre las investigaciones

34  Capítulo -32- El misterio del monasterio y los bolsos de José López

35  Capítulo -33- El poder corrompe

36  Capítulo -34- La conspiración para matar a Nisman

37  Capítulo -35- Conspiración y asesinato

38  Capítulo -36- Descubren el cadáver de Nisman

39  Capítulo -37- La SIDE, el Gobierno y el sicario

40  Conclusión

41  Biografía del autor

42  Sinopsis

Hitos

1 Índice de contenido

2  Portada

Juan Carlos Gruttulini
Del poder a la cárcel


Gruttulini, Juan Carlos

Del poder a la cárcel / Juan Carlos Gruttulini. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2135-4

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.

CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA

www.autoresdeargentina.com info@autoresdeargentina.com

Diseño de portada: Justo Echeverría

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina –Printed in Argentina

Este libro se lo dedico a toda la comunidad Judía,

que vive, trabaja y estudia en nuestro país

y a todas las víctimas de la AMIA , que todavía no tienen justicia.

Y principalmente se lo dedico a la familia

del doctor Alberto Nisman.

El hombre, que por descubrir y denunciar

a los verdaderos culpables de la voladura de la AMIA,

encontró la muerte en una forma misteriosa

y todavía la justicia sigue sin resolver el dilema.

Prólogo

Este libro está basado exclusivamente en grandes investigaciones periodísticas, con datos fidedignos, de todo lo que aconteció en estos últimos años en la República Argentina y ocasionaron que el país se derrumbe, tanto en forma moral, como económica y abarca desde 2003 hasta la actualidad.

Pero para que sea una historia más llevadera, está narrada en forma literaria,con un toque de ficción, con detalles que realzan los puntos más importantes, mostrando cómo se comportaban los protagonistas de esta historia, a los cuales, por ambiciones personales, no les importaba y no les importa, rozar los límites de la delincuencia y desafiar a la justicia.

Y a su vez, quiero hacerle a través de este libro, un homenaje a un visionario que nos legó una obra maestra, que atravesó y seguirá atravesando décadas y siempre seguirá vigente, como si hubiera sido escrita ayer y me refiero al gran escritor, director, músico y poeta Enrique Santos Discépolo, “Discepolín”. Él nos brindó este magnífico tango, con letra y música propia, llamado “Cambalache”, donde muestra la decadencia de una sociedad, donde los sinvergüenzas y aprovechadores se ríen de la población, que sale todos los días a trabajar y trata de sobrevivir con su salario, mientras ellos viven una vida de riquezas y libertinaje.

CAPÍTULO -1-
El gran escape

En una cárcel de alta seguridad, cuatro delincuentes sumamente peligrosos, estaban caminando tranquilamente por el patio de la prisión, mientras otros presos jugaban a la pelota o practicaban distintos deportes. Desde las torretas, los guardias vigilaban el perímetro, para evitar cualquier enfrentamiento entre los prisioneros de las distintas bandas.

Los cuatro se dirigieron a una de las gradas, que estaban ubicadas al costado del campo de deportes y se sentaron. Uno de ellos sacó un paquete de cigarrillos, extrajo uno, lo encendió y luego le convidó a los demás, mientras mirando el reloj pulsera decía:

—¡Llegó el momento! Prepárense para entrar en acción.

Uno de ellos, apodado el Ronco, le respondió:

—Quédate tranquilo, Chávez, que tanto Alberto, como el Flaco y yo, estamos preparados para jugarnos la vida, con tal de salir de este infierno y apoyarte en el golpe que planeaste.

Chávez volvió a mirar el reloj y con la tensión pintada en el rostro, les dijo a sus compañeros:

—¡Llegó el momento esperado! ¡Suerte, amigos! —Y comenzó a correr hacia el centro del enorme campo de deporte, seguido por los otros tres.

Para cualquiera de los guardias que los estuviera viendo, les hubiera parecido que los cuatro estaban corriendo una carrera, como un pasatiempo o por un simple desafío, a ver cuál de ellos ganaba.

