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MUERTE SÚBITA

El arranque de un género en permanente estado de delirio

Rafael Aviña

En los estertores del sexenio alemanista la popularidad de la lucha libre fue tal, que el cine encontró una veta para explorar otras densidades argumentales y para crear un nuevo tipo de personajes, más allá de los charros, las prostitutas y las madres abnegadas. El cine de luchadores alcanzó en su curioso, ingenuo y delirante camino, sometido al presupuesto más irrisorio y a la premura más desvergonzada, la categoría de subgénero fílmico que dominó sobre todo en los años sesenta y setenta.

En efecto, a falta de nuevos héroes, la cinematografía mexicana encontró en el cine de luchadores la mejor opción para rescatar el antiquísimo enfrentamiento entre el bien y el mal. La lucha libre llegó a nuestro país en los años treinta, pero sería una década después cuando ese espectáculo acrobático (mezcla de choteo teatralizado y guamazos en la lona) adquiriera proporciones de culto. El Cavernario Galindo, El Médico Asesino, Gardenia Davis, El Tarzán López, El Murciélago Velázquez, Gori Guerrero o Enrique Llanes empezaron a adquirir no precisamente poderes especiales, pero sí un arrastre popular descomunal.

Sin embargo ninguno de ellos, a pesar de sus habilidades en el pancracio, logró la idolatría que alcanzara Rodolfo Guzmán Huerta, mejor conocido como Santo, El Enmascarado de Plata, seguido muy de cerca por otros ídolos del ring y la pantalla que cubrían su rostro bajo una máscara, como: Blue Demon, Mil Máscaras y La Sombra Vengadora, que jamás pisó los encordados. Fueron verdaderos mitos de la cultura popular cinematográfica en el interior de una industria en crisis.

El Santo, quien debutó con su característica máscara en 1942, había luchado desde mediados de los treinta en las preliminares bajo distintos nombres, como Constantino, Hombre Rojo, o El Murciélago Enmascarado II. Lo más sorprendente es que a lo largo de su carrera consiguiera trascender toda crítica o manipulación comercial para convertirse en un mito fílmico tal vez tan grande como Pedro Infante, Jorge Negrete, Cantinflas, Tin Tan o María Félix.

Precedidas por interesantes antecedentes –como Padre de más de cuatro (1938) de Roberto O’Quigley, con fotografía del insigne Gabriel Figueroa y protagonizada por Leopoldo El Chato Ortín, una comedia en la que aparecían varios luchadores así como la vieja Arena México, o No me defiendas compadre (1949) de Gilberto Martínez Solares, en la que el irrepetible Germán Valdés Tin Tan se enfrentaba en la lona de un ring al brutal enmascarado que encarnaba Wolf Ruvinskis–, fue en 1952 cuando se realizaron las cuatro primeras cintas mexicanas de luchadores, que inauguraron propiamente el género.

La bestia magnífica, de Chano Urueta, fue protagonizada por un par de actores de culto de ese nuevo filón: Crox Alvarado y Wolf Ruvinskis, ambos con experiencia en la lucha libre. El flacucho bailarín y comediante Adalberto Martínez Resortes se subía a la lona posesionado por el espíritu de un luchador muerto que estaba obstinado en ganar el campeonato (con Ruvinskis, otra vez), en El luchador fenómeno de Fernando Cortés. A su vez el gran David Silva encarnó al célebre Huracán Ramírez en la película del mismo nombre, bajo la dirección de Joselito Rodríguez. Finalmente, la más importante de ese año de 1952 fue sin duda El Enmascarado de Plata de René Cardona, escrita por Ramón Obón y José G. Cruz, creador de la historieta homónima. De manera insólita, el mito de El Santo no lo inaugura Rodolfo Guzmán Huerta, sino otro luchador: El Médico Asesino, al que hubo que quitarle el adjetivo criminal y dejarlo como galeno a secas, ya que se trataba del héroe que enfrentaba precisamente al villano Enmascarado de Plata.


Eric del Castillo y Julio Aldama fueron instruidos por El Murciélago Velázquez para las evoluciones de lucha de El Señor Tormenta. La instrucción les serviría en otras cintas del género.

Estos cuatro primeros ejemplos del cine de luchadores en nuestro país retomaban, entre otros temas, el melodrama familiar, el sexo amoral, el humor y la comedia ligera, la amistad viril, la lucha libre y el suspenso. Sin embargo el género acabó inclinándose por esta última vertiente. Es decir, explotando la imagen del justiciero oculto bajo una máscara que enfrentaba a científicos locos, monstruos de pacotilla, luchadores dementes, autómatas con pies de plomo, alienígenas hermosas y cachondas, hechiceras, hampones, asesinos de otros mundos, caciques rurales incluso, y toda una parafernalia de villanos y villanas, en un divertido registro entre el humor involuntario, el horror fantástico, el suspenso policiaco, el misterio y los combates cuerpo a cuerpo.

De alguna manera este nuevo género venía a suplir en plena efervescencia moralista al cine de cabareteras y busconas. Los vestidos de brillante satín de una Ninón Sevilla o una Katy Jurado se reducían a llamativas máscaras. Las secreciones habituales (lágrimas y otros fluidos corporales que no se mostraban a cuadro) eran cambiadas por el sudor y la sangre. Y los colchones desvencijados de los hoteles de paso se trucaban en la lona de un cuadrilátero. Precisamente la fuerza de ese género nuevo e insolente radicaba en su hibridez y su delirio permanente: del melodrama a la ciencia ficción, del horror a la comedia, del suspenso a las aventuras rancheras e incluso revolucionarias. Mezclas genéricas e insólitos anacronismos que llevarían por ejemplo a Santo, Blue Demon, La Sombra Vengadora y otros más al centro de la Atlántida, al universo del western, al interior de una nave marciana, al conflicto armado revolucionario de 1910 –desembocando en la Hacienda de la Encarnación–, y de ahí, a los tiempos de la Colonia... ¡Guauuu!

El Huracán Ramírez y El Enmascarado de Plata abrirían la veta de los héroes enmascarados en el cine nacional, como lo demuestran La Sombra Vengadora y tres secuelas realizadas en el mismo año de 1954 por Rafael Baledón –más otras tangenciales apariciones– y posteriormente Neutrón, El Enmascarado Negro (1960) de Federico Curiel, Blue Demon/ El Demonio Azul (1964), bajo el mando del incomprendido artesano Chano Urueta, y Mil Máscaras (1966), dirigido por Jaime Salvador. Sin embargo, y a pesar del impacto de aquéllos, quedaba claro que el público y el espectador de los años cincuenta y sesenta necesitaban un verdadero ídolo popular en las pantallas, justo a la muerte de otros actores venerados por el pueblo, como Negrete o Infante y es entonces cuando surge la figura de Santo, el Enmascarado de Plata.


El héroe enfrentó por igual a marcianos y a inquisidores, a brujas quemadas en la hoguera, a mujeres vampiro y zombies. Drácula, La Momia y Frankenstein no escaparon a sus quebradoras, ni a sus patadas voladoras, en filmes que iban y venían entre la parodia o imitación de una suerte de James Bond del subdesarrollo y el cine fantástico más escapista. Sus cintas de acción no podían detenerse en ninguna lógica o coherencia narrativa; sin embargo el azar consiguió que Santo cruzara las fronteras y causara asombro en países como Francia, España o Beirut, donde se le reconocía como un fantástico superhéroe justiciero.

El de 1958 es un año clave en la historia del género. Santo contra el cerebro del mal y Santo contra los hombres infernales, de Joselito Rodríguez, marcan el arranque de un mito y la creación de una leyenda afincada, como se ha dicho, en el ring, la historieta y la televisión. Con el inicio de los años sesenta el cine de luchadores llegó a la edad adulta a pesar de sus tramas infantiles, y El Santo protagonizó 24 de los filmes realizados en esa década, superando a todas luces el surgimiento de otros justicieros enmascarados, como el mismísimo y notable Blue Demon, el muy popular Mil Máscaras y el ridículo Superzán.

La Momia Azteca y secuelas, La última lucha, la serie dedicada a Neutrón y la saga de La Sombra Vengadora y de Las luchadoras, al igual que títulos como: Santo contra los zombies, Santo contra el cerebro diabólico, la cinta de culto Santo contra las mujeres vampiro, Santo en el tesoro de Drácula (el vampiro y el sexo), y Santo contra la invasión de los marcianos, así como Blue Demon/El Demonio Azul y Mil Máscaras, son una muy entretenida muestra fehaciente del ingenio y el delirio de un género genuinamente mexicano en esa su primera etapa experimental en blanco y negro.