Y sorpresivamente, desde la parte exterior de los altos muros que rodeaban la prisión, se elevaba un helicóptero de combate, fuertemente armado y con las puertas laterales abiertas, desde donde sobresalían hombres con ametralladoras listas para entrar en combate. Cuando el piloto sobrepasó los muros y ubicó a los cuatro delincuente, a los que venían a rescatar, dirigió el helicóptero hacia el punto de encuentro, mientras volaba a unos diez metros del suelo del campo de deporte; Dos hombres que estaban junto a los que operaban las ametralladoras, arrojaron dos escalas de sogas, de cada lado de las puertas del aparato, que casi llegaban al suelo.

 

Los guardias encargados de las torretas, saliendo del asombro que les causó la aparición del helicóptero, comenzaron a disparar contra este. Pero el piloto rápidamente comenzó a girar en el aire, mientras que con las ametralladoras ubicadas a cada lado del aparato, disparaba en forma indiscriminada hacia los guardias, apoyado por los dos delincuentes que estaban a cada lado de las puertas del aparato, disparando con sus ametralladoras a todos los guardias que veían, comenzando un combate intenso. Los guardias que estaban en el patio custodiando a los presos, se unieron al enfrentamiento, disparando hacia el helicóptero, mientras que los reclusos en medio de esa confusión, corrían hacia todos lados, para tratar de protegerse de las balas que surcaban el aire y hacían estragos.

Chávez seguido por el Ronco y los otros dos, corrió hacia donde estaban las escalas del helicóptero y rápidamente se prendieron a ellas. El fuerte aire de las paletas del aparato, hacía que las escalas se movieran hacia un lado y hacia otro, pero ellos se afirmaron con todas sus fuerzas. El piloto al ver que Chávez y los otros ya estaban en posición de escapar, sin dejar de disparar con las ametralladoras, comenzó a elevar el aparato rápidamente y girando en el aire, se alejó raudamente del lugar, dejando atrás un campo de batalla lleno de muertos y heridos, caídos por todos lados.

Capítulo -2-
La mexicaneada

En una larga y desértica ruta del sur del país, en un día muy caluroso, una lagartija cruzaba muy apurada la caliente cinta asfáltica. El rugir de un potente motor rompió el silencio del lugar, era de un camión tanque, que llevaba escrito en sus laterales la inscripción Aguas del Glaciar, que a gran velocidad estaba avanzando por la ruta, sin advertir, que casi pisa a la pequeña criatura.

El chofer miraba el tablero electrónico de su vehículo, observando el reloj luminoso y hablando en voz alta, se reprochaba a sí mismo. “¡Qué boludo que soy!… A esta hora ya tendría que estar descargando en el depósito y sacándome este problema de encima… Espero que el forro del encargado y los boludos que lo ayudan, me estén esperando… ¡Si no estoy cagado!”.

Con todos estos pensamientos dándole vueltas en la cabeza, no se percató de que cuatro motos de alta cilindrada, avanzaban a gran velocidad detrás de él y le daban alcance.

Cuando miró por el espejo retrovisor, se dio cuenta, de que ya casi tenía las motos a unos veinte metros del paragolpes trasero, pero lo que lo puso completamente nervioso y alerta, fue ver a los motoqueros con los rostros tapados con pasamontañas y darse cuenta de que algunos estaban armados con pistolas nueve milímetros y otros con ametralladoras, dispuestos a todo.

Percibiendo lo peor para él, aceleró a fondo y el motor de gran potencia, hizo que el vehículo saliera despedido a gran velocidad hacia adelante, dejando momentáneamente a los motociclistas a gran distancia del camión.

Los motociclistas, al ver la maniobra del conductor, aceleraron a fondo y en un instante estuvieron nuevamente a poca distancia del paragolpes trasero, en ese momento se dividieron en dos grupos, unos por la derecha y otros por la izquierda del camión, aceleraron hasta estar a la altura de las puertas del conductor.