“¿Me puede confesar padre?” “Claro nomás deja me quito la máscara.”

LEYENDAS ENMASCARADAS

Los apasionamientos de la incógnita y su heroicidad catártica

Raúl Criollo

La máscara es fundación redentora, emblema de mitos de todo tipo. Perpetuación cultural de la herencia prehispánica, estandarte encarnado de la festividad carnavalesca, heroicidad del celuloide en las cruzadas a balazos campiranos de Los Cinco Halcones, El Zorro Vengador, El Látigo Negro... Tránsitos suculentos de la incógnita en narraciones como Las Calaveras del Terror o Rocambole, y claro, el bien que nos protege de los abismos malignos, esculpido en los cuadriláteros para forjar a los héroes del encordado, los que de la rana y las espaldas planas se harán detectives internacionales, agentes sin suplencia posible en la escena de las aventuras inclasificables del cine de luchadores.

Los grandes héroes enmascarados de la pantalla no empezaron, como suponían los críticos de cine en Europa, en la máquina de un guionista del cine mexicano; surgieron en las arenas de lucha libre, todos con historias propias que hablan del barrio y la colonia popular, del esfuerzo del gimnasio y los pocos pesos para sobrevivir en el nacimiento de sus carreras. Cuando menos esto se aplica para los más importantes, es decir, para El Santo y Blue Demon. Pero a ellos deben sumarse varios secundarios y otros estelares que la evocación resguarda solamente en los resquicios memoriosos de ciertos cinéfilos. Cuando ya no bastaban las coplas rancheras y las serenatas tequileras con revólver en mano, el cine nacional descubrió la mina de oro del gran espectáculo popular de México: la lucha libre. Infortunios sin decodificar retrasaron el ingreso de El Santo al cine del ring, inaugurado oficialmente en 1952. El plateado se estrenó en la pantalla grande en 1958. Antes y después de él se consolidaron varios personajes de primera línea como Huracán Ramírez, Tinieblas y Mil Máscaras, y además se inmortalizaron creaciones inspiradoras como La Sombra Vengadora, El Vampiro y Neutrón.

Rodolfo Guzmán Huerta, El Santo, debutó en 1943 a los 16 años en una arena pequeña, ganando una miseria y sin máscara. El personaje nació en una lucha campal cuando ya contaba con 25 años. El famoso mote de El Enmascarado de Plata se sumó a su nombre de batalla cuando José G. Cruz comenzó a editar el cómic fotonovela con el personaje, esto a pesar de que había sido usado previamente en la película del mismo nombre, El Enmascarado de Plata, de 1952, protagonizada por el Médico Asesino; un clásico cuyo guión fue coescrito por el propio Cruz y René Cardona.

Originalmente El Santo luchó como Rudy Guzmán, después como El Hombre Rojo y luego como El Murciélago II. El primer nombre fue retomado por El Hijo del Santo en la cinta Santo, la leyenda del Enmascarado de Plata, donde se muestra reacio a usar el nombre de su padre, razón por la que inicia su carrera como El Hombre Rojo, aunque en la realidad el heredero de plata empezó su carrera con el de Korak, que tomó del hijo de Tarzán.

El Santo ingresó al cine en 1958 con un par de cintas que fueron rodadas simultáneamente y que están entre lo menos recomendable de su filmografía: Santo vs los hombres infernales y Santo vs el cerebro del mal. A partir de ahí el éxito no lo abandonaría hasta alcanzar proporciones descomunales con la revista que se editó por casi tres décadas y una carrera en el cine que sumó 52 largometrajes. Considerando la continuación del personaje con El Hijo del Santo debemos sumar seis títulos más. El heredero de la leyenda es reconocido como un gran continuador del personaje, ya que ha sido capaz de explotar los nuevos terrenos del mercado, como las páginas de Internet y los dibujos animados. Técnicamente, se sabe, superó a su padre. Una afirmación fuera de dudas, con el reconocimiento del gremio luchístico.

El Enmascarado de Plata reflejó en el celuloide su propia vida, con el éxito deportivo y el ascenso social. Atleta reconocido en las arenas, el plateado fue estrella de primera línea en el cine mexicano. De las caídas, que daban para poner algo en la mesa, El Santo saltó a los grandes contratos y los ne­gocios de bienes raíces. En el cine pasó de los estudios y los laboratorios promedio a los aeropuertos, los convertibles y los trajes finos. La paradoja viene con el descenso del género; entre mayores fueron los elementos decorativos y más grandes los equipos de luchadores (con más de una estrella encapuchada); menos fueron la categoría y el éxito taquillero. Quizá la única excepción haya sido Los Campeones Justicieros, aunque se cambiaran los protagonistas entre cada film. La alineación inicial incluía a tres grandes: Blue Demon, Mil Máscaras y Tinieblas.

Blue Demon llegó a la ciudad de México procedente de Monterrey hacia 1948. Trabajó en los Ferrocarriles de Nuevo León hasta que lo atrajo el pancracio, y su maestro fue Rolando Vera. No usó otros nombres y siempre apareció enmasca­ra­do como luchador profesional. Como amateur fue popularmente conocido como El Tosco y ganó varios torneos, incluyendo un campeonato estatal. Su técnica depurada en la práctica de la lucha olímpica lo posicionó pronto como un gladiador de respeto.

En la capital mexicana se hizo figura inmediata ya como Blue Demon, y solo o en pareja se acrecentó su rivalidad con El Santo, al que venció en dos caídas en una lucha de campeonato. En el cine compartieron muchas veces el crédito, siempre con todas las reservas y molestias mayores del azul, quien afirmaba que el plateado le boicoteaba las películas. El primer crédito fue siempre para El Enmascarado de Plata, y si bien Demon, lo superó en el ring, nunca pudo evadir la jetatura de El Santo sobre su imagen cinematográfica y su popularidad en las arenas. Curiosamente el plateado se presenta en una secuencia de El Poder Satánico (Chano Urueta, 1964), parte del díptico con que El Manotas (su apodo popular) debutaría en el celuloide (la otra cinta era Blue Demon. El Demonio Azul). El Santo se ponía a sus órdenes y le daba la bienvenida en la lucha contra el mal.

Entre los personajes que sí fueron creados para el cine están La Sombra Vengadora, El Vampiro, El Fantasma Blanco, El Ángel, El Avispón Escarlata, Los Leones del Ring, Los Jaguares, Neutrón o Caronte, y a partir de ellos surgieron luchadores auténticos que emularon a los personajes en diseños de máscaras y equipo. Rayo de Jalisco luchó originalmente con el nombre de Doc Curtis, pero después tomó el de El Rayo de un amigo que lo había usado sin suerte. Todo el atuendo se lo fusiló sin ninguna pena (invirtiendo la dirección de los rayos en mallas y máscara) del personaje del cine La Sombra Vengadora, de la cinta del mismo nombre dirigida por Rafael Baledón. Fernando Osés (con apoyo de Eduardo Bonada en algunas tomas) estaba debajo de la careta para las faenas luchísticas y Armando Silvestre como galán de saco y corbata.

Otro personaje de esencia fílmica fue Superzán, lanzado en el cine mexicano con la pomposa Superzán. El Invencible (Federico Curiel, 1971). El hombre bajo la capucha era el fisicoculturista veracruzano Alfonso Mora, quien lo fue gracias a la recomendación de Tinieblas, primer candidato para encarnarlo. Superzán pasó de la pantalla al ensogado, pues se hizo luchador profesional. Como gran espaldarazo en su debut fílmico se incluía la aparición especial de Los Campeones Justicieros, con esta alineación: Tinieblas, Rayo de Jalisco, El Rostro, El Fantasma Blanco y Aníbal. Los encapuchados sólo aparecían para un extraño encuentro luchístico de cinco frente a cinco. A este film le siguieron los menos afortunados Superzán y el niño del espacio (Rafael Lanuza, 1972). El gladiador intervino en otro par de largometrajes: El robo de las momias de Guanajuato (Tito Novaro, 1972), con Mil Máscaras, Rayo de Jalisco, y Blue Ángel; El investigador Capulina (Gilberto Martínez Solares, 1973) y La mansión de las siete momias (Rafael Lanuza, 1975) con Blue Demon y Manolín.