El motoquero, que por su forma de actuar parecía el jefe de la banda, apuntando con el arma al camionero, le gritó:

—¡Pará el camión o te pego un tiro!

El chofer, sin inmutarse por la amenaza, le dio más impulso al camión, llevándolo a una velocidad muy peligrosa para semejante vehículo.

El motoquero le volvió a gritar.

—¡Pará el camión o te bajo a tiros! —Y para que no quedaran dudas, disparó su arma contra el vehículo, haciendo saltar en pedazos el espejo retrovisor.

El chofer, viendo lo que había hecho el malhechor y dándose cuenta de que las cosas se ponían pesadas para él, furioso reaccionó dispuesto a vender cara su vida y tomando una decisión con todo el coraje, tomó con fuerza el volante y con determinación comenzó a maniobrar el vehículo, haciéndolo zigzaguear sobre el asfalto, obligando a los de las motos a tirarse a las banquinas del camino, para no ser atropellados.

—¡Qué hijo de puta! —Gritó el que dirigía al grupo—. Pero esta no se la va a llevar de arriba... ¡Vamos, muchachos! Pasemos al plan B.

Y dejando dos motos tiradas sobre el pasto, el jefe se subió detrás de un compañero que ya tenía la moto lista para salir y el otro delincuente hizo lo mismo, con el que manejaba la otra moto. Y salieron a gran velocidad detrás de su presa.

La moto donde iba el jefe, se dirigió por el lado izquierdo del camión y la otra moto tomó por el lado derecho, tanto el jefe como el que iba detrás del que manejaba la otra moto, se pusieron en cuclillas sobre los asientos, cuando se ubicaron a la par de la cabina del vehículo, los dos dando un salto, quedaron parados en los estribos del vehículo, agarrados con una mano de los soportes de los espejos y con la otra tratando de abrir las puertas del camión.

El chofer, tratando desesperadamente de evitar que los delincuentes ingresaran en la cabina, seguía haciendo zigzaguear al vehículo, tratando de tirar a los delincuentes, pero sin suerte.

El jefe de los delincuentes le gritaba, mientras lo amenazaba con el arma.

—¡Pará el camión ya mismo o te vas a arrepentir!

El camionero lo miraba, mientras le respondía a los gritos.

—Los que se van arrepentir son ustedes, si mi jefe se entera que quieren robarle el vehículo, no saben con quiénes se metieron… Van a rogar, no haber hecho, lo que están haciendo.

Al ver que el chofer no tenía ninguna intención de detenerse, el jefe levantó el arma y le pegó un golpe con todas sus fuerzas a la ventanilla, haciéndola saltar en pedazos, ante la sorpresa del chofer, que asustado se pegaba más al asiento, mientras que con un brazo se cubría el rostro, para que las astillas no lo lastimen.

El delincuente pasó la mano a través de la ventanilla rota y le sacó la traba a la puerta y la abrió, le puso el arma en la sien al pobre chofer, mientras le ordenaba que frene. Este, viendo que no podía hacer otra cosa más que obedecer, con resignación detuvo el vehículo, mientras decía.

—Llévense el camión y hagan con él lo que quieran, pero no me hagan nada a mí, que yo no tengo nada que ver… Soy solamente un pobre chofer.

—¡Bájate pelotudo! Ya nos diste demasiado trabajo, así que bájate rápido y quédate de espaldas al costado de la banquina.

El chofer bajó rápido del vehículo y como le pidieron, se dirigió al costado de la banquina y se puso de espaldas al asfalto.

El jefe de los delincuentes lo siguió, mientras le ordenaba:

—¡Ahora arrodíllate!

El chofer obedeció y se arrodilló, mientras inconscientemente comenzaba a rezar por su vida. El delincuente, sin ningún miramiento le pegó un terrible culatazo en la cabeza, produciéndole un corte profundo en el cuero cabelludo, del cual comenzó a brotar un hilo de sangre, dejándolo completamente inconsciente, tendido sobre el pasto.

El jefe se dirigió hacia el camión, mientras le indicaba al otro delincuente.

—¡Dale ruso! Subí de una vez al camión, que nos vamos de aquí. —Y dirigiéndose a los otros dos, que estaban sobre las motos, les indicó—: Ustedes adelántense, que nosotros enseguida los seguimos… Y sáquense los pasamontañas, que el trabajo está terminado y no tenemos que despertar sospechas, por las dudas que nos crucemos con alguna patrulla.

Él también se sacó el pasamontaña y subiéndose al vehículo lo puso en marcha y maniobrando sobre el asfalto, tomó el camino de regreso.

Capítulo -3-
El encuentro

Después de recorrer unos veinte kilómetros aproximadamente, desde que se alejó del centro de la ciudad, el piloto divisó desde el aire, el camino secundario que pasaba delante de los portones de entrada a la gran estancia. El casco principal estaba a un kilómetro de la ruta, hacia adentro y se comunicaba por medio de un camino asfaltado, con árboles de araucarias de ambos lados, dándole al lugar un aspecto acogedor.

El piloto dirigió el aparato hacia la parte trasera de la hermosa e imponente mansión de dos pisos, la cual estaba rodeada de enormes jardines, con una pileta olímpica en su parte posterior y una cancha de tenis más atrás. En la parte delantera del edificio, estaba ubicada una gran fuente de agua, adornada con tres angelitos y cada uno sostenía una vasija sobre el hombro derecho, de la cual vertían agua hacia su centro. La fuente estaba circundada por el camino de acceso a la mansión y todo el perímetro del lugar estaba rodeado por cinco filas de árboles frondosos, que impedían que el edificio pudiera ser visto por cualquier persona, desde la ruta.

El piloto ubicó el helipuerto marcado con un círculo rojo y dirigió el aparato hacia ese lugar, descendió suavemente hasta tocar tierra firme; Chávez bajó rápidamente del aparato, seguido de sus tres compañeros, cuando se alejaron unos diez metros, el piloto elevó el helicóptero y rápidamente se alejó, hasta perderse de vista.

El Ronco miró hacia todos lados y lanzando un silbido, comentó:

—¡Pavada de palacio tiene tu amigo!... ¡Qué lindo es vivir así!

Antes de que Chávez pudiera responderle, se acercó a ellos un señor alto, delgado, de cabellos canosos, perfectamente vestido con un traje negro, camisa blanca y moño negro y se presentó.

—Buenos días señores. El señor me indicó que los reciba y me ponga a disposición de ustedes.

—Gracias señor, mi nombre es Chávez, él es el Ronco, el Flaco y Alberto.

El hombre de negro se inclina saludando y extendiendo la mano respondió:

—Mi nombre es Pablo Baudín y soy el mayordomo, encargado de todo lo que sucede en la mansión y la mano derecha del señor… Y como él me indicó, los llevaré a sus habitaciones, donde ya tienen todo preparado, para que se higienicen y se cambien la vestimenta… Ahora si ustedes tienen la amabilidad de seguirme, les indicaré sus habitaciones.

Los cuatro siguieron al mayordomo hacia el edificio, cuando entraron se encontraron con un amplio salón, luego los guio por una gran escalera, con peldaños de mármol blanco y la baranda de madera, trabajada finamente en cedro, que los condujo al primer piso. Cuando llegaron delante del pasillo que comunicaba con las habitaciones, les dijo.

—Usted, señor Chávez, tiene asignada esta suite, en la que encontrará todo lo que necesite para su higiene personal y distintas prendas, además de los trajes que el señor mandó a pedir, de acuerdo a las medidas que usted le indicó… Cualquier otra cosa que necesite, no tiene más que pedírmelo. A usted señor —dirigiéndose al Ronco— Le corresponde esta suite, que está al lado de la del señor Chávez. —Y mirando al Flaco y a Alberto, les indicó—. A ustedes les corresponden estas dos suites, que están en frente y allí cada uno encontrará todo lo que necesiten, igual que le expliqué al señor Chávez. Dentro de una hora los vendré a buscar, para llevarlos donde está el señor esperándolos. Les repito que cualquier cosa que necesiten, no tienen más que llamarme por el teléfono interno, ahora los dejo para que ustedes se ubiquen.