El cine dio también para que un sacerdote se enmascarara como Fray Tormenta, inspirado en la cinta El señor Tormenta (Fernando Fernández, 1962); como en la trama de la película, él sostenía un orfanato con sus actuaciones en el ring, lo que ejemplifica la entrañable relación del cotidiano mexicano con la lucha libre. Fray Tormenta impulsó el desarrollo de muchos niños sin hogar; formó profesionistas y también a varios luchadores, ya que su casa hogar cuenta con un cuadrilátero profesional para entrenar. El Señor Tormenta era Eric del Castillo, pero el que sudaba el enlonado era Ray Mendoza, quien también dobló a Julio Aldama, el amigo del presbítero que subió al ring para hacerle el quite cuando el sacerdote tuvo que abandonar el ensogado por una lesión. Del orfanato de Fray Tormenta surgió el popular luchador El Místico, hijo del Dr. Karonte, luchador que también sampleo nombre fílmico. En la película El Enmascarado de Plata (Ramón Obón, 1952), Enrique Llanes interpreta al temible enmascarado homónimo, cuyo jefe era el autodenominado El Tigre (Luis Aldás bajo la careta), mientras que El Médico Asesino salía con su equipo tradicional (y era Cesáreo Manrique, el legítimo luchador). En Los Campeones Justicieros (Federico Curiel, 1970) Gran Markus se puso el equipo de El Médico Asesino, y dobló también a Tinieblas en algunas secuencias de acción. Por su parte Roberto Cañedo se encapuchó en Las luchadoras vs El Médico Asesino (René Cardona, 1962). René Copetes Guajardo y Karloff Lagarde salen con las tapas (inventadas para el cine) de Ángel y Satán en Los endemoniados del ring y La mano que aprieta (díptico de Alfredo B. Crevenna de 1964). Jorge Rivero se encapuchó como El Enmascarado de Oro en El asesino invisible (1964) de René Cardona. Rivero también se puso capucha junto a Rogelio Guerra y Eduardo Bonada (el primer Huracán Ramírez) para las cintas Los Leones del Ring y Los Leones del Ring vs la cosa nostra (Chano Urueta, 1972). En Santo vs los villanos del ring (Alfredo B. Crevenna, 1966) salen los luchadores Felipe Ham Lee y El Nazi con capuchas que los definen como los enmascarados Negro y Gris, efímeros personajes aliados al de plata.


–¿Y ése quién es, Demon?.

–Es el director, Santo.

–Ah caray. Pensé que era la momia.


La ensalada completa: Lorena Velázquez de técnica, un second encapuchado y refereando Shadito Cruz, padre de los maravillosos Brazos y mentor del mítico Canek. Todos en Las luchadoras vs El Médico Asesino (René Cardona, 1962).

En la serie de películas de Neutrón, El Enmascarado Negro, la máscara pasó de Wolf Ruvinskis a Julio Alemán, como indicaban las complicaciones de la trama, pero “el auténtico” era Wolf. Armando Silvestre era el Doctor Caronte, pero siempre que estaba enmascarado como tal le doblaba la voz Narciso Busquets. Fue un exceso que Ruvinskis se enmascarara como Caronte para engañar a sus zombies y también Busquets hablara por él. Wolf fue asimismo el fantástico encapuchado El Vampiro, en la grandiosa El ladrón de cadáveres (Fernando Méndez, 1956).

Mil Máscaras es una creación de Valente Pérez, célebre articulista y formador de talentos que desde el seno de la revista Lucha Libre lanzó a varias figuras. Tanto Mil Máscaras como Tinieblas salieron de esa publicación, tras iniciar su conexión con el público con columnas de intercambio epistolar. Mil Máscaras, ex competidor de Mr. México, fue seleccionado de entre varios aspirantes, luego de lo cual se fue a Jalisco para formarse con el reconocido maestro de lucha El Diablo Velasco. Tinieblas, el afamado Gigante Sabio, superó en la elección a algunos luchadores de buena trayectoria pero sin su presencia atlética. Se afirma que entre los candidatos estaba el escapista Zovek, quien también pasó por el cine de encordado con La invasión de los muertos (René Cardona Jr., 1971) haciendo mancuerna con El Demonio Azul. Pérez fue también el creador de personajes que se volvieron luchadores históricos como Canek y Fishman. El Hombre Pez sólo luchó para la pantalla grande (La furia de los karatekas, Alfredo B. Crevenna, 1982; y Lucha a muerte, Juan Fernando Pérez Gavilán, 1992), mientras que Canek, quien para muchos especialistas ha sido el mejor peso completo mexicano de la historia, hizo un papel secundario al lado de Rafael Inclán en El Mofles II (Javier Durán, 1992). Se ve también a ambos luchadores en algunas acciones de La llave mortal (Francisco Guerrero, 1990).