Chávez le dio las gracias y el mayordomo se retiró, dejándolos solos.

—¡Bueno, muchachos! Vamos a cambiarnos y dentro de un rato nos reunimos.

—Tiene razón Chávez, saquémonos está mugre que tenemos puesta —respondió Alberto—. Pero también tiene razón el Ronco. ¡Qué lujo tiene tu amigo! Aquí se ve que hay plata.

Chávez, ignorando el comentario de Alberto, se introdujo en la habitación, cerró la puerta, observaba el lugar que estaba amueblado con el buen gusto de algún decorador, mira el placar que esta abierto y en él estaban colgados tres trajes de distintos colores, además de camisas, corbatas, medias y ropa interior prolijamente acomodada. Hizo un gesto de aprobación y se dirigió a la ventana, se quedó un instante mirando el hermoso paisaje que se apreciaba desde allí y su mente lo lleva volando de regreso a la prisión, que habían dejado apenas una hora atrás, vio las rejas, los altos muros, el tiroteo final, antes de salir de ese infierno y se prometió a sí mismo, en voz baja. “A ese lugar no vuelvo nunca más”. Se quedó pensativo otro minuto y reaccionando se sacó la ropa, quedando solamente con el calzoncillo, dobló la ropa sucia y la colocó sobre una silla, fue hacia el baño, se introdujo parado frente a la ducha, se sacó el calzoncillo, lo tiró a un costado, abrió la canilla y apoyó las manos contra la pared, dejó que el agua tibia recorriera su cuerpo. En esa posición estuvo largo rato, hasta que por fin decidió bañarse, mientras silbaba una vieja canción.

 

Capítulo -4-
La quinta del delito

El conductor del camión se desvió de la ruta, hacia un camino de tierra, por donde hizo quinientos metros dentro de un bosque de pinos, hasta llegar a la entrada de una quinta abandonada, cruzó la tranquera que estaba abierta y siguió el camino, hasta llegar al lugar que fue la casa principal, la cual estaba semidestruida por el paso del tiempo y el abandono del lugar. Los tres motoqueros que lo habían seguido todo el camino se adelantaron, yendo hacia dos enormes galpones, que en otros tiempos habrán sido utilizados para guardar las cosechas o las maquinarias agrícolas.

Los tres rápidamente dejaron las motos a un costado de uno de los galpones y abrieron los portones, dejando el camino libre, para que el cabecilla introduzca el camión dentro del lugar y con la misma rapidez cerraron el galpón.

El jefe del grupo se bajó del vehículo y dirigiéndose a sus hombres les gritó:

—¡Rápido! No perdamos tiempo, comencemos con el trabajo.

Los tres delincuentes, obedeciendo al jefe, rápidamente se subieron al camión tanque y comenzaron abrir las tapas de acceso, a los distintos compartimientos de la carga de agua.

El primero que consiguió abrir la tapa, correspondiente a la cola del tanque, gritó:

—¡Aquí solamente hay agua!

El segundo abrió la tapa del medio, miró dentro del tanque y también gritó:

—¡Aquí también hay agua!

-— ¡No puede ser! — Gritó el jefe—. ¡A ver vos, Facundo! Abrí de una vez esa tapa, a ver qué tenemos.

Facundo, luego de un esfuerzo para abrir la tapa, gritó:

—¡Aquí también hay agua!

El jefe, rascándose la cabeza mientras miraba desilusionado al camión, gritó:

—¡No puede ser!… Si el patrón me dio los datos exactos del vehículo, tiene que ser este… No creo que le hayan pasado mal el dato. —Mientras pensaba, comenzó a caminar alrededor del vehículo, de tanto en tanto se rascaba la cabeza como queriendo ordenar las ideas, cuando había completado la vuelta, se detuvo de golpe, como si una luz le iluminara el cerebro y gritó—: ¡Facundo, toma un palo largo y medí la profundidad del tanque!

Este rápidamente bajó del camión, corrió hacia un costado del galpón donde había un montón de maderas y tomando un palo largo, corrió nuevamente hacia el vehículo, se subió e introdujo la madera hasta tocar el fondo, la retiró y gritó:

—Tiene aproximadamente dos metros de profundidad.

El líder ordenó.

—¡Pásale el palo a Oscar!

Facundo le pasó el palo a su compañero y este repitió la operación y gritó entusiasmado.

—¡Aquí solamente entran unos cuarenta centímetros!

—¡Ya lo suponía, alguna trampa tenía que haber en este asunto!... Dale, José, toma el palo y hace lo mismo.

José introduce el palo en la boca del tanque y dice con tranquilidad: —En este también entró apenas cuarenta centímetros. ¿Cómo puede ser?

—Todo puede ser posible —responde Germán, que era el que dirigía a los otros delincuentes—. Saquen rápido el agua de esos dos depósitos y veremos qué tenemos allí —ordena con firmeza.

—¿Pero cómo sacamos el agua? —Pregunta Facundo, mirando a German.

German enfurecido le responde. —Con un tacho o un pedazo de manguera pelotudo… ¿Con que otra cosa queres sacar el agua?

Facundo y José rápidamente bajaron del camión, buscaron entre las cosas que estaban tiradas en el galpón y con un tacho cada uno de ellos en la mano, subieron nuevamente al vehículo, comenzando a extraer el agua de los tanques, luego de un buen rato haciendo esta tarea, los dos a la vez, gritan.

—Ya están vacíos, ¿Ahora qué hacemos?

—Metan las manos y fíjense cómo están agarrados esos depósitos.

Luego de tantear el interior de los tanques, Facundo mira a José y le pregunta:

—Este tiene en el fondo, dos pequeñas manijas, ¿Y el tuyo?

—El mío también. ¿Para qué serán?

Germán mira a los dos con bronca y les dice.

—Para sacar los tachos falsos, pedazos de pelotudos, ¿Para qué otra cosa van a ser?… Tomen las manijas y tiren hacia arriba, a ver si salen.

Los dos hombres se ponen en cuclillas, para poder hacer mejor la fuerza y luego de un momento de forcejeo, Facundo saca un tubo metálico del tamaño de la boca del tanque, con cuarenta centímetros de profundidad y a continuación, lo mismo hace José.

—¡Qué hijos de puta!… ¡Qué bien se la pensaron!… A quién se le iba a ocurrir revisar los compartimentos del tanque, si todos tenían agua… Suerte que le dieron bien la pista al patrón. A ver, ustedes dos, fíjense bien qué hay dentro del tanque.

Los dos meten la cabeza dentro de los compartimentos y luego de un instante se paran sobre el camión y José grita.

—¡No lo vas a creer, Germán!… ¡Está todo lleno de bolsitas de cocaína!

—Y este también —grita Facundo.

—¿Y qué se creían que veníamos a buscar?… ¿O acaso se pensaron que lo único que queríamos robar era el camión?… No, lo que nos ordenó el patrón era robar la carga de cocaína que venía disimulada en este vehículo ¡Bueno! Ahora a trabajar rápido, vos, Antonio —dirigiéndose al tercer delincuente—. Trae el vehículo que está oculto en el otro galpón.

Antonio se bajó del camión y se dirigió a la salida del galpón, mientras Germán le indicaba a Facundo que se meta dentro del compartimento.

—Vos, Facundo, metete en el tanque y anda pasándole las bolsas a José, así vamos ganando tiempo.