El Multifaces debutó en el cine con la cinta Mil Máscaras, de Luis Enrique Vergara, en 1966. La filmografía de Don Personalidad suma varios títulos famosos como Las vampiras (Federico Curiel, 1967), Enigma de muerte (Federico Curiel, 1967), Los vampiros de Coyoacán (Arturo Martínez, 1973), La verdad de la lucha (Fernando Durán, 1988) y La llave mortal (Francisco Guerrero, 1990), además de las dos que hizo con El Santo y Blue Demon: Las momias de Guanajuato (Federico Curiel, 1970) y Misterio en las Bermudas (Gilberto Martínez Solares, 1977). Mil Máscaras coprodujo sus últimas películas y realizó un secundario en apoyo a El Hijo del Santo en Frontera sin ley (Rafael Pérez Grovas, 1983).

Tinieblas hizo su presentación fílmica en Los Campeones Justicieros (Federico Curiel, 1970). El Gigante Sabio es justamente considerado entre las incógnitas “de leyenda”, aunque curiosamente nunca estelarizó una película en solitario, como sus colegas. Su última aparición cinematográfica la hizo en La furia de los karatecas y El puño de la muerte (Alfredo B. Crevenna, 1982), cintas rodadas en forma simultánea y confundidas con frecuencia que fueron el último legado fílmico de El Santo. La verdadera fama alcanzaría a Tinieblas con sus intervenciones en la televisión y los cómics.

Huracán Ramírez fue un personaje concebido para el celuloide por el cineasta Joselito Rodríguez. El éxito taquillero lo volvió real en los cuadriláteros. En la primera cinta Huracán Ramírez (Rodríguez, 1952) fue encarnado por Eduardo Bonada, pero a partir de ahí el hombre bajo la máscara fue Daniel García (sin la máscara era el actor David Silva), quien había luchado previamente como El Buitre Blanco y Chico García. Bonada renunció al personaje y García lo catapultó a grandes dimensiones más allá del cinematógrafo, ya que fue un gran luchador. Sus diferencias con los hermanos Rodríguez fraccionaron a esa figura en clones bastante deslucidos, pero García, protegido por don Rafael Barradas, el entonces secretario de la Comisión de Box y Lucha del Distrito Federal, pudo preservar sus derechos sobre el nombre de Huracán Ramírez. El acuerdo con los Rodríguez concluyó que él sería Huracán en la lucha y ellos dispondrían del personaje en otros escenarios, incluido el cine.

No se puede apreciar el cine de luchadores sin reconocer sus códigos, que son los mismos que rigen los encuentros de lucha libre. El público que entra a la arena sabe que el luchador que aplica un castigo no pretende fracturar al adversario, pero asume su parte del espectáculo desde la pasión, el anonimato y las posibilidades que otorga la butaca, como si todo lo que observara fuera una confrontación de últimas consecuencias. Eso permite que la lucha libre funcione. La responsabilidad como crítico de cine es analizar y digerir el género bajo los mismos preceptos. Uno sabe que los vampiros son de plástico, pero sin complicidad no se completan la trama o la lucha. No hay análisis tibios, sino un entendimiento consecuente de las particularidades (que son únicas) del cine de luchadores, una concesión asumida que permite entender sin dejar de disfrutar.

A las leyendas del pancracio fílmico corresponde una sección aparte entre las glorias nacionales del cine. Muchos grandes actores han sido penosa e injustamente olvidados, algo que nunca ocurrirá con las escafandras de seda de los cuadriláteros, las incógnitas denifinitorias del heroísmo mexicano.

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0+
Umfang:
1072 S. 755 Illustrationen
ISBN:
9786070249174
Rechteinhaber:
Bookwire
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