Obedeciendo a Germán, Facundo se mete dentro del tanque y comienza a pasarle las bolsas de cocaína a José y este las iba acomodando con cuidado en el techo del camión. En ese momento ingresa Antonio manejando una ambulancia, con la inscripción en el frente y en los laterales que decía “Unidad de alta complejidad”, maniobra el vehículo y lo pone de culata, casi a la mitad del camión tanque, dejándolo con una separación entre ellos de dos metros, desciende y abre las puertas traseras de la ambulancia, saca una plancha metálica de tres metros aproximadamente, con una pequeña baranda de cada lado, levanta uno de los lados y se la pasa a José, que la sostiene, mientras él pone la otra punta en el piso de la ambulancia. Mientras le indica a José:

¡Dale¡, Anda pasando la mercadería, así yo la voy acomodando aquí.

José, obedeciendo la orden, va poniendo las bolsas en la rampa y las hace deslizar hacia el piso de la ambulancia, donde las recibía Antonio, que prolijamente las acomodaba en el piso, de esa forma continua, fueron trabajando durante más de dos horas, hasta que Facundo grita. —Listo, ya no queda nada en ninguno de los dos compartimentos.

—Según la cuenta que llevé, hay tres mil quinientas bolsas, o sea, tres mil quinientos kilos —dice Germán.

—Suerte que le reforzaron los elásticos a este vehículo, si no estaría arrastrando la culata —comenta sonriente Antonio.

Facundo lo mira a Germán, mientras le dice con una sonrisa en los labios.

—¿Qué pasaría si nos quedamos con una bolsita para nosotros, total quién se va a dar cuenta?

Germán lo mira a los ojos, mientras le dice con bronca:

—¿Qué pasaría, pelotudo?… Te costaría la vida… ¿O te olvidas para quién estás trabajando?… Si por casualidad el patrón se da cuenta, de que de este cargamento falta algo, no va a tener ningún escrúpulo en mandarte a liquidar… No solo porque le robaste, sino para demostrarles a todos los demás que a él no le roba nadie… ¿Te das cuenta de lo que te digo, pelotudo de mierda?

Facundo baja la cabeza como arrepentido de su comentario y dice a media voz.

—No te enojes… Fue solamente un comentario en broma lo que dije.

Germán, ignorando la respuesta de Facundo, ordena en voz alta.

—Bueno, Antonio, saca la ambulancia fuera del galpón y ustedes dos metan las motos y pónganlas junto al camión. —Mientras Facundo y José ingresaban las motos y las ubicaban donde les había indicado, Germán se encargó de poner tres explosivos plásticos C. 4, en los laterales del camión.

Terminada la tarea, les indica a los otros dos:

—¡Listo! Larguémonos de aquí.

Cuando llegaron al lado de la ambulancia, se sacaron la ropa y se pusieron uniformes de enfermeros, color celeste. Germán subió al vehículo y se puso frente al volante, como el chofer, Antonio se ubicó al lado de él, mientras se colocaba un estetoscopio en el cuello, como si fuera un médico y José se instaló al lado, como si fuera el enfermero, mientras que Facundo se ubicaba dentro del furgón, para que nadie lo viera.

Cuando se habían alejado lo suficiente del galpón, German oprime el pulsador del control remoto, accionando los explosivos, los cuales producen una gran explosión, haciendo volar por los aires todo lo que había en el galpón y a este convertirlo en una maza de fuego.

Germán toma el celular, marca un número y cuando lo atienden, lo único que dice es.

—¡Listo patrón! Todo resultó como usted lo planeó.

—Te felicito, ahora, como habíamos hablado, lleva la carga al lugar que te indiqué y entrégasela a la persona que se hará cargo de la distribución… Luego de eso, nos pondremos en contacto nuevamente.

—Comprendido patrón haremos todo, como usted lo indicó.

Germán guardó el celular, aceleró el vehículo, salió de la quinta y cuando tomó la ruta, puso la sirena, mientras avanzaba a gran velocidad, hasta perderse de vista.